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LOS ÁRABES NO INVADIERON JAMÁS LA PENÍNSULA IBÉRICA

«LA REVOLUCIÓN ISLÁMICA EN OCCIDENTE»

IGNACIO OLAGÜE  

LOS ÁRABES NO INVADIERON JAMÁS ESPAÑA

«LA REVOLUCIÓN ISLÁMICA EN OCCIDENTE»

IGNACIO OLAGÜE

Capítulo 4

LA EXPANSIÓN DEL ISLAM

 

El problema de la expansión del Islam. El ejemplo de Berbería. El mahometismo y las grandes ciudades. La difusión de las lenguas latina y árabe. El papel de las clases mercantiles en el Islam. La expansión de la civilización árabe considerada como una evolución de ideas-fuerza.


 

Inexorable se presenta en la mente del historiador un problema mucho más complejo que la pretendida invasión: la expansión del Islam y de la civilización árabe. Si es razonable rechazar la concepción según la cual se había propagado esta religión por imposición de una fuerza militar extranjera, que jamás había existido, no se puede negar el hecho de una civilización árabe, antaño como ahora. Sin embargo, se presenta diferente el problema en ambos casos. No puede quedar resuelto con el mismo método. Es posible desarticular mediante la crítica histórica la leyenda de la invasión. Se poseen los elementos requeridos para apreciar cómo se ha formado el mito en el curso de los siglos. Por ausencia de una adecuada documentación es incapaz la historia anecdótica de explicar el mecanismo que ha permitido la propagación de la civilización árabe. Ocurre lo mismo para comprender los movimientos similares que han tenido lugar en el pasado, sea la estructura del Imperio Romano, sea la difusión del budismo por Asia.

¿Cómo habían abandonado sus creencias ancestrales para adherirse a una nueva fe las masas que vivían en el Hindustán, en las altas mesetas del Turkestán, en Asia Menor, en las antiguas provincias bizantinas, en África del Norte, en la Península Ibérica? ¿Cuál era el principio que había modificado las propias culturas nacionales para asimilar una concepción de la vida extraña a su tradición cultural? Así, por ejemplo, ¿por qué bruscamente sociedades monógamas se habían transformado en polígamas?

Resolvía la historia clásica estas dificultades a palo seco. Surgidas de las profundidades de la inmensa Arabia, legiones de musulmanes habían invadido medio mundo rompiendo y anegándolo todo a su paso. Se habían uncido al carro de los vencedores los supervivientes de la catástrofe. Así, elementos dispares se fundieron en un bloque, resistente hasta la fecha. En cuanto a nuestra península ningún problema:

Aniquilados sus habitantes una minoría se había refugiado en los montes norteños. Otra viviendo con los sarracenos había sobrevivido en las tinieblas como los cristianos primitivos en las catacumbas. Montañeses asturianos fundaron un reino que poco a poco creció por obra de una labor heroica. Reconquistaron, poblaron, cristianizaron el territorio perdido por los antepasados. Se trataba de una contraofensiva que había durado siete siglos. De esta gesta titánica había surgido la España moderna.

Fue arruinado este bello artilugio por los estudios históricos emprendidos desde hace más de un siglo; pero se mantenía en pie la sombra del tinglado porque no habían ideado los investigadores otra concepción para substituirlo. Cuando se leyeron las crónicas bereberes y se supo el escasísimo número de los invasores, fue general el asombro. Un paso más adelante en el derribo fue dado años más tarde por Ortega y Gasset, quien puso el dedo en la haga dolorosa: Una reconquista que había durado siete siglos no era una reconquista. Por nuestra parte, cuando nos enfrentamos con este problema en nuestros estudios acerca de la decadencia de España, concluimos que había sido mal planteado. Tenía que reducirse el problema militar a un grado menor, al que pertenecen los incidentes de la vida cotidiana. Era menester enfocar el problema desde un punto de vista cultural. De acuerdo con la evolución de las ideas que había precedido a esta pretendida invasión, se había convertido la Península Ibérica en un campo favorable para la competición milenaria entre las civilizaciones semitas e indoeuropeas38.

Sin embargo se mantenía tan enigmático el verdadero problema, el de las masas cristianas subyugadas por el Islam y la civilización árabe. Si la fuerza había obligado a los bautizados a convertirse al Islam, ¿por qué la misma causa no producía los mismos efectos en los israelitas, que padecían ellos también la férula del mismo vencedor? El hecho es indiscutible. En el curso de los siglos han desaparecido las poblaciones cristianas del Magreb y de la mayor parte de los territorios islamizados. La familia judía, que pertenece al mismo tipo semita de los árabes, a pesar de haber sido perseguida, avasallada, recargada de impuestos, ha conservado su cohesión y la ha mantenido hasta los días actuales. ¿Era la fe de los cristianos más débil que la de los judíos? En realidad, poco había preocupado el problema a los historiadores. Dominados por la rutina habían aceptado los hechos fabulosos sin esforzarse ni por comprenderlos, ni por explicarlos.

