El estudio del problema de
Tartessos está vinculado, ante todo, con las posibles
menciones de esta región en fuentes orientales, como la
Biblia, y en autores griegos y latinos, algunos de los
primeros contemporáneos de Tartessos y con los más antiguos
viajes de fenicios y griegos a Occidente. Ya hace años,
estas fuentes fueron catalogadas y examinadas por
A.Schulten1
y por A. García y Bellido2.
Recientemente, algunos investigadores, [-221-] como Bunnens3
y Bergen, las han vuelto a analizar, llegando a conclusiones
novedosas.
Fuentes
bíblicas
Varios investigadores han
creído reconocer a Tartessos en las citas bíblicas, que
mencionan Tarsis. Estas fuentes por orden cronológico son
las siguientes.
Varios libros de la Biblia,
escritos en épocas diversas, hablan de las «naves de Tarsis»
que traían a Fenicia diversos productos, principalmente
minerales; así en 1 Reyes 10, 21, libro escrito
probablemente hacia el año 600
a. C., se lee: «No había nada de plata, no se
hacía caso de ésta en tiempos de Salomón, porque el rey
tenía en el mar naves de Tarsis, y cada tres años, llegaban
las naves de Tarsis trayendo oro, plata, marfil, monos y
pavos reales.» El autor se refiere a viajes realizados a
comienzos del primer milenio
a. C. por los fenicios.
Difícilmente estos textos
pueden referirse al sur de la Península Ibérica, que es
donde se sitúa Tartessos por los autores griegos y latinos,
por la mención de «marfil, monos y pavos reales». Se ha
supuesto que los productos que se traían, según esta fuente
bíblica, podían venir de Tartessos, puesto que, a decir de
varios investigadores, el marfil se recogería en el norte de
África, con el que la Península mantenía relaciones, ya que
los semitas comerciaban a ambas orillas del Mediterráneo (Estrabón,
1, 3, 2; Plinio NH, 19, 63; Diodoro 5, 20), y los monos se
atraparían en Gibraltar, donde todavía existen en la
actualidad. Más dificultad hay en llevar de España pavos
reales, animales que no se crían en estas tierras.
Cary y Warmington, hace ya
muchos años, señalaron que la palabra que en el texto hebreo
se utilizó para «pavo real» es con seguridad de origen
indio, lo que parece señalar que estas aves proceden de la
Península del Indostán.
Últimamente, un buen
especialista en marfiles semitas como Barnett, siguiendo a
otros varios autores, vuelve a insistir, para localizar el
lugar al que se dirigían las «naves de Tarsis», en que
[-222-] una serie de palabras del citado texto 1 Reyes 10,
21, se derivan de voces indias. Así, la palabra hebrea usada
para marfil, sên hab-bim,
es probablemente una trascripción de la palabra sánscrita
ibha-dantâ, diente de
elefante. La palabra hebrea
qôf, mono, es la sánscrita
kapi.
Los análisis de marfiles
fenicios efectuados últimamente han dado como resultado que
en la casi totalidad de los casos se trate de marfiles de
elefantes indios y, en casos esporádicos, de marfil
procedente de Senegal; ya en 1938 Dollman señaló que algunos
marfiles de Nimrud eran de elefante indio. La misma
procedencia tienen varios marfiles encontrados en Bahreim,
en el Golfo Pérsico, fechados en los siglos VI y V
a. C.
En el obelisco de Salmanasar III, datado en el año 31 de su
reinado, 829
a. C., se representa a un sirio conduciendo,
como tributo, un elefante indio y unos monos, lo que indica
un comercio activo de los fenicios con la India. Este último
argumento es de gran fuerza para rechazar que la Tarsis de
la que se trae marfil a Salomón sea Tartessos. Barnett, del
British Museum de Londres, y Hus admiten que los fenicios se
aprovisionaban de marfil en la India; el primer autor
menciona las expediciones que los reyes de Tiro y Judea
organizaban a la India con este fin. Barnett ha publicado
varias veces una pintura egipcia de la tumba de Rekhmara,
importante personaje del tiempo de Thutmés II (siglo XV
a. C.), en la que aparece un sirio conduciendo
un joven elefante indio y llevando al hombro los dientes de
un animal adulto. Dientes de elefantes completos se han
recogido en el palacio de Alalakh en Atchana, al norte de
Siria, en un estrato datado hacia 1500
a. C. En las fuentes egipcias abunda la
documentación sobre cacerías de elefantes organizadas por
los egipcios en Siria, animales que extinguieron aquí los
monarcas asirios en el siglo VIII
a. C.
Sin embargo, en el Génesis 10, 4: «Hijos de Yawan, Elisah y
Tarsis, Quitin (Chipriotas) y Rodanim (Rodios)», Julio
Africano coloca Tarsis próximo a Rodas y Chipre. El
excelente análisis de Mazzarino tal vez obligue a admitir
con cierta posibilidad que Tarsis es Tartessos, aunque se
pudiera también aceptar perfectamente que alude el escritor
sagrado a la antigua colonia fenicia mencionada en otros
pasajes bíblicos, que se cita en el Génesis, al igual que
sus hermanas Cartago y Chipre.
La confirmación de que la
Tarsis bíblica con la que comerciaban [-223-] los mercaderes
fenicios y griegos podría localizarse en la India es un
párrafo de la carta XXXVII 1-2 escrita por Jerónimo a
Marcela, en la que afirma: «Acaso pregunte si Tharsis es el
crisotilo o el jacinto, como lo quieren diversos
intérpretes, a cuya semejanza se describe el rostro de Dios,
porque Jonás quiere irse a Tharsis y que Salomón y Josafat
tenían naves que solían hacer el comercio de exportación e
importación desde Tharsis. La respuesta es sencilla. Tharsis
es vocablo homónimo con el que se llama región de la India,
y también el mar, por ser éste azul y herido por los rayos
del sol reproduciendo el color de las piedras sobredichas.
Recibió, pues, el nombre por el color; si bien Josefo,
cambiada la letra "tau", piensa que los griegos llamaron
Tarso a Tharsis», teoría esta última seguida por algunos
autores modernos y antiguos, como Reticio, obispo de Autum,
citado por Jerónimo al comienzo de su carta.
