“Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor”
H. S. Sa´îd b. Aÿiba el Andalusí
Decimos Absoluto, decimos materia y decimos conciencia, cuando en realidad estamos queriendo decir; tres aspectos diferentes de Una Naturaleza, Allah, El Único Existente.
El Universo, o la materia como expresión compleja de la energía, es a su vez la forma en la que Allah se hace “Cuerpo”, Creación, dinámico, y por lo tanto manifiesto, pero ¿manifiesto ante qué o quién?. Dado que Él es el único existente, La Única Sustancia, no hay ante quien manifestar nada ni posibilidad de “algún otro”. Cualquier posibilidad creada siempre surgirá del Uno, de Su Sustancia y, por lo tanto, “su existencia” será precaria y dependiente en cuanto a la forma y permanente en cuanto a La Esencia.
Creo que si en unas cuantas líneas se me permite el uso de la alegoría, la comprensión de lo que tratamos se nos hará más “digestiva”.
Para tratar este tema debemos de comenzar por “hablar” de “un estado” sin movimiento, sin tiempo y sin espacio, donde los conceptos “nada” y “todo”, tampoco son válidos, donde la única posibilidad, de nuestra parte, es el silencio. Por eso dice el Qor´ân; “No preguntéis sobre lo que no se os ha revelado”. De aquí la dificultad, pero como decimos, quizás el uso de la alegoría nos lo permita.
Haremos el intento; “Allah, como Trascendencia, como “Deus Abscónditus”, como “Lo Incognoscible”, como “Eso” de lo que nada podemos pensar ni decir, ni tan siquiera en estas líneas, “decide hacerse cognoscible”. Desde la quietud decide la dinámica, y el movimiento, por su propia naturaleza, es expresivo, manifestante.
Su “decisión” es ya Su manifestación, pero al no haber Otro no hay diferencia en el origen de la Sustancia, sino que las diferencias se establecen a causa de la naturaleza del movimiento que produce el cambio, dando lugar a las “formas”.
Cualquier aspecto de La Manifestación, o de “las formas”, no es “verdadero por sí mismo”, sino que depende del propósito de la Voluntad Manifestante, ya que es simplemente “una forma de Su expresión”. Es como “La Palabra” que muestra “un mensaje”, “un atributo”, pero que por la propia naturaleza del dinamismo es necesariamente transitoria.
Cualquier modificación, propia de la naturaleza dinámica, cualquier nueva “apariencia”, dependerá siempre de leyes inmutables impresas en la propia Sustancia Primigenia y, esta a su vez, depende de la única Voluntad Manifestadora de Esa Única Esencia, la Voluntad del Escondido.
Sin no hay Otro ante el que mostrarse, ¿ante quien Se Revela?. La única alternativa es la creación de un reflejo, una imagen de Sí mismo, a la que se ha privado inicialmente de la Conciencia de Su propia naturaleza, con el fin de crear la apariencia de “el otro” y de esta forma poder iniciar el “juego interactivo”.
Para que pueda darse este resultado, la Conciencia Intelectiva como Conciencia del Ser Único, como Conciencia del Escondido y única existente, incursiona en Su Visibilidad, el Universo. Se une a la materia y desde ella Se descubre, creándose así el efecto Revelación.
Cuando se lea esto, no hay que olvidar que estamos haciendo el esfuerzo de explicar con palabras, es decir, desde el Dunia, desde la ilusión, lo que es La Verdad Primigenia, Al Haqq. Para hacerlo comprensible nos hemos visto obligados a mezclar lo literal con lo alegórico, pues para “entenderlo” de verdad es necesario, previamente, la experiencia vivencial de Ello.
No quisiéramos, por lo tanto, que nadie entendiera lo escrito como quien acepta un dogma de fe, lo dicho no es mas que una reflexión que puede ser útil para aproximar “intelectivamente” la experiencia. De ser así, quizás ayude a que algunas personas se introduzcan en el concepto de Unicidad, el Tawhid.
La idea que guarda esta descripción es, por su simplicidad, difícil de ser descrita, recordemos la frecuencia con la que decimos que, “en la sencillez se oculta la dificultad”. Por eso es que todo esto no es mas que una aproximación, un apoyo, pues la verdadera comprensión solo puede darse a través de la Ma´ârifa, la experiencia del ´Ârif, del gnóstico, es decir, la experiencia mística.
