“¡Oh! Dios mío, nunca me
inclino a escuchar el grito de un animal, el sonido de las hojas de los árboles,
el murmullo del agua o la salmodia de los pájaros. Nunca presto oídos al rumor
del viento, al susurro del aliento o al estrépito del trueno, sin descubrir en
ello el testimonio de Tu Unidad, y una prueba de que nada en el mundo puede ser
comparable a Ti”
Dhul Nun, el egipcio.
Cada Universo está formado por
la percepción de cada conciencia o por la medida de cada percepción, aún la no
consciente. Siendo así que cada percepción es una, única, irrepetible y
cambiante.
Cada ser en su medida de
percepción, o de conciencia si la posee, es “el creador” del universo que
percibe, incluidos el tiempo y el espacio. Quizás fuera mejor decir que cada ser
mediante su ego, perceptivo y conceptual, es la forma o vehículo mediante el que
La Causa Original ha decidido ser creadora del Dunia. El Universo aparente.
El conjunto de todos los seres
“creados” por las múltiples percepciones de cada criatura, sobre el universo
subyacente en la Realidad Esencial, forman el “multiverso”. Las percepciones de
cada criatura, creadoras cada una de ellas de su particular “universo”,
alimentan durante el periodo de “ceguera” la sensación de realidad individual
forjada sobre su transitoriedad.
Todas las múltiples conciencias
o percepciones, cada una de ellas cambiante según modifican sus conceptos, son
únicas e irrepetibles, se recrean y fundamentan sobre, y desde, los múltiples
Atributos de La Realidad Única. Estos Atributos revelados como existentes, pero
no conocidos en Su Esencia, son previos a todas las formas de percepción y
conciencia que los interpretan desde posiciones diferenciadas.
Quien se conoce a Sí mismo
conoce a su Señor
A Esa Realidad incognoscible
que en parte se manifiesta en la diversidad de los Atributos que cada percepción
dilucida, nos referimos como La Trascendencia, Allah, El Dios oculto, etc. Este
aspecto oculto se denomina Ágera en la tradición Sufi. Es Lo Verdadero, lo
Sustancial y Perdurable.
A la diversidad de los
Atributos cuya existencia se nos revela y que son interpretados desde la
multiplicidad de cada percepción, nos referimos como La Inmanencia, la Creación
o el aspecto revelado de La Divinidad. Lo que es transitorio.
Podemos decir lo mismo de
diferente forma. Sobre las percepciones de Los Atributos se fundamentan, y
recrean, cada uno de los universos que cada individualidad forma, según su
capacidad y según la función que deba de desarrollar en su relación con el
medio. A los universos así creados, inconsistentes, y relativos a cada
percepción, nos referimos en la tradición Sufi con el vocablo Dunia, o lo que es
transitorio.
Así pues cada Atributo
revelado, pero incognoscible en Su Esencia, es reinterpretado por la infinitud
de percepciones o conciencias con diferentes resultados. Cada conjunto de
atributos percibidos por cada nuevo ser formarán un nuevo universo transitorio,
y este universo nuevo estará, más o menos, condicionado por el medio en el que
nos debamos desenvolver, pero NO es La Realidad.
Repetimos de nuevo; los
Atributos en Su Esencia son La Realidad, Ágera. Lo que interpretamos sobre
Ellos, en nuestro intento de aproximación a Su conocimiento, forman los
universos ilusorios, el Dunia.
Un propósito de la Tradición
Sufi es romper, en la medida de lo posible, con este condicionamiento de “la
percepción limitada”, ya sea en lo cultural, moral, religioso, o de cualquier
otra índole. El propósito es el de liberar de sus ataduras “al viajero”, y
facilitarle así la comprensión de “Otra Realidad más profunda”.
La creencia religiosa de cada
persona es una opción entre varias posibilidades, que puede servir de
guía hacia La Trascendencia o puede anclar al discípulo en el pequeño cercado de
la literalidad. Allah nos dice a través de la Tradición Muhammadí: “YO
también soy conforme a la imagen que mi criatura tiene de Mí”. Luego La
Divinidad, en Su relación con cada criatura, ¡no habla ningún idioma
extranjero!.
