La Resaca
del 8.8.8
Soleika Llop
La gloriosa y
afamada apertura del Portal de Orión el pasado 8.8.8 nos ha franqueado a todos
la entrada a algo que podríamos comparar con un gigantesco parque temático.
¡Maravilloso, estupendísimo, superextracalifragilísticoyexpialidoso!. Pero tras
los “aaahh” y los “oooohhhh” de rigor, tras las exclamaciones y onomatopeyas del
niño que accede por primera vez a Disneyworld, ¿qué pasa? ¿Vamos a esperar el
próximo festival lumínico para vestirnos de domingo, con nuestras mejores galas
–espirituales, se entiende- para participar en el nuevo ritual de turno, como el
que se espera a que sea el uno de noviembre para acordarse de la parentela que
ha cruzado el umbral? ¿O nos propondremos explorar este “parque” y disfrutar
–sí, sí, disfrutar- de todas sus atracciones?
Podemos elegir
subir al tren de la bruja y descubrir nuestra magia personal. O visitar el
castillo de la Bella Durmiente, esa diosa que permanece en estado letárgico
hasta que recibe el beso activador de su polaridad masculina, la voluntad, la
que pasa a la acción. Considerando que lo femenino es el ser y lo masculino el
hacer, y que uno sin el otro cojea y renquea.
Otra visita de
interés es la sala de los espejos, en la que podemos contemplar nuestra imagen,
o la de cualquier persona, para percibir qué se esconde detrás de la máscara o
del disfraz que lleva puesto o incluso pegado a la piel, como el caballero de la
armadura oxidada, que al querer quitársela se dio cuenta de que la tenía
enganchada con super glue 3.
No nos
olvidemos de la noria, que al alcanzar su punto culminante, nos ofrece una
visión global, panorámica y desapegada de nuestra realidad. Desde las alturas,
los escollos de la vida diaria se perciben en tamaño Liliput y esto ayuda a
desdramatizar la propia existencia y a relativizar todas las cosas. La noria
también nos permite bajar de los cielos a la tierra y pasar al terreno práctico
las inspiraciones que hayamos recibido al frecuentar la parte más elevada de
nuestro ser.
Tal vez nos
decantemos por los autos de choque, gracias a los cuales aprendemos a esquivar
al contrario y a conducir nuestro vehículo, a manejarnos en las distancias
cortas, a activar nuestros reflejos o a reírnos en caso de que recibamos algún
trastazo. También aprenderemos que si conducimos con agresividad y sin respetar
al vecino, recibiremos el mismo trato y saldremos de la atracción un tanto
magullados.
¿Y el tío
vivo? Con sus coches de bomberos, sus caballitos o sus motos en miniatura, que
nos llevarán a conectar con nuestro niño interior y tomar conciencia de que
debemos alimentarlo y cuidarlo, con papillas de espontaneidad, potitos de risa,
potajes de frescura, purés de inocencia, batidos de humildad y zumitos de
franqueza.
Y ¿qué decir
de las cabinas de realidad virtual, en las que uno puede palpar la existencia
desde otros ángulos y puede comprobar que nada es lo que parece? Podemos hasta
llegar a entender que nuestra vida diaria es eso mismo, pura realidad virtual,
fruto de nuestras creencias, improntas y condicionamientos. Podemos percibir,
como el protagonista de la película “El Show de Truman”, que las tormentas y
dramas humanos en los que a veces nos vemos inmersos no son más de un simple
decorado ficticio diseñado y concebido para hacernos palpar –pongamos por caso-
el efecto de una tormenta sobre nuestra psique y nuestro cuerpo.
La que suele
ser para muchos niños, y no tan niños, la estrella de todas las atracciones me
sopla al oído que no deje de mencionarla: la super mega montaña rusa que nos
invita a entender que con cada subidón artificial, es decir, impulsado por un
factor exterior (drogas, rituales mágicos, alucinógenos, complicados ejercicios
de respiración, grandes estallidos emocionales etc.) le corresponde un bajón de
idéntica intensidad susceptible de provocar emociones fuertes, mareos o
malestar. A veces, el efecto que se consigue es que uno acaba regurgitando hasta
la primera papilla, o sea sacando viejos contenidos de la psique que no fueron
correctamente asimilados. Teniendo en cuenta, además, que no es lo mismo caerse
desde la azotea del Empire State Building que desde el primer piso de un
adosado. Quienes se elevan de forma artificial emulan a Ícaro, ese personaje
mitológico que quiso alcanzar el Sol con alas de cera. Ascender y alcanzar la
iluminación ha de ser el resultado de un trabajo personal de purificación
interior, de búsqueda, de toma de conciencia. El plan Pond´s de iniciación en
siete días es algo ficticio, quien nos los proponga nos está engañando.
