2. Waldemar Fenn
Discípulo, sin duda, de
Humboldt y conocedor de la obra de Julio
Cejador, el ilustre arqueólogo germano Waldemar
Fenn consagró la última parte de su vida a demostrar
que la Península Ibérica había sido la cuna de la
civilización. Así lo establece en su libro Gráfica
prehistórica de España y el origen de la cultura europea,
autoeditado en Mahón en el año 1950. Nadie mostró el
menor interés por publicar un libro clave para descifrar
los orígenes de la escritura, por lo que nada debe
extrañarnos que más de medio siglo más tarde, la
Arqueología siga buscando la cuna de la escritura en las
antípodas de donde se encuentra. Julio Cejador y
Waldemar Fenn son hombres y nombres, hoy,
absolutamente desconocidos. Al francés Champollion,
sin embargo, cuyo descubrimiento está a miles de años
luz en importancia de los realizados por Cejador
y Fenn, le conocen hasta los escolares. Resulta
patético.
A diferencia de otros
sabios europeos, Waldemar Fenn no sucumbió cautivado al
canto de sirena de la mitología ibérica, ni
tampoco se vio deslumbrado por el arcaísmo de la lengua
de los Baskos. Fenn es completamente ajeno a esas
cuestiones y su fascinación por la cultura ibérica va a
plasmarse en el afán por descifrar el oscuro y crucial
significado de nuestra riquísima -y única- escritura
paleolítica.
El camino elegido por
Fenn no tiene, pues, precedentes ni mantiene paralelo
alguno con el de todos aquellos que con mayor o menor
fortuna, talento e inspiración hemos buceado en las
procelosas profundidades de la lengua conservada por los
Baskos. Fenn prescinde de todas las noticias
concernientes a la antigüedad de España y se centra
exclusivamente en el estudio de todos esos enigmáticos
signos trazados por el hombre de la Prehistoria y a los
que tan escasa, por no decir nula atención se ha venido
prestando hasta la fecha. Suele ser norma habitual la de
despreciar o ignorar aquello que se es incapaz de
interpretar. Las conclusiones de Fenn no tienen
desperdicio, por lo que -como he hecho en el caso de
Cejador- reproduzco algunas de las más significativas:
Las innumerables manifestaciones
cosmológicas y religiosas que se encuentran sobre la
tierra ibérica, claras fuentes de la sabiduría más
antigua, nos ofrecen un incomparable tesoro de
altísimo valor ético. Desde
tiempos más remotos que en ningún otro país del mundo,
ya se nos presenta la gráfica ibérica con sorprendente
riqueza de sublimes ideas y elevadísima espiritualidad.
En infinidad de lugares y en los más
diversos emplazamientos de la península Ibérica -sobre
rocas yacentes o escarpadas, al aire libre, en
santuarios y cuevas, en dólmenes y sobre losas de tumbas
relacionadas con el culto a los muertos- encontramos
tales signos esculpidos o pintados. Se presentan en
forma de símbolos aislados y hasta en grupos de
amplias composiciones de figuras muy variables, grabadas
con gran maestría en piedras, desde la blanca
arenisca hasta el más duro granito. En todo el
Neolítico español, desde fines del Paleolítico hasta su
perduración en la Edad de Bronce, podemos seguir la
evolución de estos signos hasta su transformación
en la verdadera escritura ibérica.
También en numerosos objetos de culto y
amuletos vemos expresadas las mismas ideas cosmosóficas
que, con las anteriormente citadas, forman un conjunto
armónico y trascendental. Es así mismo interesantísimo
observar cómo la cultura nacida
en el suelo ibérico extiende su influencia en todas
direcciones, llegando hasta los países limítrofes del
Mediterráneo oriental.
Al final de la última
época glacial, la península Ibérica juntamente con las
partes pobladas de la Europa occidental y el Norte de
África, formaba una gran unidad cultural primitiva y de
asombrosa uniformidad.
En el pueblo vasco es
donde se encuentra más conservado el tipo ibérico.
Euskadi representa hoy para la moderna ciencia
lingüística la clave para el estudio de un antiguo y
auténtico idioma ibérico. Encontramos, además, en las
rocas cantábricas los testimonios más numerosos y
expresivos de la astronomía y cosmografía antiguas;
pero la máxima importancia de este rincón cantábrico la
constituyen dos de las manifestaciones del espíritu
humano que debemos calificar como las más altas y más
antiguas del continente europeo y quizá del mundo. Sin
exageración, puede otorgarse a las pinturas de la cueva
de Altamira el título de maravilla del arte, de
la misma manera que el mapa celeste de las peñas de
Eira d´os Mouros puede conceptuarse como un milagro
de la ciencia.
