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EL ORIGEN IBÉRICO DE LA HUMANIDAD

 

 

 

AUTOR:

Jorge Mª Ribero-Meneses.

PUBLICACIÓN:

ALERTA.

AÑO:

29 de agosto de 1999.


El mundo universitario del que procedo -me licencié en la Universidad de Barcelona a los 24 años y a esa misma edad pasé a ser profesor de la Universidad de Bruselas-, se escandalizó cuando hace ya quince años publiqué mi primer libro defendiendo la primogenitura histórica del norte de la Península Ibérica, en cuanto que cuna de la Humanidad racional y de la civilización. Semejante tesis resultaba disparatada en un momento en el que ni los estudios genéticos habían postulado a la población del Cantábrico oriental (como sucedería diez años después) como la más antigua de todo el planeta, ni tampoco habían hecho su aparición en la escena internacional los yacimientos de Atapuerca. Yacimientos situados justamente en el área a la que desde el año 1984 -cuatro años antes de que se produjeran los primeros hallazgos en Atapuerca- había yo identificado como la cuna de nuestra especie. Conclusión en la que vine a desembocar a través del estudio y no de cualquier forma extraña de iluminación o de eclosión de ese ridículo sentimiento pueblerino-patriótico que ha obnubilado a tantos investigadores a lo largo de la Historia, llevándoles a la conclusión de que su tierra era la más importante del mundo mundial.

Lo que a muchos intelectuales y catedráticos pudo parecerles, en un primer momento, delirio o desvarío míos al postular a España como matriz de la Humanidad, pasó a convertirse en una opción cada vez más plausible, a partir del momento en que tras los primeros hallazgos sensacionales en Atapuerca, el nombre de nuestro país empezó a sonar con fuerza en el panorama antropológico internacional, hasta el punto de que ya en 1991 una Universidad española osó organizar un congreso internacional para debatir la posible aparición de nuestra especie en la Península Ibérica.

Las reacciones de indiferencia o de hostilidad que mis tesis produjeron en los medios académicos, no hicieron sino confirmarme algo que, por otra parte, era absolutamente obvio: en España no existe ni ha existido jamás una escuela de investigación histórica. Nuestro país ha producido, en mayor número incluso que las demás naciones europeas, estudiosos y eruditos consagrados a las tareas de recopilación histórica. Que es algo muy distinto. El nuestro es un país de cronistas, de amanuenses y de archiveros. De gentes que han realizado una meritoria labor de búsqueda y de transmisión de datos y de documentos de interés histórico. Pero que en ningún caso han pasado de ahí o, en los casos que lo han intentado, ha sido con un bagaje intelectual y científico lo suficientemente endeble como para que esos intentos no hayan servido para otra cosa que para alumbrar estériles elucubraciones, cuando no auténticos dislates. No es fácil que surjan historiadores brillantes en España, cuando no existen maestros que den la talla. Y los maestros, por lo que a la investigación histórica se refiere, tendríamos que ir a buscarlos en la Francia o en la Alemania del siglo XIX o del primer tercio de este siglo. Nombres como DéArbois de Jubanville, Moreau de Jonnés, Frantois Chasseboeuf, Salomon Reinach, Waldemar Fenn, Louis Charpentier... La obra de todos ellos se encuentra a miles de años luz de la producida por los más eminentes historiadores españoles, ya se trate de Morayta, de García Bellido o de Caro Baroja.

A los historiadores les juzgan el tiempo y sus aciertos. Elementos, por lo tanto, netamente objetivos. No se trata, pues, de opiniones sino de hechos. Ningún historiador español ha descubierto hasta nuestros días absolutamente nada que posea una mínima importancia y trascendencia. Y los escasos hallazgos que se han producido han sido fortuitos. Ésta es la prueba concluyente y demoledora de que la investigación histórica no ha existido jamás en España. Porque los autores europeos a los que acabo de referirme, realizaron todos ellos hallazgos estimables que el tiempo está consagrando. Y mis propios descubrimientos históricos, cuando sólo han transcurrido quince años, ya cuentan con un refrendo de pruebas apabullante. Esto es la investigación histórica químicamente pura: ir por delante de los hallazgos, no a su zaga como sucede entre nosotros. Se realiza un hallazgo por azar y después se elucubra sobre él hasta la saciedad. Cuando el camino correcto es el de anticiparse a los hallazgos, llegando incluso a señalar el lugar en el que éstos van a producirse. Y a este respecto quiero señalar que hace ya diez años que vengo sosteniendo que los hombres hoy exhumados en Atapuerca no son nuestros antepasados directos sino ramas desgajadas del tronco principal de la Humanidad. Tronco que creció siempre entre las montañas de la Cordillera Cantábrica o Bindia y el litoral del antiguo Océano, hoy Mar Cantábrico. Así pues, vengo insistiendo en que los paleontólogos de Atapuerca deben dirigir sus pasos hacia determinados enclaves de Cantabria y del norte de Burgos en los que llegarán a descubrirse los primeros -gigantescos- seres humanos, antepasados directos nuestros cuya antigüedad se mide en millones de años.

Pues bien, al fin los excavadores de Atapuerca han tenido que darme la razón y ya han anunciado su propósito de extender sus pesquisas hacia el Cantábrico, convencidos de que es allí donde van a encontrar los restos de los individuos de los que los inquilinos de Atapuerca son una mera y burda réplica. ¿Por qué me consta que nuestros primeros ancestros fueron auténticos gigantes? Pues sencillamente porque así lo establecen, hasta la saciedad, las más viejas fuentes histórica. Y porque existen multitud de hallazgos que avalan tales testimonios. Hallazgos entre los que ya tenemos que empezar a incluir la propia talla (próxima a los 2 metros) de los individuos descubiertos en Atapuerca. Talla y porte de una magnitud desconocida entre todos los homínidos que hasta la fecha se han descubierto en el mundo. Lo que, si descendemos de gigantes, está señalando al norte de España como el primer solar hollado por los seres humanos...

En el mes de Julio de 1999 el telediario de la 1ª de TVE se hacía eco de un hallazgo antropológico que podría significar el que -cito textualmente- la cuna del hombre moderno (sapiens) hubiera estado en la Península Ibérica. Exactamente lo que vengo afirmando desde 1984. Debido a lo cual he debido vestir desde entonces el sambenito de hereje y de apestado con el que aparezco representado (sin las gafas y la barba) en el grabado que ilustra esta página.