Las primeras evidencias
de pensamiento simbólico
Antes de seguir adelante
con mi exposición, considero obligado ceder la palabra a
Victoria Cabrera y a Federico Bernaldo de Quirós,
directores de las excavaciones que con resultados cada
vez más extraordinarios vienen realizándose en ese
impresionante filón arqueológico que responde al nombre
de Cueva del Castillo. He aquí, pues, cuanto
ambos escriben en el reportaje de N.G. que me ha
permitido identificar la primera palabra del
lenguaje humano que hasta la fecha nos es conocida.
Significativamente y como si hubieran intuido mi
descubrimiento, los dos arqueólogos citados encabezan su
artículo con el elocuente y premonitorio título de...
Hacia una mente simbólica:
Las excavaciones realizadas (en la Cueva
del Castillo) a principios del siglo XX por Hugo
Obermaier y Henri Breuil, bajo los auspicios del
Instituto de Paleontología Humana de París, ofrecieron
una amplia y completa secuencia estratigráfica de todo
el paleolítico medio y superior,
la mayor de Europa.
Las excavaciones
realizadas desde 1980 se han centrado especialmente en
una etapa crítica para la Humanidad, la que abarca los
últimos neanderthales y la llegada de los humanos
modernos. A lo largo de los últimos veinte años se han
investigado los vestigios de hace entre 50.000 y 36.000
años. En esta franja cronológica se observan las
primeras muestras de mentalidad simbólica. En un
nivel de ocupación neandertal de unos 50.000 años de
antigüedad, apareció un canto de cuarcita tallado, en
cuyo córtex se aprecian cinco cavidades rítmicas,
realizadas intencionalmente y sin utilidad práctica
alguna.
Unos 10.000 años más tarde, otro grupo
humano abandonó el extremo de un hueso largo utilizado
como cincel, que presenta en el borde izquierdo una
serie de trazos cortos, realizados con buril y repetidos
rítmicamente. Por último, el
nivel auriñaciense de hace 38.500 años, está
proporcionando al equipo de excavación auténticas joyas
de arte mueble de una antigüedad insospechable.
Estos avances humanos, tímidos pero
seguros, coinciden también con el inicio de la expresión
simbólica.
Así lo atestigua el hallazgo que tuvo
lugar en 2001, en las capas de 45.000 a 50.000 años de
antigüedad, de un artefacto de cuarcita en el que se
habrían practicado cinco pequeños impactos cincelados, o
cúpulas, cuatro alineados y uno opuesto, claramente
intencionales y con una estructura rítmica.
Curiosamente, en el nivel 20c, de hace unos 45.000 años,
se halló un premolar de neandertal adulto entre restos
de cenizas y carbón, residuos de hogares de más de un
metro de diámetro.
En el nivel 18c, correspondiente al
auriñaciense (...) han aparecido motivos simbólicos
sobre un pequeño fragmento de cincel y sobre un hueso.
Varias dataciones de las muestras recogidas en las
distintas campañas, a profundidades diferentes y en
puntos diversos, ofrecieron un
promedio de 40.000 años de antigüedad, la fecha más
antigua para el comienzo del paleolítico superior en
Europa occidental. Las primeras dataciones, publicadas
en 1989, inauguraron un apasionado debate científico que
todavía sigue abierto en nuestros días, ya que hasta esa
fecha la comunidad científica situaba el inicio del
paleolítico superior en Europa hace sólo entre 35.000 y
30.000 años.
(En el nivel correspondiente a los 38.500
años) salieron a la luz tres dientes de dos
individuos infantiles de diferente edad, de atribución
incierta y dos piezas de arte mueble con grabados
muy definidos. Una de ellas constituye un descubrimiento
excepcional por su rareza: se trata de un hueso de
ciervo con el cuarto delantero de un cuadrúpedo grabado
y tal vez pintado. Por la
datación media del nivel, se trata de la primera muestra
de arte naturalista en Europa occidental.
La otra pieza, que parece tener una simbología
femenina, es un segmento de arenisca recortado en forma
triangular y en el que aparecen grabadas una serie de
líneas profundas que parecen representar el sexo
femenino. Este tipo
de representaciones se encuentran en antiguos paneles de
arte rupestre.
Hasta aquí Victoria
Cabrera y Bernaldo de Quirós, a los que no rebatiré en
esta ocasión respecto a sus tesis sobre la
procedencia asiática del hombre moderno y
sobre el papel desempeñado por el hombre de
Neanderthal en el remotísimo enclave sagrado de
Puente Biesgo. Eso sí, no quiero dejar de
aconsejarles prudencia a la hora de repetir las tesis
que hasta aquí han venido circulando en relación con la
verdadera procedencia de nuestros auténticos antepasados
racionales. Porque la Genética ha dejado ya rotundamente
establecido que aquellos primeros homo sapiens
cuya cuna vengo situando a orillas del Cantábrico
desde el año 1984 y a los que yo prefiero
denominar hombres occidentales, tuvieron
efectivamente su más antiguo solar conocido en el
litoral de Cantabria y de su vecina Euskadi.
Y lo que la Genética certifica, lo confirman los
estudios sobre el origen del lenguaje que demuestran que
las raíces de todas las lenguas del planeta se hunden,
igualmente, a orillas del antiguo Océano Kántabro.
La misma conclusión a la que nos conduce el hecho de que
las más excelsas manifestaciones artísticas que nos ha
legado el hombre de la Prehistoria, se concentren entre
el Norte de España y el Sur de Francia.
Porque, aunque muchos no parecen haberse enterado
todavía, Altamira no está donde está por
casualidad... Y a todos esos argumentos se suman,
además, los que nos aportan las más viejas noticias
históricas conservadas por la Humanidad, unánimes a la
hora de localizar el origen de la Humanidad en el
antiguo Occidente o Extremo del mundo conocido.