¡“Todas las religiones son
verdaderas”!, dicen, por lo tanto pudiera ser que ninguna lo fuera, o no
al menos en su totalidad. Esto significa que todas ellas pudieran guardar un
poso de verdad envuelto en costumbrismo, conveniencia histórica, liturgia y
subjetividad. El creyente opta, tras un periodo de información y contraste, por
aquello que le parece más en consonancia con su propia percepción de “la
verdad”. Pero no dejará de ser “su” percepción subjetiva.
Esta “verdad”, a la que nos
referimos, se asienta sobre dos fundamentos simples comunes a todas las grandes
religiones.
El primero es relativo a la
propia religión, al promulgar la unicidad de la existencia, en el Principio
Creador consciente de Sí Mismo. Todo es Uno, Uno es Todo.
El segundo fundamento es
relativo a la persona. Es el reconocimiento de la conciencia que, en el ser
humano, le capacita para intuir, y de alguna forma “conocer”, este hecho,
mediante la intuición espiritual, la experiencia mística, o lo que cada cultura
admite como “la Revelación profética”.
Pero ya que ninguna persona es
infalible, que actuamos mediante conceptos subjetivos, y que la ruta espiritual
requiere de amplia libertad de criterio, el creyente debe de ser
crítico-constructivo con lo que cree y con cuanto aprende de nuevo. Al mismo
tiempo ha de tener la capacidad de afrontar la modificación de su comportamiento
religioso durante el proceso, pues ha de aceptar que toda “verdad” religiosa es
relativa, que está aprendiendo y que por lo tanto no sabe.
Combinar estos factores
inteligentemente no es que sea, precisamente, una labor tan fácil, por lo que la
cercanía de un guía espiritual, exento de abstrusos fanatismos y certezas
“indudables”, es de una enorme utilidad.
Ya sabemos, al escribir esto,
que encontrar a un guía de tales características tampoco es fácil. Como tampoco
es fácil encontrar a un verdadero discípulo libre de ataduras, dogmas, y
“certezas”.
Recuerdo, no sin añoranza, a
aquellos Maestros de la Tradición Sufi que, en el glorioso pasado andalusí,
ofrecían a sus discípulos la posibilidad de guiarles hacia la Trascendencia en
el marco de cada religión elegida. Y aquellos discípulos que, al acercarse a un
Maestro, se hacían dúctiles, como la arcilla en las manos de un alfarero.
Un cuento de la Tradición Sufi
nos enseña lo siguiente:
“Un discípulo se ofrecía
repetidas veces a su Maestro con el deseo de entregarse al cien por cien al
servicio de la Tárika. –Haré cuanto usted me pida, pues mi disposición es plena,
-decía-, tan sólo ayúdeme a encontrar “La Meta”.
Con el propósito de mostrarle
la adicción a las emociones, que dominaban su corazón, y confundían la Meta
espiritual, recibió de su Maestro el encargo de perfeccionar su conocimiento de
la profunda percepción. De esta manera podría aprender a no fiarse de las
emociones observando en todo la dualidad y, tras la dualidad, la Realidad
Esencial. El discípulo viajó para conocer otras gentes y observar la dualidad en
ellas y en sus prácticas. Pero la experiencia de observar la dualidad, incluso
en la santidad, le llegó a alterar emocionalmente de tal manera que decidió
retirarse al desierto y renunciar al Maestro.
Ya en el desierto se concentró
en su interior con el propósito de conseguir sentirse en paz y que nada de lo
visto le molestara, que nada alterase sus queridas emociones.
Sin embargo, no mantuvo
presente la necesidad de guardar en el corazón los objetivos que su Maestro le
había propuesto, y su esfuerzo en tener éxito en el propósito de que nada de lo
experimentado le inquietase, resultó más fuerte que el proyecto inicial.
