LOS DESCUBRIDORES DE EUROPA

 

RIVERO MENESES     PRINCIPAL

            Jorge Mª Ribero-Meneses

DESCUBRIMIENTO ESCRITURA

 

El origen cantábrico de la palabra escritura

 

Desde antiguo, vengo defendiendo que la escritura nació en la Península Ibérica y que España está sembrada de vestigios de escritura prehistórica, por mucho que muy pocos hayan sido capaces de verlo. Porque nuestros antepasados, que eran particularmente lúcidos, ya habían previsto que la madera y las pieles sobre las que escribían no iban a llegar demasiado lejos. Y de ahí el que convinieran en la necesidad de escribir sobre piedra. De labrar su escritura. De hecho, ahí está la propia palabra escribir, construida sobre la misma raíz que esculpir. Y a la vista está que el término griego eskytale (mensaje escrito sobre cuero) es prácticamente la misma palabra que escultura.

 

La mayoría de los textos que nos han legado los tiempos prehistóricos, ora yacen enterrados ora han perecido víctimas de la erosión. Queda sólo, como única evidencia manifiesta, la de los escritos grabados o pintados en las grutas, abrigos, peñas, acantilados o megalitos del antiguo País de Occidente. Léase, de la Península Ibérica y de su apéndice del Sur de Francia. Lo que no es óbice para que, víctimas aún del espejismo asiático, todos los especialistas en la materia sigan devanándose los sesos en el empeño por dilucidar si la cuna de la escritura se encuentra en la India, en Mesopotamia, en Egipto o, incluso, en las islas del Mediterráneo oriental. Y así, en tanto que para unos las primeras letras o pictogramas se modelaron en China, para otros -la mayoría- es incuestionable que la matriz de la escritura se encuentra en el Oriente Próximo. Por supuesto, a nadie se le ha pasado por la cabeza la posibilidad de que la escritura haya podido nacer en Occidente. Bueno, a nadie excepto a tres lingüistas geniales, hoy absolutamente olvidados, llamados Manuel de Góngora, Julio Cejador y Waldemar Fenn. Acabo de referirme a ellos.

 

W. Fenn, como yo antes de saber de su existencia, comprendió que todas las pinturas y grabados rupestres, paleolíticos, que ilustran las grutas y abrigos ibéricos y galos, tuvieron el carácter de escritura. Por mucho que seamos incapaces de entenderla. De ahí la importancia de descifrar, para siempre, todas esas pinturas y garabatos que los arqueólogos han contemplado, hasta ahora, como simples curiosidades. Porque la identificación del país en el que naciera la escritura puede contribuir poderosamente al esclarecimiento de nuestros orígenes, al caer por su propio peso que el país que inventase la escritura -léase la transmisión de ideas y de conceptos a través de símbolos convencionales- hubo de ser al propio tiempo el que alumbrase la civilización. O, lo que viene a ser lo mismo, el que viera nacer a la primera Humanidad merecedora de tal nombre; a las primeras sociedades humanas netamente racionales o inteligentes.

 

Una de las dificultades con la que nos enfrentamos a la hora de identificar la cuna de la escritura, es la de la escasa fiabilidad de las dataciones. Porque a la dudosa exactitud de la datación de las piedras o arcillas sobre las que se grabaron los más viejos símbolos, se suma la de que la ancianidad de esos soportes no tiene por qué coincidir necesariamente con la fecha en que se trabajó sobre ellos. Yo puedo coger una teja de hace tres mil años y grabar algo en ella que dentro de trescientos años parecería antiquísimo. Tan viejo como la propia teja. De donde se desprende que, siendo incontestable que el triángulo púbico de la Cueva del Castillo tiene 38.500 años (en razón a que ha aparecido en un nivel del registro exhaustivamente contrastado), esa edad debe ser considerada como la mínima posible.

 

A pesar de que resulta bastante obvio que la de la escritura es una práctica que los seres humanos realizamos con el concurso exclusivo de nuestras manos, nadie ha caído en la cuenta hasta aquí de la obvia e indiscutible relación existente entre la voz baska esku para denominar a la mano... y la propia palabra escribir... Tampoco se ha comprendido que en la palabra escribir se encuentra, intacta, la raíz del nombre de Iberia... ¿Se debe todo esto a la casualidad?

 

Para que quede meridianamente claro que la casualidad no ha intervenido para nada en todas estas cuestiones y que la escritura nació en tierras de Iberia, voy a empezar por desvelar uno de los mayores enigmas que nos plantea nuestro pasado: el porqué de la presencia de tantas manos, fielmente reproducidas en los muros de todos nuestros Santuarios rupestres y a las que la Arqueología ha valorado, hasta hoy, como una expresión del pueril primitivismo de sus autores. Porque si les concediésemos más importancia a los autores antiguos y dejásemos de ignorarlos sistemáticamente (como de hecho hace el común de los arqueo-antropólogos), haría ya varios siglos que nos habríamos enterado de cosas como ésta que documentan los viejos chronistas ibéricos: en la escritura etíope el dibujo de una mano extendida significaba libertad...

