¡Atlántida! ¿Quién en su alma ancestral, en la más honda capa de la geología de su inconsciente, no sintió, al oírla pronunciar por primera vez, el mágico efecto evocador de tal palabra? (César Luis de Montalbán).
EL primer testimonio de este continente mítico, que aparece perdido en el tiempo y la historia, lo encontramos en los célebres diálogos de Platón "Critias" y "Timeo” donde el filósofo griego escribe y en parte fábula sobre la realidad de la Atlántida, cuyo conocimiento fue un secreto celosamente custodiado por los altos sacerdotes de Sais, en Egipto. Resulta sorprendente esta predisposición a revelar tan despreocupadamente detalles sobre la existencia de Atlántida, ya que la herencia de su historia, y muy especialmente de su ciencia, era y continúa siendo en la actualidad uno de los conocimientos más secretos de todas las auténticas hermandades iniciáticas. Tan extraña actitud, que suele pasar inadvertida, pudiera estar ofreciéndonos una valiosa clave sobre el auténtico motivo que llevó a Platón a dejar constancia de esta civilización y su posterior desaparición, así como de la gran advertencia que ésta encierra para la Humanidad.
Leyendo el "Critias" y "Timeo" despacio y entre líneas, tal vez descubramos otras lecturas cifradas que nos ayudarán a rasgar ese velo misterioso que todavía hoy envuelve a este continente sumergido.
Teniendo en cuenta esto último, resulta interesante comprobar cómo algunos iniciados destacaron y tuvieron en significativa consideración ciertas revelaciones de estos diálogos, como don Benito Arias Montano, el ilustre políglota y heterodoxo extremeño, considerado y definido tantas veces como el Salomón de España, quien, como veremos a lo largo de este trabajo, tenía verdadero conocimiento de la Atlántida. Arias Montano legó a sus discípulos unos rollos de pergamino escritos de su puño y letra que recogen varios fragmentos, cuidadosamente seleccionados, del Crítias" y del "Timeo"; con ello, sin duda, el maestro les estaría transmitiendo, en el más puro estilo iniciático, las importantes claves que éstos encierran. Los fragmentos en cuestión, que reproducimos íntegramente para quienes deseen descifrarlos, son los siguientes:
"En el Delta de Egipto, con todo el
panorama de los brazos del Nilo a los pies, existe un nomo
llamado saítico y una ciudad principal, la de Sais, de donde
el mismo rey Amais era oriundo. Los habitantes de dicho
nomo, o Estado, tienen por divinidad fundadora de él a la
diosa NEITH, que en griego, según ellos, quiere decir
ATENEA. Por eso, ellos quieren de todo corazón a los
atenienses, considerándolos como de su propia raza. Así
Solón decía que, llegado cierta vez a aquel país, había
recibido en él las mayores atenciones, y después de las
preguntas que había hecho acerca de la antigüedad a los
sacerdotes más ancianos y que mejor la conocían, se había
convencido de que ni él, ni ningún otro griego, sabía nada
de ella, por decirlo así. Y añadió Solón que, deseando
cierto día que le informasen acerca de los tiempos antiguos,
se había puesto a hablar de Phoronso, a quien, por su remota
antigüedad, se le llamaba el primero, después de Níobe y, en
fin, del famoso diluvio de Deucalión y Pirra, con todo
cuanto de ellos se cuenta haciendo la genealogía de los
descendientes de éstos y fijando sus épocas respectivas.
Entonces un anciano sacerdote le dijo: "¡Oh, Solón, Solón,
vosotros los griegos no sois sino unos niños! ¡No hay en
Grecia un anciano tan sólo!"; y como yo me mostrase
maravillado de semejantes frases, el venerable sacerdote
replicó: "Sí, vosotros sois todos unos jóvenes de alma, por
cuanto no atesoráis ninguna opinión verdaderamente antigua y
de antigua tradición venida. No poseéis, no, ningún
conocimiento blanqueado por el tiempo, y he aquí por qué. A
lo largo de los siglos las destrucciones de hombres y
pueblos enteros se han sucedido en gran número, las mayores
de ellas por el fuego y por el agua; las menores, por otras
mil causas diversas. Así, existe entre vosotros la vieja
tradición de que antaño Phaetón, el hijo del Sol, al
empeñarse en dirigir el carro de su padre, había incendiado
la Tierra y, herido por el rayo, había él mismo perecido.
