Hace casi un par de siglos, exactamente el 9 de marzo del año 1850, fueron descubiertos por Buenaventura Hernández Sanahuja en la zona de las cantera del puerto de Tarragona, donde hoy se ubica el Salón de Exposiciones de la ciudad, fragmentos de un sepulcro egipcio. Cinco años después se descubriría no lejos de allí una momia egipcia. Los fragmentos del sepulcro están hoy en la Real Academia de Historia en Madrid, y fueron expuestos en el Museo de la ciudad de Tarragona con motivo del Centenario de la muerte del arqueólogo B. Hernández Sanahuja. En el museo de Tarragona están expuestos aún hoy tres escarabeos egipcios y una pieza de bronce que representa una esfinge de las cuales no se posee una clara cronología. En cuanto a la momia hallada desconozco el paradero, incluso se afirma que no es más que una leyenda o una estafa, aunque existen datos en libros del siglo pasado sobre la misma.
La historia del hallazgo de estos singulares restos es la siguiente, tal y como la explica el propio Hernández Sanahuja en su obra del año 1855 “Resumen histórico-crítico de la ciudad de Tarragona, desde su fundación hasta la época romana, con una explicación de los fragmentos del sepulcro egipcio descubierto en marzo de 1850”: “En marzo de 1850, los presidiarios destinados a la explotación de la pedrera del puerto, encontraron en el sitio donde existía el cementerio protestante, un pavimento de grandes losas pertenecientes a la época romana, y abajo, a mayor profundidad, otro, según todos los indicios, de origen griego-ibérico, presentándose, entre este y la roca, el discutido sepulcro, cubierto de una incrustación rojiza… Desgraciadamente los obreros van destruir el monumento, creyendo que no era de ningún interés.”
Sanahuja, en la obra citada, hace una extensa
descripción de 40 de los fragmentos que se pudieron salvar de la
pedrera así como de otros relacionados, descubiertos 2 años
después. El teniente de alcalde del Patrimonio de
Tarragona de principios del siglo pasado,
Carles Babot Boixeda nos transcribe el manuscrito de
Buenaventura Hernández Sanahuja titulado
“Quince años post-scriptum” en el cual se
expresa con respecto a los polémicos restos del sepulcro egipcio
y se afilia a las nuevas corrientes del estudio arqueológico y
antropológico de la época “retractándose” de sus afirmaciones
primeras y dando la razón a la Academia de Berlín que, entre
otras, estudió con atención los restos hallados y los calificó
de “apócrifos”, es decir una recreación hecha seguramente en la
época paleocristiana por artistas que quisieron emular una tumba
de estilo egipcio con más o menos acierto. Nos explica que
“la principal de las razones en que se apoyaba la Academia de
Berlín era, como queda dicho, la falta de carácter de las
representaciones egipcias, rechazando la idea siquiera de la
presencia de ninguna colonia egipcia en España”.
Continúa explicándonos en el manuscrito que “efectivamente, como dice Mr. Ross, arriba citado, estos monumentos ficticios o de época dudosa e indeterminada, y de representaciones anómalas o caprichosas que se prestan a varias interpretaciones, no son raros en Europa, y aun cuando no los cita este ilustrado escritor tenemos conocimiento de algunos, entre los cuales citaremos los fragmentos adornados de figuras, análogos a los de Tarragona, descubiertos en Cerdeña en el siglo XV, sobre los que escribió una erudita disertación el distinguido arqueólogo italiano, el general Alberto de Mármora en 1853.” Puntualizar aquí que Alberto della Marmora no era arqueólogo sino general y naturista, aunque por aquellos tiempos muchos arqueólogos lo eran por su entregada aficción. Después de hacer una somera descripción de las diferentes opiniones de diversos investigadores sobre los fragmentos Sanahuja nos dice que: “Todas estas consideraciones … nos impulsaron algún tiempo después de escrito el antecedente opúsculo retirar, como queda dicho, el sepulcro y no mencionarlo como dato histórico”. No cuenta aquí, sin embargo, la constante presión que tuvo que sufrir por parte de ciertos sectores que le llevaron en cierta ocasión a desembarazarse de algunos de aquellos hallazgos, los cuales fueron arrojados al mar según afirman y la posibilidad apuntada en muchas ocasiones de que perdiese su posición por causa de tan discutido descubrimiento arqueológico. Termina su “Quince años post-scriptum” diciendo: “Haciendo pues abstracción del sepulcro, haremos observar, que intuitivamente y sin precedente alguno de los nuevos estudios habíamos adivinado ya mucho antes de 1855 cuanto han publicado los escritores prehistóricos, a contar desde el citado año, y para convencerse de ello basta examinar nuestras observaciones críticas expuestas en el precedente opúsculo, con relación a la parte histórica sincronizada de España; y protestamos nuevamente que si en ellas o en todo el contexto de nuestro escrito hemos dicho algo contrario a la verdad histórica, lo retiramos con gusto a fuer de veraces, sin avergonzarnos de ello, siquiera para dejar un buen lugar aquel refrán antiguo de que DE CONSEJO MUDA EL PRUDENTE.”