Así pues, los textos del
Antiguo Testamento, que aluden a sucesos más antiguos, antes
mencionados, se explican más fácilmente si se admite que la
Tarsis bíblica se sitúa en la India, como quiere Barnett,
quien piensa que es la ciudad india de Suppara, en las
proximidades de Bombay, y Emerson Tement en Ceilán. Suida,
lexicógrafo bizantino, que vivió quizá en el siglo X,
tajantemente afirma que la Tarsis de donde vino el oro a
Salomón se encontraba en el Índico: «Tarsis, país de la
India, de donde llegó a Salomón el oro»4.
El conocimiento, cada día más
perfecto, del sur del Mar Rojo y de las zonas limítrofes
obligan a dar mayor importancia que la concedida hasta ahora
a las visitas que a estas aguas efectuaron los fenicios
desde muy antiguo, como se deduce de un poema de Ras Shamra
del siglo XIV
a. C. Años más adelante (693
a. C.), naves fenicias a las órdenes de
Senequerib saquearon las costas del Golfo Pérsico, que
debían de ser bien conocidas por ellos desde fechas muy
antiguas.
-
El libro de los Reyes señala
probablemente la duración, tres años, de un viaje a Tarsis;
esta duración no se puede aplicar a un viaje a Tartessos, ya
que se invertiría el mismo tiempo empleado por los fenicios
en circunnavegar África (Heródoto 4, 42) en la [-224-] época
de Necao (590
a. C.). La duración del viaje, tres años, es
casi la misma, dos años y medio, empleada por el cario
Escilax (510
a. C.), en tiempos de Darío, en su viaje desde
el Hindus hasta la ciudad de Arsinoe, cerca del actual Suez
(Jerónimo 4.44). La fuente utilizada en la Ora Marítima,
poema de Avieno, autor que vivió a finales del siglo IV y
que recoge muchos datos sobre la España antigua, en los
versos 562-565, y que es seguramente semita y no griega,
siguiendo en esto a Villard, da la duración de un viaje
marítimo en siete días, bordeando la costa mediterránea
desde las Columnas de Hércules hasta la ciudad de Pirene, en
la costa pirenaica, y distante unos 6.000 estadios, según
Eratóstenes, Posidonio y Estrabón (2, 4, 4; 5, 2, 7; 3, 1,
3) y 8.000 estadios según Polibio (3, 39-5; Estrabón 2, 4,
4). Si en costear todo el litoral mediterráneo hispánico al
final de la primera mitad del primer milenio
a. C.
se tardaba siete días, no se podría invertir en ir y volver
tres años desde Siria al sur de la Península, aunque fuera
un par de siglos antes. El texto sagrado no es
suficientemente claro y podía también entenderse que cada
tres años venían «naves de Tharsis», sin aludir a la
duración del viaje. Parece, no obstante, más aceptable
pensar que el viaje durara tres años, según veremos luego,
por las fechas del año en que se podía viajar.
En el mismo libro 1 Reyes 22,
49, se escribe: «Josafat (875-851) construyó naves de Tarsis
para ir a Ofir en busca de oro; pero no fueron, porque las
naves se destrozaron en Asiongaber.»
-
En 2 Crónicas 20, 35-36,
fechado en época helenística, hacia el 400
a. C., se relata el mismo suceso: «Josafat de
Judá se alió con Ococías de Israel, aunque éste era un
malvado. Lo hizo para construir una flota con destino a
Tarsis; construyeron las naves en Asiongaber», localidad
situada al sur de Israel, por lo que difícilmente estas
naves navegaban hacia el occidente del Mediterráneo.
-
En el Salmo 72, 10, datado
hacia 650
a. C., se habla nuevamente de Tarsis: «Los
reyes de Tarsis y de las islas le ofrecerán sus dones y los
reyes de Sabá y Arabia le pagarán tributos.» En este texto
sagrado parece asociarse a Tarsis con localidades al sur de
Israel, como Sabá y Arabia. También aparece en el Salmo 48,
8: «... como el viento del desierto que destroza las naves
de Tarsis», en el cual, al parecer, se vincula a las naves
de Tarsis [-225-] con regiones donde sopla el viento del
desierto, como podrían ser Sabá y Arabia, citadas en la
anterior fuente sagrada.
-
En el profeta Isaías, hacia
730
a. C., se citan varias veces las «naves de
Tarsis» (2, 12-16): «Sólo el Señor será ensalzado aquel día,
que es el día del Señor de los ejércitos; contra todo lo
orgulloso y lo arrogante, contra todo lo empinado y lo
engreído, contra todos los cedros del Líbano, contra todas
las encinas de Basan, contra todos los montes elevados,
contra todas las colinas encumbradas, contra todas las
murallas inexpugnables, contra todas las naves de Tarsis.»
En los capítulos 60, 9 y 69, 19, pertenecientes a Isaías III
(hacia el año 475) se citan nuevamente: «... son navíos que
acuden a mí, en primera línea las naves de Tarsis para traer
a tus hijos de lejos, y con ellos su oro y su plata.» En 66,
19: «... les daré una señal y de entre ellos despacharé
supervivientes a las naciones: a Tarsis, Etiopía, Libia, a
Masac y a Grecia. » Es interesante señalar que el profeta
une las dos regiones de Tarsis y Etiopía, y pasa a recordar
Libia para terminar en Grecia, haciendo una enumeración de
la parte más oriental a la más occidental. También Isaías
23, 1: «Gemid, naves de Tarsis, porque está destruido
vuestro puerto.» Y en el capítulo 23, 6: «Volved a Tarsis,
ululad, habitantes de la costa.» Otro tanto ocurre en Isaías
23, 10: «Vuelve a tu tierra, gente de Tarsis, el puerto no
existe ya.» Y en el 23, 14: «Ululad, naves de Tarsis, porque
está destruido vuestro puerto.»
-
El profeta Jeremías, que
nació hacia 650, escribe en la lamentación 10, 9: «De Tarsis
importan plata laminada, oro de Ofir», localidad que hay que
situar en el Mar Rojo.
-
El profeta Ezequiel, en el
primer tercio del siglo VI
a. C., afirma en el oráculo 27, 12-13: «Tarsis
comerciaba contigo, por tu opulento comercio: plata, hierro,
estaño y plomo te daba a cambio», todos los minerales que
Tartessos producía en abundancia. En 27, 25: «... naves de
Tarsis transportaban tus mercancías». En 38, 13: «Sabá y
Dedán, los mercaderes de Tarsis y todos sus traficantes...».
