Oh, María, sin pecado concebida,
rogad por nosotros, que a Vos recurrimos. Amén
PRÓLOGO
- En la playa al este de la aldea,
existe una isla, con un gigantesco templo lleno de campanas - dijo la mujer.
El niño reparó que ella vestía ropas
extrañas y llevaba un velo cubriendo sus cabellos. Nunca la había visto antes.
- ¿Tú ya lo conoces? - preguntó ella
-. Ve allí y cuéntame qué te parece.
Seducido por la belleza de la mujer,
el niño fue hasta el lugar indicado. Se sentó en la arena y contempló el
horizonte, pero no vio nada diferente de lo que estaba acostumbrado a ver: el
cielo azul y el océano.
Decepcionado, caminó hasta un
pueblecito de pescadores vecino y preguntó sobre una isla con un templo.
- Ah, esto fue hace mucho tiempo, en
la época en que mis bisabuelos vivían aquí - dijo un viejo pescador -. Hubo un
terremoto y la isla se hundió en el mar. Sin embargo, aun cuando no podamos ya
ver la isla, aún escuchamos las campanas de su templo, cuando el mar las agita
en su fondo.
El niño regresó a la playa e intentó
oír las campanas. Pasó la tarde entera allí, pero sólo consiguió oír el ruido de
las olas y los gritos de las gaviotas.
Cuando la noche llegó, sus padres
vinieron a buscarlo. A la mañana siguiente, él volvió a la playa; no podía creer
que una bella mujer pudiese contar mentiras. Si algún día ella regresaba, él
podría decirle que no había visto la isla, pero que había escuchado las campanas
del templo que el movimiento del agua hacía que sonasen.
Así pasaron muchos meses; la mujer
no regresó, y el chico la olvidó; ahora estaba convencido de que tenía que
descubrir las riquezas y tesoros del templo sumergido. Si escuchase las
campanas, sabría su localización y podría rescatar el tesoro allí escondido.
Ya no se interesaba más por la
escuela, ni por su grupo de amigos. Se transformó en el objeto de burla
preferido de los otros niños, que acostumbraban a decir: "Ya no es como
nosotros, prefiere quedarse mirando el mar porque tiene miedo de perder en
nuestros juegos".
Y todos se reían, viendo al niño
sentado en la orilla de la playa.
Aun cuando no consiguiese escuchar
las viejas campanas del templo, el niño iba aprendiendo cosas diferentes.
Comenzó a percibir que, de tanto oír el ruido de las olas, ya no se dejaba
distraer por ellas. Poco tiempo después, se acostumbró también a los gritos de
las gaviotas, al zumbido de las abejas y al del viento golpeando en las hojas de
las palmeras.
Seis meses después de su primera
conversación con la mujer, el niño ya era capaz de no distraerse por ningún
ruido, aunque seguía sin escuchar las campanas del templo sumergido.
Otros pescadores venían a hablar con
él y le insistían:
- ¡Nosotros las oímos! - decían.
Pero el chico no lo
conseguía.
Algún tiempo después, los pescadores
cambiaron su actitud.
- Estás demasiado preocupado por el
ruido de las campanas sumergidas; olvídate de ellas y vuelve a jugar con tus
amigos. Puede ser que sólo los pescadores consigamos escucharlas.
Después de casi un año, el niño
pensó: "Tal vez estos hombres tengan razón. Es mejor crecer, hacerme pescador y
volver todas las mañanas a esta playa, porque he llegado a aficionarme a ella".
Y pensó también: "Quizá todo esto sea una leyenda y, con el terremoto, las
campanas se hayan roto y jamás vuelvan a tocar".
Aquella tarde, resolvió volver a su
casa.
Se aproximó al océano para
despedirse. Contempló una vez más la Naturaleza y, como ya no estaba preocupado
con las campanas, pudo sonreír con la belleza del canto de las gaviotas, el
ruido del mar, el viento golpeando las hojas de las palmeras. Escuchó a lo lejos
la voz de sus amigos jugando y sintióse alegre por saber que pronto regresaría a
sus juegos infantiles.
El niño estaba contento y - en la
forma en que sólo un niño sabe hacerlo - agradeció el estar vivo. Estaba seguro
de que no había perdido su tiempo, pues había aprendido a contemplar y a
reverenciar a la Naturaleza.
Entonces, porque escuchaba el mar,
las gaviotas, el viento en las hojas de las palmeras y las voces de sus amigos
jugando, oyó también la primera campana.
Y después otra.
Y otra más, hasta que todas las
campanas de templo sumergido tocaron, para su alegría.
Años después, siendo ya un hombre,
regresó a la aldea y a la playa de su infancia. No pretendía rescatar ningún
tesoro del fondo del mar; tal vez todo aquello había sido fruto de su
imaginación, y jamás había escuchado las campanas sumergidas en una tarde
perdida de su infancia. Aun así, resolvió pasear un poco para oír el ruido del
viento y el canto de las gaviotas.
Cual no sería su sorpresa al ver,
sentada en la arena, a la mujer que le había hablado de la isla con su templo.
- ¿Qué hace usted aquí? - preguntó.
- Esperar por ti - respondió ella.
Él se fijó en que, aunque habían
transcurrido muchos años, la mujer conservaba la misma apariencia: el velo que
escondía sus cabellos no parecía descolorido por el tiempo.
Ella le ofreció un cuaderno azul,
con las hojas en blanco.
- Escribe: un guerrero de la luz
presta atención a los ojos de un niño. Porque ellos saben ver el mundo sin
amargura. Cuando él desea saber si la persona que está a su lado es digna de
confianza, procura verla como lo haría un niño.
- ¿Qué es un guerrero de la luz?
- Tú lo sabes - respondió ella,
sonriendo -. Es aquel que es capaz de entender el milagro de la vida, luchar
hasta el final por algo en lo que cree, y entonces, escuchar las campanas que el
mar hace sonar en su lecho.
Él jamás se había creído un guerrero
de la luz. La mujer pareció adivinar su pensamiento.
- Todos son capaces de esto. Y nadie
se considera un guerrero de la luz, aun cuando todos lo sean.
Él miró las páginas del cuaderno. La
mujer sonrió de nuevo.
Durante la lucha, fue ayudado por
los ángeles; las fuerzas celestiales colocaron cada cosa en su lugar y
permitieron que él pudiera dar lo mejor de sí.
Los compañeros comentan: "¡Qué
suerte tiene!". Y el guerrero a veces consigue mucho más de lo que su capacidad
permite.
Por eso, cuando el sol se pone, se
arrodilla y agradece el Manto Protector que lo rodea.
Su gratitud, no obstante, no se
limita al mundo espiritual; él jamás olvida a sus amigos, porque la sangre de
ellos se mezcló con la suya en el campo de batalla.
Un guerrero no necesita que nadie le
recuerde la ayuda de los otros; él se acuerda solo y reparte con ellos la
recompensa.
Todos los caminos del mundo llevan
hasta el corazón del guerrero; él se zambulle sin vacilar en el río de las
pasiones que siempre corre por su vida.
El guerrero sabe que es libre para
elegir lo que desee; sus decisiones son tomadas con valor, desprendimiento y - a
veces - con una cierta dosis de locura.
Acepta sus pasiones y las disfruta
intensamente. Sabe que no es necesario renunciar al entusiasmo de las
conquistas; ellas forman parte de la vida y alegran a todos los que en ellas
participan.
Pero jamás pierde de vista las cosas
duraderas, y los lazos creados con solidez a través del tiempo.
Un guerrero sabe distinguir lo que
es pasajero de lo que es definitivo.
Un guerrero de la luz no cuenta
solamente con sus fuerzas; usa también la energía de su adversario.
Al iniciar el combate, todo lo que
él posee es su entusiasmo y los golpes que aprendió mientras se entrenaba. A
medida que la lucha avanza, descubre que el entusiasmo y el entrenamiento no son
suficientes para vencer: se necesita experiencia.
Entonces él abre su corazón al
Universo y pide inspiración a Dios, de modo que cada golpe al enemigo sea
también una lección de defensa para él.
Los compañeros comentan: "¡Qué
supersticioso es!, paró la lucha para rezar, y respeta los trucos de su
adversario".
El guerrero no responde a estas
provocaciones. Sabe que, sin inspiración ni experiencia, ningún entrenamiento da
resultado.
Un guerrero de la luz jamás hace
trampas; pero sabe distraer a su adversario.
Por más ansioso que esté, juega con
los recursos de la estrategia para alcanzar su objetivo. Cuando ve que están
acabando sus fuerzas, hace que el enemigo piense que no tiene prisa. Cuando
necesita atacar por la derecha, mueve sus tropas hacia el lado izquierdo. Si
pretende iniciar la lucha inmediatamente, finge tener sueño y se prepara para
dormir.
Los amigos comentan: "Ved cómo ha
perdido su entusiasmo". Pero él no hace caso de los comentarios, porque los
amigos no conocen sus tácticas de combate.
Un guerrero de la luz sabe lo que
quiere, y no necesita dar explicaciones.
Comenta un sabio chino sobre las
estrategias del guerrero de la luz:
"Haz que tu enemigo crea que no
conseguirá grandes recompensas si se decide a atacarte; así, disminuirás su
entusiasmo.
"No te avergüence retirarte
provisionalmente del combate si percibes que tu enemigo es más fuerte; lo
importante no es la batalla aislada, sino el final de la guerra.
"Si eres lo suficientemente fuerte,
tampoco te avergüences de fingirte débil; esto hará que tu enemigo pierda la
prudencia y ataque antes de hora.
"En la guerra, la capacidad de
sorprender al adversario es la clave de la victoria".
"Es curioso - comenta para sí el
guerrero de la luz -.
Cuánta gente he conocido que en la
primera oportunidad intenta mostrar lo peor de sí mismo. Esconden la fuerza
interior detrás de la agresividad; disfrazan el miedo a la soledad con aires de
independencia. No creen en su propia capacidad, pero viven pregonando a los
cuatro vientos sus virtudes."
El guerrero lee estos mensajes en
muchos hombres y mujeres que conoce. Nunca se deja engañar por las apariencias y
permanece en silencio cuando intentan impresionarlo. Pero usa la ocasión para
corregir sus propios fallos, ya que las personas son siempre un buen espejo.
Un guerrero aprovecha toda y
cualquier oportunidad para enseñarse a sí mismo.
El guerrero de la luz a veces lucha
con quien ama.
