¡¡ Nada real puede ser amenazado. Nada irreal existe !!
En esto radica la paz de Dios
Así comienza Un curso de milagros, el cual establece una clara distinción entre
lo real y lo irreal, entre el conocimiento y la percepción. El conocimiento es
la verdad y está regido por una sola ley: la ley del amor o Dios. La verdad es
inalterable, eterna e inequívoca. Es posible no reconocerla, pero es imposible
cambiarla. Esto es así con respecto a todo lo que Dios creó, y sólo lo que Él
creó es real. La verdad está más allá del aprendizaje porque está más allá del
tiempo y de todo proceso. No tiene opuestos, ni principio ni fin. Simplemente
es.
El mundo de la percepción, por otra parte, es el mundo del tiempo, de los
cambios, de los comienzos y de los finales. Se basa en interpretaciones, no en
hechos. Es un mundo de nacimientos y muertes, basado en nuestra creencia en la
escasez, en la pérdida, en la separación y en la muerte. Es un mundo que
aprendemos, en vez de algo que se nos da; es selectivo en cuanto al énfasis
perceptual, inestable en su modo de operar e inexacto en sus interpretaciones.
Del conocimiento y de la percepción surgen dos sistemas de pensamiento distintos
que se oponen entre sí en todo. En el ámbito del conocimiento no existe ningún
pensamiento aparte de Dios porque Dios y Su Creación comparten una sola
Voluntad. El mundo de la percepción, por otra parte, se basa en la creencia en
opuestos, en voluntades separadas y en el perpetuo conflicto que existe entre
ellas, y entre ellas y Dios. Lo que la percepción ve y oye parece real porque
sólo admite en la conciencia aquello que concuerda con los deseos del perceptor.
Esto da lugar a un mundo de ilusiones, mundo que es necesario defender sin
descanso, precisamente porque no es real.
Una vez que alguien queda atrapado en el mundo de la percepción, queda atrapado
en un sueño. No puede escapar sin ayuda, porque todo lo que sus sentidos le
muestran da fe de la realidad del sueño. Dios nos ha dado la Respuesta, el único
Medio de escape, el verdadero Ayudante. La función de Su Voz -Su Espíritu
Santo- es mediar entre los dos mundos. El Espíritu Santo puede hacer eso porque,
si bien por una parte conoce la verdad, reconoce también nuestras ilusiones,
aunque no cree en ellas. El objetivo del Espíritu Santo es ayudamos a escapar
del mundo de los sueños, enseñándonos cómo cambiar nuestra manera de pensar y
cómo corregir nuestros errores. El perdón es el recurso de aprendizaje excelso
que el Espíritu Santo utiliza para llevar a cabo ese cambio en nuestra manera de
pensar. El Curso, no obstante, ofrece su propia definición de lo que en realidad
es el perdón, así como también de lo que es el mundo.
El mundo que vemos refleja simplemente nuestro marco de referencia interno: las
ideas predominantes, los deseos y las emociones que albergan nuestras mentes.
"La proyección da lugar a la percepción" (Texto, pág. 497). Primero miramos en
nuestro interior y decidimos qué clase de mundo queremos ver; luego proyectamos
ese mundo afuera y hacemos que sea real para nosotros tal como lo vemos. Hacemos
que sea real mediante las interpretaciones
que hacemos de lo que estamos viendo. Si nos valemos de la percepción para
justificar nuestros propios errores, nuestra ira, nuestros impulsos agresivos,
nuestra falta de amor en cualquier forma que se manifieste, veremos un mundo
lleno de maldad, destrucción, malicia, envidia y desesperación. Tenemos que
aprender a perdonar todo esto, no porque al hacerlo seamos "buenos" o
"caritativos", sino porque lo que vemos no es real. Hemos distorsionado el mundo
con nuestras absurdas defensas y, por lo tanto, estamos viendo lo que no está
ahí. A medida que aprendamos a reconocer nuestros errores de percepción,
aprenderemos también a pasarlos por alto, es decir, a "perdonarlos". Al mismo
tiempo nos perdonaremos al mirar más allá de los conceptos distorsionados que
tenemos de nosotros mismos, y ver el Ser que Dios creó en nosotros, como
nosotros.
El pecado se define como una "falta de amor" ; Puesto que lo
único que existe es el amor, para el Espíritu Santo el
pecado no es otra cosa que un error que necesita corrección, en vez de algo perverso que merece castigo. Nuestra sensación de ser inadecuados,
débiles y de estar incompletos procede del gran valor que le hemos otorgado al
"principio de la escasez" el cual rige al mundo de las ilusiones. Desde este
punto de vista, buscamos en otros lo que consideramos que nos falta a nosotros.
"Amamos" a otro con el objeto de ver que podemos sacar de él. De hecho, a esto
es a lo que en el mundo de los sueños se le llama amor. No puede haber mayor
error que ése, pues el amor es incapaz de exigir nada.
Sólo las mentes pueden unirse realmente y lo que Dios ha unido, ningún hombre lo
puede desunir. No obstante, la verdadera unión, que nunca se
perdió, sólo es posible en el nivel de la Mente de Cristo. El "pequeño yo"
procura engrandecerse obteniendo del mundo externo aceptación, posesiones y
"amor". El Ser que Dios creó no necesita nada. Está eternamente a salvo y es
eternamente íntegro, amado y amoroso. Busca compartir en vez de obtener;
extender en vez de proyectar. No tiene necesidades de ninguna clase y sólo
busca unirse a otros que, como él, son conscientes de su propia abundancia.
