Una "A"
con 38.500 años
Si observamos con
atención el segmento de piedra arenisca descubierto en
la Cueva del Castillo (fig. 2), veremos que lo
que aparece grabado en el centro del mismo es una A
como las que acabamos de reconocer en manifestaciones
artísticas infinitamente más modernas. Más modernas, sí,
pero que tienen el denominador común con ella de
encerrar referencias inequívocas al nacimiento de la
vida. Es decir que cuando acabamos de encontrarnos
en Galicia con un triángulo de piedra que
representa al Autor de la Vida y en el que
aparecen labradas una A y una V fundidas
del mismo modo que suele estarlo la salutación pía
AVe María, vemos que la A aparece,
obvia, en este grabado de 38.500 años de antigüedad,
en tanto que la V resulta no menos patente, al
ser el marco dentro del cual la A ha
quedado bella y elocuentemente encuadrada. Tenemos,
pues, la A y la V. Sólo nos falta la O,
léase el círculo. Bueno, eso de que nos falta es
sólo un decir, porque el autor de esta auténtica
maravilla ha querido dejarnos muy claro que el
triángulo en el que él estaba pensando, no sólo
representaba el sexo de la mujer, sino también, y sobre
todo, a la Diosa Solar de la que se suponía hija a la
primera pobladora de nuestro planeta. No es el
triángulo púbico, pues, de una mujer indeterminada
el que el artista de la Cueva del Castillo
reproduce. En absoluto. El sexo en el que este
antiquísimo escultor-escritor está pensando, es
el de la Diosa Madre Solar de la que, como todos
los seres humanos a lo largo de la Prehistoria y de la
Protohistoria, se consideraba hijo y descendiente.
Es cierto que el autor
del triángulo púbico de El Castillo no ha
grabado un círculo en su obra, pero no es menos
cierto que le ha dado forma circular por su parte
superior y que hasta la persona más abstrusa sabe que
ese triángulo que él ha reproducido, al aparecer
rematado en forma circular, demuestra ser una porción
de un círculo. No está el círculo completo, es
cierto, pero éste está sobrentendido y, por decirlo
llanamente, cae por su propio peso. Cualquiera entiende,
pues, que ese triángulo hallado en Puente Biesgo
es una parte de un círculo, similar por cierto a
aquellas con las que hoy suele representarse los
porcentajes de votos obtenidos por cada formación
política en las convocatorias electorales. Y cualquiera
comprende, así mismo, que el hecho de que se haya
otorgado tal protagonismo a la letra A, grabada
en el centro mismo del triángulo, sólo puede deberse al
deseo de conferirle a la primera de las letras del
alfabeto, el mayor relieve posible. La
misma intención que, como hemos visto, alentase en el
escultor que nos legó esa prodigiosa imagen del
Creador del Mundo perdida en un monte de Galicia y
en la que la A ha sido destacada de tal modo que
acapara todo el protagonismo de la pieza. Protagonismo
que volvemos a descubrir en esa A extraordinaria,
pintada varios miles de años más tarde en uno de los
Beatos medievales y que permanece absolutamente fiel
al espíritu que ya se pone obviamente de manifiesto en
el triángulo púbico de la Cueva del Castillo.
Es verdaderamente asombroso.
Más asombroso, sin
embargo, que cuanto antecede, es el hecho de que sin
alejarnos del propio ámbito cantábrico en el que nos
encontramos y en otra cueva tan señalada como la de
El Pindal, en la linde entre Asturias y
Cantabria, aparezca reproducido un soberbio
bisonte en cuyo centro figura pintada una A
((fig. 12). Una A cuyo trazo central aparece
incompleto, bien es cierto, pero que no por ello deja de
ser lo que es. Porque ya en el alfabeto ibérico
descubrimos una A idéntica a la que preside la
figura del bisonte de El Pindal, habiendo sido
identificada con el sonido GA = KA
por Grotefend y Zóbel en los años 1844 y 1878
respectivamente. De donde se deduce que al bisonte en
cuestión, su autor le denomina GA o
KA en la época en que pergeñó su obra hace la
friolera de 20 a 25 mil años... Con la particularidad de
que, como hemos visto, Okan = Kan es uno de los
remotos nombres cantábricos del Sol,
identificado con el Ocaso y con la región, Kantabria,
a la que hasta hace literalmente cuatro días se ha
identificado con el final de la Tierra.
