Soleika Llop
www.abriendoconciencia.blogspot.com
Alerta teatral porcina
El primer afectado de la gripe porcina podría ser un niño de cinco años de la
localidad mexicana de La Gloria, según afirma en un artículo el diario New York
Times. Las autoridades han conseguido identificar a Édgar Hernández, un niño que
pertenece a una familia con escasos recursos, como el enfermo número cero
afectado por esta enfermedad.
Me ha llamado la atención esta noticia, por tratarse de un niño y por el nombre
de la localidad en la que se originó la epidemia, nada menos que en La Gloria.
Si partimos de la premisa –avalada por la Kabbalah- de que todo cuanto ocurre en
3D (en el mundo físico) ha sido antes incubado en los mundos del espíritu, en lo
que Teillard de Chardin llamaba la noosfera, veamos cómo ha podido tramarse la
epidemia –me resisto a emplear el término de pandemia- de la gripe porcina. Si
leyéramos la noticia entre líneas y con las gafas de interpretar símbolos,
diríamos…
Que en la gloria, en el reino divino, en los cuarteles generales de nuestro Yo
superior, se ha elaborado un plan para hacernos entender que nuestro niño
interior está bajo de defensas, está débil, mal alimentado, sin recursos. Las
carencias de este niño interior son como agujeros de termitas por los que se han
colado unos virus, transmitidos por la parte “marrana”, más sucia e impura de
nuestra psique. Recordemos que hay culturas que vetan la carne de cerdo en sus
mesas por considerarlo un animal impuro.
Pero ¿qué es el niño interior?
El niño interior simboliza la pureza, la
frescura, la ternura, la candidez, la espontaneidad, la sinceridad, la
inocencia, la humildad, las ganas de jugar, divertirse, el estar fuera de
matrix, del mundo de la programación. Simboliza la imaginación, la alegría, la
ausencia de condicionamientos, barreras y creencias, como no sea creer que todo
es posible. Los niños también representan los nuevos impulsos de la psique, los
que nos llevan a renovarnos, a salir de la rutina. El niño interior es la
libertad de soñar y de actuar siguiendo únicamente el impulso del espíritu, el
cual a medida que maduramos va quedando limitado, maniatado y encerrado.
¿Qué significa tener un niño interior mal alimentado, débil y
sin recursos? Pues significa que el resto del pueblo psíquico, del pueblo
formado por todas nuestras tendencias, no le está concediendo a este niño –a la
pureza, la inocencia etc..- ninguna atención, no le dedica ningún recurso
energético. No lo alimenta energéticamente. Todo aquello sobre lo que posamos
nuestra atención, recibe nuestra energía, se alimenta de nosotros y crece. Y lo
que está ocurriendo en la sociedad ahora es la inmensa incongruencia de que lo
que ahora más capta nuestra atención no es el niño, sino el virus que lo ha
invadido.
Este virus debe estar encantado porque entre todos lo estamos
engordando hasta límites inimaginables, lo estamos tratando a cuerpo de rey. Le
hemos cedido las primeras planas de todos los medios de comunicación mundiales.
Debe sentirse como una estrella del rugby después de haber ganado la Super Bawl.
Triunfo total urbi et orbe porque además, por si todo eso fuera poco, ha logrado
que un número creciente de personas vayan por la calle disfrazadas de
enfermeras/os, con una mascarilla tapándoles el rostro.
Es como
si todas se estuvieran moviendo en un gigantesco hospital. Un hospital poblado
por una sociedad enferma de miedos, de temores. Una sociedad dispuesta a vaciar
los estantes de las farmacias con el objetivo ilusorio de bombardear los
síntomas en vez de apearse de este tío vivo de locura colectiva, meditar un poco
y preguntarse cuál es el origen real del problema.
