De su
libro "Sefarad o la morada de los hijos de los dioses".
Sobre la escritura y el lenguaje
El pueblo fenicio llegó a configurar uno de los
principales imperios marítimos y comerciales de
la antigüedad. Su importancia por lo que a
nuestras pesquisas se refiere, se cifra en el
hecho de que fueran precisamente los fenicios
quienes más frecuentaron los puertos de la
Península Ibérica, comerciando amplia y
presumimos que ventajosamente con los primitivos
españoles e "impregnándose" convenientemente de
las creencias, costumbres y tradiciones de
éstos.
Los fenicios han sido, en este sentido, quienes
junto con los griegos, mayor partido han sabido
sacar del antiquísimo acervo cultural de la
Península Ibérica, habiendo adoptado como
propia buena parte de nuestra mitología y
habiéndose atribuido, por lo mismo, la autoría
de esa modalidad de escritura a la que
universalmente se conoce como "alfabeto fenicio"
y que no es, en rigor, sino una de las distintas
modalidades de escritura que desde tiempos
remotísimos han existido entre los diferentes
pueblos de Iberia.
Si los antiguos españoles hubiesen tenido la
precaución de datar muchas de las inscripciones
que hoy se conservan en nuestro país y que
vienen atribuyéndose a fenicios, griegos o
romanos, las sorpresas que íbamos a llevamos
habrían de ser sublimes. Y quien dice las
inscripciones, dice las esculturas, los
enterramientos y todo tipo de vestigios
arqueológicos. Vestigios que en muchísimos
casos, resultarían ser mucho más antiguos que la
existencia mismade esos pueblos mediterráneos a
los que vienen atribuyéndose.
Lo
que nos recuerda lo sucedido con determinadas tumbas del
yacimiento almeriense de Los Millares, tumbas
cuya elaborada ejecución había hecho que se diera por
sentado que eran obra de egipcios, persas o fenicios,
siendo así que un estudio más riguroso de las mismas,
acabó por demostrar que las tumbas en cuestión eran muy
anteriores a sus supuestos "modelos" del Mediterráneo
oriental.
Algo parecido a lo que ha sucedido, por ejemplo, con
toda esa arquitectura megalítica que jalona la geografía
del mundo antiguo y entre cuyos impresionantes
monumentos pétreos, han resultado ser los ibéricos los
de mayor ancianidad.
Pero volvamos al tema, sugestivo donde los haya, del
origen de la escritura y de la paternidad que a los
fenicios se les reconoce sobre la invención de ese
alfabeto por el que nos regimos hoy todos los pueblos de
Occidente. Curiosa paradoja que la modalidad de
escritura utilizada por la viejísima Europa, tenga su
raíz en un alfabeto supuestamente ingeniado por un
pueblo tan joven como el fenicio..., establecido además
en Oriente, en las riberas del Mediterráneo más
distantes de Europa y de Occidente.
Se aducirá que los fenicios comerciaron intensamente con
los pueblos del Mediterráneo occidental, pero ¿acaso no
lo hicieron también los griegos, sin que ello haya
determinado el que el alfabeto heleno haya sido adoptado
por ninguno de los pueblos de Occidente?
La complejidad y dificultad de datar las obras antiguas,
sigue siendo -a pesar de los modernos y cada vez más
sofisticados sistemas de datación- el verdadero talón
de Aquiles de la arqueología, al tiempo que la causa
de que errores descomunales hayan llegado a consagrarse
como verdades incuestionables e inamovibles. Sospecho
que no ha llegado el momento todavía en que los métodos
de datación cronológica utilizados por la arqueología,
merezcan la credibilidad que hoy se les concede.
Cuando una persona se ha enfrentado con epigramas como
los de la asturiana iglesia románica de San Vicente
de Serrapio, en los que los caracteres griegos y
fenicios se funden y se confunden en una amalgama
sorprendente, reuniendo palabras castellanas, griegas y
latinas, resulta difícil no llegar a la conclusión de
que todas estas lenguas se han gestado en la propia
Península Ibérica, siendo los llamados alfabetos griego
y fenicio meras ramificaciones de un tronco común, al
que incuestionablemente se muestra más fiel la escritura
griega que la "fenicia".
No se precisa de mucha perspicacia para deducir que la
"b" fenicia se ha derivado de la beta griega. Y lo mismo
cabría decir de la letra delta y la "d". O la gamma y la
"g". O la zeta y la "z", y así sucesivamente...
La pesquisa siguiente debería llevamos a interrogamos
sobre la lengua en la que pueda tener su origen esta
curiosa e importantísima palabra ("garabos"), con
la que en tiempos remotísimos se conoció a la escritura.
