Buenaventura Hernández Sanahuja
y el sepulcro egipcio
(Extractado del
catálogo de la Comisión de Antigüedades de la Real Academia de la Historia,
Cataluña.)
En 1790
comenzaron las obras para reconstruir el puerto de Tarragona. Eran
imprescindibles para poder mantener su recuperado derecho de aduana (1.761 -Esquilache-,
ampliado a América y el extranjero en 1.800). Al mismo tiempo, aplicando las
ideas de la Ilustración, se quería modernizar la ciudad y unir el
barrio portuario (La Marina) con el núcleo urbano (Parte Alta), para ello se
pretendía cambiar la disposición de las fortificaciones, de hecho
para la visita de los reyes en 1802 se desmontó parte del baluarte de Carlos
V y, se derribó un lienzo de la muralla creando lo que hoy es la Rambla.
Para las obras de
construcción de la escollera y los muelles del puerto se utilizó como
material la piedra sacada de una cantera a cielo abierto creada en la zona
suroccidental de la colina sobre la que se asienta la ciudad de Tarragona.
Como mano de obra se emplearon presidiarios, trabajando desde 1.800 un
promedio de medio millar de los mismos.
La explotación de
la cantera, en todos los sentidos, pues se empleó pólvora también, consistió
en el rebaje a mano de la capa superior de tierra a cargo de los penados
y el barrenado posterior de la piedra, cuando ésta quedaba a la vista.
Esta sistemática puso al descubierto y destruyó paulatinamente un sector muy
importante de la ciudad romana y de su suburbio, pues en época romana se
debieron situar aquí las residencias extramuros de más calidad de la ciudad.
Durante casi un
siglo con dicha explotación se expolió de tal manera la zona que se estima
que tan sólo un 10% pudo ser recuperado, la riqueza arqueológica que allí
se atesoraba en su mayor parte fue a parar al fondo del mar como “relleno”
del puerto. Y sin embargo, esta pobre cuota permitió crear
colecciones, sobre todo con material de época romana, a muchos
particulares ilustrados y, extranjeros, lo que puede darnos una idea de la
inmensa riqueza existente en aquel lugar.
La falta de una
eficaz vigilancia “anticuaria” -que todos se tomaban a chacota-
permitió establecer un mercado en el que tanto los presos como los
empleados de la obra negociaban y se enriquecían con los hallazgos -el
que lo encuentra se lo queda era la idea imperante-. Nada nuevo bajo el sol,
pues todo ello sucedía a pesar de lo legislado, en particular bajo el
reinado de Carlos IV, en que se promulgó el que ha sido considerado el
primer intento de institucionalizar la conservación de monumentos en España:
La Real Cédula de S.M. y señores del Consejo por la qual se aprueba y
manda observar la Instrucción formada por la Real Academia de la Historia
sobre el modo de recoger y conservar los monumentos antiguos descubiertos o
que se descubran en el Reyno. Madrid, 1803. Inspirada en
la legislación francesa, la Cédula confiaba a la Real Academia de la
Historia la inspección general de todas las antigüedades existentes en el
Reino. (Ya Ensenada en 1752 en Real Orden alertaba sobre la necesidad de
conservar todos los restos antiguos que se encontrasen durante las obras que
se realizaban en el Puerto de Cartagena. Los hallazgos debían enviarse a la
Real Academia de la Historia... La Instrucción acabó por enviarse a todos
los puertos de España).
Fue en aquellos
tiempos cuando Vicente Roig y Torné (conocido como Vicentó, escultor
y arquitecto, autor de la Inmaculada de la Catedral de Tarragona. Es
considerado el iniciador del Museo de Tarragona) creó, en base a su propia
colección de antigüedades, el primer museo abierto al público de Tarragona.
Su colección comenzó a exponerse en la Academia de Bellas Artes, entidad
creada en el seno de la Sociedad Económica de Amigos del país y uno de los
primeros actos de la Comisión de Monumentos de Tarragona tras su creación en
1844 fue la toma de posesión de dicho museo, cosa que sucedió el 24-8-1844.
