El origen del nombre de
Kantabria
Porque el Sol
moría todas las noches en el Occidente,
seguimos denominando occisos a las
personas difuntas... O decimos que algo se ocluye
cuando se cierra, recordando ese momento del ocaso
en que el Sol se oculta en la línea
del horizonte marino... O denominamos ocio
a las horas en las que, tras la puesta del Sol, nos
concedemos reposo... (lamentablemente, esta sabia norma
que ha regido el comportamiento humano a lo largo de
toda la Historia, ha perdido su vigencia entre la
juventud actual).
Siendo el Sol el
protagonista indiscutible de toda esta historia que he
resumido en los párrafos precedentes, es fácil deducir
que todos esos términos derivados de Oca
que he ido reseñando, beban directísimamente en la que
fuera una viejísima denominación del astro solar. Así
sucede, en efecto, y quien lo documenta es nada menos
que la segunda lengua en antigüedad entre las lenguas
ibéricas: la lengua kaló hablada por los
Gitanos españoles y que está estrechamente
emparentada con el euskera y con las demás
lenguas gestadas a orillas del Cantábrico. Pues
bien, en la lengua kaló, Okan es,
justamente, el nombre del Sol...
Como el Sol -Okan
para los Gitanos- era reconocido como el Rey
por antonomasia de los antiguos habitantes de Iberia,
oklay era el término kaló equivalente de
las voces castellanas monarca, rey o soberano.
Y en consecuencia y como estamos hablando de un rey
absolutamente mítico al que se rendía culto como
supuesto padre del Universo y autor de todo lo
creado, los antiguos Españoles le convirtieron en el
destinatario de todas sus oraciones y preces. Extremo
este que nos dicta el sentido común pero que, además,
vuelve a contar con el refrendo de la lengua kaló:
okanar es el paralelo de orar y
rezar en dicha lengua.
Es absolutamente obvio
que todos estos términos kalós derivados de Oka
se integran en la misma familia que la voz griega
Okeanos (Océano), incuestionablemente
relacionadas todas ellas con aquel primer Ocaso
u Occidente del Norte de España en
el que las más viejas tradiciones históricas de todos
los pueblos de la Antigüedad localizaban la cuna de sus
primeros antepasados. Y seguimos hablando, obviamente,
de los pueblos cantábricos. De aquellos a los que todos
los estudios genéticos que hoy se realizan en las
Universidades del mundo, postulan como los únicos
descendientes directos de los primeros homo sapiens
conocidos. Lo que alguna verosimilitud debe tener
cuando es justamente en ese contexto geográfico del
Norte de España y del Sur de Francia en el
que se concentra el 99% de todos los yacimientos
con pintura rupestre del mundo... O en el que se
encuentra el más impresionante santuario de pintura
paleolítica de todo el planeta (Altamira)...
O en el que (en este caso, en Puente Biesgo)
se dan las más antiguas dataciones del homo sapiens...
O, en fin y en otro orden que no por más intangible
tiene menor peso científico, en donde se ha conservado
la lengua -el euskera- a la que los más
eminentes filólogos europeos de los últimos siglos han
reconocido y reconocen, sin ambages, como la más
antigua lengua del planeta, heredera directísima de la
hablada hace decenas de miles de años por los hombres
que pintaron Altamira, Lascaux, Niaux y
tantos otros prodigiosos santuarios de pintura rupestre
de la Cornisa Cantábrica y del Sur de Francia.
Vemos, pues, que se
produce una espectacular coincidencia entre los viejos
textos históricos que postulan a los Montes de Oca
como el primer lugar poblado de la Península Ibérica...
y todas esas evidencias sobre el origen de la Humanidad
racional que hoy nos aportan las investigaciones
arqueológicas, antropológicas, genéticas o filológicas.
Y vemos que esa coincidencia resulta todavía más
flagrante cuando nos encontramos con términos del
lenguaje como el griego oikos, cuyos
significados no pueden resultar más coincidentes con
cuanto venimos constatando: hogar, habitación,
morada, templo, hacienda, pueblo natal, patria,
familia, estirpe... Los mismos significados que
repite la palabra oklajita que, en este
caso, no es griega sino... kaló.
