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JEROGLÍFICOS EGIPCIOS EN ÁLABA

 

 

IBERIA CUNA DE LA HUMANIDAD    PRINCIPAL

     Jorge María Ribero-Meneses


 

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Para que la onda expansiva de los descubrimientos efectuados en Vitoria resulte más destructiva en relación con la lectura convencional y tradicional de la Historia, el destino ha querido que la representación del Calvario más antigua del mundo -insisto, trescientos años más antigua que la más vieja aparecida en las Catacumbas de Roma-, haya ido a aparecer acompañada de una colección de fragmentos de cerámica similares al que reproduce el Calvario, en los que nos encontramos con algo tan sorprendente y tan inexplicable como son jeroglíficos supuestamente egipcios. Jeroglíficos que un maestro supuestamente llegado de Egipto habría enseñado a los niños de la ciudad de Belleia, poniendo de manifiesto que, si se enseñaba esa modalidad de escritura a los menores de edad es porque todos los adultos pertenecientes a las clases más acomodadas la conocían también e incluso la dominaban. Porque si la escritura jeroglífica hubiese sido una rareza en el Norte de España por aquellas calendas, sería descabellado pensar que se les fuera a enseñar a los mismos pipiolos a los que, en esa misma clase, se les imponía en la Historia Sagrada adoctrinándoles sobre la vida de Cristo.

Un razonamiento tan elemental como el que acabo de hacer, no se lo han planteado los descubridores del impresionante tesoro histórico exhumado en Belleia, convencidos de que algunas familias pudientes de esta ciudad contrataron a un maestro egipcio para que instruyera a sus hijos. ¿Instruirles enseñándoles una escritura como la jeroglífica que por aquellas calendas ya ni siquiera se utilizaba en Egipto? La especialista catalana que ha estudiado los hallazgos dice, incluso, que en el momento en que supuestamente se dibujaron estos jeroglíficos alabeses, hacía la friolera de cinco siglos que esta modalidad de escritura había pasado a la historia en la propia Egipto, dándose por supuesto que algunos de sus sacerdotes debían conocerla. Lo que, seamos francos, es mucho suponer. Pero aun admitiendo que fuera así y que cuatro santones de los templos egipcios perpetuaran en su país el conocimiento, ya no efectivo sino meramente arqueológico de la escritura jeroglífica, ¿en qué cabeza cabe que uno de esos cuatro sabios en la materia iba a trasladarse desde la entonces todavía opulenta Egipto a una, por aquellas épocas, oscura, insignificante y olvidada ciudad del Norte de España? Y eso, no para impartir lecciones magistrales a las personas más influyentes, sino para enseñar a cuatro mocosos que, a tenor de lo que podemos deducir por los hallazgos, hacía cuatro días que no eran capaces siquiera de hacer una O con un canuto...

Cuando veo razonar a los sabios, a los especialistas, con tan impresionante simpleza, no puedo dejar de reflexionar sobre lo baldío que ha resultado el hecho de que la Naturaleza haya dotado a los seres humanos de una tan prodigiosa como insólita capacidad intelectual. ¿Para qué nos sirve si no la utilizamos? ¿Para qué y de qué nos sirve ser seres pensantes si cada vez que nos enfrentamos a algo que se aparta un ápice del guión que se nos ha inculcado desde la infancia y que tan trabajosamente hemos aprendido, desbarramos a modo y manera refugiándonos en las explicaciones más estúpidas que quepa imaginar, en lugar de pasar por la piedra de un análisis serio, profundo y riguroso todo cuanto creemos saber, planteándonos seriamente la posibilidad de que todo el conocimiento que atesoramos sea un amasijo impresionante de errores, falsedades, simplezas y disparates?

Que a unos niños alabeses se les enseñara a escribir jeroglíficos hace 1800 años, sólo tiene una explicación, cabal, posible: que se tratase de una forma de escritura HABITUAL y TRADICIONAL en el Norte de España, siendo de esta región, MATRIZ INDISCUTIBLE DEL PUEBLO EGIPCIO según tengo abrumadoramente demostrado en multitud de libros, de donde dicho pueblo recibió esa inteligente y primitivísima manera de transmitir el conocimiento. Y no estará de más recordar en este punto que el nombre de Arabia, región vecina de Egipto, es un calco del nombre basko de Álaba: ARABA. O, para quienes no me hayan leído hasta hoy, que en el propio Norte de España y en el entorno inmediato de Álaba han existido hasta SEIS ríos denominados NILO, denominándose MONJES EGIPCIOS a aquellos que residían -y residen- en las riberas de uno de esos ríos: los monjes del Monasterio de Santa María de Balbanera, situado junto al río NEILA. Y hago notar que NEILO fue el nombre griego del Nilo y que el cenobio de Balbanera reproduce textualmente el nombre del monte BALBÉN o BELBÉN en el que las más remotas tradiciones de los ancestros de los egipcios localizaban el nacimiento de la vida sobre la Tierra... O sea que casualidad, ninguna.

