El cerro de El
Carambolo es la altura más próxima a Sevilla, en el borde de la
meseta del Aljarafe. Es uno de los cerros más altos de su
alineación, alcanzando una cota de 60 metros sobre la Vega de
Triana.
Su estimable situación, frente a la Vega de Triana, ofreció a esta
colina una posición privilegiada para el asiento de pueblos
primitivos. Según el profesor Carriazo, "Las tierras de la corona
del cerro fueron adquiridas en 1940 por la Real Sociedad de Tiro
de Pichón". Desde antes, existía la leyenda de que el cerro
contenía un tesoro.
De
no haberse tomado aquella decisión, se podía haber ocultado, quién
sabe si para siempre, el tesoro más importante de Tartessos
descubierto hasta nuestros días. Tesoro arqueológico y tesoro en
el más estricto sentido de la palabra.
Sucedió hace algo más de 43 años, el 30 de septiembre de 1958. En
una época en la que no estábamos acostumbrado a que se encontraran
tesoros. Pero la diosa suerte, si es que existe, se le antojó
demostrarnos que debajo de nuestros pies tenemos ocultas
valiosísimas riquezas y restos de antiquísimas civilizaciones, que
ignoramos.
A poco más de un par de kilómetros de Sevilla, después atravesar
Triana y en los inicios del Aljarafe, unos pequeños cerros, los
llaman carambolos, se elevan sobre las aguas del Guadalquivir. En
uno de ellos, en el término municipal de Camas, se encuentra La
Real Sociedad de Tiro de Pichón de Sevilla. Esta entidad había
iniciado unas obras para ampliar sus instalaciones, con motivo de
un torneo internacional previsto para el año siguiente.
Al
arquitecto no le convencía que unas ventanas que darían a una
futura terraza en construcción, pudieran quedar casi al mismo
nivel que ésta, por lo que antes de que se colocara el pavimento
mandó excavar para que se profundizaran unos 15 cm. más.
Uno de los obreros, Alonso Hinojos del Pino, no esperaba ni que
su nombre pudiera pasar a la posteridad ni que encontraría, casi
en la superficie, un brazalete que luego resultó ser de oro de 24
quilates y de un incalculable valor arqueológico. Al observar que
al brazalete le faltaba un adorno, tanto él como el grupo de
trabajadores que participaba, siguieron excavando en su búsqueda. |
Pero la sorpresa fue aún mayor cuando encontraron un recipiente de
barro cocido, una especie de lebrillo, conteniendo muchas otras
piezas. Aparentemente eran imitaciones de joyas antiguas, de latón
o cobre, por lo que no dieron mayor valor a lo encontrado. Tanto
es así, que se las repartieron entre los trabajadores que habían
intervenido. Uno de ellos (siempre hay pesimistas y desconfiados
en todos los grupos sociales) demostró que no podían ser de oro,
doblando hasta llegar a romper una de las piezas.
Debido a aquella absurda prueba, la marca de una perceptible
rotura ha dañado para siempre uno de los elementos que tiene forma
de piel de toro. La sensatez y el temor de posteriores
responsabilidades, aconsejaron a los obreros a entregar las joyas
encontradas.
La
directiva del "Tiro de Pichón", con buen criterio, buscó la
intervención de una de las máximas autoridades en investigaciones
tartésicas, el arqueólogo y catedrático don Juan de Mata Carriazo
y Arroquia. El profesor Carriazo realizó un minucioso y emocionado
examen del tesoro y presentó el correspondiente informe. Una de
sus frases resume la importancia de lo hallado de la siguiente
forma:
"El tesoro está formado por 21 piezas de oro de 24 quilates, con
un peso total de 2.950 gramos. Joyas profusamente decoradas, con
un arte fastuoso, a la vez delicado y bárbaro, con muy notable
unidad de estilo y un estado de conservación satisfactorio, salvo
algunas violencias ocurridas en el momento del hallazgo". El
profesor Carriazo estableció que estas piezas pertenecían, fijando
un amplio margen de error, a un periodo comprendido entre los
siglos VIII y III antes de Cristo. |
Agregando: "- Un tesoro digno de Argantonio", legendario rey de
Tartessos.
Mientras algunas opiniones coinciden en que todas estos adornos de
oro posiblemente eran portados por una sola persona (tal vez un
hombre) en momentos de máxima representatividad u ostentación,
otras se decantan por la hipótesis de que podría tratarse de
adornos para alguna estatua ritual, posiblemente un toro.
Este valiosísimo tesoro, cuyas reproducciones pueden verse en el
Museo Arqueológico de Sevilla mientras los originales se
encuentran celosamente guardados en la caja fuerte de un banco,
muestra un exquisito trabajo de orfebrería sobre oro. Diversas
técnicas fueron empleadas en su ejecución: fundido a la cera
perdida, laminado, troquelado y soldado. Algunos elementos, debido
a las concavidades que presentan, tuvieron que llevar
incrustaciones de turquesas, piedras semipreciosas o de origen
vítreo.
Una de las joyas más destacadas, que presenta una decoración
floral bastante distinta del resto del tesoro, consiste en una
cadena doble con cierre decorado, de la que penden siete de los
ocho sellos giratorios originales.
Estos sellos, que en su origen podrían haber servido para marcar
propiedades, sellar contratos, o acreditar un control
administrativo, se clasifican como correspondientes a la época
tartéssica orientalizante y, se cree, que podían haber dejado de
tener su función original como sellos y haberse convertido
posteriormente, en mera joya de adorno. |