El hombre que preserva a sus amigos
jamás es dominado por las tempestades de la existencia; tiene fuerzas para
vencer las dificultades y seguir adelante.
Sin embargo, muchas veces se siente
desafiado por aquellos a quienes procura enseñar el arte de la espada. Sus
discípulos lo provocan para un combate.
Y el guerrero muestra su capacidad:
con algunos golpes, lanza las armas de sus alumnos por tierra y la armonía
vuelve al lugar de reunión.
- ¿Por qué hacer esto, si es tan
superior? - pregunta un viajero.
- Porque cuando me desafían, en
verdad están queriendo conversar conmigo y, de esta manera, mantengo el diálogo
- responde el guerrero.
Un guerrero de la luz, antes de
entrar en un combate importante, se pregunta a sí mismo: "¿Hasta qué punto
desarrollé mi habilidad?"
Él sabe que las batallas que trabó
en el pasado siempre terminan por enseñar algo. No obstante, muchas de estas
enseñanzas le hicieron sufrir más de lo necesario. Más de una vez perdió su
tiempo luchando por causa de una mentira. Y sufrió por personas que no estaban a
la altura de su amor.
Los victoriosos no repiten el mismo
error. Por eso el guerrero sólo arriesga su corazón por algo que vale la pena.
Un guerrero de la luz respeta la
principal enseñanza del I Ching: "La perseverancia es favorable".
Él sabe que la perseverancia no
tiene nada que ver con la insistencia. Existen épocas en las que los combates se
prolongan más allá de lo necesario, agotando sus fuerzas y debilitando su
entusiasmo.
En estos momentos, el guerrero
reflexiona: "Una guerra prolongada termina también destruyendo la victoria".
Entonces retira sus fuerzas del
campo de batalla y se concede una tregua. Persevera en su voluntad, pero sabe
esperar el mejor momento para un nuevo ataque.
Un guerrero siempre retorna a la
lucha. Pero nunca lo hace por obstinación, sino porque nota el cambio en el
tiempo.
Un guerrero de la luz sabe que
ciertos momentos se repiten.
Con frecuencia se ve ante los mismos
problemas y situaciones que ya había afrontado; entonces se deprime, pensando
que es incapaz de progresar en la vida, ya que los momentos difíciles
reaparecen.
"¡Ya pasé por esto!", se queja él a
su corazón.
"Realmente tú ya lo pasaste -
responde el corazón -, pero nunca lo sobrepasaste".
El guerrero entonces comprende que
las experiencias repetidas tienen una única finalidad: enseñarle lo que no
quiere aprender.
Un guerrero de la luz siempre hace
algo fuera de lo común.
Puede bailar en la calle mientras se
dirige al trabajo, mirar los ojos de un desconocido y hablar de amor a primera
vista, defender una idea que puede parecer ridícula. Los guerreros de la luz se
permiten tales días.
No tiene miedo de llorar antiguas
penas, ni de alegrarse con nuevos descubrimientos. Cuando siente que llegó el
momento, lo abandona todo y parte hacia su aventura tan soñada. Cuando entiende
que está en el límite de su resistencia, sale del combate, sin culparse por
haber hecho alguna locura inesperada.
Un guerrero no pasa sus días
intentando representar el papel que los otros escogieron para él.
Dice un poeta: "El guerrero de la
luz escoge a sus enemigos"
Él sabe de lo que es capaz; no
necesita andar por el mundo contando sus cualidades y virtudes. Sin embargo, a
cada momento aparece alguien queriendo probar que es mejor que él.
Para el guerrero, no existe "mejor"
o "peor"; cada uno tiene los dones necesarios para su camino individual.
Pero ciertas personas insisten.
Provocan, ofenden, hacen todo lo posible para irritarlo. En este momento, su
corazón dice: "No aceptes las ofensas, ellas no aumentarán tu habilidad. Te
cansarás inútilmente".
Un guerrero de la luz no pierde su
tiempo escuchando provocaciones; él tiene un destino que debe ser cumplido.
El guerrero de la luz recuerda un
fragmento de John Bunyan:
"Aun cuando haya pasado por todo lo
que pasé, no me arrepiento de los problemas en que me metí, porque fueron ellos
los que me condujeron hasta donde deseé llegar. Ahora, todo lo que tengo es esta
espada, y la entrego a cualquiera que desee seguir su peregrinación. Llevo
conmigo las marcas y las cicatrices de los combates; ellas son testimonio de lo
que viví y recompensas de lo que conquisté.
"Son estas marcas y cicatrices
queridas las que me abrirán las puertas del Paraíso. Hubo una época en la que
viví escuchando historias de hazañas. Hubo otras épocas en que viví simplemente
porque necesitaba vivir. Pero ahora vivo porque soy un guerrero y porque quiero
un día estar en la compañía de Aquel por quien tanto luché".
Desde el momento en que comienza a
andar, un guerrero de la luz conoce el Camino.
Cada piedra, cada curva, le da la
bienvenida. Él se identifica con las montañas y los arroyos, ve un poco de su
alma en las plantas, en los animales y en la aves del campo.
Entonces, aceptando al ayuda de Dios
y de las Señales de Dios, deja que su Leyenda Personal lo guíe en dirección a
las tareas que la vida le reserva.
Algunas noches no tiene dónde
dormir, otras sufre de insomnio. "Esto forma parte del juego - piensa el
guerrero -. Fui yo quien decidió seguir por aquí".
En esta frase está todo su poder: él
escogió la senda por donde camina ahora y no tiene motivo para protestar.
De aquí en adelante - y por algunos
centenares de años - el Universo ayudará a los guerreros de la luz a boicotear a
los prejuiciosos.
La energía de la Tierra necesita ser
renovada.
Las ideas nuevas necesitan espacio.
El cuerpo y el alma necesitan nuevos
desafíos.
El futuro se transformó en presente,
y todos los sueños - excepto los que contienen prejuicios - tendrán oportunidad
de manifestarse.
Lo que haya sido importante,
permanecerá; lo inútil, desaparecerá. El guerrero, sin embargo, no está
encargado de juzgar los sueños del prójimo y no pierde tiempo criticando las
decisiones ajenas.
Para tener fe en su propio camino,
no necesita probar que el camino del otro está equivocado.
Un guerrero de la luz estudia con
mucho cuidado la posición que pretende conquistar.
Por más difícil que sea su objetivo,
siempre existe una manera de superar los obstáculos. Él verifica los caminos
alternativos, afila su espada, procura llenar su corazón con la perseverancia
necesaria para enfrentarse al desafío.
Pero a medida que avanza, el
guerrero se da cuenta de que existen dificultades con las cuales no contaba.
Si permanece esperando el momento
ideal, nunca saldrá del lugar; es preciso un poco de locura para dar el próximo
paso.
El guerrero usa un poco de locura.
Porque en la guerra y en el amor, no es posible preverlo todo.
Un guerrero de la luz conoce sus
defectos. Pero conoce también sus cualidades.
Algunos compañeros se quejan todo el
tiempo: "Los demás tienen más oportunidades que nosotros".
Quizá tengan razón; pero un guerrero
no se deja paralizar por esto, sino que procura valorizar al máximo sus
virtudes.
Sabe que el poder de la gacela es la
habilidad de sus patas. El poder de la gaviota es su puntería para alcanzar el
pez. Aprendió que un tigre no teme a la hiena, porque es consciente de su
fuerza.
Entonces procura saber con qué puede
contar. Y siempre verifica su equipo, compuesto por tres elementos: fe,
esperanza y amor.
Si los tres están presentes, él no
duda en seguir adelante.
El guerrero siempre oye las palabras
de algunos predicadores antiguos, como las de T.H. Huxley:
"Las consecuencias de nuestras
acciones son espantajos para los cobardes, y rayos de luz para los sabios".
"El tablero de ajedrez es el mundo.
Las piezas son los gestos de nuestra vida diaria; las reglas son las llamadas
leyes de la Naturaleza. No podemos ver al jugador que está al otro lado del
tablero, pero sabemos que Él es justo, honesto y paciente".
Cabe al guerrero aceptar el desafío.
Él sabe que Dios no deja pasar un solo error de aquellos a quienes ama, y no
permite que sus preferidos finjan desconocer las reglas del juego.
Él reflexiona bastante antes de
actuar; sopesa su entrenamiento, su responsabilidad y su deber como maestro.
Procura mantener la serenidad y analiza cada paso como si fuese lo más
importante.
No obstante, en el momento en que
toma una decisión, el guerrero sigue adelante: ya no tiene más dudas sobre lo
que escogió, ni cambia de ruta si las circunstancias fueran diferentes a lo que
imaginaba.
Si su decisión fue correcta, vencerá
en el combate, aun cuando dure más de lo previsto. Si su decisión fue
equivocada, él será derrotado y tendrá que recomenzar todo otra vez, pero lo
hará con más sabiduría.
Pero un guerrero de la luz, cuando
comienza, llega hasta el final.
Un guerrero sabe que sus mejores
maestros son las personas con las que divide el campo de batalla.
Es peligroso pedir un consejo. Y
mucho más arriesgado darlo. Cuando él necesita ayuda, procura ver cómo sus
amigos resuelven - o no resuelven - sus problemas.
Si busca inspiración, lee en los
labios de su vecino las palabras que su ángel de la guarda quiere transmitirle.
Cuando está cansado o solitario, no
sueña con mujeres y hombres distantes; busca a quien está a su lado y comparte
su dolor o su necesidad de cariño, con placer y sin culpa.
Un guerrero sabe que la estrella más
distante del Universo se manifiesta en las cosas que están a su alrededor.
Un guerrero de la luz comparte su
mundo con las personas que ama.
Procura animarlas a hacer lo que les
gustaría pero no se atreven; en estos momentos, el Adversario aparece con dos
tablas en la mano.
En una de las tablas, está escrito:
"Piensa más en ti mismo. Conserva las bendiciones para ti mismo, o acabarás
perdiéndolo todo."
En la otra tabla, lee: "¿Quién eres
tú para ayudar a los otros? ¿No será que no consigues ver tus propios defectos?"
Un guerrero sabe que tiene defectos.
Pero sabe también que no puede crecer solo, distanciándose de sus compañeros.
Entonces arroja las dos tablas al
suelo, aun reconociendo que tienen un fondo de verdad. Ellas se transforman en
polvo, y el guerrero continúa animando a quien está cerca.
