El origen cantábrico de la palabra
escritura
Desde antiguo, vengo
defendiendo que la escritura nació en la
Península Ibérica y que España está sembrada de
vestigios de escritura prehistórica, por mucho que muy
pocos hayan sido capaces de verlo. Porque nuestros
antepasados, que eran particularmente lúcidos, ya habían
previsto que la madera y las pieles sobre las que
escribían no iban a llegar demasiado lejos. Y de ahí el
que convinieran en la necesidad de escribir sobre
piedra. De labrar su escritura. De hecho, ahí
está la propia palabra escribir,
construida sobre la misma raíz que esculpir.
Y a la vista está que el término griego eskytale
(mensaje escrito sobre cuero) es prácticamente la
misma palabra que escultura.
La mayoría de los
textos que nos han legado los tiempos prehistóricos,
ora yacen enterrados ora han perecido víctimas de la
erosión. Queda sólo, como única evidencia manifiesta, la
de los escritos grabados o pintados en las
grutas, abrigos, peñas, acantilados o megalitos del
antiguo País de Occidente. Léase, de la
Península Ibérica y de su apéndice del Sur de
Francia. Lo que no es óbice para que, víctimas aún
del espejismo asiático, todos los especialistas
en la materia sigan devanándose los sesos en el empeño
por dilucidar si la cuna de la escritura se encuentra en
la India, en Mesopotamia, en Egipto o, incluso, en las
islas del Mediterráneo oriental. Y así, en tanto que
para unos las primeras letras o pictogramas se
modelaron en China, para otros -la mayoría- es
incuestionable que la matriz de la escritura se
encuentra en el Oriente Próximo. Por supuesto, a
nadie se le ha pasado por la cabeza la posibilidad de
que la escritura haya podido nacer en Occidente.
Bueno, a nadie excepto a tres lingüistas geniales, hoy
absolutamente olvidados, llamados Manuel de Góngora,
Julio Cejador y Waldemar Fenn. Acabo de
referirme a ellos.
W. Fenn, como yo antes de
saber de su existencia, comprendió que todas las
pinturas y grabados rupestres, paleolíticos, que
ilustran las grutas y abrigos ibéricos y galos, tuvieron
el carácter de escritura. Por mucho que seamos incapaces
de entenderla. De ahí la importancia de descifrar, para
siempre, todas esas pinturas y garabatos
que los arqueólogos han contemplado, hasta ahora, como
simples curiosidades. Porque la identificación
del país en el que naciera la escritura
puede contribuir poderosamente al esclarecimiento de
nuestros orígenes, al caer por su propio peso que el
país que inventase la escritura -léase la transmisión de
ideas y de conceptos a través de símbolos
convencionales- hubo de ser al propio tiempo el que
alumbrase la civilización. O, lo que viene a ser lo
mismo, el que viera nacer a la primera Humanidad
merecedora de tal nombre; a las primeras sociedades
humanas netamente racionales o inteligentes.
Una de las dificultades
con la que nos enfrentamos a la hora de identificar la
cuna de la escritura, es la de la escasa fiabilidad de
las dataciones. Porque a la dudosa exactitud de la
datación de las piedras o arcillas sobre las que se
grabaron los más viejos símbolos, se suma la de que la
ancianidad de esos soportes no tiene por qué
coincidir necesariamente con la fecha en que se trabajó
sobre ellos. Yo puedo coger una teja de hace tres mil
años y grabar algo en ella que dentro de trescientos
años parecería antiquísimo. Tan viejo como la propia
teja. De donde se desprende que, siendo incontestable
que el triángulo púbico de la Cueva del
Castillo tiene 38.500 años (en razón a que ha
aparecido en un nivel del registro exhaustivamente
contrastado), esa edad debe ser considerada como la
mínima posible.
A pesar de que resulta
bastante obvio que la de la escritura es
una práctica que los seres humanos realizamos con el
concurso exclusivo de nuestras manos,
nadie ha caído en la cuenta hasta aquí de la obvia e
indiscutible relación existente entre la voz baska
esku para denominar a la mano... y la
propia palabra escribir... Tampoco se ha
comprendido que en la palabra escribir
se encuentra, intacta, la raíz del nombre de
Iberia... ¿Se debe todo esto a la
casualidad?
Para que quede meridianamente claro que
la casualidad no ha intervenido para nada en
todas estas cuestiones y que la escritura
nació en tierras de Iberia, voy a empezar
por desvelar uno de los mayores enigmas que nos plantea
nuestro pasado: el porqué de la presencia de tantas
manos, fielmente reproducidas en los muros de todos
nuestros Santuarios rupestres y a las que la
Arqueología ha valorado, hasta hoy, como una expresión
del pueril primitivismo de sus autores. Porque si les
concediésemos más importancia a los autores antiguos y
dejásemos de ignorarlos sistemáticamente (como de hecho
hace el común de los arqueo-antropólogos), haría
ya varios siglos que nos habríamos enterado de cosas
como ésta que documentan los viejos chronistas
ibéricos:
en la escritura etíope el dibujo de una
mano extendida significaba libertad...
