LA ESCRITURA NACIÓ EN CANTABRIA,

MÁS DE 30.000 AÑOS ANTES QUE EN MESOPOTAMIA

RIVERO MENESES     PRINCIPAL

            Jorge Mª Rivero-Meneses

LA ESCRITURA NACIÓ EN CANTABRIA

 

El origen del nombre de Kantabria        

 

Porque el Sol moría todas las noches en el Occidente, seguimos denominando occisos a las personas difuntas... O decimos que algo se ocluye cuando se cierra, recordando ese momento del ocaso en que el Sol se oculta en la línea del horizonte marino... O denominamos ocio a las horas en las que, tras la puesta del Sol, nos concedemos reposo... (lamentablemente, esta sabia norma que ha regido el comportamiento humano a lo largo de toda la Historia, ha perdido su vigencia entre la juventud actual).

 

Siendo el Sol el protagonista indiscutible de toda esta historia que he resumido en los párrafos precedentes, es fácil deducir que todos esos términos derivados de Oca que he ido reseñando, beban directísimamente en la que fuera una viejísima denominación del astro solar. Así sucede, en efecto, y quien lo documenta es nada menos que la segunda lengua en antigüedad entre las lenguas ibéricas: la lengua kaló hablada por los Gitanos españoles y que está estrechamente emparentada con el euskera y con las demás lenguas gestadas a orillas del Cantábrico. Pues bien, en la lengua kaló, Okan es, justamente, el nombre del Sol...

 

Como el Sol -Okan para los Gitanos- era reconocido como el Rey por antonomasia de los antiguos habitantes de Iberia, oklay era el término kaló equivalente de las voces castellanas monarca, rey o soberano. Y en consecuencia y como estamos hablando de un rey absolutamente mítico al que se rendía culto como supuesto padre del Universo y autor de todo lo creado, los antiguos Españoles le convirtieron en el destinatario de todas sus oraciones y preces. Extremo este que nos dicta el sentido común pero que, además, vuelve a contar con el refrendo de la lengua kaló: okanar es el paralelo de orar y rezar en dicha lengua.

 

Es absolutamente obvio que todos estos términos kalós derivados de Oka se integran en la misma familia que la voz griega Okeanos (Océano), incuestionablemente relacionadas todas ellas con aquel primer Ocaso u Occidente del Norte de España en el que las más viejas tradiciones históricas de todos los pueblos de la Antigüedad localizaban la cuna de sus primeros antepasados. Y seguimos hablando, obviamente, de los pueblos cantábricos. De aquellos a los que todos los estudios genéticos que hoy se realizan en las Universidades del mundo, postulan como los únicos descendientes directos de los primeros homo sapiens conocidos. Lo que alguna verosimilitud debe tener cuando es justamente en ese contexto geográfico del Norte de España y del Sur de Francia en el que se concentra el 99% de todos los yacimientos con pintura rupestre del mundo... O en el que se encuentra el más impresionante santuario de pintura paleolítica de todo el planeta (Altamira)... O en el que (en este caso, en Puente Biesgo) se dan las más antiguas dataciones del homo sapiens... O, en fin y en otro orden que no por más intangible tiene menor peso científico, en donde se ha conservado la lengua -el euskera- a la que los más eminentes filólogos europeos de los últimos siglos han reconocido y reconocen, sin ambages, como la más antigua lengua del planeta, heredera directísima de la hablada hace decenas de miles de años por los hombres que pintaron Altamira, Lascaux, Niaux y tantos otros prodigiosos santuarios de pintura rupestre de la Cornisa Cantábrica y del Sur de Francia.