-
El profeta Jonás (siglo IV
a. C.) menciona varias veces la palabra. En el
capítulo 1, 3, se lee: «Se levantó Jonás para huir a Tarsis,
lejos del Señor; bajó a Jafa y encontró un barco que zarpaba
para Tarsis, pagó el precio y embarcó para navegar con ellos
a Tarsis»; y en el capítulo 4, 2: «Por algo me adelanté a
huir a Tarsis». En este texto, Tarsis se halla
necesariamente en [-226-] el Mar Mediterráneo, puesto que el
profeta embarcó en Jafa.
Muchos investigadores,
empezando por A. Schulten, admiten que es bastante probable
que la Tarsis bíblica fuera Tartessos y, por lo tanto, «las
naves de Tarsis» venían a Iberia, teoría que propuso por vez
primera el jesuita P. Pineda a finales del reinado de Felipe
II.
Los comentarios modernos a
los libros bíblicos identifican generalmente a la Tarsis
bíblica con Tartessos; así la Sagrada Biblia de F.
Cantero y M. Iglesias, Madrid, 1975,
pág. 319; la de E. Nácar y A. Colunga, Madrid,
1949,
pág. 436. Para los primeros autores, la flota
de Tarsis es un término fenicio para las naves de gran
tonelaje, opinión que siguen, igualmente, E. Nácar y M.
Iglesias, que las interpretan como naves de alta borda, los
trasatlánticos de la época, hipótesis seguida por la
Biblia de Jerusalén, Bilbao, 1967,
pág. 354, y por M. Bendala5.
Nosotros no somos partidarios de identificar Tarsis con
Tartessos, porque, a parte de las dificultades fonéticas (de
Tarsis no se puede derivar Tartessos), la cosmografía judía
se centraba en el Mar Rojo, sur de Arabia, Anatolia, Chipre
y la cuenca del Éufrates. El Occidente se escapa totalmente
a su interés. Es posible que hubiera varios Tarsis, y que se
identificara alguno de ellos en época más posterior con
Tartessos. Los minerales que buscaban se hallan también en
Cerdeña, Anatolia y concretamente en la región del sureste,
Cilicia, con la que los judíos en época de Salomón mantenían
relaciones y de la que importaban caballos (1 Reyes 10, 28),
e igualmente Chipre. Precisamente el historiador judío
Josefo (Ant. 1, 6, 9-10) es de la opinión que
Tarsis es Tarso, como el citado obispo Reticio.
Todos los textos bíblicos
enumerados dan claramente la impresión de que se alude a un
país concreto, al que llaman Tarsis. Proponen algunos
autores (García y Bellido, Bosch Gimpera, Contenau) que bajo
la denominación «naves de Tarsis» hay que entender una
expresión genérica, equivalente a la moderna de
trasatlánticos, que navegan por todos los mares y no
necesariamente por el Atlántico, teoría quizá no muy
probable, como se verá. No es tampoco muy aceptable la idea
de Contenau que Tarsis tiene un significado vago,
refiriéndose a «tierras extrañas», [-227-] a donde llegaba
el comercio fenicio. Otros, en cambio, (Albright, Cintas e
Hitti) opinan que significaba «mina», o «fundición»,
aplicándose posiblemente a distintos países ricos en
metales, hipótesis quizá muy posible. Para los autores de
los libros sagrados, Tarsis es un país concreto, como Ofir,
Sabá o Dedán, según sostiene recientemente Barnett.
-
La Biblia (1 Reyes 22, 49;
Salmo 72, 10; Isaías 66, 19; Jeremías 10, 9; Ezequiel 38,
13) asocia Tarsis con regiones localizadas, como observa
Lorimer, en la ruta del Mar Rojo, lo que parece indicar que
Tarsis se encontraba en la misma dirección. En este aspecto,
son muy significativos los textos de 1 Reyes 22, 49 y 2
Crónicas 20, 35-36, que narran el mismo hecho; el primer
autor dice que las «naves de Tarsis» construidas irían a
Ofir; el segundo habla sólo de «naves de Tarsis», lo que
parece señalar que ambos países se encuentran muy próximos o
son el mismo. Como muy acertadamente anota Lorimer, estas
naves construidas, según ambos textos bíblicos, en
Asiongaber, paraje situado en el Golfo Elanítico, no podían
navegar por otro mar que por el Índico, pues en la fecha a
que se refiere el sagrado texto no se encontraba abierto el
canal desde el Nilo al Mar Rojo, construido en tiempo de
Necao, segundo faraón de la dinastía saíta, que gobernó
entre los años 609 y 594
a. C., según indicación del historiador
Heródoto de Halicarnaso (2, 158), que escribió su historia
en el siglo V
a. C.
Estos dos textos sirven para
esclarecer las referencias sobre los viajes a Tarsis en
época de Salomón. El rey judío construye naves en
Asiongaber, que en compañía de navíos y marineros de Jirán
iban a Ofir (1 Reyes 9, 27; 2 Crónicas 8, 17-18; 9, 10).
Otros textos (1 Reyes 10, 23; 2 Crónicas 9, 21) dicen tan
sólo que iban las naves a Tarsis con las de Jirán. Se
observa, pues, la misma vinculación de Tarsis y Ofir y se
señala que estas naves se construían en el mismo puerto del
Índico que en tiempos de Josafat. Las naves de Jirán
aparecen en otros parajes bíblicos (1 Reyes 10, 11)
navegando a Ofir. Todos los textos referentes a intereses
comerciales de los judíos del tiempo de Salomón a través del
mar, salvo cuando traen maderas del Líbano, aluden a
navegaciones por el Mar Rojo o por el Índico.
El investigador alemán M.
Koch6
después de un detenido [-228-] examen de las fuentes del
Antiguo Testamento, deduce que son ciertos los viajes a
Tarsis. En la época de Jirán I de Tiro, y en el segundo
milenio, son normales y frecuentes estos viajes de los
fenicios a Occidente. Es seguro, según este autor, que los
israelitas intervinieron en ellos en el marco de un tratado
económico muy amplio. No sabemos nada sobre esta amplitud,
modalidad y frecuencia del comercio en el Mediterráneo en
época de Salomón. No tiene paralelos en la Antigüedad el
contrato económico entre Salomón y Jirán I, contrato que
responde a los modelos de contratos cananeos, contratos que,
en lo referente a los viajes a Tarsis, están limitados sólo
a los años del gobierno de esos reyes. No se sabe nada, ni
son probables, repeticiones posteriores.
