Revista de Estudios Taurinos N.° 18, Sevilla, 2004,
págs . 51-80
El toro aparece
representado en la Península Ibérica en las pinturas rupestres tanto del
arte naturalista franco cantábrico como en el arte levantino . En este
último la forma y situaciones en que es representado nos indican
claramente que se encuentra revestido de cierta sacralidad (Jordá, 1978:
142-143). La ganadería bovina debió de tener una gran importancia en las
primeras culturas agrarias de la Península Ibérica rasgo o aspecto que
también se desprende de las pinturas rupestres del arte levantino .
Estas actividades continuaron siendo una de las primeras fuentes
económicas en períodos sucesivos y constituyeron un eje vertebrador de
distintas culturas peninsulares sobre todo en la Edad del Bronce o quizá
antes, a través de la trashumancia entre varias regiones (Ruiz-Gálvez y
Galán, 1991 ; Galán y Ruiz-Gálvez, 2001). La trashumancia no es
exclusiva de los ovicápidros, aunque la bovina es mucho peor conocida y
fue de gran importancia en la antigüedad y lo ha sido modernamente hasta
la aparición del ferrocarril. No hemos ahora de insistir en este
interesante aspecto económico y cultural . Baste con ello, sin
introducirnos en mayores profundidades, para subrayar el hecho de que la
ganadería bovina gozaba de gran importancia en la Península Ibérica
antes de la llegada de gentes del mediterráneo oriental, como nos
muestran los datos arqueológicos, y que muy probablemente el toro
tuviera un carácter sagrado entre los diversos pueblos que la habitaban.
Nada nuevo ofrecemos en este sentido y es muy conocida la sacralidad del
toro en la Península Ibérica como nos lo confirman distintas fuentes y
la Arqueología. Sin embargo, es a partir de la llegada de los fenicios
cuándo se introducen nuevos modelos iconográficos que lejos de tratarse
de simples motivos decorativos en los soportes en que se representan,
como se ha señalado, son desde nuestro punto de vista de gran interés y
de enorme importancia cultural . Estas nuevas imágenes taurinas se
fechan sobre todo a partir del siglo VII a.C . es decir, casi un siglo
después de la llegada de los fenicios a la Península Ibérica.
Nos proponemos, pues, en las siguientes líneas describir y analizar las
distintas imágenes taurinas que conocemos del período orientalizante y
que constituyen la prueba inequívoca de la existencia de un culto no al
toro como se ha señalado, sino a la divinidad que representa.
En primer lugar hay que tener en cuenta que en las distintas esferas que
actúa la aculturación o interacción entre distintas sociedades, cómo es
en este caso el de la tartéssica y la fenicia, la religión es una de las
que se muestran más reacias al cambio o transformación, aunque siempre
está condicionada por la esfera socioeconómica mucho más permeable. Para
que esto se produzca han de existir unas condiciones especiales previas
que posibiliten o favorezcan el cambio o adopción de nuevas creencias.
La iconografía es un lenguaje de símbolos en el que el lector ha de
saber leer, es decir, captar el mensaje que: entrañan los -símbolos bien
sean abstractos, zoomorfos, antropomorfos etc.
La lectura simbólica ha de ser simple, directa y en todo el mundo
antiguo nunca fue gratuita . Es decir, no existen motivos decorativos
mudos, inexpresivos, sin mensaje. Ningún motivo decorativo en la
antigüedad lo era y suponer lo contrario es situarse en una posición
errónea a todas luces.
En la civilización tartéssica los fenicios, representantes de todo el
bagaje cultural de las grandes civilizaciones orientales, introdujeron
determinados elementos simbólicos válidos en las sociedades con las que
tuvieron relación . Hubo por tanto una selección de motivos, aquellos
que evidentemente se adaptaban a la realidad cultural a la que iban
dirigidos, en el caso que aquí nos interesa a las sociedades del
Suroeste peninsular. Es decir, los introdujeron porque eran entendidos y
porque eran válidos y se adaptaban a realidades religiosas existentes.
El proceso no fue sencillo y se observa claramente cómo estos elementos
figurativos y simbólicos se fueron introduciendo lentamente y cómo
fueron incorporados finalmente. Y no debió de ser fácil ya que el
aniconismo es una de las características principales de las culturas del
Bronce Final Peninsular, aunque esta aseveración no deja de ser
discutible ya que existe la posibilidad de que las imágenes podrían
haber sido realizadas en materiales qué no han soportado el paso del
tiempo .
Pero conviene centrarnos en el toro. ¿Con que contamos en las sociedades
del suroeste del Bronce Final sobre la sacralidad del toro? Nada
directo. Indirectamente sabemos por los datos arqueológicos que la
ganadería bovina tuvo una gran importancia, que tuvo un gran desarrollo.
