Analía Bernardo
* El pecado original, la culpa de Eva,
el Dios padre, el Diablo, no forman parte de esta cosmovisión ancestral
* La arqueomitología desentrañó el tránsito de las culturas
matrilineales a la patriarcal
Fuente: suplemento Triple Jornada, octubre 2005, diario
La Jornada, México
A mediados de la década de los 70, dentro del movimiento feminista de
Estados Unidos, Zsuzsanna Budapest y Starhawk vincularon la tradición de
las Diosas y de las brujas con las luchas por los derechos de las
mujeres, creando junto a otras investigadoras de lo Sagrado Femenino una
corriente espiritual cuya cosmovisión y práctica ritual no provenía de
ninguna iglesia o religión judeocristiana.
Así surgió el Movimiento de la Diosa, la Witchcraft y la Espiritualidad
Femenina que celebra a la Gran Diosa inmanente en la naturaleza, en las
mujeres y en las relaciones culturales que surgen de esa cosmovisión.
Una espiritualidad que nos ha devuelto a las mujeres el derecho a la
libertad de culto de lo Divino Femenino sin una autoridad religiosa
masculina o gurú iluminado que defina en qué deben creer las mujeres y
cómo hacerlo.
Más bien, fueron las mujeres las se apropiaron de ese derecho recreando
la antigua religión de la Diosa con proyecciones políticas, sexuales, de
género, ecológicas y comunitarias que estuvieron presentes en las
tradiciones de las brujas, sacerdotisas y chamanas en la Europa
precristiana y en otros sitios donde la Gran Diosa expresaba las
potencialidades de los cuerpos, almas, mentes y creaciones de las
mujeres de manera positiva, otorgando libertad, dignidad y poder de
vinculación con otros sin subordinación sexual. El pecado original, la
culpa de Eva, el Dios padre, el Diablo y la necesidad de redención de la
naturaleza caída no forman parte de esta cosmovisión ancestral.
Hasta entonces las religiones que mayoritariamente las mujeres conocían
y practicaban eran espiritualidades y teologías creadas y dirigidas por
varones, centradas en figuras masculinas como Yahveh, Jesús, Alá, Krisna,
Buda; donde la discriminación y desvalorización de las mujeres y de lo
divino femenino se mantenía sin modificaciones desde hacia siglos. Con
todo, dos milenios de cristianismo, por ejemplo, es un tiempo
relativamente corto si se lo compara con el culto a la Gran Diosa,
adorada a partir del Paleolítico Superior, 20 mil años a. C. y en el
Neolítico agrícola, 7 mil años a. C., hasta las culturas clásicas de la
antigüedad y los primeros siglos del cristianismo. Y aún cuando
Constantino había cerrado los templos de las Diosas y declarado al
cristianismo la religión oficial, los pueblos de Europa seguían
practicando el culto de lo Divino Femenino con distintos nombres y ritos
lunares, estacionales y chamánicos.
Entonces, la Iglesia creó un sistema de persecución, tortura y muerte
inimaginable para erradicar esta religiosidad tan arraigada en la vida
de la gente común y que posicionaba a las mujeres en un lugar de respeto
y dignidad, especialmente a las brujas como sacerdotisas de ritos
lunares y agrícolas, parteras, conocedoras de hierbas sanadoras y
anticonceptivas y de técnicas chamánicas de visión sagrada, como
personas con poder personal, social y espiritual dentro de las
comunidades.
El retorno de la Gran Diosa
En 1976, Merlin Stone publicó “Cuando Dios era Mujer” abriendo el camino
a una serie de estudios sobre la influencia de las religiones en la
dignificación o en la opresión de las mujeres. Aquel libro fue pionero e
inspiró otras investigaciones que reinterpretaron mitos, tradiciones,
ritos y evidencias arqueológicas y antropológicas sobre la religión de
las diosas prepatriarcales, realizados por Barbara Walker, Mónica Sjöö,
Riane Eisler, Caitlin Matthews, Mary Daly, Vicky Noble, Charlene
Spretnak, Carol Christ y las citadas Budapest y Starhawk.
