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MITOS FUNDACIONALES - EL ORIGEN COMPARTIDO

 

  Osías Kuj - Ilustraciones José Antonio Peñas

 

 

 

Todas las civilizaciones históricas –sin importar su época, su situación geográfica o su desarrollo científico– comparten idénticos mitos para explicar el mundo. Esta llamativa coincidencia sigue sin tener una explicación convincente y definitiva.
 

Cuando Stephen Hawking inauguró la última edición de los Premios Príncipe de Asturias, habló acerca de la teoría de los universos múltiples. Esta idea postula que existen infinitos universos paralelos en los que se desarrollan todas las historias imaginables. Desafortunadamente, los humanos estamos destinados a vivir en un único universo. Sin posibilidad de saltos temporales ni espaciales. Al menos eso ocurre con nosotros. Pero no así con los mitos. Ellos sí cumplen con nuestro anhelo de alternar universos... culturales. “Y en el inicio fue el caos”. No, no es ninguna cita de Hawking, ni siquiera de Carl Sagan. Ni aún de la Biblia. Es como se relata el origen del universo en las culturas africanas yoruba y de Madagascar: “ Y en el principio fue el caos, que no era mar ni tierra y no tenía forma”. Este relato coincide plenamente con el mito del origen propio de chinos, nórdicos e hindúes, entre otras civilizaciones. Pero, lo interesante no es sólo la coincidencia, sino también la semejanza de relatos ancestrales con las actuales teorías científicas (ver recuadro). Todo esto confirma que los mitos originarios llegan a romper la barrera del tiempo cuando se traza su paralelismo.

 

Piezas de un mismo puzzle
Con retazos de diferentes culturas se teje el manto que cubre todas las historias. La Venus de Willendorf (arriba, dcha.) representa a la primera diosa madre. El diluvio (arriba, izda.) también tiene su correlato en culturas tan dispares como la polinésica o la azteca. El Árbol de la Vida (abajo, centro); y la resurrección de Osiris (abajo, dcha.)


 


La creación del hombre
La adopción de una figura masculina como ente creador se dio de forma casi simultánea en todas las culturas. Las civilizaciones abandonaron el modelo matriarcal en favor de uno dominado por el hombre.

 

Para los norteamericanos indios zunis, la vida se originó a partir de la interacción entre las algas y el Sol

Un puzle de algunos de estos mitos confirma esta afirmación. Primera pieza: en el relato de la creación propio del zoroastrismo (religión practicada en el actual Irán), se cuenta que Ozmad empezó su trabajo de creación arrojando parte de su luz en el vasto abismo del cosmos. El Kojiki, la historia mítica de Japón, podría ser la segunda pieza. En esta obra se narra cómo en el inicio no había nada, excepto un vasto océano aceitoso que contenía una mezcla de todos los elementos. Los mitos griegos, egipcios y de los zunis (nativos de Norteamérica) relatan con asombrosa semejanza el siguiente paso. Para los zunis, en el mar crecieron las algas y la interacción de éstas con el Sol originó todas las criaturas vivientes. Los egipcios veían en Ra, deidad nacida del abismo acuoso, al creador de todo lo que existe, y en el caso de los griegos es el mito de Eurínome y Ofión. En este último, el caos crea un inmenso mar en el que todas las cosas están mezcladas. Del mar surge Eurínome, la gran diosa de todas las cosas sobre la Tierra, y de ese modo no sólo da inicio a la vida, sino también a la figura de la Madre Creadora, una diosa común a casi todas las culturas. Y es que las civilizaciones no sólo compartieron mitos, sino también símbolos. La madre primigenia fue Gea o Gaia para los griegos, Pachamama para los incas, Papatuanuku para los maoríes, Yemaya, Mujer Araña, Ishtar, Deméter..., sus nombres son infinitos, pero su identidad es una sola. Todas ellas fueron las primeras creadoras de vida.

