La primera sílaba del
lenguaje
Aunque un segmento del
trazo izquierdo de la A del amuleto de El
Castillo aparece parcialmente borrado, el hecho
de que la incisión llegue hasta el borde mismo del
triángulo, prueba que la letra fue grabada completa
(fig. 15). De todos modos y si no hubiera sido así,
seguiríamos estando ante la representación de una A.
Porque en la escritura ibérica y por mor de la pérdida
de ese mismo trazo izquierdo, nos encontramos con letras
A que se asemejan a un 4 ligeramente
inclinado. De hecho, el número 4 es una A
mayúscula privada del tramo final de su trazo izquierdo.
En otro orden de cosas,
el hecho de que la línea horizontal que divide la A
en dos mitades, rebase el trazo derecho, no sólo es
común en el diseño del número 4 sino que
encontramos A con esas mismas características en
la escritura ibérica. Las personas interesadas en
efectuar esta verificación, podrán comprobarlo en las
inscripciones de Bemsafrim y de la Piedra de
la freguezía de Ourique.
La A del amuleto triangular de
El Castillo, en suma, es una A perfectamente
homologada y plenamente integrada en el contexto
cultural ibérico. Tanto, que podría pasar por una letra
de la escritura ibérica..., si no fuera porque es algo
así como ¡35.000 años! más vieja que sus
modernísimas descendientes.
¡Qué antigüedad no tendrá el lenguaje humano, por
consiguiente, cuando vemos que hace ya 40.000 años
existían letras perfectamente configuradas y que han
permanecido invariables hasta nuestros días?
Sin duda no existían
todas las letras que hoy conocemos cuando la A de
El Castillo fue grabada, pero no abrigo ni la
menor duda de que el alfabeto que conocían los
habitantes de Kantabria hace 40 ó 50
mil años, tenía ya decenas de miles de años de
antigüedad. No es, pues, la primera palabra de la
Historia la que he descubierto. Es una más de las
muchas que sin duda ya habían sido escritas con
anterioridad a ella. Futuros hallazgos lo irán
confirmando.
En el único esquema
filológico que acompaña a estas páginas (fig. 16), fruto
de mis investigaciones para reconstruir la forma como se
produjo el nacimiento del lenguaje, destaco los fonemos
A y B como primogénitos del lenguaje
humano. Y, junto a ellos y habiendo seguido una
evolución distinta a la de vocales y consonantes, señalo
a la conjunción de las vocales I + A como la raíz
de varias consonantes que de ellas se han originado. En
seguida conoceremos la trascendencia de este hecho,
aunque antes de seguir adelante, considero obligado
decir que el esquema en cuestión -que he mantenido en
secreto por espacio de veinte años- constituye el
cimiento mismo de la ciencia filológica. Sin ese
esquema, sin conocer la forma como han evolucionado los
sonidos o fonemas y, por ende, las letras que los
representan, no hay Filología posible. Hay, sí,
especulaciones, cabildeos y elucubraciones acerca del
lenguaje, pero no hay Ciencia merecedora de tal
nombre. Porque, ¿cómo podemos construir una ciencia, sin
dotarla previamente de un método y de un sistematismo
sólidos? Nunca me ha entrado ni me entrará en la cabeza
cómo los lingüistas han podido consagrar sus vidas al
estudio del lenguaje, sin haberse planteado la necesidad
de construir un esquema como el que, por vez primera,
aparece reproducido junto a estas líneas. Esquema que,
insisto, es el primero de su género. Jamás se ha
elaborado otro análogo o remotamente semejante. Nada.
Y quiero dejar constancia de que el esquema que aquí
presento es el primero elaborado por mí, pero no el
definitivo. En el definitivo, que publicaré en su día,
he incorporado algunas variantes, no sustantivas, pero
sí significativas.
