Nace en una cueva de la Sierra de Cástulo (Jaén) en el año 9.000 a.C. (aproximadamente) según el Critias de Platón, y en el 1.500 a.C. de acuerdo con otras informaciones más históricas.
Conoció Caín a su mujer, la cual concibió y dio a luz a Henoc. Estaba construyendo una ciudad, y la llamó Henoc, como el nombre de su hijo. A Henoc le nació Irad, e Irad engendró a Mejuyael, Mejuyael engendró a Metusael, y Metusael, engendró a Lámek. Lámek tomó dos mujeres: la primera llamada Adá, y la segunda Sil-lá. Adá dio a luz a Yabal y el cual vino a ser padre de los que habitan en tiendas y crían ganado. (Gen. 4,17)
De esta forma resulta que el Génesis, y más concreto, su fuente yahvista, nos habla con un lenguaje mitológico del origen y existencia de un tal Yabal, “padre de los que habitan en tiendas y crían ganado”, en total semejanza con Geryón, dios civilizador y ganadero. Continuando con esta fuente bíblica y tras el estigma del diluvio, la tierra se repuebla con la descendencia de Noé y sus hijos Sem, Cam y Jafet, a quienes les nacieron hijos después del diluvio: Hijos de Jafet: Gomer, Magog, los medos, Yaván, Túbal, Mesek y Tiras; hijos de Gomer: Askanaz, Rifat, Togarmá; hijos de Yaván: Elisá, Tarsis… (Génesis, 10).
En efecto, Tarsis, Tarchich o Tartessos, donde acaba la vida en Occidente justamente al otro lado del Mediterráneo, en las puestas del Hades, donde nace el Mare Nostrum por el soplo del Océano. Pues allí, es decir aquí, en nuestra Tarsis, nace Geryón envuelto en cosmogonías, embarcado en un feliz crucero por el Guadalquivir.
Recordemos brevemente el mito de las Hespérides emparentado con la formación mitológica e histórica de Andalucía: Gea (la tierra) entrega las manzanas de oro a Hera, como regalo de boda, y encomienda su vigilancia a las tres Hespérides, Hijas del Atlas y de la Estrella Vespertina, que viven en el océano y llevan pieles de distintos colores, en correspondencia con el de las tres grandes razas atlánticas: la negra, la roja y la blanca. Estas hermanas cuidaban en su jardín los frutos que dan la inmortalidad de los dioses; los dioses, al envejecer, las comían y volvían a la juventud. Tartessos gozaba de fama por la longevidad de sus gentes. Sus principales personajes se sabe históricamente que gozaron de larga vida.
Juan Carlos Alonso refiere en su relato sobre Tartessos, que “el atlante –Tartésside- fue encargado para delicadas misiones civilizadoras por el dios Poseidón. Cuando éste hubo de marchar a la lejana tierra de los etíopes invitado a una hecatombe (sacrificio de cien bóvidos con el correspondiente ritual y banquete), dejó precisos encargos a los Atlántidas que éstos al parecer no cumplieron. Poseidón destruyó en su cólera al atlante con tal furia, que se abrió en dos partes el subcontinente Atlántida, uniéndose los dos mares (hundimiento del Estrecho) y sumergiéndose en el océano gran parte de su territorio, mientras Tartessos, la hermana blanca, de la que Geryón sería primer pastor y guardián, se mantendrían a flote”.
El padre de Geryón es Chrysaor, el de la falcato de oro, y su madre la medusa Kallirhöe, hija del titán del Océano. Nace en una cueva de la montaña de la plata, en las fuentes del Guadalquivir por la Sierra de Cástulo, personificando al río Tartessos. Es precisamente por ello, que su representación mitológica se dibuja como un gigante con tres cabezas o tres cuerpos (formas del río Guadalquivir) que recoge Hesíodo en su Teogonía.
En el mito de Geryón intervienen todos los factores purgativos que darían origen a Andalucía como formación tartésside: la importancia y veneración del río Guadalquivir, los taurobolios o la veneración y culto hermético por el toro, la significación de los metales y su abundancia, y la inquietud enigmática por el Atlántico, como mundo de atrayentes nieblas y secretos. La falcata de oro que llevaba Chrysaor, su padre, aparece con toda su significación en forma de media luna representando la fecundidad y exuberancia de nuestra tierra. El origen de la narración de la mitología triple a la que hace referencia el mito de Geryón, no debe haber encontrado sus fuentes en la mitología helénica, ya que no es mundo propicio a las divinidades triples; su origen parece radicar en el nebuloso mundo de los druidas andaluces de la preturdetania, conductores de aquella primera trashumancia céltica por Europa y originaria de nuestras playas. El mundo cético es más aficionado a este triple carácter divino con personajes como Trigaraunos.
Geryón tuvo su morada en la isla Erytheia, nombre que recibiría su única hija, formada en el Delta del río, allí donde se crían los mejores toros de Andalucía. Fue adorado como un dios (como al Guadalquivir se venera), incluido por los griegos en su mitología más grande y señalado por el carácter fecundo y pacífico de ser civilizador.
Geryón, pastor de toros, reinaba pacíficamente, cuando Hércules, semidiós, llegó a cumplir el décimo trabajo encargado por Euristeo: “robar los ganados geryónidas y conducirlos a Mecenas”. Arribó a nuestro suelo desde el mar interior, con grandes peligros al atravesar el río Tartessos pero ayudado por el Sol. Orthrus, el perro guardián de dos cabezas, hermano del can Cerbero, sale al paso ladrando y es aplastado por la pesada maza de Hércules. Igual suerte corre el fiel pastor Eurytyón. Cuando, alertado, acude presuroso el rey Geryón, descendiente del Océano, se entabla desigual combate porque Hera protege al semidiós. Geryón, atravesado por una flecha de Hércules fue llevado a su palacio localizado sobre las rocas del banco de Salmedina (Chipiona, Cádiz); ahí murió inclinando sus tres cabezas; de su sangre brotó un árbol que, durante los días en las pléyades alcanzan el horizonte, da un fruto rojo.
Como referíamos en el primer volumen de nuestra historia, la misión de guerra que traía Hércules a nuestras playas, muestra la conjura de todas las fuerzas materiales por la posesión de la exuberancia, fertilidad y hermosura de aquellas tierras andaluzas, ya conocidas y deseadas por el mundo pretartéssico. Vemos la misma sangre correr por las venas de estos dioses mitológicos. La resonancia del ciclo heraclida abre las puertas a continuados y forzados éxodos a que someten los imperios y colonizaciones a los andaluces. Parece ser dicho ciclo heraclida un hado de condena que pesa secularmente sobre Andalucía; una condena de exterminio general y de complejos psíquicos eternos. El reencuentro en el forzado éxodo por el ciclo heraclida, oculta un importante y extenso período histórico en un mar funesto de migraciones.-
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