Un día en el desierto,
concentrado en su paz interior, se sintió molesto por el canto de un pájaro, y
pensó que aquél pájaro no tenía derecho a la vida por haberle molestado (también
el pájaro le mostraba la dualidad) y en ese mismo instante el pájaro cayó
muerto.
El discípulo derviche sintió
una gran emoción, tal como realmente deseaba, y pensó que había alcanzado un
nivel espiritual tan alto que eso le había otorgado un poder como nunca antes
hubiera pensado.
-Realmente debo de ser un Sufi
de alto nivel, y el poder que se me ha otorgado demuestra que mi Maestro se
equivocó conmigo- pensó el derviche con afectada humildad. Y se fue a la ciudad.
Una mujer le abrió las puertas
de una gran casa, a la que llamó para pedir comida, y el derviche pidió de esta
manera: –mujer, tráeme algo de comer, pues soy un Sufi que llego del desierto y
será bueno para ti que des hospitalidad a alguien como yo.
-Ahora mismo, venerable sabio.
Respondió la mujer desapareciendo en el interior de la casa.
Pasaba el tiempo, y la tardanza
de la mujer comenzó a importunar al derviche. Así que, cuando la mujer regresó,
el discípulo derviche la increpó diciendo: -¡mujer!, tu actitud me ofende, he
alcanzado un alto nivel espiritual y merezco ser tratado con más cortesía.
-Ciertamente que la desgracia
podría llegarme por eso -dijo la mujer. A no ser que se haya aprendido a
tolerarla gracias a ciertas cualidades personales.
-¡Cómo te atreves a responderme
así!, ¿acaso quieres enseñarme tú a mí?.
-Sólo quiero que sepas que no
soy un pájaro en el claro del bosque. Dijo la mujer.
Entonces el derviche, intuyendo
algo más, rogó a la mujer que le aceptara como discípulo, pero la mujer le
respondió: -Ya has dejado a tu Maestro, y también me dejarías a mí.
- Dime al menos, mujer, cómo
has alcanzado este estado que te permite conocer en el interior de los
corazones.
- Obedeciendo a mi Maestro,
respondió la mujer.
No sin cierta reticencia el
derviche regresó a la casa de su Maestro para seguir aprendiendo, pero sin
convicción verdadera. A modo de disculpa quiso contarle cuanto había acontecido,
pero el Maestro no se lo permitió, y sin más palabras le envió a servir a un
barrendero de la ciudad.
Cuando el derviche vio al
barrendero sintió asco de su aspecto y de su olor, y se sintió incapaz de ser su
criado. Entonces el barrendero, llamándole por su nombre, le dijo: - Lajaward,
¿qué pájaro has matado hoy?, ¿qué mujer ha leído hoy tus pensamientos?, ¿qué
desagradable deber te impondrá tu Maestro mañana?.
Lajaward respondió: -¿Cómo
puede un basurero leer en el corazón de un piadoso derviche como yo?, ¿Quién
eres tu?.
A ti te parezco un barrendero
ignorante porque no soy un experto en las ciencias, y mis prácticas no son las
tuyas, como no estás de cuerdo con lo que hago no te gusta la persona, tal y
como te sucedió con tu Maestro. Por esta causa no ves más allá y no percibes la
dualidad, ni lo que detrás Se guarda.
Como crees que la santidad
consiste en la práctica de los ritos, en hacer las abluciones, en meditar y
rezar, nunca la alcanzarás con tu esfuerzo.
Y continuó el barrendero; -Yo
siempre he pensado con sencillez en el deber, pues el deber que se acepta por la
enseñanza no está condicionado al propio gusto o criterio, por esta causa es en
sí mismo una vía recta para el conocimiento. Nunca he dedicado mi tiempo a
pensar en la santidad, ni lo he perdido juzgando lo que mi Maestro me enseñaba.
Cuando te enseñan a cumplir con
el deber para con tu Maestro, o los deberes hacia lo Sagrado, lo que te enseñan
es el sentido del deber en sí. La obediencia es por sí sola un excelente remedio
para dominar el ego, y dominando el ego dominar a las emociones para que no sean
ellas las que te dominen a ti.
