Extracto de su libro "Cristo es Adán". El
Dios de los Atlantes.
A través de las páginas que restan de este libro y desempeñando la misma función
que esos sillares milimétricamente medidos, cuyo engarce en una bóveda hace
posible que ésta pueda sustentarse, voy a acabar de demostrar que todo ese mundo
legendario que he rescatado del olvido a través de estas páginas y en el que se
modelaron el mito y la figura de Cristo, nació y evolucionó en el norte de
España. Más exactamente en la estrecha franja que se extiende desde las montañas
que prestan al río Ebro sus primeras aguas, hasta las verdes y abruptas costas
de un mar al que se ha conocido con los nombres de Océano, Ibérico,
Atlántico, Cantábrico ... y Rojo. Epíteto que le venía dado por su situación occidental y
por el hecho de que sus aguas adquieren ese color en el momento del crepúsculo.
Un fenómeno que nuestros antepasados atribuían al hecho de que el Sol se
desangraba cada día, al anochecer, al sumergirse en las aguas del remoto
horizonte. Y, naturalmente, decir Rojo equivale a decir Etíope = Eritreo =
Fenicio = Atlántico = Océano, nombres todos ellos que han servido para designar
al color rojo de la sangre del Sol, de la sangre de Cristo.. .
Voy a describir cuál fue el escenario en el que surgió el mito de Cristo y de
toda su legión de páredros divinos, y voy a hacerla limitándome a transcribir los
testimonios que respecto a la cuna de la Humanidad nos han legado los
historiadores antiguos. Pruebas que pese a su extraordinaria claridad y
precisión, no han podido o querido ser entendidas hasta este momento.
Heber ...
Voy a empezar mi relato cediendo la palabra a un reputado cronista español del
siglo XVII. Él nos habla del patriarca de La Atlántida, Heber o Evenor, dios
epónimo de la ciudad y bahía de Sant Heber o de Sant Anders. Y observen ustedes
que no se trata sólo de una coincidencia de nombres, porque también aparece el
toro, en este caso buey o toro castrado, en este precioso texto que nos ha
legado José Pellicer de Ossau y que es análogo a los que nos han transmitido
otros autores europeos:
Poseidón, yerno de Heber, fue de los nietos de labán. Por
haber entrado en
España por mar, le da Platón el nombre de Neptuno. Su verdadero nombre es el de
Foro y porque surgió en forma de buey, le dijeron en lengua española
ltalo y
después los griegos Bósforo. Acaso de su nombre de Foro, duró el llamarse
Fueros las leyes españoles y Foros los tribunales.
Neptuno se quedó con la isla Atlántida y engendró hijos en una parte de ella.
Dominaba la isla un rey cuyo nombre era Evenor. Éste, de su mujer Leucipa, había
engendrado una sola hija llamada Clitone. Muertos sus padres y estando en edad
de casarse, Neptuno se casó con ella.
Evenor, abuelo de los diez Príncipes que nombra Platón, fue el segundo rey de
los Españoles. Su propio nombre fue Heber. Por testimonio de Julio Aphricano
sabemos que Heber, en la antiquísima lengua de España, significaba la Luna.
La concordancia de este texto con el contenido de los dos capítulos precedentes
-y con todo el desarrollo de este libro- es tan absoluta y aplastante, que
prefiero que sea el propio lector el que se formule todos los comentarios y
reflexiones pertinentes.
En
De las cosas maravillosas del mundo, su autor Iulius Solinus nos habla del
mismo Evenor, aunque en un escenario aparentemente distinto:
Algunos quieren que a Roma fuese dado primeramente este nombre por
Evandro,
habiendo él hallado en aquel lugar una fortaleza que estando antes edificada,
los mancebos Latinos la llamaron Valencia.
Evandro es el propio Evenor = Heber. Por eso el nombre de
Roma se prodiga tanto
en Cantabria, en particular en torno a la bahía de Santander... (¡atención!).
Ámbito en el que todavía existe un santuario consagrado a la Virgen de
Valencia... Una Virgen a la que no se molesten ustedes en buscar por los
aledaños de la sucursal de la Roma italiana, porque brilla por su ausencia.
Noé = Foroneo ...
Al propio Poseidón = Neptuno = Foro, dios de los Atlantes, se refiere también
otro cronista regio, el Padre Francisco Sota. A este autor del siglo XVII le
debemos este precioso testimonio:
El Emperador Carlos V tenía muchas medallas antiquísimas y como no entendiese
sus imágenes ni letreros, mandó a su Cronista Fray Antonio de Guebara que se las
declarase; el cual, después de haber tomado tiempo para estudiarlas, se las
explicó por un razonamiento que le dio escrito, que después imprimió con sus
Epístolas; donde interpretando la imagen y letras de la primera moneda, dice ser
la más antigua que había visto y que sus letras decían: Éste es el Rey Foroneo,
que dio leyes a los egipcios. Luego dice que este Foroneo fue el rey Osiris.