Mientras el Oriente, con
la interpretación de figuras y personificaciones
fantásticas, llegaba a un politeísmo ilimitado, en el
Occidente se iba formando el más absoluto
monoteísmo, la revelación de un ser divino y
omnipotente como única y suprema explicación de los
misterios del cosmos. (...) Eran intuiciones de una
profunda religiosidad que no permitía ninguna
personificación directa del Ser divino, sino solamente
un símbolo para satisfacer el deseo humano de poseer o
llevar algún objeto sagrado o símbolo de la Deidad.
Tales ídolos y amuletos no eran, seguramente, objetos de
adoración, sino solamente signos de la comunidad
religiosa y al mismo tiempo de protección divina.
La inmensa riqueza en
metales y las magníficas obras de los artesanos en oro,
plata, cobre y marfil, y de su arquitectura megalítica;
el florecimiento en la cría de caballos y la
domesticación de todos los animales útiles; el cultivo
de frutas exquisitas, legumbres y de los mejores
cereales, está bien atestiguado en la antiquísima
Iberia. Hoy nos demuestra la Prehistoria que tales
adelantos estaban ya en poder de los iberos, muchos
milenios de años antes del nacimiento de Platón y hasta
en los tiempos más remotos. También en las obras de
Estrabón y Diodoro, en noticias de Euphoros, Tukydides y
Philistos, encontramos referencias a la llamada cultura
atlántida y la extensión de la población ibérica hacia
Italia y Sicilia, y desde allí aún hacia el Mediterráneo
oriental. Muy interesantes son también las múltiples
referencias mitológicas sobre el origen occidental de
ciertos dioses y diosas y de bases fundamentales de
legislación. También son notables las afirmaciones
sobre el adelantado estado de las observaciones
astronómicas y las relacionadas con el calendario en
Occidente, y que los griegos recibieron de allí
importantes conocimientos en tales ciencias.
Si comparamos la arquitectura del Oriente
con sus contemporáneas megalíticas y ciclópeas del
Mediterráneo (...) nos
inclinaremos a favor de un origen occidental o ibérico.
Ofuscados por el posterior de la cultura
greco-romana hacia el Occidente, y el gran adelanto de
las investigaciones arqueológicas practicadas con
absoluta preferencia en el Mediterráneo oriental, se
llegaba a la convicción de que toda la cultura europea
tenía su origen en el Oriente, estableciéndose así un
verdadero dogma científico, del cual es su más
expresivo error la increíble aseveración que supone a
los fenicios como procreadores de la cultura ibérica.
Pero con las pruebas que aporta el Paleolítico ibérico
(...) la situación del cuadro
prehistórico experimenta una variación esencial en todos
los aspectos.
Por eso se puede entender que la
generación pasada de investigadores en el terreno
ibérico, salvo pocas excepciones, fuera seducida
también por la hipótesis orientalista, que menosprecia
las facultades intelectuales del Occidente. Todo lo que
aparecía de alguna importancia en el espacio vital de
los iberos, se creyó influido, hasta lo más mínimo, por
las culturas egipcia y griega, si no importado
directamente por los fenicios. Es deplorable que se
juzgara la actividad cultural del occidente europeo con
un juicio tan devastador. (...) Así mismo, es
también extravío la subordinación cronológica de la
cultura ibérica .... a los sucesos en el Oriente.
(...) Con las pruebas de que la
antiquísima Iberia y, con ella, el Occidente europeo,
gozaban -ya en épocas remotísimas de la Humanidad-, de
una cultura espiritual de suma importancia, cambian de
orientación infinidad de cuestiones relacionadas con el
pasado.
Rehuso la forma simplista
de resolver ciertos problemas de nuestra Prehistoria,
apelando a las comparaciones directas con la etnología,
por ejemplo, del negro australiano. La vida y la
mentalidad de las razas inferiores que viven aún hoy en
estado primitivo o volvieron al primitivismo con restos
degenerados de culturas más elevadas, no reflejan nunca
el intelecto de las razas superiores. Por esto, me
parece más adecuado estudiar al europeo primitivo en
examen retrospectivo, sondeando el alma del hombre
occidental. Así, encontramos las bases intelectuales
y los elementos básicos bien conservados en innumerables
mitos, cuentos, fábulas, costumbres antiquísimas y,
también, en creencias y sentimientos íntimos del hombre
actual.
¿Oriente u Occidente?
Las opiniones respecto a esta diatriba,
oscilan entre el tradicional y dominante orientalismo y
los ensayos de conceder también al Occidente el debido y
justo aprecio de su colaboración en el desarrollo
cultural del mundo antiguo. A favor del Occidente,
lucharon en primer lugar Bosch-Gimpera, Much, Penk,
Loeher, Krause, Faidherbe, Reinach y Wilke...
Lo que sabemos de
antiguas fuentes literarias sobre la vida y cultura de
los pueblos ibéricos y germanos, pertenece a épocas muy
tardías. Las opiniones de los escritores romanos sobre
los Bárbaros del Occidente, están influidas en su mayor
parte de la misma arrogancia con que hoy hablan de sus
vecinos y propios antepasados, las naciones que han
conocido un rápido progreso técnico y económico. Los
pocos pero muy importantes relatos sobre una alta y
antiquísima cultura de origen occidental, no encontraron
la debida consideración. Además, es deplorable que en la
vieja Europa las pasiones políticas enturbien todavía el
claro entendimiento de los sucesos históricos y
prehistóricos.