Mas, encontraba Georges Marçais muy amarga la bola para ser tragada.

«La islamización de Berbería, escribía, plantea un problema histórico que no tenemos la esperanza de resolver... Había sido este país una de las tierras en que más había aumentado el cristianismo. Introducido en Cartago y en las ciudades del litoral, se había extendido en las del interior. Decía el africano Tertuliano al final del siglo segundo:“Somos casi la mayoría en cada villa”. Ya contaba en esta época ¡a Iglesia africana numerosos mártires. Se imponía igualmente por rus doctores. Perseguida, se enaltece por poseer un San Cipriano. Triunfante, hará oír la voz excelsa de San Agustín por toda la cristiandad. Además, no reclutaba solamente la religión de Cristo sus adeptos en las ciudades... El número asombroso de santuarios modestos, cuyas ruinar encontramos por las campiiías de Argelia, demuestra la difusión del Evangelio en los rurales bereberes. Ahora bien, en menos de un siglo estos hijos de cristianos en su gran mayoría se habrán convertido al Islam, con una convicción capaz de desafiar el martirio. La obra de conversión se acabará en los dos o tres siglos siguientes, tabor de jinitiva y total. ¿Cómo explicar esta descristianización y su corolario: la islamización.?» 39.

Con descaro se plantea el mismo problema en las naciones orientales que poseían la más antigua tradición cristiana. ¿Cómo se explica que Egipto, Palestina, Siria y otras provincias del Asia Menor per. tenecientes al Imperio Bizantino se hayan convertido de la noche a la mañana al mahometismo? ¿Por qué habían admitido estas poblaciones la ley religiosa del nómada? Trabajos recientes demuestran que siempre ha sido el Islam una creencia ciudadana. Xavier de Planhol aportaba argumentos contundentes: Goza el nómada de una mentalidad rebelde. Obra de acuerdo con sus necesidades y a veces según su capricho. No se le puede presentar como un modelo de religiosidad. Era lo mismo antaño como ahora. Por esta razón había cristalizado el Islam en las ciudades y no en el desierto 40.

Nos consta que gozaban las antiguas provincias bizantinas de una vida urbana importante: Numerosas eran las ciudades afortunadas y muy pobladas que conservaban una cultura helenística floreciente. «Se ha calculado que las ciudades de cien mil habitantes no eran una rareza en Asia Menor, en Siria, en Mesopotamia, en Egipto, ante la invasión árabe» (Bréhier). Alejandría poseía unos 600.000 habitantes. Se ha calculado la población de Antioquía en la época romana en los 500.000. Debió de sufrir una crisis en los tiempos de San Juan Crisóstomo. Debía de tener entonces unos 200.000, pero creció posteriormente esta cifra hasta los 300.000 en el siglo IV 41.

«De acuerdo con la lista episcopal atribuida a San Epifanio, la que en realidad data del principio del siglo VII, de los 424 obispados dependientes de Constantinopla, 53 pertenecían a Europa, 371 a Asia» (Bréhier) 42. Esto señala poco mis o menos la cifra de las ciudades corroídas por el mahometismo. Según este autor, el patriarca de Alejandría, que era el más poderoso y por esta razón llamado «papa», poseía de acuerdo con una noticia anterior a la invasión árabe: 10 metrópolis y 101 obispados. El patriarca de Antioquía que administraba Siria, Arabia, Silicia y Mesopotamia, tenía bajo su jurisdicción a 138 obispados, como lo indica una noticia que se atribuye al patriarca Anastasio (559-598) 43. Se presenta un problema similar en el Magreb 44. Si se plantea oscuro en Occidente, ocurre lo propio en Oriente. Así como en la historia de España, se nos asegura que estas regiones prósperas y cultas han sido de repente invadidas por los árabes. Como llegaban del desierto, era menester suponer que se encontrarían en minoría frente a las masas urbanas de las grandes ciudades. Sin duda fascinados por los espejismos de las lejanas soledades habían sido sus habitantes tan bien modelados, amoldados, plasmados, cráneos y sesos tan eficazmente restregados, que no solamente se habían convertido en celosos mahometanos, sino también en propagandistas atléticos que habían predicado la buena noticia a orillas del Clain, del Ebro y del Indo.

La acción de romanizar, islamizar, occidentalizar u orientalizar un pueblo —que nos perdone el lector el empleo de vocablos tan feos—, ha sido el fruto de amplios y potentes movimientos de ideas. Creer que naciones prósperas, que gozaban en su tiempo de una cultura importante, han de repente abandonado sus creencias y han modificado su manera de vivir porque les han invadido un puñado de nómadas recién llegados del desierto, pertenece a una concepción infantil de la vida social. Cierto, evolucionan los hombres, pero lo hacen lentamente, cuando con gran anticipación a los hechos acontecidos han sido alcanzados por conceptos superiores.