La Filología, como
tal ciencia, ha nacido con el que he denominado
Esquema de la derivación de las consonantes. Sin
él, la Filología es -y nunca mejor dicho-pura
palabrería. Con él, la Filología es ciencia.
Una ciencia que nos permite reconstruir la forma como ha
nacido y evolucionado el lenguaje humano y que, además,
nos ayuda a saber qué idiomas son más antiguos que otros
y, por ende, qué pueblos se han derivado de otros. De
donde resulta que merced al esquema aquí reproducido, la
Filología puede recorrer, respecto a las palabras, un
camino de investigación similar al que la Genética
recorre merced al estudio del ADN. Con la
particularidad de que las conclusiones de la primera
resultan ser tanto o más incontrovertibles que las que
aporta la segunda. Por eso y gracias a que he logrado
construir ese esquema, sé con absoluta certeza que la
lengua latina es la más moderna de las lenguas romances.
Y del acierto rotundo de esa conclusión, da fe el hecho
de que los estudios del ADN hayan probado que todos
los Italianos proceden del Norte de España. De donde
se desprende que si los habitantes de la Península
Itálica eran originarios de la Península Ibérica,
su lengua había de compartir, por fuerza, esa misma
filiación. Lo que permite entender, al fin, el
porqué de que los escritores latinos manifiesten que la
lengua hablada por los legionarios romanos era muy afín
a la hablada por los pueblos ibéricos, salvedad hecha de
Kántabros y Baskos...
No es éste el momento de
comentar en profundidad el alcance del Esquema de las
consonantes, pero resultaba obligado hacer alusión a
él, porque la palabra que aparece grabada en el
amuleto de El Castillo resulta ser la misma que
hace más de diez años, cuando se dibujó mi esquema por
vez primera, aparece ya como raíz de las consonantes
ll, y, j, l, n, r... De donde resulta que si
hacia el año 1991 yo proponía al fonema IA
como crucial en la génesis del lenguaje humano, en el
año 2004 he venido a descubrir la primera palabra
conocida y documentada hasta el presente, siendo esa
palabra exactamente la misma: IA. Y no
cabe truco ni artimaña posible, porque en
1991 no se había descubierto -ni, por ende, publicado-
el amuleto triangular de El Castillo, siendo mi
hallazgo filológico anterior en casi tres lustros al
hallazgo arqueológico que me ha permitido revalidar una
de las premisas fundamentales de mi esquema.
De mis investigaciones
sobre el nacimiento del habla se desprende que el primer
sonido articulado por el ser humano fue ba.
Y que la primera palabra compleja, bisilábica, fue
balla = baya. Por agregación de ba + ia.
Pues bien, la palabra que vemos reproducida en el
triángulo de El Castillo es IA,
pronunciada de este modo o con cualquiera de sus
equivalentes: YA..., LLA..., JA... o
GA. Porque debemos partir del principio
axiomático de que la proliferación de sonidos y, por
consiguiente, de letras, del lenguaje que hoy conocemos,
es extraordinariamente moderna. Si retrocediéramos en el
tiempo, iríamos viendo cómo fonemas y letras se reducen,
hasta quedar reducidas a la mínima expresión ya
señalada: ba / ya / baya... Es, pues,
absolutamente indiferente que pronunciemos ya / ia
/ lla / ja. Es indiferente, porque los matices
de articulación que existen entre unos y otros sonidos
son mínimos, casi imperceptibles. Y, además,
relativamente modernos. Quiero decir con ello, que las
palabras que hoy empiezan con esas raíces -ya- /
lla- / ja-- son derivaciones de otras voces más
antiguas en las que no existía esta multiplicidad. De
donde resulta que todas esas palabras, nacidas de la
misma, comparten significados análogos como
denominaciones que son de la vulva y vagina
de la mujer. Y..., ¡cómo olvidar, a este respecto, las
prodigiosas representaciones de éstas que encontramos en
algunas cuevas cantábricas! Recuerdo ahora la bóveda de
Chufín, con una impresionante vagina
labrada y pintada en la roca con escalofriante fidelidad
(fig. 20).
