La
Diosa, dicen sus cultoras, no es simplemente
agregar una "a" al nombre de Dios. Es
revalorar los ritos antiguos –de la Edad de
Bronce y de Hierro-, que consideraban al útero
como dador de toda vida y a las mujeres
sacerdotisas naturales de ese principio
femenino, condenadas por las religiones
patriarcales. Rendirle culto a la Diosa,
entonces, es una práctica cultural y también una
manifestación diversa del feminismo.
En el principio no era el verbo, dicen las
sacerdotisas, era el útero. El huevo cósmico
de donde surge toda la vida. De las aguas
primordiales emergió la Diosa Origen y parió
el cielo y la tierra, la pareja sagrada, los
hermanos gemelos, hombre y mujer, que
también son amantes, consortes, creadores
como su Madre de todo lo que cambia y lo que
permanece. Los antiguos la vieron como
pájaro o como serpiente, con la vulva
expuesta y abierta como una puerta al útero
sagrado de donde todo sale y a donde todo
vuelve y se regenera. Así la concibieron en
distintos rincones del mundo, “fue el centro
religioso y cultural de los antepasados
humanos durante el Paleolítico Superior y en
las culturas agrícolas del Neolítico, del 20
mil al 3 mil antes de la era cristiana,
cuando se impusieron las culturas e imperios
clásicos de orientación masculina y la
difusión del monoteísmo del Dios Padre
(judío, cristiano o islámico)”, según consta
en el Diccionario de Ciencias Sociales y
Políticas de Torcuato Di Tella, Emecé
editores. Estas comunidades –prehelénicas,
precélticas, prehindúes, etc.- que adoraban
a la Diosa no eran matriarcales ni
patriarcales, eran matricias, porque todos
asumían su origen en una Madre, pero ninguno
estaba sobre el otro, no había más fuertes y
más débiles porque las debilidades de uno
eran la fortaleza de las otras. Y viceversa.
Pero todo eso fue arrasado, oscurecido,
violado como los hombres violan a las
mujeres, como Zeus fuerza a Hera, la diosa
del cielo, y a Europa, Asteria, Leda,
Némesis y a otras mujeres, diosas y ninfas
que habitarán el Olimpo bajo las reglas del
todopoderoso Dios del Trueno. Lilith fue
ignorada como primera esposa de Adán, hecha
de barro igual que él, desterrada por haber
querido ponerse encima de él durante el acto
sexual. A Eva, la segunda, el Dios Padre la
sacó de una costilla esperando obediencia. Y
no, la malvada serpiente la tentó y la mujer
fue expulsada del Edén, condenada a parir
con dolor, heredando desde entonces a su
descendencia el pecado original. La religión
judeocristiana, tal como la conocemos, sería
sólo una manifestación más del patriarcado,
según las sacerdotisas y adoradoras de la
Diosa. Una manifestación poderosísima a la
luz del modo en que se ha impregnado en el
imaginario colectivo. Para ellas, la
serpiente, lejos de ser malvada, es una
Diosa dadora de conocimiento. Las brujas,
asesinadas brutalmente durante siglos, no
son más que chamanas, hijas de la Diosa como
todas las mujeres y los hombres aunque ellas
comprenden mejor de qué se trata el ciclo de
la vida, porque en su cuerpo algo renace y
algo muere mes a mes. Entonces el culto a la
Diosa no sería más que una vuelta al origen.
Una vuelta al cuerpo, a descubrir en el
cuerpo de las mujeres el secreto de lo
sagrado, la generación de la vida. En
definitiva, según los recientes
descubrimientos de la genetista Rebecca Cahn,
confirmados y ampliados por científicos de
la Universidad de Stanford, el primer humano
fue mujer –sólo tenía cromosomas X–, habitó
en África y antecede en 80 mil años a los
Homo Sapiens.
Feminismo espiritual En un principio hubo mujeres que
quisieron pensar a la Iglesia desde una
perspectiva de género, o feminista, que era
la palabra que se usaba en los ‘70. Así lo
relata una de las principales teóricas
nacionales del culto a la Diosa, Ethel
Morgan. “La visión androcéntrica no
respondía a las necesidades espirituales de
las mujeres, por eso hubo teólogas que
empezaron a investigar en la historia de las
religiones y lo primero que hicieron fue
revalorizar a las brujas.” Muchas se
apartaron entonces del cristianismo y se
entregaron de lleno a los ritos paganos que
no eran otra cosa que religiones sojuzgadas
por el patriarcado. “Hubo que reinventar a
la Diosa, reformular las ‘leyes naturales’
que en realidad violaron a la naturaleza.