Como se puede percibir en la experiencia cotidiana, no es esto cosa fácil, ni frecuente. Posee la humanidad tales dosis de inercia que son menester verdaderas catástrofes para que se destruya la estructura social ya existente, para que se pierdan o se olviden las costumbres queridas, mentales y físicas. Por consiguiente, nada de mutación de decoración, como en el teatro; menos aún con el concurso de maquinistas beduinos, incultos y famélicos. Sabe todo el mundo cuán recalcitrante es la gens intelectual. Para deslumbrarla, se requieren prestigios. Sin pensadores, ni escritores no puede haber evolución de ideas: nada de nuevas civilizaciones.

Si se abandona el centro de irradiación por la periferia, se complica el problema aún mucho más. Hasta nuestros días se pensaba que se había realizado con éxito la propagación del Islam, porque estaba respaldada en su acción por el prestigio de una gran civilización. Esta creencia no correspondía a los hechos. La civilización que en aquel entonces destacaba sobre el ambiente mediocre imperante en el Mediterráneo, era la civilización bizantina. En el VII no había aún florecido la civilización árabe. Se hallaba en gestación. Alcanzaría su apogeo en Oriente en el siglo IX, en Occidente en el XI. Como ocurre con frecuencia se habían anticipado los acontecimientos.

Por otra parte, se había realizado la expansión en las regiones periféricas a un ritmo muy lento. No podía ser de otro modo. Como lo hemos apreciado en un capítulo anterior, la islamización de Berbería había necesitado mucho tiempo, como lo había demostrado Georges Marçais; lo que no cuadraba con la concepción histórica clásica. Si la acción política había exigido ciento cincuenta años de luchas encarnizadas, la difusión del idioma árabe había requerido varios siglos. No consiguió jamás desplazar las lenguas indígenas que aún se hablan en nuestros días. Hasta el latín se resistía al invasor. «Un texto del Idrisi, escribe este historiador del norte de Africa, nos permite afirmar que en su tiempo, a mediados del siglo Xli (es decir, más de cuatrocientos años después de la pretendida invasión) se empleaba constantemente el latín en el sur tunecino. En Calsa, nos informa este erudito geógrafo, la mayoría de las gentes hablan la lengua latina africana» 45.

Entonces, si se abarca el problema español, tal como está expuesto en la historia clásica, aparece el absurdo impúdico y desnudo. Había sido España islamizada y arabizada por un puñado de invasores que no eran musulmanes, ni hablaban el árabe. Mas, el absurdo no existe en la vida. Se llama absurdo lo que no se comprende. Nos parecen inverosímiles estos acontecimientos, porque habían sido impotentes las ciencias históricas para analizar las verdaderas circunstancias que habían permitido lo que se nos aparece como una gigantesca mutación. Para salir del bache era necesario enfocar el problema desde un punto de vista general, de acuerdo con la evolución de los acontecimientos en todo el área mediterránea.

Para comprender la expansión de la civilización árabe, es indispensable comparar este movimiento de ideas con los similares que han existido en otras épocas en este mismo y gigantesco marco geográfico. ¿En qué se diferenciaba esta difusión de conceptos con ló ocurrido cuando la difusión de la civilización griega o de la cultura romana?

Había existido una incomprensión que adormecía el juicio crítico de los historiadores en razón de un criterio preconcebido. Se habían así conformado sin más averiguaciones con el absurdo. Tenía esto larga ascendencia. De acuerdo con la evolución de las ciencias históricas, habían heredado los investigadores una concepción primaria de los acontecimientos ocurridos en el pasado y de la realidad social responsable de los mismos. Se había confundido con ingenuidad excesiva la génesis y expansión de las ideas creadoras de una civilización con la simple fuerza física; la que antaño había permitido la formación de ciertos imperios cuya vida había sido efímera.

Un concepto primitivo era la causa de tal despropósito: la constitución del Imperio Romano. Se ha creído hasta hace poco que esta gigantesca organización había sido la obra de las legiones; lo que evidentemente era una exageración. Sin disminuir la importancia de su acción, era necesario reconocer que había también otra cosa: la lucha entre ideas y el predominio de las que poseían una mayor energía. En la competición que ha existido durante varios milenios entre las civilizaciones semitas y las indoeuropeas, con los complejos consecuentes, el peso de la Urbes y de las concepciones políticas y sociales que representaba, era más importante que el gesto de los romanos abandonando el arado por la lanza. En realidad, no fue vencida Cartago en Zama. Se trataba más bien de un encuentro guerrero cuyo resultado era imprevisible: Se abría un período de tregua en aquella larguísima rivalidad cultural.