Y digo lo de que hace cuatro días porque,
para nuestro asombro, todavía Tertuliano denomina
Últimos Confines a los litorales de
Asturias y de Cantabria...
Con todo lo cual estoy
desvelando, por vez primera, uno de mis grandes
secretos. Los bisontes que aparecen
grabados o pintados en la cuevas cantábricas no son
potenciales piezas de caza que el hombre del Paleolítico
dibujaba para poder realizar su montería de manera más
propicia. En absoluto. Éste es uno de los infinitos
disparates que se han acuñado en el afán por tratar de
dotar de un significado a la bóveda polícroma de
Altamira, sin tener ni la más remota idea respecto a
la manera de pensar y de sentir de aquellos que
ejecutaron esa portentosa obra. Los bisontes son
representaciones del Sol y
constituyen el precedente de los toros a los que
posteriormente se rendiría el mismo culto del que habían
disfrutado sus antecesores del Paleolítico. Bisonte,
pues, es sinónimo de Sol y de ahí el que
el sitio elegido para realizar su obra cumbre por el
genio que pintó los bisontes de Altamira, fuera
precisamente la bóveda de la cueva (fig. 13).
Tengo que recordar que
los antiguos Egipcios estaban persuadidos de que
sus almas, tras producirse el tránsito de la muerte,
volaban o nadaban hacia el País del Ocaso
metamorfoseadas en ocas. Y que ese
viaje de retorno que realizaban al solar
occidental de sus antepasados, lo emprendían con el
fin de morar en compañía de su dios supremo Kan = Gan
= Jan = Jem, denominado por ello El Señor de
Occidente. Y estamos hablando, obviamente, de
aquel al que la toponimia de Cantabria recuerda
todavía en enclaves como Gama, Cuenca
Jen o todos los Picos Jano a
los que, prodigiosamente, caracteriza el hecho de tener
un diseño cónico = triangular absolutamente
perfecto. No cabe duda, pues, de que seguimos hablando
del triángulo. No cabe duda, pues, de que
seguimos hablando de la divinidad. Porque la A
del bisonte de El Pindal es, obviamente, un
triángulo, y si nos tomamos la molestia de rastrear
la huella que ha dejado esta forma geométrica en el
alfabeto ibérico, descubriremos atónitos que son varias
las letras en las que interviene y que el sonido
GO = KO, gemelo del GA = KA al que
acabo de referirme, se representa con dos triángulos
contrapuestos idénticos a los que diseñan la figura de
la X. Así lo descubrió
López Bustamante allá por el año 1780. Ga = Ka
/ Go = Ko no es, pues, sino una de las remotas
denominaciones del Sol..., de Dios.
Por eso están llenos los paneles con pintura rupestre de
las cuevas de la Península Ibérica, de triángulos
contrapuestos como los que dieron origen a la letra X
en nuestro alfabeto (recuérdese, símbolo de
Xristo), a la sílaba go = ko en el alfabeto
ibérico y, en fin, a todos esos idolillos neolíticos y
eneolíticos que, como digo, tanto se prodigan por la
geografía española y entre los que, a título de muestra,
he elegido unos para ilustrar estas páginas (fig. 14).
Se trata de los ídolos de Zarza-Alange, en
la provincia de Badajoz, obviamente identificados con la
divinidad... y con la mujer.
Una A idéntica a la que preside la
figura del bisonte de la Cueva del
Pindal (y a la que infantilmente se ha identificado
con una flecha), es la que expresa el sonido
ga = ka en el alfabeto ibérico. Y acabo de
afirmar que al pintar esa letra en el centro mismo
del bisonte, lo que su autor se limitó a hacer fue
escribir la palabra que designaba a ese mismo animal.