Así nace la tealogía –de tea, tia o theia,
La Divina, titana solar preolímpica, hija de
la Diosa Creadora–, largamente definida por
Morgan en el Diccionario de ciencias
políticas y sociales. “Durante el siglo XX,
arqueólogas e investigadoras en diferentes
campos –escribe Morgan– vienen desarrollando
la tealogía, respondiendo a la necesidad de
la mujer de recuperar su arquetipo sagrado
como parte de la identidad femenina que
colabore en la superación de los
estereotipos de orientación patriarcal.”
Jane Ellen Harrison, Marija Gimbutas,
Barbara Walker, Mónica Sjöö, entre muchas
otras, son las que han aportado para
conformar este movimiento reivindicado como
feminismo espiritual, “que reconoce y
celebra tanto los derechos de las mujeres
como sus poderes sagrados y espirituales”.
De lo que se trata es de recuperar una
cosmología en la que poder identificarse
para reconocerse también parte activa de lo
sagrado y no como mera costilla, pecadora o
impura, proscripta de los estudios divinos.
“Si sólo contás con un arquetipo –como
modelo sagrado más antiguo– de un Dios solo,
vengativo, que niega todo lo demás, que
modela al hombre a su imagen y semejanza
pero saca a la mujer de su costilla, estás
creando también un modelo económico, social
y político. Y por eso también las mujeres
nos sentimos una porquería durante tanto
tiempo”, dice Analía Bernardo, periodista y
escritora. Si la religión patriarcal
sentencia al cuerpo de las mujeres al dolor,
las feligresas de la Diosa lo recuperan como
una herramienta para conectarse con lo
divino. Las mujeres son hijas de la Diosa
pero también son ella misma, así lo dice
Sandra Román, sacerdotisa de la Diosa
iniciada en Glastonbury según los mitos
célticos, de donde provienen buena parte de
los rituales y la cosmología de la Diosa. De
hecho fue en Irlanda donde se han encontrado
cientos de figuras de diosas femeninas con
sus vulvas expuestas. “Las mujeres tenemos
el útero y ahí es donde se gesta la vida;
los hombres también pueden participar del
culto a la Diosa, sólo que les cuesta más
entenderlo porque no viven como nosotras el
ciclo vital”, agrega. “A partir de la
percepción de los principios biológicos, del
propio cuerpo –completa Bernardo–, hay una
conciencia que se desarrolla”. ¿Entonces los
hombres, por carecer de útero, por no vivir
en su cuerpo el ciclo que empieza y termina
cada mes, serían inferiores? De ninguna
manera, sólo son diferentes. “Superior e
inferior –aclara Román– son principios del
patriarcado.”
Cartas del tarot Madre Paz,
usado por muchas de las
sacerdotizas de la Diosa a
modo de oráculo.
La imágenes corresponden a
distintas manifestaciones de
la triple diosa.
Imágenes de sheela na gigs,
diosa femenina orgullosa de
su vulva, erigidas en la
entrada de muchos templos
medievales en Irlanda e
Inglaterra.
El círculo El mundo se representa como un círculo;
el ciclo de la agricultura es circular,
igual que el ciclo de la luna y el ciclo
menstrual. Las que adoran a la Diosa también
integran un círculo. “Creemos que hay
momentos de luz y de oscuridad, pero no como
luz buena y oscuridad mala. Lo oscuro se
integra dentro de nosotras como la vida y la
muerte. Es como la naturaleza; existen el
otoño, el invierno, la primavera y el
verano. La Diosa y su consorte son una
pareja sagrada. Es así en toda la religión
pagana –explica Adriana Gómez, sacerdotisa
de la Diosa–, salvo que ella es dadora de
vida. No hay dicotomía porque están todos
los momentos y las figuras integradas.
Creemos en una composición cíclica como el
yin y el yang y ninguno puede estar sin el
otro.” Como una serpiente que se come la
cola, como la representación del tiempo en
un reloj, de círculo se habla cuando se
reúnen las mujeres a adorar a la Diosa, en
círculo sehacen los rituales y ese círculo
no tiene que dejar huecos porque si no la
energía se escapa. Así como se sentaban los
indios para sus ceremonias, los chamanes
para contar sus historias y los nietos en
torno del abuelo o de la abuela. Las
sacerdotisas no son superiores a las
iniciadas, en todo caso, sus hermanas
mayores. “Ninguna es jefa –cuenta Román–;
ninguna no sabe.” Lo que hay y lo que falta
son parte del círculo y de la abundancia y
la restricción se puede aprender. “El
círculo borra las jerarquías, exige lugar
para el consenso y para el disenso.” La
Diosa es una y son muchas, es la Pachamama
de los diaguitas argentinos, la Sirena del
Paraná, la Diosa madre de los mapuches, la
luz mala de los huesos y la Vieja vestida de
novia que habita La Pampa. La Jaguar de los
Andes y del Amazonas y también Ixchel, la
diosa luna de los mayas, y Sheela na’ gir en
Irlanda. La diversidad se celebra porque
cada diosa tiene un atributo y hoy se puede
ser una pero mañana otra, así como se es
joven pero también llegará la vejez con su
sabiduría.