En algunos ejemplares de las estelas tartéssicas de Extremadura y
Portugal suelen aparecer personajes, jefes guerreros evidentemente,
tocados con cascos de cuernos. Las estelas son elementos propios, sin
duda, de las sociedades del suroeste aunque en ellas aparecen
determinados artefactos y actitudes que nos remiten al mundo
mediterráneo. En estos cascos con cuernos -un elemento mediterráneo-
adivinamos ya una sacralidad del toro. Las estelas tartéssicas pese a
todos los intentos de análisis y estudio resultan inciertas y es
complicado encontrar una explicación satisfactoria consensuada. Si nos
atenemos, que es lo más probable, a su encuadre en la tradición
mediterránea, el casco con cuernos de toro nos permiten pensar que nos
encontramos ante reyes o dioses o ante reyes divinizados en tanto que
los personajes tocados de esta manera en el mundo mediterráneo suelen
corresponder a reyes (jefes) o divinidades . Estos jefes guerreros
divinizados o sacralizados -nos inclinamos más ante esta posibilidad-
serían los propietarios de la manada ya que la tenencia de la manada era
la que precisamente le otorgaría la posición preeminente en su sociedad,
una sociedad eminentemente ganadera que no agrícola, al menos de una
agricultura superior, con una estructura jerarquizada . Esta estructura
social y carácter de sus dirigentes es la que refleja el mito de Gerión
. Gerión, como se recordará, es un semidiós o héroe divinizado
caracterizado como un guerrero de tres cabezas poseedor de una vacada
que era custodiada por un boyero, Euritión y un perro Orto a los que
Heracles, héroe civilizador, arrebató la vida para apoderarse de la
manada sagrada.
Una vez en su poder ordenó sacrificar un toro en su honor. La
Arqueología nos revela que la presencia de gentes del mediterráneo
oriental, tras algunos contactos previos intermitentes de singular
importancia e intensidad, comienza a .ser regular en la Península
Ibérica desde el primer tercio del siglo VIII a.C. en la que se funda
Gadir. Es a partir de estos momentos cuándo nos encontramos con las
primeras manifestaciones iconográficas del toro que a continuación
relacionamos atendiendo a la clase de soporte en que han aparecido.
En primer lugar examinaremos las imágenes taurinas que aparecen en los
marfiles fenicios hallados en varias necrópolis de incineración de Los
Alcores de Carmona. Estos pequeños objetos son de extraordinaria
importancia pues nos ofrecen una rica iconografía del más alto interés
que aún está por estudiar con detenimiento . Se trata de objetos de muy
diversa índole (cajas, peines, pequeños recipientes) sobre los que se
han grabado mediante incisión y en algún caso en bajo relieve distintas
escenas con un alto valor simbólico evidente. En ellas se representan
por primera vez en la Península seres fantásticos como grifos, esfinges,
y animales utilizados como epifanías de la divinidad como toros, leones,
gacelas, liebres, caballos, cabras así como seres humanos en situaciones
excepcionales, todo según modelos iconográficos orientales . La mayor
parte de estos marfiles han sido hallados en necrópolis de incineración
tanto en el Bajo Guadalquivir como en Extremadura. Veamos los ejemplos
en los que aparece el toro.
Fig.nº 12.- Placa de marfil procedente de la necrópolis de Bencarrón
(Mairena del Alcor, Sevilla) (siglo VII a.C.), según J. Bonsor.
De la necrópolis de Bencarrón (Mairena del Alcor/Alcalá de Guadaira,
Sevilla), procede una tableta de 13 x 5,5 cm. que se conserva en The
Hispanic Society ofAmerica, decorada por las dos paras; en una cara
aparece un toro atacado por delante y por detrás por leones, en la otra
una gacela entre un león y un grifo (Bonsor, 1899, Bonsor, 1928; Aubet,
1981-82).
El toro se encuentra en actitud de embestir (Fig. nº 12).
De cuernos rectos y puntiagudos tiene señalados los pliegues del cuello
y los costillares.
Delante de él un león con la cabeza girada posa una garra sobre el
cuello del toro; por detrás otro león, parece ser que con la cara girada
también ya que la parte de la cabeza está perdida, posa asimismo una de
sus garras sobre el lomo del toro. La escena es bastante estática, sin
ningún movimiento.
En la colección Bonsor (Mairena del Alcor, Sevilla) se conserva otra
placa o tableta de marfil incompleta de procedencia desconocida pero sin
duda alguna de una de las necrópolis de Los Alcores (Fig. nº 13), en la
que se representa la
Fig. nº 13 - Placa de marfil procedente de Los Alcores (Sevilla).
misma escena con ligeras variantes (Hibbs, 1979). La escena está
enmarcada por dos franjas, superior e inferior, de palmetas fenicias,
estilizaciones del árbol de la vida, que nos indican que nos encontramos
en un espacio mítico . El toro de ejecución muy similar al anterior
aunque presenta el cuerpo moteado es acosado por un león por el frente y
otro por la retaguardia. No está en actitud de embestir sirio ya
doblegado por el león frontal, el cual no tiene la cabeza girada sino
que mira hacia su oponente; el segundo felino, situado detrás del toro,
no parece atacar al animal, aunque es difícil precisar su actitud ya
que esta parte de la placa de marfil está bastante dañada . Es una escena
también bastante estática sin apenas movimiento y, como en el caso
anterior, sin ningún realismo ni crueldad como es usual en
representaciones semejantes en Oriente de donde procede este motivo
iconográfico que se remonta al tercer milenio a.C. como veremos .