Dicha Comisión quedó dividida en tres secciones: Biblioteca-Archivos,
Escultura-Pintura y Arqueología-Arquitectura.
Cuenta Hernández: “En
una de estas visitas [a la Cantera del Puerto], pues, fuimos testigos
de uno de aquellos actos que hemos deplorado antes, y que nos llenó de
vergüenza e indignación. Uno de los rudos presidiarios encontró una linda
estatuita de bronce, bien conservada y de excelente escultura, que
representaba una divinidad, la cual vendió por seis cuartos para cigarros a
uno de los capataces del presidio; este la vendió a otro de los sobrestantes
de las obras por seis pesetas, y este a su vez hizo tratos con uno de los
aficionados, a lo que parece estragero, que ofrecía cinco duros de los seis
que el empleado de las obras pedía. A vista de este tráfico escandaloso, y
sabiendo que en el museo no existía ningún resto de este género, dimos
conocimiento al Presidente á la vez de la Comisión de Monumentos y de la
Sociedad arqueológica, y este dispuso por el secretario de la Comisión se
dirigiera al Sr. Ingeniero, director de las obras del puerto, D. Víctor
Martí, dándole cuenta de lo que sucedía y reclamándole el resto para el
museo, lo que hizo de viva voz. El ingeniero mandó llamar a su presencia al
sobrestante, obligándole a entregar la figura de bronce, a lo que se
resistió éste y con descaro manifestó, movido por el interés, que cualquier
cosa que salía en las excavaciones pertenecía libremente al que la
encontraba, pudiendo hacer de ello lo que bien le pareciese, costumbre,
añadió, que venía practicándose desde que comenzó la explotación de la
cantera del puerto. Esta resistencia del subalterno, y su procede,
costumbre, añadió, que venía practicándose desde que comenzó la explotación
de la cantera del puerta. Esta resistencia del subalterno, y su proceder tan
irrespetuoso, irritó de tal suerte al Jefe que inmediatamente lo despidió de
las obras, entregando el precioso objeto recobrado al museo arqueológico”.
B. HERNÁNDEZ SANAHUJA, Capítulo preliminar, Excavaciones de Tarragona,
[1884], 21-22 (Archivo de la Real Sociedad Arqueológica Tarraconense,
Carpeta B, nº 21; apud CL anys..., esp. 141).
Un ejemplo muy
conocido es el protagonizado por B. Hernández Sanahuja con uno de los
sepulcros reales del Monasterio de Poblet. El Inspector de Antigüedades lo
trasladó con un carro y dos mozos de cuerda a Tarragona, temeroso de que
sufriera daños si continuaba en aquél lugar. En una carta suya de 1866 a
Eugenio de la Cámara y respondiendo a las críticas de la Comisión Central de
Monumentos, que había desautorizado el traslado, dice: “un día la
Academia ha de agradecerme ese exabrupto mio, puesto que cuanto hoy brilla
de Poblet en nuestro Museo se hallaría de seguro en alguno de los
extranjeros o encima del bufet de algún curioso” (Archivo de la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando, 53-6/2 apud J. GANAU I
CASAS, Els inicis del pensament conservacionista..., 45 nota 45)
-Una
de las penalidades de la arqueología es reconocer que el único que puede dar
fe de lo que había en un lugar, es quien lo ha destruido al excavarlo. Aunia
;)-
Y este es uno más
de estos casos. En aras del sistema científico hemos de poner todo
descubrimiento bajo la lupa de la razón y, comprobar todas las
posibilidades. En su momento así se efectuó por parte de variadas
autoridades, con resultado dispar, también se reexaminó la cuestión a lo
largo del tiempo.
Haremos un breve
repaso.
9-3-1850.
Descubrimiento del sarcófago por D. Juan Fernández de Velasco (único
testigo presencial del hallazgo realizado por los presidiarios)
10-5-1851.