La Triple Diosa La Diosa es una y son tres, como los
ciclos de la luna. La doncella –el cuarto
creciente– “tiene la fuerza de la primavera,
trabaja con la autoestima, es
independiente”, dice Adriana Gómez. Esta
Diosa rige la primera fase del ciclo
menstrual, el que empieza cuando se va el
sangrado. Es virgen no porque no tenga
relaciones sexuales, sino porque celebra la
libertad sexual sin quedar embarazada. La
que sigue es la madre, la mujer madura, la
que puede procrear, hijos o ideas, es el
verano, la época de la cosecha, rige el
momento de la ovulación. La tercera es la
anciana, la vieja sabia, la que también
celebra la sexualidad, rige el período
previo a la menstruación y también la
menopausia. “Es la que tiene la visión
oracular, la que enseña cómo atravesar las
etapas que ella ya ha vivido con sabiduría
–continúa Gómez–. Es lo contrario a lo que
plantea el patriarcado, que la mujer madura
ya no sirve más y por eso se ponen tetas, se
cortan, se sacan, se arreglan.” En la
mayoría de las culturas antiguas aparece una
diosa triforme, incluso Analía Bernardo la
descubrió en las mamushkas rusas, esas
muñecas que entran una dentro de otra: “Una
de las trinidades más antiguas de la
mitología rusa procede de Siberia. Es la
diosa Umai y sus dos hijas que los nativos
de la región identifican con los montes
Altai. Un lugar donde pervive el chamanismo
de origen femenino más antiguo del planeta y
que las violentas prédicas cristiana,
islámica y soviética atea no lograron
eliminar del todo”. Hay un cuarto arquetipo,
que representa la luna nueva, el invierno y
el momento de la menstruación: es la diosa
oscura, la de la muerte que es también la
resurrección, la transformación, el pasaje
de un estado a otro. Todas tienen su
consorte, no como marido sino como amante,
amoroso y dedicado, hermano y pareja.
Pachamama tiene a Illapa; Isis tiene a
Osiris –y también a su hermana gemela,
Neftis, la oscura, la de las profundidades
de la tierra–; Ishtar, la diosa babilónica
del cielo y la tierra fértil, a Ereshkigal.
Algunas, las creadoras, han parido a su
consorte, como Kali a Vishnú. El goce del
sexo, el orgasmo son modos de iluminar la
conciencia y expandir la energía –aun cuando
la actividad sexual sea en soledad– y no
está atada a la reproducción. “El
conocimiento de las plantas anticonceptivas
como la artemisa era un saber que pasaba de
una generación de mujeres a la siguiente sin
intervención de los varones, aun en los
primeros meses sin sangrado –explica
Bernardo–, y los que participaban del
chamanismo de la Madre Tierra aprendían de
las mujeres chamanas a usar esas hierbas en
beneficio de las mujeres. El Dios de los
católicos que prohíbe a través de sus
obispos y sacerdotes el acceso a la
anticoncepción es, desde la perspectiva
sagrada, una deidad entre muchas otras.” Y
cada una puede elegir a quién rendirle
culto.
La sangre La sangre menstrual es la única que el
cuerpo expulsa sin ningún acto de crueldad
previa, sin más heridas que la necesaria
para que el ciclo vuelva a empezar. Esta
sangre es sagrada para quienes adoran a la
Diosa y por eso se la ofrendan. Según las
tradiciones celtas que Sandra Román rescata,
el Grial no es más que el recipiente en el
que se recoge y entrega la sangre de las
mujeres que menstrúan. Es un período de
profunda sensibilidad en el que las mujeres
están más perceptivas que nunca, ideal para
consultar oráculos y confiar en las visiones
y la intuición, un don sobre todo femenino.
“Ritualmente la tierra pide sangre y se la
das, y la Madre Tierra te devuelve energía a
través de la vulva”, dice Román y es por eso
que antiguamente las mujeres celtas danzaban
desnudas sobre los campos sembrados para
fertilizarlos. Y también para recibir su
energía. Para las cultoras urbanas del
feminismo espiritual, esta práctica es al
menos complicada. Se puede realizar sobre
macetas, sobre todo sobre aquellas plantas
que necesiten vitalidad. “Yo trato de
transmitir la recolección del sangrado –dice
Miriam Wigutov–. Trato de transmitir de una
manera ecológica el fenómeno de sangrar. Las
toallitas son lo más antiecológico que
existe para el planeta y para nuestro cuerpo
porque tienen blanqueadores que te dejan la
vagina destruida. A la recolección se le
puede dar varios usos. Hay uno mágico: el de
las brujas. Y otro convencional: como
ofrenda para regar, para las piedras de
poder, para trabajar en la sanación. También
recomiendo escucharse, sentarse a tomar un
té con el propio útero. Allí hay un secreto
que cada una puede empezar a recordar: cuál
es mi tradición, cuál mi árbol genealógico.