Semejante relato es de carácter fabuloso, y la verdad que
tamaña fábula oculta bajo su símbolo es la de que todos
cuantos cuerpos celestes se mueven en sus órbitas sufren
perturbaciones que determinan en el tiempo una destrucción
periódica de las cosas terrestres por un gran fuego. En
tales catástrofes los que habitan en las montañas y parajes
elevados y áridos perecen más pronto que los moradores de
las orillas del mar y de los ríos. A nosotros el Nilo, a
quien por tantos modos debemos nuestra vida, nos salvó
entonces de tamaño desastre, y cuando los dioses purificaron
la tierra sumergiéndola, si bien no todos los boyeros y
pastores perecieron sobre las montañas, al menos los
habitantes de vuestras ciudades fueron poco a poco llevados
hasta el mar siguiendo la corriente de los ríos. Sin
embargo, en nuestro país, ni entonces ni en otra época
alguna, las lluvias han fecundado nuestras campiñas como
otras, sino que la Naturaleza ha dispuesto que el agua nos
viniese de la tierra misma, por el río. Esta es la causa de
que nuestro país pueda conservar las tradiciones más
antiguas, porque ni calores extremados ni lluvias excesivas
le han despojado de sus habitantes, además de que si bien la
raza humana puede aumentar o disminuir en número de
individuos, jamás llega a desaparecer por completo de la faz
de la Tierra. De este modo y por esta razón, todo cuanto se
ha hecho de hermoso, de grande o de memorable en un aspecto
cualquiera, sea en vuestro país, sea en el nuestro, o en
otro, está escrito desde hace muchos siglos y conservado en
nuestros templos, pero entre vosotros y entre los demás
pueblos el uso de la escritura y de cuanto es necesario a un
Estado civilizado no data sino de una época muy reciente y,
súbitamente, con determinados intervalos, vienen a caer
sobre vosotros, como una peste cruel, torrentes que se
precipitan del cielo y no dejan subsistir sino hombres
extraños a las letras y a las musas, de suerte que
recomenzáis, por así decirlo, vuestra infancia e ignoráis
todo acontecimiento de vuestro país o del nuestro que
remonta al tiempo viejo. Así, Solón, todos estos detalles
genealógicos que nos has dado relativos a vuestra patria se
parecen a meros cuentos infantiles. Desde luego vosotros nos
habláis de un diluvio, cuando se han verificado muchos otros
anteriores. Además ignoráis que en vuestro país ha existido
la raza de hombres más excelente y perfecta, de la que tú y
toda la nación descendéis, después que toda ella pereció, a
excepción de un pequeño número. Vosotros no lo sabéis,
porque los primeros descendientes de aquélla murieron sin
transmitir nada por escrito durante muchas generaciones,
porque antaño, Solón, antes de la última gran destrucción
por las aguas, esta misma república de Atenas, que a la
sazón ya existía, era admirable en la guerra y se distinguía
en todo por la prudencia y sabiduría de sus leyes cuanto por
sus generosas acciones, y contaba, en fin, con las
instituciones más hermosas de que jamás se ha oído hablar
bajo los cielos".
"Solón quedó pasmado ante semejante relato y, lleno de noble curiosidad, rogó a los sacerdotes que le diesen cuantos detalles pudieran relativos a los primitivos moradores de su patria, a lo que aquel augusto anciano respondió: "Te diremos con gusto, ¡oh Solón!, lo que deseas, por afecto hacia ti y hacia tu patria, y más aún por veneración hacia la diosa a quien pertenece vuestra ciudad y la nuestra, diosa que ha velado siempre por la vida y la educación de las dos. Ella, la diosa Neith, comenzó su obra por vuestra ciudad, tomando de la Tierra y de Vulcano, la semilla de la que os formó, fundando mil años más tarde ésta nuestra ciudad del Delta, pues que el gobierno establecido entre nosotros data, según nuestros libros sagrados, de ocho mil años fecha. Debo, pues, hablar ante todo de tus conciudadanos que allí vivían hace nueve mil años, y hacerte conocer en pocas palabras sus instituciones y lo más glorioso de sus obras. En cuanto a los detalles, otra vez los veremos, si lo deseas, leyéndolos en nuestros mismos libros. Por la dicha comunidad de nuestro origen, verás que muchas de las antiguas leyes de la Atenas primitiva se encuentra aquí ahora. Desde luego, los sacerdotes formaban una clase separada de las demás. La casta guerrera era la segunda, según las leyes, y no se ocupaban sino de los problemas guerreros, y asimismo permanecían sin mezclarse las otras castas de artesanos, pastores y labradores. Las costumbres vuestras respecto al uso de los cascos y lanzas son las mismas que las nuestras, y de ellos nos hemos servido antes que todos los pueblos de Asia, porque los habíamos recibido de la diosa. En lo que respecta al desarrollo de la inteligencia, no ignoras, Solón, la atención que desde el principio vienen concediendo nuestras leyes al descubrimiento de las normas que al mundo rigen, al arte de la adivinación del porvenir y al de la medicina, sacando así partido de tan divinos conocimientos para las necesidades de los hombres. Todo este orden admirable, repito, antes de ser establecido aquí, fue implantado entre vosotros por la diosa, quien escogió vuestro suelo porque juzgó que la deliciosa templanza de vuestras estaciones facilitaría el desarrollo de hombres dotados de la mayor sabiduría.
"Vivíais, pues, bajo el imperio de tales leyes con las instituciones más prodigiosas que darse pueda, y así alcanzasteis a sobrepujar a los demás hombres en toda clase de méritos, como corresponde a un pueblo engendrado e instruido por los mismos dioses, y de aquí las múltiples y grandiosas empresas a que dio cima vuestra república y que escritas quedan en nuestros libros para eterna admiración de las edades. Nuestros libros dicen, en efecto, que vuestra república, en un gran día, mostró brillantemente su valor y poderío. Arrastrando los mayores peligros triunfó a sus invasores atlantes y preservó de la esclavitud a pueblos que todavía eran libres, y a otros pueblos que estaban próximos a las llamadas columnas de Hércules les restituyó su libertad. Mas, en los tiempos que después siguieron, hubo grandes terremotos e inundaciones. En el espacio de un día y de una noche terribles, todos los guerreros que tenían proyectado otra vez llegar a las puertas de vuestros muros fueron abismados en lo profundo.
La isla Atlántida entonces desapareció bajo las aguas del mar, y por eso no se puede recorrer ni explorar hoy el mar que la cubre. Los navegantes encuentran insuperables obstáculos en gran cantidad de escollos que la isla dejó al sumergirse debajo de las aguas".