Siendo el órgano genital
femenino -por diversos motivos- la mayor de las
obsesiones del ser humano (y me refiero no solamente a
los hombres sino también a las mujeres), cae por su
propio peso que las primeras palabras del lenguaje
hubieron de estar relacionadas con él. Así lo dicta el
sentido común y así lo establecen las conclusiones de
mis estudios sobre el origen del habla. Porque,
justamente porque fue ba la primera
palabra articulada por el ser humano, seguimos
utilizando las siguientes palabras para referirnos al
sexo de la mujer:
Ba = Va > válbula
- vulva - vagina - barba
(vello de la vulva) - baba
(flujo de la balba o
vulba)
Pero no es BA
sino YA en mi opinión, la palabra
monosilábica que aparece grabada en el triángulo de
El Castillo. Podría ser BA, porque una
de las versiones de la b en la antigua
escritura ibérica fue un palote similar al que
vemos grabado delante de la A. Pero tengo
por evidente que en este caso estamos ante el fonema
YA = JA = LA, ejerciendo como palabra
monosilábica para designar a la bulba femenina.
Es decir, para designar al mismo concepto al que
ya designa y define el triángulo en el que la palabra YA
= JA aparece representada. Que esto es lo que
hace aplastante e incontrovertible todo
este asunto: el autor de este amuleto labró un triángulo
como símbolo de la bulba femenina y, no satisfecho con
ello, grabó en él la palabra con la que se designaba a
ésta. Con la que se designaba... y, de hecho, sigue
designándose. Porque son legión en todas las lenguas
las palabras derivadas de ya- / lla- / ia- / ja- /
ga- referidas al sexo femenino y/o a la
propia actividad sexual. De donde se deduce que para
corroborar cuanto estoy afirmando, no tenemos necesidad
de remitirnos a lenguas antiquísimas o a idiomas
hablados hoy en regiones remotas. Nos basta con dirigir
la mirada hacia nuestro propio entorno idiomático, para
descubrir términos como eyacular... ¿Qué
es eyacular? Pues, lisa y llanamente,
depositar el semen en la vagina femenina.
Bagina o vagina a la que, sin la más mínima
duda, se conoció otrora como yaga = yaka = yako =
yaja = yaya. Y de ahí que sea yaya
el nombre catalán de las abuelas, como homenaje a
la mujer en cuya matriz tiene su raíz una estirpe
familiar... De ahí el nombre castellano de las
llagas, como aberturas en la piel que recuerdan
enormemente a la abertura de la bulba... De ahí el verbo
llegar, virtual sinónimo de acceder
y de entrar... De ahí la palabra yugo
y el concepto de uncir, porque lo que el
yugo representa es la unión de dos
seres; y de ahí el yugo conyugal,
con repetición de una misma palabra que significa
exactamente lo mismo: la fusión de dos cuerpos merced a
la penetración del miembro viril masculino en la
bulba femenina... De ahí el verbo ayuntar
y el concepto originario de ayuntamiento o
de yunta... De ahí también, como
veíamos, el verbo eyacular... Y de ahí, en
fin, el verbo yacer, que no significa
acostarse para dormir, sino acostarse para eyacular.
Y la homonimia yacer = eyacular
hace innecesarios todos los comentarios.
Yacer
es el genuino término castellano para referirse al hecho
de hacer el amor, copular, tener conyugio,
fornicar, joder... Obsérvese, un nuevo
derivado de ja-. El propio término
hacer que aún sigue vigente en la locución
hacer el amor, es un derivado de
yacer. Porque la consonante h
suple siempre a una consonante perdida. Y es que la
acción por antonomasia es la fornicación,
concepto este al que todavía seguimos designando como
el acto sexual...
¡Ay el antiquísimo nombre
del ojal femenino...!