Me importa que la mayor cantidad de mujeres
posible pueda conocer esta manera de pensar
el ciclo femenino. Porque así estás en otra
posición, más valorada, más sagrada. Y
aumenta tu poder para conectarte con el
mundo de lo invisible.” Analía Bernardo
también propone la recolección, usando
algodones que después se mojan y se exprimen
en un frasco. Más tarde se entierra el
contenido en alguna plaza o parque haciendo
un hoyo al pie de un árbol, cubriéndolo
después con tierra y hojas para no llamar la
atención. Y además sugiere una invocación
sencilla para “este ritual de comunión
regeneradora con la Pachamama y con nosotras
mismas: Esta es la sangre que promete
renovación/ ésta es la sangre que promete
sostén/ ésta es la sangre que promete vida”.
Las brujas Despreciadas, temidas, quemadas en la
hoguera, feas como monstruos, llenas de
verrugas y volando en escobas, eso fue lo
que quedó de las brujas en el imaginario
colectivo. Mujeres que rinden culto a la
Diosa –o las diosas– reivindican y rescatan
como principales víctimas de la violencia
del patriarcado. Brujas son todas las que
reconocen los poderes que se suponen propios
del género o al menos más desarrollados como
la intuición, la sensibilidad, la capacidad
de nutrir, de curar, de transitar entre el
mundo de lo visible y lo invisible. Carlos
Castaneda también reconoce el poder de las
mujeres “para colapsar los parámetros de la
percepción ordinaria, para ampliar lo
perceptible”. Y el útero tiene un papel
fundamental en este modo de la percepción,
por eso las brujas, según Castaneda y según
las feligresas de la Diosa, entrenan su
vientre como un órgano de conocimiento. Como
tales las brujas y sacerdotisas –que en
definitiva son lo mismo– manejan las hierbas
y los elementos necesarios para curar,
fertilizar o consultar oráculos. La única
regla a la que obedecen en los círculos de
la Diosa es “haz lo que quieras pero no
perjudiques a nadie”. Porque además, como la
vida es un círculo, todo lo que una provoca
o da vuelve. Y ninguna bruja que se precie
quiere que le devuelvan maldades. “Todas las
mujeres tenemos un modo particular de usar
el cerebro, podemos atender el teléfono,
trabajar y atender a los niños, escribir y
lavar la ropa. Podemos ser madre y padre,
como la Diosa Creadora. Podemos usar los dos
hemisferios, pero la diferencia entre una
mujer que hace todo eso y además sabe quién
llama antes de atender elteléfono es que la
bruja hace todo naturalmente –explica
Wigutov–. El antiguo arte saca afuera tu
diamante y hace que brille, de eso se trata
el entrenamiento. Una bruja puede utilizar
su potencial de un modo consciente y
deliberado con el objetivo de ligar los dos
mundos.” Hécate es una de las
manifestaciones de la diosa anciana y es, a
la vez, la madre de las brujas. Igual que
Lilith, la otra, la condenada a la
oscuridad, que rige la sensualidad, el poder
de atracción. “En mi familia hay una bruja
por generación –dice Adriana Gómez–, pero yo
soy diferente porque ellas invocaban a la
Virgen María para curar. Yo me hice hija de
la Diosa. Hoy ser una bruja significa ser
rebelde, como las mujeres que se opusieron
al sistema desde distintos lugares. Ellas
fueron las herederas de una sabiduría
ancestral. Eran las otras. Por eso querían
desterrarlas y matarlas. Nunca se supo
cuántas mujeres murieron en la hoguera por
la Inquisición, pero se estima que entre
tres y nueve millones. Hoy significa hacerte
cargo de tu propio poder, decir que no
cuando lo tenés que hacer, defender a tus
hermanas, defender la tierra.”
Ayúdate a ti misma El culto a la Diosa no es una religión,
porque religión remite a estructuras
verticales y dogmáticas. Es una práctica
espiritual para algunas, es una forma del
feminismo cultural para otras. Y es también
una herramienta de autoayuda y ésa es su
manifestación más expandida. “Trabajar con
los arquetipos de las Diosas ayuda a
recomponer tu mundo interno, a evitar las
situaciones depredadoras. Conociendo los
mitos sagrados femeninos, las mujeres pueden
reconocerse y empoderarse”, dice Bernardo.