El sabio Lao Tzu comenta la jornada
del guerrero de la luz:
"El Camino incluye el respeto por
todo lo que es pequeño y sutil. Conoce siempre el momento de tomar las actitudes
necesarias".
"Aunque ya hayas tirado diversas
veces con el arco, continúa prestando atención a la manera cómo colocas la
flecha, y cómo tensas la cuerda".
"Cuando el iniciante está consciente
de sus necesidades, termina siendo más inteligente que el sabio distraído".
"Acumular amor significa suerte,
acumular odio significa calamidad. Quien no reconoce los problemas, termina
dejando la puerta abierta, y las tragedias surgen".
Se sienta en un lugar tranquilo de
su tienda y se entrega a la luz divina. Al hacer esto, procura no pensar en
nada; se desconecta de la búsqueda de placeres, de los desafíos y de las
revelaciones, y deja que sus dones y poderes se manifiesten.
Aunque no los perciba en el mismo
momento, estos dones y poderes están cuidando de su vida, y van a influir en su
quehacer cotidiano.
Mientras medita, el guerrero no es
él, sino una centella del Alma del Mundo. Son estos momentos los que le permiten
entender su responsabilidad, y actuar de acuerdo con ella.
Un guerrero de la luz sabe que, en
el silencio de su corazón, existe un orden que lo orienta.
- Cuando tengo mi arco tenso - dice
Herrigel a su maestro zen -, llega un momento en el que, si no disparo
inmediatamente, siento que voy a perder el aliento.
- Mientras intentes provocar el
momento de disparar la flecha no aprenderás el arte de los arqueros - contesta
el maestro -. Lo que a veces altera la precisión del tiro es la voluntad
demasiado activa del arquero.
Un guerrero de la luz a veces
piensa: "Todo lo que yo no haga, no será hecho".
Pero no es exactamente así: él debe
actuar, pero debe dejar también que el Universo actúe en su debido momento.
Un guerrero, cuando sufre una
injusticia, generalmente procura quedarse solo, para no mostrar su dolor a los
otros.
Es un comportamiento bueno y malo al
mismo tiempo.
Una cosa es dejar que su corazón
cure lentamente las propias heridas. Otra cosa es permanecer todo el día en
meditación profunda, con miedo a parecer débil.
Dentro de cada uno de nosotros
existe un ángel y un demonio, y sus voces son muy parecidas. Ante la dificultad,
el demonio alimenta esta conversación solitaria, procurando mostrarnos cuán
vulnerables somos. El ángel nos hace reflexionar sobre nuestras actitudes, y a
veces necesita manifestarse a través de la boca de alguien.
El afecto y el cariño forman parte
de su naturaleza, tanto como el comer, beber o el gusto por el Buen Combate.
Cuando el guerrero no se siente feliz ante una puesta de sol, es que algo anda
mal.
En este momento, interrumpe el
combate y va en busca de compañía, para contemplar juntos el atardecer.
Si tiene dificultades para
encontrarla, se pregunta a sí mismo: "¿Tuve miedo de aproximarme a alguien?
¿Recibí afecto y no lo percibí?"
Un guerrero de la luz usa la
soledad, pero no es usado por ella.
El guerrero de la luz sabe que es
imposible vivir en estado de completa relajación.
Aprendió como arquero que, para
disparar su saeta a distancia, es preciso mantener el arco bien estirado.
Aprendió con las estrellas que sólo la explosión interior permite su brillo. El
guerrero repara en que el caballo, en el momento de trasponer un obstáculo,
contrae todos sus músculos.
El guerrero de la luz siempre
consigue equilibrar Rigor y Misericordia.
Para alcanzar su sueño, necesita una
voluntad firme, y una inmensa capacidad de entrega: aunque tenga un objetivo, no
siempre el camino para lograrlo es aquel que se imagina.
Por eso, el guerrero usa la
disciplina y la compasión. Dios jamás abandona a sus hijos - pero sus designios
son insondables, y Él construye el camino con nuestros propios pasos.
Usando la disciplina y la entrega,
el guerrero se entusiasma. La rutina nunca puede dirigir movimientos
importantes.
El guerrero de la luz a veces actúa
como el agua, y fluye entre los obstáculos que encuentra.
En ciertos momentos, resistir
significa ser destruido; entonces, él de adapta a las circunstancias. Acepta sin
protestar que las piedras del camino tracen su rumbo a través de las montañas.
En esto reside la fuerza el agua;
jamás puede ser quebrada por un martillo, ni herida por un cuchillo. La más
poderosa espada del mundo es incapaz de dejar una cicatriz sobre sus superficie.
El agua de un río se adapta al
camino más factible, sin olvidar su objetivo: el mar. Frágil en su nacimiento,
lentamente va adquiriendo la fuerza de los otros ríos que encuentra.
Y a partir de un determinado
momento, su poder es total.
Para el guerrero de la luz, no
existe nada abstracto.
Todo es concreto, y todo le
concierne. Él no está sentado en el confort de su tienda, observando lo que
sucede en el mundo; acepta cada desafío como una oportunidad que se le presenta
para transformarse a sí mismo.
Algunos de sus compañeros pasan la
vida criticando la falta de elección, o comentando las decisiones ajenas. El
guerrero, sin embargo, transforma su pensamiento en acción.
Algunas veces yerra el objetivo, y
paga, sin protestar, el precio de su error. Otras veces se desvía del camino, y
pierde mucho tiempo regresando al destino original.
Un guerrero de la luz tiene las
cualidades de una roca.
Cuando está en terreno plano - todo
en su entorno encontró la armonía -, él se mantiene estable. Las personas pueden
construir sus casas sobre lo que fue creado, porque la tempestad no lo
destruirá.
Cuando, en cambio, lo colocan en
terreno inclinado - y las cosas que lo rodean no demuestran equilibrio o respeto
-, él revela su fuerza; rueda en dirección al enemigo y amenaza la paz. En estos
momentos, el guerrero es devastador, y nadie consigue detenerlo.
Un guerrero de la luz piensa en la
guerra y en la paz al mismo tiempo, y sabe actuar de acuerdo con las
circunstancias.
Un guerrero de la luz que confía
demasiado en su inteligencia, acaba por subestimar el poder del adversario.
Es necesario no olvidar que hay
momentos en que la fuerza es más eficaz que la estrategia.
La lidia de un toro dura
quince minutos; el toro aprende rápidamente que está siendo engañado y su
próximo paso es embestir sobre el torero. Cuando esto sucede, no hay brillo,
argumento, inteligencia o artimañas que puedan evitar la tragedia.
Por eso, el guerrero nunca subestima
la fuerza bruta. Cuando ésta es demasiado violenta, él se retira del campo de
batalla, hasta que el enemigo gaste su energía.
El guerrero de la luz sabe reconocer
un enemigo más fuerte que él.
Si resuelve enfrentarse con él, será
inmediatamente destruido. Si acepta sus provocaciones, caerá en la trampa.
Entonces, usa la diplomacia para superar la difícil situación en que se
encuentra. Cuando el enemigo actúa como un bebé, él hace lo mismo. Cuando lo
llama para el combate, él se hace el desentendido.
Los amigos comentan: "Es un
cobarde".
Pero el guerrero no hace caso al
comentario; sabe que toda la rabia y el coraje de un pájaro son inútiles delante
del gato.
En situaciones como ésta, el
guerrero tiene paciencia; pronto el enemigo partirá para provocar a otros.
Un guerrero de la luz no permanece
indiferente ante la injusticia.
Sabe que todo es una unidad, y que
cada acción individual afecta a todos los hombres del planeta. Por eso, cuando
presencia el sufrimiento ajeno, usa su espada para poner las cosas en orden.
No obstante, aun cuando luche contra
la opresión, en ningún momento procura juzgar al opresor. Cada uno responderá de
sus actos ante Dios y, una vez cumplida su tarea, el guerrero no emite ningún
comentario.
Un guerrero de la luz está en el
mundo para ayudar a sus hermanos y no para condenar a su prójimo.
La fuga puede ser un excelente arte
de defensa, pero no debe ser usada cuando el miedo es grande. En la duda, el
guerrero prefiere afrontar la derrota y después curar sus heridas, porque sabe
que si huyera estaría dando a su agresor un poder más grande que el que merece.
Ante los momentos difíciles y
dolorosos, el guerrero encara la situación desventajosa con heroísmo,
resignación y coraje.
El tiempo trabaja en su favor; él
aprende a dominar la impaciencia y evita gestos impensados.
Caminando despacio, nota la firmeza
de sus pasos. Sabe que participa de un momento decisivo en la historia de la
humanidad, y necesita cambiarse a sí mismo antes de transformar al mundo. Por
eso recuerda las palabras de Lanza del Vasto: "Una revolución necesita tiempo
para instalarse".
Un guerrero nunca coge el fruto
cuando aún está verde.
Un guerrero de la luz necesita
simultáneamente paciencia y rapidez.
Los dos mayores errores de una
estrategia son: el actuar antes de hora y el dejar que la oportunidad pase de
largo. Para evitar esto, el guerrero trata cada situación como si fuera única y
no aplica fórmulas ni recetas ni opiniones ajenas.
El califa Moauiyat preguntó a Omar
Ben-al-Aas cuál era el secreto de su gran habilidad política:
"Nunca me metí en un asunto sin
haber estudiado previamente la retirada; por otro lado, nunca entré y quise
salir en seguida corriendo", fue la respuesta.
Siente que nada consigue despertar
la emoción que deseaba. Muchas tardes y noches debe permanecer manteniendo una
posición conquistada sin que ningún acontecimiento nuevo le devuelva el
entusiasmo.
Sus amigos comentan:
"Tal vez su lucha haya terminado".
El guerrero siente dolor y confusión
al escuchar estos comentarios porque sabe que aún no llegó hasta donde quería.
Pero es obstinado, y no abandona lo que había decidido hacer.
Entonces, cuando menos lo espera,
una nueva puerta se abre.
Un guerrero de la luz siempre
mantiene su corazón limpio de sentimientos de odio.
Cuando se dirige a la lucha,
recuerda las palabras de Cristo: "Amad a vuestros enemigos". Y obedece.
Pero sabe que el acto de perdonar no
obliga a aceptarlo todo; un guerrero no puede bajar la cabeza, pues de hacerlo
perdería de vista el horizonte de sus sueños.
Acepta que los adversarios están
allí para poner a prueba su bravura, su persistencia, su capacidad de tomar
decisiones. Ellos lo obligan a luchar por sus sueños.
