La conciencia de la humanidad se ha dirigido en todo momento
hacia aquella constelación de siete estrellas conocidas como las Siete
Hermanas, las Siete Mayores o la Osa Mayor. Las Escrituras exaltan este signo
celestial y el sagrado Trepitaka del budismo dedica a ella un grandioso himno.
Los Magos y egipcios antiguos la esculpían en las piedras. Y la fe negra de los
chamanes de la salvaje taiga le rendían homenaje.
Los antiguos templos de misterio del Asia Central
fueron dedicados a otro de los milagros del cielo: la constelación de Orion, que
la sabiduría de los astrónomos ha llamado los "Tres Magos".
Como un par de alas iridiscentes, estas dos
constelaciones se extienden en el firmamento. Entre ellas, en una rápida carrera
hacia la tierra, está la Estrella de la Aurora, morada resplandeciente de la
Madre del Mundo. Por su dominante luz, por su acercamiento sin precedente,
predice la nueva era de la humanidad.
Las fechas, registradas hace eones, se están
cumpliendo en las runas estelares, Las predicciones de los Hierofantes egipcios
se revisten de realidad ante nuestros ojos. Verdaderamente, ésta es una época de
milagros para quienes son testigos de ella. Aquel satélite de la Madre del
Mundo, la Belleza, la vestimenta viviente, también está predestinado y desciende
sobre la humanidad. Como atuendo de la purificación, el signo de la Belleza debe
glorificar cada hogar.
Simplicidad, Belleza, Valentía: ¡así está ordenado! La
valentía es nuestro guía. La belleza es el rayo de la compresión y la elevación.
La simplicidad es la clave para abrir las puertas del misterio venidero. Y no la
servil simplicidad de la hipocresía, sino la gran simplicidad del logro envuelto
en los pliegues del amor. La simplicidad que abre las puertas más sagradas y
misteriosas a aquel que traiga su antorcha de sinceridad y labor incesante. No
la Belleza del convencionalismo y el engaño, que alberga el gusano de la
decadencia, sino la Belleza del espíritu de la verdad que aniquila todos los
prejuicios. La belleza encendida con la libertad y el logro verdaderos y
glorificada por el milagro de las flores y los sonidos. No la Valentía del
artificio, sino la Valentía que conoce las insondables profundidades de la
creación y hace una discriminación entre la confianza en uno mismo en una acción
y la presunción de la vanidad. La valentía que posee la espada del coraje y que
derriba la vulgaridad en todas sus formas, aunque esté adornada con riquezas.
La comprensión de estas tres alianzas crea la fe y el
apoyo del espíritu. Pues en la última década todo ha sido dotado de movimiento.
La mayoría de los simplones en masa han cobrado movimiento y los más grandes
estúpidos han comprendido que sin simplicidad, belleza y valentía, es
inconcebible cualquier construcción de la nueva vida. Como también es imposible
la regeneración de la religión, de la política, de la ciencia o la revaloración
del trabajo. Sin Belleza, todas las páginas inscritas, como hojas marchitas y
caídas, se irán con los vientos de la vida y el lamento de la hambruna
espiritual estremecerá los cimientos de las ciudades, abandonadas en su
abundancia de habitantes.
Hemos visto revoluciones. Hemos visto multitudes.
Hemos pasado a través de muchedumbres insurrectas. Pero sólo allí contemplamos
el estandarte de la paz flameando sobre las cabezas, donde la belleza
resplandecía y, a la luz de su maravilloso poder, evocaba una compresión unida.
Vimos en Rusia cómo la multitud escogió a los apóstoles de la belleza y los
coleccionistas — los verdaderos coleccionistas, no aquellos que eran los
poseedores incidentales de alguna herencia — por su honor. Vimos cómo el joven
más ferviente permanecía en una intensa vigilancia, orando, bajo las alas de la
belleza. Y los restos de la religión fueron revivificados allí donde la belleza
no pereció y donde el escudo de la Belleza fue más firme.