El sabio políglota Arias Montano supo descubrir, sin duda, esa gran realidad que siempre permanece oculta en el fondo de los mitos. De hecho, la veracidad de esta narración sobre la Atlántida podría haber sido aceptada en su mayor parte si Platón citase una fecha sobre su hundimiento mucho más conveniente para la ciencia oficial y los esquemas establecidos. Aceptar que nueve mil años antes de la visita de Solón a Egipto existió en el Atlántico una isla-continente, donde se desarrolló una fabulosa cultura que llegaría a dominar una gran parte de la Europa actual, aparentemente no resulta muy aceptable; sin embargo, en la mayoría de los sótanos de los más importantes museos del mundo existen, como me confesara en cierta ocasión el Director de uno de ellos, numerosas piezas tan inexplicables y asombrosas que de exhibirse públicamente exigirían tal reconstrucción de la Historia que anularían algunas de nuestras más sólidas creencias.
Otro punto que tampoco favoreció la credibilidad de estos diálogos, que dieron origen a uno de los mitos más fascinantes de la Historia, es la posibilidad, como sugirió el Dr. Jiménez del Oso en un magnífico artículo, de que Platón "se sirviera del tema para recrear su concepto de ciudad ideal. Realmente no seria la primera ni la última vez que se manipulasen o fabulasen de alguna forma unos hechos históricos, adaptándolos a determinadas conveniencias o ideales.
Por el contrario, los datos que revelan la ubicación del continente sumergido "más allá de las columnas de Hércules" (Estrecho de Gibraltar) han sido plenamente aceptados por algunos de los geólogos de más alto prestigio. En su narración Platón se muestra así de explícito: "En aquel tiempo era posible atravesar el Atlántico. Había una isla delante de lo que vosotros llamáis "Columnas de Hércules" (Gibraltar) mayor en tamaño que el Egipto y el Asia Menor juntos. Y los viajeros de aquellos tiempos podían pasar de esta isla a las demás islas y desde estas islas podían ganar todo el continente, en la costa opuesta de este mar que merecía realmente su nombre. Pues en uno de los lados, dentro de este estrecho de que hablamos, parece que no había más que un puerto de boca muy cerrada y que, del otro lado, hacia afuera, existe este verdadero mar y la tierra que lo rodea, a la que se puede llamar realmente continente, en el sentido propio del término. Ahora bien, en esta isla Atlántida unos reyes habían formado un imperio grande y maravilloso. Este imperio era señor de la isla entera y también de muchas otras islas y de partes del continente. Por lo demás, en la parte vecina a nosotros, poseían el África hasta Egipto y Europa hasta Etruria".
Igualmente interesante para aquellos que desean profundizar en el gran enigma de la Atlántida, resulta esta otra narración que nos habla de dioses que bajan a la Tierra dando origen a ciudades y razas. El diálogo en cuestión, que pertenece al "Critias", dice textualmente:
"Según se ha dicho ya anteriormente, al hablar de cómo los dioses habían recurrido a echar a suertes la tierra entre ellos, dividieron toda la tierra en partes, mayores en unas partes, menores en otras. Y ellos instituyeron allí en su propio honor cultos y sacrificios. Según esto, Poseidón, habiendo recibido como heredad la isla Atlántida, instaló en cierto lugar de dicha isla a los hijos que había engendrado él de una mujer mortal. Cerca del mar, pero a la altura del centro de toda la isla, había una llanura, la más bella según se dice de todas las llanuras y la más fértil. Y cercana a la llanura, distante de su centro como unos diez kilómetros, había una montaña que tenía en todas sus partes una altura mediana. En esta montaña habitaba entonces un hombre de los que originariamente habían nacido en la tierra. Se llamaba Evenor y vivía con una mujer, Leucippa. Tuvieron una hija única: Clito. La muchacha tenía ya la edad núbil cuando murieron su padre y su madre. Poseidón la deseó y se unió a ella. Entonces el dios fortificó y aisló circularmente la altura en que ella vivía. Con este fin hizo recintos de mar y de tierra, grandes y pequeños, unos en torno a los otros. Hizo dos de tierra, tres de mar y, por así decirlo, los rodeó, comenzando por el centro de la isla, del que esos recintos distaban por todas partes una distancia igual. De esta manera resultaban Infranqueables para los hombres, pues en aquél entonces no había aún navíos ni se conocía el arte de la navegación. El mismo Poseidón embelleció la isla central, cosa que no le costó nada, siendo como era un dios. Hizo brotar de bajo tierra dos fuentes de agua, una caliente y otra fría, e hizo nacer sobre la tierra plantas nutritivas de toda clase en cantidad suficiente".
En este mismo relato es donde Critias las describe parte de la fauna y la flora de la Atlántida y nos informa de la existencia de un misterioso metal, llamado Oricalco, en los siguientes términos:
"En primer lugar todos los metales duros y maleables que se pueden extraer de las minas. Primero aquél del que tan sólo conocemos el nombre, pero del que entonces existía, además del nombre, la sustancia misma: el Oricalco. Era extraído de la tierra en diversos lugares; era, después del oro, el más precioso de los metales que existía en aquel tiempo. Análogamente, todo lo que el bosque puede dar en materiales adecuados para el trabajo de carpinteros y ebanistas, la isla lo proveía con prodigalidad. Asimismo, ella nutría con abundancia a todos los animales domésticos y salvajes. Incluso la especie misma de los elefantes se hallaba allí ampliamente representada. En efecto, no solamente abundaba el pasto para todas las demás especies, las que viven en los lagos, los pantanos y los ríos, las que pacen en las montañas y en las llanuras, sino que rebosaba de alimentos para todas, incluso para el elefante, el mayor y más voraz de los animales. Por lo demás, todas las esencias aromáticas que aún ahora nutren el suelo en cualquier lugar, raíces, brotes y maderas de los árboles, resinas que destilan de las flores y los frutos, las producía entonces la tierra y las hacía prosperar. Daba también los frutos cultivados y las semillas que han sido hechas para alimentarnos y de las que nosotros sacamos las harinas sus diversas variedades las llamamos cereales Ella producía ese fruto leñoso que nos provee a la vez de bebidas, de alimentos y de perfumes; ese fruto escamoso y de difícil conservación hecho para instruir y para entretenernos, el que nosotros ofrecemos luego de la comida de la tarde, para disipar la pesadez del estómago y solazar al invitado cansado. Sí, todos esos frutos, la isla que estaba entonces iluminada por el Sol, los daba vigorosos soberbios, magníficos, en cantidades inagotables”.