Este tipo de evidencias son los que dejan al descubierto la inconsistencia de la lectura tradicional de la Historia que hemos heredado (¡malhadada herencia!) de las generaciones que nos han precedido. Porque cuando por primera vez en la Historia los Españoles empezamos a estudiar seriamente nuestro pasado -en lugar de destruir o de enviar al Vaticano todo lo que se encuentra-, descubrimos que hasta hace solamente 1800 años se les enseñaba a los niños a escribir jeroglíficos... O caemos en la cuenta de que los pueblos de Celtiberia utilizaban el alfabeto griego, en una extensa zona del interior de la Península Hibérica que jamás fue hollada por los mercaderes y colonos griegos... ¿Qué otra explicación cabal y plausible cabe atribuir a todo esto, que no sea la de que esas dos formas de escritura utilizadas por Griegos y por Egipcios formaban parte del acervo cultural, autóctono, de los pueblos del Norte de España, proyectado por éstos a todas las riberas del Mediterráneo, una vez que se produjo la primera colonización de éste desde las comarcas catalanas de la Desembocadura del río Hebro? Sobre este fascinante asunto versa el volumen V de mi Diccionario Histórico-Etimológico-Geográfico-Iconográfico Universal que ha precedido a éste: Tarragona, cuna del Mediterráneo.

 
En otro tomo, en este caso el IV, de este mismo Diccionario, he estudiado en profundidad otro interesantísimo episodio arqueológico reciente que ha permanecido indescifrado por mor de la simpleza de sus protagonistas: en este caso unos papirólogos germanos e italianos a cuyas manos fuera a caer el torpemente denominado Papiro Artemidoro, descubierto entre las entretelas de una momia egipcia. ¿Saben ustedes lo que aparece reproducido en ese papiro? Pues nada más y nada menos que el más antiguo mapa conocido. Y ¿qué es lo que aparece reproducido en esa remota carta geográfica que a modo de guía para su viaje al Más Allá llevaba consigo una momia egipcia? Efectivamente, lo han adivinado ustedes: ¡un mapa de la PENÍNSULA HIBÉRICA! Como lo oyen, un difunto egipcio que, como todos sus coterráneos, sabía que en cuanto se produjera su óbito su alma iba a transformarse en ánade e iba a volar y a navegar hasta alcanzar la Tierra de sus Antepasados en el por ellos denominado PAÍS DEL OCASO..., se hace acompañar de un mapa de España. Que, ocioso es decirlo y hasta el año 1492, fue universalmente identificada como el País de Occidente o Región del Ocaso...
 

Las almas de los Egipcios regresaban a su tierra originaria de lo que ellos denominaban el Occidente o el Amenti... Nombre, este último, que lleva también su sorpresita incorporada. Porque Amenti es una leve corrupción de ARMENTI y este nombre al que los filólogos baskos atribuyen una etimología que produce vergüenza ajena oírla (granja de vacas), no es otra cosa que una variante de uno de los más antiguos nombres de Hiberia, documentado en un mapa italiano del siglo XIV: ARMENIA. Por eso todas las más viejas fuentes históricas se muestran coincidentes a la hora de situar en Armenia la cuna de la Humanidad, habiéndose supuesto que ese país es el asiático que hasta hace cuatro días ha ostentado este nombre. Del mismo modo que tres de sus vecinos calcaron otros tantos antiguos nombres de Hiberia: IBERIA..., GALACIA y ALBANIA... Sin comentarios.