Tengo probado hasta la
saciedad que Iberia y Etiopía
fueron sinónimos en la Antigüedad, que el país al que
hoy se denomina Etiopía jamás fue conocido con
este nombre (antes de los Griegos) sino con el de
Abisinia y, en fin, que la verdadera Ethiopía
a la que se refieren los historiadores antiguos fue el
País del Ocaso... en el que el Sol
se oculta todas las noches. Y de esto no
puede cabernos la menor duda, cuando resulta que la
palabra castellana esconder
(referida al Ocaso) es hermana de la baska
ezkutu -que tiene exactamente el mismo
significado- y de la griega skaios
que abunda en ese mismo concepto; o cuando vemos que
esas dos alusiones obvias al País del Ocaso del
Norte de España, se ven refrendadas por el hecho
de que los primeros Eskitas o
Escitas fueran aquellos que habitaban a orillas
del Oceáno Kántabro. Puesto que ellos fueron, en
definitiva, quienes dieron sus nombres a Euskadi,
a Huesca y a las dos Sierras del
Eskudo que encontramos en tierras de
Cantabria; así como al Promontorio Escítico
que todos los mapas antiguos documentan a orillas del
propio mar Cantábrico.
¿Qué tiene que ver todo
esto con las manos pintadas en nuestras cuevas?
En seguida vamos a descubrirlo.
Los antiguos Etíopes
Eskalantes = Eskeletas = Eskitas = Euskaros
utilizaron la palabra baska esku -derivada
de su nombre- para denominar a las manos...
y a la libertad. Nada menos. Y de ahí,
obviamente, el hecho de que la pintura de la mano
extendida fuera sinónimo de libertad. O el
hecho de que de esa misma voz baska esku
se haya derivado el término escritura, así
como el nombre de los punzones o eskilinbas
que se utilizaban para escribir. Luego las
manos pintadas en nuestras cuevas, más que
manifestaciones artísticas, son escritura
químicamente pura y vienen a ser algo así como
fotocopias del carnet de identidad del pueblo que
las representó. Porque con la plasmación de esas manos -esku,
en euskera- estaban proclamando su orgullo de
pertenecer al pueblo más libre que jamás haya
existido, así como al más antiguo de la Tierra. Pues
éste ha sido siempre el título ostentado por la
nación Eskita cuyo nombre, como vemos,
es homónimo de las palabras baskas esku
(mano), esku (libertad) y
eskilinba (punzón
para escribir).
Una de las pruebas
irrefragables que refrendan la maternidad galoibérica
sobre el habla y la escritura,
nos la aportan precisamente los propios nombres con los
que a ambas se designa. Al habla me
referiré en otra ocasión y respecto a la escritura,
nítido e incontrovertible resulta el esquema que ya he
reproducido en varios de mis libros y que vuelvo a
reflejar a continuación. Nadie osaría poner en duda que
fueron los Eskálibes = Eskalantes =
Eskitas = Euskaros = Eskotos
(éstos últimos son mencionados por las fuentes
británicas como oriundos del Norte de España y
como colonizadores de Irlanda y Escocia),
quienes acuñaron todos estos conceptos y significados,
emparentados entre sí, que reproduzco a continuación. Y
con el fin de unificar la ortografía y evitar tener que
utilizar tres letras distintas para expresar un mismo
sonido, recurro a la k como madre que fue de la
c y de la q:
eskalepa > eskolio,
escrito (romance = castellano)
> eskolops, cruz con inscripciones (griego)
> eskalepa, menhir con inscripciones (ibérico)
eskulpir
(romance)
eskribir
(romance)
eskema
(romance)
eskarpia
/ eskoplo, herramientas para esculpir
(romance)
eskarbar > exkavar > kavar
(romance)
esklabar > klabar
(romance)
eskytalo
cilindros escritos (griego)
eskudo,
utensilio defensivo grabado con símbolos e
inscripciones (romance)
Como hemos visto, el
asunto es tan aplastante que no admite controversia
posible. Bien, pues no menos contundente resulta lo
sucedido con la palabra grabado, término
cuyas dos versiones más antiguas aparecen
justamente en la lengua castellana: garabato
y galimatías. Con la particularidad
añadida de que estas dos palabras castellanas resultan
hallarse emparentadas con todas aquellas que acabo de
enumerar. Y es que los Eskálibes o
Cálibes respondieron también a los gentilicios
de Caribes, Carabantes o
Garabantes. Lo que viene a refrendar el rigor
y la ancianidad de la tradición que -a tenor de lo que
se deduce de todas estas palabras- atribuía a estos
pueblos cantábricos la invención de la escritura.