Sanahuja envía primer informe manuscrito, de 95 páginas. En junio
aparecen nuevos restos en la Cantera, “de tipo egipcio”. Se inicia una
investigación a instancia de la Real Academia de la Historia.
22-6-1852. R.O.
obliga a depositar en el Museo Arqueológico todos los objetos encontrados en
la Cantera del Puerto. El ministro de la Gobernación, por R.O., decide
conceder permiso a Sanahuja para excavar en la Cantera del Puerto, reiterado
por Gracia y Justicia el 4-8-1852.
1853. La Real
Academia de la Historia envía a D. Antonio Delgado Hernández, a
investigar el asunto y comprobar la veracidad del hallazgo. Federico
Kraus estampa y edita en seis láminas todos los fragmentos
encontrados hasta la fecha.
1854 y fin 1853.
Tras el informe de D. Antonio Delgado se nombra a Buenaventura Inspector de
Antigüedades de Cataluña y Valencia. Ejercerá dicho cargo hasta 1873 (veinte
años pues), cuando se suprime su cargo y él ingresa como oficial en el
cuerpo facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios.
1854. La Dirección
de Obras del Puerto muestra poco interés en colaborar, no informa a Sanahuja
de los sectores y fechas de los desmontes, así podría anticiparse y excavar
antes de que se proceda a la extracción de la piedra.
1855. Hernández
Sanahuja sale al paso de las críticas con la “interpretación” definitiva del
significado del sarcófago y sus inscripciones. (Resumen histórico-crítico
de la ciudad de Tarragona desde su fundación hasta la época romana...)
1870. Ante la
avalancha de críticas sobre la veracidad del hallazgo, intenta rehabilitar
la tumba cambiando algunas de sus ideas al respecto (Un manuscrito de D.
Buenaventura Hernández Sanahuja). Rectifica, con un “auto de fé”, pues
quema todos los ejemplares de su obra que encuentra, avalando el
descubrimiento y lanza al mar todos los fragmentos que se encontraban en
Tarragona. Sólo se conservan los fragmentos enviados a Madrid.
Qué opinan los expertos.
1854. Comienza la
discusión acerca de su autenticidad (Modesto Lafuente o
Esteban Paluzie), también sobre su significado y cronología
(el barón de Minutoli, Heinrich Brugsch, Ross).
1855. Tras el
informe de la Academia de Berlín, se retira la edición de la láminas
dedicadas al sarcófago, al reputarse como falso egipcio.
Hübner,
en 1862, definitivamente los considera una falsificación.
Los fragmentos
enviados a Madrid fueron estudiados por Eduardo Toda, egiptólogo, que
también los descartó como egipcios.
A.M. Gibert
(Tarragona Prehistórica y Protohistórica, Barcelona 1909) duda también,
acepta puede tratarse de una tumba fenicia.
Coincide Frotingham con su opinión (The American Journal of
Archaelogy, 1916)
Tras 150 años y un
montón de opiniones expertas como pueden ver el resultado es demoledor:
no es egipcio, a lo sumo fenicio. ¿Quién se atreverá a desenredar
el ovillo? Quedan, al menos, dos fragmentos sobre los que se podrían
intentar análisis de todo tipo, pero quien va a poner interés y dinero en
investigar algo que es “tan falso”.
Entretanto nos
queda buscar un contexto donde sí pueda encuadrarse el hallazgo, sobre todo
si el mismo es anterior a la época que se le supone. ¿Porqué? Pues porque en
su momento se aplicó la “moderna” técnica estratigráfica, tan imprescindible
hoy en día, que permite hacernos una idea de su antigüedad. Un abismo se
abre ante nosotros pues ¿como van a existir los egipcios en Iberia, antes
que en Egipto? Y sin embargo... la Esfinge nos observa mientras sigue con su
“sonrisa”. Una esfinge que tiene antecedentes en cuevas prehistóricas de
toda nuestra península, y en escultura, con una antigüedad “heladora” por lo
glacial...