Se trata simplemente de reconocer lo sagrado
en el propio cuerpo, de redescubrir sus
capacidades y convertirlo en un lugar de
placer, “al contrario de lo que proponen las
religiones tradicionales que te exigen
abandonarlo, salir de él porque su goce es
pecaminoso”, dice Román. “Encontrarse con la
Diosa –dice Adriana– es como volver a casa.”
Y en ese lugar es fácil sentirse seguras.
Por Marta Dillon
La Diosa, dicen sus cultoras, no es simplemente agregar una "a" al nombre de Dios. Es revalorar los ritos antiguos –de la Edad de Bronce y de Hierro-, que consideraban al útero como dador de toda vida y a las mujeres sacerdotisas naturales de ese principio femenino, condenadas por las religiones patriarcales. Rendirle culto a la Diosa, entonces, es una práctica cultural y también una manifestación diversa del feminismo.
En el principio no era el verbo, dicen las sacerdotisas, era el útero. El huevo cósmico de donde surge toda la vida. De las aguas primordiales emergió la Diosa Origen y parió el cielo y la tierra, la pareja sagrada, los hermanos gemelos, hombre y mujer, que también son amantes, consortes, creadores como su Madre de todo lo que cambia y lo que permanece. Los antiguos la vieron como pájaro o como serpiente, con la vulva expuesta y abierta como una puerta al útero sagrado de donde todo sale y a donde todo vuelve y se regenera. Así la concibieron en distintos rincones del mundo, “fue el centro religioso y cultural de los antepasados humanos durante el Paleolítico Superior y en las culturas agrícolas del Neolítico, del 20 mil al 3 mil antes de la era cristiana, cuando se impusieron las culturas e imperios clásicos de orientación masculina y la difusión del monoteísmo del Dios Padre (judío, cristiano o islámico)”, según consta en el Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas de Torcuato Di Tella, Emecé editores. Estas comunidades –prehelénicas, precélticas, prehindúes, etc.- que adoraban a la Diosa no eran matriarcales ni patriarcales, eran matricias, porque todos asumían su origen en una Madre, pero ninguno estaba sobre el otro, no había más fuertes y más débiles porque las debilidades de uno eran la fortaleza de las otras. Y viceversa. Pero todo eso fue arrasado, oscurecido, violado como los hombres violan a las mujeres, como Zeus fuerza a Hera, la diosa del cielo, y a Europa, Asteria, Leda, Némesis y a otras mujeres, diosas y ninfas que habitarán el Olimpo bajo las reglas del todopoderoso Dios del Trueno. Lilith fue ignorada como primera esposa de Adán, hecha de barro igual que él, desterrada por haber querido ponerse encima de él durante el acto sexual. A Eva, la segunda, el Dios Padre la sacó de una costilla esperando obediencia. Y no, la malvada serpiente la tentó y la mujer fue expulsada del Edén, condenada a parir con dolor, heredando desde entonces a su descendencia el pecado original. La religión judeocristiana, tal como la conocemos, sería sólo una manifestación más del patriarcado, según las sacerdotisas y adoradoras de la Diosa. Una manifestación poderosísima a la luz del modo en que se ha impregnado en el imaginario colectivo. Para ellas, la serpiente, lejos de ser malvada, es una Diosa dadora de conocimiento. Las brujas, asesinadas brutalmente durante siglos, no son más que chamanas, hijas de la Diosa como todas las mujeres y los hombres aunque ellas comprenden mejor de qué se trata el ciclo de la vida, porque en su cuerpo algo renace y algo muere mes a mes. Entonces el culto a la Diosa no sería más que una vuelta al origen. Una vuelta al cuerpo, a descubrir en el cuerpo de las mujeres el secreto de lo sagrado, la generación de la vida. En definitiva, según los recientes descubrimientos de la genetista Rebecca Cahn, confirmados y ampliados por científicos de la Universidad de Stanford, el primer humano fue mujer –sólo tenía cromosomas X–, habitó en África y antecede en 80 mil años a los Homo Sapiens.