Exactamente el mismo comportamiento por el que todavía
nos regimos cuando acompañamos fotos, dibujos e
ilustraciones con un texto con el que desvelamos,
aclaramos o refrendamos lo que esas imágenes
representan. Bien, pues para desbordar nuestro asombro y
probar abrumadoramente que la escritura nació en
la antigua Kantabria, hermanada siempre con
Asturias, resulta que un derivado de ka,
ko-kor, es una de las
denominaciones baskas del bisonte.
Lo que demuestra que cuando se pintó el bisonte en
cuestión hace veinte o veinticinco mil años,
no sólo se conocía ya a este animal con ese nombre,
sino que existía la palabra monosilábica que lo
designaba. Esa palabra era GA = KA
y, por ende y con toda coherencia, fue pintada por su
autor en el lugar más destacado de toda su composición.
Y ocioso es decir, a partir de ese viejísimo nombre
euskérico de los bisontes o ko-kor,
de dónde procede el término castellano coco,
referido justamente a un ser más o menos temible o,
incluso, terrorífico. Y he aquí uno de los millones
de pruebas que podría aportar respecto a la filiación
euskérica de la lengua castellana y respecto
a la enorme antigüedad de esta última lengua, varias
veces milenaria, a la que los políticos y filólogos
riojanos ningunean hasta el extremo de pretender hacerla
nacer hace mil años y... ¡además!, en su territorio.
¡Patética ignorancia, patético
provincianismo español!
Como acabo de escribir y
es perfectamente conocido, toros y vacas
fueron los sucesores de los bisontes una vez que
estos animales se vieron exterminados en su viejísimo
feudo cantábrico. A partir de ese momento, quienes antes
habían adorado a este animal, siguieron rindiendo ese
mismo culto a sus herederos bovinos. ¿Heredaron
éstos algo más, amén de esa decantada veneración que se
halla en el origen de la Fiesta Taurina, de los
Encierros Taurinos y de los Toros de Fuego
que tanto se prodigan, desde que se inicia la primavera,
por los pueblos de la geografía septentrional de la
Península Ibérica? Naturalmente que sí.
¿Es casualidad que el
nombre prehistórico de los bisontes en el Norte
de España, ga / ka = go/ ko, resulte ser
el prefijo de las palabras koso y
korrida? ¿Es casualidad que sea
go el nombre sánskrito de la vaca? ¿Es
casualidad que las lenguas danesa y sueca utilicen la
misma palabra -ko- para designar a las
vacas, que aquélla que en la Prehistoria se
utilizara para denominar a los bisontes?
Karve es, también, el nombre lituano de
la vaca... Y kalbo =
calbo el de las terneras en varias
lenguas europeas. Léase, en varias lenguas
indoeuropeas. Y aquí vemos hasta qué punto resultan
disparatadas las tesis sobre el origen asiático
de las mal denominadas lenguas indoeuropeas, a
las que desde hoy deberemos denominar euroindias.
Porque mientras el común de los filólogos se empecinan
en convencernos de que tales lenguas nacieron en la
India o en el Oriente Cercano hace 8 ó 10 mil
años, vinculadas al nacimiento de la agricultura y de la
revolución neolítica, vemos que hace 20 ó
25 mil años ya existían -pintadas o grabadas en
el Norte de España- las mismas palabras que todavía
podemos reconocer en las lenguas de Europa... y de otros
continentes.
¿Cómo iban a nacer las
lenguas indoeuropeas en la India, cuando son
hijas de la lengua cantábrica o baska que se
habla y ha hablado siempre en el Norte de España?
Pero si fascinante es
cuanto ha sucedido con el nombre de los bisontes,
heredado por vacas y toros, no lo es menos
el hecho de que todos ellos fueran herederos, a su vez,
de las aves acuáticas a las que, como he
desvelado anteriormente, se identificó con la
Diosa Solar muchos miles de años antes de
que el patriarcado diese la vuelta a la tortilla
y trasladase ese culto a animales más poderosos y, por
supuesto, masculinos. De donde resulta que antes de que
se denominase ga = ka = go = ko a
bisontes, toros y vacas, ya se había conocido a ocas
y gansos con todos estos nombres:
gas (sueco), gos (antiguo inglés ),
gus (ruso), gan (japonés), gans
(alemán), ganso (castellano)...
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