La espiritualidad feminista cuenta con el trabajo arque ológico de
Marija Gimbutas, quien dirigió excavaciones en Europa Central y del
Este, sacando a la luz evidencias de la Civilización de la Diosa -como
ella la llamó- que evolucionó entre el 6 mil 500 y el 3 mil 500 a. C.,
de manera independiente de la Mesopotamia, como una sociedad pacífica
que no construía armas de guerra y se dedicaba a la agricultura, el
arte, el comercio y la religión, y en la que -según evidencias
funerarias- no había una jerarquización de los géneros. Mujeres y
varones se percibían como hijos de una Madre Origen común, la Gran
Diosa, vivenciando algún tipo de igualdad de géneros.
Gimbutas interpretó numerosas estatuillas de la Diosa, objetos rituales
y de la vida cotidiana en los que se expresa esa cosmovisión sagrada
asociada a los ciclos de la luna, de la mujer, de la naturaleza, de la
conciencia humana y de todos los seres vivos con el arquetipo de la
Diosa Pájaro-Serpiente creadora, la Diosa Sustentadora (del cereal, la
agricultura y la cu ltura) y la Diosa de la Muerte y el Renacimiento.
Una trinidad femenina más antigua que la cristiana o la hindú, por
ejemplo, celebrada junto a sus hijas/os y consortes.
Esta investigadora de origen lituano, hizo una lectura arqueomitológica,
encontrando que las simbologías sagradas y arquetípicas de las diosas de
culturas posteriores ya estaban presentes en los asentamientos
neolíticos. Gimbutas destacó la continuidad de la cosmovisión de la
Diosa neolítica procedente de las “Venus” paleolíticas de las/los
sapiens recolectoras y cazadores de las cavernas y su pervivencia en las
tradiciones de las diosas posteriores al Neolítico que conocemos con el
nombre de Eurínome, Gea, Ártemis, Hécate, Atenea, Isis, Nut, Maat,
Inanna, Ishtar, Alat, Aserá, Rhea, Deméter, Perséfone, Diana, Juno,
Minerva, Eire, Brigid, Freya, Baba Yagá, las Musas, las Parcas, las
Gracias, entre muchas otras.
Gimbutas comprobó la tesis de Jean Ellen Harrison, experta en mitología
griega de Cambridge en los años 30, la primera en señalar que las diosas
griegas procedían de una época histórica preolímpica anterior y que el
casamiento de Hera con Zeus no existió en sus orígenes. Ese casamiento
forzado, más bien reflejaba el tránsito, a veces dramático y violento,
de las culturas matrilineales a la patriarcal luego de una conquista
armada y una inversión de los mitos de origen. Incluso diferenciaba a
los dioses guerreros de los agrícolas de la edad matrilineal: Hermes,
Pan, Dionisio, indicándonos que el culto a las diosas no excluía lo
Sagrado Masculino pero tampoco adoraba a un dios padre guerrero y
dominante, ni a deidades masculinas que violaban y mataban a diosas y a
mujeres como sucede en los mitos tardíos, surgidos de aquella conquista
y reforma.
Para Harrison los mitos griegos eran intentos, a veces groseros y
desesperados, para cambiar la tradición de la Gran Madre por propaganda
política-religiosa como es el mito de Atenea naciendo de la cabeza de
Zeus, armada como una guerrera, reemplazando a la ancestral Atenea, una
deidad sin padre, patrona de la sabiduría y la inteligencia y así
presentar a los dioses “archipatriarcales” (como Harrison los calificó)
como primigenios, mejores y supremos.
Robert Graves difundió fuera del ámbito académico el trabajo de Harrison
pero fue Gimbutas la que proporcionó las pruebas arqueológicas de las
olas invasoras patrilineales como así también la cosmovisión cultural y
religiosa de la Gran Diosa hasta entonces considerada por muchos como
simples “cultos de fertilidad”.
Por su parte, la antropóloga Margaret Murray presentó pruebas de la
tradición de las brujas como un chamanismo europeo cuyos orígenes se
remontan a los chamanes/as paleolíticos y siberianos.