Feminismo espiritual
En un principio hubo mujeres que quisieron pensar a la Iglesia desde una perspectiva de género, o feminista, que era la palabra que se usaba en los ‘70. Así lo relata una de las principales teóricas nacionales del culto a la Diosa, Ethel Morgan. “La visión androcéntrica no respondía a las necesidades espirituales de las mujeres, por eso hubo teólogas que empezaron a investigar en la historia de las religiones y lo primero que hicieron fue revalorizar a las brujas.” Muchas se apartaron entonces del cristianismo y se entregaron de lleno a los ritos paganos que no eran otra cosa que religiones sojuzgadas por el patriarcado. “Hubo que reinventar a la Diosa, reformular las ‘leyes naturales’ que en realidad violaron a la naturaleza. Así nace la tealogía –de tea, tia o theia, La Divina, titana solar preolímpica, hija de la Diosa Creadora–, largamente definida por Morgan en el Diccionario de ciencias políticas y sociales. “Durante el siglo XX, arqueólogas e investigadoras en diferentes campos –escribe Morgan– vienen desarrollando la tealogía, respondiendo a la necesidad de la mujer de recuperar su arquetipo sagrado como parte de la identidad femenina que colabore en la superación de los estereotipos de orientación patriarcal.” Jane Ellen Harrison, Marija Gimbutas, Barbara Walker, Mónica Sjöö, entre muchas otras, son las que han aportado para conformar este movimiento reivindicado como feminismo espiritual, “que reconoce y celebra tanto los derechos de las mujeres como sus poderes sagrados y espirituales”. De lo que se trata es de recuperar una cosmología en la que poder identificarse para reconocerse también parte activa de lo sagrado y no como mera costilla, pecadora o impura, proscripta de los estudios divinos. “Si sólo contás con un arquetipo –como modelo sagrado más antiguo– de un Dios solo, vengativo, que niega todo lo demás, que modela al hombre a su imagen y semejanza pero saca a la mujer de su costilla, estás creando también un modelo económico, social y político. Y por eso también las mujeres nos sentimos una porquería durante tanto tiempo”, dice Analía Bernardo, periodista y escritora. Si la religión patriarcal sentencia al cuerpo de las mujeres al dolor, las feligresas de la Diosa lo recuperan como una herramienta para conectarse con lo divino. Las mujeres son hijas de la Diosa pero también son ella misma, así lo dice Sandra Román, sacerdotisa de la Diosa iniciada en Glastonbury según los mitos célticos, de donde provienen buena parte de los rituales y la cosmología de la Diosa. De hecho fue en Irlanda donde se han encontrado cientos de figuras de diosas femeninas con sus vulvas expuestas. “Las mujeres tenemos el útero y ahí es donde se gesta la vida; los hombres también pueden participar del culto a la Diosa, sólo que les cuesta más entenderlo porque no viven como nosotras el ciclo vital”, agrega. “A partir de la percepción de los principios biológicos, del propio cuerpo –completa Bernardo–, hay una conciencia que se desarrolla”. ¿Entonces los hombres, por carecer de útero, por no vivir en su cuerpo el ciclo que empieza y termina cada mes, serían inferiores? De ninguna manera, sólo son diferentes. “Superior e inferior –aclara Román– son principios del patriarcado.”
Cartas del tarot Madre Paz, usado por muchas de las sacerdotizas de la Diosa a modo de oráculo.
La imágenes corresponden a distintas manifestaciones de la triple diosa.
Imágenes de sheela na gigs, diosa femenina orgullosa de su vulva, erigidas en la entrada de muchos templos medievales en Irlanda e Inglaterra.
El círculo
El mundo se representa como un círculo; el ciclo de la agricultura es circular, igual que el ciclo de la luna y el ciclo menstrual. Las que adoran a la Diosa también integran un círculo. “Creemos que hay momentos de luz y de oscuridad, pero no como luz buena y oscuridad mala. Lo oscuro se integra dentro de nosotras como la vida y la muerte. Es como la naturaleza; existen el otoño, el invierno, la primavera y el verano. La Diosa y su consorte son una pareja sagrada. Es así en toda la religión pagana –explica Adriana Gómez, sacerdotisa de la Diosa–, salvo que ella es dadora de vida. No hay dicotomía porque están todos los momentos y las figuras integradas. Creemos en una composición cíclica como el yin y el yang y ninguno puede estar sin el otro.” Como una serpiente que se come la cola, como la representación del tiempo en un reloj, de círculo se habla cuando se reúnen las mujeres a adorar a la Diosa, en círculo sehacen los rituales y ese círculo no tiene que dejar huecos porque si no la energía se escapa. Así como se sentaban los indios para sus ceremonias, los chamanes para contar sus historias y los nietos en torno del abuelo o de la abuela. Las sacerdotisas no son superiores a las iniciadas, en todo caso, sus hermanas mayores. “Ninguna es jefa –cuenta Román–; ninguna no sabe.” Lo que hay y lo que falta son parte del círculo y de la abundancia y la restricción se puede aprender. “El círculo borra las jerarquías, exige lugar para el consenso y para el disenso.” La Diosa es una y son muchas, es la Pachamama de los diaguitas argentinos, la Sirena del Paraná, la Diosa madre de los mapuches, la luz mala de los huesos y la Vieja vestida de novia que habita La Pampa. La Jaguar de los Andes y del Amazonas y también Ixchel, la diosa luna de los mayas, y Sheela na’ gir en Irlanda. La diversidad se celebra porque cada diosa tiene un atributo y hoy se puede ser una pero mañana otra, así como se es joven pero también llegará la vejez con su sabiduría.