No deja de ser llamativa la insistencia de Platón en desarrollar el relato de la Atlántida como auténtico, teniendo en cuenta que el filósofo griego suele aclarar siempre en sus obras cuándo trata de algo mitológico o real, con lo cual parece confirmar su convencimiento sobre la existencia del continente desaparecido. Si bien algunos de los datos de estos diálogos tal vez no sean del todo exactos, como el tiempo que señala su existencia y posterior desaparición, es evidente que la base de su información sí lo es.
La Atlántida no desapareció totalmente
En la actualidad existen demasiadas huellas y evidencias que ponen de manifiesto la veracidad de los relatos sobre la existencia de la Atlántida; sin embargo, como a lo largo de la Historia, también hoy en día parece fraguarse toda una conspiración de silencio y un nada claro y sospechoso empeño por evitar que pierda su condición mítica.
El desconcertante final de "Critias" no es una excepción. De esta forma tan extremadamente cortante y misteriosa termina el polémico diálogo:
Pero cuando comenzó a disminuir en ellos ese principio divino, como consecuencia del cruce repetido por numerosos elementos mortales, es decir, cuando comenzó a dominar en ellos el carácter humano, entonces, incapaces ya de soportar su prosperidad presente, cayeron en la indecencia. Se mostraron repugnantes a los hombres clarividentes, porque habían dejado perder los más bellos de entre los bienes más estimables. Por el contrario, para quien no es capaz de discernir bien qué clase de vida contribuye verdaderamente a la felicidad, fue entonces precisamente cuando parecieron ser realmente bellos y dichosos, poseídos como estaban de una avidez injusta y de un poder sin límites. Y el dios de los dioses, Zeus, que reina con las leyes y que, ciertamente, tenía poder para conocer todos estos hechos, comprendió qué disposiciones y actitudes despreciables tomaba esa raza, que había tenido un carácter primitivo tan excelente. Y quiso aplicar un castigo para hacerles reflexionar y llevarlos a una mayor moderación. Con este fin, reunió él a todos los dioses en su mansión más noble y bella; ésta se halla situada en el centro del Universo y se puede ver desde lo alto todo aquello que participa del devenir. Y habiéndolos reunido, les dijo..."
Enigmático final que invita tanto a la reflexión como a la sospecha, muy especialmente si tenemos en cuenta que estos fragmentos también fueron premeditadamente destacados y transmitidos a sus discípulos por distintos iniciados conocedores de la lectura oculta que éstos encierran, lectura que estaría relacionada con un tercer diálogo que Platón escribió sobre la Atlántida. Este discutido e intrigante diálogo, al igual que el verdadero final del Critias, desapareció sin que nadie haya logrado ofrecer una explicación razonable. Pero ¿nos encontramos realmente ante una misteriosa mano invisible que sistemáticamente veta y condena todo aquello que pudiera aportar alguna prueba sobre la Atlántida? ¿O tal vez, como sucede con las grandes enseñanzas ocultas, ciertos conocimientos sólo salen a la luz y son plenamente aceptados cuando verdaderamente nos encontramos preparados para asimilarlos y la Humanidad los necesita? Por ello deberíamos tener muy presente, sobre todo en estos momentos tan decisivos para determinar su futuro, el testimonio de esta supuestamente mítica Historia, más no como ejemplo de lo que podría volver a suceder, ya que el nada casual resurgimiento de su alquimia mineral, hasta ahora perdida (sobre esta alquimia trata mi libro "Los minerales mágicos", que pertenece igualmente a la "Biblioteca Básica de E.T., dirigida por el Dr. Jiménez del Oso) nos enseña que ese futuro puede y debe ser altamente esperanzador.
La Atlántida sólo podrá ser descubierta
cuando aprendamos a reconocer sus huellas, pues existen
fundadas sospechas de que no todo el colosal continente fue
sepultado bajo las aguas del Atlántico. Últimamente están
apareciendo importantísimos descubrimientos que evidencian
la realidad de la Atlántida (algunos de los más interesantes
se irán comentando a lo largo de estas páginas) gracias a
las nuevas y avanzadas técnicas de prospección marina, las
cuales, además, han demostrado que la antigua teoría de los
sedimentos, que imposibilitaba su existencia, sólo fue un
error geológico. Pero mientras se continúa la exploración de
los complejísimos fondos marinos, que tanto recelo muestran
en descubrir sus secretos a quienes ignoran su lenguaje
oculto, centraremos el presente trabajo en rastrear esas
sorprendentes huellas, que aún perduran desafiantes al paso
de los siglos, sobre las que en un remoto pasado fueran
tierras atlantes. Ellas son el testimonio de una parte de
nuestra Historia que es necesario recobrar, para que al fin
podamos reencontrarnos con nuestros verdaderos orígenes.
