TARTESSOS |
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EL ARMAMENTO TARTÉSICO
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Fernando Quesada Sanz (Profesor titular de Arqueología Universidad Autónoma. Madrid) |
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Usaban
lanza, espada y arco, protegiéndose con capacetes escudos de cuero
armamento ligero apto para la
lucha individual ESTUDIAR
LAS ARMAS DE LOS TARTESIOS implica al menos cuatro cosas: primero,
analizar el armamento del Bronce Final precolonial, conocido sobre todo
por el conjunto de losas de piedra grabadas que llamamos estelas del
Suroeste y por los famosos lotes de armas dragados hace ya muchos años en
la ría de Huelva; después, describir y comprender las modificaciones
tecnológicas y tipos de armas traídas a la Península por los fenicios
(en especial la extensión de la metalurgia del hierro); tercero,
determinar si la presencia de comerciantes helenos supuso algún cambio
militar significativo; por último, definir en qué medida el armamento ibérico
(que aparece como tal a principios del s. V a.C.) recogió herencias de la
panoplia tartésica. Sólo
parcialmente y con problemas serios puede responderse a estas preguntas,
debido a que la cantidad de información varía mucho de una fase a otra,
y también a que es muy difícil saber si el hallazgo de algunos
ejemplares de armas importadas llegó a tener algún impacto sustancial en
la panoplia tartésica. Panoplia aristocrática Las
armas representadas en las estelas del Sur oeste reflejan una panoplia
aristocrática propia de guerreros de fines de la Edad de Bronce y, quizá,
los momentos iniciales de contacto colonial. Incluye un armamento ofensivo
basado en lanzas de larga punta, probablemente empuñadas y no
arrojadizas, y espadas de bronce cuyo tipo es difícil de precisar, dado
el esquematismo de las imágenes, pero compatibles con los tipos conocidos
arqueológicamente: espadas tajantes de hoja pistiliforme en las estelas más
antiguas, quizá también espadas de función más punzante del tipo de
lengua de carpa similares a las halladas en el depósito de Huelva. A
juzgar por las estelas y los hallazgos arqueológicos, el arco y las
flechas eran empleados, posiblemente no sólo en la caza sino también en
la guerra. El
armamento defensivo parece consistir en capacetes —posiblemente de
cuero, quizá broncíneos— de los que el tipo más reconocible es el
decorado con dos largos cuernos ondulados, tipo ya visto por el Mediterráneo
desde siglos antes y que aparece representado en figurillas chipriotas y
sardas. Junto a estos cascos, el elemento más característico es el
escudo circular de mediano tamaño (quizá en torno a los 60 cm. de diámetro),
hecho de una o varias capas de cuero de distinto diámetro encoladas entre
sí y apretadas en húmedo contra un molde de piedra o madera para darles
forma, y con una empuñadura simple central. Muchos
de estos escudos aparecen dibujados con una escotadura en forma de V cuya
función se discute, ya que las interpretaciones oscilan entre las
puramente simbólicas y las funcionales; según estas últimas, la
escotadura podría haber servido para facilitar la construcción del
escudo durante el proceso de secado y contracción del cuero, pero también,
en el combate, para facilitar el manejo de lanza (si era lateral) o la
visión (si era superior). Este tipo de escudo es conocido tanto en el
Mediterráneo como en el Bronce Final de las áreas atlánticas. Las
estelas no permiten distinguir ningún tipo de protección corporal y los
datos arqueológicos son mudos en este sentido, por lo que cabe pensar que
si la hubo, debía tratarse de jubones o coletos de cuero o acolchados.
Los carros de dos ruedas tirados por caballos que aparecen en muchas de
estas estelas, de tipo egeo, no pueden ser considerados en el contexto
peninsular como vehículos de guerra, sino como símbolo del transporte
del difunto al más allá. Durante
este período previo a los primeros asentamientos fenicios aparecen
algunas armas metálicas de origen oriental, que no debieron ser ni muy
numerosas ni significativas desde el punto de vista militar, aunque sí
desde el del status; por ejemplo: los cascos metálicos, con paralelos
chipriotas, hallados en la ría de Huelva. Nueva tecnología El
contacto colonial supuso para Tartessos, desde el punto de vista de la
tecnología armamentística, ante todo la introducción de la metalurgia
del hierro. Los escasos datos arqueológicos disponibles indican que los
artesanos trataron al principio de reproducir en hierro los tipos de
espadas de hoja larga y estrecha propios del Bronce Final (tumbas de Cástulo
y Niebla), aunque con escaso éxito: la temprana tecnología del hierro no
debía permitir demasiadas alegrías con las láminas de hierro forjado y
lo cierto es que, pese a algunos intentos durante el s. VII a.C., estos
tipos de espada desaparecieron. Cuando, siglos más tarde, vuelve a
contarse con armas abundantes en los ajuares funerarios, la tradición
propia del Bronce Final ha sido desplazada por otra muy diferente de
espadas cortas y de ancha hoja típica del mundo ibérico de la Segunda
Edad de Hierro. Desde
otro punto de vista, en el período Orientalizante Tartésico, las armas
no son abundantes en el registro funerario, aunque tampoco están, como a
veces se ha dicho, ausentes: hay algunas en la necrópolis onubense de La
Joya, en el Palmarán de Niebla y en otros yacimientos; con todo, el tipo
de ritual funerario no favorecía la deposición de armas en las tumbas,
como sí ocurriría mucho más tarde, a partir de fines del s. V a.C. en
el mundo ibérico. Pese
a lo que en alguna ocasión se ha escrito, no hay escudos hoplitas de
bronce de tipo griego en la necrópolis de La Joya (se trata de una gran
bandeja circular de bronce), pero en cambio sí existen dos o tres cascos
griegos, corintios, de buena calidad procedentes de la zona de Huelva-Cádiz
y fechados en los siglos VII y VI a.C. Aunque suelen ser interpretados
como ofrendas de navegantes griegos a dioses de las aguas, también cabe
la posibilidad de que algunas de estas piezas fueran regaladas a jefes
locales, junto con otros productos de lujo; lo cierto es, sin embargo, que
este tipo de casco diseñado expresamente para la táctica de falange
hoplita (formación cerrada y disciplinada de una milicia ciudadana) no
debía ser adecuado para los tipos de combate aristocrático entre
campeones que debieron predominar en el mundo tartésico, y lo cierto es
que no se ha encontrado hasta ahora un solo ejemplar claro de armas
defensivas griegas en tumbas orientalizantes. Abunda
extraordinariamente sin embargo en numerosos yacimientos andaluces,
fenicios e indígenas, y ya desde el s. VIII a.C., un tipo de punta de
flecha de bronce conocido como de arpón lateral que probablemente llegó
a Iberia a través del mundo semita, y que indica una cierta importancia
del combate a distancia, quizá por parte de tropas de menor status. ¿Hasta qué punto recogió la primitiva panoplia ibérica la tradición tartésica del período Orientalizante? Es muy difícil precisarlo habida cuenta de la escasez de datos; parece que la más antigua panoplia ibérica contaba con tipos de escudo (como los representados en el monumento escultórico de Porcuna) similares a los de las estelas del Suroeste más tardías; también los tipos de lanza ibéricos más antiguos, muy largos y pesados, parecen derivar de tipos anteriores; en cambio, las espadas son, como se ha dicho, totalmente diferentes, y tampoco parece que la abundancia de puntas de flecha del Orientalizante perdurara en el mundo indígena de la Segunda Edad de Hierro. Hay, pues, más elementos de ruptura que de continuidad en el panorama que hasta ahora, y tentativamente, podemos dibujar. |