Pero tú sólo ves la apariencia
que tu Maestro te muestra; ¡un simple teatro de sombras!. Te atas al deber para
con el templo y su ritual, y pierdes el sentido aleccionador de lo dual. Por lo
que la imagen que recibes de la persona, o el valor que le das al templo se te
oponen fácilmente a otra visión más profunda.
Al ser incapaz de entender el
valor del deber en sí, de entender la relatividad del templo y su ritual, y la
presencia de la dualidad que en todo se contiene, estás perdido.
Cuando Lajaward se olvidó de
que era el criado de un barrendero, y se dio cuenta del valor del deber en sí
mismo, y conoció la dualidad de los opuestos en todo cuanto existe –incluida la
Santidad- como su Maestro pretendía enseñarle, dominó sobre sus emociones y vio
“más allá”. Entonces se convirtió en el hombre que conocemos como el Sheyh
Abdurrazaq Lajaward de Badakhshan, y pudo suceder a su Maestro”.
Siempre tendremos en cuenta que
la religión no puede ser una cárcel para el espíritu, cuyas rejas estén
construidas con temores, chantajes, ritos y amenazas, ¡sino dos alas para
volar!.
No obstante también es cierto
que no es posible, o será sumamente dificultoso, dar el salto hacia la libertad
del espíritu sin disciplina previa. Antes hemos de ser capaces de dejarnos
cincelar por la aridez de la letra, de entender el valor de la ortodoxia que
hayamos elegido y haber accedido a la sabiduría que en ella se contiene.
Sería una locura que la
sabiduría de la ortodoxia, atesorada por los gigantes del espíritu que nos
precedieron, no fuera lo suficientemente apreciada por quienes se inician.
Pero sobre la conveniencia de
observar la ortodoxia y de escuchar el consejo de los más sabios ya hemos
tratado, para quienes quieran leerlo, en trabajos anteriores.
La gran mayoría de las personas
que acuden a otra disciplina espiritual, fuera de su contexto cultural lo hacen,
o bien por verdadera insatisfacción espiritual, ya que lo conocido en su entorno
no ha sabido ofrecerles respuestas adecuadas, o porque lo conocido deja de
serles atractivo, y deseosos de nuevas experiencias buscan lo exótico. En esta
última postura persiste la moda del mercadillo de “lo espiritual”.
Cuando el vacío espiritual nace
de un profundo amor de Dios no satisfecho, el buscador centrará su aspiración en
lo esencial, en cuanto que le reconduce hacia la Meta, pero sin recaer en las
luces de lo folclórico. Pocas personas hay que podamos incluir en este grupo.
Cuando la búsqueda está
motivada por el aburrimiento, por el deseo de “aventura espiritual”, o porque
está de moda, será lo folclórico lo que llame la atención del buscador, y
cambiará de ruta tantas veces como encuentre un folclore más llamativo. Pocas
personas querrán admitir que pertenecen a este grupo, todas encontrarán una
explicación razonable para justificar su veleidad espiritual, pero entre
camellos nadie se ríe de las jorobas.
Otra cuestión es la confusión
que albergan muchas de estas personas al confundir la religión estructural, los
cursillos y las modas, con la ruta del místico.
Los cursillos y las modas están
pensados para ganar dinero. La religión está pensada para dotar a la mayoría de
las personas de un comportamiento de vida, de una directriz, de una esperanza,
de un consuelo ante la desgracia, la duda, etc.
En la actualidad, las
religiones han perdido en Occidente la mayor parte de su influencia sobre unas
sociedades “satisfechas de todo”. Occidente vive en un mundo hedonista y pagado
de sí mismo, donde la sobreabundancia se ha convertido en un placebo que imita a
la felicidad. La dimensión espiritual no es sino un exotismo más entre otros,
¡que también se puede pagar!, si se encuentra el cursillo adecuado.