La Triple Diosa
La Diosa es una y son tres, como los ciclos de la luna. La doncella –el cuarto creciente– “tiene la fuerza de la primavera, trabaja con la autoestima, es independiente”, dice Adriana Gómez. Esta Diosa rige la primera fase del ciclo menstrual, el que empieza cuando se va el sangrado. Es virgen no porque no tenga relaciones sexuales, sino porque celebra la libertad sexual sin quedar embarazada. La que sigue es la madre, la mujer madura, la que puede procrear, hijos o ideas, es el verano, la época de la cosecha, rige el momento de la ovulación. La tercera es la anciana, la vieja sabia, la que también celebra la sexualidad, rige el período previo a la menstruación y también la menopausia. “Es la que tiene la visión oracular, la que enseña cómo atravesar las etapas que ella ya ha vivido con sabiduría –continúa Gómez–. Es lo contrario a lo que plantea el patriarcado, que la mujer madura ya no sirve más y por eso se ponen tetas, se cortan, se sacan, se arreglan.” En la mayoría de las culturas antiguas aparece una diosa triforme, incluso Analía Bernardo la descubrió en las mamushkas rusas, esas muñecas que entran una dentro de otra: “Una de las trinidades más antiguas de la mitología rusa procede de Siberia. Es la diosa Umai y sus dos hijas que los nativos de la región identifican con los montes Altai. Un lugar donde pervive el chamanismo de origen femenino más antiguo del planeta y que las violentas prédicas cristiana, islámica y soviética atea no lograron eliminar del todo”. Hay un cuarto arquetipo, que representa la luna nueva, el invierno y el momento de la menstruación: es la diosa oscura, la de la muerte que es también la resurrección, la transformación, el pasaje de un estado a otro. Todas tienen su consorte, no como marido sino como amante, amoroso y dedicado, hermano y pareja. Pachamama tiene a Illapa; Isis tiene a Osiris –y también a su hermana gemela, Neftis, la oscura, la de las profundidades de la tierra–; Ishtar, la diosa babilónica del cielo y la tierra fértil, a Ereshkigal. Algunas, las creadoras, han parido a su consorte, como Kali a Vishnú. El goce del sexo, el orgasmo son modos de iluminar la conciencia y expandir la energía –aun cuando la actividad sexual sea en soledad– y no está atada a la reproducción. “El conocimiento de las plantas anticonceptivas como la artemisa era un saber que pasaba de una generación de mujeres a la siguiente sin intervención de los varones, aun en los primeros meses sin sangrado –explica Bernardo–, y los que participaban del chamanismo de la Madre Tierra aprendían de las mujeres chamanas a usar esas hierbas en beneficio de las mujeres. El Dios de los católicos que prohíbe a través de sus obispos y sacerdotes el acceso a la anticoncepción es, desde la perspectiva sagrada, una deidad entre muchas otras.” Y cada una puede elegir a quién rendirle culto.
La sangre
La sangre menstrual es la única que el cuerpo expulsa sin ningún acto de crueldad previa, sin más heridas que la necesaria para que el ciclo vuelva a empezar. Esta sangre es sagrada para quienes adoran a la Diosa y por eso se la ofrendan. Según las tradiciones celtas que Sandra Román rescata, el Grial no es más que el recipiente en el que se recoge y entrega la sangre de las mujeres que menstrúan. Es un período de profunda sensibilidad en el que las mujeres están más perceptivas que nunca, ideal para consultar oráculos y confiar en las visiones y la intuición, un don sobre todo femenino. “Ritualmente la tierra pide sangre y se la das, y la Madre Tierra te devuelve energía a través de la vulva”, dice Román y es por eso que antiguamente las mujeres celtas danzaban desnudas sobre los campos sembrados para fertilizarlos. Y también para recibir su energía. Para las cultoras urbanas del feminismo espiritual, esta práctica es al menos complicada. Se puede realizar sobre macetas, sobre todo sobre aquellas plantas que necesiten vitalidad. “Yo trato de transmitir la recolección del sangrado –dice Miriam Wigutov–. Trato de transmitir de una manera ecológica el fenómeno de sangrar. Las toallitas son lo más antiecológico que existe para el planeta y para nuestro cuerpo porque tienen blanqueadores que te dejan la vagina destruida. A la recolección se le puede dar varios usos. Hay uno mágico: el de las brujas. Y otro convencional: como ofrenda para regar, para las piedras de poder, para trabajar en la sanación. También recomiendo escucharse, sentarse a tomar un té con el propio útero. Allí hay un secreto que cada una puede empezar a recordar: cuál es mi tradición, cuál mi árbol genealógico. Me importa que la mayor cantidad de mujeres posible pueda conocer esta manera de pensar el ciclo femenino. Porque así estás en otra posición, más valorada, más sagrada. Y aumenta tu poder para conectarte con el mundo de lo invisible.” Analía Bernardo también propone la recolección, usando algodones que después se mojan y se exprimen en un frasco. Más tarde se entierra el contenido en alguna plaza o parque haciendo un hoyo al pie de un árbol, cubriéndolo después con tierra y hojas para no llamar la atención. Y además sugiere una invocación sencilla para “este ritual de comunión regeneradora con la Pachamama y con nosotras mismas: Esta es la sangre que promete renovación/ ésta es la sangre que promete sostén/ ésta es la sangre que promete vida”.
