El amor, pese a ser una de nuestras
palabras más usadas, sigue siendo un enigma. Es posible que se haya
escrito más sobre el amor que sobre cualquier otro tema, y aun así sigue
siendo intangible. Sabemos que el amor es una parte integral de la vida
humana, que lo necesitamos para nuestro bienestar, pero no parece haber
un modo garantizado de hallarlo. ¿Qué es entonces el amor?
El amor es el componente singular
más necesario en la vida humana. Es a la vez dar y recibir; nos permite
experimentar a otra persona y permite que esa persona nos experimente a
nosotros. El amor es el origen y el fundamento de toda interacción
humana. Para vivir una vida plena de sentido, debemos aprender más sobre
el amor y cómo introducirlo en nuestras vidas.
A primera vista, podríamos pensar
que necesitamos amor del mismo modo en que necesitamos comer y beber,
respirar y dormir. Sabemos que el amor consuma nuestra necesidad de que
se ocupen de nosotros, nuestra necesidad de intimidad. Por eso
procuramos el amor de una manera que muchas veces suele ser narcisista e
indulgente- buscamos a alguien que nos ame porque así lo queremos;
podemos querer amar a alguien para sentirnos bien con nosotros mismos.
Pero si el amor es sólo una necesidad más como la comida o el agua, ¿por
qué es tan fugitivo? -Por qué a tanta gente se le hace tan difícil
alcanzar el amor? Y cuando lo hallamos, no es fácil ejercerlo; siempre
viene acompañado de alguna medida de dolor y frustración. Podernos tener
éxito en amar por un tiempo, pero cuando fallamos, el dolor es intenso.
Estos son los inconvenientes que
enfrentamos cuando considerarnos al amor sólo como una más de nuestras
necesidades corporales. Sí, necesitamos amor igual que necesitamos
comida y agua, pero hay una diferencia. La comida y el agua son
elementos de la tierra que sustentan nuestros cuerpos físicos, mientras
que el amor es el lenguaje de Dios, que sostiene a nuestra alma.
El amor genuino se parece poco al
amor sobre el que leemos en las novelas u oímos en las canciones. El
amor verdadero es trascendencia, equivale a unir nuestras personas
físicas a Dios y, en consecuencia, a todo lo que nos rodea. Con
demasiada frecuencia tenemos una concepción egoísta del amor, como algo
que queremos y necesitamos; pero el verdadero amor, al ser parte
integral de nuestra relación con Dios, es altruista.
Uno de nuestros principios más
fundamentales es "Ama a tu prójimo como a ti mismo"."¿ Pero cómo puede
ser posible esto? ¿Acaso no nos amamos más de lo que podríamos amar a
cualquier otra cosa? La respuesta está en el hecho de que el verdadero
amor altruista no surge del cuerpo sino del alma.
El amor es la predominancia del espíritu sobre la materia. Según la
definición de materialismo, dos objetos no pueden ocupar el mismo
espacio simultáneamente. Pero el alma trasciende el tiempo y el espacio,
y también trasciende el narcisismo, haciendo posible que nos compartamos
realmente con otra persona.
El sabio Hilel dice: "No hagas a
otros lo que no quieres que te hagan a ti. Esta es toda la Torá, y el
resto es comentario".
El propósito de la sabiduría de Dios es uno:
enseñarnos cómo amar, trascender nuestros límites materiales y llegar a
un lugar más espiritual. Ese viaje sólo se hace con el alma, y el amor
es el idioma que debemos aprender para hablar en el camino.
El amor es
un modo de hablar con Dios. Cuando miramos a los ojos de alguien y lo
amamos, estamos trascendiendo el mundo físico y conectándonos con Dios.
De modo que el amor es mucho más que tratar a otra persona con
compasión. Va más allá del intercambio de sentimientos de ternura. Es
mucho más que hacer a otros sólo lo que nos haríamos a nosotros mismos.
El amor es un acto Divino, el modo más puro de alimentar el alma de otra
persona tanto como la nuestra.
El amor más profundo no es
meramente humano. Es un amor imbuido de Divinidad, por el cual un beso
mortal se transforma en uno inmortal. El amor verdadero es un alma
recibiendo a otra.