Por experiencia práctica, podemos afirmar que estas
palabras no son la Utopía de un visionario. No, son la esencia de la experiencia
reunida en campos de paz y de batalla. Y esta experiencia múltiple no provocó
desilusión. Por el contrario, fortaleció la fe en lo destinado y lo cercano, en
el resplandor de las posibilidades. Verdaderamente, fue una experiencia que
generó confianza en los nuevos que se apresuraron a ayudar en la edificación del
Templo y cuyas voces gozosas resonaron en las colinas. La misma experiencia
dirigió nuestros ojos hacia los niños que, ignorantes, aunque con el permiso de
aproximarse, comenzaron a abrirse como las flores de un bello jardín. Y sus
pensamientos se convirtieron en cristal, y sus ojos se iluminaron, y sus
espíritus se esforzaron por proclamar el mensaje del logro. Todo ello no estaba
en templos nebulosos sino aquí, sobre la tierra, aquí, donde nos hemos olvidado
tanto de lo que era bello.
Parecería increíble que las personas quisieran olvidar
las mejores posibilidades, pero esto sucede con más frecuencia de lo que
imaginamos. El hombre perdió su llave de los símbolos de los Rig-Vedas. El
hombre olvidó el significado de la Kábala. El hombre mutiló la gloriosa palabra
de Buda. El hombre, con oro, mancilló la palabra divina de Cristo y olvidó,
olvidó, olvidó las llaves de las puertas más sublimes. Los hombres pierden con
facilidad, ¿pero cómo recobrar? El sendero de la recuperación nos permite a
todos tener esperanza. ¿Por qué no, si un soldado de Napoleón descubrió la
Piedra de Rosetta en una trinchera, llave de la interpretación de todos los
jeroglíficos de Egipto? Ahora, cuando realmente está sonando la última hora, los
hombres — aún muy pocos — comienzan de prisa a recordar los tesoros que fueron
suyos desde hace mucho, y nuevamente las llaves empiezan a tintinear en la faja
de la fe. Y los sueños evocan clara y vividamente la abandonada aunque siempre
existente belleza. ¡Sólo aceptad! ¡Sólo recibid! Percibiréis cuán transformada
estará vuestra vida interior; como se estremecerá el espíritu al darse cuenta de
las ilimitadas posibilidades. Y con cuánta simplicidad la belleza envolverá el
templo, el palacio y el hogar, donde palpita un corazón humano. No sabemos cómo
acercarnos a la belleza: ¿dónde están las cámaras dignas, las vestimentas dignas
para el festival de color y sonido? "Somos tan pobres", es la respuesta. Pero
¡cuidado!, no sea cosa que os ocultéis detrás del espectro de la pobreza. Pues
dondequiera que se implante el deseo, florecerá la decisión.
¿Y como comenzaremos a construir el Museo?
Simplemente. Pues todo debe ser simple. Cualquier cuarto puede ser un museo, y
si el deseo que lo concibió es digno, se convertirá en poco tiempo en su propio
edificio y en un templo. Y los nuevos vendrán de lejos y llamarán a la puerta;
solamente no paséis por alto la llamada.
¿Como comenzaremos nuestra colección? Otra vez,
simplemente, y sin riquezas, sólo con un deseo incosquistable. Hemos conocido
muchas personas pobres que fueron destacados celeccionistas, y que si bien se
vieron limitados por cada centavo, reunieron colecciones de arte llenas de gran
significado interior.
¿Como podemos publicar? También sabemos que las
grandes publicaciones de arte comenzaron con medios prácticamente
insignificantes. Por ejemplo, en una obra tan idealizada como ese tremendo
proyecto de publicación de postales de arte, Saint Eugénie comenzó con cinco mil
dólares y en diez años rindió un beneficio anual de cientos de miles. Pero el
valor de esta obra no se midió por sus beneficios económicos, sino más bien por
la cantidad de publicaciones artísticas difundidas que atrajeron una multitud de
corazones nuevos y jóvenes hacia el sendero de la belleza. Las coloridas
postales que se publicaron artísticamente, y en un método definido, penetraron
en estratos nuevos de las personas y crearon nuevos entusiastas. ¡Cuántos nuevos
coleccionistas nacieron! y midiendo su acceso a nuevos corazones, los editores
enviaron al mundo reproducciones de las creaciones más progresistas. De esta
manera, a través de la valentía, en la simplicidad de la claridad, se crearon
nuevas obras de belleza.