Es la experiencia del combate lo que
fortalece al guerrero de la luz.
Conoce la Búsqueda Espiritual del
hombre, sabe que ella ya escribió algunas de las mejores páginas de la historia.
Y algunos de sus peores capítulos:
masacres, sacrificios, oscurantismo. Fue usada para fines particulares, y vio a
sus ideales servir de escudo para intenciones terribles.
El guerrero ya oyó comentarios del
tipo: "¿Cómo voy a saber que este camino es serio?" Y vio a mucha gente
abandonar la búsqueda por no poder responder a esta pregunta.
El guerrero no tiene dudas; sigue
una fórmula infalible.
"Por los frutos conoceréis al
árbol", dijo Jesús. Él sigue esta regla, y no yerra nunca.
El guerrero de la luz se sienta con
sus compañeros en torno a una hoguera.
Comentan sus conquistas, y los
extraños que se incorporan al grupo son bienvenidos, porque todos están
orgullosos de su vida y del Buen Combate. El guerrero habla con entusiasmo del
camino, cuenta cómo resistió a cierto desafío, que solución encontró para un
momento difícil. Cuando cuenta historias, reviste sus palabras de pasión y
romanticismo.
A veces se permite exagerar un poco.
Recuerda que sus antepasados también exageraban de vez en cuando.
Por eso hace lo mismo. Pero sin
confundir jamás orgullo con vanidad, y sin creer sus propias exageraciones.
"Sí - escucha decir a alguien el
guerrero -. Necesito entenderlo todo antes de tomar una decisión. Quiero tener
la libertad de cambiar de idea".
El guerrero desconfía de esa frase.
También él puede tener la misma libertad, pero eso no le impide asumir un
compromiso, aunque no comprenda exactamente por qué lo hizo.
Un guerrero de la luz toma
decisiones. Su alma es libre como las nubes en el cielo, pero él está
comprometido con su dueño. En su camino libremente elegido, tiene que
levantarse en horas que no le gustan, hablar con gente que no aporta nada, hacer
algunos sacrificios.
Los amigos comentan: "Tú no eres
libre".
El guerrero es libre. Pero sabe que
horno abierto no cuece pan.
En cualquier actividad, es preciso
saber lo que se debe esperar, los medios de alcanzar
el objetivo, y la capacidad que
tenemos para la tarea propuesta.
"Sólo puede decir que renunció a los
frutos aquel que, estando así equipado, no siente ningún deseo por los
resultados de la conquista y permanece absorbido en el combate.
"Se puede renunciar al fruto, pero
esta renuncia no significa indiferencia ante el resultado".
El guerrero de la luz escucha con
respeto la estrategia de Gandhi. Y no se deja confundir por personas que,
incapaces de llegar a ningún resultado, viven predicando la renuncia.
El guerrero de la luz presta
atención a las pequeñas cosas, porque ellas pueden entorpecer mucho cualquier
acción.
Una espina, por pequeña que sea,
hace que el viajero interrumpa su paso. Una pequeña e invisible célula puede
destruir un organismo sano. El recuerdo de un instante de miedo en el pasado
hace que la cobardía regrese cada mañana. Una fracción de segundo abre la
guardia para el golpe fatal del enemigo.
El guerrero está atento a las
pequeñas cosas. A veces es duro consigo mismo, pero prefiere actuar así.
"El diablo habita en los detalles",
dice un viejo proverbio de la Tradición
No puede luchar solo; sea cual fuere
su plan, depende de otras personas. Necesita discutir su estrategia, pedir
ayuda y, en los momentos de descanso, tener a alguien a quien contar historias
de combate alrededor de la hoguera.
Pero él no deja que la gente
confunda su camaradería con inseguridad. Él es transparente en sus acciones y
secreto en sus planes.
Un guerrero de la luz baila con sus
compañeros, pero no transfiere a nadie la responsabilidad de sus pasos.
En el intervalo del combate, el
guerrero descansa.
Muchas veces pasa días sin hacer
nada, porque su corazón se lo exige; pero su intuición permanece alerta. Él no
comete el pecado capital de la Pereza, porque sabe adónde puede conducir ésta: a
la sensación tibia de las tardes de domingo, cuando el tiempo pasa... y nada
más.
El guerrero llama a esto "paz de
cementerio". Se acuerda de un fragmento del Apocalipsis: "Te maldigo porque no
eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero como eres tibio,
yo te vomitaré de mi boca".
Un guerrero descansa y ríe. Pero
está siempre atento.
El guerrero de la luz lo sabe: todo
el mundo tiene miedo de todo el mundo.
Este miedo generalmente se
manifiesta de dos maneras: a través de la agresividad o a través de la sumisión.
Son aspectos del mismo problema.
Por eso, cuando está delante de
alguien que le inspira temor, el guerrero se acuerda de que el otro tiene las
mismas inseguridades que él, pasó por obstáculos parecidos, vivió los mismos
problemas.
Pero está sabiendo manejar mejor la
situación. ¿Por qué? Porque él utiliza el miedo como motor, y no como un freno.
Entonces el guerrero aprende del
adversario, y actúa de la misma forma.
Él no se deja intimidar por el
silencio, por la indiferencia o por el rechazo. Sabe que, tras la máscara de
hielo que usan las personas, existe un corazón de fuego.
Por eso el guerrero arriesga más que
los otros. Busca incesantemente el amor de alguien, aun cuando esto signifique
escuchar muchas veces la palabra "no", regresar a casa derrotado, sentirse
rechazado en cuerpo y alma.
Un guerrero no se deja asustar
cuando busca lo que necesita. Sin amor, él no es nada.
El guerrero de la luz conoce el
silencio que anticipa el combate importante.
Y ese silencio parece decir: "Todo
se ha detenido. Es mejor olvidarse de la lucha y divertirse un poco". Los
combatientes sin experiencia dejan sus armas en ese momento, y se quejan del
tedio.
El guerrero está atento al silencio;
en algún lugar, algo está sucediendo. Él sabe que los terremotos destructores
llegan sin previo aviso. Ya caminó por selvas durante la noche; cuando los
animales no hacen ningún ruido, es que el peligro está próximo.
Mientras los otros conversan, el
guerrero se adiestra en el manejo de la espada, y vigila el horizonte.
Porque cree en milagros, los
milagros empiezan a suceder. Porque está seguro de que su pensamiento puede
cambiar su vida, su vida empieza a cambiar. Porque está convencido de que
encontrará el amor, este amor aparece.
De vez en cuando se decepciona. A
veces, recibe golpes.
El guerrero de la luz ha aprendido
que es mejor seguir la luz.
Él ya traicionó, mintió, se desvió
de su camino, cortejó a las tinieblas. Y todo continuó saliendo bien, como si no
hubiera pasado nada.
Sin embargo, un abismo llega de
repente; se pueden dar mil pasos seguros, y un paso de más acaba con todo.
Entonces el guerrero se detiene antes de destruirse a sí mismo.
Al tomar esta decisión, escucha
cuatro comentarios: "Tu conducta siempre ha sido equivocada. Ya eres demasiado
mayor para cambiar. Tú no eres bueno. Tú no mereces nada".
Él eleva sus ojos al cielo. Y una
voz le dice: "Querido amigo, todo el mundo ha hecho en su vida cosas
equivocadas. Estás perdonado, pero no puedo forzar ese perdón. Decídete".
Cada golpe de su espada trae consigo
siglos de sabiduría y meditación. Cada golpe necesita tener la fuerza y la
habilidad de todos los guerreros del pasado, que aún hoy continúan bendiciendo
la lucha. Cada movimiento en combate honra los movimientos que las generaciones
anteriores procuraron transmitir a través de la Tradición.
Comete algunos errores, a veces se
juzga más importante de lo que realmente es. Pero no miente.
Cuando se reúne alrededor de la
hoguera, conversa con sus compañeros y compañeras. Sabe que sus palabras quedan
guardadas en al memoria del Universo, como un atestado de lo que piensa.
Y el guerrero reflexiona: "¿Por qué
hablaré tanto, si muchas veces no soy capaz de hacer todo lo que digo?"
El corazón responde: "Cuando tú
defiendes públicamente tus ideas, debes esforzarte para vivir de acuerdo con
ellas".
Y porque piensa que él es lo que
habla, el guerrero acaba transformándose en lo que dice.
El guerrero sabe que de vez en
cuando el combate se interrumpe.
De nada sirve forzar la lucha; es
necesario tener paciencia, esperar que las fuerzas entren nuevamente en choque.
En el silencio del campo de batalla, escucha los latidos de su corazón.
Percibe que está tenso. Que tiene
miedo.
El guerrero hace un balance de su
vida: comprueba si la espada está afilada, el corazón satisfecho, la fe
incendiando el alma. Sabe que el mantenimiento es tan importante como la acción.
Siempre falta algo. Y el guerrero
aprovecha los momentos en que el tiempo se detiene para equiparse mejor.
El guerrero sabe que un ángel y un
demonio se disputan la mano que sostiene la espada.
Dice el demonio: "Vas a flaquear.
No sabrás cuál es el momento exacto. Tienes miedo". Dice el ángel: "Vas a
flaquear. No sabrás cuál es el momento exacto. Tienes miedo".
El guerrero se sorprende. Ambos le
han dicho lo mismo.
Entonces el demonio continúa: "Deja,
que yo te ayudo". Y el ángel: "Yo te ayudo".
En ese momento, el guerrero percibe
la diferencia. Las palabras son las mismas, pero los aliados son diferentes.
Cada vez que el guerrero saca su
espada, la utiliza.
Puede servir para abrir un camino,
ayudar a alguien, o alejar un peligro. Pero una espada es caprichosa, y no le
gusta ver su lámina expuesta sin razón.
Por eso el guerrero jamás amenaza.
Puede atacar, defenderse, o huir, cualquiera de estas actitudes forma parte del
combate. Lo que no forma parte del combate es desperdiciar la fuerza de un golpe
hablando sobre él.
Un guerrero de la luz está siempre
atento a los movimientos de su espada. Pero no puede olvidar que al espada
también está atenta a sus movimientos.
A veces el mal persigue al guerrero
de la luz; entonces, con tranquilidad, él lo invita a entrar en su tienda.
Y pregunta al mal: "¿Tú quieres
herirme o quieres usarme para herir a otros?"