¿Por qué necesitamos el amor?
En cierto sentido, todos nos
hemos ido alejando de nuestro verdadero ser. El nacimiento es el
comienzo del viaje de nuestra alma, enviada desde su fuente divina
para vivir en un estado no natural, en una tierra de materialismo. A
lo largo de nuestras vidas, entonces, sentimos la nostalgia de
reunirnos con nuestro verdadero ser. Buscamos nuestra alma, buscamos
la chispa de Dios dentro de nosotros. Ansiamos volver a conectarnos
con nuestra fuente.
Muchos de nosotros no comprendemos que lo que llamamos amor es en
realidad una búsqueda de Dios. La necesidad urgente que estamos
expresando cuando decimos: "Necesito que alguien se ocupe de mí", o
"Necesito intimidad", es en realidad la necesidad de trascender
nuestra persona física y conectarnos con nuestras almas. De modo
que, en cierto sentido, amar a otra persona debería ser lo mismo que
amar a Dios, y viceversa. Una persona que puede amar a Dios pero no
puede amar a otro ser humano en realidad no está amando a Dios. Y
una persona que ame a otra persona pero no tiene amor por Dios
descubrirá en última instancia que lo que él llama amor es algo
condicionado y egoísta, lo que significa que no es en absoluto amor
verdadero.
Los dos tipos de amor, el egoísta y el altruista, son diametralmente
opuestos. El amor egoísta es un amor condicionado; se ama con la
condición de que sus necesidades sean satisfechas, y si la persona
que hemos elegido para amar no satisface esas necesidades,
rechazamos a esa persona y buscamos otra. Aunque puede parecer
hermoso por un tiempo, ese amor está destinado a ser pasajero.
Cuando la persona que amamos quiere ayuda, podemos dársela. Pero si
el precio se vuelve muy alto, si sentimos que estamos dando más de
lo que estamos recibiendo, simplemente podemos dejar de amar.
Después de todo, hay una medida fija de incomodidad que estamos
dispuestos a tolerar de la otra persona.
El amor altruista, en cambio, significa elevarse por encima de las
propias necesidades. Significa salir de uno mismo, conectarse
realmente con el alma del otro, y, en consecuencia, con Dios. Cuando
el amor es trascendente, estamos llegando a un sitio más alto;
juntos, estamos acercándonos a Dios. No hay condiciones en ese amor
altruista; cuando la trascendencia es el objetivo de nuestro amor,
no estamos todo el tiempo redefiniendo nuestros deseos y
necesidades.
El amor condicionado y egoísta se disipa cuando sus condiciones no
se cumplen, pero el amor altruista e incondicionado es constante y
eterno. El amor condicional con demasiada frecuencia significa la
obliteración o sujeción de un individuo; en lugar de dos volviéndose
uno, el amor de la persona dominante consume al otro. El amor
incondicionado, en cambio, el amor de la trascendencia, nos permite
hacer a un lado nuestros deseos egoístas y amar a esa persona en
consecuencia.
El amor condicionado no estimula el crecimiento, porque es
simplemente una necesidad temporal que se está satisfaciendo. Así
como necesitamos comer de nuevo pocas horas después de una comida,
alguien que ame condicionadamente necesitará constantemente más
porciones de seguridad, cuidado y aceptación. Pero el amor
incondicionado es el fundamento del crecimiento humano. Es amplio:
se derrama, y afecta no sólo nuestras necesidades inmediatas sino
toda nuestra persona. Mientras que el amor condicionado está
compartimentado en nuestra vida, el amor incondicionado es una parte
integral de toda nuestra existencia. Y por último, es la herramienta
con la que aprendemos a experimentar la más alta realidad: Dios.
El amor, por lo tanto, es el fundamento sobre el que se levanta todo
nuestro mundo. Todas nuestras leyes, todas nuestras actitudes, todas
nuestras interacciones, surgen del mismo principio. El amor es la
raíz de toda civilidad y moralidad. Sin amor, sería imposible vivir
en paz unos con otros, respetar las necesidades del otro, y tratar a
cada cual con la misma compasión que nos gustaría recibir.