Oriente, en cambio, vive
deseoso de la felicidad placebo de Occidente, y la religión, en todo caso, no es
sino el signo de identidad que les queda a los países en vías de desarrollo como
signo de su autoafirmación. Pero salvo las excepciones a las que haya lugar,
la religión, estructurada como la conocemos, ha perdido el lugar prioritario que
durante milenios ha ocupado en la vida de nuestras sociedades.
La mística, en cambio, es algo
totalmente distinto. Parte en sus inicios de la estructura religiosa, pero
después vuela libre de toda atadura y sólo el cielo puede ver el lomo del
halcón. La mística es universal y conduce al ser humano hacia “Aquello” que
se guarda en el trasfondo de toda religión.
Las religiones siempre han
enfrentado a los creyentes en guerras fraticidas, en cambio la mística les ha
unido en la cúspide de la “pirámide”. La letra divide y el espíritu unifica,
este sería un buen motivo de reflexión para los religiosos hostiles ante lo
diferente.
La mayor parte de las personas
que llegan ante la puerta de un Guía en las rutas del espíritu, no diferencian
entre religión estructural y vía mística. Por lo que su expectativa supera sus
posibilidades y acabarán por abandonar antes de haber comprendido.
Estas personas son candidatas
de las técnicas de crecimiento interior, desvinculadas parcial o totalmente de
la alternativa religiosa. En tanto que no evolucionen hacia un concepto más
depurado de lo que la mística supone, deben de permanecer en su afición por el
folclore, los ritos, las danzas, las hogueras en la playa, etc.
Puede que algún día avancen
hacia otro nivel, nadie sabe, pero de no ser así con esto les bastará, y en ello
encontrarán su deseo satisfecho por el tiempo que les dure el interés,
normalmente tan veleidoso como las fases de la luna bajo la que bailan.
Pocas personas, en relación al
total de la población, optan sinceramente en la actualidad por la religión, con
todas sus consecuencias. Y no muchas más lo han hecho en la historia pasada, si
descartamos la manipulación estadística, la necesidad o la ignorancia.
¿Cómo habría, pues, de haber
muchas personas en torno a un Guía en las rutas de la mística, más complicada,
cuando no las hay en la religión, que es más sencilla?. No ha sido así nunca, y
no lo es ahora.
El camino de la mística no se
elige, se nace marcado por él. Para el místico no hay otra posibilidad, y para
quien no lo es, por mucho que lo intente, no tardará en abandonarlo, pues se le
convierte en un camino lleno de tedio, de dificultad, de impaciencia y de
situaciones que se le escapan.
Por lo tanto, esos cientos o
miles de personas que se acerquen actualmente a una Tárika Sufi, o que se hayan
acercado en el pasado, así como a cualquier otra disciplina con el mismo
propósito, no lo harán con una vocación verdadera. Lo harán con una imagen
sobrevalorada de sí mismo y una idea confusa de lo que una disciplina mística
supone.
Se acercarán como quien se
matricula en un cursillo vacacional. Por lo exótico de “ser Sufi”, porque han
escuchado fantasías generalizadas sobre el Sufismo, porque “caminamos sobre el
agua”, “andamos sobre brasas encendidas”, o tenemos danzas y “secretas
ceremonias” en las que sólo los muy afortunados pueden iniciarse. Algo que les
revelará los “Arcanos Misterios”.
En la realidad nada es así, “el
misterio” pertenece a la literatura pasada, a las necesidades de una época de
ocultismo y prevención a causa de las persecuciones. Antes de acercarse a la
disciplina mística hay que hacerse una pregunta que pocos se hacen, ¿busco para
mi satisfacción y curiosidad o por un puro amor de Dios?.
El circo siempre ha sido muy
exitoso, pero la realidad no es un circo, es tan simple que decepciona la
expectativa de los ávidos de experiencias. Por esta razón la Tradición Sufi, si
es verdadera, no obtendrá muchos discípulos dispuestos a emplear toda su vida,
sin exigir nada a cambio, en la aventura del despertar espiritual.