El mal finge no oír. Dice que conoce
las tinieblas del alma del guerrero. Hurga en heridas no cicatrizadas y clama
venganza. Recuerda que conoce algunas artimañas y venenos sutiles que lo
ayudarán a destruir a sus enemigos.
El guerrero de la luz escucha. Si el
mal se distrae, él hace que retome la conversación, y le pide detalles de todos
sus proyectos.
Después de oírlo todo, se levanta y
se va. El mal ha hablado tanto, está tan cansado y tan vacío, que no tendrá
fuerzas para acompañarlo.
El guerrero de la luz, sin querer,
da un paso en falso y se hunde en el abismo.
Los fantasmas lo asustan, la soledad
lo atormenta. Como había buscado el Buen Combate, no pensaba que esto pudiera
sucederle nunca a él; pero sucedió. Rodeando de oscuridad, se comunica con su
maestro.
- Maestro, caí en el abismo - dice
-. Las aguas son hondas y oscuras.
- Recuerda esto - responde el
Maestro -: lo que ahoga a alguien no es la inmersión, sino el hecho de
permanecer bajo el agua.
Y el guerrero usa sus fuerzas para
salir de la situación en la que se encuentra.
El guerrero de la luz se comporta
como una criatura.
Las personas se escandalizan: se ha
olvidado de que una criatura necesita divertirse, jugar, ser un poco
irreverente, hacer preguntas inconvenientes e inmaduras, decir tonterías en las
que ni siquiera ella misma cree.
Y preguntan horrorizadas: "¿Es eso
el camino espiritual? ¡Él no tiene madurez!"
El guerrero se enorgullece del
comentario. Y mantiene su contacto con Dios, a través de su inocencia y alegría,
sin perder de vista su misión.
La raíz latina de la palabra
"responsabilidad" desvela su significado: capacidad de responder, de reaccionar.
Un guerrero responsable ha sido
capaz de observar y de entrenarse. Incluso a sido capaz de ser "irresponsable".
A veces se dejó llevar por una situación, y ni respondió ni reaccionó.
Pero aprendió las lecciones; tomó
una actitud, oyó un consejo, tuvo la humildad de aceptar ayuda.
Un guerrero responsable no es el que
coloca sobre sus hombros el peso del mundo, sino aquel que aprendió a luchar
contra los desafíos del momento.
Un guerrero de al luz siempre puede
elegir su campo de batalla.
A veces se ve sorprendido por
combates que no deseaba; pero no sirve de nada huir, porque estos combates lo
seguirán.
Entonces, en el momento en que el
conflicto es casi inevitable, el guerrero habla con su adversario. Sin demostrar
miedo ni cobardía, procura saber por qué el otro quiere luchar; qué es lo que le
hizo salir de su aldea y buscarlo para un duelo. Sin desenvainar la espada, el
guerrero lo convence de que aquel combate no es el suyo.
Un guerrero de la luz escucha lo que
su adversario tenga que decirle. Sólo lucha si es necesario.
Al guerrero de la luz le horrorizan
las decisiones importantes.
"Esto es demasiado para ti", dice un
amigo. "¡Adelante, sé valiente!" Le dice otro. Y sus dudas aumentan.
Después de algunos días de angustia,
él se retira a un rincón de su tienda, en donde acostumbra a sentarse para
meditar y orar. Se ve a sí mismo en el futuro. Ve a las personas que serán
beneficiadas o perjudicadas por su actitud. No quiere causar sufrimientos
inútiles, pero tampoco quiere abandonar el camino.
El guerrero entonces deja que la
decisión se manifieste.
Si fuera preciso decir sí, lo dirá
con valor. Si es necesario decir no, lo dirá sin cobardía.
Un guerrero de la luz asume
enteramente su Leyenda Personal.
Sus compañeros comentan: "¡Su fe es
admirable!"
El guerrero se enorgullece unos
instantes, pero luego se avergüenza de lo que ha escuchado, porque no tiene la
fe que aparenta.
En este momento su ángel le susurra:
"Tú eres apenas un instrumento de la luz. No hay motivos para vanagloriarse,
pero tampoco para sentirse culpable; sólo hay motivos para la alegría".
Y el guerrero de luz, consciente de
que es un instrumento, se queda más tranquilo y seguro.
“Hitler puede haber perdido la
guerra en el campo de batalla, pero terminó ganando algo – dice M. Alter -.
porque el hombre del siglo XX creó el campo de concentración, resucitó la
tortura y enseñó a los semejantes que es posible cerrar los ojos ante las
desgracias ajenas”.
Puede ser que tenga razón: existen
niños abandonados, civiles masacrados, inocentes en las cárceles, viejos
solitarios, borrachos en las cunetas, locos en el poder.
Pero quizá él no tenga ninguna
razón: existen los guerreros de la luz.
Y los guerreros de la luz jamás
aceptan lo que es inaceptable.
El guerrero de la luz nunca olvida
el viejo proverbio: el buen cabrito no chilla.
Las injusticias existen. Todos se
ven envueltos en situaciones inmerecidas, generalmente cuando no se pueden
defender. Muchas veces la derrota llama a la puerta del guerrero.
En esas ocasiones, él permanece en
silencio. No gasta energía en palabras, porque ellas no pueden hacer nada; es
mejor usar las fuerzas para resistir, tener paciencia y saber que Alguien está
vigilando. Alguien que vio el sufrimiento injusto y no se conforma con ello.
Este Alguien le da lo que él
necesita: tiempo. Tarde o temprano, volverá a trabajar en su favor.
Un guerrero de la luz es sabio; no
comenta sus derrotas.
No pide permiso a los otros para
empuñar su espada; simplemente la toma en sus manos. Tampoco pierde el tiempo
explicando sus gestos; fiel a las determinaciones de Dios, él responde por sus
acciones.
Mira a sus costados e identifica a
sus amigos. Mira hacia atrás e identifica a sus adversarios. Es implacable con
la traición, pero no se venga; se limita a apartar a los enemigos de su vida,
sin luchar con ellos más allá del tiempo necesario.
Un guerrero no anda con quien le
quiere hacer mal. Ni tampoco es visto en compañía de los que lo quieren
“consolar”.
Evita a quienes sólo están a su lado
en caso de derrota, estos falsos amigos que quieren probar que la debilidad
compensa. Siempre traen malas noticias. Siempre intentan destruir la confianza
del guerrero, bajo el manto de la “solidaridad”.
Cuando lo ven herido, se deshacen en
lágrimas, pero en el fondo de su corazón están contentos porque el guerrero
perdió una batalla. No entienden que esto forma parte del combate.
Los verdaderos compañeros de un
guerrero están a su lado en todos los momentos, en las horas difíciles y en las
horas fáciles.
En el comienzo de su lucha, el
guerrero de la luz afirmó: “Tengo sueños”.
Después de algunos años, percibe que
es posible llegar a donde quiere; sabe que será recompensado.
Llegado ese momento, se entristece.
Ha conocido la infelicidad ajena, la soledad, las frustraciones que acompañan a
gran parte de la humanidad, y considera que no merece lo que está a punto de
recibir.
Su ángel susurra: “Entrega todo”. El
guerrero se arrodilla y ofrece a Dios sus conquistas.
La Entrega obliga al guerrero a
parar de hacer preguntas tontas, y lo ayuda a vencer la culpa.
El guerrero de la luz tiene la
espada en sus manos.
Es él quien decide lo que va a
hacer, y lo que no hará bajo ninguna circunstancia.
Hay momentos en que la vida lo
conduce hacia una crisis: se ve forzado a separarse de cosas que siempre amó.
Entonces el guerrero reflexiona. Analiza si está cumpliendo la voluntad de Dios
o si actúa por egoísmo, y en el caso de que la separación esté realmente en su
camino, la acepta sin protestar.
Si, por el contrario, tal separación
fue provocada por la perversidad ajena, él es implacable en su respuesta.
El guerrero es dueño del golpe y del
perdón. Y sabe usar los dos con la misma habilidad.
El guerrero de la luz no cae en la
trampa de la palabra “libertad”.
Cuando su pueblo está oprimido, la
libertad es un concepto claro. En esos momentos, usando su espada y su escudo,
lucha hasta perder el aliento o la vida. Ante la opresión, la libertad es simple
de entender, es lo opuesto a la esclavitud.
Pero a veces el guerrero escucha a
los más viejos diciendo: “Cuando pueda dejar de trabajar seré libre”. Y apenas
transcurrido un año, se quejan: “La vida es solamente tedio y rutina”. En este
caso, la libertad es difícil de entender; significa ausencia de sentido.
Un guerrero de la luz está siempre
comprometido. Es esclavo de su sueño, y libre en sus pasos.
Un guerrero de la luz no se queda
siempre repitiendo la misma lucha, principalmente cuando no hay avances ni
retrocesos.
Si el combate no progresa, él
entiende que es preciso sentarse con el enemigo y discutir una tregua; ambos ya
practicaron el arte de la espada, y ahora necesitan entenderse.
Es un gesto de dignidad, y no de
cobardía. Es un equilibrio de fuerzas y un cambio de estrategia.
Trazados los planes de paz, los
guerreros vuelven a sus casas. No necesitan probar nada a nadie; lucharon en el
Buen Combate y mantuvieron la fe. Cada uno cedió un poco, aprendiendo con esto
el arte de la negociación.
Los amigos del guerrero de la luz le
preguntan de dónde procede su energía. Y él les responde: “Del enemigo oculto”.
Los amigos preguntan quién es.
El guerrero responde: “Alguien a
quien no pudimos herir”.
Puede ser un niño que lo venció en
una pelea en su infancia, la noviecita que lo dejó a los once años, el profesor
que le llamaba burro. Cuando está cansado, le guerrero se acuerda de que él aún
no vio su coraje.
No piensa en venganza, porque el
enemigo oculto no forma ya parte de su historia. Piensa solamente en mejorar su
habilidad, para que sus hazañas corran por el mundo y lleguen a los oídos de
quien lo hirió en el pasado.
El dolor de ayer es la fuerza del
guerrero de la luz.
Un guerrero de la luz siempre tiene
una segunda oportunidad en la vida.
Como todos los demás hombres y
mujeres, él no nació sabiendo manejar su espada, y cometió muchas equivocaciones
antes de descubrir su Leyenda Personal.
Ningún guerrero puede sentarse en
torno a la hoguera y decir a los otros: “Siempre actué correctamente”. Quien
afirma esto está mintiendo, y aún no aprendió a conocerse a sí mismo. El
verdadero guerrero de la luz ya cometió injusticias en el pasado.