Cada vez que leo este “DE CONSEJO MUDA EL PRUDENTE” me viene a la memoria Galileo Galilei cuando ante la Inquisición se tuviese que retractar de sus afirmaciones heliocéntricas para acabar diciendo “eppur si muove”, que quiere decir “y sin embargo se mueve” haciendo alusión a la Tierra. Al decir esto Galileo dejó claro que se retractaba por imperativo de verse juzgado de severidad por la Inquisición haciéndose cargo de las consecuencias que tendría para su vida no hacerlo, pero pese a ello no podía renunciar al hecho para él probado de que la Tierra ya no era el centro del universo y que movía en torno al Sol. Sanahuja deja claro que, vista la nueva teoría emergente del relato oficial histórico y de la fuerza de aquellos quienes tildaban de “falsedad” lo hallado en la pedrera del puerto de Tarragona y, por último, teniendo en cuenta el descrédito y la pérdida que le amenazaba, decide que es mejor ser prudente y cambiar de parecer.
Carlos Babot Boixera escribe: “Morera y Llauradó, en los párrafos transcritos al principio, indica que Hernández Sanahuja recogió todos los ejemplares que pudo de su Resumen Histórico-crítico, así como de las láminas que lo acompañaban, y que con todo ello realizó un “auto de fe”.”
“Hace algún tiempo llegó a mi poder una colección de nueve fotografías (de 17,3×12 cm.), ocho de las cuales corresponden a otros tantos fragmentos de las láminas litografiadas a que nos hemos referido. La otra fotografía es mucho más interesante. Es la de la portada de un ejemplar del Resumen histórico-crítico, Que parece tener ligeras huellas de haber sufrido la acción del fuego, y que llevaba manuscritas las siguientes líneas: Debajo del pie de imprenta: “Este ejemplar único que quedó de la quema que por orden del Autor se quemaron en la falsa Braga del día 23 de Junio de 1879 por el que suscribe por los disgustos que le ocasionó. Francisco Poblet (rubricado)”. En el margen exterior y en líneas verticales escritas de arriba a abajo, con el mismo carácter de letra de la nota anterior: “En octubre del año 1911 vinieron de Madrid dos señores que me dijeron que el señor Hernández tenía razón al escribir este resumen Histórico. Dichos señores eran grandes Egiptólogos y Doctores en ciencias.”
Esta es una parte de la Historia de los restos de características egipcias hallados en la ciudad de Tarragona. La otra parte es la que pude vivir en el año 1991 cuando pude ver en el Museo Arqueológico de Tarragona la exposición de una parte de estos restos arqueológicos organizada con motivo del centenario de la muerte de Buenaventura Hernández Sanahuja.
Años antes de ver esta exposición, exactamente en 1986, adquirí junto con un amigo un libro llamado “LOS BERE” escrito por Alexandre Eleazar. Recuerdo que compramos el libro tras hojearlo atentamente en la librería y percatarnos de que su contenido era bastante extraño y en el que se exponían textos en escritura ibérica traducidos en un lenguaje muy parecido al euskera actual. Nos llamó mucho la atención y decidimos adquirirlo para su lectura y estudio. Tardé algunas semanas en leerlo y además lo hice sin un orden definido. Me pareció la historia allí expuesta tan diferente a la conocida que no pude menos que quedar impresionado por el torrente de imaginación de su autor. Finalmente el libro acabó en un rincón de mi biblioteca y continúe con otras lecturas e investigaciones.