Hemos tratado el tema de “arriba para abajo”, de Allah hacia el ser humano, si lo hacemos a la inversa, siendo el resultado idéntico, habremos entendido la frase del encabezamiento de este capítulo; “Man ´arafa nafsa-hu ´arafa Rabbahu”. “Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor”.
Esperamos que al menos haya quedado claro que el acercamiento al “conocimiento de Allah”, pasa necesariamente por el reconocimiento de Su Revelación, el Universo. Y que, en el Universo, el conocimiento de lo “mayor”, Lo Profundo, ha de ser precedido por el conocimiento de lo “menor”, lo aparente.
No obstante, y teniendo en cuenta que aún en lo minúsculo se contiene el Total, la predecesión a la que nos referimos, se refiere a la intencionalidad y a la predisposición, ya que en realidad no hay “mayor” ni “menor”. Esto es con el objeto de que dirijamos nuestra atención hacia la grandeza de lo “pequeño” y cercano. De esta forma evitamos que al principio se distraiga la mente con ensoñaciones de grandeza, queriendo abarcar, en los inicios, el desarrollo del Conocimiento de forma global.
Recordemos que, en la práctica, cualquier conocimiento sobre la parte conlleva el progresivo desvelamiento del Todo.
“No soñéis con la inmensidad del mar, si no habéis aprendido a “hacer diamantes” con las gotas de agua”. Y no obstante, en cualquier gota de agua se contiene el mar.
El Absoluto no puede ser intuido por la criatura en ausencia de la forma, sino a través de cada particularidad. Y en la medida en que el conocimiento de la parte, en este caso sería el ser humano, nos acerca al conocimiento del Todo, a la inversa sucede que la búsqueda del Creador nos acerca al conocimiento del ser humano. “Man ´arafa nafsa-hu ´arafa Rabba-hu”. Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor.
Pero también sucede que la observación que, sobre cualquier criatura, atraiga nuestra atención y despierte en nosotros la “intuición de Algo mas”, nos acercará siempre a la misma conclusión final. Él está en todo, Él es Todo, yo soy el vehículo de Su observación en el Universo, “yo” es Él, pero constreñido al velo criatural.
Y así, desde los primeros estadíos de la evolución espiritual, voy progresivamente descubriendo lo siguiente, que la distancia y la diferencia no son sino una ficción. A partir de ahora se extingue el concepto de “yo” aún cuando su actividad continúe.
Los primeros razonamientos sobre el conocimiento de Allah, se corresponden con lo que tú percibes en las demás criaturas desde tus conceptos de bueno, generoso, grande, etc., pero en grado de atributo supremo. En este periodo se hace necesario el Du´â, la oración, por medio del discurso y el valor de la idea sobre Dios. Es todavía tu concepción de la “imagen”.
Es la fase de las peticiones y de las quejas, del descontrol de las emociones, de la búsqueda solapada o evidente de los consuelos espirituales, etc. Pero es un periodo de crecimiento necesario del que saldremos cuando sea el momento, y si tenemos la suerte de contar con un verdadero Sheyh, siempre será mejor.
En el segundo nivel de razonamiento descubres la imposibilidad de adjetivar a Dios, ni aún a lo grande. Las criaturas han dejado de ser mensajeros válidos de la Presencia, sabes que son un velo, un ropaje con el que se disfraza “La Verdad”, Al Haqq. Ahora se experimenta la sensación de un enorme vacío de Allah producido por la desaparición de anteriores ideas y emociones que ya quedaron invalidadas.
Las palabras en el Du´â, la oración, son un estorbo, ninguna de ellas puede expresar el contenido de nuestro interior y el practicante acaba por desestimar su uso, pero aún así nada es capaz de pedir y por nada siente necesidad de quejarse. No obstante mantendrá la posición del orante que “se eleva” desde su naturaleza transitoria hasta Su Naturaleza Verdadera. El “dolor” producido por la falsa sensación de ausencia de Allah no altera la paz interior, simplemente hay una confiada, tranquila y paciente espera.