¿Cuál fue esa lengua?
Por sorprendente que pueda parecer, esa lengua es la
castellana, la única que a nosotros nos conste en la que
se conserva plenamente vigente el término "garabato",
referido a un tipo de signos o de escritura más o menos
ininteligible. Y es que, para la inmensa mayoría de los
mortales y prácticamente hasta ayer mismo, cualquier
modalidad posible de escritura no eran sino simples y
elementales "garabatos". No en vano, el conocimiento de
la escritura quedaba circunscrito a un reducidísimo
número de individuos -sacerdotes, por lo común- que
ponían sumo cuidado en evitar que la "plebe" pudiera
compartir los enigmas del conocimiento que sus
predecesores les habían confiado, con la explícita
recomendación de que los mantuvieran "fuera del alcance"
del rebaño, de la "grey". Una forma como otra cualquiera
de mantener a la sociedad en la más supina de las
ignorancias, impidiendo así que los individuos ajenos al
estamento sacerdotal dieran en pensar libremente,
convirtiéndose al hacerlo en una seria amenaza para las
ambiciones del clero.
En cuanto a las vocales, son idénticas. De los números
hablaremos en una obra posterior.
Ya en 1984, cuando redacto mi primera obra sobre la
génesis de la civilización, me pronuncio de forma
inequívoca respecto al origen ibérico de la escritura,
otorgando el mismo origen al alfabeto y a la lengua
griega y poniendo de relieve el hecho de que en el
término latino "scribere" aparezca nítido el marchamo
que acredita la paternidad de esta crucial invención
humana.
El hecho es, sin embargo, que si ibérico es el nombre
latino de la escritura, no lo es menos el término con el
que la lengua griega designa a este concepto: "grafos".
¿Cuál es la etimología de esta palabra? ¿De dónde se ha
derivado "grafos"?
Siempre que dos consonantes aparecen unidas, como sucede
en el caso de la palabra "grafos", es porque se ha
perdido una vocal intermedia que hacía las funciones de
vínculo entre ellas, vocal que, por lo común, no ha sido
otra que la primogénita de todas ellas, la "a". Antes de
"grafos", pues, existió la palabra "garafos" y, antes
que ésta y siendo la "f" una variante moderna de la "p"
y de la "b", vamos a desembocar en el término original-
"garabos" del que se ha derivado esta palabra griega.
Hasta épocas muy próximas a nosotros, ninguna clase
sacerdotal se ha mostrado dispuesta a divulgar y
popularizar el conocimiento, plenamente consciente de
que es precisamente la del conocimiento la más
sustantiva de las arterias de que se nutre el poder. El
poder digno de tal nombre y no aquel que algunos creen
poder sustentar sobre pilares tan endebles y efímeros
como el dominio político, militar o económico. Las
instituciones civiles miden su existencia por lustros,
decenios o, como máximo, por siglos. La historia de las
religiones acostumbra a contarse por milenios...
Huelga decir que el monopolio del conocimiento, pasa
necesariamente por el propio dominio exclusivo de la
escritura. No es ninguna casualidad que "escrito" y
"secreto" sean en realidad la misma palabra, mudado
simplemente el orden de sus dos primeras letras.
Tal vez así se comprenda el peculiar significado del
término castellano "garabato". Y es que, a ojos de una
sociedad que se reconocía absolutamente incapaz de
descifrarla, ¿que fue en definitiva la escritura en su
origen, sino meros esbozos lineales o garabatos?
Garabatos que sin duda ejecutaban -grababan-, aquellos "garabantes"
o "carabantes" que en calidad de sacerdotes vivían
consagrados al culto de la diosa Gala o Gálaba, uno de
los más viejos epítetos de la "Madre de los dioses".
La trascendencia de cuanto antecede se comenta por sí
sola, ilustrándonos mejor que cualquier otro argumento,
respecto a la extraordinaria antigüedad de la lengua
castellana. Lengua a la que la colonización sufrida por
parte del latín, no ha restado un ápice de su valor y de
su indiscutible personalidad, en tanto que forma
evolucionada de aquella remotísima lengua hablada por
las gentes de los valles altos del río Ebro. Idioma
aquel cuyo más fiel reflejo, venturosamente conservado,
es el actual "euskera", a la sazón una suerte de forma
fosilizada del habla primitiva de las gentes del norte
de España.