 

Vemos, pues, que se produce una espectacular coincidencia entre los viejos textos históricos que postulan a los Montes de Oca como el primer lugar poblado de la Península Ibérica... y todas esas evidencias sobre el origen de la Humanidad racional que hoy nos aportan las investigaciones arqueológicas, antropológicas, genéticas o filológicas. Y vemos que esa coincidencia resulta todavía más flagrante cuando nos encontramos con términos del lenguaje como el griego oikos, cuyos significados no pueden resultar más coincidentes con cuanto venimos constatando: hogar, habitación, morada, templo, hacienda, pueblo natal, patria, familia, estirpe... Los mismos significados que repite la palabra oklajita que, en este caso, no es griega sino... kaló.

 

Cuando los antiguos historiadores griegos documentan que la cuna de los dioses y -por ende- la tierra matriz de sus antepasados, se encontraba a orillas de la Mar Océana u Occidental, están dándonos la clave de por qué establece el lenguaje esa relación entre los derivados de Oca = Océano y los conceptos de patria, heredad, hogar, morada... Cae por su propio peso que ese primer hogar, que aquella primera patria de la Humanidad se había hallado a orillas del Océano, en algún lugar del Occidente. Y digo esto porque se deduce de cuanto llevamos visto hasta aquí y porque, para que no quepa la menor duda de ello, existe una nueva palabra kaló que lo certifica: okanilla es el término con el que en esta lengua se designa a las orillas... A las orillas, lógicamente, del Okeanos u Océano, nombre este que en un principio se aplicó, exclusivamente, a la Mar Occidental. A aquella que bañaba y baña las costas del Occidente de Europa y, muy en particular, del Occidente ibérico. Región esta en la que ya hemos documentado un río Oca..., al que deberíamos añadir otro, homónimo, que fluye nada menos que por Guernika...

 

¿A qué región del Occidente ibérico y europeo recuerdan todas estas palabras que he venido enumerando? ¿Cuál fue aquel País de Ocaso del que se sabían descendientes todos los pueblos de la Antigüedad? La respuesta a esta pregunta crucial nos la proporciona el propio lenguaje. Porque al igual que les ha sucedido a innumerables palabras que tienen una letra vocal por inicial, el antiguo nombre del Sol, Okan, que conocemos merced a la lengua kaló, fue a perder su O- inicial, quedando convertido en Kan. Nombre que, por cierto, nos recuerda a aquel Kan Cerbero al que la Mitología atribuye la custodia del final de la Tierra. Del extremo occidental del mundo conocido...

 

¿Qué región ha conservado en su nombre esa antiquísima denominación del Sol -Okan = Kan- que, como acabamos de ver, está señalando con el dedo el punto exacto en el que nacieron todas estas tradiciones y en el que, por consiguiente, hubo de tener necesariamente su primera morada nuestra especie? La respuesta es bastante obvia: esa región sólo puede ser Kantabria... Bien es verdad que una Cantabria que poco tiene que ver con la exigua provincia que hoy ostenta este nombre y que en la Antigüedad englobaba a extensas áreas del Norte de España que hasta hace muy poco blasonaban de su ascendencia kántabra. Es el caso del País Basko y de todas las comarcas septentrionales de Castilla y León.

 

Por algo los antiguos Griegos denominaron al mundo, Oikumene, fieles aún a la memoria de ese mundo en miniatura, situado en el Occidente, desde el que, como atestiguan las más viejas fuentes históricas, se dispersó la Humanidad racional en época reciente, con el fin de colonizar todo el planeta. Un supuesto que vuelve a ser coherente con el hecho de que a ese mismo término, Oikumene, se le haya identificado en el pasado con la Tierra originaria y con la Tierra de los hombres que piensan...

 

Por algo las viejas fuentes históricas documentan en la antigua Kantabria una ciudad denominada Okellas, virtualmente homónima de aquella Okalea que los textos mitológicos nos presentan como morada, nada menos que de la madre de Hérkules. Léase, de la quimérica madre del dios por antonomasia de los antiguos pobladores de Iberia, conocido con este y otros muchísimos epítetos que nos asombrarían y representado por doquier en nuestro arte.