Que este Foroneo es el mismo Foro al que hace un instante se refería Pellicer,
lo confirma de manera rotunda el propio Padre Sota cuando, como veíamos
anteriormente, nos dice que...
Ammón es el mismo que fue llamado Osiris por los Egipcios, supuesto que éstos
le imaginaron con cuernos y por esta misma causa también le renombraron
Apis,
que en su lengua significa el Buey.
Como el lector sabrá apreciar, no nos hemos alejado un ápice del toro de fuego
surgido del mar en la bahía de Sant Ander.
Foroneo era tan egipcio como yo. Por eso era un rey español el que conservaba su
antiquísima medalla. No en vano se trataba del propio Heber = Foro. De Neptuno.
Por eso los baskos se dicen descendientes de Forom = From. Por eso los pueblos
de la cuenca alta del Hebro ( = Heber) rinden culto a San Formedio, en tanto que
los aragoneses, siempre junto al Ebro, veneran a San Frontorio. Un santo que
está proclamando a gritos su condición de toro. O de buey, que para el caso es
lo mismo. Un toro castrado; castrado como Noé. Porque ese nombre de los bueyes o
foros tiene su origen en los zoros o toros, así como en el semen o
thoros del
Sol cuya mezcla con la espuma del mar había dado forma a la primera mujer de la
Tierra. Nos lo dice otro clérigo, Fray Juan de Pineda, que viviera en el siglo
XVI:
De las vergüenzas del Cielo -Noé-, echadas al mar, se engendró Venus.
...
Y echadas a un mar de Iberia, ya que de otro modo no tendrían sentido estas
palabras de Florián de Ocampo, importantísimo cronista del propio siglo XVI:
Noé Jano tuvo templos en España, con sacerdotes y ministros que reverenciaban su
memoria.
Dos de esos templos a los que se refiere Ocampo estuvieron emplazados en las
bahías de Santander y de Santoña. En este último caso en el cónico y antes
insular monte Jano = Hano, en cuya cima está documentado que existió un
antiquísimo castillo, a la vez que un monasterio. De hecho, una réplica de ese
cenobio pervive todavía al pie del monte en cuestión..., virtualmente engullido
ya por una cantera que ha prometido borrarlo del mapa. Y lo va a cumplir. A estos
extremos conduce la ignorancia y la estupidez humana. Y no estoy atacando a la
empresa que explota la cantera sino a los políticos que se lo permiten.
Otro santuario o monasterio, trocado luego en castillo y a la postre en palacio,
existió en la hoy denominada Península de la Magdalena de la bahía de Santander.
y su nombre, documentado aún en la vieja cartografía de la ciudad, fue
precisamente éste: Jano. Lo que resulta
por demás coherente con la tradición de que Noé había sido el fundador de
Santander...
Frente a la antigua península de Jano, en la otra orilla de la propia bahía de
Santander, existe un santuario consagrado a la Virgen de Hano... Lo que quiere
decir que estos dos enclaves sagrados ejercían la función de puertas de dicha
bahía. Algo muy coherente con un dios, Jano, al que se adoraba como dios de las
puertas.
Respecto a quién era Noé en realidad, el por toda la clerigalla (y sus adláteres) denostado Fray Juan Annio de Virerbo, nos lo aclara:
Juzgaban que Noé participaba de naturaleza divina y por esto le llamaban
Olibana y Arsa, que quiere decir Cielo y Sol.
Chem o Zoroab, dado a la magia, aborreció siempre a su padre. Y ansío hallándole
enagenado en la Tierra y viendo la ocasión oportuna, tomándole
su virilidad, pronunció ciertas palabras mágicas secretamente, con que le dejó
infecundo, estéril y castrado; y desde entonces no pudo tener ayuntamiento con
mujer alguna, ni engendrar hijos.
Por eso Foroneo = Neptuno era un buey y no un toro. Porque había sido
castrado
para alumbrar la vida sobre las aguas. Lo que explica esa mansedumbre que el
Padre Los Corrales documenta en el toro de fuego llegado a Santander...
¿ Y de dónde ha surgido ese nombre del rey Foroneo? Pues sencillamente de uno
de los epítetos del dios Neptuno, documentado sólo en un libro español: en el ya
citado Las Habidas de Jerónimo Arbolanche. Allí se le denomina a Neptuno con
estos nombres: Ibero = Iberino ( = Heber) y Vagnalio, por corrupción de
Barnayo
(de donde bañas = cuernos...). No dejando de mencionar que tenía su cuna y su
reino en las fuentes del río Hebro = Ebro = Ibero.