En los marfiles tartesios también nos encontramos con otras
representaciones taurinas. De la necrópolis de Cruz del Negro (Carmona,
Sevilla) procede una pequeña placa en la que aparece representado un
toro en actitud relajada oliendo
Figs. nº 14-15
- Placa de marfil procedente de la necrópolis de la Cruz
del Negro (Carmona, Sevilla), según Bonsor y peine de marfil procedente
de la necrópolis de Juno (Cartago), según Aubet, unas flores de loto (Bonsor,
1899; Puya y Oliva, 1982; Aubet, 1979) (Fig. nº 14).
El toro es
estilísticamente muy semejante a los anteriores, cuernos rectos y
puntiagudos, con los pliegues del cuello muy marcados así como los
costillares. La placa está fragmentada pero se ve claramente al animal
oliendo al menos una flor abierta. Existe otro ejemplar de esta misma
escena pero completo que procede de la necrópolis de Juno en Cartago
cuyo origen es sin ninguna duda tartéssico (Fig. n.° 15) . Se trata de
una placa de marfil que simula un peine con dos muescas a los lados. En
la zona central, enmarcada por unas franjas decoradas por zig-zags, se
representa a un toro oliendo unas flores lotiformes.
En la necrópolis de Santa Lucía (El Viso del Alcor, Sevilla) Jorge
Bonsor, el descubridor de todos estos pequeños monumentos, recogió otros
fragmentos de marfiles en los que, a pesar de su deterioro, se puede ver
a un toro atacado por leones (Blanco: 1960: 19).
No incluimos aquí los marfiles procedentes de la necrópolis
orientalizante de Medellín (Badajoz), uno de los conjuntos más
importantes desde un punto de vista iconográfico, ya que son estudiados
por el prof. Almagro-Gorbea en un artículo de este mismo volumen.
La toréutica orientalizante nos brinda nuevos ejemplos de
representaciones taurinas del más alto interés. Tres de ellas aparecen
en timiateria o incensarios, otras tres son pequeñas figuras de bulto
redondo de las que dos ellas se han desprendido sin duda de otros tantos
timiateria. Otra aparece en una placa de cinturón tartessio.
Los timiateria son objetos orientales relacionados con el culto. En
ellos se quemaban determinadas sustancias aromáticas, de ahí que también
se denominen quema perfumes, aunque también cabe la posibilidad duque se
quemasen sustancias psicotrópicas (opio u otras plantas rituales). Su
función principal es, en uno u otro caso, producir un ambiente
propiciatorio para comunicarse con la divinidad. Es pues un objeto que
se utilizó en los templos aunque en la Península se suelen hallar con
frecuencia en las tumbas por lo que es posible que también fuesen
utilizados en las ceremonias funerarias . Aunque existen tanto de
cerámica como de bronce es en éstos últimos en los que aparecen
representaciones figurativas zoomorfas o antropomorfas.
En la tapadera de un timiaterio de pie hallado en La Lagartera
(Cáceres), posiblemente en una tumba, se representa en una escena calada
a un toro atacado por un león (Fig. nº 16). Tanto el toro como el león
se asemejan mucho estilisticamente a los de los marfiles de Los Alcores
sevillanos. La tapadera del timiaterio está fragmentada y la escena es
incompleta pero se puede adivinar que el león está iniciando el mortal
ataque hacia el toro. La tapadera está rematada por una figura de bulto
redondo de una cierva, animal simbólico muy frecuente también en los
objetos culturales tartéssicos .
En la necrópolis de Los Higuerones correspondiente a la antigua Castulo
se halló en una tumba otro timiaterio de pie de
Fig. nº16 -
Decoración calada en la tapadera del timiaterio de La Lagartera, según
Jiménez (2002) .
bronce. Sobre el borde de la cazoleta se instalaron tres pequeñas
figuras zoomorfas de bulto redondo un león o leona y dos ciervas. En la
parte superior de la tapadera se instaló una figura, también de bulto
redondo, de un toro. El animal está representado echado aunque le falta
la cabeza .
En otro timiaterio de pie de bronce hallado en Safara (Portugal) muy
cerca de la frontera española y próximo a la Sierra de Aracena se
instaló otra figura de toro en la tapadera del objeto cultual en
idéntica actitud, esto es, echado (Fig. nº 17).