La época del profeta Isaías
es un término ante quem
para la ampliación de las relaciones Tarsis-fenicios. Antes
no había un imperio colonial fenicio, como se afirma
frecuentemente.
A partir del siglo VIII
a. C. en Tarsis existían asentamientos
fenicios no fijos para el comercio. Había grandes necrópolis
en contacto con las factorías, que demuestran una
continuidad de asentamientos antiguos. En los profetas
Isaías y Ezequiel se afirma que Tarsis ya es importante en
la red internacional del comercio con Tiro. En el libro de
los Reyes y en Ezequiel aparece Tarsis como exportador de
metales. En Isaías, Tarsis es también un país agrícola. Las
fuentes sobre Tarsis son en su mayoría de segunda mano.
Todas las indicaciones del Antiguo Testamento sobre Tarsis
son de gran importancia, pues apenas poseemos datos
relacionados con los fenicios. Las noticias sobre Tarsis en
Isaías, Ezequiel y Asarhaddón se refieren al período más
importante de Tarsis con relación al Próximo Oriente.
Después de la primera mitad del primer milenio, el nombre e
importancia histórica de Tarsis se perdió entre los judíos.
En el libro de los Jubileos,
siglo II-I
a. C., se menciona la ciudad de Gades. Josefo,
que no sabe qué hacer con Tarsis y no conoce Tartessos, habla
sobre la Península Ibérica como un nombre del mundo
helenístico. Los judíos de esa época habían perdido ya la
información geográfica que tuvieron en tiempos anteriores.
La mención de los «barcos de Tarsis» tiene tres fases en
[-229-] su significación: 1) el tipo de barco que utilizaron
los fenicios en el que llegaron hasta Occidente a través del
Mediterráneo y que posibilitó a sus usuarios la apertura de
una ruta mediterránea. Esta ruta se llamó después con el
nombre del punto de destino; 2) término técnico. No se puede
excluir que el tipo de barco con el tiempo cambiara.
Decisivo es que el viaje a Tarsis significa el punto
culminante para la navegación fenicia; y 3) su descripción
es más imprecisa, pues el Antiguo Testamento después del
destierro no está informado sobre el comercio fenicio y su
desarrollo. La escuela de Ezequiel marca el momento del
cambio. En Isaías 60, no se sabe si el antiguo término
técnico Tarsis es ya sólo, posiblemente, un tópico.
Los barcos de Tarsis
desaparecen del Antiguo Testamento al mismo tiempo que el
país de Tarsis. Se ignora cuándo dejaron de viajar esos
barcos por el Mediterráneo. Koch es de la opinión de que la
ruta del oeste era menos frecuentada y ello se relaciona con
una autonomía de los asentamientos fenicios en el oeste. El
nombre desapareció ante otras denominaciones más actuales.
La concurrencia griega, que significaba rivalidad,
desempeñaba un papel importante. En el libro de Jonás se
habla no del barco de Tarsis, sino del barco que va a
Tarsis. Ello podía significar que los barcos de Tarsis no se
conocían en los siglos V-IV
a. C. con este nombre7.
J. Alvar es partidario de
localizar la Tarsis bíblica en el Mediterráneo, apoyándose
en los textos del Antiguo Testamento, principalmente en los
textos de Isaías 2, 12-16 y 23, 1-4, fechados a finales del
siglo VIII. De estas fuentes, deduce este autor que el marco
de navegación de las naves de Tarsis era el Mediterráneo.
Esclarecedor sería el Salmo 72, fechado hacia el año 650. A
finales del siglo VII pertenecería el texto ya citado de
Génesis 10, que probaría una localización al oeste del
Mediterráneo. J. Alvar concede especial importancia a los
datos sobre Tarsis del libro de los Reyes, de comienzos del
siglo VI
a. C. Piensa este autor que las citadas flotas
de Asiongaber, de Jirán y de Salomón, son la misma cosa. Las
naves de Tarsis recorrerían el Mar Rojo según estos textos.
Otros textos son de redacción posterior: Jeremías 10, 7-9;
Ezequiel 27, 1-25; 38, 13,
etc. Los textos de las [-230-] Crónicas o
Paralipómenos son de época helenística: 1
Cr. 8, 17-18; 9, 10; 20, 35-37.
Del análisis, bien logrado,
deduce J. Alvar que los textos más antiguos se refieren a
los reinados de Salomón y Jirán, al siglo X
a. C. y el Salmo 72, 10.
A información del siglo IX,
corresponde 1 Reyes 22, 49; 2
Cr. 20, 35-37. De estos textos, no
determinaría la localización de Tarsis.
En el siglo VIII, las naves
de Tarsis realizan itinerarios en el Mediterráneo:
Chipre-Tiro (Isaías 23,1), Tiro-Egipto (Isaías 23, 5),
Tiro-Tarsis (Isaías 23, 6) y Jafa-Tarsis (Jonás 1, 1; 4, 2).
En el siglo VII se menciona
la plata laminada de Tarsis e Israel (Jeremías 10, 9).
Al siglo VI
a. C. pertenece una serie de itinerarios
comerciales que empleaban las naves de Tarsis (Ezequiel 27,
25): Tiro-Chipre (Ezequiel 27, 6-7), Tiro-Egipto (Ezequiel
27, 7), Tiro-Tarsis (Ezequiel 27, 12), Tiro-Grecia (Ezequiel
27, 13 y 19), Tiro-Rodas? (Ezequiel 27, 15 y 20), Tiro-Asia
Menor (Ezequiel 27, 13), Tiro-Judá e Israel (Ezequiel 27,
13), Tiro-Arabia (Ezequiel 27, 22).
Para J. Alvar8, Tarsis hay que situarla en el Mediterráneo. Se llamarían
«naves de Tarsis» porque primeramente navegaban por este mar
a Tarsis, aunque después lo hicieran por otros. Según este
autor, Tarsis no es un lugar geográfico determinado, sino un
concepto abstracto, que alude a una realidad geográfica
ambigua, al extremo Occidente de donde se extraen materias
primas con las que comercian los fenicios9.