Algo
tiene que ver cuanto acabo de desvelar con el nombre del
mítico Patrón de España, pero no es éste
el momento de entrar en ese asunto. Como tampoco podemos
extendernos ahora en recorrer todos los términos baskos
surgidos de la radical ya- = ja- y cuyo
significado tiene un carácter sagrado. Empezando por
Jainkoa ( = Dios). O jayera
(devoción). O jaurestu (adorar).
Adorar... ¿a quién? A la divinidad, por supuesto,
pero antes que a ella y por encima de ella, al
órgano genital femenino. Aquel al que recuerdan las
palabras baskas: jaio (nacer), jario
(flujo), jarian (manar), jator (fértil),
jatorri (genealogía, origen, linaje...).
¿Comprendemos ahora cuál es el verdadero origen de la
palabra castellana joya, configurada a
partir de la misma repetición del nombre de la vagina
femenina: ya + ya > yaya = joya?
Me honra haber sido el
primer filólogo en descubrir que las dos lenguas del
planeta que comparten con el euskera el título de
lenguas más puras entre cuantas existen, son, por este
orden, la ketxwa y la kaló.
Una lengua americana y otra de origen hasta ahora
incierto pero que, como he probado ya hasta la saciedad,
es de cuño inconfundiblemente cantábrico. Bien, pues
esto es lo que la lengua hablada por los Jitanos
españoles nos dice respecto al asunto que nos ocupa:
janrelle,
órgano genital
jañí,
nacimiento de agua, caño
jañike,
caño de cualquier líquido
jaria,
pierna (jeria)
jan,
fuente = juan
jaramar,
chupar
jarana,
recreo, diversión
jalar,
amar, querer, hacer el amor (jelar)
jallipí,
deseo, apetito carnal
jalenar,
enamorar
jalí,
amor, atracción, deseo (jelí)
jabe,
agujero
jabillar,
penetrar
jibilen,
pozo
yeskue,
ano
jastarí,
receptáculo
yake,
lumbre, fuego
yagule,
fuego
yakuno,
verano
jacha,
calor = llama
jar,
calor
Cuando estamos probando
que ja = ya ha sido una de las más remotas
denominaciones del órgano genital femenino, la
abrumadora relación de términos kalós que acabo
de reproducir, hace innecesario cualquier comentario
adicional...
He dicho que en todas las
lenguas de la Tierra podríamos descubrir voces derivadas
de ya- / ja- cuyos significados tengan que
ver con el sexo de la mujer y, para demostrarlo,
voy a remitirme a una enormemente alejada del contexto
cultural ibérico: la lengua ketxwa hablada
por el pueblo Inka. Una lengua americana, pues,
en la que debido al total aislamiento en que se mantuvo
América hasta hace sólo cinco siglos, no cabe la
posibilidad de vislumbrar o de maliciar influencias
como las que podrían sospecharse entre lenguas habladas
en un mismo contexto geográfico. Ninguna relación ha
existido entre América y Europa a lo
largo, como mínimo, de 15.000 años, y un hecho
como el que paso a comentar a continuación, supone la
confirmación rotunda del origen ibérico de la
población indígena americana, así como de todas las
lenguas autóctonas habladas por ella. Júzguese,
si no.
Para empezar y como la
bulba o yaka es la puerta del cuerpo
de la mujer, la lengua kechwa denomina yaikuna
a las puertas y utiliza el verbo yaikuy
como equivalente de nuestro penetrar. Por otra
parte y al igual que ha sucedido en el euskera, el habla
andina identifica al agua con los fluidos que
manan de la bulba: yaku es el nombre del
agua y, en general, de jugos y fluidos.