La figura en este caso está completa y tiene la particularidad de tener
la boca abierta con la lengua fuera. El timiaterio no tiene contexto
arqueológico definido ya que fue adquirido a comienzos del siglo XX por
el arqueólogo portugués Leite de Vasconcelos. Todos estos timiateria se
fechan en el siglo VII a.C. (Jiménez, 2002).
Por otra parte se han hallado en algunos lugares de Andalucía y de
Portugal tres pequeñas figuras de bronce de toros que seguramente
formarían parte de objetos litúrgicos muy probablemente, al menos dos de
ellos, de timiateria, pero ninguno tiene contexto arqueológico definido.
Fig. nº 17 - Timiaterio de Safara (Portugal), según Jiménez (2002) .
Uno de estos ejemplares parece ser que procede de Alcalá del Río
(Sevilla) y casi con seguridad de una necrópolis. Como en el caso del
de Safara el toro está representado echado con la boca abierta y la
lengua fuera (Fig. nº 18). El animal tiene marcados los pliegues del
cuello y la cola recogida sobre el lomo.
Idéntica actitud presenta, aunque con la cabeza ligeramente ladeada,
otro ejemplar hallado en Mourao (Portugal) muy cerca también de la
frontera española y junto al Guadiana (Fíg. nº 19).
Presenta este ejemplar más detalles decorativos en distintas partes de
la cabeza aunque el que más llama la atención es una banda vertical con
rayas oblicuas sobre el pecho. Determinados detalles técnicos que no
vienen ahora al caso apuntan a que estas
dos figuras de bulto redondo formaran parte de timiateria instalados en
las tapaderas como en los otros casos citados .
Figs. nº 18-19.- Toros de Alcalá del Río (Sevilla) y Mourao
(Portugal), según Jiménez (2002) .
En el yacimiento fenicio del Cerro del Prado, situado muy cerca de la
bahía de Algeciras y junto a la entonces desembocadura del río
Guadarranque en la provincia de Cádiz, se halló una pequeña figura de
toro también echado pero, sin embargo, con distinta actitud, ejecución y
calidad que las anteriores (Fig. nº 20). Realizada por un hábil artista
representa al toro echado con la boca cerrada y la cabeza ligeramente
recogida sobre el pecho y la cola enrollada sobre el lomo que,
curiosamente, es una cola trenzada un detalle digno de llamar nuestra
atención. Exala la figura una compostura noble y majestuosa que recuerda
a los toros de los capiteles aqueménidas. La figura debió de formar
parte de algún objeto cultual y su cronología es algo posterior a los
ejemplares que aquí relacionamos.
Fig. nº 20 - Toro del Cerro del Prado (Algeciras, Cádiz), según Jiménez
(2002) .
Contamos, por último, con un broche de cinturón tartéssico hallado en
Antequera en el que se representan dos toros en actitud de marcha. Los
temas figurativos en los broches de cinturón tartéssicos son
verdaderamente excepcionales por lo que esta pieza tuvo que tener un
valor especial quizá apotropaico, como señaló Blázquez (1998-1999: 98).
No menos frecuentes son las representaciones del toro en la cerámica
pintada orientalizante . En actitud de marcha lo encontramos en uno de
los pithoi pintados hallados en el santuario de Montemolín (Sevilla)
juntó al río Corbones en la campiña sevillana (Chaves y Bandera, 1986) .
Aquí el toro es acompañado, a manera de procesión, por grifos . En otro
ejemplar de esta cerámica pintada figurada hallado en Lora del Río (Remesal,
1975: 3-7), del que desgraciadamente tan sólo contamos con un
fragmento se ven los cuartos traseros de un toro, detrás de él un grifo
y detrás de éste la cabeza y parte del cuello de otro toro oliendo una
flor (Fig. nº 21). Parte de una cabeza de toro aparece en un pequeño
fragmento hallado en Aguilar de la Frontera (Córdoba).
Fig. nº 21 .- Fragmento de cerámica figurada de Lora del Río (Sevilla),
según Remesal (1975) .
No podríamos cerrar este catálogo taurino
tartéssico sin referirnos a la
escultura del toro de Porcuna hallado al abrirse una carretera cerca de
esta localidad por lo que no tiene contexto arqueológico (Fig. nº 22).
Conceptual, formal y estilísticamente es una pieza orientalizante como
ya señaló Blanco (1960: 37-40), aunque se fecha en el siglo VI a.C., es
decir, cuando el período orientalizante estaba próximo a concluir. El
animal está echado con la cabeza recogida sobre el pecho y el rabo
plegado, corno en todos estos ejemplares, sobre los cuartos traseros, en
una actitud de paz.
Tiene señalados, mediante incisiones, los costillares y todo el cuello y
pecho para indicar que se trata de un novillo. La cornamenta era postiza
ya que presenta sendos orificios en la testuz en los que embutir las
astas. Sobre la frente presenta una palmeta o roseta trilobular con un
orificio central en el que instalar un adorno como ha advertido I.