Las brujas
Despreciadas, temidas, quemadas en la hoguera, feas como monstruos, llenas de verrugas y volando en escobas, eso fue lo que quedó de las brujas en el imaginario colectivo. Mujeres que rinden culto a la Diosa –o las diosas– reivindican y rescatan como principales víctimas de la violencia del patriarcado. Brujas son todas las que reconocen los poderes que se suponen propios del género o al menos más desarrollados como la intuición, la sensibilidad, la capacidad de nutrir, de curar, de transitar entre el mundo de lo visible y lo invisible. Carlos Castaneda también reconoce el poder de las mujeres “para colapsar los parámetros de la percepción ordinaria, para ampliar lo perceptible”. Y el útero tiene un papel fundamental en este modo de la percepción, por eso las brujas, según Castaneda y según las feligresas de la Diosa, entrenan su vientre como un órgano de conocimiento. Como tales las brujas y sacerdotisas –que en definitiva son lo mismo– manejan las hierbas y los elementos necesarios para curar, fertilizar o consultar oráculos. La única regla a la que obedecen en los círculos de la Diosa es “haz lo que quieras pero no perjudiques a nadie”. Porque además, como la vida es un círculo, todo lo que una provoca o da vuelve. Y ninguna bruja que se precie quiere que le devuelvan maldades. “Todas las mujeres tenemos un modo particular de usar el cerebro, podemos atender el teléfono, trabajar y atender a los niños, escribir y lavar la ropa. Podemos ser madre y padre, como la Diosa Creadora. Podemos usar los dos hemisferios, pero la diferencia entre una mujer que hace todo eso y además sabe quién llama antes de atender elteléfono es que la bruja hace todo naturalmente –explica Wigutov–. El antiguo arte saca afuera tu diamante y hace que brille, de eso se trata el entrenamiento. Una bruja puede utilizar su potencial de un modo consciente y deliberado con el objetivo de ligar los dos mundos.” Hécate es una de las manifestaciones de la diosa anciana y es, a la vez, la madre de las brujas. Igual que Lilith, la otra, la condenada a la oscuridad, que rige la sensualidad, el poder de atracción. “En mi familia hay una bruja por generación –dice Adriana Gómez–, pero yo soy diferente porque ellas invocaban a la Virgen María para curar. Yo me hice hija de la Diosa. Hoy ser una bruja significa ser rebelde, como las mujeres que se opusieron al sistema desde distintos lugares. Ellas fueron las herederas de una sabiduría ancestral. Eran las otras. Por eso querían desterrarlas y matarlas. Nunca se supo cuántas mujeres murieron en la hoguera por la Inquisición, pero se estima que entre tres y nueve millones. Hoy significa hacerte cargo de tu propio poder, decir que no cuando lo tenés que hacer, defender a tus hermanas, defender la tierra.”
Ayúdate a ti misma
El culto a la Diosa no es una religión, porque religión remite a estructuras verticales y dogmáticas. Es una práctica espiritual para algunas, es una forma del feminismo cultural para otras. Y es también una herramienta de autoayuda y ésa es su manifestación más expandida. “Trabajar con los arquetipos de las Diosas ayuda a recomponer tu mundo interno, a evitar las situaciones depredadoras. Conociendo los mitos sagrados femeninos, las mujeres pueden reconocerse y empoderarse”, dice Bernardo. Se trata simplemente de reconocer lo sagrado en el propio cuerpo, de redescubrir sus capacidades y convertirlo en un lugar de placer, “al contrario de lo que proponen las religiones tradicionales que te exigen abandonarlo, salir de él porque su goce es pecaminoso”, dice Román. “Encontrarse con la Diosa –dice Adriana– es como volver a casa.” Y en ese lugar es fácil sentirse seguras.