Últimos y
sorprendentes descubrimientos sobre la Atlántida
Seguramente, el mito que más intensamente ha pervivido a lo largo de siglos y milenios es el que se refiere a la Atlántida, cuna de toda civilización, que fue tragada por las aguas nadie sabe cuándo ni dónde.
Ahora, recientes revisiones de documentos antiguos y nuevas investigaciones nos sitúan en el trance de aventurar que tal vez no se trate de un mito, sino de una realidad capaz de cambiar el concepto que tenemos de la Historia.
Desde que Platón se refiriera al "continente perdido" en sus diálogos Critias y Timeo, la Atlántida atrapó a los investigadores y curiosos del pasado en la fascinación de su enigma. Entre el mito y la leyenda, su realidad ha dejado huellas en lugares muy distantes del planeta, y recuerdos legendarios en todas las civilizaciones.
Su mítico rastro marca caminos, a través de la Historia, que
se dirigen hacia las costas y al fondo del océano Atlántico,
caminos que tal vez conocieron los sacerdotes egipcios y
"pistacos", como se revela al romper las densas nieblas que
envuelven sus cultos ancestrales; caminos que pertenecen a
las sendas rectas de los grandes iniciados que levantaron
los vestigios megalíticos, las pirámides y las enigmáticas
esferas, ya que todos ellos encierran y custodian las claves
secretas y el lenguaje del antiguo conocimiento perdido.
Sin duda, los megalitos constituyen uno de los enigmas más desafiantes del pasado. Algunos investigadores opinan que posiblemente fueron erigidos por los supervivientes de la Atlántida. Y, desde luego, el interrogante no deja de ser complejo, porque si no fueron los atlantes, ¿quiénes los erigieron? No importa conocer la respuesta con exactitud; pero sí es importante reconocer que sus constructores poseían unos conocimientos científicos sumamente avanzados. A este respecto, Alexander Thom, profesor de Ingeniería en Oxford, comprobó que, efectivamente, en los conjuntos megalíticos, las grandes piedras estaban alineadas astronómicamente con asombrosa precisión. Fruto de sus estudios fue también el descubrimiento de la que él denominó "yarda megalítica" de 83 centímetros de longitud. Ello demuestra que los constructores de estos monumentos protohistóricos poseían también altos conocimientos de matemáticas.
Sin embargo, lo más extraordinario de este tipo de construcciones es que todos los megalitos que las conforman suponen y revelan el ejercicio de una energía poderosísima, que podríamos comparar a nuestra quinta fuerza. Los megalitos son catalizadores controladores transmisores de esta energía desconocida; distribuidos sin excepción en las líneas de fuerza cosmotelúrica, están orientados en relación a ciertas estrellas, el Sol o la Luna, manifestando en cada caso un poder y una finalidad diferentes, dependiendo ello del astro a que se refieran y de sus propias características estructurales. En algunos casos seguían la línea equinoccial, señalando las entradas y salidas de los solsticios y muy especialmente el pronóstico de los eclipses lunares, así como las revoluciones magnéticas de las manchas solares.
Pero, ¿cómo pudieron ser trasladados esos enormes bloques de piedra desde canteras que se hallaban, en muchos casos, a gran distancia, incluso a decenas de kilómetros? Tal vez emplearon la misteriosa energía a la que antes nos hemos referido. Algunos datos hay que podrían confirmarlo; por ejemplo, en los escritos "coptos" se lee que las piedras de la Gran Pirámide fueron elevadas mediante cantos frecuencias de sonido y varas vibratorias.
Como es lógico, los científicos no aceptan esta posibilidad, porque ello supondría un nuevo enfoque de la Historia. Y, sin embargo, los herederos del antiguo conocimiento poseían algunas de aquellas varas o bastones de poder: con ellas, y con unos míticos transductores que eran conocidos como "huevos de serpiente", lograban controlar esa fuerza poderosa e inagotable a través de los megalitos, seguramente con ayuda de la cualidad conductora del cuarzo; de ahí el interés especial por determinadas canteras. La energía así obtenida y controlada hacía más fértiles los campos, más propicio el clima y más estable el equilibrio ecológico y telúrico, evitándose a la vez posibles desastres capaces de alterar las condiciones de vida del planeta.
Sacerdotes egipcios y "pistacos" supieron de la Atlántida
César Luis de Montalbán, explorador y viajero incansable el Livingston español, como alguien lo ha llamado , profundizó como pocos en la historia y leyendas de Asia y América, así como en los conocimientos más secretos de sus sacerdotes y magos. Producto de todo ello fue su convencimiento absoluto acerca de la existencia del mítico continente.
Durante uno de sus viajes a Egipto, Montalbán convivió con sacerdotes del alto Nilo, quienes le confesaron ser descendientes de los atlantes, ya que éstos llevaron a Egipto todos los conocimientos y logros de su civilización. Por cierto, tal afirmación coincide con el texto de un rollo de papiro que se conserva en el Museo de San Petersburgo, escrito durante el reinado del faraón Sent, de la II dinastía, donde se explican las investigaciones ordenadas por el monarca y llevadas a cabo por una expedición en busca de la Atlántida, por considerarla la tierra de sus antepasados.
Jesús de Nazaret, dios de
los atlantes
En otra ocasión, encontrándose en los Andes Orientales, Montalbán entró en contacto con el más alto sacerdote de aquellos territorios, ¡el “Pistaco”, perteneciente a una dinastía inmemorial que aún conservaba la historia de su estirpe y las más ocultas tradiciones de su pueblo.
El 'Pistaco" reconoció a Jesús como el dios de los atlantes
El enigmático personaje, al escuchar del viajero una alusión a Jesús, replicó: "Es mi dios; el dios de mis padres encarnado en el culto atlante de los habitantes del templo transparente".