Negueruela (1990). En ambas escápulas se ha dibujado un motivo vegetal
inciso que consiste en un tallo que termina en un capullo de flor
puntiagudo . I. Negueruela (1990) también advirtió que la escultura
presentaba varios orificios en la parte superior de las mandíbulas y en
las escápulas para insertar objetos decorativos indeterminados. Por
todos estos detalles, sin duda excepcionales, A. Blanco (1960) y J. Ma
Blázquez (1983), a los que han seguido otros, pensaron que este toro
debió de ser objeto de culto.
Es difícil pensar lo contrario, pero más bien habría que arriesgarse a
decir, ya que la zoolatría es altamente improbable, que estemos ante una
imagen de la divinidad o, mejor, la divinidad misma, es decir, es la
imagen del dios. Seguramente la escultura no procede de una necrópolis
sino de un santuario.
Hasta aquí las descripciones de las distintas representaciones taurinas
que hemos presentado según el soporte en el que se realizaron . Como se
podrá advertir la mayoría proceden de con textos funerarios. Es el
momento de ordenar los distintos temas iconográficos y comentarlos
brevemente.
La interpretación siquiera aproximada de estos temas iconográficos de
más que indudable origen oriental nos obliga a que examinemos en líneas
generales cuál fue el valor simbólico del toro en la religión fenicia y
en las de sus vecinos en el Próximo Oriente Asiático y en Anatolia .
El toro se encuentra asociado en las. religiones Sumeria, Acadia,
Sirio-Palestina, Cananea y Fenicia e Hitita, al dios de la tormenta, de
la tempestad o de la lluvia (del tiempo en versión inglesa, weather god)
como su principal epifanía . Ishkur, Adad, Hadad, Ba'al, Teshub son
algunas de sus denominaciones más frecuentes en sumerio, acadio, sirio,
cananeo o hitita respectivamente (Eliade, 1981). También otros dioses
tuvieron como epifanía al toro como Enlil, Marduk, El, Assur e incluso
egipcios como Amón Re y otros tantos dioses celestes (Delgado, 1996).
Este dios también está atestiguado en Chipre aunque se desconoce su
nombre. En Grecia Zeus fue su nombre. Se ha sugerido que el mugido del
toro se asimiló en las culturas arcaicas al huracán y al trueno; uno y
otro eran epifanías de la fuerza fecundante.
Fig. nº 22.- El Toro orientalizante de Obulco (Porcuna, Jaén).
Como dios de la tormenta sus
atributos son el trueno, el rayo y la lluvia y también la fuerza
genésica y fecundadora. Se conocen distintas representaciones
antropomorfas del dios taurino de la tempestad (Figs. nº 23 - 24).
Es usual en todas las religiones orientales que el dios sea representado
a imagen y semejanza de los monarcas. Ataviado pues según su procedencia
es frecuente verle representado con un brazo levantado en actitud de
descargar un golpe con una maza o blandiendo una lanza o, por el
contrario, asiendo un haz de rayos. A veces puede llevar un largo tallo
vegetal a modo de cayado u otro tipo de representación de este genero.
Suelen estar cubiertos con un casco de cuernos y, en ocasiones, sobre
todo, en Siria y Anatolia, pueden aparecer apoyados directamente sobre
un toro. Su aspecto es mas bien en general el de un guerrero, de ahí que
ciertas figuritas siriopalestinas que representan a una figura masculina
con el brazo levantado blandiendo una lanza en actitud amenzante y que
los especialistas denominan con la expresión inglesa smiting gods
(dioses que golpean) se hayan identificado no sin razón con el dios
taurino de la lluvia.
Pero ¿por qué el toro fue el símbolo elegido? Jean Bottéro (2002: 89) al
referirse a la imagen de los dioses mesopotámicos dice que «las formas
animales de la imaginería religiosa proceden de un simbolismo cuyas
motivaciones rara vez se nos presentan claras ; ese simbolismo hacía de
ciertos animales, incluso de ciertos objetos, reales o fabulosos, no
representaciones, sino sugerencias; eran menos compañeros que una
especie de emblemas de una u otra divinidad». Nada sabemos al respecto.
Se pueden, sin embargo, esgrimir algunos argumentos que, aunque
racionalistas y siempre hipotéticos, pueden satisfacer nuestra
inquietud. Uno de ellos está asociado a la agricultura y el ciclo
agrícola en cuanto que el toro, el buey, fue el animal elegido para ser
uncido al arado por lo que adquiría una significación especial y una
alta sacralidad al estar directamente relacionado con el ciclo agrícola
(2). Por otra parte hay que tener en cuenta el carácter especial de los
machos desde el punto de vista de la reproducción de la manada. Un solo
toro puede cubrir muchas vacas, de ahí su capacidad reproductora. Y, por
último, los bóvidos son una fuente de primer orden en la producción de
leche y en la de carne, ventajas que no ofrecen otras especies de la
cabaña . Así no es extraño que desde los más remotos tiempos
prehistóricos el toro fuese utilizado como símbolo del poder genesico y
fecundante, de la fuerza milagrosa que pone en marcha cada año el ciclo
de la vegetación y la-vida.