Y el dios en cuestión, epónimo del río Ebro, era al propio tiempo el dios o
patriarca del reino de ¡Tartesia!... Del que recibiría su nombre la esposa de
Noé ...
Tartasia = Titana ...
Escuchémosle, nuevamente, a Annio de Viterbo. Ese monje italiano al que durante
varios siglos los historiadores eclesiásticos y todo su séquito de acólitos del
mundo académico han venido poniendo a caer de un burro, acusado de haberse
inventado una remotísima Crónica sobre los orígenes de la Humanidad, preñada de
noticias sorprendentes y comprometedoras para la ortodoxia católica.
Pues bien, el libro de Annio de Viterbo -dedicado, por cierto, a los Reyes
Católicos- es una obra sencillamente monumental. Y ello no por su valor
histórico sino por su contenido mitológico, absolutamente coherente con las
noticias que nos han transmitido otros autores. Annio no se inventó
absolutamente nada y quienes le acusan de falsario (el último ha sido Julio
Caro Baraja), lo único que consiguen es demostrar que no tienen ni la más
puñetera idea sobre el tema sobre el que pontifican. Muchas veces coincidimos
José Mª de Areilza y yo en comentar lo necio que resulta tildar de fingida e
inventada a una obra que tenía como destinatarios nada menos que a los reyes más
poderosos del planeta. Como si Isabel de Castilla y Fernando de Aragón hubiesen
sido un par de pardillos a los que podía engañarse como si tal cosa. Tanto ella
como él, así como todos los clérigos que les rodeaban, conocían ya todo lo
contado por Annio de Viterbo. No en vano estaba en absoluta consonancia con el
contenido de multitud de obras afines que circularon por España hasta que la
ignorancia y la Iglesia aunadas las convirtieron en ceniza... (Y José Mª de
Areilza tampoco era precisamente un incauto: ha sido uno de los españoles más
inteligentes de este siglo, amén de haber sido el primero en ocupar el
honorabilísimo cargo de Presidente del Consejo de Europa; entre otros muchos de
no menor rango).
Pero veamos lo que nos dice Fray Juan Annio sobre la esposa de Noé :
A Tithea, que era madre de todos, llamaban
Aretia, que quiere decir Tierra y
después de su muerte le dieron el nombre de Hestá, que es lo mismo que fuego.
Lo que es cierto. Hestia significa altar o fuego sagrado. O, simplemente, Sol.
No en vano Hestia es una corrupción del nombre de la Diosa solar de los antiguos
pueblos del norte de España: Biztoria o Victoria. O, lo que es lo mismo, nuestra
ya conocida Hékate, la diosa que arrojaba fuego por los ojos. Que de ahí la
costumbre ibérica de reproducir con piedras preciosas los ojos de las imágenes
de la Diosa. El brillo de esas gemas venía a reproducir el que se le atribuía a
la mirada ígnea de la madre celestial.
Un autor aún más antiguo, Eusebio, vuelve a hablamos de la mujer de Noé,
Titea,
aunque designando al patriarca con el nombre de Urano :
Urano se casó con
Titea o Tierra, su hermana, de la cual tuvo cuatro hijos: Ilo,
Betylo, Atlante, Pana.
Ni hijos ni gaitas. La importancia de este documento de Eusebio radica en que
nos ha transmitido los nombres de cuatro hermanos que, en rigor, no son sino
cuatro nombres geográficos del mundo primigenio. Son cuatro topónimos de los
que habían de derivarse otros tantos gentilicios. Aunque lo más precioso del
asunto, lo verdaderamente colosal es que lo que se esconde detrás de esta
progenie de la primera pareja divina, son en realidad cuatro denominaciones
distintas y sucesivas de una misma región. No se trata -insisto porque es éste
un punto fundamental- de pueblos vecinos, sino de un mismo pueblo recordado a lo
largo de cuatro etapas o fases distintas de su historia. Que ésta fue, a la
postre, la principal función de la Mitología: inventarse unas historias con el
fin de perpetuar la memoria de los nombres de los primeros dioses, pueblos y
escenarios de la Historia de la Humanidad. Nadie se habría aprendido toda esa
legión de nombres así, a palo seco. Sin embargo, dotados de su correspondiente y
peculiar leyenda...
Ilo, Betylo, Atlante y Pana son, pues, nombres diversos de un mismo enclave
geográfico. De un lugar al que primero se denominó...