Profundamente impresionado Montalbán por las palabras del "pistaco" insistió para que le contase cuanto supiera de la Atlántida; pero en aquel momento fue inútil, pues el sacerdote se encerró en el mutismo total que tan bien saben guardar los indios.
Hubo de transcurrir mucho tiempo hasta que, con ocasión de encontrarse ambos a la vista de La Guaria (puerto de Venezuela), sin solicitarlo pregunta alguna, el "pistaco" dijo con tristeza, mirando las olas espumosas del Atlántico: “Estas aguas cubren la sepultura de mis mayores, que vivieron en la hundida tierra, la que está en el fondo del mar. Sus habitantes fueron muy felices al principio; eran justos y sus ciencias alcanzaron un progreso grande, pero luego llegaron el vicio y la maldad. Entonces, un día, la tierra osciló, los picos fueron cubiertos por penachos de fuego y el mar furioso dejó sepultada para siempre la Atlántida, la tierra de las artes y las ciencias, de las grandes ciudades con pirámides y obeliscos, de los bellos templos transparentes de Io, la tierra de los sabios que conocieron la verdad única".
Felipe II compartió el secreto.
No fue César Luis de Montalbán el primero en obtener en América testimonios del continente sumergido: ya Orellana, en el curso de sus conquistas y descubrimientos en tierras de Venezuela, contempló en manos de los aborígenes unos mapas donde aparecía, perfectamente situado, el continente de la Atlántida, de donde aseguraron provenir.
Por otra parte, en la "Historia Universal" de Dextro, libro famoso entre todos los libros perdidos, prohibidos y condenados, que pocos tuvieron el privilegio de leer, se encontraba al parecer la relación completa de todos los monarcas atlantes que hubo en España, quienes dieron pobladores a Irlanda, Escocia, Inglaterra y América, los mismos que enviaron colonias a Asia y poseyeron parte de África, proporcionando también reyes a los celtas y troyanos. España, en definitiva, aparecía en aquellos tiempos corno la cabeza de todo Occidente. Desgraciadamente, esta joya bibliográfica desapareció misteriosamente, siendo sustituida por la más conveniente "Historia" de Flavio Lucio, la cual, desde entonces, se tuvo por la auténtica historia de Dextro.
Don Benito Arias Montano, políglota y heterodoxo extremeño, maestro y sabio, fue uno de los pocos privilegiados que tuvo en sus manos la obra; y no sólo éste, sino también otro libro de similar contenido e igualmente prohibido y condenado: "El Cronicón" de Pedro Orador, de Zaragoza. Arias Montano hizo participe de su sorpresa y emoción a Felipe II, y éste le encargó escribir para la naciente biblioteca de El Escorial unos pliegos sobre ambas obras, así como un epítome de los reyes hispano atlantes, lo cual resulta tan significativo como revelador. Una copia de estos escritos fue llevada por Montano a su "Peña", sumándose así a los muchos secretos que el gran maestro dejó sepultados para siempre en su querida y enigmática Peña de Alájar (Alájar, Huelva).
Huellas atlantes en Extremadura
También dejó constancia de la realidad de la Atlántida otro ilustre extremeño, astrónomo, escritor y heterodoxo, por supuesto: Mario Roso de Luna.
Destacaremos unos comentarios que realizó tras estudiar el códice "CORTESIANO" (en el cual descubriría la clave del sistema maya de numeración por puntos y barras, así como el signo que representaba al cero): "En el curso de nuestras investigaciones en los códices afirma el escritor extremeño , nos vamos viendo sorprendidos por numerosísimas conexiones prehistóricas entre el nuevo y el viejo mundo, que elevan la hipótesis del continente conector de la sumergida Atlántida a un grado de probabilidad que raya en la certeza absoluta".
En 1904, Roso de Luna publicó un primer estudio sobre la escritura ógmica en Extremadura, defendiendo la hipótesis de la existencia de atlantes en esta tierra. En sus páginas aparecieron también algunas fotografías de extraños caracteres, un buen número de los cuales tenía forma de cazuelas, lo que indujo a Roso a referirse a "una escritura de cazoletas", asegurando que la misma correspondía a un enigmático pueblo de astrónomos muy anterior a iberos y celtas, un pueblo misterioso que, según las deducciones de Roso, sólo podía provenir de la legendaria Atlántida.
Los atlantes y las vírgenes negras
Para la mayoría de los investigadores de la realidad de la Atlántida, Canarias es la única porción de tierra que se salvó del terrible cataclismo. Muchos son los indicios que así parecen demostrarlo; entre los más recientes se hallan las estructuras piramidales de El Paso, Icod y Güimar, muy similares a las de México, que se cree pueden ser huecas y estar surcadas por pasadizos. Y resulta además significativo que la piedra empleada para su construcción sea lava volcánica, de la que sólo los iniciados conocen sus poderes secretos.
Es en Güimar donde de manera muy especial las pirámides
adquieren todo su relieve. Este enclave mágico está repleto
de misterio y de secretas revelaciones, tras las que
llegaron sin duda los templarios y muchos seguidores del
rastro de la Atlántida. Un secreto cuyas claves pueden estar
en la enigmática virgen negra de la Candelaria y en sus
cuevas, en una de las cuales en 1910 unos obreros que
estaban abriendo una galería de agua encontraron unas
escaleras por las que ascendieron unos hombres vestidos con
túnicas blancas. Los operarios, atemorizados, denunciaron el
suceso a las autoridades.