La
lengua vasca, en su forma actual, no es en modo alguno
el primer lenguaje hablado por los españoles. Sin
embargo, sería absurdo dudar de que es el que más
próximo se encuentra de él, habiendo conservado
prácticamente intactas algunas de sus raíces
fundamentales. Raíces que resulta fácil reconocer y
reconstruir mediante el concurso de las lenguas griega y
castellana.
Las primeras hablas de los españoles, con las
deformaciones y mutilaciones inevitables, quedaron
fosilizadas en la lengua hablada por las gentes que
vivían en las regiones más septentrionales de la antigua
Cantabria, país cuya delimitación geográfica no tenía
absolutamente nada que ver con la que hoy se le
atribuye. Ello contribuiría, entre otras cosas, a
consagrar el equívoco de que la raíz de Cantabria, y por
ende de España, se encontraba y se encuentra a orillas
del Cantábrico.
Las cosas, sin embargo, están muy lejos de haber
sucedido de esta guisa, resultando mucho más cierto que
si bien las gentes del norte de Cantabria, en el ámbito
de la actual Euskadi, se obstinaron en mantener su
lengua incorruptible a despecho de todas las leyes por
las que se rige la evolución del lenguaje, sus
compatriotas de las tierras del sur y del occidente de
Cantabria, posiblemente por haber estado mucho más
abiertos al contacto y a la fusión con otros pueblos,
fueron modelando una lengua cuya principal obsesión, en
contraste con el euskera, parece haber sido la de
mantenerse siempre acorde con cada momento histórico, no
rechazando, por el hecho de ser extraña, cualquier
aportación foránea que pudiera enriquecerla. Muy
especialmente en lo que se refiere a su vocabulario.
El mapa lingüístico de la España remota, quedaría
definido, así, por una lengua -el euskera- que ha vivido
al margen y a espaldas del tiempo, confinada entre las
montañas de Euskadi y por una segunda lengua cantábrica,
hablada por las gentes que vivían en los valles altos
del Ebro, desde su nacimiento en Peña Labra hasta las
tierras de los Berones o riojanos.
Pues bien, es a esta segunda lengua a la que cabe
considerar como el precedente más directo del actual
castellano, así como del griego, del latín y de los
restantes idiomas de la Península Ibérica y de su
entorno inmediato. Y obvio es decir que, por razones de
proximidad geográfica ya pesar de los préstamos e
influencias del latín (mucho menores de lo que se
piensa), es el castellano la lengua que se ha mantenido
más fiel al vocabulario y a la estructura de aquel
idioma hablado por los pobladores de las riberas del
Ebro, en lo que más tarde habría de ser la cuna misma de
Castilla.
En este sentido, como en tantos otros, cabe considerar
al río Ebro como el verdadero artífice de la difusión y
de la dispersión de las lenguas, lenguas que a través de
sus aguas iban a llegar a configurar los diferentes
idiomas hablados en el entorno del Mediterráneo.
Si el capricho de la peculiar orografía del norte de
España no hubiese encauzado a las aguas del Ebro, contra
toda lógica, hacia el Mediterráneo, la historia de la
Humanidad habría sido, en sus orígenes, sustancialmente
distinta...
A partir de cuanto precede, mal podemos sorprendernos de
que sea precisamente un término castellano el que
aparece como único precedente de la voz griega con la
que se designa a un concepto tan crucial como la
escritura. Por lo mismo, tampoco pueden extrañamos las
impresionantes afinidades que existen entre el griego y
el castellano, así como el supuesto cuño heleno de buena
parte de la toponimia de la Península Ibérica.
Y por lo que toca al latín, bien nítido se muestra el
origen de una semejanza, que está muy lejos de
explicarse, como se ha venido haciendo hasta la fecha,
por el hecho de que el castellano, como todas las mal
llamadas lenguas "románicas", sea hijo del latín. ¿Cómo
justifican, quienes a despecho de toda lógica postulan
tan pintoresca tesis, el
hecho de que la lengua hablada por los españoles, antes
de producirse la invasión romana, fuera muy semejante al
latín, hasta el extremo de resultar familiar y
perfectamente comprensible para las milicias romanas que
perpetraron la conquista de la Península Ibérica?
El gallego, el catalán, el francés, el castellano...,
son lenguas previas a la conquista por Roma de todas
estas regiones cruciales del occidente europeo,
resultando igualmente claro que era una lengua muy afín
al castellano la que hablaban mayoritariamente los
españoles antes de la irrupción en nuestro suelo de las
huestes de Roma. Y buena ocasión esta para traer a
colación aquella frase de Ennio, escrita en sus "Annales"
nada menos que dos siglos antes de nuestra era, cuando
España estaba muy lejos todavía de ser romana:
"Hispane non Romane memoreris loqui me"
''Acuérdate de que yo hablo Hispano, no Romano"
Luego existía una lengua lo suficientemente extendida
por la Península Ibérica como para merecer el
calificativo de lengua "española", "hispana"...