1. Ilo = Ilión
( = Troya) = Eolia = Aelia ( = Ierusalem) = Elíseo = León = Lyon
...
2. Más tarde... Betylo = Bezyllo = Bedillo = Eziyo = Ethiopía ...
¿Se entiende ahora por qué los antiguos Parsos o Persas eran originarios de una
región denominada Ariana Bediyó?
3. Posteriormente... Atalanta = Atlántida = Atlántico...
4. Y a la postre...
Pana = Pania = Aspania = Hispania ...
Aquí, en estas dos sencillas líneas de Eusebio a las que nadie ha prestado la
menor atención, valorándolas como absurdos cuentos mitológicos, se encontraba la
humildísima clave que conducía al esclarecimiento del misterio de los orígenes
de la Humanidad. Y, con él, a la localización de la tan buscada Atlántida y de
la nunca buscada, aunque jamás hallada, Etiopía. Porque todos estos nombres
recuerdan otros tantos nombres perdidos de la primera Iberia o Tartasia. Y de
ahí el que esos cuatro nombres de los hijos de Tithea vayan a coincidir
puntualmente con los de cuatro de los reyes míticos de España:
Ilo = Ilemón
... |
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|
|
|
Betylo = Betys
... |
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|
|
|
Atlante =
Atlante ... |
|
|
|
|
Pana =
Pana |
En seguida vamos a ver confirmadas estas cruciales conclusiones. Antes, sin
embargo, vamos a seguir escuchando cuanto los antiguos historiadores tienen que
decimos respecto a los Padres de los Dioses, la pareja formada por Tithea y
Urano.
Es justamente de Uranio = Baranayo de donde se ha
derivado el nombre de Neptuno
Foroneyo o Foroneo, el dios que habría de servir de precedente y de modelo para
los primeros Faraones... Y en cuanto al nombre de su mujer, Titea, así como el
de sus hijos los Tyrtanes o Titanes, bien de manifiesto queda que su mito fue
acuñado en la región de Tartesos o del Tártaros, dos de los nombres con los que
también se conociera a la región de los Infiernos. De ahí el que fuese
Tyrtenos uno de los primitivos gentilicios -documentados- de los españoles, así
como que a la diosa Atenea se la denominase Tritonia. Ergo era la cónyuge de
Noé...
Conozcamos ahora esta inapreciable información, debida a un historiador -George
Cedreno- que vivió a caballo del primer y el segundo milenio. Y estamos, una vez
más, ante un testimonio de un valor inconmensurable. Juzgue el lector por sí
mismo:
Los moradores de la Ensenada del Océano Atlántico tuvieron por su primer rey a
Uranio, cuya mujer fue Titana, de donde se llamaron
Titanes. Éste afirman que
observó con grande estudio los cursos de los astros y anunció los contingentes
futuros del Mundo. En tiempo de Abraham florecieron los hijos de Uranio y entre
ellos fue celebradísimo Atlante, a quien pertenecieron las provincias vecinas al
Océano. Él fue el que estableció el estudio de la Astrología y manifestó la
doctrina del Globo, que fue la causa de que se pensase que Atlante tenía el
mundo sobre sus hombros.
El mayor y más afamado seno o ensenada de todo el litoral Cantábrico, es el que
forma la bahía de Santander. E insisto en que el nombre de Cantábrico, es
enormemente moderno. Sus verdaderos nombres son y han sido siempre...
Mar Océana / Mar Atlántica / Océano Cántabrio / Océano Ibérico
... O,
simplemente, Océano.
Y considero ocioso enfatizar el hecho de que el texto de George Cedreno que
acabo de reproducir, señala exactamente -conjugado con todos los precedentes-
cuál es el emplazamiento exacto de la legendaria Tierra Atlántida...
Urano, dios de Atlantes e Hiperbóreos
Como no pocos autores ya han presentido, los legendarios y tan buscados
Atlantes no son otros que los pueblos Hiperbóreos o
Hiberbóreos a los que tan constante alusión me veo obligado a hacer. No en
balde ellos fueron los primeros pobladores de la Tierra, siendo cristalino que
su legendario país era aquel que se extendía en torno a la bahía de Sant Heber o
de Sant Anders. En el punto más septentrional de la costa cantábrica. En el
norte por antonomasia de Hiberia. Lo que explica el que de
Hiberbórea se haya
derivado Hiperbórea, como denominación de las costas que estaban situadas en el
último confín del litoral septentrional. Un último confín que muchos han querido
llevarse hasta Escandinavia o los países bálticos, en un derroche de ceguera
(cuando no de estulticia) verdaderamente preocupante:
a) porque es impensable que la cuna de la Humanidad haya podido estar situada en
una de las zonas más frías y por ende inhóspitas del planeta, yerma por otra
parte durante los larguísimos períodos glaciares en los que buena parte de
Europa ha permanecido enterrada bajo el hielo...