¿Cómo podemos abrir escuelas y enseñar? También
simplemente. No esperemos grandes edificios ni suspiremos por las condiciones
primitivas y la falta de material. El cuarto más pequeño — no más grande que la
celda de Fra Beato Angélico en Florencia — puede contener las posibilidades más
valiosas para el arte. El conjunto más pequeño de colores no disminuirá la
substancia artística de la creación. Y el lienzo más pobre puede ser el receptor
de la imagen más sagrada.
Si nos damos cuenta de la importancia inminente de
enseñar belleza, debe comenzarse sin tardanza. Debemos saber que llegarán los
medios, si se manifiesta el entusiasmo perdurable. Dad conocimiento y recibiréis
posibilidades. Y cuanto más liberal sea la entrega, más rico será lo que
recibamos.
Veamos lo que Serge Ernst, director de Hermitage en
Petrogrado, escribe acerca de la escuela a la que se dio comienzo, por
iniciativa privada, en un cuarto y que más tarde tuvo dos mil inscripciones
anuales.
"Un claro día de mayo, el gran vestíbulo de Marskaya
ofrece un luminoso festival para la vista. ¡Qué puede faltar! Toda una pared
está cubierta de iconos austeros y brillantes; mesas enteras resplandecen con
hileras policromas de jarrones y figuras de mayólica; finalmente, aquí hay
ornamentos pintados para la mesa de té y más allá, lujosamente bordadas en seda,
oro y lana, hay alfombras, almohadas, toallas y blocs para escribir. Aquí hay
muebles acogedores adornados con intrincada artesanía. También hay vitrinas
llenas de encantadoras fruslerías. De las paredes cuelgan los planos de los
objetos más variados para la decoración de la casa, empezando por planos
arquitectónicos y terminando con los planos para la composición de una estatua
de porcelana. Las medidas y dibujos arquitectónicos de los monumentos de arte
antiguo son las interesantes ilustraciones de la clase de gráficos; en las
ventanas, en lugares coloridos y brillantes, se exhiben las creaciones de la
clase, en vidrio de color. Más allá, frente al espectador, hay una compañía
blanca de las producciones de la clase de los escultores, de la clase de dibujos
de animales; y en la parte superior espera toda una galería llena de pinturas al
óleo y naturalezas muertas. Y toda esta variedad de creación vive, está vital
con un completo entusiasmo joven. Todo el feliz campo del arte de nuestros días
recibe aquí su debida consideración, en una íntima relación con los asuntos
artísticos del presente. ¿Y qué es más sublime, qué puede recomendar más la
escuela de arte que este contacto precioso e inusual?"
En estos contactos de entusiasmo y en la economía de
todos los logros preciosos, la obra de la escuela progresa rápidamente y cada
año se reúnen nuevas fuerzas que son las dignas protectoras de la futura cultura
del espíritu. ¿Cómo reclutar estas nuevas fuerzas? Muy simple. Si sobre la obra
reluce el signo de la simplicidad, la belleza y la valentía, enseguida se
reunirán fuerzas nuevas. Llegarán cabezas nuevas, depuestas y a la espera desde
hace mucho tiempo del milagro maravilloso. La única cosa: ¡no permitamos que
estos buscadores nos pasen de largo! ¡No dejemos que ninguno pase de largo en la
penumbra!