Tan es así que los investigadores han recientemente descubierto en el norte de África los fundamentos semitas de la primitiva cultura cartaginesa que habían sustentado la expansión de la civilización árabe 46. La epopeya de Aníbal había sido una llamarada sin consistencia. ¿Por qué? Porque en la competición de las ideas en aquella época, la aportación de esta cultura semita comparada con la romana era de clase inferior. España es un testigo inapelable de este hecho:

¿Puede compararse la labor emprendida en la península por esta ciudad mercantil en Seiscientos años con la de Roma en el mismo lapso de tiempo? Se manifestaba ya esta inferioridad en los primeros días de las guerras púnicas. Encontraba el Senado aliados entusiastas en las ciudades del litoral levantino mucho antes de que hubiera pisado una legión el suelo de estas futuras provincias del Imperio; lo que demuestra que a pesar de la distancia ya se había convertido Roma en un centro de atracción de importancia extraordinaria.

Asimismo sucede desde un punto de vista cultural e intelectual. No han impuesto las legiones el idioma latino. Se ha propagado en Occidente por una superioridad lingüística sobre los particulares que hablaban los autóctonos. Por el contrario, a pesar de las legiones, no ha podido arraigar el latín en Oriente porque en su competencia con el griego se hallaba en manifiesta inferioridad. En estos tiempos en que la potencia militar griega era un recuerdo lejano y confuso en la mente de las gentes, su idioma y su literatura alcanzan su mayor radio de expansión, la civilización helenística desborda las orillas del Mediterráneo.

Igual comprobación puede hacerse cuando se observa la difusión de la civilización árabe en el curso de los años que siguieron al período oscuro de las pretendidas invasiones. Cuando no existía ya en Oriente ni la sombra de una superioridad militar árabe, prosigue esta civilización su expansión por las altas planicies de Asia Central y por las márgenes del Océano Indico. Fueron los turcos y no los árabes los que se apoderaron de Constantinopla; pero, en fin de cuentas, fue convertida la basílica de Santa Sofía al culto de la religión de Mahoma y no a otra creencia asiática. En el XV y en el XVI se extiende el Islam por Indonesia sin el apoyo de ningún imperativo militar. En los tiempos modernos logra gran consistencia en las islas del Pacífico en las barbas de los portugueses y de los holandeses, cuando nadie en Occidente se acordaba del antiguo esplendor de los califas. En nuestros días se ha transformado Indonesia en la nación que tiene el mayor número de musulmanes, más de noventa millones. Penetra el Islam en Africa ante la mirada de las administraciones francesa, inglesa y portuguesa. Se calculan en unos treinta millones los morenos africanos que se han adherido al mahometismo desde principios de siglo hasta el año 60 47.

La observación de la expansión del Islam en los días actuales y en los tiempos modernos hace comprensible esta misma acción en los antiguos. No existe razón alguna —por lo menos la desconocemos- para que en la propagación de una idéntica idea no fuese similar el mecanismo ahora como antaño, en el siglo XVI como en el VII. Se han dado cuenta últimamente los historiadores de que no solamente se había difundido el Islam por contagio, como toda idea-fuerza, sino también por la acción de una clase social determinada. Es sabido. No existen en esta religión sacerdotes, ni monjes misioneros que se desplazan a países lejanos para predicar los misterios de su fe, ni una organización burocrática como la que mantiene el cristianismo en Roma. Se había transmitido la idea por el medio de comunicación entonces el más rápido, el comercio, que servía de lazo de unión entre naciones alejadas las unas de las otras. los trabajos de algunos investigadores ponían en evidencia el papel desempeñado por las clases mercantiles en la divulgación de las enseñanzas de Mahoma. Comprobado en el pasado, se confirmaba el hecho en el presente por la observación del mismo en el África negra, en los lugares apartados y alejados de las manifestaciones de la cultura occidental.

Goitien demostraba la importancia de los mercaderes en los días primeros del Islam. El mismo profeta había sido un comerciante. Abu-Bekr, el primer califa, el suegro y sucesor de Mahoma, era un traficante de telas. Othman, el tercer califa, un importador de cereales. Nos ha llegado de esta época una literatura que atiende de modo preferente a los asuntos económicos. La personalidad más importante ha sido la de Muhammad Shaibani, fallecido en 804. Enseñan estos textos que en su tiempo era la clase de los mercaderes de categoría superior a la de los militares. «Prefiero, decía uno de estos escritores, Ibn Said, muerto en 845, atribuyendo estas palabras á uno de sus héroes, ganar un dirbem en el comercio que recibir diez como soldada de un guerrero.» Y confirmaba Goitien: «En los primeros tiempos eran sobre todo los mercaderes los que se ocupaban del desarrollo de las ciencias religiosas del Islam»48.