 


La medición del tiempo es solar en casi todas las culturas, pues el Sol es el principio creador

Hasta que los modelos matriarcales dejaron paso al numen masculino; Zeus, Júpiter, Brahma, Ra u Odin, que relegaron a la mujer a un segundo plano. Este cambio, de cultura matriarcal a patriarcal, se produjo en la prehistoria y es apreciable en la forma de medir el tiempo que tenían muchas civilizaciones. En la era matriarcal, el tiempo se medía tomando como referente a la Luna, en un reflejo del ciclo menstrual femenino, ya que nuestro satélite natural siempre fue asociado a deidades femeninas: Artemisa, Diana, Po (polinesios), Coyo-lxauhqui (aztecas), Ningal (sumerios), Ngame para los akanos del sur del Sáhara, la cartaginesa Tanity o la cananea Anatha. La era patriarcal se inicia con la adoración al Sol, la figura masculina (el Apolo griego, el egipcio Osiris o el polinésico Ao, entre otros), y es este astro quien gobierna la medición del tiempo. Otros historia y es apreciable en la forma de medir el tiempo que tenían muchas civilizaciones. En la era matriarcal, el tiempo se medía tomando como referente a la Luna, en un reflejo del ciclo menstrual siempre fue asociado a deidades femeninas: Artemisa, Diana, Po (polinesios), Coyo-lxauhqui (aztecas), Ningal (sumerios), Ngame para los akanos del sur del Sáhara, la cartaginesa Tanity o la cananea Anatha. La era patriarcal se inicia con la adoración al Sol, la figura masculina (el Apolo griego, el egipcio Osiris o el polinésico Ao, entre otros), y es este astro quien gobierna la medición del tiempo. Otros símbolos frecuentes en la mitología universal son el árbol -escandinavos, sioux, persas y algonquinos y tribus norteamericanas, creían que el hombre se había creado de un árbolo los gigantes o titanes, una raza que tanto los dioses griegos como los nórdicos y los incas debieron derrotar para hacerse con el poder del mundo.

Analizando las diferentes visiones creacionistas, el agua juega un papel fundamental, pues los pueblos antiguos conocían su importancia para sostener la vida. Y, del mismo modo, un exceso de ella ponía en riesgo la existencia humana. Así, nace el mito del diluvio. En casi todas las culturas este relato sigue la misma secuencia: los hombres se pervierten, olvidan a sus dioses, ellos eligen a un hombre honrado (nunca a una mujer) para comunicarle la terrible inundación que se avecina, instruyéndole en la construcción de una nave, que siempre se detiene en una montaña.

Sólo en una cultura el mito del diluvio no menciona una embarcación y es protagonizado por una mujer

Mientras el caso emblemático es Noé y el monte Ararat, en la mitología india es Manu; en la babilónica, Utnaphistim (monte Nisir); para los hawaianos fue Nu´u (su barca se detiene en el Mauna Kea); los aztecas mencionan a Tata; y los griegos a Deucalión, cuya embarcación encalla en el monte Parnaso. Es verdad que casi todas las civilizaciones tuvieron mitos del diluvio, pero mientras en algunas resulta “esperable” por vivir a orillas de algún océano, en otras es sorprendente por su ubicación claramente continental. Es el caso de los tobas de las selvas argentinas, los buryat de Siberia, los kabadi de Nueva Guinea, los yanomami de Brasil y Venezuela o los pigmeos del África Ecuatorial. Pero, entre todos los mitos, los más originales son el de Egipto y el de los indios knisteneau, de Estados Unidos. En el primer caso, el padre de Ra, el abismo acuoso, le advierte que la humanidad se ha vuelto perversa y debe ser castigada. Pero lo que se inicia como un mito más de diluvio, se descontrola cuando Ra envía a Hator, diosa de la venganza y ojo de Ra, a efectuar el trabajo. Esta deidad comienza a asesinar a diestro y siniestro a todos los hombres, iniciando, literalmente, un baño de sangre que inunda el mundo y arrasa con todo. Tan sanguinaria se vuelve Hator, que comienza a beber de la sangre y el único modo que encuentra Ra para frenar la masacre resulta ser vertiendo cerveza en las“ aguas” y emborrachándola. Sólo asílogran salvarse algunos seres humanos y repoblar la Tierra. El segundo relato, el de los indios knisteneau, rompe los moldes. Aquí no hay barcos y quien se salva es una mujer, K-wapth-w, que se coge de la pata de un ave para huir de las aguas. El ave la lleva hasta una cumbre y allí da a luz a unos gemelos, de quienes desciende la humanidad.

La realidad es que los mitos son medios para explicar la vida... y la muerte. Son muchas las culturas que escenifican un viaje hacia el otro mundo. Para los antiguos, la muerte es una etapa, un más allá generalmente subterráneo, pues es debajo de la tierra donde están las raíces, primera instancia de la vida. Este submundo está dominado por un dios que impide que los cuerpos regresen del periplo al otro mundo. La divinidad regente es habitualmente hermano del dios gobernante (Zeus y Hades, Osiris y Seth o Ishtar y Ereshkigal, por ejemplo) y es sumamente inflexible en su tarea.