Aunque éste es capítulo cuyo desarrollo requeriría de
mucho más espacio del que aquí disponemos y al que, de
hecho, llevo consagrados ya varias decenas de libros,
escritos en el decurso de los últimos años.
En el último de los
párrafos que acabo de reproducir, Victoria Cabrera y
Bernaldo de Quirós sostienen que el hueso de cérvido en
el que aparece grabado el cuarto delantero de un
cuadrúpedo, es la primera muestra de arte
naturalista en Europa occidental. Y tienen
razón, aunque no solamente de Europa occidental
sino de todo el planeta, ya que ninguna de las figuritas
de ánades que han sido descubiertas en Alemania y
en Siberia y que comparten edades muy similares a los
hallazgos realizados en la Cueva del Castillo,
han ido a aparecer en yacimientos ni remotamente
comparables a éste, ni en antigüedad ni en potencial de
sedimentos. Quiero decir con esto que así como el
carácter autóctono de los moradores del Monte
Castillo, a lo largo de toda la Historia, se halla
fuera de toda duda, sería arriesgado atribuir esa misma
condición indígena a los autores de las figuritas de
aves acuáticas exhumadas en tierras germanas y
siberianas. Porque al no poder probarse la existencia de
asentamientos humanos de larga duración (como sucede en
Puente Biesgo y, en general, en todos los
yacimientos cantábricos), estamos autorizados a
pensar que todas esas primeras manifestaciones de arte
mobiliar que aparecen en diferentes áreas de Europa y de
la propia Rusia asiática, ora fueron ejecutadas por
pueblos viajeros originarios de tierras muy distantes de
las zonas en las que se producen estos hallazgos, ora se
trataba de piezas que acompañaban a aquellos
emigrantes en sus empresas de colonización, sin que
nada impida pensar que pudieran haber sido talladas o
modeladas en sus lares de procedencia. Por ellos mismos
o por artistas que jamás se movieron, masivamente, de
ellas.
Existen poderosas razones
que inducen a pensar que muchas de las piezas de arte
mueble que aparecen, aquí o acullá, por la geografía
europea, podrían formar parte del ajuar o
pertrecho de viaje de las gentes originarias del
Occidente que acometieron la ímproba empresa de
colonización del continente euroasiático. Y digo esto
porque es muy significativo que la única modalidad
artística que no es exportable, la
pintura rupestre, tiene su feudo por antonomasia en
el Norte de España y en el Sur de Francia.
Léase, en el área cantábrico-gala en la que se
concentra el mayor número de manifestaciones artísticas
creadas por el hombre de la Prehistoria y en la que,
indiscutiblemente, se encuentra la cuna de la
civilización. El carácter autóctono de los
cromagnones del litoral cantábrico y de su
prolongación oriental del Sur de Francia, se halla fuera
de toda duda. Por la enorme cantidad de yacimientos, por
su gran antigüedad y porque en la mayoría de ellos
podemos documentar vestigios de ese único arte no
exportable que son las pinturas rupestres. Fuera de
este contexto, las pinturas brillan por su ausencia, los
yacimientos igualmente y los registros arqueológicos no
tienen comparación posible, por lo que a su densidad y
riqueza se refiere- con los de la Galia meridional y la
Iberia septentrional.
La conclusión que se
desprende de todo cuanto antecede se me antoja
absolutamente obvia: las gentes de la región
franco-cantábrica eran autóctonas; las de allende,
foráneas, extranjeras. Su arte viajaba con
ellos, no brotaba del sustrato cultural de las tierras
en las que aquellos pueblos viajeros fueron asentándose.
Algo parecido, para entendernos, a lo que aconteciera
cuando España afrontó la colonización de América,
sembrando dicho continente de monumentos y obras de arte
gestados por Españoles o Europeos o bien por los
descendientes de éstos, herederos de su maestría y de su
técnica. Ninguna de esas maravillas y tesoros artísticos
serían imaginables si no se hubiera producido la
colonización ibérica de América, del mismo modo que
ninguno de los tesoros arqueológicos que poco a poco van
viendo la luz en suelo europeo, serían imaginables si no
se hubiera consumado el poblamiento de la desértica
Europa glacial, por parte de gentes llegadas del
cultísimo, fertilísimo y archipoblado Occidente.
Con razón escribiría -lúcidamente y hace
ya muchos años- el profesor Pericot:
Nuestros ancestros nos han dejado algo
que todo el Oriente no nos puede arrebatar.
El privilegio de haber creado el
primer arte de la Humanidad.
Y con la misma
clarividencia que Pericot, se expresa el también
historiador Francisco Jordà Cerdà, cuando escribe
en su obra La España de los tiempos paleolíticos:
Casi es seguro que Europa fue colonizada
desde nuestra Península.
Todo esto se escribía
hace décadas, cuando ya el más elemental sentido común
estaba proclamando a voz en grito que la Civilización
había tenido su cuna en la Península Ibérica.
Pero nadie hizo ni caso de estos destellos de lucidez y
los por lo común anodinos hallazgos arqueológicos
efectuados en el Cercano Oriente, han seguido
deslumbrándonos, impidiendo que fuéramos capaces de
mirar mucho más lejos, pudiendo llegar a distinguir el
resplandeciente foco que estaba anunciando la
primogenitura histórica de la Península Ibérica.
Foco que, a pesar de no haber dejado de irradiar
sobre la comunidad humana desde hace milenios, ha venido
pasando inadvertido para todos hasta que un buen día,
Jueves Santo, del año 1984, estalló
en mi mente en las horas que preceden al amanecer.
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