Schliemann en Troya: pruebas de la Atlántida
Uno de los testimonios más importantes acerca de la existencia de la Atlántida se debe a Heinrich Schliemann, el célebre arqueólogo descubridor de Troya. Por cierto, precisamente hasta ese momento, esa ciudad estaba considerada simplemente como un mito: en su existencia real no creía nadie.
Un nieto de Heinrich, Paul Schliemann, publicó un artículo que causó escándalo en los medios científicos e intelectuales de la época; y no era para menos. Su mismo título "Cómo encontré la perdida Atlántida, fuente de toda civilización" era ya suficiente para alborotar a los arqueólogos. Contaba el autor del mismo que días antes de morir su abuelo en Nápoles, en 1890, dejó un sobre lacrado con la siguiente inscripción: "Este sobre sólo podrá ser abierto por un miembro de mi familia que jure dedicar su vida a las investigaciones que están bosquejadas y contenidas en él. Y en una nota confidencial añadida al sobre lacrado agregaba: "Rómpase el recipiente con cabeza de lechuza. Examínese el contenido. Concierne a la Atlántida. Háganse investigaciones en el este de las ruinas del templo de Sais y el cementerio del valle Chacuna".
El doctor Paul Schliemann efectuó en 1906 el juramento requerido y rompió los sellos, encontrando en el interior del sobre varias fotografías y documentos. En uno de ellos leyó: "He llegado a la conclusión de que la Atlántida no era meramente un gran territorio entre América y las costas occidentales de África y Europa, sino también la cuna de nuestra civilización. En las compilaciones adjuntas se encontrarán las notas y explicaciones, las pruebas que de este asunto existen en mi mente".
Un mensaje en el jarrón con cabeza de lechuza
"Cuando en 1873 hice las excavaciones en Troya relató Heinrich Schliemann en uno de sus escritos y descubrí en la segunda ciudad el famoso "tesoro de Príamo", encontré en él un hermoso jarrón con cabeza de lechuza y de gran tamaño. Dentro se hallaban algunas piezas de alfarería, imágenes pequeñas de metal y objetos de hueso fosilizado. Algunos de estos objetos y el jarrón de bronce tenían grabada una frase en caracteres jeroglíficos fenicios, que decía: "Del rey Cronos de La Atlántida".
"El que esto lea prosigue el escrito de Schliemann podrá imaginar mi emoción. Era la primera evidencia material de que existía el gran continente cuyas leyendas han perdurado por todo el mundo. Guardé en secreto este objeto, ansioso de hacerlo la base de investigaciones que creía serían de mayor importancia que el descubrimiento de cien Troyas. Pero debía terminar primero el trabajo que había emprendido, pues tenía la confianza de hallar otros objetos que procedieran directamente del perdido continente. Fui recompensado por mi fe, como puede verse en el documento marcado con la letra B."
Los jarrones atlantes de Schliemann
"En 1883, encontré en el Louvre una colección de objetos desenterrados en Tiahuanaco; y entre ellos descubrí piezas de alfarería exactamente de la misma forma y material, y objetos de hueso fosilizado idénticos a los que yo había encontrado en el jarrón de bronce del Tesoro de Priamo.
"Está fuera del rango de las coincidencias continuamos el escrito de Schliemann que dos artistas hicieran dos jarrones, y sólo menciono uno de los objetos exactamente iguales, del mismo tamaño y con las curiosas cabezas de lechuza colocadas en idéntica forma.
"Conseguí algunos de estos objetos de Tiahuanaco y los
sometí a análisis químicos microscópicos. Estos demostraron,
concluyentemente, que los jarrones americanos, al igual que
los troyanos, habían sido hechos con la misma arcilla
peculiar; y supe más tarde que esta arcilla no existe ni en
la antigua Fenicia ni en América. Analicé los objetos de
metal, y éste no se parecía a ninguno de los que había
visto. El análisis químico demostró que estaba hecho de
platino, aluminio y cobre: una combinación que nunca se
había encontrado en los restos de las antiguas ciudades. Los
objetos no son fenicios, micénicos ni americanos. La
conclusión es que llegaron a ambos lugares desde un centro
común. La inscripción grabada en mis diálogos indicaba ese
centro: ¡La Atlántida!
"Una inscripción que desenterré cerca de la Puerta de los Leones, en Micenas, dice que Misor, de quien descendían los egipcios, era el hijo de Thot, y que Taavi era el hijo emigrado de un sacerdote de la Atlántida, quien habiéndose enamorado de la hija de Cronos, escapó y desembarcó en Egipto tras muchas aventuras, construyó el primer templo de Sais y enseñó la sabiduría de su tierra. Toda esta inscripción es muy importante y la he mantenido en secreto".
Al romper el doctor Paul Schliemann uno de los enigmáticos jarrones, encontró en su interior otra de las monedas de esa extraña aleación, en la cual estaban grabadas, en fenicio antiguo, las siguientes palabras: EMITIDO EN EL TEMPLO DE LAS PAREDES TRANSPARENTES".
Siguiendo las indicaciones de mi abuelo, resume Paul
Schliemann sus investigaciones , he trabajado durante seis
años en Egipto, África y América, donde he comprobado la
existencia de la Atlántida. He descubierto este gran
continente y el hecho de que de él surgieron, sin duda,
todas las civilizaciones de los tiempos prehistóricos".
Tal vez haya que tachar de pretencioso a Paul Schliemann. En cualquier caso, en este punto del relato las noticias sobre sus descubrimientos se pierden; y con ellas, una vez más, las esperanzas de encontrar, por fin, la añorada Atlántida.