Las naves de Tarsis fueron los barcos empleados por los
fenicios para llegar al occidente del Mediterráneo.
El espacio geográfico,
político y cultural de Tarsis bajo el nombre antiguo fenicio
hasta el final de la Segunda Guerra Púnica, desempeña un
papel como zona punicizada de la Península Ibérica y forma
parte de la Commonwealth
Cartago-Fenicio Occidental. [-231-] También podemos asegurar
que en el siglo VIII
a. C. comerciantes griegos conocieron el
mercado de metales bien frecuentado por los fenicios.
El nombre de Tarsis quizá
sobrevivió en círculos púnicos en la Península Ibérica,
mientras que el de Tartessos perduró en círculos
intelectuales romanos de época helenística, que conocían
exactamente su significado.
Hasta aquí se resume la
opinión de Koch, que conserva muchos aspectos de la tesis
defendida por A. Schulten, sin los puntos más chocantes.
Koch es de la opinión de que la abundancia de plata, de la
que habla Reyes 10, 21 [«No había nada de plata, no se hacía
caso alguno de ésta en tiempos de Salomón»] y 10, 27 [«El
rey hizo que en Jerusalén abundara la plata como las
piedras»] no podía llegar de ninguna parte, sino de las
minas de la Península Ibérica.
Últimamente han aparecido
otras tesis sobre el significado de la palabra Tarsis. Así,
G. Bunnes, después de un minucioso análisis de las fuentes
literarias sobre la colonización fenicia, deduce que la sola
hipótesis que se desprende del conjunto de fuentes es la que
hace de Tarsis no una región occidental, sino el Occidente
en su conjunto, y los barcos de Tarsis son navíos que
comerciaban en esta dirección.
P. P. Berger, después de un
análisis profundo de las fuentes bíblicas y de otras,
concluye que Tarsis era Cartago, donde se fundían los
metales de muy distinta procedencia. Existían dos rutas
desde Oriente. La ruta norte seguía por Asia Menor a Chipre
y Grecia. La del suroeste recorría Chipre, Creta y Cartago.
Esta última ciudad era el final del viaje. Los barcos de
Tarsis significaban para Cartago los barcos típicos de alta
mar. Este autor descarta totalmente que Tarsis fuese
idéntico a Tartessos.
La tesis de este sabio
germano creemos que no se puede aplicar para las citas más
antiguas sobre Tarsis, las de los viajes de Salomón. Sería
la situación parecida a la descrita por Timeo
(Pseudo-Aristóteles, De mirab. Ausc. 136), cuando
afirma que los fenicios exportaban, vía Cartago, los
salazones. Tampoco en el período orientalizante ha aparecido
en el sur de la Península Ibérica material púnico abundante.
Algo se ha señalado en los alrededores de Carmona. La tesis
de P. P. Berger es la de los autores árabes. [-232-]
M. Bendala, después de
comentar las fuentes bíblicas y las diversas
interpretaciones propuestas, concluye que «... son
seguramente la mejor prueba de la casi imposibilidad de
extraer de los textos bíblicos datos de valor histórico
incuestionable».
Según M. E. Aubert, la órbita
geográfica del comercio de Tiro en Isaías se limitó al
Mediterráneo oriental: Egipto, Kittim y Tarsis. En Ezequiel
las potencias lejanas, que comerciaban con Tiro, actuaban
como agentes bajo la tutela directa de Tiro y trabajaban
para ella en sus países de origen. No se refiere el profeta
hebreo a naciones como tales.
En el siglo IX
a. C. el comercio de Tiro buscó nuevas
materias primas y se encaminó a Israel, Siria y Chipre; con
anterioridad, durante los siglos XII-X
a. C., la organización del comercio fenicio
estuvo supeditada al poder político, como lo indica el
relato de Unamón, pero debió existir desde el principio un
comercio privado, como el que tenía Urkatel, que poseía 30
naves. En el siglo XI
a. C. el comercio fenicio estuvo controlado
por poderosos príncipes, que eran una élite mercantil,
mencionada por Isaías (23, 8). En el siglo X
a. C., el comercio fenicio era estatal, como
lo indican las empresas de Jirán y de Salomón. En los siglos
IX-VIII
a. C. comercian los privados. Las escalas
comerciales en los siglos VIII-VII
a. C. se convirtieron en colonias. En el siglo
IX
a. C., los mercaderes tirios operaban a
grandes distancias, llegando a Uruk, Ur y Babilonia. A la
etapa precolonial pertenecerían las cerámicas de Tiro
halladas en Málaga, fechadas por la
Dra. Bikay en el siglo X, y en la Cabeza de
San Pedro. M. E. Aubet entiende por precolonización un
movimiento de expansión naval y comercial con vistas a la
búsqueda de materias primas, y un asentamiento permanente.
Conllevaría la instalación de pequeños grupos de artesanos,
ceramistas y metalúrgicos. Se caracteriza la precolonización
por la circulación de objetos de lujo, dones y regalos de
prestigio, y un comercio de trueque muy simple. En la etapa
precolonial llegaría a Occidente la técnica de los marfiles
de Carmona, desaparecida ya en Oriente, en la fecha asignada
a estos marfiles.
Piensa M. E. Aubet que el
término Tarsis indica, quizá, en principio un puerto de
destino, y en tiempos de Josafat, una clase de navío que
viaja a Ofir. La meta es Ofir y no Occidente. En el libro de
los Reyes estos viajes no significan viajes a Occidente. En
Isaías las «naves de Tarsis» son sinónimo de riqueza, lujo
[-233-] y soberbia, y en otras referencias bíblicas (Ex.
28, 20 y
Ez. 1,16; 10, 9) piedra preciosa. En opinión
de esta autora, sólo a partir de los siglos VI-V
a. C. sería un nombre de un lugar mediterráneo
(Ge.
10, 4). El término Tarsis evolucionó con el tiempo.
J. Alvar ha criticado
acertadamente a nuestro juicio esta tesis. Cuando Salomón
encargó a Jirán que fabricara naves de Tarsis, éstas
existían ya antes, navegaban por donde andaban los fenicios,
es decir, por el Mediterráneo. La única vez que se menciona,
desde el siglo X
a. C., Tarsis como lugar de destino, es en 2
Crónicas, que es una mala copia de Reyes, donde el destino
es Ofir. Si se elimina esta cita, ninguna mención del
Antiguo Testamento une el Mar Rojo con un lugar llamado
Tarsis. A lo único que se alude es a naves de Tarsis
navegando por el Mar Rojo.