Europa, en su
desmembración política, ha olvidado que su florecimiento
brotó de una comunidad racial y cultural inseparables e
indestructibles, a pesar de toda disensión
particularista. No obstante tantas mezclas de sangre,
migraciones de tribus y acontecimientos bélicos, se
conservaba el modo de ser y la espiritualidad europea
con caracteres propios que se distinguen, evidentemente,
de todos los círculos raciales y culturales asiáticos y
africanos.
Con gran anterioridad al
asombroso desarrollo de la cultura griega y a su
subsiguiente despliegue hacia el Occidente, hubo un
gran movimiento, perfectamente documentable, del Oeste
europeo en dirección al Este. Los portadores de esta
evolución fueron las razas mediterránea y nórdica que
aún hoy presentan el contingente más valioso y dominante
en las zonas del Occidente que ya habitaron desde
el Paleolítico.
Me atrevo a pretender que
el primer impulso de la arquitectura megalítica de
Egipto, llegó del Occidente mediterráneo. En los
dólmenes y tumbas más antiguas de Egipto se encuentra,
entre los restos humanos, la raza mediterránea tan bien
representada como en todos los monumentos megalíticos
del Mediterráneo occidental. Y en todo el Norte del
continente africano surge una cultura neolítica
correspondiente a la ibérica. Y desde las Islas Canarias
hasta el Nilo aparecen esqueletos y momias con
caracteres europeos. Es digno de mencionar, por otra
parte, que la más antigua religión egipcia era
monoteísta.
Mientras la mitología
egipcia llegó, a base de concepciones plasmadas en
objetos concretos, a un politeísmo ilimitado, fundóse la
religiosidad ibérica en una alta cosmosofía y en un
monoteísmo absoluto. Y así como en el Oriente las
escrituras nacieron influidas por la predilección de
representar algo material, la escritura ibérica procede,
sin duda alguna, del simbolismo abstracto del Neolítico
del Occidente.
Indudablemente, el simbolismo egipcio
(grabado en las rocas de diorita cercanas a la segunda
catarata del Nilo) se presenta
en el Occidente europeo con una anterioridad de 5000
años, cuando menos.
Aunque la literatura hebrea está muy
influida por la semítica y egipcia, el monoteísmo
absoluto de la religión israelita es diametralmente
contrapuesto a todo el politeísmo oriental. El reino de
Jehová se nos presenta como una
isla europea en el Oriente antiguo.
Los primeros alfabetos
del Occidente conservaron todavía el carácter de los
símbolos y signos religiosos y astronómicos anteriores.
Más tarde, el deseo de embellecer las letras y con el
progreso de las artes, especialmente la arquitectura, se
intenta armonizar el aspecto de las líneas escritas.
Aunque los griegos y los romanos crearon en tal sentido
estilos peculiares, dudaron ellos mismos del origen
autóctono de sus escrituras. Comparando las letras
ibéricas, germánicas, británicas, escandinavas,
itálicas, griegas y, finalmente, las cretenses y
fenicias, incluyendo también las europeas modernas, no
queda otra solución que afirmar su origen común y éste
no puede ser otro que el remotísimo simbolismo
occidental. En capítulos anteriores hemos estudiado el
desarrollo de los ideogramas ibéricos hasta los límites
de la época glacial.
Conocemos los altos
talentos de los pueblos del Occidente por su arte
paleolítico, sus grandes facultades espirituales y por
sus admirables conocimientos astronómicos, que
sobrepujan todo lo que cualquier otro país del mundo
pudiera presentar.
Teniendo en cuenta, pues,
las conclusiones resultantes de nuestro estudio, debemos
reconocer que los habitantes del extremo Oeste de Europa
y especialmente de la Península Ibérica, ofrecieron -ya
en las épocas más remotas de la Humanidad- valores
éticos al mundo antiguo de incomparable importancia y
máxima trascendencia. Estos valores forman la base de
las insuperables ofrendas culturales que la Europa
moderna presta al mundo entero. La gran familia de los
pueblos europeos debiera recordar el origen común de su
elevada cultura y civilización, a cuyo desarrollo cada
una de las naciones europeas dedicaba sus mejores
esfuerzos.
Europa es una comunidad
racial que se honra a sí misma distinguiendo con el más
profundo respeto y gratitud a nuestros remotos
antepasados, fundadores del espíritu e idealismo
europeos. Pero a la vez, hemos de reconocer sin reservas
que el centro más antiguo y fundamental de la cultura
europea es el círculo ibérico, con su religión astral y
monoteísta.
ANTERIOR
٭
SIGUE