La mística es una
carga-privilegio para contadísimas personas, en la que el místico siempre
renuncia a los dones poco comunes o trata de ocultarlos. Es la obediencia, que
no su voluntad, la que obliga el místico a aceptar lo que no desea, pues los
dones poco comunes son una carga-privilegio difícil de sobrellevar.
Nadie debería de desear más
dones de los que tiene, nadie debería de acercarse a un Guía sin haberlo
meditado con humildad, sin haber valorado adecuadamente sus verdaderos deseos, y
sin haber contrastado previamente sus enseñanzas.
Quienes posean la naturaleza
mística -un puro y desinteresado amor de Dios, más fuerte que cualquier otra
cosa- que busquen presto al Maestro adecuado.
Quienes no posean la naturaleza
mística, y busquen por su propia complacencia, que se abstengan, pues llegarán
ante la puerta del Guía movidos por la fantasía, por el exotismo, o por si se
benefician de lo que, en definitiva, no entienden. Existen muchas otras
alternativas para satisfacer estos legítimos deseos. Cada frasco tiene su
medida.
Que nadie espere, pues, que una
Tárika Sufi sin folclore, y tan sólo comprometida con lo esencial, tendrá
multitud de verdaderos discípulos, pues son más frecuentes los abandonos que las
llegadas, las agresiones de lo frustrados que las alabanzas.
Frecuentemente sólo uno es
discípulo verdadero, y si hay “cuatro” ya será toda una bendición.
No obstante, y mientras que no
haya algo en contra, con cierta prudencia hay que recibir a todas las personas,
pues nunca se sabe lo que la acción Creadora pueda tener dispuesto para cada
cual. Entre un enjambre de moscas puede aparecer una abeja, no nos es permitido,
por lo tanto, apartar las moscas tirando lejos el pastel que tenemos en la mano.
A modo de ejemplos sobre los
que reflexionar en cuanto a la adicción y confusión que las disciplinas pueden
llegar a crear, aludiré al recuerdo de tres personas consideradas santas por su
ejemplo de vida en el seno del trinitarismo cristiano.
Dos mujeres del siglo IV, Cira
y Marana, caminaron dobladas durante cuarenta años por el peso de las cadenas
que arrastraban. Su buena intención era la de ganar méritos espirituales por
medio de su sacrificio.
Cuando el asceta trinitario San
Acépsimo, con el mismo propósito de alcanzar la santidad salía de su gruta para
beber, lo hacía caminado a cuatro patas pues el peso de las cadenas que
arrastraba no le permitía incorporarse.
El sonido de las cadenas que
arrastran muchos aspirantes del espíritu, ya sean de hierro o sean de conducta,
son el arrullo de su sueño. Pero… ¡con cuanta fuerza se agarran a ellas!.
Yunus fue uno de los antiguos y
más grandes Maestros de la tradición espiritual, él opinaba lo siguiente, ¡en
aquélla época!:
“Toda la sabiduría del Corán se
contiene en la Sura Fatiha. Todo cuanto hay en Fatiha se encuentra en la primera
palabra. Todo lo que esta palabra significa se contiene en la primera letra. Y
todo cuanto hay en esta letra se contiene en el punto. La Sabiduría sólo es un
punto, y es el ignorante el que lo aumenta”. Nosotros opinamos lo mismo.
Que la Misericordia del Creador
bendiga a nuestro bienamado Maestro Muhammad, a sus descendientes y discípulos.
Que nos cubra Su Mano para que no erremos y Su Paz habite permanente en nuestros
corazones. Pero si en nuestra buena voluntad errásemos encomendamos nuestras
faltas al más Compasivo, pues Él hace Luz de la oscuridad y posible lo
imposible.
Fiados en Su Misericordia hemos
hecho lo imposible de algunos aspectos de nuestra vida, pues no sabíamos que era
imposible, y así hemos descubierto que La Puerta Dorada nunca estuvo cerrada
para los amantes. Pues: “Todas estas cosas se las Hemos ocultado a los “sabios”
y se las Hemos revelado a los “ignorantes”.