Podríamos
seguir desgranando analogías con los parques de atracciones pero de lo que se
trata en definitiva es de entender que no podemos quedarnos con los brazos
cruzados en las puertas del recinto de la octava Dimensión. No podemos seguir
con nuestras pequeñas rutinas, con las anteojeras puestas, enfrascados en la
vorágine del día a día como si nada hubiera pasado. El cielo, nuestro cielo
particular, la parte más elevada de nuestro ser, nos ha mandado una
impresionante paletada de fuego divino, invitándonos a transformarlo en actos
creativos y portadores de conciencia. Induciéndonos a despertar de una vez y a
tomar posesión de nuestro cetro o bastón de mando, a empoderarnos y darnos
cuenta de que somos seres inmensos con posibilidades casi ilimitadas.
Si dejamos que
ese fuego resbale como las gotas de lluvia sobre un impermeable, en vez de
calentarnos e iluminarnos, puede llegar a tostarnos, a provocar importantes
corto circuitos en nuestra red neuronal. Todo ello puede traducirse en estados
depresivos, en embotamiento de la mente, en ataques de ansiedad, angustia, en
crisis existenciales, en grandes rebotes contra uno mismo y contra toda la
humanidad. Y esto no es una hipótesis, sino una realidad que muchos terapeutas
están palpando día a día.
¿La solución?
Soltar lastre material, activar los sensores interiores, desarrollar nuestros
sentidos internos. Empezar a darnos cuenta de que la aventura ya no está fuera,
sino dentro, calzarnos las botas y la indumentaria de Indiana Jones, pero para
explorar nuestra psique. Y es que el espectáculo exterior ya lo tenemos muy
visto, se repite más que el ajo, sus actores acaban aburriendo, sus decorados se
caen de viejos.
Por eso he
montado una agencia de viajes hacia el núcleo, hacia el mundo celular, hacia el
auténtico camino de Santiago, no el que nos deja la piel de los pies a tiras
–una forma como otra de flagelarse- sino el que nos descubre la riqueza de
nuestras estancias psíquicas. Me refiero al viaje iniciático de la Alquimia
Genética. Aunque también es cierto que un camino –el de Santiago a pie- puede
llevar al otro, cada uno es libre de elegir por qué casilla del juego quiere
empezar.
La Alquimia
Genética es un método a través del cual se exploran los doce caminos o Capas del
ADN sutil y se entabla un diálogo divertido, ameno, sorprendente y mágico con el
pueblo celular. Es una forma, entre otras muchas vías, de gestionar el inmenso
capital lumínico que la apertura del Portal de Orión ha puesto a nuestra
disposición.
Evitemos
quedarnos atascados en el recuerdo de ese momento de comunión y fusión de
energías del 8.8.8 y pasemos a la acción. Preguntémonos qué podemos hacer con
estos dividendos que el cosmos ha ingresado en nuestra cuenta y no hagamos como
aquel labrador de la parábola, que en vez de invertir y multiplicar los denarios
que su señor le había confiado, se limitó a hacer conservas con ellos. Además,
las conservas sientan fatal porque hay que ponerles muchos aditivos para que no
se pudran…A buen entendedor…
Por lo que he
podido observar, para algunas personas las energías de Orión han derivado en una
extraordinaria apertura de conciencia y claridad mental. Para otras, en una
sensación de haber penetrado en un espacio de paz y armonía interior en el que
el amor es la única moneda de cambio. Otras han hallado la curación de un
malestar o de una patología. Y es que para que estas energías sean
auténticamente sanadoras, es preciso permitir que encajen en nuestro diseño
humano, que se infiltren en nuestro sistema energético y se acoplen a él. La más
leve duda, postura de escepticismo, resistencia mental, rebote egóico o bloqueo
emocional impiden u obstaculizan dicho acoplamiento, impiden que las piezas
energéticas encajen y el efecto sanador no se produce. He podido observar
reacciones de auténtica furia, en casos de personas que se han resistido a la
penetración de estas energías.
De todas
formas, evitemos pensar que el tren ya pasó, que después del 8.8.8. se esfumó
toda posibilidad de hallar esta sanación, esa iluminación o ese efecto
transmutador que algunos buscaban. Ya que, como hemos apuntado al principio,
aquello fue una simple apertura, fue el acto inaugural de unas olimpiadas (nunca
mejor dicho) interiores en las que cada “atleta” está llamado a ejercitar sus
habilidades, a desarrollar su potencial, para obtener una medalla y aplausos de
su mundo celular, de su pueblo psíquico, que es inmensamente agradecido cuando
nota que se le hace caso. Así que, manos a la obra, avanti a toda máquina…
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