Cuando los antiguos
historiadores griegos documentan que la cuna de
los dioses y -por ende- la tierra
matriz de sus antepasados, se encontraba a orillas de la
Mar Océana u Occidental, están
dándonos la clave de por qué establece el lenguaje esa
relación entre los derivados de Oca = Océano
y los conceptos de patria, heredad, hogar, morada...
Cae por su propio peso que ese primer hogar, que
aquella primera patria de la Humanidad se había
hallado a orillas del Océano, en algún lugar del
Occidente. Y digo esto porque se deduce de
cuanto llevamos visto hasta aquí y porque, para que no
quepa la menor duda de ello, existe una nueva palabra
kaló que lo certifica: okanilla es el
término con el que en esta lengua se designa a las
orillas... A las orillas, lógicamente,
del Okeanos u Océano, nombre
este que en un principio se aplicó, exclusivamente,
a la Mar Occidental. A aquella que bañaba
y baña las costas del Occidente de Europa
y, muy en particular, del Occidente
ibérico. Región esta en la que ya hemos documentado un
río Oca..., al que deberíamos añadir otro,
homónimo, que fluye nada menos que por Guernika...
¿A qué región del
Occidente ibérico y europeo recuerdan todas
estas palabras que he venido enumerando? ¿Cuál fue aquel
País de Ocaso del que se sabían
descendientes todos los pueblos de la Antigüedad? La
respuesta a esta pregunta crucial nos la proporciona el
propio lenguaje. Porque al igual que les ha sucedido a
innumerables palabras que tienen una letra vocal por
inicial, el antiguo nombre del Sol, Okan,
que conocemos merced a la lengua kaló, fue a perder su
O- inicial, quedando convertido en
Kan. Nombre que, por cierto, nos recuerda a
aquel Kan Cerbero al que la
Mitología atribuye la custodia del final de la
Tierra.
Del extremo occidental del mundo
conocido...
¿Qué región ha conservado
en su nombre esa antiquísima denominación del Sol -Okan
= Kan- que, como acabamos de ver, está señalando
con el dedo el punto exacto en el que nacieron todas
estas tradiciones y en el que, por consiguiente, hubo de
tener necesariamente su primera morada nuestra
especie? La respuesta es bastante obvia: esa región sólo
puede ser Kantabria... Bien es
verdad que una Cantabria que poco
tiene que ver con la exigua provincia que hoy ostenta
este nombre y que en la Antigüedad englobaba a extensas
áreas del Norte de España que hasta hace muy poco
blasonaban de su ascendencia kántabra. Es
el caso del País Basko y de todas las comarcas
septentrionales de Castilla y León.
Por algo los antiguos
Griegos denominaron al mundo, Oikumene,
fieles aún a la memoria de ese mundo en miniatura,
situado en el Occidente, desde el que,
como atestiguan las más viejas fuentes históricas, se
dispersó la Humanidad racional en época reciente, con el
fin de colonizar todo el planeta. Un supuesto que
vuelve a ser coherente con el hecho de que a ese mismo
término, Oikumene, se le haya identificado
en el pasado con la Tierra originaria y
con la Tierra de los hombres que piensan...
Por algo las viejas
fuentes históricas documentan en la antigua Kantabria
una ciudad denominada Okellas,
virtualmente homónima de aquella Okalea
que los textos mitológicos nos presentan como morada,
nada menos que de la madre de Hérkules.
Léase, de la quimérica madre del dios por
antonomasia de los antiguos pobladores de Iberia,
conocido con este y otros muchísimos epítetos que nos
asombrarían y representado por doquier en nuestro arte.