(2) No es infrecuente encontrarse además que el buey está asociado a
ritos fundacionales de ciudades como es el caso de Cartago y Roma.
Figs. nº 23 - 24.- Distintas representaciones del dios de la Tormenta:
Baal de Ugarit (siglos XIII-XIV a.C.) Museo del Louvre; Adilcevas, el
dios de la tormenta de Urartu, según Blanco (1975) (siglo VIII a.C.);
el dios Hitita Teshub y su esposa Khepat, santuario de Yazilikaya
(mediados del II milenio a.C.) .
Como principio masculino por excelencia es evidentemente necesaria su
unión al principio femenino representada por la diosa madre. Cielo y
Tierra, Arriba y Abajo es la cosmografía más común en las religiones del
]Próximo Oriente. Todos los Dioses de la lluvia y las nubes tuvieron sus
conyugues, Inanna, Ishtar, Astarté, Khepat con las que consumar el
matrimonio sagrado o Hierogamia y así aportar al país la abundancia y la
prosperidad. Mircea Eliade (1981 : 110) sintetiza así este complejo
religioso:
Fig. nº 25.- Un. rey hitita ofreciendo un sacrificio al dios de la
tormenta, ortostato de Alaka Hüyük, mediados del II milenio a.C.
Adviértase que aquí la imagen del dios es un toro.
«El conjunto
cielo-lluvioso-toro-gran diosa constituía uno de los elementos de unidad
de todas las religiones protohistóricas del área euroafroasiática .
Indudablemente, aquí se acentúa la función genésico-agraria del dios
tauromorfo de la atmósfera. Lo que ante todo se venera en Min, Ba'al,
Hadad, Teshup y otros dioses taurinos del rayo, esposos de la gran
diosa, no es su carácter celeste, sino sus posibilidades fecundadoras.
Su sacralidad deriva de la hierogamia con la gran madre agraria. Su
estructura celeste se valora por su función genésica. El cielo es, ante
todo, la región donde muge el trueno, donde se forman las nubes y se
decide la fertilidad de los campos, es decir, la región que asegura la
continuidad de la vida sobre la tierra».
Pero para que él
ciclo de la vida se cumpla el toro ha de ser sacrificado, su sangre ha
de ser derramada y su carne ingerida. Por eso el toro fue el animal
sacrificial del dios.
Fig. nº 26.- Vaso de esteatita de Uruk (III milenio a.C.).
Todo esto nos puede venir muy bien para comprender las imágenes que
conocemos del toro en Tartessos. Según el material descrito podemos
distinguir cuatro imágenes taurinas .
a) Toro atacado por leones:
Como se recordará aparece en un marfil de Bencarrón y en otro de Los Alcores y en la tapadera del timiaterio de La
Lagartera (ver supra figs. nº 12, 13 y 16).,Es un tema iconográfico muy
antiguo que figura ya representado en algunos vasos petreos de Uruk-Warka
de principios del III milenio a.C. y que se mantuvo durante milenios
(Fig. nº 16). Se representó infinidad de veces en variados soportes por
lo que debió de gozar de una gran popularidad, como por ejemplo, en los
marfiles de Nimrud' (Mallowan, 1970; Herrman) coetáneos casi de los
tartéssicos.
En la Península, no obstante, la imagen nunca es representada con la
crueldad con las que se conocen en Oriente en las que los artistas
representaron a los leones clavando sus garras o sus dientes en la piel
del toro con el mayor realismo a la vez que éstos, atraviesan a los
leones con sus afiladas y mortales astas (Fig. n.' 27). Son escenas con
gran movimiento en contraposición a las peninsulares muy estáticas como
hemos advertido. Se trata de la lucha de fuerzas contrapuestas. El toro
la vida, el león la muerte, es la tensión de los opuestos la que
equilibra la vida.
El león simboliza la muerte, acaso el tiempo que todo lo devora. Pero
el león es a la vez la epifanía principal de la diosa a la que
normalmente se le representa acompañada por leones y de las que existen
numerosos ejemplos en el arte tartéssico. Existe un evidente trasfondo
agrícola en esta imagen milenaria por lo que asumimos como propias las
observaciones que P. Azara apunta sobre el toro y el león (2003 : 37-38)
:
«Hace seis mil años, los días 10 de febrero, 15 de mayo, 11 de agosto y
24 de noviembre eran fechas señaladas para las tareas agrícolas. Por
estos días de los equinoccios de primavera y de otoño y de los solsticios
de invierno y verano, las constelaciones de Tauro (y sus estrellas más
brillantes, las Pléyades) y Leo ocupaban posiciones inversas en el
cielo. Así, él 10 de febrero, a las 18.40 horas, Tauro desaparecía tras
el horizonte al tiempo que Leo alcanzaba la posición más alta (hoy este
fenómeno acontece más tarde) . La victoria del león sobre él toro
indicaba que había llegado la hora de arar y de sembrar. El sacrificio
del toro fertilizaba la tierra . Cuarenta días más tarde, Tauro volvía a
despertar al tiempo que Leo declinaba. Con el equinoccio de primavera,
los cereales brotaban. Así, los cuatro momentos fundamentales del ciclo
agrícola (los días de la siembra, del despertar de los primeros brotes,
de la siega y de la preparación de la tierra) estaban anunciados y
regidos por los desplazamientos opuestos del toro y del león estelares .