b) porque no se conserva rastro alguno en esas costas de las tradiciones
hiperbóreas...
c) porque si descartamos la hipótesis descabellada del norte de Europa, la
única franja costera septentrional que existe en este continente es la del norte
de España; no existe otra y, por ende, no hay alternativa posible....
d) porque la descripción que del País de los
Hiperbóreos nos han transmitido los
historiadores antiguos no tiene absolutamente nada que ver con una climatología
y un paisaje como los del norte de Europa, siendo por el contrario idénticos a
los que se disfrutan en el litoral septentrional de Hiberia :
Era aquella una región ideal, de clima dulce y agradablemente templado, un
verdadero país de utopía. El suelo produce dos cosechas al año. Los habitantes
tienen costumbres simpáticas y viven al aire libre en los bosques sagrados,
gozando de extrema longevidad. Cuando los viejos han disfrutado suficientemente
de la vida, se arrojan al
mar desde lo alto de un acantilado, contentos, con la cabeza coronada de
flores, y encuentran en las olas una muerte feliz.
Una costumbre que, por cierto, conservaron los antiguos cántabros y astures
hasta la llegada de los Romanos a España, siendo ellos el único pueblo del
mundo en el que está documentada esa dura y aguerrida manera de despedirse de la
vida... Las palabras de Pierre Grimal que acabo de transcribir, no ofrecen lugar
a dudas. ¡Qué nulos son los puntos del litoral atlántico europeo en los que
existe una climatología semejante! Descartadas todas las costas mediterráneas
que aparte de no ser ni nórdicas ni oceánicas padecen un tórrido clima estival
que no tiene nada de dulce y sí, por el contrario, mucho de insoportable, las
únicas costas que existen en toda Europa orientadas al norte y bendecidas por un
clima auténticamente paradisíaco, son las de la Península Ibérica.
Los pueblos cantábricos recurrían a diferentes procedimientos para quitarse la
vida: uno era el despeñamiento; otro el fuego; y un tercero, extendidísimo hace
dos mil años, el envenenamiento con el fruto del tejo = texo. Que de ahí la
palabra tóxico... y de ahí igualmente el que Hesíodo, en Los trabajos y los
días, se refiera a los primeros pobladores de la Tierra con estas palabras:
Los hombres vivían entonces como dioses, libres de cuidados y al abrigo de las
penalidades y de las miserias. No conocían la vejez y pasaban su tiempo, siempre
jóvenes, en medio de festines y banquetes. Cuando llegaba la hora de morir se
sumían en un dulce sueño. El suelo producía de por sí una abundante cosecha y
ellos vivían en paz en los campos. Alimentábanse exclusivamente de legumbres y
fruta, porque nadie pensaba en matar. Aquella tierra gozaba de una eterna
primavera.
Como a los griegos y demás pueblos mediterráneos les parecía imposible que
pudiera existir un país tan privilegiado como el que describían las viejísimas
fuentes históricas, en su inmensa mayoría egipcias o tartésicas, dio en pensarse
que el país de los Hiperbóreos era un simple mito, habiéndose asentado esta idea
en los historiadores modernos que, de forma unánime, cuestionan cuando no rechazan tajantemente su
existencia real. Una demostración de la infinita ignorancia en la que la inmensa
mayoría de los historiadores contemporáneos se hallan instalados en relación con
el pasado remoto del ser humano. Porque es verdad que ni los griegos ni los
fenicios viajaron apenas a las costas cantábricas, en las que por otra parte no
debían ser demasiado bien recibidos. Pero aterra pensar que los historiadores
modernos puedan seguir desconociendo -o ignorando adrede- que todos y cada uno
de los pormenores que la Antigüedad nos ha transmitido sobre la primera morada
de la Humanidad o país de los Hiperbóreos, confluyen en las costas del norte de
España. ¿Qué manera es ésta, tan irracional y tan estólida, de hacer ciencia?
Bastaba la simple lectura de estas palabras escritas en el siglo XVII
por el Padre Sota, para caer en la cuenta de que
la tan torpemente buscada tierra Hiperbórea
era el norte de Iberia...
