La Filología tiene la
clave de nuestro pasado
No he sido el primer
filólogo que ha sostenido que la Filología es la
única disciplina arqueológica capaz de esclarecer buena
parte, si no la totalidad de los enigmas que existen en
relación con los orígenes de nuestra especie; orígenes
que yacen hoy, enterrados bajo metros de sedimentos, a
la espera de que los hombres decidan exhumarlos. Nada de
cuanto produjo o nos legó la Humanidad primitiva se
halla, pues, a la vista de todos, requiriéndose de la
labor continuada de decenas de generaciones, para
que sólo una milésima parte de nuestro inapreciable
patrimonio enterrado llegue a ser conocido y estudiado.
Un lapso de tiempo demasiado largo para quienes,
conscientes de todos los males que acarrea a la
Humanidad el hecho de desconocer su verdadera
ascendencia -que, por supuestísimo, no es
africana-, ardemos en deseos de descifrar, para siempre,
el que se ha revelado como el más recalcitrante de todos
los misterios que ensombrecen la memoria de la
Humanidad.
Nada de cuanto nos ha
legado la Humanidad primitiva se encuentra a la vista de
todos..., excepto tres cosas: a) el paisaje que
nuestros antepasados contribuyeron a configurar y cuya
interpretación resulta posible aunque
extraordinariamente compleja; b) la sangre que de
aquellos remotos seres hemos heredado y cuyos secretos
estamos empezando a desentrañar merced a los reveladores
estudios del ADN; y c) el lenguaje que
aquellos primeros seres humanos modelaron a lo largo de
su dilatadísima historia y que sigue estando presente en
el habla de todos los habitantes del planeta. Porque las
palabras son las únicas que no mueren jamás y
que, aunque degradadas en mayor o menor medida,
constituyen un vínculo imperecedero que nos permite
poder retrotraernos hasta los más remotos estadios de la
evolución humana, descubriendo además, a través de
ellas, la manera de pensar y de sentir de los hombres y
mujeres que vivieron hace centenares de miles, si no
millones de años.
Los seres humanos no
hemos dejado jamás de hablar, ni tampoco hemos
abierto un paréntesis en nuestra necesidad de
comunicarnos mediante palabras, ya sea para adoptar otra
lengua ya para inventar una nueva. Jamás hemos dejado de
hablar, por lo mismo que tampoco hemos abjurado de
nuestra responsabilidad a la hora de legar a nuestros
descendientes la lengua que, a su vez, nos legaron
nuestros mayores.
Me enorgullece ser el filólogo que ha
tenido el privilegio de descubrir que el lenguaje es
mucho más que un mero código de comunicación entre los
seres humanos. Porque, por asombroso que pueda
resultarnos, lo que conocemos como lenguaje
resulta ser la memoria de la Humanidad.
O, para decirlo de manera mucho más precisa, el
archivo histórico de nuestra especie. En las
palabras está todo... En las palabras está cuanto
nuestros más remotos ancestros pensaron y fabularon...
En las palabras está cuanto nuestros antecesores
creyeron, cuanto nuestros antepasados reverenciaron...Y,
lo que es más importante, siguiendo el proceso
retrospectivo de configuración de las palabras, podemos
llegar, incluso, a reconocer la forma como se ha
modelado el pensamiento humano, el proceso a partir del
cual pasamos de ser una especie con visos de
racionalidad, a adquirir la condición de seres
plenamente racionales. Todo esto nos lo enseña el
lenguaje y, precisamente por ello, siempre será poco
cuanto hagamos por descifrar ese caudal ingente de
información que en el seno de las palabras se
encierra y que nos permite llegar a esclarecer el cómo,
el cuándo y el dónde de nuestros primeros orígenes. A
esta causa me vengo consagrando, fervientemente, desde
hace veinte años y ha sido, justamente, todo el
vastísimo bagaje de conocimientos que ello me ha
proporcionado, el que me ha permitido descifrar la que,
desde el momento mismo en que estas líneas vean la luz
en la recién nacida revista Los Cántabros,
pasará a ser la palabra
escrita, más antigua, conocida por la Humanidad.
Una sola palabra, ciertamente, una brevísima palabra,
efectivamente, pero -como vamos a tener la oportunidad
de constatar a lo largo de estas páginas-, una palabra
de la que se desprende todo un auténtico mundo de
informaciones y de conocimiento. Noticias inapreciables
que de esa palabra se derivan y que nos permiten llegar
a conocer aspectos claves en relación con la forma de
pensar y de sentir de nuestros antepasados racionales.
Lo que, como herederos suyos que somos, viene a ser lo
mismo que decir respecto a la forma de pensar y de
sentir de todos nosotros, los actuales habitantes de
este planeta.
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