En la
históricamente eminente población sevillana de Alcalá del Río,
a orillas del Guada-al-Kibir, se concibió un proyecto
de construcción de viviendas, con tan mala fortuna que al poco de
iniciarse los trabajos de explanación y cimentación, fue a aparecer
una necrópolis
tartéssica de
más de 2200 años de antigüedad,
que guardaba en su seno algunas tumbas extraordinariamente
interesantes.
Para
que el proyecto inmobiliario no se viera abortado, se efectuó una
somera excavación, se grabó un vídeo con los hallazgos y, tras
correrse un tupido velo, se dio carpetazo al asunto y se
edificó la barriada proyectada sobre ese importantísimo vestigio de
nuestro pasado. ¿Cómo calificar a quienes así se conducen? El más
piadoso epíteto que se me ocurre es el de
cafres. Una especie
que, por desgracia, cuenta con una nutridísima representación en
España y merced a la cual, merced a todos esos millones
de personas, nuestro país perdió hace mucho tiempo la privilegiada
posición que siempre había ocupado como la nación que
poseía el más antiguo, mayor, más variado y más brillante
Patrimonio Histórico-Artístico de la Tierra.