Lengua que, desde luego, no era el euskera, desde el
momento en que los autores latinos testimonian el
carácter extraño y totalmente incomprensible para ellos,
de la lengua hablada por los cántabros, en contraste con
el idioma hablado por el resto de los hispanos que, por
el contrario, sí les resultaba familiar y hasta parece
que perfectamente comprensible.
Pocas cosas existen hacia las que el ser humano
manifieste mayor apego que a su propia lengua, pudiendo
presumirse que no sea ésta, en modo alguno, una
peculiaridad de nuestra época y resultando por tanto
harto probable, que esa querencia por el idioma haya
acompañado siempre a la especie humana desde que puede
conceptuarse como tal. Y es que a la postre, la lengua
es -con la salvedad de la vida- la única cosa de la que
al hombre no se le puede privar.
¿Cómo justificar, a partir de aquí, esa opinión que el
devenir de los siglos ha convertido en dogma y que hace
derivar del latín las lenguas de la mayor parte de los
países del occidente europeo, un tanto como si Europa
hubiera vivido antes de Roma, sumida en la más
recalcitrante barbarie e incapaz, por consiguiente, de
configurar un conjunto de lenguas que pudieran oponerse
al latín y frenar -y hasta malograr- el avance de la
lengua del Imperio?
Bien sabido es que la historia la escriben los
vencedores, haciéndose particularmente veraz este axioma
en el caso de esa supuesta y jamás materializada
colonización del occidente europeo por parte del latín.
¿Cómo hubiera podido conseguir un puñado de legiones
-integradas fundamentalmente por extranjeros- que en el
decurso de tres siglos no quedara ni rastro de las
hablas ancestrales de varios países europeos, hablas que
sometidas a las evoluciones y mudanzas de rigor,
contaban con miles de años de antigüedad?
En qué cabeza humana cabe que las gentes de Andalucía,
de Tartessos, renunciasen a una lengua que habían
hablado a lo largo de seis mil años, para aceptar
sumisamente la que trataban de imponerles las legiones
de Roma?
El
mero planteamiento de semejante hipótesis resulta
peregrino, sobre todo si tenemos en cuenta la enorme
dificultad que entonces entrañaba, no ya la penetración
de una lengua en todos los rincones, por recónditos que
fueran, de un país, sino la simple penetración física de
los portadores de dicha lengua. Que una cosa es
conquistar y colonizar un país apenas habitado, y otra
muy distinta acceder a toda esa infinidad de pequeños
reductos de población que existían -y siguen existiendo-
en la Península Ibérica.
¿Acaso iban a ser capaces los romanos de conseguir en
tres siglos lo que los godos en un período similar y los
árabes en ocho siglos de dominación, fueron
absolutamente incapaces de lograr?
Otra cosa es que los romanos, como los germanos o los
sarracenos, llegasen a introducir una serie de palabras
en las hablas primigenias de iberos o galos. Pero poco
más. Las gentes de las viejísimas tierras del occidente
de Europa, particularmente en las zonas rurales en donde
se concentraba la inmensa mayoría de la población,
siguieron hablando tras la llegada de los romanos,
exactamente igual a como lo hacían cuando Roma no había
emprendido todavía su aventura imperial.
Para comprender cuál ha sido el comportamiento de las
lenguas en el pasado, basta con verificar lo que está
sucediendo actualmente, en un momento en el que la
Humanidad está conociendo y padeciendo la más
arrolladora colonización lingüística de su historia.
¿Qué pueblos, qué culturas son las que ceden al avance
incontenible de la lengua inglesa, convertida por mor de
la hegemonía de los Estados Unidos, en la primera de las
lenguas del planeta?
¿Es concebible que al igual que está sucediendo en no
pocos países asiáticos y africanos, carentes de un
profundo sustrato cultural, las gentes de Italia, de
Alemania, de Francia o de España -los pueblos más
antiguos del planeta lleguen a abjurar de sus propios
idiomas para adoptar el inglés como principal o único
cauce de expresión?
Sin duda, muchas palabras inglesas pasarán a engrosar
los diccionarios de las lenguas europeas, de la misma
manera que el inglés se forjó en el pasado a expensas de
éstas, pero de ahí a que las viejas hablas de Europa
lleguen a sucumbir ante el asedio de un habla foránea,
llámese ésta "inglés", "latín"... o "chino", media un
enorme, inabarcable
trecho...