El Estado español buscó la Atlántida
Existe un curioso e interesantísimo documento, un libro titulado "Acción de España en África", avalado por el prestigio y seriedad del Estado Mayor, que reconoce extensas aportaciones geológicas acerca del continente perdido.
Perteneció al Teniente General y jefe del Estado Mayor, Sánchez de Ocaña. Se trata de uno de los cuatro únicos ejemplares de que constó la edición, lo cual hace suponer que su contenido fue considerado prácticamente secreto, todos destinados exclusivamente a altos mandos del Ejército español. En sus páginas, basándose en concomitancias de la fauna, la flora y la geología entre España y Marruecos, se admite la existencia de la Atlántida.
La hija de Sánchez Ocaña nos ha permitido extraer de él algunos datos, muy reveladores, hasta ahora inéditos. El volumen, encuadernado con primor en piel de Rusia, fue impreso en 1935, en los talleres del Ministerio de la Guerra, y su realización corrió a cargo de la Comisión Histórica de las Campañas de Marruecos.
Especialmente interesante es el capítulo primero, que trata de la Península y el norte de África en la Era Terciaria y de las comunicaciones entre el Mediterráneo y el Atlántico.
La deducción de los autores es que España formaba parte de un continente terciario unido a África por el istmo que hoy ocupa el estrecho de Gibraltar, encerrando una vasta cuenca, la del actual Mediterráneo, que, prolongándose hacia el noroeste, según muchos geólogos por territorios ahora sumergidos, llegaba a unirse con América del Norte. Avalan esta sorprendente conclusión las huellas que sobre la superficie de España y Marruecos dejaron dos importantes estrechos: el norbético, abierto en los tiempos eocenos por el actual valle del Guadalquivir, que establecía una comunicación entre ambos mares más amplia que la posterior de Gibraltar, y el sur Rifeño, por las cuencas de Sebú y sus afluentes, el Varga, el Inaven y el Muluya inferior.
En el capítulo titulado "Hundimiento del istmo entre Europa y África: La cuestión de la Atlántida" se informa más ampliamente sobre el continente perdido, explicando que, unidas todavía las cadenas montañosas Bética y Rifeña, al fin del Plioceno de la Era Terciaria según los geólogos , violentas conmociones sísmicas provocaron el hundimiento del istmo montañoso que las unía, separando los continentes y dejando abierta una nueva comunicación entre los dos mares. "Supónese leemos en el libro por muchos geólogos que a consecuencia del mismo cataclismo desapareció también una gran isla o continente conocido con el nombre de la Atlántida."
En el mismo capítulo se incluyen referencias más o menos veladas a la Atlántida, debidas a diversos autores antiguos, y se cita como "de cierto interés" al escritor griego Marulo, quien, hablando de las Siete Islas (Canarias), afirma que sus habitantes conservan el recuerdo de otra mayor, la Atlántida, cuyo dominio se había extendido mucho por las tierras del océano Atlántico. Y citan también a Theopompo, contemporáneo de Platón, quien refiere que diez millones de hombres, habitantes de un inmenso continente situado más allá del Atlántico, vinieron a Europa y se extendieron por las comarcas que ocupan las razas célticas. Por último, se informa también en el mismo capítulo de "Acción de España en África" que, al parecer, ciertas leyendas haitianas y mexicanas recuerdan un cataclismo similar al hundimiento de la Atlántida.
Entre el Viejo y el Nuevo Mundo
Se menciona también en el informe redactado por el Estado Mayor del Ejército español que algunos datos de los incluidos en él no concuerdan con los que proporcionó Platón.
Y, centrando la atención de manera concreta en el Nuevo Mundo, se recoge el hecho de que doce caribes refirieron a los españoles, en los tiempos de la Ocupación, que todas las Antillas habían formado en épocas remotas otro continente, pero que fueron súbitamente separadas por la acción de las aguas. El recuerdo de este cataclismo perduró entre los aborígenes de América Central y el Norte hasta Canadá.
Siguiendo con las relaciones establecidas entre las tierras a ambos lados del Atlántico, el informe relata cómo, en 1898, durante la exploración de la meseta de las Azores, intentando recoger un cable roto con unas grapas, éstas se enganchaban en rocas de puntas muy duras y se rompían o torcían. Entre las grapas se hallaban pequeñas esquirlas minerales que presentaban el aspecto de haberse roto recientemente. Todas, según Termier, pertenecían al mismo tipo de roca, una lava vidriosa llamada "traquitas" de composición similar a los basaltos, pero cuyo estado vidrioso sólo puede producirse al aire libre. El mismo Termier deduce que, a unos 900 kilómetros de las Azores, la tierra que constituye el fondo del Atlántico fue convertida en lava cuando se encontraba todavía sumergida, derrumbándose hasta los 3.000 metros, donde hoy se encuentra.
Las rudas asperezas y aristas vivas de las rocas demuestran que el hundimiento fue muy rápido, pues, en caso contrario, la erosión atmosférica y la abrasión marina habrían nivelado las desigualdades de la superficie.
No es posible, por su extensión, insistir en los interesantísimos datos geológicos que recoge el valioso informe; pero resulta obligado reproducir textualmente la opinión del ilustre profesor Hernández Pacheco: "La presencia de conglomerados y depósitos cuaternarios que en las costas de Cádiz estudió Macpherson, y otros descubrimientos posteriores, hacen pensar en la posibilidad de que en épocas recientes, ya humanas, puedan haberse realizado intensos fenómenos tectónicos en el litoral, con sumersión de antiguas tierras emergidas. La vieja leyenda de la Atlántida se vuelve a presentar ante el espíritu con todo el obsesionante y misterioso enigma que la rodea."