A la Península Hibérica se la conoció en una Antigüedad nada remota como ARMENIA Mayor [denominación que reproduce Opicinius de Canistris en un mapa del siglo XIV; ver fig.], por la sencilla razón de que Armenia fue uno de los antiguos nombres del río Hebro, plasmado en numerosos lugares de su curso entre los que destacan los Montes de Armenia que acompañan a dicho río a su paso por el burgalés Valle de Val-d´Ibielzo. Por eso nos encontramos allí con la delicia románica del antiguo conventuelo de El Almiñé. O, algo más al norte y en los montes en los que se gesta el Hebro, con el bucólico Valle de Mena, conocido antiguamente como Amania y, más atrás en el tiempo, como Armania. Todo ello por mor del mismo fenómeno de síncopa que convirtió en Amenti al ARMENTIA hacia el que en realidad volaban las almas de los antiguos Egipcios, metamorfoseadas en ocas. Sí, en esas mismas ocas que dieron nombre a la antigua Cabeza de Castilla de Burgos u OCA, así como a los Montes de OCA que recorren buena parte de la provincia de Burgos, vinculados al río Hebro... La monumental trascendencia de la oca no es, pues, extraña en absoluto a estas tierras a las que me vengo refiriendo, en el entorno de los antiguos Montes de Armenia. De Armenia, insisto, o de Armentia, que tanto monta. Por eso, cuando las aguas del Hebro abandonan la provincia de Burgos y se adentran en tierras alabesas, dan nombre a sendas poblaciones denominadas Armiñón y... ¡ARMENTIA! ¡Sí!, a esa granja de vacas de los paleolíticos filólogos baskos...

 
¡Vive Dios!, ¿en qué cabeza mínimamente bien acondicionada puede caber el dislate de que el nombre de Armentia signifique granja de vacas, cuando por una parte y como hemos visto reproduce un antiquísimo nombre de España y, por otra y con absoluta coherencia, designa a la que fuera antigua Sede Episcopal de la región alabesa? ¿No es del más elemental sentido común que Armentia era un nombre sagrado y que, debido a ello, se impuso esa denominación al que en su época fuera el enclave más sagrado de Álaba?
 
Si sería sacrosanta y reverenciada la sede de Armentia, que su nombre reproducía literalmente el del Paraíso o Tierra Originaria de los Egipcios mediterráneos: ARMENTI. El mismo término, por cierto, que mínimamente deformado denominara -¡mucha atención!- a las pirámides egipcias. Una vez más con la más rotunda y admirable coherencia, por cuanto ¿no eran las pirámides los vehículos a través de los cuales los faraones y altos dignatarios egipcios soñaban viajar hasta su fertilísima patria originaria de la...
                                Aramantia   =   Armentia   =   Armenti   =   Amenti
 
del País del Ocaso?
 
Por cierto, he omitido decir que la antigua Sede Episcopal alabesa de ARMENTIA se encuentra en la propia Llanada Alabesa y a tiro de piedra de la antigua ciudad de Belleia en la que han ido a aparecer esos sorprendentes e inesperadísimos jeroglíficos similares a los egipcios...
 
Una vez conocidos todos estos datos, que son una milésima parte de los que podría proporcionarles, ¿puede extrañarnos un ápice el hecho de que unos niños alabeses estudiasen y practicasen la escritura jeroglífica? ¿No es más bien la posibilidad contraria, la de que no aparecieran, la que debería sorprendernos? Y en este sentido debo añadir que personalmente no he abrigado jamás la menor duda de que la escritura jeroglífica se había practicado en el Norte de España y de que el descubrimiento de vestigios de ella en esta región era solamente una cuestión de tiempo. Pues bien, parece que no ha habido que esperar demasiado...
 
Recurriendo, como siempre, al sentido común, uno de los argumentos a los que he recurrido en el pasado para fundamentar mi tesis sobre el origen hibérico de la escritura jeroglífica, es el hecho de que sea la lengua castellana la única del planeta que ha conservado no ya una sino dos palabras emparentadas con ese término y cuya antigüedad es tal que permiten explicarlo. Esas palabras son jerga y jerigonza, referidas a un lenguaje primitivo y hermético de muy ardua comprensión. Exactamente lo que son los jeroglíficos. Y la conclusión es inevitable: no habiendo existido relación alguna entre España y Egipto, por lo menos hasta donde alcanzan nuestros conocimientos históricos, y no pudiendo achacarse a esa intensa relación el hecho de que llegaran a nacer esas dos palabras castellanas, referidas a esa escritura egipcia que aquí nos era completamente desconocida, la única explicación cabal que podemos dar a ese hecho es el de que existía efectivamente en la Península Hibérica ese tipo de lenguaje escrito, siendo su nombre entre nosotros el de jerigonza. Y existía desde épocas muy remotas por cuanto este término no sólo describe la dificultad de ese lenguaje sino también su gran antigüedad.

IBERIA CUNA DE LA HUMANIDAD     PRINCIPAL

     Jorge María Ribero-Meneses

 

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