No es privativa esta acción del mahometismo. Apuntaba este autor que semejante disposición del espíritu había desempeñado un papel importante en la expansión de otros movimientos de ideas. «Situaciones similares, decía, podrían encontrarse en la historia de los fenicios, de los griegos, de las ciudades italianas de la Edad Media»49. Mas aún, establecía un paralelo entre los autores árabes de los primeros años de la Héjira y ciertos escritores ingleses protestantes del siglo XVIII, considerados como los iniciadores de la teoría del capitalismo. A pesar de la distancia y del abismo que les separa, físico e intelectual, coinciden en el mismo concepto: el comercio es un acto que agrada al Señor, el enriquecimiento es la recompensa, y el poder del dinero facilita la expansión del ideal religioso. Perdía la guerra santa el papel predominante que había ofuscado a los historiadores cuando estudiaban la expansión del Islam. Empezaban a sospechar que había sido más bien un arma de propaganda que una realidad tangible y constante. ¡Cuán diferentes eran estas interpretaciones de las clásicas! 50

Permitían estas nuevas averiguaciones una mayor inteligencia de nuestro problema. Un conocimiento más preciso de la historia de Oriente nos descubrirá cosas aún más sorprendentes. Sin embargo era menester reconocerlo: No eran estas perspectivas suficientes para explicar el desbordamiento de la civilización árabe. Obvia la razón:

El mecanismo no puede suplir a la función, el instrumento al objeto para el cual ha sido fabricado. Ha tenido lugar una explosión. Una pieza de artillería ha sido localizada. No basta. Ha sido simplemente una máquina que ha lanzado una granada mortífera, pero ha habido una idea que la ha dirigido. Para alcanzar nuestros objetivos era preciso analizar los elementos de base que habían permitido la estructura de la civilización árabe y le habían dado la energía suficiente para que hubiera podido extenderse por los continentes.

Se ha comparado a los historiadores con los paleontólogos, los cuales con algunos escasos documentos reconstituyen las etapas de la vida en su evolución pasada. ¿No es una ilusión? Estudia el naturalista un testigo que tiene entre las manos. Podrá ser pequeño, insignificante, estropeado; pero ¡ ahí está!, concha, impresión, huella, osamenta, en su auténtica realidad. Acaba de extraerse de la roca madre un diente. De acuerdo con unas leyes de correlación será posible para el especialista dibujar de modo aproximado el esqueleto del animal a que ha pertenecido; como se dice de Cuvier, quien según la leyenda había recompuesto el del Megatheriurn, alarde cuya exactitud ha sido confirmada por hallazgos posteriores51. A pesar de las limitaciones propias de cada caso, poseía el sabio un documento que no había sido falsificado ni por la naturaleza, ni por los hombres de las generaciones anteriores a la suya. Le era por consiguiente fácil saber, de acuerdo con su morfología, si se trataba de un diente perteneciente a un reptil o a un mamífero. Y, como del hilo se saca el ovillo, lograba a la postre determinar el género y la especie del ser fosilizado.

No existe una documentación parecida del período histórico que nos Interesa. Del siglo VIII en España no nos ha quedado testimonio alguno político, salvo algunas monedas. Se han conservado unos monumentos arquitectónicos y los textos de unas discusiones teológicas entre cristianos, testigos que requieren ser interpretados sin equívoco. Para contar los acontecimientos ocurridos se han apoyado los historiadores sobre crónicas escritas posteriormente a los hechos que describían. No son documentos históricos. Traducen más o menos transfigurada por la Imaginación y los prejuicios de sus autores, una tradición lejana, perteneciente a uno de los dos campos beligerantes (del otro no sabemos nada), la que con el curso de los siglos ha sufrido múltiples y divergentes transformaciones. Ninguna relación con el diente del paleontólogo, pues este testigo no ha sufrido modificación alguna desde la muerte del indivio a que pertenecía.

Por otra parte, gozaban los naturalistas que han esbozado las grandes líneas del pasado de la vida, de una clave que les permitía situar el testigo, de acuerdo con una estricta jerarquía biológica, en los cuadros de la sistemática. También existía una teoría, el transformismo, que les guiaba en sus búsquedas. Cierto, ignoraban el mecanismo de la evolución. Mas, a falta de otro apoyo, empleaban la teoría como hipótesis de trabajo. Luego, con la multiplicidad de los descubrimientos, sobre todo en bioquímica y en física nuclear, la tesis demasiado simplista en sus balbuceos, se afinaba más y más hasta convertirse en una certeza. Nada semejante en la historia. No goza el investigador de una norma directriz que le permita situar un hecho, importante y aislado, en una curva de la que cénoce la génesis y el desarrollo para poder de esta suerte superar un vacío o llenar una laguna.