Por otra parte, yarjai es el paralelo del
castellano hambre, relacionados ambos con el
apetito sexual. Creo que nadie ha caído en la cuenta
de que la homonimia de los términos hambre -
hembra - hombre está proclamando a gritos que el
hambre por antonomasia no es la del estómago...,
sino la que produce la apetencia sexual desmedida. Y la
prueba colosal de ello nos la proporciona la palabra
siguiente, porque cuando ya había quedado escrito cuanto
antecede, el diccionario de kechwa ha dejado petrificado
al autor de estas líneas, al poner ante él la palabra
yajuy = yojuy: unirse sexualmente la mujer
y el hombre. Relea el lector los últimos párrafos...
y juzgue por sí mismo. Relea y verá que acabo de deducir
que ha sido yaja uno de los más viejos
términos para designar a la bulba de la mujer y, por
extensión, al conyugio entre hombre y
mujer... Consecuentemente, los antiguos Inkas
denominaron yayas a las madres o
dueñas, habiéndose aplicado este mismo término, ya
modernamente, a padres y amos... Pero
nuestro asombro no ha hecho más que empezar a
manifestarse, porque siempre a partir de la misma
radical ya que designara al sexo de la
mujer, vemos cómo los antiguos Inkas denominaron
yuma = juma al semen masculino y,
por extensión, yumay a los verbos
engendrar, fornicar y eyacular... Por
otra parte y como la menstruación convierte al sexo
femenino en manantial de sangre, la propia
lengua ketxwa denomina yawar y
yukyu (ya al cuadrado) a la
sangre... Y yuriy al verbo
nacer y, consecuentemente, yuyai la
vida...¡Nada menos! Aunque lo más asombroso y que
debería darnos muchísimo que pensar, es el hecho de que
yuyai signifique también pensamiento,
juicio, razón... O yachai, el saber...
Como vemos, el conocimiento y la racionalidad
estrechamente vinculados a la bulba y a la
bagina femenina... ¡Monumental!
Si nos remitimos a la
raíz ja-, paralela de ya-,
todo lo que descubrimos no tiene, tampoco, desperdicio.
Para empezar y por razones obvias, jacha
(sucio)... O jajoy (sobar,
magrear), por razones no menos evidentes
(recuérdese: yajuy = copular)... O
jalay (desnudarse) y, a
continuación, jalaiway (echarse al
suelo)... O jalla (angosto,
estrecho)... O jallai (el
principio, lo primero)... O japu
(blando, suave, mullido)... O jasiak
(mujer embarazada)... O jasju
(labio partido)... O jaspa (vello
rizado o crespo)... O jaukay
(holgar)... O joya (reina,
diosa)... O jutju (agujero)...
O jucha (pecado). Sin comentarios.
O, en fin, y para
desbordar nuestro asombro, jallu
(lengua, idioma). De donde resulta que no es sólo la
razón la que se vincula al sexo de la mujer, sino
también el propio lenguaje. Algo que por otra parte
corrobora la lengua kaló, al denominar lao
a la palabra. Y huelga decir que la sílaba
la es una deformación de ya = lla...
Siempre en la lengua
ketxwa y al hilo de cuanto ha quedado escrito en
estas páginas respecto al papel atribuido a las
ánades en el nacimiento de la vida, yuku
es el nombre kechwa del cisne...
Después de conocer cuanto
antece, ¿nos cabe ya la más leve sombra de duda respecto
al origen cantábrico de los pueblos que, como
ahora empieza a confirmarse arqueológicamente,
colonizaron América hace más de 20.000 años?
¿Nos cabe alguna duda de que las gentes que moraban en
Kantabria hace 40.000 años y una de las
cuales labró y grabó el amuleto de El Castillo,
eran los abuelos de los primeros colonizadores de
América? ¿Nos cabe la más mínima duda respecto al
origen común de todas las lenguas y de todos los
seres humanos?
Inmejorable ocasión esta para recordar a
mi más directo predecesor. Esto es lo que Julio
Cejador escribe en Ibérica:
El estudio comparado fue siempre
madre de los hallazgos. La comparación es madre de los
inventos científicos y en particular de la lingüística y
del desciframiento de inscripciones.
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