La resurrección, uno de los pilares de la religión cristiana, se basa en el mito egipcio de Osiris

Excepto cuando se enfrenta al verdadero amor. Son abundantes los relatos de viajes al mundo de los muertos para rescatar a un amante: Orfeo y Eurídice para los griegos, Marwe y Sawoye para algunas tribus del este africano, Savitri y Satiavan en la mitología hindú, Pare y Hutu en los relatos maoríes, Ishtar y Tammuz para los babilónicos y Osiris e Isis en la Eneida egipcia. Esteú ltimo mito es significativo porque recorre otro paralelo cultural, capital en el cristianismo: el de los dioses que resucitan. Osiris muere a manos de su hermano Seth, pero su mujer Isis logra revivirlo y conciben un hijo. Luego morirá definitivamente para gobernar el inframundo y dejar paso a su hijo Horus en la Tierra. En síntesis, una divinidad (Cristo), traicionada por un hermano (Judas), que es enterrada y vuelve a la vida para dejar un último milagro. Los dioses aztecas se sacrificaban para que el Sol saliera cada mañana y la Perséfone griega resucitaba cada primavera, igual que el nórdico Bálder.

Esta conciencia de la muerte como una etapa más por parte de las antiguas civilizaciones trajo consigo una noción, ya no sólo del hombre sino de la naturaleza, como entidad que tiene un ciclo. A partir de este conocimiento es cuando se originan, en culturas tan alejadas entre sí como la navajo (los cinco mundos) y la griega (las cinco eras del hombre) o la azteca (los cinco soles) y la hindú (las cuatro eras del hombre), la idea de los diferentes tiempos o periodos de la vida del hombre en la Tierra.

Prácticamente en todos los idiomas, los siete días de la semana llevan el nombre de una divinidad

 

Sólo por el título de las historias es fácil establecer un paralelo. Pero esta vía conjunta también es visible en los argumentos. Todos estos mitos hablan de un pasado mejor, de una humanidad que se va degenerando y de un final que llegará pronto si el hombre no cambia su actitud y se vuelve más compasivo y generoso.

El conocimiento de la existencia de los mitos paralelos llegó con las exploraciones y los grandes viajes. Muy pronto, los estudiosos se dieron cuenta de la extraordinaria relación entre algunos relatos bíblicos y las historias mayas, polinesios e incas o entre los relatos griegos y aquellos procedentes de Asia. Hasta el momento son dos las teorías más aceptadas a la hora de explicar la existencia de los mitos paralelos. La primera de ellas es la “difusionista”, propuesta por Leo Frobenius. En 1898, con 26 años, este alemán y estudioso amateur de los mitos, concibió la “Kulturkreislehre” o la “teoría de los círculos culturales”. Frobenius proponía la existencia de un área central de producción de mitos que abarcaba África Occidental y la India y que de allí se extendía hasta Indonesia, Oceanía y el continente americano siguiendo unos círculos expansivos similares a las ondas de una roca cuando cae en un estanque y que estaba provocada por el contacto sucesivo entre las diversas culturas.

La segunda teoría es la del consciente colectivo. Esta noción fue concebida por el sociólogo francés Émile Durkheim, quien creía que la función clave del mito era adecuar el comportamiento del individuo al grupo. De este modo, la mitología, sus historias, sus personajes y sus argumentos resultan producto de una función neurológica del cerebro humano y son, por lo tanto, comunes a todos los seres humanos.

En el presente ambas teorías, y aún una combinación de ellas, se disputan la explicación que origina las historias paralelas. Pero la realidad es que estos mitos son tan fuertes que aún hoy determinan nuestro día a día. Literalmente. Si no ¿de qué modo se explica que todos los días de la semana en las lenguas india, celta, germánica y romance (excepto el portugués) se basen en la mitología? Baste como ejemplo el día domingo (domenica en italiano, dominica en rumano, dimanche en francés), que proviene del latín dominus y significa señor. Por lo tanto, se refiere al día del señor. Mientras que su traducción del inglés, noruego, alemán y holandés es el día del Sol, el “señor” que dominaba en aquellas culturas.