La costa del mar, que es tierra muy templada, da en poco trecho muchos y
diversos frutos, cuantos se puedan desear. Las frutas y hortalizas no se riegan
sino con el agua de la lluvia, que pocas veces
falta; son de admirable gusto y en grande abundancia de todas especies y
diferencias, particularmente de limones, naranjas y cidras. Las carnes, por la yerba que los ganados pacen, fertilizada del rocío marino, son por extremo
gustosas. Los pescados son en grandísima abundancia y variedad y de los más
regalados que se conocen en el mundo. Los ríos son asimismo piscosísimos de
salmones, truchas, lampreas y otros muchos peces. Es la costa de mar país muy
templado y saludable por los frescos y puros aires marinos que la orean, y
fuentes innumerables de dulces, frías y delicadas aguas que de sus cerros se
precipitan risueñas y quebrantadas. De minerales de oro, plata, hierro, acero,
estaño y plomo es tierra tan rica que cuando los Romanos conquistaron lo
occidental de Asturias, dice Plinio que hallaron allí más minas de plata y oro
que en todo el resto del Orbe.
Claro que estas palabras del Padre Sota y que cualquier conocedor de las tierras
del Cantábrico suscribiría sin la menor vacilación, no
sólo conducían a la identificación del país de los Hiperbóreos sino, también, de
la primera y genuina Tartesia y del país de los Atlantes ...
Nos lo aclara, en este caso, un historiador tan prestigioso como Diodoro de
Sicilia. Un autor latino que, en contra de lo que se dice, debió beber
infinitamente más en las viejas fuentes históricas ibéricas -que tenía bien
cerca: Sicilia fue poblada por los Iberos- que en las egipcias. Sólo así se
comprende que haya podido transmitimos una descripción tan fiel y tan exacta del
genuino país de los Atlantes de la costa
septentrional de Iberia:
Los Atlantes habitaban el litoral del Océano, en un país muy fértil. Afirmaban
que su país era la cuna de los dioses. Su primer rey fue Urano. Su imperio se
extendía sobre todo el mundo (primigenio), pero principalmente al lado del
Occidente y del Norte.
Su suelo era fértil, montañoso, poco llano y de gran belleza. El aire es tan
templado que los frutos de los árboles y otros productos crecen allí en
abundancia la mayor parte del año.
Y a estas monumentales y concluyentes noticias sobre la
Atlántida, auténtica
fotografía de la región cantábrica, le siguen estas otras debidas al mismo
autor:
Urano fue el primer rey de los Atlantes, pueblo particularmente piadoso y justo
que habitaba en el extremo de la Tierra, en las riberas del Océano.
Después de haber civilizado a su pueblo, iniciándolo en la cultura, Urano
moriría recibiendo honras fúnebres y siendo enterrado en la isla Océana, cerca
de la ciudad de Aularia.
Como venimos viendo, Atlantes y Etíopes fueron gentilicios indistintos de un
mismo pueblo. Compárese por ello el primero de estos dos párrafos con éste que
sigue, debido también a Diodoro:
Hércules y su padre Bako, habiendo peregrinado todo el mundo, no
hicieron guerra a los Etíopes, por la gran piedad y caridad que en ellos
reconocieron.
En su momento descubriremos cuál fue aquella isla Océana a la que se refiere
Diodoro, facilísimamente localizable una vez que llegamos a saber cuál fue el
verdadero extremo de la Tierra identificado como tal por la primera Humanidad.
En cualquier caso y al margen de su situación exacta en el contexto del norte de
España, nadie se atreverá a dudar de que es a éste al que ayer y siempre se ha
identificado con el último confín del mundo conocido. Sencillamente porque lo
es. Lo que quiere decir que el país de los Atlantes se hallaba en la región
cantábrica. Y esto, como suelo decir, sólo podrá ser contestado a partir de
ahora por quienes no hayan leído estas páginas. O por quienes, habiéndolas
leído, posean un nivel intelectual -o de honradez tan ínfimo como para seguir
repitiendo las mismas sandeces que se han dicho siempre, a despecho de todas las
pruebas que estoy aportando (y que se suman a todas las recogidas en mis libros
precedentes).
Otro autor antiguo, Apolodoro, remacha la primogenitura regia de Urano:
Urano fue el primero en gobernar el mundo...
labán ...
Veíamos antes que Poseidón Uranio era de los nietos de
Iabán. Un personaje del
que nos habla otro autor antiguo, Juan Goropio Becano:
Elisa, hija de Jabán, fue la primera pobladora y Princesa de España, habiendo
dado nombre a los Campos Elíseos españoles.
Campos Elíseos en los que moraban aquellos pueblos Arimantes o Arimaspes a los
que no hace mucho me refería, en ocasión de referirme a su dios, el juez de los
Infiernos Aramantis = Adamantis = Adam... y de ahí el que Clemente de Alejandría
certifique la localización de los Elíseos en la región de los Infiernos sobre la que reinaba Hades = Adam = Arimán... Por otro nombre Plutón...