Fuentes griegas
sobre Tartessos
Las fuentes antiguas griegas
referentes a Tartessos, muy bien analizadas por Schulten y
García y Bellido, no son muy abundantes, pero sí señalan los
aspectos básicos del tema10.
Son fundamentales para el
historiador los textos contemporáneos de Tartessos, que
indican las premisas claras del problema. Así, el poeta
Estesícoro, que vivió hacia el año 600 en Himera, la colonia
griega más occidental de Sicilia, en un fragmento de su
poema Gerioneis, transmitido por Estrabón (3, 12,
11), cita el río Tartessos, del que asegura: «Parece ser que
en tiempos anteriores llamaron al Betis Tartessos, y a Cádiz
y sus islas vecinas Eriteia. Así se explica que Estesícoros,
hablando del pastor Gerión, dijese que había nacido enfrente
de la ilustre Eriteia, junto a las fuentes inmensas de
Tartessos, de raíces argénteas es un escondrijo de la peña.»
El geógrafo griego Estrabón, contemporáneo del emperador
Augusto, comenta este paraje en los siguientes términos: «Y
como el río tiene dos desembocaduras, dícese también que la
ciudad de Tartessos, homónima del río, estuvo edificada
antiguamente en la tierra colocada [-234-] entre ambas,
siendo llamada esta región Tartesis, habitada ahora por los
túrdulos. Eratóstenes acostumbra a llamar Tartesis a la
región cercana a Calpe, y a Eriteia "Isla afortunada". Mas
Artemidoro, opinando en contra, afirma que ello es falso».
Artemidoro, a comienzos del siglo I
a. C. visitó el sur de la Península Ibérica
(Estrabón 3, 1, 4). Al poeta Estesícoro se debe la
localización del mito de Gerión en Cádiz, a quien Hércules
robó los rebaños de bueyes. En la Biblioteca de
Apolodoro, se lee un extracto del poema Gerioneis,
que influyó mucho en las pinturas de los vasos griegos de
figuras negras.
Señala este autor dos datos
importantes, la existencia de un río con el nombre de
Tartessos y la presencia en él de plata. Ambos datos aparecen
confirmados por otras fuentes, que completan las noticias;
estos textos, aunque transmitidos por autores muy
posteriores, deben de haberse tomado de escritores coetáneos
de Tartessos, ya que producen en el lector la impresión de
ser citas textuales. En Esteban de Bizancio se lee:
«Tartessos, ciudad de Iberia nombrada por el río que fluye de
la montaña de la plata, río que arrastra también estaño, en
Tartessos.»
El comentarista bizantino da
los mismos datos que Estesícoro, y añade, por su parte, que
existe una ciudad con el nombre del río y que éste arrastra
también estaño. Escimo 164 (Eforo), que extracta textos del
siglo VI
a. C., y que a su vez habla de la ciudad y del
río con estaño, completa la noticia indicando que el río
nace en la Céltica, y que lleva también oro y cobre: «La
famosa Tartessos, ciudad ilustre, que trae el estaño
arrastrado por el río desde la Céltica, así como oro y cobre
en mayor abundancia.»
Eustatio a Dionisio 337,
confirma los datos ya apuntados: la existencia de una ciudad
con el nombre de un río que arrastra estaño: «Dicen que el
Betis es un río de Iberia que tiene dos desembocaduras y en
medio de ellas, como en una isla, está la citada Tartessos,
así denominada porque también el Betis se llamó Tartessos
entre los antiguos... y se cuenta que el río Tartessos lleva
el estaño a los de allí.»
Otros textos ofrecen
indicaciones sobre la localización de la ciudad: así, en el
escolio de Aristófanes, Ranas, se explica:
«Tartessos, ciudad de Iberia, cerca del lago Aorno.»
En un escolio a Licofrón 643
se afirma que «Tartessos está cerca de las Columnas de
Hércules» (Estrecho de Gibraltar). [-235-]
La descripción más completa
sobre Tartessos se encuentra en los versos de la Ora
Marítima de Avieno, en los que se transcriben una serie
de datos tomados también de un autor, púnico seguramente,
del siglo VI
a. C., coetáneo, por tanto, de los hechos que
describe y que presenció personalmente. Los datos del poema,
que parecen del siglo VI
a. C., son los siguientes: Tartessos está en
una isla del golfo de su mismo nombre, en el cual desemboca
el río Tartessos, que baña sus murallas, después de pasar por
el lago Ligustino. El río forma en su desembocadura varias
bocas, de las que tres corren al oriente y cuatro al
mediodía, las cuales bañan la ciudad. Arrastra en sus aguas
partículas de pesado estaño, y lleva rico metal a la ciudad
de Tartessos. Cerca se hallan el Monte de los Tartessos, lleno
de bosques y el monte Argentario, sito sobre la laguna
Ligustina, en cuyas laderas brilla el estaño. La ciudad de
Tartessos está unida por un camino de cuatro días con la
región del Tajo, o el Sado y, por otro de cinco, con
Mainake, donde los ricos Tartesios poseen una isla
consagrada por sus habitantes a Noctiluca. El
límite oriental del dominio de los tartesios estuvo, en
tiempos, en la región de Murcia y el occidental en la de
Huelva (Ora Mar. 54, 100, 179, 223, 225, 265, 284,
291, 296, 308, 428, 436).
El poema de Avieno coincide
plenamente en su descripción con los datos que aportan los
autores contemporáneos de Tartessos; ambos grupos de fuentes
se fijan en los mismos puntos: la existencia de una ciudad y
de un río limado Tartessos, su localización cerca de un lago,
la existencia de estaño y plata en el río. Avieno añade
algunas pinceladas accesorias, como delimitar la extensión
del dominio de los tartesios.
De toda estas fuentes, se
deduce claramente que con Tartessos se vincula íntimamente la
riqueza en estaño y plata, en primer lugar y, de manera
secundaria, con otros minerales, como oro y cobre. Para
todas las fuentes coetáneas de Tartessos, esta ciudad se une
de forma inseparable a la obtención de metales,
particularmente del estaño. Las fuentes señalan escuetamente
que Tartessos ciudad es un emporio minero, cuya importancia
estriba en la riqueza en estaño y plata de su río.