En nuestros estudios sobre la generación, el crecimiento, la madurez y la decadencia de las civilizaciones, hemos insistido en el papel que representa en la historia la génesis, la difusión, el alcance y declive de las ideas-fuerza; en una palabra su evolución concordante con la de las culturas que componen una civilización. En un magma creador surgen unas ideas-fuerza. Compiten entre ellas como las demás estructuras vitales. Logran algunas más dinámicas dominar a otras más endebles, inoperantes, periclitadas o desencajadas de su ambiente. Se funden en un sincretismo que representa el punto culminante de su evolución y en este instante decisivo alcanza el arte su expresión la más sublime. Luego, encallecen los conceptos y pierden su elasticidad primera. Indicios sutiles señalan una esclerosis progresiva. Apunta la decadencia. Degeneran las ideas-fuerza.

Pertenecen a las regiones superiores de la filosofía o de la teología, como por ejemplo la competición entre las ideas unitarias y trinitarias que ha dividido el mundo mediterráneo desde la dislocación del Imperio Romano hasta la batalla de Lepanto. Pueden también sustentar las actividades más modestas de la actividad humana. A pesar de su aparente sencillez, a veces, han sido decisivas para el futuro del hombre, como el descubrimiento de la rueda, del collar para el tiro de los animales, del estribo para el jinete, de la herradura para las caballerías, o el empleo del cero hecho en el cálculo con la numeración decimal arábiga. De este modo, un nucleo importante de ideas-fuerza, mayores o menores, componen una cultura, y varias culturas unidas por un común denominador, una civilización. Las culturas paleolíticas, neolíticas y moderna, pertenecientes a pueblos esquimales que viven o que han vivido en otros tiempos en un marco geográfico subpolar, componen la civilización del reno 52.

Evidente aparece ahora esta proposición: Los hechos materiales e ideológicos que estructuran una unidad histórica que llamamos una civilización, determinan en amplio sentido la evolución de los acontecimientos, porque se encuentran en relación causal con las ideas que dirigen las acciones de los hombres y de la sociedad. Esto no quiere decir que producen ellas mismas los acontecimientos de un modo directo. Ocurre a veces, pero muy de tarde en tarde. Tajante es entonces su acción. En situaciones normales actúan lentamente pero acaso más eficazmente. En el azar de las circunstancias favorecen las ideas dominantes los actos que pertenecen a su radio de acción y neutralizan los que les son contrarios. Por esta doble actuación, positiva y negativa, dirigen los fenómenos sociales hacia un fin determinado. Canalizan el flujo de estas actividades, acción en un principio muy imprecisa. Pero en perspectiva descubre el historiador su concordancia con la dirección general dada por las idea6. En otros términos, los acontecimientos cuyo sentido se encuentra en la orientación impuesta por las líneas de fuerza en su evolución, ensanchan en manera extraordinaria su campo de irradiación; los que se caracterizan por una significación opuesta quedan inmovilizados, se acorta su influencia y en poco tiempo su alcance queda reducido a nada.

No se trata de elucubraciones sin fundamento, ni de un artilugio de meditaciones filosóficas solitarias e irracionales, sino de una enseñanza adquirida de modo positivo —en el sentido de una observación naturalista— de una época de la historia, la única que conocemos científicamente: la de los tiempos modernos en Occidente. Es posible observar desde el Renacimiento hasta el siglo XX, de una parte la evolución de las ideas, de otra, el sincronismo de los acontecimientos considerados en amplios conjuntos. Hemos podido así establecer en nuestros trabajos las relaciones causales existentes entre las ideas-fuerza y los hechos. Mas entonces, si tal ocurre, si es correcto nuestro juicio, se traduce como corolario una nueva descripción de la historia.

Tomemos un ejemplo concreto: Se trata al parecer de un hecho insignificante, la publicación en el XVI de libros populares en los que se enseñaba al gran público el arte de la multiplicación y demás misterios de la aritmética, puesta a punto por los sabios españoles de La Edad Media. No tuvieron resonancia alguna, pero su acción sobre el futuro de la sociedad ha sido enorme; mientras que el fracaso de La Armada Invencible, que tanta tinta hizo gastar a los historiadores, en nada intervenía en el desarrollo de los acontecimientos futuros. Se trataba de un episodio subalterno. Por consiguiente existía una jerarquía en los hechos históricos; se podían graduar y valorar según su alcance en la sociedad. Las consecuencias más o menos importantes de su acción correspondían a las energías de las ideas generatrices. Para lograr nuestros objetivos se traducían estos conceptos en un nuevo método histórico. Podía ser de gran recurso para comprender ciertas épocas del pasado oscuras por la falta de trabajos emprendidos, o, simplemente por la ausencia de una adecuada documentación.