Pero lo que vi en la exposición del Museo de Tarragona en 1991, me hizo buscar con celeridad aquel libro y leer uno de sus capítulos. En la página 357 comienza un capítulo titulado TARTEOSE, Menpain Parinsepado. Tanto en él como en otras secciones del libro se habla de que hace algo más de cinco milenios tropas egipcias arribaron a la península ibérica para llevar a cabo una campaña militar y ocupar aquellos territorios. El autor de LOS BERE explica que
“en junio/julio del año 3513 A.C. ? una importante flota de guerra al mando del FARAON TEO II (llamado en esta ocasión TEOTZAR “Zar Teo”) se presenta de improviso frente al BUDA (estuario del actual rio Ebro) - en aquella época el Delta no existía como tal -.
La sorpresa es muy grande y los militares cometen el error de precipitarse al encuentro de los intrusos, por lo que son dispersados en las marismas, dejando practicamente a los civiles sin defensa.
En el rio la Flota de Teo II entra en combate
con los pocos navíos de Aragon que defienden el
acceso hacia Kartago.
Tras el primer día de lucha los defensores de Aragon quedan prácticamente aniquilados y la totalidad de las fuerzas invasoras pone cerco a la Ciudad Sagrada (llamada así por haber sido fundada por Alexandre)… ”
La ciudad fue finalmente tomada por los Egipcios tras pasar a cuchillo a los que se rindieron. El faraon TEO II continuará su incursión hacia las tierras interiores y fundará la ciudad de Tarteose que dará nombre a un Principado egipcio en la Península Ibérica. Eleazar afirma que el tan buscado Reino de Tartessos es en realidad este Principado Egipcio que se extendió a un lado y al otro de la desembocadura del Río Ebro. La actual ciudad de Tortosa fue fundada pues por un Faraon egipcio y sus tropas.
El Principado de Tarteose tuvo una corta duración, unos
trescientos años, aunque dejó su huella en la historia. La
ciudad de Tarragona y aún más allá estuvo bajo su dominio además
de otras tierras a un lado y otro del rio Ebro. Incluso hicieron
expediciones militares hacía el sur cerca de la actual Castellón
y hacía el interior más allá de Alhama de Aragón.
Reitero que no hubiera hecho caso a ninguna de estas afirmaciones si no fuese por lo que vi en la exposición del Museo Arqueológico de Tarragona. Tras analizar una a una aquellas piezas y ver las reproducciones en un libro sobre las mismas quedé fascinado por lo que en ellas se exponía.
Sería muy largo aquí hablar de todas ellas y he decidido
centrarme en una en concreto que, por lo explícita que es merece
la pena sea conocida de todos y explicada en detalle.

En esta pieza que es una pintura hecha sobre piedra rojiza
podemos ver representada de una forma muy gráfica un episodio
histórico. Ante el espectador aparece como tema central un
hombre coronado que planta sus pies a un lado y otro de las
orillas de un río. El hombre está tocado por una especie de
corona (muy semejante a como las dibujamos nosotros hoy en día).
En sus manos sostiene dos grandes rocas o tablas en las que hay
inscritos numerosos signos (en el original pueden verse con
mayor detalle). La figura está circundada por la bóveda celeste
en la que se representan los logoglifos de las constelaciones
zodiacales. Parece la representación del mítico Hércules. Para
nosotros no cabe duda, este Hércules simboliza las tierras de la
Península ibérica y las aguas que pasan por medio de los pies
del personaje central son las del río Ebro, pues este el río de
más importancia. El artista ha sabido plasmar con gran maestría
y simplicidad el lugar sobre el que se desarrollan los
acontecimientos que quiere narrar. No cabe duda de que el lugar
donde se desarrolla es la Península ibérica y con certeza en la
desembocadura del río Ebro. Después observamos como la
representación se divide en dos partes, una en la derecha y otra
a la izquierda de la figura central. En la parte inferior vemos
esquematizadas las olas de un gran mar que cubren la escena en
toda su anchura.
Vamos a analizar la parte izquierda para observar en ella tres
niveles. En el superior se sitúa una hilera de signos
jeroglíficos demóticos de tosca hechura. El dibujante, que
demuestra ser muy gráfico en su explicación no es, en cambio un
maestro de los cánones y la estética egipcia. Ello puede ser por
dos causas, la primera es considerar que tales cánones aún no
estaban desarrollados en el arte egipcio, cosa que era evidente
y común el el IV Milenio A.C. o, en segundo término, que el
artista-amanuense no era un buen dibujante. A mi personal
interés, y hablando como artista, la representación que aquí
observo es hermosa, posee una armoniosa distribución y es
tremendamente gráfica. En el segundo nivel, el artista parece
hacer un resumen gráfico muy sintético del culto, la naturaleza,
representa la fecundidad de sus tierras y observamos personas
recogiendo el fruto de sus cultivos y empacándolos en fardos
para ser almacenados.