¿Y cómo acercarnos nosotros mismos a la belleza? Esto
es lo más difícil. Podemos reproducir pinturas; podemos realizar exposiciones;
podemos abrir un estudio; pero, ¿dónde encontrarán una salida los productos del
estudio? ¿Dónde penetrarán los productos del estudio? Es fácil hablar, pero es
difícil admitir la belleza en la casa de la vida. Pero mientras nosotros mismos
rechacemos la entrada de la belleza en nuestra vida, ¿qué valor poseerán estas
afirmaciones? Serán estandartes insignificantes en un hogar vacío. Al permitir
la entrada de la belleza en nuestra casa, debemos determinar el incuestionable
rechazo de la vulgaridad y la pomposidad y todo lo que se oponga a la bella
simplicidad. Verdaderamente, ha llegado la hora de afirmar la belleza en la
vida. Llegó con la fatiga de los espíritus de los pueblos. Llegó con la tormenta
y los rayos. Esa hora llegó antes de la venida de Aquel Cuyos pasos ya están
resonando.
Cada hombre lleva "una balanza en el pecho"; cada uno
pesa su propio karma. De modo que ahora, en forma liberal, se nos ofrece a todos
la vestimenta viviente de la belleza. Y cada ser viviente racional puede recibir
de ella una prenda y arrojar lejos de sí ese ridículo temor que susurra: "No es
para ti". Debemos deshacernos de ese miedo gris, de esa mediocridad. Pues todo
es para vosotros si manifestáis el deseo de una fuente pura. Pero recordad, las
flores no brotan en el hielo. Sin embargo, cuántos carámbanos esparcimos,
entumeciendo nuestro esfuerzo más digno a través de una humilde cobardía.
Algunos corazones cobardes determinan interiormente
que la belleza no puede ajustarse a la escoria gris de nuestros días. Pero sólo
les ha susurrado la pusilanimidad, la pusilanimidad del estancamiento. Todavía
entre nosotros están los que repiten que la electricidad nos está cegando; que
el teléfono está debilitando nuestro oído; que los automóviles no son prácticos
para nuestras carreteras. Igualmente timorato e ignorante es el temor de la no
reconciliación de la belleza. Expulsemos de nuestros hogares este absurdo y
resonante "no" y transformémoslo, por medio del regalo de la amistad y la joya
del espíritu, en un "sí". ¡Cuánto estancamiento turbio hay en el "No" y cuánta
franqueza con respecto al logro en el "Sí"! Debemos pronunciar "Sí" y la piedra
desaparece, y lo que ayer todavía parecía inalcanzable, hoy se acerca más y está
a nuestro alcance. Recordamos un incidente conmovedor: un pequeño, no sabiendo
cómo ayudar a su madre moribunda, escribió una carta lo mejor que pudo a San
Nicolás, el Hacedor de Milagros. Se dirigió a ponerla en el buzón, cuando un
"Transeúnte Casual" se acercó para ayudarlo a alcanzarlo, y se percató de la
inusual dirección. Y verdaderamente, la ayuda de Nicolás, el Hacedor de
Milagros, llegó a este pobre corazón.
Así, a través del trabajo del cielo y de la tierra,
conscientemente y en la práctica viviente, la vestimenta de la belleza
nuevamente cubrirá a la humanidad.
Quienes han conocido a los Maestros en vida, saben lo
simples, armoniosos y bellos que son. La misma atmósfera de belleza debe invadir
todo lo que se aproxima a Su región. Las chispas de Su Llama deben penetrar en
las vidas de los que esperan al que Pronto Llegará. ¿Cómo conocerlos? Sólo con
los más dignos. ¿Cómo esperar? Fusionándonos con la Belleza. ¿Cómo abarcar y
retener? Llenos de esa Valentía concedida por la conciencia de la belleza. ¿Cómo
venerar? Como en presencia de la belleza que hechiza hasta sus enemigos.
En la profunda penumbra, brillante con una gloria sin
igual, resplandece la Estrella de la Madre del Mundo. Desde abajo, renace la ola
de una sagrada armonía. Un pintor tibetano de iconos toca su canción en una
flauta de bambú ante la imagen sin terminar de Buda-Maitreya. Al adornar la
imagen con todos los símbolos del santo poder, este hombre, con la larga trenza
negra, a su modo, ofrece su mayor regalo a Aquel que es Esperado. Así traeremos
la belleza a las personas: ¡simple, bella, valientemente!
