Después me vi en harapos, tendido sobre las escabrosas piedras de la miseria. En las inexorables garras de la adversidad sollocé amargamente, pero nadie enjugó mis lágrimas, El mundo pasaba de largo junto a mí en un silencio burlón.
Mi corazón gemía implorando Tu ayuda, y Tú, conmovido por la fuerza espiritual de mis incesantes súplicas, me despertaste al fin. Lleno de júbilo me hallé a salvo en Ti, fuera del alcance de las desconcertantes dualidades.
¡Oh Ser Infinito!, despierta a todos los demás hombres del sueño terrenal de la sonriente opulencia y de la llorosa pobreza. ¡Oh Tejedor de Sueños! Líbralos de la horrible pesadilla de la muerte, y revive en ellos la conciencia de la inmortalidad. Bendícelos, para que por medio de la ininterrumpida calma, puedan darse cuenta de que los temores del mundo delusorio no son más que sueños.
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