Las relaciones especiales que se establecen en el mundo son destructivas,
egoístas e "infantilmente" egocéntricas. Mas si se le entregan al Espíritu
Santo, pueden convertirse en lo más sagrado
de la tierra: en los milagros que señalan el camino de retorno al Cielo. El
mundo utiliza las relaciones especiales como el último
recurso en favor de la exclusión y como una prueba de la realidad
de la separación. El Espíritu Santo las transforma en perfectas lecciones de perdón y las utiliza como un medio para despertarnos del sueño. Cada
una representa una oportunidad de sanar nuestras percepciones y de corregir
nuestros errores. Cada una es una nueva oportunidad de perdonamos a nosotros
mismos, perdonando a otros. Y cada una viene a ser una invitación más al
Espíritu Santo y al recuerdo de Dios.
La percepción es una función del cuerpo, y, por lo tanto, supone una limitación
de la conciencia. La percepción ve a través de los ojos del cuerpo y oye a
través de sus oídos. Produce las limitadas reacciones que éste tiene. El cuerpo
aparenta ser, en gran medida, automotivado e independiente, mas en realidad
sólo responde a las intenciones de la mente. Si la mente lo utiliza para atacar,
sea de la forma que sea, el cuerpo se convierte en la víctima de la enfermedad,
la vejez y la decrepitud. Si la mente, en cambio, acepta el propósito del
Espíritu Santo, el cuerpo se convierte en un medio eficaz de comunicación con
otros -invulnerable mientras se le necesite- que luego sencillamente se descarta
cuando deja de ser necesario. De por sí, el cuerpo es neutro, como lo es todo en
el mundo de la percepción. Utilizarlo para los objetivos del ego o para los del
Espíritu Santo depende enteramente de lo que la mente elija.
Lo opuesto a ver con los ojos del cuerpo es la visión de Cristo, la cual refleja
fortaleza en vez de debilidad, unidad en vez de separación y amor en vez de
miedo. Lo opuesto a oír con los oídos del cuerpo es la comunicación a través de
la Voz que habla en favor de Dios, el Espíritu Santo, el cual mora en cada uno
de nosotros. Su Voz nos parece distante y difícil de oír porque el ego, que
habla en favor del yo falso y separado, parece hablar a voz en grito. Sin
embargo, es todo lo contrario. El Espíritu Santo habla con una claridad
inequívoca y ejerce una atracción irresistible. Nadie puede ser sordo a Sus
mensajes de liberación y esperanza, a no ser que elija identificarse con el
cuerpo, ni nadie puede dejar de aceptar jubilosamente la visión de Cristo a
cambio de la miserable imagen que tiene de sí mismo.
La visión de Cristo es el don del Espíritu Santo, la alternativa que Dios nos ha
dado contra la ilusión de la separación y la creencia en la realidad del
pecado, la culpabilidad y la muerte. Es la única corrección para todos los
errores de percepción: la reconciliación de los aparentes opuestos en los que
se basa este mundo.
Su benévola luz muestra todas las cosas desde otro punto de
vista, reflejando el sistema de pensamiento que resulta del conocimiento y
haciendo que el retorno a Dios no sólo sea posible, sino inevitable. Lo que
antes se consideraba una injusticia que alguien cometió contra otro, se
convierte ahora en una petición de ayuda y de unión. El pecado, la enfermedad y
el ataque se consideran ahora percepciones falsas que claman por el remedio que
procede de la ternura y del amor. Las defensas se abandonan porque donde no hay
ataque no hay necesidad de ellas. Las necesidades de nuestros hermanos se vuelven las nuestras, porque son nuestros compañeros en la jornada de regreso a
Dios. Sin nosotros, ellos perderían el rumbo. Sin ellos, nosotros jamás
podríamos encontrar el nuestro.
El perdón es algo desconocido en el Cielo, donde es inconcebible que se pudiese
necesitar. En este mundo, ¡No obstante, el perdón es una corrección necesaria
para todos los errores que hemos cometido! Perdonar a otros es la única manera
en que nosotros mismos podemos ser perdonados, ya que refleja la ley celestial
según la cual dar es lo mismo que recibir. El Cielo es el estado natural de
todos los Hijos de Dios tal como Él los creó. Ésa es su realidad eternamente, la
cual no ha cambiado porque nos hayamos olvidado de ella.
El perdón es el medio que nos permitirá recordar. Mediante el perdón cambiamos
la manera de pensar del mundo. El mundo perdonado se convierte en el umbral del
Cielo, porque mediante su misericordia podemos finalmente perdonarnos a nosotros
mismos. Al no mantener a nadie prisionero de la culpabilidad,
nos liberamos. Al reconocer a Cristo en todos nuestros hermanos,
reconocemos Su Presencia en nosotros mismos. Al olvidar todas nuestras
percepciones erróneas, y al no permitir que nada del pasado nos detenga, podemos
recordar a Dios. El aprendizaje no nos puede llevar más allá. Cuando estemos
listos, Dios Mismo dará el último paso que nos conducirá de regreso a Él.
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