Las neojunguianas Silvia Brinton Perera, Marion Woodman, Jean Shinoda
Bolen y Clarissa Pinkola Estés, realizaron una tarea similar a la
arqueológica a fin de desenterrar el arquetipo de la Gran Diosa d e las
profundidades del inconsciente personal y colectivo de las mujeres
adonde la cultura y el ego patriarcal lo habían recluído, reprimiéndolo
para que las diosas no otorgaran poder espiritual, emocional y cultural
al cuerpo, la sexualidad, la libertad y la conciencia de las mujeres.
Para las junguianas, los mitos tardíos como el de Atenea naciendo de la
cabeza de Zeus se hicieron carne en las mujeres que fueron educadas
según el ideario femenino de la mentalidad patriarcal, teniendo que
adoptar en los últimos tiempos modos patriarcales a fin de ser
reconocidas como “Hijas del Padre” y tener éxito profesional o
intelectual.
Tealogía de la espiritualidad feminista
Así, las prácticas del Movimiento de la Diosa cuentan con una tealogía
(de Tea, la Diosa) rica y variada, procedentes de muchas fuentes -no
sólo académicas- ya que no es un discurso unificado dictado por una
autoridad centralizada.
Para la tealogía, la Diosa es vivenciada por l as mujeres de muchas
maneras a través de unas cosmovisiones básicas con la clara intención de
que no reproduzcan estereotipos femeninos y masculinos. A la Diosa
creadora se la celebra en la naturaleza como una deidad que permanece
inmanente en el mundo y el universo que ha creado. Ella es la vida, la
naturaleza, la creación, el espíritu, en las plantas, las montañas, los
lagos, los animales y las personas. Es la reina del cielo, de la tierra
y del otro mundo, abarcando los tres mundos como sucede con la Triple
Pachamama: Janaj Pacha, Kay Pacha y Uku Pacha.
La tealogía de la Diosa comparte muchas visiones con tradiciones de
pueblos originarios e indígenas que celebran lo Sagrado Femenino en las
diosas Andra Mari, Cerridwen, Ilamatecutli, Ixchel, Pachamama, Mujer
Araña, Mujer Bisonte, Sedna, Qomolagna, Nu Kwa, Amaterazu, Pele, Iemanjá,
Umai, Kali.
La Creadora se presenta cíclicamente como triple Diosa: la Virgen de la
luna creciente y de la primavera (virgen porque se pertenece a sí
misma), la Madre o Adulta Plena de la luna llena y del verano, y Anciana
Sabia de la luna menguante y del otoño para luego transformarse en la
Diosa Oscura de la luna nueva y del invierno, el aspecto que está por
detrás de la trinidad manifiesta. Ella es celebrada por las mujeres de
este movimiento en cada ciclo lunar y en cada estación.
La Triple Diosa celebra las tres edades de la mujer y a las tres
generaciones de mujeres que conviven en un mismo tiempo y cultura. Y
vincula a las/los antepasados con las mujeres y varones del presente y
con las generaciones futuras.
Esta Trinidad Femenina también es un arquetipo en la conciencia profunda
de la mujer en cualquier edad biológica porque expresa diferentes
procesos internos y capacidades para ser y actuar. En mi trabajo con la
Triple Diosa, este arquetipo expresa la energía vital, la autoestima y
la libertad (la Virgen), la capacidad de vinculación con otros/as sin
subordinación (l a Adulta) y la capacidad de cambio y transformación (la
Anciana), mientras que un poder transpersonal más hondo sostiene a todas
esas cualidades (la Oscura, la Diosa Origen).
Además, muchas diosas son patronas o protectoras de una potencialidad
específica: la diosa del amor, de la fertilidad, de la sanación, de las
artes, de la justicia, etcétera, y las mujeres las invocan para una
problemática en particular con sus nombres: Afrodita, Ceres, Higeia, las
Musas y Themis respectivamente, o sus equivalentes indígenas.
Este movimiento no es un monoteísmo con polleras (faldas), por eso
también celebra lo Sagrado Masculino a partir del ancestral arquetipo
del Dios Astado de la tradición paleolítica y del Dios de la Vegetación
neolítico como hijo, amante consorte e iniciado con diversas
manifestaciones estacionales y cíclicas.