Nicolás Roerich
La conciencia de la humanidad se ha dirigido en todo momento hacia aquella constelación de siete estrellas conocidas como las Siete Hermanas, las Siete Mayores o la Osa Mayor. Las Escrituras exaltan este signo celestial y el sagrado Trepitaka del budismo dedica a ella un grandioso himno. Los Magos y egipcios antiguos la esculpían en las piedras. Y la fe negra de los chamanes de la salvaje taiga le rendían homenaje.
Los antiguos templos de misterio del Asia Central fueron dedicados a otro de los milagros del cielo: la constelación de Orion, que la sabiduría de los astrónomos ha llamado los "Tres Magos".
Como un par de alas iridiscentes, estas dos constelaciones se extienden en el firmamento. Entre ellas, en una rápida carrera hacia la tierra, está la Estrella de la Aurora, morada resplandeciente de la Madre del Mundo. Por su dominante luz, por su acercamiento sin precedente, predice la nueva era de la humanidad.
Las fechas, registradas hace eones, se están cumpliendo en las runas estelares, Las predicciones de los Hierofantes egipcios se revisten de realidad ante nuestros ojos. Verdaderamente, ésta es una época de milagros para quienes son testigos de ella. Aquel satélite de la Madre del Mundo, la Belleza, la vestimenta viviente, también está predestinado y desciende sobre la humanidad. Como atuendo de la purificación, el signo de la Belleza debe glorificar cada hogar.
Simplicidad, Belleza, Valentía: ¡así está ordenado! La valentía es nuestro guía. La belleza es el rayo de la compresión y la elevación. La simplicidad es la clave para abrir las puertas del misterio venidero. Y no la servil simplicidad de la hipocresía, sino la gran simplicidad del logro envuelto en los pliegues del amor. La simplicidad que abre las puertas más sagradas y misteriosas a aquel que traiga su antorcha de sinceridad y labor incesante. No la Belleza del convencionalismo y el engaño, que alberga el gusano de la decadencia, sino la Belleza del espíritu de la verdad que aniquila todos los prejuicios. La belleza encendida con la libertad y el logro verdaderos y glorificada por el milagro de las flores y los sonidos. No la Valentía del artificio, sino la Valentía que conoce las insondables profundidades de la creación y hace una discriminación entre la confianza en uno mismo en una acción y la presunción de la vanidad. La valentía que posee la espada del coraje y que derriba la vulgaridad en todas sus formas, aunque esté adornada con riquezas.
La comprensión de estas tres alianzas crea la fe y el apoyo del espíritu. Pues en la última década todo ha sido dotado de movimiento. La mayoría de los simplones en masa han cobrado movimiento y los más grandes estúpidos han comprendido que sin simplicidad, belleza y valentía, es inconcebible cualquier construcción de la nueva vida. Como también es imposible la regeneración de la religión, de la política, de la ciencia o la revaloración del trabajo. Sin Belleza, todas las páginas inscritas, como hojas marchitas y caídas, se irán con los vientos de la vida y el lamento de la hambruna espiritual estremecerá los cimientos de las ciudades, abandonadas en su abundancia de habitantes.
Hemos visto revoluciones. Hemos visto multitudes. Hemos pasado a través de muchedumbres insurrectas. Pero sólo allí contemplamos el estandarte de la paz flameando sobre las cabezas, donde la belleza resplandecía y, a la luz de su maravilloso poder, evocaba una compresión unida. Vimos en Rusia cómo la multitud escogió a los apóstoles de la belleza y los coleccionistas — los verdaderos coleccionistas, no aquellos que eran los poseedores incidentales de alguna herencia — por su honor. Vimos cómo el joven más ferviente permanecía en una intensa vigilancia, orando, bajo las alas de la belleza. Y los restos de la religión fueron revivificados allí donde la belleza no pereció y donde el escudo de la Belleza fue más firme.