Pero en el transcurso de la jornada,
percibe que las personas con quienes actuó injustamente siempre se vuelven a
cruzar en su camino.
Es su oportunidad de corregir el mal
que les causó. Y él siempre la utiliza, sin vacilar.
Un guerrero es simple como las
palomas y prudente como las serpientes.
Cuando se reúne para conversar, no
juzga el comportamiento de los otros; él sabe que las tinieblas utilizan una red
invisible para propagar su mal. Esta red captura cualquier información suelta en
el aire y la transforma en la intriga y la envidia que parasitan el alma humana.
Así, todo lo que se dice respecto de
alguien siempre termina llegando a los oídos de los enemigos de esa persona,
aumentado por la carga tenebrosa de veneno y maldad.
Por eso, cuando el guerrero habla de
las actitudes de su hermano, imagina que él está presente, escuchando lo que
dice.
Los guerreros de la luz se reconocen
por la mirada. Están en el mundo, forman parte del mundo, y al mundo fueron
enviados sin alforja ni sandalias. Muchas veces son cobardes. No siempre actúan
acertadamente.
Los guerreros de la luz sufren por
tonterías, se preocupan por cosas mezquinas, se juzgan incapaces de crecer. Los
guerreros de la luz de ven en cuando se consideran indignos de cualquier
bendición o milagro.
Los guerreros de la luz con
frecuencia se preguntan qué están haciendo aquí. Muchas veces piensan que su
vida no tiene sentido.
Por eso son guerreros de la luz.
Porque se equivocan. Porque preguntan. Porque continúan buscando un sentido. Y
terminan encontrándolo.
El guerrero de la luz está ahora
despertando de su sueño.
Piensa: “No sé luchar con esta luz,
que me hace crecer”. La luz, sin embargo, no desaparece.
El guerrero piensa:
“Necesitaré hacer cambios, peor me falta voluntad para ello”.
La luz continúa, porque la voluntad
es una palabra llena de trucos.
Entonces los ojos y el corazón del
guerrero empiezan a acostumbrarse a la luz. Ya no lo asusta, y él pasa a aceptar
su Leyenda, aun cuando eso signifique correr riesgos.
El guerrero estuvo dormido mucho
tiempo. Es natural que se vaya despertando poco a poco.
El luchador experto aguanta
insultos, conoce la fuerza de su puño, la habilidad de sus golpes. Ante un
ponente desprevenido, le basta mirar al fondo de los ojos para vencerlo sin
necesidad de llevar la lucha a un plano físico.
A medida que el guerrero aprende con
su maestro espiritual, la luz de la fe también brilla en sus ojos, y él no
precisa probar nada a nadie. No importan los argumentos agresivos del
adversario, diciendo que Dios es una superstición, que los milagros son trucos,
que creer en ángeles es huir de la realidad.
Como buen luchador, el guerrero de
la luz conoce su inmensa fuerza, pero jamás lucha con quien no merece el honor
del combate.
El guerrero pocas veces sabe el
resultado de una batalla cuando ésta termina.
El movimiento de la lucha generó
mucha energía a su alrededor, y existe un momento en el que tanto la victoria
como la derrota son posibles. El tiempo dirá quién venció o perdió; pero él sabe
que, a partir de ese instante, ya no puede hacer nada más: el destino de aquella
lucha está en las manos de Dios.
En esos momentos, el guerrero de la
luz no se queda preocupado por los resultados. Examina su corazón y se pregunta:
“¿Combatí el Buen Combate?” Si la respuesta es positiva, él descansa. Si la
respuesta es negativa, toma su espada y empieza a entrenarse de nuevo.
El guerrero de la luz lleva en sí la
centella de Dios.
Su destino es estar junto con otros
guerreros, pero a veces necesitará practicar solo el arte de la espada; por eso,
cuando está separado de sus compañeros, se comporta como una estrella.
Ilumina la parte del Universo que le
fue destinada, e intenta mostrar galaxias y mundos a todos los que miran al
cielo.
La persistencia del guerrero será en
breve recompensada. Poco a poco, otros guerreros se aproximan y los compañeros
se reúnen en constelaciones, con sus símbolos y sus misterios.
“La energía espiritual del Camino
utiliza la justicia y la paciencia para preparar tu espíritu.
“Éste es el camino del Caballero: un
camino fácil y al mismo tiempo difícil, porque obliga a dejar de lado las cosas
inútiles y las amistades relativas. Por eso, al comienzo se vacila tanto antes
de seguirlo.
“He aquí la primera enseñanza de la
Caballería: tú borrarás lo que hasta ahora habías escrito en el cuaderno de tu
vida: inquietud, inseguridad, mentira. Y escribirás, en lugar de todo esto, la
palabra coraje. Comenzando la jornada con esta palabra, y siguiendo con la fe en
Dios, llegarás hasta donde necesitas”.
Cuando el momento del combate se
aproxima, el guerrero de la luz está preparado para todas las eventualidades.
Analiza cada estrategia, y pregunta:
“¿Qué haría yo si tuviera que luchar conmigo mismo?” Así, descubre sus puntos
flacos.
En este momento, el adversario se
aproxima; trae la bolsa llena de promesas, tratados, negociaciones. Tiene
propuestas tentadoras y alternativas fáciles.
El guerrero analiza cada una de las
propuestas; también busca un acuerdo, pero sin perder la dignidad. Si evita el
combate, no lo hará por haber sido seducido, sino por considerar que es la mejor
estrategia.
Un guerrero de la luz no acepta
regalos de su enemigo.
A veces el guerrero de la luz tiene
la impresión de vivir dos vidas al mismo tiempo.
En una de ellas, es obligado a hacer
todo lo que no quiere, luchar por ideas en las que no cree. Pero existe otra
vida, y él la descubre en sus sueños, lecturas, gente que piensa como él.
El guerrero va permitiendo que sus
dos vidas se aproximen. “Hay un puente que uno lo que hago con lo que me
gustaría hacer”, piensa. Poco a poco, sus sueños van apoderándose de su rutina,
hasta que él percibe que está listo para lo que siempre deseó.
Entonces basta un poco de osadía
para que ambas vidas se transformen en una sola.
El guerrero de la luz necesita
dedicar tiempo para sí mismo. Y usa ese tiempo para el descanso, la
contemplación, el contacto con el Alma del Mundo. Aun en medio de un combate, él
consigue meditar.
En algunas ocasiones, el guerrero se
sienta, se relaja, y deja que todo lo que sucede a su alrededor siga sucediendo.
Mira al mundo como si fuera un espectador, no intenta crecer ni disminuir, sólo
entregarse sin resistencia al movimiento de la vida.
Lentamente, todo lo que parecía
complicado empieza a volverse sencillo. Y el guerrero se alegra.
El guerrero de la luz se cuida de
las personas que piensan conocer el camino.
Están siempre tan confiados en su
capacidad de decisión que no perciben la ironía con que el destino escribe la
vida de cada uno; y siempre se quejan cuando lo inevitable golpea en su puerta.
El guerrero de la luz tiene sueños.
Sus sueños lo llevan hacia adelante. Pero él jamás comete el error de pensar que
el Universo funciona como funciona la alquimia: solve et coagula, decían los
maestros. “Concentra y dispersa tus energías de acuerdo con la situación”.
Existen momentos para actuar y
momentos para aceptar. El guerrero sabe hacer la distinción.
“Vivo creyendo en todo lo que los
demás me dicen y siempre me decepciono”, acostumbran a decir los compañeros.
Es importante confiar en las
personas, un guerrero de la luz no teme a las decepciones porque conoce el poder
de su espada y la fuerza de su amor.
No obstante, él consigue imponer sus
límites: una cosa es aceptar las señales de Dios, y entender que los ángeles
usan la boca de nuestro prójimo para aconsejarnos. Otra cosa es ser incapaz de
tomar decisiones y estar siempre buscando la manera de dejar que los otros nos
digan lo que debemos hacer.
Un guerrero confía en los otros
porque, en primer lugar, confía en sí mismo.
El guerrero de la luz contempla la
vida con dulzura y firmeza.
Está ante un misterio, cuya
respuesta encontrará un día. De vez en cuando se dice a sí mismo: “Pero esta
vida parece una locura”.
Tiene razón. Entregado al milagro de
lo cotidiano, nota que no siempre es capaz de prever las consecuencias de sus
actos. A veces actúa sin saber que está actuando, salva sin saber que está
salvando, sufre sin saber por qué está triste.
Sí, esta vida es una locura. Pero la
gran sabiduría del guerrero de la luz consiste en elegir bien su locura.
El guerrero de la luz contempla las
dos columnas que están al lado de la puerta que quiere abrir.
Una se llama Miedo, la otra se llama
Deseo. El guerrero contempla la columna del Miedo y allí está escrito: “Vas a
entrar en un mundo desconocido y peligroso, donde todo lo que aprendiste hasta
ahora no servirá para nada”.
El guerrero mira la columna del
Deseo, y allí está escrito: “Vas a salir de un mundo conocido, donde están
guardadas las cosas que siempre quisiste, y por las cuales luchaste tanto”.
El guerrero sonríe, porque no existe
nada que lo asuste ni nada que lo retenga. Con la seguridad de quien sabe lo que
quiere, él abre la puerta.
Un guerrero de la luz practica un
penoso ejercicio de crecimiento interior: concede atención a cosas que se
realizan automáticamente, como respirar, guiñar los ojos o reparar en los
objetos que lo rodean.
Hace esto cuando se siente confuso.
Así se libera de sus tensiones y deja a su intuición trabajar con más libertad,
sin interferencia de sus miedos o deseos. Ciertos problemas que parecían
insolubles terminan siendo resueltos, ciertos dolores que juzgaba insuperables
se disipan sin esfuerzo.
Cuando tiene que afrontar una
situación difícil, usa esa técnica.
El guerrero de la luz escucha
comentarios tales como “yo no quiero contar ciertas cosas porque la gente es
envidiosa”.
Al oír esto, el guerrero ríe. “La
envidia no puede causar ningún daño, si no es aceptada. La envidia forma parte
de la vida, y todos necesitan aprender a tratar con ella”.
Sin embargo, él rara vez comenta sus
planes, por lo que a veces los demás piensan que tiene miedo de la envidia.
Pero él sabe que cada vez que habla
de un sueño, usa un poco de la energía de ese sueño para expresarse. Y de tanto
hablar, corre el riesgo de gastar toda la energía necesaria para actuar.