En el tercer nivel podemos ver en el extremo izquierdo a un
cocodrilo que abre la boca y de ella sale una flota naval de
guerreros. El cocodrilo es el símbolo de Egipto y por tanto,
esta escena nos comunica que de Egipto partió una Flota Egipcia
con rumbo a la península ibérica. Sanahuja, haciendo un análisis
de esta parte del fragmento noveno de los cuarenta hallados en
las Canteras del Puerto de Tarragona, cree ver aquí una
expedición egipcia a través de mar y tierra que cruzaría desde
el Nilo bordeando todas las tierras africanas del Mediterráneo
hasta llegar al estrecho de Gibraltar por donde cruzarían hacía
la Península. A mi entender, si los egipcios decidieron hacer
una expedición militar en la Península Ibérica, y más
exactamente en la desembocadura del Ebro, la ruta más probable,
directa y practicable es la de armar una flota naval y,
bordeando las costas del Mediterráneo Sur navegar hasta llegar
al lugar que tienen previsto desembarcar. Ir por tierra hubiese
supuesto una temeridad por tener que cruzar numerosos
territorios de reinos que no eran de Egipto, cosa muy difícil de
hacer por no decir imposible sin llegar a tener muy buenas
relaciones con los mismos. Luego, al llegar al estrecho de
Gibraltar, estas tropas terrestres hubieran necesitado de navíos
para cruzar a la Península, lo que es un esfuerzo y gasto extra.
Finalmente tendrían que cruzar una buena parte del territorio
ibérico, lo que significaba librar constantes batallas con
numerosas fuerzas que se resistirían a su avance. Cualquier
estratega sabe que si desea atacar un lugar determinado cercano
a un mar común, el camino más corto, menos costoso y más rápido
es hacer la expedición armada por el mar. Entonces, estos
guerreros yendo por tierra y montados en camello no son más que
una representación de estas mismas tropas.
Volviendo a la línea intermedia de representaciones podemos deducir en que mes o estación del año debió arribar la expedición egipcia al estuario del río Ebro y entablar combate con los pueblos íberos. Sanahuja ve en estas representaciones un calendario de los meses del año y los interpreta, por las representaciones que pueden verse en la parte izquierda, como los meses egipcios que van desde enero hasta el momento de recoger las cosechas que se produciría en los meses de julio o agosto. En el lado derecho, es decir, en el ibérico, podemos continuar dicho calendario viendo las fiestas de mediados de agosto, la vendimia hasta finalizar en las celebraciones invernales. Es curioso que el investigador Alexandre Eleazar determine que la batalla entre egipcios y tropas aragonesas (íberas) se librara entre junio y julio, lo que coincide con las anotaciones de Sanahuja.

En el lado derecho podemos ver la parte que corresponde a los
íberos. Vemos un ejército dispuesto a hacer frente a la invasión
de la flota egipcia. Es de observar que en la parte egipcia se
ha representado una Palmera y a un jinete montado en un camello,
en tanto que en la parte íbera vemos un pino y un jinete montado
a caballo. Nuevamente, el artista ha querido dejar claro con
estos símbolos quién es quién. El Pino y el caballo, son sin
duda, símbolos claros de los íberos y de la Península Ibérica.
Las tropas de la parte bere están comandadas, por lo que puede
observarse con cierta tosquedad, por una mujer y un niño. Justo
donde acaba la bóveda del cielo vemos dos personajes con cabeza
zoomorfa, tal vez de burro, cosa que quería representar a los
Burus, es decir los jefes o capitanes de las tropas aragonesas.
Bajo los guerreros podemos ver a los pescadores del estuario del
río Ebro con sus artes o trampas de pesca, atrapando peces que
parecen descender del propio río. Hernández Sanahuja piensa que
son pescadores de atunes y situando a los mismos en la Bética,
es decir en el estuario del Guadalquivir y en Cádiz. Mi personal
opinión es que no son pescadores de atunes y, ciertamente, he
visto arte de pesca de este tipo en la desembocadura del Delta
del Ebro. No hay duda, la escena se desarrolla en el estuario o
desembocadura del río Ebro.