Júzguese, si no, a partir de todas estos términos,
estrechamente vinculados entre sí:
gallanbaza
|
galimatías
(romance = castellano)
garrapato,
letras o signos torpes (idem)
garabato,
rasgos mal trazados (idem)
grabado
(idem)
grafos
> gráficos
(griego)
gramatos > gramática
(griego)
|
calabaza = calavera > caletre,
inteligencia (romance)
calimbo,
marca
(idem)
columba
= columna, utilizadas antaño para realizar
inscripciones
cálamo,
pluma de ave para escribir
calabo > clavo,
punta incisiva para grabar
cárabe,
ámbar; material apreciadísimo para
modelar figuras o efectuar
inscripciones de carácter sagrado
cara(b)íta,
intérprete estricto de las Escrituras
Aparecen en este esquema,
como vemos, por una parte ciertas palabras directamente
relacionadas con la escritura y, por otra, varias más
que designan a antiguos soportes, objetos o
materiales sobre los que se realizaban inscripciones o
escritos. Tal es el caso de las columnas,
cuyos fustes servían para reproducir gestas y anales
históricos (recordemos la Columna de Trajano;
curiosamente, un español). O el de las calaveras,
preciadísimas en la Prehistoria en su calidad de trofeo
y que fueron habitualmente utilizadas como cálices
o copas para las ceremonias. Y es fácil deducir que si
en una época posterior la superficie de los cálices
solía decorarse profusamente con toda suerte de grabados
y dibujos, fuese esta costumbre una mera prolongación de
otra mucho más remota en la que eran los cráneos o
calaveras de los antepasados o de los enemigos vencidos
en combate, los que fueran objeto de inscripciones y de
decoraciones similares. De diseños que, muy
posiblemente, se realizarían con tintas o incluso con
sangre, utilizando como instrumento plumas de ave o...
cálamos.
El esquema que acabo de
reproducir se me antoja, como mínimo, impresionante. Por
lo que expresa y también por lo que entraña,
evidenciando hasta qué punto es extraordinariamente
antigua la lengua castellana. Porque aunque aceptásemos
que gramatos fuera una voz griega que no
tenía su paralelo en el habla ibérica (supuesto que
tengo por disparatado), siempre estará ahí la palabra
garabato, morfológicamente más antigua que
gramatos, para probar y documentar el
sustrato ibérico de la lengua griega, así como la mayor
ancianidad de la lengua ibérica de la que es hija el
castellano.
Pero si impresionante es
cuanto antecede, no lo es menos el hecho de que al calor
de esa misma raíz y en el seno de esa misma prolífica
familia de términos del lenguaje, se integren todas
estas voces que voy a enumerar a continuación y a las
que vincula su relación con cualquier tipo de
instrumento cuyo carácter punzante o incisivo le hace
útil para sujetar o para agarrar objetos.
Así pues y siempre a partir de la misma radical de la
que partíamos en el esquema precedente, vamos a
descubrir esta fascinante parentela de palabras
montañesas o protocastellanas:
garabasta,
arista de los cereales
garabeta,
taco de madera rematado con alfileres
garabitu,
objeto o miembro erecto
garfañar,
dar zarpazos
garfallar,
coger de un zarpazo
garfaña,
zarpa
garfio,
utensilio punzante
garruñar,
arañar
garrapilla,
coger algo disputándolo
gurrufalla,
gente rahez
gurrir,
soltar el ancla
garranga,
anzuelo
garra,
que posee uñas agudas
garrabera,
zarzamora con pinchos
garrancha,
especie de garfio o
gancho
garrancho,
punta aguda de un tronco o rama
garrocha,
vara con un arpón
garrote,
palo grueso rematado con un clavo
garrochón,
rejón
garrón,
espolón de un ave
Así se ha formado el
lenguaje humano y no, como se piensa, a partir de los
préstamos de palabras entre unas lenguas y otras. O,
mucho menos aún, de ficticias colonizaciones
idiomáticas como la supuestamente protagonizada por la
lengua latina.
Con la inclusión de este apartado sobre
el origen de las palabras escrito y
grabado, he querido demostrar que la prueba
más incontrovertible de que la escritura nació en el
litoral cantábrico, nos la proporciona el hecho de que
dichas palabras tengan su origen en él. Y si,
además, resulta ser la propia Cantabria la región
en la que descubrimos las primeras manifestaciones de
escritura, decenas de miles de años más antiguas que
las encontradas allende, entiendo que a partir de dos
pruebas tan colosales, no nos queda otra alternativa que
la de rendirnos definitivamente a la evidencia de que
la escritura y, con él, el lenguaje, tuvieron su cuna a
orillas del Cantábrico. Como vulgarmente se dice, el
asunto no tiene vuelta de hoja. Porque la prueba
más demoledora de que lenguaje y escritura
nacieron en el Norte de España, aun siéndolo
enorme, no lo es el hecho de que sea en esta región en
la que aparecen las primeras manifestaciones escritas.
La verdadera prueba del nueve de que esas dos
cruciales innovaciones humanas fueron gestadas por los
remotos pobladores del litoral Cantábrico, nos la
ofrece el hecho de que los
términos para designar a esos dos prodigiosos avances de
la Humanidad, nacieran también en ese mismo contexto
geográfico del Norte de la Península Ibérica.
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