Esta interpretación astrológica no era la única.
Antes bien, el enfrentamiento mortal entre el toro y el león podría
también tener una significación cósmica; simbolizaba la alternancia del
verano (león) y del invierno (el toro) (como se muestra en los numerosos
relieves que decoran las barandillas de las majestuosas escalinatas
exteriores, los patios y las estancias del palacio
aqueménida de Persépolis en
Fig. nº 27.- Matfil de Nimrud (s . VIII a.C.) .
Irán, del siglo VI a.C.) o, más
precisamente, el enfrenamiento entre el dios cananeo de las tormentas
(Baal) y Mot, el dios fenicio de la sequía (Mot significaba muerte).
Excepcionalmente esta escena, que invocaba la llegada de las lluvias,
mostraba la victoria del toro volteando al León. Sin embargo, la
iconografía más común mostraba que la fertilidad llegaba gracias al
sacrificio del toro vertiendo su sangre sobre la tierra, preso de las
garras de la muerte» .
b) Toro oliendo una flor:
Esta imagen aparece en un marfil de la Cruz
del Negro y en una cerámica policroma de Lora del Río (ver supra figs.
14 y 21) . Escena no muy frecuente en el imaginario oriental, pero sí
en Micenas (Rystedt: 157-163), donde nos la encontramos frecuentemente
en cráteras del micénico IIIb, aunque el modelo procede de Creta (Fig.
nº 28), y en Chipre (Fig. nº 29).
El toro se encuentra en actitud relajada en un espacio paradisíaco donde
florecen os frutos a los que se acerca delicadamente para olerlos. La
proximidad del animal a los brotes vegetales establece una relación de
complicidad. Es una escena de la exaltación del triunfo del misterio de
las fuerzas regenerativas de la naturaleza en el ciclo de la vida. La
flor abierta, el fruto germinado milagrosamente de las entrañas de la
diosa al que el dios se acerca amorosamente regocijándose de su
vigorosidad genésica.
No es, por tanto, una escena que haya que relacionar estrictamente con
la fertilidad sino con la renovación de la vida en la naturaleza.
No sería extraño que se tratara del toro sacrificial. Conviene advertir
que esta escena no es muy común en Mesopotamia y Anatolia durante el II
milenio y que por el contrario lo es en la cerámica pintada micénica de
la que pasó a Chipre donde también la encontramos con frecuencia (Yon,
1994: 190-191 ; Blázquez, 1998-1999) . En Oriente no comienza a ser
frecuente hasta el I milenio especialmente en Asiria y el Levante de
donde pasó a Iberia (Fig. nº 30). La escena, sin embargo, no tuvo
continuidad pues no nos la volvemos a encontrar escenificada de esta
forma después del periodo orientalizante.
c) Toro echado muerto o sacrificado:
Aparece unicamente en los
timiateria de pie de bronce (ver supra figs. n.os 17 y 19). La actitud
del toro echado con la boca abierta y con la lengua fuera nos indica
evidentemente que nos encontramos ante un toro en trance inmediato de
muerte es, por tanto, un toro sacrificado.
Creo que deben tomarse con cautela las interpretaciones que quieren ver
en esta actitud un semblante de ferocidad por analogía con los leones en
los que es frecuente esta particularidad .
Fig. nº 28.- Decoración de un vaso de cerámica de Kamares del santuario
de Anamospilia (Creta), siglo XVII a.C.
Fig. nº 29.- Crátera anforoide micénica procedente de Chipre (siglo XIV
a.C.), Museo de Nicosia .
La representación del toro como animal dañino es excepcional y en la
Península, de momento, inexistente. Iconográficamente no hemos
encontrado nada semejante en Oriente ni en otras culturas del
mediterráneo . Además todas ellas aparecen en los timiateria. Puede ser,
por tanto, una imagen occidental .
d) Toro echado:
Es el caso del toro del Cerro .del Prado (ver supra
fig. nº 20) pero sobre todo del de Porcuna (ver supra fig. nº 22).
Expresa la idea de poder. El toro está en un estado de mansedumbre, de
benefactor de la sociedad que es el aspecto principal del simbolismo del
dios como padre supremo promotor de la abundancia y de la prosperidad de
sus súbditos.
Fig. nº 30.- Toro ante un brote vegetal en un marfil de Nimrud (siglo
VIII a.C .) .