Por experiencia práctica, podemos afirmar que estas palabras no son la Utopía de un visionario. No, son la esencia de la experiencia reunida en campos de paz y de batalla. Y esta experiencia múltiple no provocó desilusión. Por el contrario, fortaleció la fe en lo destinado y lo cercano, en el resplandor de las posibilidades. Verdaderamente, fue una experiencia que generó confianza en los nuevos que se apresuraron a ayudar en la edificación del Templo y cuyas voces gozosas resonaron en las colinas. La misma experiencia dirigió nuestros ojos hacia los niños que, ignorantes, aunque con el permiso de aproximarse, comenzaron a abrirse como las flores de un bello jardín. Y sus pensamientos se convirtieron en cristal, y sus ojos se iluminaron, y sus espíritus se esforzaron por proclamar el mensaje del logro. Todo ello no estaba en templos nebulosos sino aquí, sobre la tierra, aquí, donde nos hemos olvidado tanto de lo que era bello.
Parecería increíble que las personas quisieran olvidar las mejores posibilidades, pero esto sucede con más frecuencia de lo que imaginamos. El hombre perdió su llave de los símbolos de los Rig-Vedas. El hombre olvidó el significado de la Kábala. El hombre mutiló la gloriosa palabra de Buda. El hombre, con oro, mancilló la palabra divina de Cristo y olvidó, olvidó, olvidó las llaves de las puertas más sublimes. Los hombres pierden con facilidad, ¿pero cómo recobrar? El sendero de la recuperación nos permite a todos tener esperanza. ¿Por qué no, si un soldado de Napoleón descubrió la Piedra de Rosetta en una trinchera, llave de la interpretación de todos los jeroglíficos de Egipto? Ahora, cuando realmente está sonando la última hora, los hombres — aún muy pocos — comienzan de prisa a recordar los tesoros que fueron suyos desde hace mucho, y nuevamente las llaves empiezan a tintinear en la faja de la fe. Y los sueños evocan clara y vividamente la abandonada aunque siempre existente belleza. ¡Sólo aceptad! ¡Sólo recibid! Percibiréis cuán transformada estará vuestra vida interior; como se estremecerá el espíritu al darse cuenta de las ilimitadas posibilidades. Y con cuánta simplicidad la belleza envolverá el templo, el palacio y el hogar, donde palpita un corazón humano. No sabemos cómo acercarnos a la belleza: ¿dónde están las cámaras dignas, las vestimentas dignas para el festival de color y sonido? "Somos tan pobres", es la respuesta. Pero ¡cuidado!, no sea cosa que os ocultéis detrás del espectro de la pobreza. Pues dondequiera que se implante el deseo, florecerá la decisión.
¿Y como comenzaremos a construir el Museo? Simplemente. Pues todo debe ser simple. Cualquier cuarto puede ser un museo, y si el deseo que lo concibió es digno, se convertirá en poco tiempo en su propio edificio y en un templo. Y los nuevos vendrán de lejos y llamarán a la puerta; solamente no paséis por alto la llamada.
¿Como comenzaremos nuestra colección? Otra vez, simplemente, y sin riquezas, sólo con un deseo incosquistable. Hemos conocido muchas personas pobres que fueron destacados celeccionistas, y que si bien se vieron limitados por cada centavo, reunieron colecciones de arte llenas de gran significado interior.
¿Como podemos publicar? También sabemos que las grandes publicaciones de arte comenzaron con medios prácticamente insignificantes. Por ejemplo, en una obra tan idealizada como ese tremendo proyecto de publicación de postales de arte, Saint Eugénie comenzó con cinco mil dólares y en diez años rindió un beneficio anual de cientos de miles. Pero el valor de esta obra no se midió por sus beneficios económicos, sino más bien por la cantidad de publicaciones artísticas difundidas que atrajeron una multitud de corazones nuevos y jóvenes hacia el sendero de la belleza. Las coloridas postales que se publicaron artísticamente, y en un método definido, penetraron en estratos nuevos de las personas y crearon nuevos entusiastas. ¡Cuántos nuevos coleccionistas nacieron! y midiendo su acceso a nuevos corazones, los editores enviaron al mundo reproducciones de las creaciones más progresistas. De esta manera, a través de la valentía, en la simplicidad de la claridad, se crearon nuevas obras de belleza.