Círculos y asambleas
Budapest y Starhawk junto a otras brujas y sacerdotisas se han dedicado
a la formación espiritual de las muje res en las asambleas y círculos
con conciencia de género. Han publicaron libros con rituales para los
Sabbats estacionales y los Esbats lunares. Y proponen ritos de
iniciación a la menstruación, la mediana edad, la maternidad y la
menopausia. Y otros rituales para afrontar problemáticas como el abuso
sexual, detener a un violador, decidir la interrupción de un embarazo no
deseado, tratar la baja autoestima, el odio hacia el cuerpo o la
depresión.
También hechizos de magia femenina como medios para dirigir la
conciencia ante necesidades básicas de trabajo, vivienda, sanación,
estudio, pareja. Es una espiritualidad donde la magia se suma al trabajo
político o psicológico por los derechos de las mujeres, y en la que la
sabia serpiente, el triángulo de la vulva y la sangre menstrual son
algunos de los símbolos de sacralidad femenina que vuelven a ser
utilizados por las mujeres.
En este movimiento no existen estructuras eclesiales ni dogmas ni papas
y toda muje r puede celebrar a la Diosa tenga mucha o poca formación
previa, convocando a otras y formando un grupo. En EU hay asambleas de
mujeres heterosexuales y/o lesbianas y están las que integran a mujeres
y varones; en ellas se promueve un compromiso con la vida del planeta y
la justicia a través de acciones individuales y colectivas.
La Diosa en América Latina
En la región, las mujeres tenemos noticias de los libros, talleres y
celebraciones del Movimiento de la Diosa. Quizás lo más desafiante sea
invocar a una deidad femenina en esta parte del continente donde la
religión masculina sigue influyendo en la autoestima de las mujeres,
negándole derechos y presentando a María como una mujer subordinada al
Dios masculino.
Cuando las latinoamericanas escuchan hablar de la Gran Diosa en relación
a sus problemáticas la reciben como un manantial de agua fresca en medio
del desierto. Después de todo, hace tan solo cinco siglos que las
mujeres adoraban a las diosas pr ecolombinas y aún lo siguen haciendo en
muchas comunidades. Así, las mujeres de la Diosa en América Latina
estamos rescatando a las diosas indígenas a fin de reencontrar en ellas
la dimensión sagrada de nuestros derechos.
Feministas académicas y políticas suelen temer que esta espiritualidad
sea una moda escapista que aleje a las mujeres de la lucha por los
derechos, ya que todas las religiones que han conocido han sido
opresivas y no imaginan algo diferente. Pero las tres décadas del
Movimiento de la Diosa son suficientes para comprobar la íntima relación
que han tejido las feministas espirituales entre derechos y
espiritualidad. Para las que celebramos a la Diosa ambos hilos se tejen
juntos.
En “La Danza en Espiral”, Starhawk expresa que el movimiento feminista
de por sí es mágico-espiritual, además de político. Es espiritual porque
está dirigido a la liberación del espíritu humano, a sanar nuestra
fragmentación, a llegar a estar completas. Es mágico porq ue cambia la
conciencia, expande nuestra percepción y nos da una nueva visión,
utilizando un concepto de la brujería, esto es, el arte de cambiar la
conciencia a voluntad. “Para mí había una conexión natural entre el
movimiento para darle poder a las mujeres y una tradición espiritual
basada en la Diosa”, expresa Starhawk.
Para las mujeres de la Diosa, la religión es una dimensión de la vida
demasiado importante para dejarla sólo en manos de los varones y de las
religiones patriarcales como únicas opciones de espiritualidad. Las
mujeres que no se identifican con el ateísmo o el agnosticismo, desean
terminar con el vacío de sacralidad que el patriarcado dejó en sus almas
y cuerpos. Un vacío casi siempre ocupado por imágenes negativas de sí
mismas. El retorno de la Diosa expresa esa necesidad y ese derecho.
La autora investiga tradiciones sagradas femeninas y trabaja en talleres
con el arquetipo de la Triple Diosa
analiabernardo@yahoo.com
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