Introducción.
El
desdén con que los arqueólogos excavadores
contemplan a la Filología y la ausencia de
filólogos dignos de tal nombre en las excavaciones
arqueológicas, son los principales responsables de que
uno de los más cruciales hallazgos de la historia de la
Arqueología, haya pasado absolutamente inadvertido para
las personas que lo han realizado. Y así habría
permanecido, inédito y encuadrado en el más espléndido
de los olvidos, si la edición española de la revista
norteamericana National Geographic no hubiera
tenido el acierto de publicar recientemente un extenso y
espléndido reportaje consagrado a uno de los yacimientos
arqueológicos más importantes del mundo; el más
importante, sin la menor duda, a la hora de documentar
la presencia de nuestro verdadero antepasado directo, el
hombre inteligente o sapiens. Y me estoy
refiriendo, naturalmente, al impresionante Monte
Castillo de la localidad cántabra de Puente
Biesgo (que no Viesgo).
Mérito, pues, de
National Geographic porque en ese número especial
sobre La evolución del hombre en el que
tantas y tan sobresalientes referencias se hacen al
papel desempeñado por la Península Ibérica -y,
muy particularmente, por el Norte de España- en
el nacimiento de la Civilización, he ido a descubrir
algo que la Ciencia viene persiguiendo, en vano, desde
hace más de un siglo: la prueba concluyente de que la
civilización cantábrica -conviene recordarlo una vez
más, la más antigua del planeta- no sólo era
capaz de ejecutar pinturas y grabados prodigiosos, sino
que su desarrolladísima y completísima cultura fue la
artífice, al propio tiempo, de la invención de la
escritura. Una invención que el más elemental
sentido común advierte que hubo de materializarse en el
mismo contexto geográfico en que se concentran
maravillas tales como los bisontes de Altamira o
los exquisitos grabados de Hornos de la Peña,
ambos en torno al mismo macizo de Dobra en
el que se integra el Monte Castillo.
El azar puso en mis
manos, en efecto, un ejemplar de ese número especial de
National Geographic que me ha permitido
demostrar, al fin, la paternidad cantábrica
de la escritura. El mismo azar que me llevase a
Madrid el día 19 de Marzo de este año 2004 y que, tras
obsequiarme con una jornada deliciosa como celebración
del Día del Padre, me hiciese acercarme al kiosko
de la estación en la que íbamos a embarcarnos de regreso
a Segovia, en busca de algo completamente diferente de
lo que encontré. Sí, en aquel destartalado kiosko fui a
toparme con ese excepcional monográfico, en castellano,
de National Geographic que, obvio es decirlo, no
dudé ni un instante en adquirir. En adquirir, que
no en leer, porque mi habitual desbordamiento de
trabajo y lecturas no iba a permitirme profundizar en su
estudio hasta casi tres meses más tarde... y al hilo,
nuevamente, de una visita a Madrid. Porque, por un
curioso guiño del destino y a escasas horas de haber
constituido, también en Madrid, la Fundación de
Occidente a la que he legado toda mi obra y mis
bienes, no iba a ser hasta el sábado 19 de Junio
que me ocupase de estudiar las páginas dedicadas al
Monte Castillo, descubriendo atónito en ellas lo que
de la forma más pormenorizada posible paso a comentar en
las páginas que siguen.
¿Cómo es posible que la
fotografía que me ha permitido hacer este
descubrimiento, publicada desde hace meses en una
revista tan masivamente difundida como la mencionada,
haya pasado inadvertida para todas las decenas de miles
de personas que la habrán contemplado en todo el mundo?
Dicen que la veteranía es un grado y supongo que
de algo tiene que valerme el hecho de estar viviendo,
desde hace veinte años, exclusiva y exhaustivamente
consagrado a descifrar el primer lenguaje de la
Humanidad. De algo tiene que servirme, igualmente, el
hecho de haber sido el primer historiador que ya en el
año 1984 supo comprender que la Humanidad
racional había tenido su cuna a orillas del
Cantábrico. Una tesis que la Genética, la Filología
y la Arqueología no cesan de corroborar año tras año, de
forma cada vez más amplia, minuciosa y abrumadora. Algo
comentaré, sobre este particular, en estas mismas
páginas.
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