Si se considera la civilización arábiga como un todo, se percibe que tiene por eje una concepción religiosa de la vida, con caracteres propios y dominantes. Se tendrá pues que buscar la génesis de las ideas-fuerza que Ja han vertebrado en el complejo religioso que existía a principios del siglo VII. Se podrá discutir si este ambiente ha sido causa o no de la acción de Mahoma. Nos parece que la inspiración del Profeta ha sido en gran parte un acto personal, independiente del medio, resultado de su exuberancia vital. Pero no cabe duda alguna de que la propagación de las enseñanzas del Corán se ha realizado en función de esta crisis religiosa que existía en menor o mayor grado en las regiones en donde el Islam ha cristalizado; lo que explica la rapidez de su difusión, relativa desde nuestro actual punto de vista, pues estaba supeditada a las distancias y a los medios de comunicación del tiempo.

Se puede entonces deducir algunas proposiciones acerca de la expansión del Islam y de la civilización árabe en España.

1. En la Alta Edad Media, ha existido por el mediodía de las Galias, en la Península Ibérica y en Africa del Norte, un clima similar al que se manifestaba en las provincias bizantinas. Era la consecuencia de un complejo religioso iniciado desde fecha muy anterior.

2. Ha permitido este ambiente la expansión del Islam y de la civilización árabe en estos territorios. Pero, en razón de la distancia y de otras circunstancias, debía forzosamente existir un desfase en el momento en que ha cristalizado la civilización árabe en Oriente y en Occidente. Puede el hecho demostrarse históricamente. Por lo que sabemos de las actividades religiosas, culturales y sociales en aquel tiempo por los ámbitos de la Península Ibérica, podemos afirmar que la estructura de una cultura arábiga empieza a manifestarse hacia la mitad del siglo IX; es decir, con dos siglos de retraso con respecto a Oriente.

3. El proceso de evolución que ha permitido el paso de la génesis al total esplendor de las ideas-fuerza, ha sido más largo en Occidente que en Oriente.

Es entonces posible situar los acontecimientos ocurridos en la Península Ibérica desde el IV hasta el XI, fecha de la contrarreforma musulmana en Occidente, de acuerdo con un proceso general común a varias naciones mediterráneas. Se presenta este estudio más accesible porque la evolución de las ideas se ha realizado aquí con un ritmo mucho más lento que en Oriente y con mayor simplicidad; no habiendo sido empañado el movimiento principal por los reflejos fulgurantes de los secundarios. Gradas al conocimiento actual de ciertos datos seguros, aunque en el tiempo distanciados los unos de los otros, será fácil establecer, como sobre el papel cuadriculado, puntos que se podrán unir con una curva. Se manifiesta así que esta evolución de ideas religiosas conducentes a una mentalidad particular y luego a una opinión premusulmana, compone un todo paralelo con otras manifestaciones intelectuales y culturales. Hemos analizado en otros trabajos algunos de estos caracteres. Permiten reconocer la supervivencia de un criterio racionalista que favorecerá mis tarde el florecimiento de una nueva matemática 53.

Con otras palabras, nos encontramos en presencia de una verdadera cultura cuya génesis y adolescencia se han realizado en una época que siguiendo la tradición bibliográfica se puede llamar visigótica; ideas-fuerza que evolucionan poco a poco hacia la civilización árabe. Lo mismo ha ocurrido en las antiguas provincias de Bizancio en donde las manifestaciones de la civilización árabe hunden sus raíces en las enseñanzas de la civilización bizantina, enriquecidas por las lecciones de la Escuela de Alejandría. Lo mismo, la cultura visigótica alcanzará más tarde formas autóctonas y particulares, una de las dos columnas que sustentarán la cultura arábigo-andaluza.

Se puede perfectamente seguir este proceso de evolución en las obras de arte que se han conservado de la Alta Edad Media. Por milagro de Ja’ orografía ibérica se han mantenido intactas, gracias a su aislamiento, en nümero suficiente para suplir la ausencia de textos. Esto será objeto de estudio en la tercera parte de nuestro libro. Se desprenderá una ventaja. Entra por los ojos el lenguaje del arte. No se requieren para entenderlo la erudición del especialista, ni tampoco la visión panorámica del historiador para apreciar la continuidad de las ideas en una sola curva de evolución. Ahí están los testigos al alcance de todos.

Será posible descifrar el enigma de la Mezquita de Córdoba. Se desprenderá una enseñanza nueva para nuestra mente desconcertada. Pues, a pesar de las afirmaciones de los sabios que se habían ocupado de estos tiempos oscuros del siglo VIII, existe todavía un testigo excepcional de estos años decisivos para el porvenir de la humanidad. No es accesible a los métodos clásicos de investigación. La piedra, el mármol, la cal, el cedro, el pino de por sí son mudos. Mas, engastados en una obra maestra se vuelven elocuentes. Bastaba con recoger la emoción que se desprende de su contacto para comprender su idioma. Así se expresa en la inteligencia de un amplio contexto histórico el gran templo de la ciudad andaluza.