 

Tengo probado hasta la saciedad que Iberia y Etiopía fueron sinónimos en la Antigüedad, que el país al que hoy se denomina Etiopía jamás fue conocido con este nombre (antes de los Griegos) sino con el de Abisinia y, en fin, que la verdadera Ethiopía a la que se refieren los historiadores antiguos fue el País del Ocaso... en el que el Sol se oculta todas las noches. Y de esto no puede cabernos la menor duda, cuando resulta que la palabra castellana esconder (referida al Ocaso) es hermana de la baska ezkutu -que tiene exactamente el mismo significado- y de la griega skaios que abunda en ese mismo concepto; o cuando vemos que esas dos alusiones obvias al País del Ocaso del Norte de España, se ven refrendadas por el hecho de que los primeros Eskitas o Escitas fueran aquellos que habitaban a orillas del Oceáno Kántabro. Puesto que ellos fueron, en definitiva, quienes dieron sus nombres a Euskadi, a Huesca y a las dos Sierras del Eskudo que encontramos en tierras de Cantabria; así como al Promontorio Escítico que todos los mapas antiguos documentan a orillas del propio mar Cantábrico.

 

¿Qué tiene que ver todo esto con las manos pintadas en nuestras cuevas? En seguida vamos a descubrirlo.

 

Los antiguos Etíopes Eskalantes = Eskeletas = Eskitas = Euskaros utilizaron la palabra baska esku -derivada de su nombre- para denominar a las manos... y a la libertad. Nada menos. Y de ahí, obviamente, el hecho de que la pintura de la mano extendida fuera sinónimo de libertad. O el hecho de que de esa misma voz baska esku se haya derivado el término escritura, así como el nombre de los punzones o eskilinbas que se utilizaban para escribir. Luego las manos pintadas en nuestras cuevas, más que manifestaciones artísticas, son escritura químicamente pura y vienen a ser algo así como fotocopias del carnet de identidad del pueblo que las representó. Porque con la plasmación de esas manos -esku, en euskera- estaban proclamando su orgullo de pertenecer al pueblo más libre que jamás haya existido, así como al más antiguo de la Tierra. Pues éste ha sido siempre el título ostentado por la nación Eskita cuyo nombre, como vemos, es homónimo de las palabras baskas esku (mano), esku (libertad) y eskilinba (punzón para escribir).

 

Una de las pruebas irrefragables que refrendan la maternidad galoibérica sobre el habla y la escritura, nos la aportan precisamente los propios nombres con los que a ambas se designa. Al habla me referiré en otra ocasión y respecto a la escritura, nítido e incontrovertible resulta el esquema que ya he reproducido en varios de mis libros y que vuelvo a reflejar a continuación. Nadie osaría poner en duda que fueron los Eskálibes = Eskalantes = Eskitas = Euskaros = Eskotos (éstos últimos son mencionados por las fuentes británicas como oriundos del Norte de España y como colonizadores de Irlanda y Escocia), quienes acuñaron todos estos conceptos y significados, emparentados entre sí, que reproduzco a continuación. Y con el fin de unificar la ortografía y evitar tener que utilizar tres letras distintas para expresar un mismo sonido, recurro a la k como madre que fue de la c y de la q:

 

eskalepa   >    eskolio,  escrito    (romance = castellano)

                    >    eskolops,  cruz con inscripciones  (griego)

                    >    eskalepa,  menhir con inscripciones   (ibérico)

eskulpir           (romance)

eskribir            (romance)

eskema             (romance)

eskarpia  /  eskoplo,   herramientas para esculpir   (romance)

eskarbar   >    exkavar    >    kavar   (romance)

esklabar   >    klabar        (romance)

eskytalo          cilindros escritos    (griego)

eskudo, utensilio defensivo grabado con símbolos e inscripciones  (romance)

 

Como hemos visto, el asunto es tan aplastante que no admite controversia posible. Bien, pues no menos contundente resulta lo sucedido con la palabra grabado, término cuyas dos versiones más antiguas aparecen justamente en la lengua castellana: garabato y galimatías. Con la particularidad añadida de que estas dos palabras castellanas resultan hallarse emparentadas con todas aquellas que acabo de enumerar. Y es que los Eskálibes o Cálibes respondieron también a los gentilicios de Caribes, Carabantes o Garabantes. Lo que viene a refrendar el rigor y la ancianidad de la tradición que -a tenor de lo que se deduce de todas estas palabras- atribuía a estos pueblos cantábricos la invención de la escritura. Júzguese, si no, a partir de todas estos términos, estrechamente vinculados entre sí:

 

gallanbaza

        |

galimatías                                           (romance = castellano)

garrapato,  letras o signos torpes     (idem)

garabato,   rasgos mal trazados       (idem)

grabado                                              (idem)

grafos  gráficos                            (griego)

gramatos   >   gramática               (griego)

        |

calabaza = calavera    >    caletre, inteligencia   (romance)

calimbo,   marca                                                         (idem)

columba  =  columna, utilizadas antaño para realizar inscripciones

cálamo,  pluma de ave para escribir

calabo  >  clavo,  punta incisiva para grabar

cárabe,  ámbar; material apreciadísimo para modelar figuras o efectuar

                 inscripciones de carácter sagrado

cara(b)íta,  intérprete estricto de las Escrituras

                   

Aparecen en este esquema, como vemos, por una parte ciertas palabras directamente relacionadas con la escritura y, por otra, varias más que designan a antiguos soportes, objetos o materiales sobre los que se realizaban inscripciones o escritos. Tal es el caso de las columnas, cuyos fustes servían para reproducir gestas y anales históricos (recordemos la Columna de Trajano; curiosamente, un español). O el de las calaveras, preciadísimas en la Prehistoria en su calidad de trofeo y que fueron habitualmente utilizadas como cálices o copas para las ceremonias. Y es fácil deducir que si en una época posterior la superficie de los cálices solía decorarse profusamente con toda suerte de grabados y dibujos, fuese esta costumbre una mera prolongación de otra mucho más remota en la que eran los cráneos o calaveras de los antepasados o de los enemigos vencidos en combate, los que fueran objeto de inscripciones y de decoraciones similares. De diseños que, muy posiblemente, se realizarían con tintas o incluso con sangre, utilizando como instrumento plumas de ave o... cálamos.

 

El esquema que acabo de reproducir se me antoja, como mínimo, impresionante. Por lo que expresa y también por lo que entraña, evidenciando hasta qué punto es extraordinariamente antigua la lengua castellana. Porque aunque aceptásemos que gramatos fuera una voz griega que no tenía su paralelo en el habla ibérica (supuesto que tengo por disparatado), siempre estará ahí la palabra garabato, morfológicamente más antigua que gramatos, para probar y documentar el sustrato ibérico de la lengua griega, así como la mayor ancianidad de la lengua ibérica de la que es hija el castellano.

 

Pero si impresionante es cuanto antecede, no lo es menos el hecho de que al calor de esa misma raíz y en el seno de esa misma prolífica familia de términos del lenguaje, se integren todas estas voces que voy a enumerar a continuación y a las que vincula su relación con cualquier tipo de instrumento cuyo carácter punzante o incisivo le hace útil para sujetar o para agarrar objetos. Así pues y siempre a partir de la misma radical de la que partíamos en el esquema precedente, vamos a descubrir esta fascinante parentela de palabras montañesas o protocastellanas:

 

garabasta,       arista de los cereales

garabeta,         taco de madera rematado con alfileres

garabitu,         objeto o miembro erecto

garfañar,         dar zarpazos

garfallar,         coger de un zarpazo

garfaña,           zarpa

garfio,               utensilio punzante

garruñar,        arañar

garrapilla,      coger algo disputándolo

gurrufalla,      gente rahez

gurrir,              soltar el ancla

garranga,       anzuelo

garra,               que posee uñas agudas

garrabera,      zarzamora con pinchos

garrancha,      especie de garfio o gancho

garrancho,      punta aguda de un tronco o rama

garrocha,         vara con un arpón

garrote,             palo grueso rematado con un clavo

garrochón,       rejón

garrón,              espolón de un ave

 

Así se ha formado el lenguaje humano y no, como se piensa, a partir de los préstamos de palabras entre unas lenguas y otras. O, mucho menos aún, de ficticias colonizaciones idiomáticas como la supuestamente protagonizada por la lengua latina.

 

Con la inclusión de este apartado sobre el origen de las palabras escrito y grabado, he querido demostrar que la prueba más incontrovertible de que la escritura nació en el litoral cantábrico, nos la proporciona el hecho de que dichas palabras tengan su origen en él. Y si, además, resulta ser la propia Cantabria la región en la que descubrimos las primeras manifestaciones de escritura, decenas de miles de años más antiguas que las encontradas allende, entiendo que a partir de dos pruebas tan colosales, no nos queda otra alternativa que la de rendirnos definitivamente a la evidencia de que la escritura y, con él, el lenguaje, tuvieron su cuna a orillas del Cantábrico. Como vulgarmente se dice, el asunto no tiene vuelta de hoja. Porque la prueba más demoledora de que lenguaje y escritura nacieron en el Norte de España, aun siéndolo enorme, no lo es el hecho de que sea en esta región en la que aparecen las primeras manifestaciones escritas. La verdadera prueba del nueve de que esas dos cruciales innovaciones humanas fueron gestadas por los remotos pobladores del litoral Cantábrico, nos la ofrece el hecho de que los términos para designar a esos dos prodigiosos avances de la Humanidad, nacieran también en ese mismo contexto geográfico del Norte de la Península Ibérica.

 

ANTERIOR ٭  SIGUE

 

RIVERO MENESES     PRINCIPAL

       Jorge Mª Ribero-Meneses