Desde los comienzos de nuestra era
el personaje más polémico de los evangelios cristianos es una mujer enigmática
conocida como María Magdalena. Su mismo nombre ya es un misterio y después de
Jesús protagoniza los actos más desconcertantes de los textos cristianos. Sobre
ella se han escrito multitud de teorías y a lo largo de los siglos han surgido
sectas cristianas que la veneraban siguiendo los evangelios perdidos de María
Magdalena, como hicieron entre otros los primeros gnósticos y después los
mártires cátaros.
En realidad este personaje crucial
de la tradición cristiana, cuya imagen se intentó mancillar y desprestigiar
desde el principio, fue verdaderamente una alta sacerdotisa de la Antigua Diosa
(Ashera, Isthar, Isis ...) que en virtud de su elevada iniciación y posición
convirtió a Jesús en Cristo. La mayor parte de los futuros apóstoles y
seguidores de Jesús eran judíos de mentalidad machista, contaminados por la
cultura patriarcal, y no se encontraban preparados para entender los misterios
espirituales que entre el Mesías y la Magdalena se produjeron. Ni fueron capaces
de comprender el profundo valor del Ungimiento ni mucho menos aún los
misterios sexuales (el secreto de los esposos místicos o sexualidad sagrada) que
en privado y en intimidad realizaron Jesús y María llamada la Magdalena.
El apodo Magdalena no se refiere a
lugar alguno sino que es un título, cuyo significado es Gran Dama. Porque ella
era una alta sacerdotisa de la antigua religión de la Diosa, algo que los
apóstoles y los judíos abominaban ya en aquella época, donde se materializaba
los finales momentos en que las Diosas Antiguas tuvieron templos y culto. Dos
siglos después los últimos templos fueron destruidos y sus sacerdotes y
sacerdotisas asesinados.
Pero Magdalena era una de las
últimas sacerdotisas. Ella fue la que aún poseía el don y la prerrogativa del
Ungimiento Sagrado. Alto acto ritual por el que un hombre elegido por la Suma
Sacerdotisa encarnaba o personificaba a la divinidad masculina y realizaba el
drama litúrgico de la muerte y el renacimiento (ancestral rito propiciatorio de
la regeneración y purificación del mundo). María Magdalena asumía así el papel
de la Diosa, era una Pro Star, una sustituta o representante de la Diosa a ella
consagrada. Como sacerdotisa sagrada no podía nunca casarse y por ello no fue
esposa de Jesús como algunas hipótesis modernas propugnan. En cambio podía
realizar los ritos tántricos o de sexo sagrado con el Ungido (Rey Sagrado
o Cristo en griego).
Por todo ello algunos de los
apóstoles, en especial Pedro, la odiaban y deseaban su muerte (tal como aparece
reflejado en evangelios apócrifos). Tras el sacrificio de Jesús (muriera o no)
Magdalena tuvo que huir pues los primeros cristianos patriarcalistas la
perseguían para eliminarla, a pesar de ser ella la única que tenía acceso a la
intimidad física e ideológica del Maestro. Ella a su vez era Maestra pero de una
religión que los judíos abominaban desde hacía siglos. A Jesús le ocurrió lo
mismo que al rey Salomón, pues ambos fueron ungidos por las sacerdotisas
sagradas de la Diosa.
María Magdalena era Lucifera,
portadora de la luz. (Venus Lucifera, Isis Lucifera, Diana Lucifera, Mari-Isthar
Lucifera, Magdalena Lucifera). Ella era la representante de la Gran Ramera
(Isthar, Ashera, Venus ... ) que tanto judíos como cristianos odiaban a muerte y
convirtieron en paradigma del Diablo.
Por todo ello María Magdalena fue
la única que estuvo presente en la crucifixión y muerte predestinada de Jesús
así como en su resurrección. Aunque los evangelios patriarcalistas han deformado
y difuminado este hecho como algo fortuito o anecdótico. Ella fue la pecadora
(pues no cumplía los preceptos judíos) o prostituta (pro star) que ungió con el
perfume sagrado y con sus lágrimas al Elegido para el Sacrificio propiciatorio.