En otros fragmentos hallados y referentes a esta tumba de estilo egipcio, pueden verse otras escenas bélicas así como la construcción de una ciudad por parte de los egipcios, lo que deja patente que la expedición militar tuvo su éxito y se procedió a la colonización de las tierras conquistadas.
Como antes hemos explicado, la arqueología oficial no esconde la
existencia de estos restos pero si los cataloga de
falsificaciones. No pudieron concretar, sin embargo, si se
trataba de una falsificación efectuada por el propio Hernández
Sanahuja o si se trataba de una tumba de hechura reciente,
quizás paleocristiana, en la que el finado encargó que se le la
decorasen al estilo egipcio según lo pudo haber visto él mismo
en algún viaje a las tierras del Nilo. Los investigadores
alemanes aventuraron esta hipótesis.
Sea falsa o verdadera, la cuestión es que las representaciones coinciden con mucho de lo que pude leer en el libro del investigador Alexandre Eleazar. Desde ese momento, volví a retomarlo y lo analicé con mucho esmero, dedicándome a coger los signos ibéricos, etruscos, griegos arcaicos y otros que están expuestos en su obra, y descifrando su equivalencia sonora que, en casi nada, tenía que ver con la oficial. Quedé impresionado al ver que coincidía, es decir, el autor no se había inventado lo que allí exponía, sino que existía realmente una transliteración real de los signos a sonidos que conformaban una lengua que cualquier vascoparlante podía reconocer con facilidad. Emocionado por lo que estaba descubriendo decidí entablar contacto con el citado investigador quién vino a verme el 14 de marzo de 1992. Desde esa primera visita hasta su muerte acaecida el 15 de diciembre del 2004, entablamos numerosas charlas e intercambiamos una extensa correspondencia convirtiéndome en uno de sus más avanzados alumnos.
La parte más interesante de todas sus investigaciones se concentran en numerosas obras antiguas que se sabe han existido y a las que él tuvo acceso. Este conjunto de textos y libros, desgraciadamente, no pueden mostrarse como pruebas de sus asombrosas afirmaciones históricas por el hecho de que son obras custodiadas por viejas hermandades y grupos que no permitirán su divulgación sin tener las garantías suficientes de que no serán secuestradas, ocultadas o incluso destruidas como ha ocurrido constantemente desde hace miles de años. Eleazar fue siempre muy cauteloso con rebelar estas fuentes, aunque no tuvo inconveniente en explicar y mostrar las que sí estaban expuestas en los museos.
Entiendo perfectamente a quienes, al leer parte o la totalidad de LOS BERE, critican la falta total de documentación que parece adolecer esta obra. Eleazar, simplemente, no quiso citar sus fuentes ni exponer tampoco las de los llamados escritores clásicos u otros. Él creía que la práctica totalidad de la historia que se nos enseña en escuelas y universidades está equivocada por apoyarse mayoritariamente en lo dicho por personajes como Plinio, Plutarco, Avieno, Hipócrates, etc. Es por esta causa que no cita a ninguno de ellos, ni se apoya en lo dicho por otros investigadores eminentes de los últimos dos siglos. Entiendo las críticas y yo mismo, al leer el libro por primera vez no pude menos que catalogarlo como la fabulación de un investigador llevado por una fantasía desmedida. Aplaudí, sin embargo, que fuese capaz de escribir más de 700 páginas plagadas de tal desbordante imaginación que, en algunos momentos, pensé que era la obra de algún loco iluminado.
Los restos hallados en las canteras del puerto de Tarragona volvieron a traerme al recuerdo ese libro arrinconado en mi biblioteca y después de analizarlo con suma atención descubrí muchas cosas que iré explicando aquí. Solo les diré a quienes juzgan con cierta ligereza la obra de Eleazar que intenten dejar de lado lo que han aprendido en la universidad y se dediquen a preguntarse: ¿porqué este investigador argumenta -por ejemplo- que en la península ibérica hubo una colonia egipcia? Lean el libro con atención y después pregúntense ¿quienes son esos “pueblos del mar”, los bárbaros nómadas del Norte que invadieron Egipto en cierta ocasión?. Les digo que, al igual que la biblioteca oculta del Vaticano guarda grandes secretos que cambiarían la historia de arriba a abajo existe grupos y sociedades que guardan parecidos tesoros históricos capaces de producir una gran conmoción en el edificio teórico que han levantado los investigadores con respecto a nuestra historia…