La noción amazighe de naturaleza, concebida en un tiempo continuo y dotada de una dimensión mística, confirió un papel muy destacado a las personas especializadas en la administración de una realidad tan sutil como estratégica. Ese complejo imaginario requería lecturas minuciosas e interpretaciones pragmáticas de todos sus fenómenos, bien fueran celestes y terrestres o bien tenidos por sobrenaturales. Del culto a la docencia o de la adivinación a la astronomía, estos personajes operaban sobre conocimientos que, en buena medida, contribuían a pautar la reproducción de las condiciones de existencia, material y espiritual, de la comunidad. Su autoridad, la aceptación pública de la influencia que destilaban sus cualidades intelectuales y morales, en alguna ocasión les encumbró hasta el ejercicio de funciones más ejecutivas en la vida social, incluso como algo más que consejeros áulicos de los jefes principales, pero la dinámica de las relaciones que cruzaron el poder y el saber no siempre ha quedado bien delineada en las páginas de nuestra Historia Antigua.
La concreción histórica más elaborada y compleja de estas figuras se reconoce en la sociedad canaria, donde un «onbre de buena uida y exenplo a el qual rrespetaban como a santo» [Ovetense (ca. 1478) 1993: 161] ocupó en el terreno ideológico una dimensión casi asimilada a la jefatura comunitaria. No obstante, la orientación política que el linaje guanartémico trató de imprimir a su fórmula de dominación social incluía, y en medida no poco importante, la asignación a estos sacerdotes y maestros de un estatuto arbitral y hasta ejecutivo en materia judicial, lo cual ilustra su elevada posición en aquella definición protoestatal del poder insular.
Estos altos dignatarios
son conocidos en la actualidad por el título de faicán,
pero muy pocos conceptos ínsuloamazighes han sufrido una
transmisión textual más confusa. Sin entrar en mayores detalles
paleográficos, el problema se puede resumir en la constancia de dos
tradiciones registrales, una con final nasal (-n/m) y otra con
terminación velar (-g), que no admiten conciliación
morfosemántica:
Pese a esta intrincada diversidad, existe margen suficiente para considerar que se han recogido dos denominaciones para el mismo agente, aunque se tienda a pensar por lo general en torsiones gráficas de una voz común. La circunstancia quizá extrañe menos si se recuerda que, por ejemplo, un oficiante cristiano recibe hoy los nombres de sacerdote, cura, reverendo o padre, sinónimos que por supuesto no comparten idéntica etimología. Así, algo similar parece haber ocurrido aquí: faicán y faizag remitirían a compuestos independientes que, con todo, se mueven en torno a nociones bastante próximas: fag-zam ‘descubre reservas de agua, zahorí’ y faya-azag ‘poderoso adivino’.
Sus funciones religiosas y judiciales da la impresión que, al menos durante la época de la Conquista, llegaron a solapar un tanto esa primigenia condición de augures, que el médico e historiador teldense Marín de Cubas [(1694, II, 18: 74r) 1986: 256] anotó sin embargo con claridad, al decir de ellos que eran:
[...] hombres que
vivían en Clausura, amodo dereligion vestian depieles làrgos elropon
hasta el suelo barruntaban lo porvenir y eran faizages observaban
algunas moralidades, y en corridos savian de memoria las historias de
sus antepasados, que entre ellos se quedaban contaban
consejas de los montes claros de Atlante en Africa en metaforas
depalomas Aguilas: estos eran maestros, que iban a enseñar
muchachos alos lugares havia nobles para nobles y Villanos para
enseñar lo que conviniese alos Villanos. El conjunto de los datos disponibles sugiere que las crónicas habrían destacado la presencia de aquellos dos especialistas que ostentaron esta dignidad con la más amplia jurisdicción, es decir, en las parcialidades de Gáldar y Telde. Pero no resulta improbable que, en ámbitos territoriales y sociales determinados, algunas de estas funciones fueran asumidas por figuras más o menos dependientes o vinculadas a esas otras autoridades más generales. En esa dirección se diría que apunta un hecho muy extendido por buena parte del Archipiélago: la abundancia, hasta fechas muy recientes, de agoreros locales. Aparte de las prácticas esotéricas de corte más espiritual, su capacidad para decodificar señales cosmológicas asociadas a ciertos estados del tiempo atmosférico rendía un servicio muy estimable en una economía natural. Pero esto presupone la comparecencia de dos circunstancias complementarias: la observación sistemática y la transmisión de sus resultados.
En efecto, como hemos explicado en alguna otra ocasión, la cultura amazighe (continental e insular) relaciona la ‘clarividencia’ tanto con la ‘prudencia’ y el ‘buen juicio’ como con la ‘inteligencia’, porque entiende que dichas facultades poseen un arranque común: el examen, la indagación, la mirada atenta y cuidadosa que revela el lexema [N•Z/Z]. Ver más allá de lo aparente significa cavilar con más información y, a su vez, acceder a un conocimiento que, de otro modo, permanecería oculto, inexplorado y a menudo temido. Eiunche (Eyunziz), en La Gomera, Guanache (Wanazaz), en Gran Canaria, Guanameñe (Wanamenzez), en Tenerife, u Ossinissa (Ussinizza), en El Hierro, encarnaron esa idea con mayor o menor densidad, pues más de uno proyectó su ministerio hasta competencias de corte político.
Al margen de las eventuales inspiraciones sobrenaturales que pudieran concurrir en su actividad, dominio que escapa a nuestro análisis, los informes etnohistóricos y la memoria popular señalan que ese razonamiento preclaro de los adivinos operó con un soporte positivo indudable. Junto a una oralidad ancestral que evoca, prescribe y registra hechos, datos y procesos, las «señales para el recuerdo» y los medios de cálculo que decoran numerosas cuevas y objetos hablan sin duda de una estrategia acumulativa, tanto en técnicas como en contenidos. Esto induce a pensar que esa especialización se alojó en mecanismos de reproducción social muy bien establecidos.
Uno de esos procedimientos pudo descansar en la herencia: «Y por que este hombre que llamaban Míguan era híjo de un adívíno su nombre Aguamuge, quíen le dió regla para saber lo que avía de suceder [...]» [Castillo 1737: 44]. Toda una dinastía de arúspices gomeros, isla donde la presencia de augures no necesita mucha demostración más que un simple catálogo toponímico. Allí encontramos al nieto Míguan (Mãggan ‘medita, piensa, reflexiona’), el hijo Aguamuge (Aw-Amuh) y ese abuelo Amuge (Amuh ‘murmura, farfulla, masculla’) hasta el que se remonta esta curiosa nómina de observadores mágicos.
Otro ejemplo, aunque sin correlato etimológico, nos traslada hasta la isla de Fuerteventura, donde dos mujeres, madre e hija, también recorrieron las instancias del culto, la mediación social y la adivinación. En ellas, lo que llama la atención es su estrecha vinculación con la palabra, con la verbalización del pensamiento, aunque a través de recursos particulares: el texto y la lectura en Tamonante (Tamannant ‘la que deletrea’) y la oración en Tibiabin (Tibiabin ‘mujer muda que susurra’).
Porque el conocimiento
humano, más o menos dinámico según las épocas y las sociedades, nunca ha
dejado de interrogarse ante la seductora obscuridad de la caverna... y
las necesidades del presente. Fuentes
CASTILLO RUIS DE VERGARA,
Pedro Agustín del. 1737. Descripción Histórica, y Geográfica de las
Yslas de Canarias. [Biblioteca Municipal de S/C de Tenerife, ms.
193].
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