No obstante lo que narran los evangelios es tan sólo la antesala, pues el
verdadero ungimiento se producía en la intimidad con secretos ritos de la
sexualidad sagrada, entre la Gran Dama y el futuro Cristo o Ungido. Ritual
tántrico donde el ungimiento que comenzaba en los pies o en los cabellos se
centraba posteriormente en los órganos sexuales y a continuación se oficiaba la
sagrada liturgia sexual en presencia metafísica y energética de la Divinidad. Se
alcanzaba entonces el horasis, orgasmo sagrado y visionario, donde la
Diosa derrama su Espíritu sobre la carne. (Ver los capítulos La Cueva, El
Maravilloso Lugar o La Mansión de la novela
El Círculo de las
Guardianas del Grial,
donde se presenta un remedo sencillo, casi sin liturgia, en un contexto no
ritual)
Por supuesto únicamente las mujeres
podían realizar estos ritos de ungimiento para la sepultura. Por ello tan sólo
María Magdalena o sus sacerdotisas acompañaron en el relato evangélico a Jesús
en la Crucifixión o en su Retorno del Sepulcro. Todos los hechos fueron
deformados de forma interesada a lo largo de los siglos pero a pesar de ello aún
se transparentan a través de las escrituras patriarcalistas.
Por ello la Mujer del jarro de
alabastro, llamada María Magdalena, no fue sino la última sacerdotisa de la
Diosa, la última Pro Star histórica.
En tiempos remotos anteriores
(babilonia, sumeria, canaan, etc) las pro stares podían ser tanto mujeres como
hombres (los pro star) aunque las primeras eran mucho más comunes.
Otros Cristos anteriores a Jesús
fueron Tammuz, Osiris, Dionisos, etc.
El número mágico de Afrodita/Isthar/Venus,
etc, era el triple seis (666) y de ahí que los cristianos patriarcalistas
lo convirtieran (Apocalipsis o libro de la Revelación) en el emblema de la
encarnación del Diablo, en la cifra de la Bestia (la diosa era la Dama de los
Animales), el número de Satanás (la Serpiente fue el símbolo iniciático de la
Diosa). Para los seguidores de la religión jahveísta patriarcal todas las
diosas paganas eran demoníacas. Es por ello que Salomón, el rey mago que en
secreto veneraba a la Diosa (esposo místico al igual que Jesús), recibiera cada
año unos simbólicos o místicos seiscientos sesenta y seis talentos de oro
(riquezas procedentes del comercio con la reina de Saba, otra pro star o
sacerdotisa de la Diosa) (I Reyes 10, 14). Esta mitológica reina recibía el
título de Makeda, que era el equivalente en su legendario país del
posterior título Magda (Magdalena) entre los judíos y que tal como se ha
señalado significa Gran Dama. Mas el rey Salomón no sólo erigió el famoso
Templo de los judíos en Jerusalem, sino que también en el mítico Monte Sión
levantó un Templo dedicado a la Diosa, la Gran Madre Ashera, Isthar, etc. que
por supuesto fue arrasado posteriormente. Así Magdalena indica en realidad el
estatus de una alta sacerdotisa de la diosa. Y por ello la figura de esta Mujer
ha sido siempre asociada en el cristianismo con el pecado y la vulgar
prostitución, a fin de enturbiar su reputación, aunque para justificar el hecho
de que fuera la acompañante más íntima de Jesús aleguen que fue una pecadora
arrepentida.
La Magdalena desafiaba abiertamente
la ley judía. Llevaba el pelo suelto con descaro en público, lo que era un grave
pecado religioso y social (tal como hoy en día aún ocurre en los países
fundamentalistas islámicos). No era una mujer sumisa a los hombres sino una dama
independiente y que mostraba un saber elevado. En un acto ritual público de
ungimiento secó a Jesús los pies con sus cabellos sueltos, lo que produjo
aversión entre los discípulos hombres. Como se aprecia en ciertos evangelios
apócrifos ella poseía un conocimiento y una comprensión muy superior a todos los
demás seguidores de Jesús.
María Lucifera, la ILUMINADORA, fue
la favorita indiscutible del Maestro y su compañera en secretos íntimos a los
que nadie más tenía acceso. Por ello el rechazo de la mayoría de los apóstoles y
la minimización de su incómoda figura en los masculinizados evangelios. En
realidad no fueron los hombres sino las mujeres los miembros del círculo más
intimo de iniciados en torno a Jesús, que encarnó el antiguo y cíclico papel
místico de personificar el Cristo Mesiánico, en realidad el hijo/esposo de la
Diosa, el hijo/esposo de Venus/Ashera/Isthar. Todo lo cual fue borrado y
tergiversado por ciertos apóstoles jahveístas o patriarcalistas, así como por la
línea cristiana que triunfó en el decadente Imperio romano en el concilio de
Nicea, en detrimento de las líneas más puras que fueron perseguidas y finalmente
eliminadas casi totalmente.