Recuerdo que un día, hará un par de décadas, consulté a un
médico (que además era naturópata) sobre una gripe morrocotuda que agarré. Le
pregunté si convenía que tomara alguna medicación, y me contestó lo siguiente:
“Si tomas medicamentos, te durará siete días, y si no tomas nada, salvo caldos,
zumos e infusiones y mucho reposo, te durará una semana”.
Una sociedad, como decíamos, enferma hasta el punto de no
darse cuenta de la fuerza mental que posee y de que si uno llama de forma
recurrente al mal tiempo, acabará
metido en el ojo de un huracán. Estamos viviendo momentos en los que, debido a
una extraordinaria actividad fotónica, nuestros pensamientos han adquirido un
inmenso poder cristalizador, como nunca antes lo han tenido. Nunca el ser humano
ha sido tan poderoso porque nunca su cerebro ha estado tan desarrollado. Y que
utilice este poder para co-crear una pandemia, es algo realmente grotesco. Y
todo ello independientemente del hecho de que sea o no cierto que existe tal
pandemia, lo cual mucha gente duda.
Quiero decir con esto que pasarnos el día pensando que nos
van a robar, equivale a poner un anuncio en la noosfera que diga lo siguiente:
“Busco un caco que me ayude a cristalizar mis pensamientos”. De igual modo,
tener ocupada nuestra cocotera con la idea de que hay que defenderse y armarse
full equip –mascarillas, vacunas, medicamentos, cuarentenas y demás números
circenses- contra la gripe, le estamos diciendo al virus: “Ven bonito, acércate,
te estoy esperando, te estoy creando un espacio (psíquico) para que penetres en
mi”. Y el virus nos contestará: “Allá voy, paso de tus mascarillas porque me
estás llamando con tanta insistencia que ya me las arreglaré para traspasar
cualquier barrera. En cuanto a tus medicinas, no te preocupes, soy inmune a
ellas, no me provocarán ni un rasguño”.
Si
levantaran la cabeza los grandes pontífices del teatro del absurdo (Becket,
Ionesco, Genêt, Camus..) no les haría falta estrujarse demasiado las neuronas
para buscar argumentos para sus obras.
Países cerrando sus fronteras, gente atrincherándose en sus
casas, escuelas que se cierran, una ministra de un país super desarrollado
desaconsejando viajar a unas carreras de coches, un presidente (el mexicano)
rogando a la gente que no salga de su casa para el puente de mayo, cabe
preguntarse hasta dónde estamos dispuestos a llegar en la glorificación y
ensalzamiento de ese virus.
Ya que no es de recibo hablar de un problema sin aportar
soluciones, proponemos una estrategia anti virus, que suele funcionar muy bien
en aquellas personas que están convencidas de su efectividad.
Meditación
Nos situamos debajo de un rayo de Sol, imaginamos que el Sol
penetra en nosotros a través de nuestra coronilla (chakra 7).
Imaginamos que a medida que van penetrando en nuestro cuerpo,
sus rayos se transforman en estrellitas de 6 puntas diminutas, del tamaño de una
célula. Imaginamos que todo nuestro cuerpo queda invadido de estrellitas de 6
puntas, desde la cabeza hasta los pies, todas nuestras células se han
transformado en estrellitas.
Ahora imaginamos que esas estrellitas traen un mensaje en su
interior, la palabra AMOR, y que al derramarse por nuestro organismo lo están
llenando de amor. Sentimos cómo goza nuestro cuerpo con esta maravillosa
sensación.
Ahora imaginamos que nosotros somos celulitas de un inmenso
cuerpo formado por todos los países del planeta. Incluso podemos dibujarlo. Nos
colocamos mentalmente en este cuerpo, somos una celulita amorosa de este gran
cuerpo. Pero resulta que el amor es contagioso, imaginamos que vamos contagiando
con nuestra fuerza amorosa todas las células circundantes, y que éstas a su vez
contagian a las que tienen al lado y al final imaginamos que ese inmenso cuerpo
planetario se ha llenado de millones y millones de estrellitas de 6 puntas con
el mensaje AMOR en su interior.