Si existía desde el siglo IV hasta el XII un solo proceso de evolución, ¿qué era de la tradicional invasión árabe? Si España hubiera sufrido en 711 el asalto y la dominación de un pueblo oriental, una aportación importante de elementos exóticos hubieran sido impuestos a las poblaciones. Quedarían todavía en nuestros días testimonios del acontecimiento. Nada de eso. Salvo las tradicionales relaciones de Andalucía con Bizancio, hay que esperar al siglo XII para que se pueda distinguir en el arte hispano sugestiones llegadas del Irán.

Se han propagado el Islam y la civilización árabe en nuestra península como en Oriente, de acuerdo con un mismo proceso de evolución. Nada de mutaciones. El sincretismo musulmán era la consecuencia de una larguísima depuración de ideas monoteístas cuyo origen se percibía claramente en las primeras herejías cristianas: en su génesis la civilización árabe era un corolario de la bizantina. En este momento, aunque divergentes, eran sincrónicos ambos movimientos. No había Mahoma invadido Arabia con tropas extranjeras para convencer a sus conciudadanos. Había suscitado una guerra civil. Ocurría lo mismo en España en donde la idea representaba la persona viviente. Entonces, nos es posible ahora determinar este gigantesco movimiento de conceptos de modo mucho más preciso que en el pasado lo habían hecho los historiadores. En la Península Ibérica, como en el resto del mundo mediterráneo, no ha habido agresiones militares de gran envergadura, propias de Estados poderosísimos. No eran capaces de tales empresas. Se trataba de una crisis revolucionaria.



38 Ignacio Olagüe: La decadencia española, t. II, cap. XIV.

39 Georges Marçais: ibid., pp. 35 y 36.

40 Xavier de Planhol: Le monde islamique, Presses Universitaires, París, 1957.

41 Louis Bréhier. Ibid., t. III, p. 108.

    42  Louis Bréhier. Ibid., t. II, p. 46.3.

43 Louis Bréhier. Ibid., t. II, p. 450.

44 <De Los doscientos obispos poco más o menos que dirigían el rebaño de los fieles (en Berbería) cuando La conquista musulmana, no quedaban más que cinco en 1035.> Georges Marçais. Ibid., p.178.

45 Georges Marçais: Ibid., p. 71,

46 E. F. Gauthier: Moeurs et coutumes des musulmana, Payot, Paris, p. 17. Entre otras tradiciones cartaginesas, cita este autor dos ejemplos: La mano de Fátima, que se ha mantenido en las costumbres populares españolas durante mucho tiempo. Se trata de una mano hecha en cera o con otra sustancia, a veces preciosa, que servía de amuleto para salvaguardar a los niños pequeños. Y el creciente lunar que en Siria y en Cartago era el símbolo de la diosa Thanit.

47 Jean Paul Roux da las cifras siguientes que considera aproximativas: Para el Pakistán, 66.000.000 de musulmanes; para Indonesia 74.000.000. L’íslam en Asie, Payot, Paris, 1958. Dada la fecha de esta publicación deben estas cifras aumentarse en gran proporción. Vicent Monteil, profesor de la Facultad de Letras de la Universidad de Dakar ha publicado en el periódico <Le Monde> una serie de artículos estudiando el problema de la conversión de los negros: L’Islam noir en marche (14 de junio de 1960).

48 S. D. Goitien. Ibid., p. 588.

49 S. D. Goitien. Ibid., p. 594.

50 Han obligado estas consideraciones a los arabistas a plantearse de nuevo el problema, sin que esto les ayudara a concebir una nueva interpretación de los acontecimientos Así escribe Xavier de Planhol: <En la hora actual sólo nos es posible observar la expansión pacífica del Islam, Los procesos de islamización de la con quiste violenta no pueden ser estudiados más que por métodos históricos y todavía son muy oscuros. Solamente los métodos de progresión actuales nos permiten concebir de modo preciso los elementos favorables y los principales obstáculos que han intervenido en la expansión del Islam. El límite alcanzado por vías pacificas resulta así más instructivo. Pero esta expansión se hizo esencialmente par mediación de las clases urbanas y de los centros mercantiles.> Ibid., p. 106 y 107.

51 Había recibido Cuvier dibujos del Megatherium, descubierto en Argentina en 1788, por el padre dominico Manuel Torres, que le habían sido enviados por el naturalista español Bru, el cual había montado el esqueleto en una de las salas del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, fundado por Carlos III.

52 André Leroi.Gourhan: La civilisation da renne, Gallimard, París, 1936.

53 Ignacio Olagüe: La decadencia española, t. III, pp. 126 y 127.

 

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