 

Porque las cosas sucedieron como vengo resumiendo y porque el término Oca se ha visto rodeado siempre de una singularísima aureola de celebridad, la ciudad castellana de Burgos fue conocida como Oca en tiempos pretéritos, postulándose además como Cabeza de Castilla y como primera en la Fe y en la... ¡Palabra! Montañas de Burgos fue hasta hace muy poco -conviene recordarlo- una de las denominaciones más comunes de las zonas central y oriental de Cantabria...

 

La imagen de una enorme oca presidiendo el retablo de la Cartuja de Miraflores, en los aledaños de la ciudad de Burgos, documenta iconográficamente toda esta fascinante historia que muy sucintamente he resumido en las páginas precedentes. Y es que nos quedaría por contar aquí cómo nuestros antepasados imaginaron que el Sol era una oca que volaba durante el día por el firmamento y nadaba, de noche, por la marítima faz oculta de la Tierra. Nos quedaría por contar que este culto a la oca, identificada con el Sol, es uno de los más antiguos que han tributado los seres humanos, fundamental por consiguiente para identificar a las culturas más antiguas del planeta. Porque allí donde modernamente se ha adorado a toros, bisontes, águilas, cabras, vacas, ciervos y otras especies animales, en tiempos muy remotos y sólo en las zonas más antiguas pobladas por la Humanidad racional o sapiens, se rindió culto a las ocas y a otras aves anfibias con ellas emparentadas, tales como patos, cisnes, gansos, ansares... Algo de todo esto nos cuentan las pinturas de las tumbas egipcias, al representar a las almas de los seres en ellas enterrados como patos u ocas que, al producirse el tránsito de la muerte, emprendían el vuelo hacia el País del Ocaso del que los antiguos Egipcios se sabían originarios. Pero en Egipto, país modernísimo, no aparecen representaciones paleolíticas de estas hermosas aves adoradas por las más remotas sociedades humanas, de carácter matriarcal. Para encontrar esas figuritas tendremos que viajar hasta Siberia, en donde se descubrió una colección tallada en colmillos de mamut, hace nada menos que 40.000 años. Y sólo algo más moderna, en torno a 35.000 años, ha aparecido recientemente en Alemania una figurita semejante.

 

Hasta hace pocos años, ningún arqueólogo del mundo conocía cuanto acabo de relatar, ignorando por consiguiente el significado y la importancia iconográfica de las ocas y de todas sus hermanas las ánades, así como, por extensión, de todas las aves anfibias. Hoy empieza a ser un secreto a voces que sólo aquellos excavadores que logren descubrir figuras de estas bellísimas aves estarán entrando en contacto con los más remotos estadios de la historia de la civilización. Y me cabe la doble satisfacción de haber sido el descubridor de todo este asunto y de habérselo dado a conocer a los arqueólogos europeos, con ocasión de mi asistencia a la exposición L´aventure humaine, celebrada en Bruselas a lo largo del otoño del año 1990. Jamás olvidaré la cara de estupor de los organizadores de aquella extraordinaria exposición que reunía lo más granado del arte paleolítico europeo, al contemplar las figuritas de ánades y la escultura de un impresionante pato descubiertos por mí en la no menos impresionante Necrópolis de Peña Alba, situada en el corazón del macizo montañoso en el que -¡qué casualidad!- tiene sus fuentes el río Oca...

 

En efecto y como se haya abrumadoramente documentado, las almas o albas de los antiguos Egipcios volaban hacia el País de Occidente o del Ocaso, allí donde reinaba el dios al que adoraban: Osiris Kan. Léase, el propio dios solar, Okan = Kan, que ha dado nombre a Kantabria.

 

Al conocer mis figuras y cuanto le expliqué respecto al culto a las ánades, el comisario de la exposición belga a la que acabo de referirme, delegó su responsabilidad en la misma y viajó de inmediato a Rusia con el fin de poder conocer y probar de primera mano cuanto yo le había desvelado sobre este antiquísimo mito y sobre las ocas paleolíticas de Siberia que lo documentan...

 

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