Porque las cosas
sucedieron como vengo resumiendo y porque el término
Oca se ha visto rodeado siempre de una
singularísima aureola de celebridad, la ciudad
castellana de Burgos fue conocida como Oca
en tiempos pretéritos, postulándose además como
Cabeza de Castilla y como primera en la Fe
y en la... ¡Palabra! Montañas de
Burgos fue hasta hace muy poco -conviene
recordarlo- una de las denominaciones más comunes de las
zonas central y oriental de Cantabria...
La imagen de una enorme
oca presidiendo el retablo de la
Cartuja de Miraflores, en los aledaños de la ciudad
de Burgos, documenta iconográficamente toda esta
fascinante historia que muy sucintamente he resumido en
las páginas precedentes. Y es que nos quedaría por
contar aquí cómo nuestros antepasados imaginaron que el
Sol era una oca que volaba
durante el día por el firmamento y nadaba, de noche, por
la marítima faz oculta de la Tierra. Nos quedaría por
contar que este culto a la oca,
identificada con el Sol, es uno de los más
antiguos que han tributado los seres humanos,
fundamental por consiguiente para identificar a las
culturas más antiguas del planeta. Porque allí donde
modernamente se ha adorado a toros, bisontes,
águilas, cabras, vacas, ciervos y otras especies
animales, en tiempos muy remotos y sólo en las zonas más
antiguas pobladas por la Humanidad racional o sapiens,
se rindió culto a las ocas y a otras aves
anfibias con ellas emparentadas, tales como patos,
cisnes, gansos, ansares... Algo de todo esto nos
cuentan las pinturas de las tumbas egipcias, al
representar a las almas de los seres en ellas enterrados
como patos u ocas que, al
producirse el tránsito de la muerte, emprendían el vuelo
hacia el País del Ocaso del que los
antiguos Egipcios se sabían originarios. Pero en Egipto,
país modernísimo, no aparecen representaciones
paleolíticas de estas hermosas aves adoradas por las más
remotas sociedades humanas, de carácter matriarcal.
Para encontrar esas figuritas tendremos que viajar hasta
Siberia, en donde se descubrió una colección
tallada en colmillos de mamut, hace nada menos que
40.000 años. Y sólo algo más moderna, en torno a
35.000 años, ha aparecido recientemente en Alemania
una figurita semejante.
Hasta hace pocos años,
ningún arqueólogo del mundo conocía cuanto acabo de
relatar, ignorando por consiguiente el significado y la
importancia iconográfica de las ocas y de
todas sus hermanas las ánades, así como, por extensión,
de todas las aves anfibias. Hoy empieza a
ser un secreto a voces que sólo aquellos excavadores que
logren descubrir figuras de estas bellísimas aves
estarán entrando en contacto con los más remotos
estadios de la historia de la civilización. Y me cabe la
doble satisfacción de haber sido el descubridor de todo
este asunto y de habérselo dado a conocer a los
arqueólogos europeos, con ocasión de mi asistencia a la
exposición L´aventure humaine, celebrada en
Bruselas a lo largo del otoño del año 1990. Jamás
olvidaré la cara de estupor de los organizadores de
aquella extraordinaria exposición que reunía lo más
granado del arte paleolítico europeo, al
contemplar las figuritas de ánades y la escultura de un
impresionante pato descubiertos por mí en
la no menos impresionante Necrópolis de
Peña Alba, situada en el corazón del macizo
montañoso en el que -¡qué casualidad!- tiene sus
fuentes el río Oca...
En efecto y como se haya
abrumadoramente documentado, las almas o
albas de los antiguos Egipcios
volaban hacia el País de Occidente o del
Ocaso, allí donde reinaba el dios al que
adoraban: Osiris Kan. Léase, el propio
dios solar, Okan = Kan, que ha dado nombre
a Kantabria.
Al conocer mis figuras y
cuanto le expliqué respecto al culto a las ánades,
el comisario de la exposición belga a la que acabo de
referirme, delegó su responsabilidad en la misma y viajó
de inmediato a Rusia con el fin de poder conocer y
probar de primera mano cuanto yo le había desvelado
sobre este antiquísimo mito y sobre las ocas
paleolíticas de Siberia que lo documentan...
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