Un guerrero de la luz conoce el
poder de las palabras.
El guerrero de la luz conoce el
valor de la persistencia y del coraje.
Muchas veces, durante el combate, él
recibe golpes que no esperaba. Y comprende que, durante la guerra, el enemigo
vencerá algunas batallas. Cuando esto sucede, él llora sus penas y descansa para
recuperar un poco las energías. Pero inmediatamente después vuelve a luchar por
sus sueños.
Porque cuanto más tiempo permanezca
alejado, mayores son las posibilidades de sentirse débil, miedoso, intimidado.
Cuando un jinete cae del caballo y no vuelve a montarlo al minuto siguiente,
jamás tendrá el valor de hacerlo nuevamente.
Él decide sus acciones usando la
inspiración y la fe. No obstante, a veces encuentra personas que lo llaman para
actuar en luchas que no son suyas, en campos de batalla que él no conoce – o que
no le interesan -. Esas personas quieren implicar al guerrero de la luz en
desafíos que son importantes para ellas, pero no para él.
Muchas veces son personas próximas,
que aprecian al guerrero, confían en su fuerza y, como están ansiosas, quieren
su ayuda de cualquier manera.
En estos momentos, él sonríe y
demuestra su amor, pero no acepta la provocación.
Un verdadero guerrero de la luz
siempre elige su campo de batalla.
Él no trata a la derrota como algo
indiferente, usando frases tales como “Bien, esto no era tan importante” o “A
decir verdad, yo no quería realmente esto”. Acepta la derrota como una derrota,
sin intentar transformarla en victoria.
Amarga el dolor de las heridas, la
indiferencia de los amigos, la soledad de la pérdida. En estos momentos se dice
a sí mismo: “Luché por algo y no lo conseguí. Perdí mi primera batalla”.
Esta frase le da nuevas fuerzas. Él
sabe que nadie gana siempre, y sabe distinguir sus aciertos de sus errores.
Cuando se quiere algo, el Universo
entero conspira en su favor. El guerrero de la luz lo sabe.
Por esta razón cuida mucho sus
pensamientos. Escondidos bajo una serie de buenas intenciones existen
sentimientos que nadie osa confesarse a sí mismo: venganza, autodestrucción,
culpa o miedo de la victoria, la alegría macabra ante la tragedia de otros.
El Universo no juzga: conspira a
favor de lo que deseamos. Por eso, el guerrero tiene el valor de mirar hasta las
sombras de su alma y ver si no está pidiendo nada nocivo para sí mismo.
Jesús decía: “Que tu sí sea un sí y
que tu no sea un no”. Cuando el guerrero asume una responsabilidad, mantiene su
palabra.
Los que prometen y no cumplen,
pierden el respeto hacia sí mismos, se avergüenzan de sus actos. La vida de
estas personas consiste en huir; ellas gastan mucha más energía dando una serie
de disculpas para deshonrar lo que dijeron, que la que usa el guerrero de la luz
para mantener sus compromisos.
A veces él también asume una
responsabilidad tonta, que derivará en su perjuicio. No volverá a repetir esa
actitud, pero, aun así, cumple con honor lo que dijo y paga el precio de su
impulsividad.
Cuando gana una batalla, el guerrero
la conmemora.
Esta victoria costó momentos
difíciles, noches de dudas, interminables días de espera. Desde los tiempos
antiguos, celebrar un triunfo forma parte del propio ritual de la vida: la
conmemoración es un rito del pasaje.
Los compañeros ven la alegría del
guerrero de la luz y piensan: “¿Por qué hace esto? Puede llevarse una decepción
en su próximo combate. Puede atraer la furia del enemigo”.
Pero el guerrero sabe el motivo de
su gesto. Él se beneficia del mejor regalo que la victoria puede aportarle: la
confianza.
Celebra hoy su victoria de ayer para
tener más fuerzas en la batalla de mañana.
Un día, sin ningún aviso previo, el
guerrero descubre que lucha sin el mismo entusiasmo que antes.
Continúa haciendo todo lo que hacía,
pero cada gesto parece haber perdido su sentido. En este momento, él sólo tiene
una elección: continuar practicando el Buen Combate. Hace sus oraciones por
obligación, o por miedo, o por cualquier otro motivo, pero no interrumpe su
camino.
Sabe que el ángel de Aquel que lo
inspira está dando un paseo. El guerrero mantiene la atención concentrada en su
lucha e insiste, aun cuando todo parece inútil. Al poco tiempo el ángel regresa,
y el simple rumor de sus alas le devolverá la alegría.
Un guerrero de la luz comparte con
los otros lo que sabe del camino.
Quien ayuda, siempre es ayudado, y
tiene que enseñar lo que aprendió. Por eso, él se sienta alrededor de la hoguera
y cuenta cómo fue su día de lucha.
Un amigo le susurra: “¿Por qué
revelas tan abiertamente tu estrategia? ¿No ves que actuando así corres el
riesgo de tener que compartir tus conquistas con otros?”
El guerrero se limita a sonreír, sin
responder. Sabe que si llegara al final de la jornada a un paraíso vacío, su
lucha no habría valido la pena.
El guerrero de la luz aprendió que
Dios usa la soledad para enseñar la convivencia.
Usa la rabia para mostrar el
infinito valor de la paz. Usa el tedio para resaltar la importancia de la
aventura y del abandono.
Dios usa el silencio para enseñar
sobre la responsabilidad de las palabras. Usa el cansancio para que se pueda
comprender el valor del despertar. Usa la enfermedad para resaltar la bendición
de la salud.
Dios usa el fuego para enseñar sobre
el agua. Usa la tierra para que se comprenda el valor del aire. Usa la muerte
para mostrar la importancia de la vida.
Cuando ven esto, algunos compañeros
comentan: “Quien necesita algo lo pide”.
Pero el guerrero sabe que existe
mucha gente que no consigue – simplemente no consigue – pedir ayuda. A su lado
existen personas cuyo corazón está tan frágil que comienzan a vivir amores
enfermizos; tienen hambre de afecto, y vergüenza de demostrarlo.
El guerrero las reúne alrededor de
la hoguera, cuenta historias, reparte su alimento, se embriaga junto con ellas.
Al día siguiente, todos se sienten mejor.
Aquellos que miran la miseria con
indiferencia son los más miserables.
Las cuerdas que están siempre tensas
terminan desafinando.
Los guerreros que están en continuo
entrenamiento pierden espontaneidad en la lucha. Los caballos que siempre saltan
obstáculos terminan rompiéndose una pata. Los arcos que son curvados todos los
días ya no tiran sus flechas con la misma fuerza.
Por eso, aunque no esté con ganas,
el guerrero de la luz procura divertirse con las pequeñas cosas cotidianas.
El guerrero de la luz escucha a Lao
Tzu cuando dice que debemos olvidar la idea de días y horas para prestar cada
vez más atención al minuto.
Sólo así él consigue resolver
ciertos problemas antes de que aparezcan; prestando atención a las pequeñas
cosas, consigue evitar grandes calamidades.
Pero pensar en las pequeñas cosas no
significa pensar en pequeño. Una preocupación exagerada termina eliminando
cualquier rastro de alegría de la vida.
El guerrero sabe que un gran sueño
está compuesto por muchas cosas diferentes, así como la luz del sol es la suma
de sus millones de rayos.
Hay momentos en los que el camino
del guerrero pasa por períodos de rutina.
Entonces él aplica una enseñanza de
Nachman de Bratzlav: “Si no consigues meditar, debes repetir apenas una simple
palabra, porque esto hace bien al alma. No digas nada más, apenas repite esa
palabra sin parar incontables veces. Ella terminará perdiendo su sentido y
después adquirirá un significado nuevo. Dios abrirá las puertas, y tú
terminarás usando esa simple palabra para decir todo lo que querías”.
Cuando se ver forzado a repetir la
misma tarea varias veces, el guerrero utiliza esa táctica, y transforma su
trabajo en oración.
Un guerrero de la luz no tiene
“certezas” sino un camino a seguir, al cual procura adaptarse de acuerdo con el
tiempo.
Lucha en el verano con equipamientos
y técnicas diferentes a los de la lucha en invierno. Siendo flexible, ya no
juzga al mundo desde el punto de vista de “acertado” o “equivocado”, sino sobre
la base de la actitud más apropiada para aquel momento.
Sabe que sus compañeros también
tienen que adaptarse, y no se sorprende cuando cambian de actitud. Da a cada uno
el tiempo necesario para justificar sus acciones.
Un guerrero se sienta alrededor de
la hoguera con sus amigos.
Pasan horas acusándose mutuamente,
pero terminan por la noche durmiendo en la misma tienda y olvidando las ofensas
que se dirigieron. De vez en cuando aparece un recién llegado al grupo. Porque
aún no tiene una historia en común, muestra solamente sus cualidades, y algunos
lo consideran un maestro.
Pero el guerrero de la luz jamás lo
compara con sus viejos compañeros de batalla. El extranjero es bienvenido, pero
sólo confiará en él cuando sepa también sus defectos.
Un guerrero de la luz no entra en
una batalla sin conocer los límites de su aliado.
El guerrero de la luz conoce una
vieja expresión popular: “Si el arrepentimiento matase...”
Y sabe que el arrepentimiento mata;
va lentamente corroyendo el alma a quien hizo algo mal, y lleva a la
autodestrucción.
El guerrero no quiere morir de esta
manera. Cuando actúa con perversidad o maldad – porque es un hombre lleno de
defectos – no se avergüenza de pedir perdón.
Si aún es posible, usa sus esfuerzos
para reparar el mal que hizo. Si la persona que lo recibió ya está muerta, él
hace el bien a un extraño y dedica esa acción al alma de su víctima.
Un guerrero de la luz no se
arrepiente, porque el arrepentimiento mata. Él se humilla e intenta reparar el
mal que causó.
Todos los guerreros de la luz ya
oyeron a su madre decir: “Mi hijo hizo esto porque perdió la cabeza, pero en el
fondo es una persona muy buena”.
Aun cuando respete a su madre, él
sabe que no es así. No está siempre culpándose de sus actos imprudentes, pero
tampoco vive perdonándose todos sus desaciertos, pues de esta manera jamás
corregiría el camino.
Él usa el sentido común para juzgar
el resultado de sus actos, y no las intenciones que tuvo al realizarlos. Asume
todas sus acciones, aun cuando deba pagar un alto precio por su error.