Los Arimaspes vivían a orillas del río Plutón, en los Campos
Elíseos o República
de los Justos.
¿Quién era ese Iabán o Jabán al que se refiere Goropio Becano? Pues,
sencillamente, el toro de fuego que arribó a Santander y al que todavía se
rememora en las fiestas patronales de varias poblaciones de España. Entre ellas
en Medinaceli o Medina Celima, denominándole en este caso El Toro Júbilo
o Toro
de Fuego...
El Toro Júbilo era Jabal, el padre de la diosa que diera nombre a los Campos
Elíseos. Y Jabal o Yabal era Sant
Yago, aquel a cuyo santuario seguimos
peregrinando para hacemos acreedores del Jubileo... y por eso, como Sant Yago
era Iabal = Iubilo, el dios del Jubileo, su fiesta se celebra, coherentemente,
en el mes al que ha dado nombre: el de Júbilo o Julio... El mes de Neptuno
Iabal..., que empieza pocos días después de que comience el verano y de que se
celebre la fiesta de San Yabania = Giovani o... Juan.
¿Comprenden ustedes ahora, señores historiadores, quién era aquel mítico y
celebérrimo Preste Juan de Etiopía al que tan constante alusión se hace en las
más viejas Crónicas y al que con una atroz miopía han venido identificando
ustedes con un rey de la moderna Etiopía africana?
El Preste Juan de Etiopía y de la India -supuesto custodio del Santo Grial- no
era otro que el personaje mítico al que están consagradas las páginas de este
libro, Cristo. El mismo que habría de dotar de nombre y de identidad a los dos
santos Juanes: el Bautista y el Evangelista. Porque detrás de todos estos
Juanes se oculta el mismísimo Iabán al que se atribuía la paternidad del primer
poblador de España. y por si alguien osara dudar de mis palabras, le sugiero que
desplace su mirada hacia la xilografía alemana del siglo XV que acompaña a estas
líneas. En ella podrá descubrir al Preste Ioanes = Giovanni de
Ethiopía y de la India... con un Cristo y un árbol de la vida sobre su cabeza. Y
para que no quepa ninguna duda de que él es el propio Cristo, ahí le tienen
ustedes haciendo con sus dedos el símbolo con el que aquél era representado.
Como vemos, allí donde las hogueras de la Iglesia apenas han ardido, se han
conservado los testimonios de la verdad sobre los orígenes del Cristianismo.
labanes = lobanes = Oanes, por otro nombre San Juan
...
¡Qué pocos historiadores o mitólogos antiguos o modernos han dejado de
mencionar a aquel Oanes de las tradiciones caldeas! Y, sin embargo, ninguno ha
caído en la cuenta de que se trataba del dios Neptuno. O de Noé. O de
Iabán, el
abuelo de Poseidón. O de Santiago... Porque este Oanes no es otro que el Preste
Ioanes de Etiopía, también conocido como
Yabanes o Juan....
Tampoco se ha entendido que el caldeo Beroso al que se atribuye el texto que
sigue, es un personaje netamente fabuloso. Tan fabuloso como que se trata del
propio Beber = Ibero = Foroneo que había dado leyes a los Egipcios...
En el primer año de su origen, apareció en el
Mar Rojo, en la playa vecina a
Babilonia, un Animal irracional llamado Oanes. Y como Apolodoro refiere, todo su
cuerpo de pescado y que sobre la cabeza de pescado le nacía otra cabeza, que en
su cuerpo se veían pies de hombre, travados a la cola de pez, que su voz y habla
era de hombre y su retrato se guardaba entonces en pintura.
Este animal les enseñaba a los hombres las noticias de las letras y de las
disciplinas, las experiencias de las artes, el modo de fundar ciudades,
fabricar templos, establecer leyes, estudios de Geometría, coger las semillas y
frutos de la Tierra con sus sazones. Al anochecer aquel animal se retiraba al
mar, se sumergía en él y pasaba la noche dentro de las aguas, como animal
anfibio aquí y allí.
Oanes -«hijo del Primer Padre»-
escribió de los orígenes de la vida, que tiempo
hubo en que todas las cosas eran Tinieblas y agua, y en ellas animales
portentosos, hombres con dos sexos, masculino y femenino.
Señores míos, es cierto que Oanes fue el primero que escribió sobre los orígenes
del mundo, porque Oanes eran Iabanes, el abuelo de Poseidón. Y porque
Oanes = Iobanes no era otro que el evangelista por antonomasia: San
Iobani o San Juan.