La actitud del animal inspira tanta nobleza y poder que se ha llegado a
pensar que sea la divinidad misma (Blanco, 1960; Blázquez, 1983;
Jiménez, 2002: 341). Los motivos vegetales que presenta el magnífico
ejemplar de Porcuna, la roseta o estrella y el tallo y capullos nos
remiten a la idea genésico agraria que parece ser el denominador común
en todas las imágenes del dios taurino.
Aún podemos añadir algunos datos más sobre la imagen del toro en
Tartessos.
Que el culto al dios tauromorfo tuvo un gran desarrollo en Tartessos nos
lo indican también los altares en forma de piel de toro hallados en el
palacio-santuario de Cancho Roano (Badajoz), (Celestino, 1994) y en un
santuario dedicado a Baal dios de las tormentas fenicio -en una
advocación marinera-, según sus excavadores, en la antigua Caura la
actual Coria del Río (Escacena e Izquierdo, 2001).
Fig. n.° 31.- Joya de oro
tartéssica conforma de piel de toro extendida
(Camas, Sevilla) .
Esta forma de piel de toro la encontramos también con frecuencia en
objetos culturales, como el famoso conjunto de joyas de oro hallado en
El Carambolo (Camas, Sevilla), yacimiento que hoy se considera un
santuario fenicio (Fig. nº 31). Según F. Amores y J. L. Escacena
(2003) determinadas piezas del conjunto de El Carambolo fueron
utilizadas para adornar al toro destinado al sacrifico en honor del dios
atmosférico. En este santuario apareció una figurita de bronce de la
diosa Astarté, consorte de Baal, desnuda y sentada.
El motivo de la piel de toro extendida, de indudable origen levantino
oriental (Maier, 2003), también lo encontramos en una tumba monumental
orientalizante de un rey ibero-tartesio hallada en Pozo Moro (Albacete).
Con estructura turriforme y decorada con bajorrelieves que representan
escenas mitológicas fue rodeada por un pequeño temenos con un mosaico de
guijarros con forma de piel de toro extendida
(Almagro-Gorbea, 1996b). Todo ello nos indica una relación, como
expresión de poder, del toro (del dios) y la monarquía tartéssica
orientalizante.
De todo ello se desprenden varias conclusiones. La primera y principal
es que la simbología taurina oriental encontró, a pesar de la
complejidad de la adopción de creencias religiosas, aceptación en las
sociedades del suroeste peninsular del 1er. milenio abiertas al cambio y
a la recepción de nuevas ideas, usos y costumbres .
Hubo una selección premeditada de motivos iconográficos, algunos de
ellos infrecuentes en Oriente como el del toro echado con la lengua
fuera y que aparece normalmente representado en esta actitud en los
timiateria. Aún así es posible que los conceptos simbólicos que
encierra el toro oriental fueran asumidos en Tartessos y su imagen haya
que asociarla al dios de la lluvia, del viento y de la tormenta oriental
Adad o Hadad o Baal, tres nombres para un mismo dios. La mayor parte de
estas imágenes taurinas están relacionadas con ritos asociados al ciclo
vegetativo y agrícola, la esfera de acción del dios atmosférico taurino
se halla dominada por su consorte o amante la diosa felina del amor de
carácter ctónico lunar mucho más importante que el dios dado el
elevadísimo número de veces en que nos la encontramos representada.
Todo ello nos indica que la simbología del toro está por tanto
íntimamente relacionada con una sociedad plenamente agraria y urbana
regida por monarcas con el que mantiene una relación mítica al modelo
oriental. No cabe duda de que uno de los aspectos menos estudiados con
una metodología rigurosa ha sido el del desarrollo de la agricultura
impulsado por los fenicios.
En efecto, la introducción de nuevas especies no sólo revolucionó las
prácticas agrícolas sino que reorientó la economía así como las
costumbres alimentarias . Las gentes del mediterráneo oriental
introdujeron el cultivo de la vid y de la aceituna, el de nuevas
legumbres como el garbanzo y otras especies, así como la gallina y el
asno. La revolución fue pues de un grandísimo impacto. Esto conllevó la
introducción de nuevas técnicas agrícolas y utillaje, seguramente el
arado con bueyes. El modelo de implantación territorial que se ha
observado en esta época está orientado a la ocupación de las tierras
potencialmente más ricas desde el punto de vista del aprovechamiento
agrícola lo que debió implicar una organización y repartición de las
tierras controladas desde los nuevos centros urbanos que se consolidan
en el período orientalizante y han sido los mismos sin apenas variación
hasta la actualidad . La ciudad es el centro que vertebra el territorio
agrícola del que depende. No hay fenómeno urbano sin agricultura
superior, entendida como una agricultura científica y completamente
sedentaria, regida y auspiciada por el dios tauromorfo y su consorte,
responsable última de la fecundidad universal, a través del matrimonio
sagrado.
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