¿Cómo podemos abrir escuelas y enseñar? También simplemente. No esperemos grandes edificios ni suspiremos por las condiciones primitivas y la falta de material. El cuarto más pequeño — no más grande que la celda de Fra Beato Angélico en Florencia — puede contener las posibilidades más valiosas para el arte. El conjunto más pequeño de colores no disminuirá la substancia artística de la creación. Y el lienzo más pobre puede ser el receptor de la imagen más sagrada.
Si nos damos cuenta de la importancia inminente de enseñar belleza, debe comenzarse sin tardanza. Debemos saber que llegarán los medios, si se manifiesta el entusiasmo perdurable. Dad conocimiento y recibiréis posibilidades. Y cuanto más liberal sea la entrega, más rico será lo que recibamos.
Veamos lo que Serge Ernst, director de Hermitage en Petrogrado, escribe acerca de la escuela a la que se dio comienzo, por iniciativa privada, en un cuarto y que más tarde tuvo dos mil inscripciones anuales.
"Un claro día de mayo, el gran vestíbulo de Marskaya ofrece un luminoso festival para la vista. ¡Qué puede faltar! Toda una pared está cubierta de iconos austeros y brillantes; mesas enteras resplandecen con hileras policromas de jarrones y figuras de mayólica; finalmente, aquí hay ornamentos pintados para la mesa de té y más allá, lujosamente bordadas en seda, oro y lana, hay alfombras, almohadas, toallas y blocs para escribir. Aquí hay muebles acogedores adornados con intrincada artesanía. También hay vitrinas llenas de encantadoras fruslerías. De las paredes cuelgan los planos de los objetos más variados para la decoración de la casa, empezando por planos arquitectónicos y terminando con los planos para la composición de una estatua de porcelana. Las medidas y dibujos arquitectónicos de los monumentos de arte antiguo son las interesantes ilustraciones de la clase de gráficos; en las ventanas, en lugares coloridos y brillantes, se exhiben las creaciones de la clase, en vidrio de color. Más allá, frente al espectador, hay una compañía blanca de las producciones de la clase de los escultores, de la clase de dibujos de animales; y en la parte superior espera toda una galería llena de pinturas al óleo y naturalezas muertas. Y toda esta variedad de creación vive, está vital con un completo entusiasmo joven. Todo el feliz campo del arte de nuestros días recibe aquí su debida consideración, en una íntima relación con los asuntos artísticos del presente. ¿Y qué es más sublime, qué puede recomendar más la escuela de arte que este contacto precioso e inusual?"
En estos contactos de entusiasmo y en la economía de todos los logros preciosos, la obra de la escuela progresa rápidamente y cada año se reúnen nuevas fuerzas que son las dignas protectoras de la futura cultura del espíritu. ¿Cómo reclutar estas nuevas fuerzas? Muy simple. Si sobre la obra reluce el signo de la simplicidad, la belleza y la valentía, enseguida se reunirán fuerzas nuevas. Llegarán cabezas nuevas, depuestas y a la espera desde hace mucho tiempo del milagro maravilloso. La única cosa: ¡no permitamos que estos buscadores nos pasen de largo! ¡No dejemos que ninguno pase de largo en la penumbra!