La vida de Tartessos coincide
con el período durante el cual el estaño es una materia
prima codiciada en grado sumo. Los textos citados, y otros
aducibles, que hablan concretamente de una ciudad, incluso
mencionan sus murallas (Josefo, Apión, 1, [-236-]
12; Heródoto 4, 152; Estrabón 3, 2, 11 y Pausanias 6, 19,
3), obligan a desechar la tesis expuestas por Rhys
Carpenter, y antes por Bosch Gimpera, de que no existen
testimonios que prueben que Tartessos era una ciudad.
Relaciones de
Tartessos
con los griegos
La riqueza en metales de
Tartessos queda confirmada por un autor muy posterior,
Pausanias, que escribió una guía de Grecia, hacia el año
180, «Periégesis tes Hellados», en la que escribió:
«En Olimpia hay un tesoro de los de Sición, ofrenda de
Mirón, tirano de Sición. La ofreció cuando en la Olimpiada
XXXIII venció en las carreras de carros. En el tesoro hay
dos cámaras, una de orden jónico y otra dórico. Yo mismo vi
que están hechas de bronce y no sé si precisamente
tartésico, como afirman los eleos.» Este texto ha sido
valorado por A. García y Bellido. Según este autor, se
trataba de dos cámaras forradas de planchas de bronce para
defender los tesoros allí depositados. Según Pausanias,
pesaban 500 talentos de bronce, es decir, más de 13
toneladas. La duda del escritor griego de si el bronce
utilizado es tartésico o no, tiene poca importancia. Lo
fundamental es que los eleos admitieran la posibilidad de
que podía ser tartésico, lo que probaría la exportación a
Grecia de los metales de Tartessos hacia el año 600
a. C. en el que se sitúa la tiranía de Mirón.
En fecha algo anterior, hacia
el año 630
a. C., los griegos ya se habían puesto en
contacto directo con Tartessos y traían de allí metales. El
suceso ha sido narrado por el historiador Heródoto (4, 152),
que cuenta el hecho en los siguientes términos: «Los samios
partieron de la isla y se hicieron a la mar, ansiosos por
llegar a Egipto, pero se vieron desviados de su ruta por
causa del viento de levante. Y como el aire no amainó,
atravesaron las Columnas de Hércules y bajo el amparo divino
llegaron a Tartessos. Por aquel entonces, ese emporio
comercial estaba sin explorar, de manera que a su regreso a
la patria, los samios, con el producto de su flete,
obtuvieron, que nosotros sepamos positivamente, más
beneficios que cualquier otro griego, después, eso sí, del
egineta Sóstrato, hijo del Laodamente, pues con este último
no puede rivalizar nadie. Los samios apartaron el diezmo de
sus ganancias, seis talentos (unos 155,5
kg. de plata), [-237-] mandaron hacer una
vasija de bronce, del tipo de las cráteras de Argos,
alrededor de la cual hay unas cabezas de grifos en relieve.
Esta vasija la consagraron en el Hereo (el templo de Hera)
sobre un pedestal compuesto por tres colosos de bronce de
siete codos, hincados de hinojos» (traducción de C.
Schroder). Este texto es importante por varios motivos. Se
afirma en él que los griegos no comerciaban directamente con
Tartessos antes de este viaje, en el que el patrón se llamaba
Colaios; en segundo lugar, se confirma la riqueza fabulosa
en metales de Tartessos. Se recuerda, en tercer lugar, que
otros griegos, como Sóstrato, de Egina (isla enfrente de
Atenas), obtuvieron grandes ganancias de comerciar con
Tartessos. La confirmación de esto último podrían ser, según
A. Blanco, las monedas de Egina, que serían acuñadas en
plata, aunque los análisis de monedas griegas parecen
descartar esta última posibilidad, la cual probaría la
actividad comercial de Egina, de la que hay en la época
arcaica otras noticias. Heródoto debió ver en el Heraión de
Samos la ofrenda cuyo pedestal tenía una altura 3,1
cm. Los peines de marfil, tipo de Colaios,
confirmarían igualmente estas relaciones entre Samos y
Tartessos.
El mismo autor (1, 163) narra
las relaciones entre los habitantes de Focea, en la costa
occidental de Asia Menor y Tartessos, «los habitantes de
Focea, por cierto, fueron los primeros griegos que
realizaron largos viajes por mar y son ellos quienes
descubrieron el Adriático, el Tirreno, Iberia y Tartessos. No
navegaban en naves mercantes, sino en penteconteras. Y al
llegar a Tartessos, se hicieron muy amigos del rey de los
tartesios, cuyo nombre era Argantonio, que gobernó Tartessos
durante 80 años y vivió en total 120. Pues bien, los foceos
se hicieron tan grandes amigos de este hombre que primero
les animó a abandonar Jonia y a establecerse en la zona de
sus dominios que prefiriesen y posteriormente, al no lograr
persuadir a los foceos sobre el particular, cuando se enteró
por ellos de cómo progresaban los medos, les dio dinero para
circundar su ciudad con un muro. Y se lo dio a discreción,
pues el perímetro de la ciudad mide efectivamente no pocos
estadios y todo ello es de bloques de piedra grande y bien
ensamblada. De este modo, pues, fue como pudo construirse la
muralla de Focea» (traducción de C. Schroder).
La confirmación arqueológica
de estas relaciones entre Focea y el monarca Argantonio
puede ser la abundancia de cerámica [-238-] griega de los
mejores talleres del momento que aparece en Huelva capital,
fechada entre los años 630 y 520 aproximadamente y en fecha
posterior, hacia mediados del siglo V
a. C. Las esculturas de Obulco (Porcuna,
Jaén), que posiblemente fueron obra de artistas focenses o
muy influenciados por ellos. Incluso E. Langlotz y A. Blanco
hablan de una escuela iberofocense de escultura ibérica, que
comenzaría a trabajar en los últimos 20 años del siglo VI, a
la que pertenecerían la cabeza de Elche con peinado de
trenzas, la cabeza de esfinge procedente de Alicante, hoy en
el Museo Arqueológico de Barcelona, y la esfinge de Agost,
la esfinge en relieve de El Salobral y la cabeza de grifo de
Redován,
etc. La fecha de todas estas obras debe ser el
siglo V
a. C.