El murid ha roto con el cerco del culto ritual y de las ceremonias, sabe que antes fueron “un medio” de acercamiento a la Divinidad, como en su momento lo fue la apariencia de las criaturas, pero su estado espiritual actual le apremia a suprimir “los medios”, pues se han convertido en un estorbo para la relación directa.
Refiriéndose a este estado decía el místico Juan de Yepes; “No quieras enviarme de hoy ya más mensajero, que no saben decirme lo que quiero”.
Todavía hay separación, porque el murid aún no aprendió a reconocer su estado, no se da cuenta que está mas cerca de la Unidad de lo que lo había estado nunca. Hay dolor porque todavía espera lo que ya empezó a ser, pero se niega a reconocerlo pues hay un cierto “pudor” (trampa sutil del ego), para reconocer-Sé. Por eso persiste el deseo, el hambre de más, tiene “la mesa” servida, pero no se atreve a comer de lo que ya es Suyo. Y no obstante en este periodo no hay pérdida de la paz interior.
Si en el periodo anterior la presencia del Sheyh era importante, en este periodo llega como el agua fresca a la boca del sediento.
En el tercer nivel, el ya Sufi, percibe el Absoluto en Su mismidad como algo indiferenciado de Todo cuanto existe, indiferenciado también de sí mismo. Alcanza a conocer de forma experimentada lo aparente de las diferencias en el Macro Universo, y desde esta experiencia percibe lo ficticio de su diferencia en particular como micro universo. Así va naciendo la vivencia de su Unidad.
En este momento se produce lo que llamamos Waîd, o aniquilación del yo como concepto, previo inmediato al Wuyúd como subsistencia en Allah.
Al ser la observación y experiencia de lo externo más fácil para el ser humano que la experiencia y observación de lo interno, decimos que “lo de fuera” es lo menor, y lo interno es “lo Mayor”, pues no hablamos de magnitudes físicas.
Por eso, como alegoría, decíamos mas arriba que; “El conocimiento de Lo Mayor, ha de ser precedido por el conocimiento de lo menor”. O también; “El conocimiento de lo que guarda un grano de polvo viene precedido del conocimiento de la propia identidad”.
Cuando vemos un espejo, no vemos otra cosa que el objeto, pero cuando nuestra vista va mas allá de la superficie pulida del espejo, la visión del rostro reflejado vela la visión del espejo. A semejanza de este ejemplo, cuando vemos una criatura cualquiera, eso es lo que vemos, pero cuando “la visión” va mas allá, la criatura queda velada y “vemos el Rostro del Creador”.
Nuestra naturaleza adámica no es sino un vehículo de aprendizaje e instrumentalización racional y equilibrada del entorno para llegar mas allá. Para lograr que desaparezcan los compartimentos en los que dividimos la Unidad, percibiendo, bajo otra visión, que las diferenciaciones que hacemos se desmoronan.
En el Qor´ân XXXVIII, 104-105, se hace una pequeña alusión al estado de confusión al que se llega cuando se toma lo simbólico por realidad. Abraham se ve en sueños sacrificando a su hijo y se lo toma al pié de la letra. Pero se equivoca, a través del sueño como un símbolo del sacrificio de su voluntad, lo que Al Lah buscaba era su absoluta confianza a la dinámica Creadora. Por esto Allah le dice; “Has tomado la visión por realidad”.
Como ejemplo vivo de una experiencia referida a estos comentarios, haremos una breve alusión a uno de los más grandes personajes del espíritu Sufi.
En el año 857 nació en Irán el místico Husayn Mansûr Hallâdj, quien murió a manos de musulmanes ortodoxos el 17 de Marzo del 922. Este ser excepcional, poseído por su experiencia mística de unidad, llegó a decir;
“Lo único que cuenta para el amante es que el Único lo reduzca a Su Unidad”.
“He renegado del culto debido a Allah, ya que esta negación me era un deber, mientras que para los musulmanes es un pecado”.
“¡Oh musulmanes, salvadme de Allah…, Él no quiere devolverme mi yo mismo, no quiere devolverme mi alma. ¡Es mas de lo que puedo soportar!”.
Y por fin llegó a formular la que quizás es la mas conocida de sus afirmaciones, totalmente poseído ya por la Divina Presencia; “Yo soy La Verdad, la Verdad soy yo”.