¿Y cómo acercarnos nosotros mismos a la belleza? Esto es lo más difícil. Podemos reproducir pinturas; podemos realizar exposiciones; podemos abrir un estudio; pero, ¿dónde encontrarán una salida los productos del estudio? ¿Dónde penetrarán los productos del estudio? Es fácil hablar, pero es difícil admitir la belleza en la casa de la vida. Pero mientras nosotros mismos rechacemos la entrada de la belleza en nuestra vida, ¿qué valor poseerán estas afirmaciones? Serán estandartes insignificantes en un hogar vacío. Al permitir la entrada de la belleza en nuestra casa, debemos determinar el incuestionable rechazo de la vulgaridad y la pomposidad y todo lo que se oponga a la bella simplicidad. Verdaderamente, ha llegado la hora de afirmar la belleza en la vida. Llegó con la fatiga de los espíritus de los pueblos. Llegó con la tormenta y los rayos. Esa hora llegó antes de la venida de Aquel Cuyos pasos ya están resonando.
Cada hombre lleva "una balanza en el pecho"; cada uno pesa su propio karma. De modo que ahora, en forma liberal, se nos ofrece a todos la vestimenta viviente de la belleza. Y cada ser viviente racional puede recibir de ella una prenda y arrojar lejos de sí ese ridículo temor que susurra: "No es para ti". Debemos deshacernos de ese miedo gris, de esa mediocridad. Pues todo es para vosotros si manifestáis el deseo de una fuente pura. Pero recordad, las flores no brotan en el hielo. Sin embargo, cuántos carámbanos esparcimos, entumeciendo nuestro esfuerzo más digno a través de una humilde cobardía.
Algunos corazones cobardes determinan interiormente que la belleza no puede ajustarse a la escoria gris de nuestros días. Pero sólo les ha susurrado la pusilanimidad, la pusilanimidad del estancamiento. Todavía entre nosotros están los que repiten que la electricidad nos está cegando; que el teléfono está debilitando nuestro oído; que los automóviles no son prácticos para nuestras carreteras. Igualmente timorato e ignorante es el temor de la no reconciliación de la belleza. Expulsemos de nuestros hogares este absurdo y resonante "no" y transformémoslo, por medio del regalo de la amistad y la joya del espíritu, en un "sí". ¡Cuánto estancamiento turbio hay en el "No" y cuánta franqueza con respecto al logro en el "Sí"! Debemos pronunciar "Sí" y la piedra desaparece, y lo que ayer todavía parecía inalcanzable, hoy se acerca más y está a nuestro alcance. Recordamos un incidente conmovedor: un pequeño, no sabiendo cómo ayudar a su madre moribunda, escribió una carta lo mejor que pudo a San Nicolás, el Hacedor de Milagros. Se dirigió a ponerla en el buzón, cuando un "Transeúnte Casual" se acercó para ayudarlo a alcanzarlo, y se percató de la inusual dirección. Y verdaderamente, la ayuda de Nicolás, el Hacedor de Milagros, llegó a este pobre corazón.
Así, a través del trabajo del cielo y de la tierra, conscientemente y en la práctica viviente, la vestimenta de la belleza nuevamente cubrirá a la humanidad.
Quienes han conocido a los Maestros en vida, saben lo simples, armoniosos y bellos que son. La misma atmósfera de belleza debe invadir todo lo que se aproxima a Su región. Las chispas de Su Llama deben penetrar en las vidas de los que esperan al que Pronto Llegará. ¿Cómo conocerlos? Sólo con los más dignos. ¿Cómo esperar? Fusionándonos con la Belleza. ¿Cómo abarcar y retener? Llenos de esa Valentía concedida por la conciencia de la belleza. ¿Cómo venerar? Como en presencia de la belleza que hechiza hasta sus enemigos.
En la profunda penumbra, brillante con una gloria sin igual, resplandece la Estrella de la Madre del Mundo. Desde abajo, renace la ola de una sagrada armonía. Un pintor tibetano de iconos toca su canción en una flauta de bambú ante la imagen sin terminar de Buda-Maitreya. Al adornar la imagen con todos los símbolos del santo poder, este hombre, con la larga trenza negra, a su modo, ofrece su mayor regalo a Aquel que es Esperado. Así traeremos la belleza a las personas: ¡simple, bella, valientemente!