Un alias más del auténtico evangelista, del autor del primero de todos los
libros, Hérkules Yabanio = Lebanio... Y de ahí el que, recordando al Toro
Yúbilo, escribiera José Pellicer :
Hércules español, en un vaso, como en un navío, surcó inmensos mares.
Ese navío, representado en el escudo de la ciudad de Santander, que constituyera
también el símbolo de Noé = Nabé = Yabé... Y el de su nieto Túbal o
Yúbal: otro
de los alias del primer poblador mítico de España.
De donde se deduce que ese supuesto nieto de Noé sobre el que tanto han escrito
todos los antiguos historiadores españoles, llegado - ¡cómo no! - de Asia para
poblar la Península Ibérica, no es otro que Hérkules Yabanio. O que el toro
Yúbilo, arribado a la bahía de Santander con toda su parafernalia ígnea. O que
el anfibio Oanes. O, en suma, que el bueno de San Juan el Bautista. El primero
que había tomado el bautismo... Lógico. No en balde era una encarnación del
primer ser alumbrado por las aguas del mar, fruto de la caída del Sol a la
Tierra.
Y de ahí el bautismo de los cristianos. Hay que mojarse al nacer (o en la Pascua
de Resurrección...) para rememorar el nacimiento en las aguas del primer ser
vivo de nuestra planeta, ancestro común de todos nosotros. A partir de lo cual,
¿se atreverá alguien a cuestionar que el Cristianismo es la religión más vieja
de la Humanidad, siendo todas las demás derivaciones de ella?
La tradición del ser anfibio Oanes ha permanecido vigente en el norte de España
desde la Prehistoria más remota hasta hoy mismo. Y afortunadamente es posible
documentado, tanto en época romana como en la actualidad. Para empezar y
refiriéndose sin saberlo a la primitiva Cades = Gadeiras del litoral de
Cantabria, Plinio nos ha legado este precioso testimonio:
Poseo testimonios fidedignos que acreditan que en el océano de Cádiz ha sido
visto un hombre marino cuyo cuerpo es absolutamente igual al humano. Dicen
también que se sube a las embarcaciones durante la noche y que debido a su peso,
se ven sobrecargadas y a punto de hundirse las partes de la nave en las que
permanece.
Un vestigio más de la memoria del pezio por antonomasia, de aquel primer ser
humano de carácter anfibio al que la imaginación popular ha localizado siempre
en el entorno de las Columnas o Gandarias. Allí donde había nacido la vida
merced a los fluidos lácteos de la Madre Solar. O de su réplica patriarcal el
Iesu o Cristo. Por otro nombre el Pezio. O el Pez...
Todavía pervive en Cantabria -como un verdadero dogma de fe- la tradición de un
hombre del pueblo de Liérganes que se transformó en sirénido: es la conocidísima
historia del hombre-pez de Liérganes que se ha fraguado, precisamente, en un
valle que se extiende al sur de la Sierra de Gándara. A la sazón una de las
denominaciones del macizo de Peña Cabarga que acota por su orilla oriental a la
bahía de Santander.
Acabo de decir que el mito del hombre anfibio estaba estrechamente vinculado a
las dos Tetas o Columnas de la Diosa. Pues bien, se da la circunstancia de que
en el mismo pueblo de Liérganes en el que pervive la historia del hombre-pez,
existe un monte binario cuya semejanza con los senos femeninos es tal que es
conocido como Las Tetas de Liérganes. O, lo que es lo mismo, Las Gándaras de Liérganes. Y buena prueba de ello el que en la propia Cantabria se siga cantando
aquello de...
En el Alto de la Silla me puse a considerar, las mozas de
Gandarillas la leche
que pueden dar.
No las mozas, las tetas de Gandarillas. O de las Gadeiras...
En el texto atribuido a Beroso que he reproducido anteriormente, se dice que el
retrato de Oanes se conservaba en pintura. Naturalmente en la genuina Babilonia,
que no tiene nada que ver con la región histórica de este nombre. Que nadie
busque en la Babilonia asiática el retrato de Ganes, porque no lo encontrará.
Donde sí aparece es en el punto mismo en el que este mito se gestó. Y además por
partida doble. Pueden verlo ustedes, junto a estas líneas, extraído del Beato
de la Catedral del Burgo de Osma, del año 1086. O, si lo prefieren, pueden
presentarle sus respetos en la portada románica de la Catedral de Sant Ander,
donde le hallarán representado como un extraño ser anfibio amado con una
preciosa corona. El símbolo de su condición de fundador de la Humanidad y de
padre de todos los seres humanos.
Y la razón de su presencia en Sant Ander es obvia: la bahía de esta ciudad
habría sido el trascendental escenario de su salida del mar para procrear y
civilizar a los primeros seres humanos.
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