Dice un viejo proverbio árabe: “Dios
juzga al árbol por sus frutos, y no por sus raíces”.
Antes de tomar una decisión
importante – declarar una guerra, mudarse con sus compañeros a otra llanura,
escoger un campo para sembrar - , el guerrero se pregunta a sí mismo: “¿Cómo
afectará esto a la quinta generación de mis descendientes?”
Un guerrero sabe que los actos de
cada persona tienen consecuencias que se prolongan durante mucho tiempo, y
necesita saber qué mundo está dejando para su quinta generación.
“No hagas tempestades en un vaso de
agua...”, advierte alguien al guerrero de la luz.
Pero él nunca exagera un momento
difícil y procura mantener siempre la calma necesaria.
Sin embargo, no juega con el dolor
ajeno.
Un pequeño detalle, que en nada lo
afecta, puede servir de estopín para la tormenta que se preparaba en el alma de
su hermano. El guerrero respeta el sufrimiento del prójimo, y no intenta
compararlo con el suyo.
La copa de sufrimientos no es del
mismo tamaño para todo el mundo.
“La primera cualidad del camino
espiritual es el coraje”, decía Gandhi.
El mundo parece amenazador y
peligroso para los cobardes. Éstos buscan la falsa seguridad de una vida sin
grandes desafíos, se arman hasta los dientes para defender aquello que creen
poseer. Los cobardes terminan construyendo los barrotes de su propia prisión.
El guerrero de la luz proyecta su
pensamiento más allá del horizonte. Sabe que si no hace nada por el mundo, nadie
más lo hará.
Entonces, participa en el Buen
Combate y ayuda a los otros, incluso sin entender bien por qué lo hace.
El guerrero de la luz lee con
atención un texto que el Alma del Mundo envió a Chico Xavier:
“Cuando consigas superar graves
problemas de relación, no te detengas en el recuerdo de los momentos difíciles,
sino en la alegría de haber atravesado una prueba más en tu vida. Cuando acabes
un largo tratamiento de salud, no pienses en el sufrimiento que fue necesario
afrontar, sino en la bendición de Dios que permitió tu cura.
“Conserva en tu memoria durante el
resto de tus días las cosas buenas que surgieron de las dificultades. Ellas
serán una prueba más de tu capacidad, y te infundirán confianza ante cualquier
obstáculo”.
El guerrero de la luz se concentra
en los pequeños milagros de la vida diaria.
Si es capaz de ver lo bello, es
porque trae la belleza dentro de sí, ya que el mundo es un espejo y devuelve a
cada hombre el reflejo de su propio rostro. Aun conociendo sus defectos y
limitaciones, el guerrero hace lo posible por mantener el buen humor en los
momentos de crisis.
Al fin y al cabo, el mundo se está
esforzando en ayudarlo, aun cuando todo a su alrededor parezca decir lo
contrario.
Existe una basura emocional: es
producida en las usinas del pensamiento. Son dolores que ya pasaron y ahora ya
no tienen ninguna utilidad. Son precauciones que fueron importantes en el
pasado, pero de nada sirven en el presente.
El guerrero también posee sus
recuerdos, pero consigue separar lo que es útil de lo innecesario; él se
desprende de su basura emocional.
Dice un compañero: “Pero esto forma
parte de mi historia. ¿Por qué debo abandonar sentimientos que han marcado mi
existencia?”
El guerrero sonríe, pero no intenta
sentir cosas que ya no siente ahora. Él está cambiando, y quiere que sus
sentimientos lo acompañen.
Dice el maestro al guerrero, cuando
lo ve deprimido:
“Tú no eres lo que aparentas en los
momentos de tristeza. Eres mucho más que eso.
“Mientras que muchos partieron (por
razones que nunca llegaremos a comprender), tú continúas aquí.
“¿Por qué Dios se llevó a personas
tan increíbles y te dejó a ti?
“En ese momento, millones de
personas ya desistieron. No se quejan, no lloran, ya no hacen nada; se limitan a
dejar pasar el tiempo, porque perdieron su capacidad de reacción.
“Tú, en cambio, estás triste. Esto
prueba que tu alma continúa viva”.
A veces, en medio de una batalla que
parece interminable, el guerrero tiene una idea y consigue vencer en pocos
segundos.
Entonces piensa: “¿Por qué sufrí
tanto tiempo en un combate que ya podía haber sido resuelto con la mitad de la
energía que gasté?”
En verdad, cualquier problema, una
vez ya resuelto, parece simple. La gran victoria que hoy parece fácil fue el
resultado de pequeñas victorias que pasaron desapercibidas.
Entonces el guerrero entiende lo que
sucedió y duerme tranquilo. En vez de culparse por haber tardado tanto tiempo en
llegar, se alegra por saber que terminó llegando.
El primero es aquel en el que se
pide que determinadas cosas sucedan, intentando decir a Dios lo que debe hacer.
No se concede ni tiempo ni espacio para que el Creador actúe. Dios – que sabe
muy bien lo que es mejor para cada uno – continuará actuando como le convenga. Y
el que reza queda con la sensación de no haber sido escuchado.
El segundo tipo de rezo es aquel en
que, incluso sin comprender los caminos del Altísimo, el hombre deja que se
cumplan en su vida los designios del Creador. Pide que se le evite el
sufrimiento, pide alegría para el Buen Combate, pero no olvida decir a cada
momento “Hágase Tu voluntad”.
El guerrero de la luz reza de esta
segunda manera.
Siempre que puede, hace uso de su
arma más fácil y efectiva: la intriga. Cuando la utiliza, no necesita hacer
mucho esfuerzo, porque otros están trabajando para él. Con palabras mal
dirigidas se pueden destruir meses de dedicación, años en busca de armonía.
Con frecuencia el guerrero de la luz
es víctima de esta celada. No sabe de dónde viene el golpe, y no tiene cómo
probar que la intriga es falsa. La intriga no permite el derecho de defensa:
condena sin juicio previo.
Entonces él aguanta las
consecuencias y los castigos inmerecidos, pues la palabra tiene poder, y él lo
sabe. Pero sufre en silencio, y jamás usa la misma arma para atacar a su
adversario.
“Dad al tonto mil inteligencias, y
él no querrá sino la vuestra”, dice el proverbio árabe. Cuando el guerrero de la
luz comienza a plantar su jardín, repara en que el vecino está allí, espiando.
Le gusta dar consejos sobre cómo sembrar las acciones, adobar los pensamientos,
regar las conquistas.
Si atiende a lo que le está
diciendo, terminará haciendo un trabajo que no es el suyo; el jardín que ahora
cuida será idea del vecino.
Pero un verdadero guerrero de la luz
sabe que cada jardín tiene sus misterios, que sólo la mano paciente del
jardinero es capaz de descifrar. Por eso prefiere concentrarse en el sol, en la
lluvia, en las estaciones.
Sabe que el tonto que da opiniones
sobre el jardín ajeno, no está cuidando sus plantas.
Para luchar, es preciso mantener los
ojos bien abiertos. Y tener al lado compañeros fieles.
Sucede que, de repente, aquel que
luchaba junto al guerrero de la luz pasa a ser su adversario.
La primera reacción es de rabia;
pero el guerrero sabe que el combatiente ciego está perdido en medio de la
batalla.
Entonces procura ver las cosas
buenas que el antiguo aliado hizo durante el tiempo que convivieron juntos;
intenta comprender lo que lo llevó a un cambio tan repentino e inesperado de
actitud, cuáles son las heridas que se fueron acumulando en su alma. Busca
descubrir qué es lo que hizo que uno de los dos desistiera del diálogo.
Nadie es totalmente bueno o malo; el
guerrero piensa en esto cuando ve que tiene un nuevo adversario.
Un guerrero sabe que los fines no
justifican los medios.
Porque no existen fines; existen
solamente medios. La vida lo lleva desde lo desconocido hacia lo desconocido.
Cada minuto está revestido de este apasionante misterio: el guerrero no sabe de
dónde vino ni hacia dónde va.
Pero no está aquí por casualidad. Y
se alegra con la sorpresa, se encanta con los paisajes nuevos. Muchas veces
siente miedo, pero esto es normal en un guerrero.
Si sólo piensa en la meta, no
conseguirá prestar atención a las señales del camino; si se concentra solamente
en una pregunta, perderá varias respuestas que están a su lado.
Ya vio muchas veces a alguien
actuando mal con quien no tenía el valor para reaccionar. Entonces, por cobardía
y resentimiento, esta persona descargó su rabia en otra más débil, que a su vez
la descargó en otra, formando una verdadera cadena de infelicidad. Nadie sabe
las consecuencias de sus propias crueldades.
Por eso el guerrero es cuidadoso en
el uso de la espada, y sólo acepta un adversario que sea digno de él. En los
momentos de rabia, prefiere golpear una roca y magullarse la mano.
La mano termina sanando; pero el
niño que terminó recibiendo porque su padre perdió un combate, quedará marcado
para el resto de su vida.
Cuando llega una orden de cambio, el
guerrero se despide de todos los amigos que formó durante el transcurso de su
camino. A algunos les enseñó cómo escuchar las campanas de un templo sumergido,
a otros les contó historias alrededor de la hoguera.
Su corazón se entristece, pero él
sabe que su espada está consagrada y debe obedecer las órdenes de Aquel a quien
ofreció su lucha.
Entonces el guerrero de la luz
agradece a los compañeros de jornada, respira hondo y sigue adelante, cargando
con recuerdos de una jornada inolvidable.
Ya era de noche cuando ella acabó de
hablar. Los dos se quedaron mirando a la luna que nacía.
- Muchas cosas de las que me has
dicho se contradicen entre sí – dijo él.
Ella se levantó y contestó:
- Adiós. Tú sabías que las campanas
del fondo del mar no eran una leyenda; pero sólo fuiste capaz de escucharlas
cuando percibiste que el viento, las gaviotas, el rumor de las hojas de palmera,
todo aquello formaba parte del tañido de las campanas.
“De la misma manera, el guerrero de
la luz sabe que todo lo que lo rodea – sus victorias, sus derrotas, su
entusiasmo y su desánimo – forma parte de su Buen Combate. Y sabrá usar la
estrategia adecuada en el momento en que la necesite. Un guerrero no procura ser
coherente; él aprende a vivir con sus contradicciones.
- ¿Quién eres? – preguntó.
Pero la mujer se alejaba, caminando
sobre las olas, en dirección hacia la luna naciente.