La longevidad del monarca
tartesio Argantonio está confirmada por otras fuentes, como
el poeta griego Anacreonte, que nació en Teos (Asia Menor)
hacia el año 570
a. C., a través de Estrabón (3, 2, 14): «...
yo mismo no desearía ni el cuerno de Amaltea ni reinar 150
años en Tartessos».
La vida de Argantonio
discurre entre los años 670 y 550
a. C. y su reinado desde el año 630
a. C. Las características de la monarquía
tartéssica y de su rey Argantonio han sido bien descritas por
J. Caro Baroja: «Gran felicidad y longevidad extraordinarias
se atribuían a los tartesios y, sobre todo, a sus reyes,
según el comentario de Estrabón», confirmado por Heródoto.
Las referencias que se espigan en autores posteriores están
sacadas de estos dos autores. Cicerón (De
sen. 19) sigue a Heródoto al igual que Valerio
Máximo (8, 19, 3). El historiador alejandrino del siglo II,
Apiano (6, 11), depende de Anacreonte a través de Polibio.
El naturalista latino Plinio, que en época de los
emperadores flavios fue procurador de la provincia
tarraconense, escribe (7, 154, 156) siguiendo a Anacreonte:
«El poeta Anacreonte dio a Argantonio, rey de los tartesios,
150 años» y «... es poco más o menos verdad que Argantonio
el gaditano reinó 80 años y se cree que comenzó a reinar
hacia el cuadragésimo de su vida». El dato de 80 años de
reinado lo sacó Plinio de Heródoto. El satírico del siglo
II, Luciano de Samosata (Macr. 10) cifra en 150
años la vida del monarca tartéssico, anotando que algunos
consideran la noticia fabulosa. Censomio (De die nat.
17) cambia los datos, pues atribuye a Heródoto la cifra que
da Anacreonte. Argantonio siempre fue el símbolo de la
felicidad terrena. [-239-] El poeta de época flavia Silio
Itálico, que cantó la Segunda Guerra Púnica, le hace vivir
tres siglos y le califica de monarca guerrero.
Los filósofos han
interpretado el nombre del rey tartésico como «hombre de la
plata», apodo que aludiría a la fabulosa riqueza en plata de
su reino. Seguramente sería una prueba de la presencia celta
en Tartessos a juzgar por la etimología de su reino. El
influjo de los pueblos de la Meseta castellana queda bien
patente en la cerámica de Cástulo (Jaén). Argantonio es el
símbolo de la riqueza en metales del Occidente Mediterráneo.
A. García y Bellido es de la
opinión de que esta longevidad debe entenderse como la
duración de una dinastía, o la suma de dos o más reinados
del mismo nombre.
J. Caro Baroja se inclina a
creer que a los ojos de los griegos y romanos la existencia
de reyes longevos estaba cargada de un significado más
profundo o místico; para lo que aduce varios ejemplos
sacados de los autores clásicos. Defiende este autor que
para los antiguos la longevidad próspera del rey produce el
bien incluso físico. Tartessos sería un reino casi
paradisíaco a causa de la bondad de su reino feliz11.
Fuentes latinas
sobre Tartessos
Los autores latinos oscilaron
en la localización de la ciudad de Tartessos, lo que prueba
que a finales de la República romana Tartessos se perdía en
la penumbra de los siglos.
Para Plinio el Viejo (4, 120)
Tartessos era Cádiz «Nosotros (los romanos) la llamamos
Tartessos y los púnicos Gadir, lo que en lengua púnica
significaba reducto.» Esta opinión es la seguida por
Salustio (Hist.
2, 5), Cicerón (Ad. Ale. 3, 11), por Valerio Máximo
(8, 13, 4) y por Silio Itálico (1,6, 465), por Justino (44,
4, 14) que resume a Trogo Pompeyo historiador galo de época
de Augusto, por Arriano (2, 16, 9) y por Avieno (85, 269) y
por el autor bizantino Lido (49 a). Más chocante es que el
gaditano Pomponio Mela (2, 96) alude a la creencia de
algunos de que Carteia era Tartessos: «Más adelante se abre
un golfo en el cual está Carteia, ciudad habitada por
fenicios, trasladados de África, que algunos creen que es la
antigua Tartessos.»
La paginación que aquí se
recoge es la que aparece en la edición previa en José María
Blázquez Martínez, Fenicios, Griegos y Cartagineses en
Occidente, Madrid 1992, 220-239.
1.
A. Schulten, Tartessos,
Madrid, 1984. [arriba]
2.
A. García y Bellido,
Historia de España. España Protohistórica, Madrid,
1975.[arriba]
3.
G. Bunnens,
L'expansion phénicienne
en Méditerranée. Essai d'interpretation fondé sur une
analyse des traditions littéraires,
Bruselas-Roma, 1976.[arriba]
4.
J. M. Blázquez,
Tartessos
y los orígenes de la colonización fenicia en Occidente,
Madrid, 1976, con toda la bibliografía; Id., Religiones
primitivas Ibéricas II, Madrid, 1983.[arriba]
5.
M. Bendala, La
civilización tartéssica. Historia General de España y América,
vol. I, 1, Madrid, 1985, con la bibliografía fundamental.[arriba]
6.
M. Koch,
Tärschisch und
Hispanien. Historisch-Geographische und Namenkundlicber
Untersuchungen zun phönikischen Kolonisation der Iberischen
Halbinsel, Berlín, 1984.[arriba]
7.
H. G. Niemeyer, «Die
Phönizier und die Mittelmeerwelt im Zeitalter Homers»,
Jahrbuch des
römischen-germanischen Zentralmuseums, 1984.
[arriba]
8.
J. Alvar, J., «Aportaciones
al estudio del Tarshish bíblico», RSF, 10, 1982,
págs. 211 y
ss.[arriba]
9.
Id.,
«La precolonización y el tráfico marítimo fenicio por el
Estrecho», Congreso internacional El Estrecho de
Gibraltar, Ceuta, noviembre 1987, Actas 1, Madrid.
[arriba]
10.
Varios, Tartessos,
Barcelona, 1969; F. Presedo, Historia de España Antigua.
I. Protohistoria, Madrid, 1980.[arriba]
11.
J. Caro Baroja, «La "realeza"
y los reyes en la España Antigua», Estudios sobre la España
Antigua, Cuadernos de la Fundación Pastor, 17,
págs. 19 y
ss.[arriba]