De los misteriosos tartesios en plan de hueso atragantado

Parece que viene de muy lejos esta especie de alergia con respecto a los hispanos tartesios y su misteriosa Tartessos. En concreto, los protohistoriadores europeos han venido siendo muy tranquilamente tartesiófobos

 

 

 

 

 

 Por Miguel Romero Esteo. De su libro «Tartessos y Europa». Capitulo 2.

Antes de entrar al detalle en tartesios asuntos de la misteriosa e hispana civilización tartesia —centrada en su portuaria y capital Tartessos, o versión griega del nombre que también asoma como Tarsisi, y como Tarsis, o Tarshish más bien— algo habría que decir con respecto a que tanto Tartessos como sus tartesios han venido siendo un hueso polémicamente atragantado en el gaznate de los especialistas en el asunto de la bimilenaria y larguísima Protohistoria mediterránea. O el asunto de si realmente existieron o no existieron la hispana Tartessos y sus tartesios. Porque más bien lo que, y hasta no hace mucho, ha venido rodando, y como oro de ley, es que o no existieron en sentido estricto, y que todo va de mucha confusión y verborreas al respecto, o que si existieron pues como si no hubieran existido porque o demasiado borroso el asunto. O porque en realidad no fueron más que un extenderse al oceánico suroeste hispano la asiática y mediterráneo-oriental civilización de los famosos o famosísimos cananeos, a los que apodaron de fenicios los griegos. Los antiguos griegos, claro está.

 

Parece que viene de muy lejos esta especie de alergia con respecto a los hispanos tartesios y su misteriosa Tartessos. En concreto, los protohistoriadores europeos han venido siendo muy tranquilamente tartesiófobos. O una especie de inquina con respecto al asunto Tartessos. Por no decir que más bien, y más en general, unos contumaces occidentalófobos con respecto al asunto del Occidente atlántico-europeo en el no menos asunto de los orígenes de Europa. O sea, unos orientalófilos empedernidos en el tal asunto de los europeos orígenes, y en los que el Occidente europeo-atlántico ha venido siendo una especie de cero absoluto y sin remisión, al menos hasta no hace mucho. Que parece como que las cosas cambiando están. Desde luego, la tal occidentalofobia en general y tartesiofobia en particular parece como que vienen de lejísimos, desde los inmemoriales tiempos. Por de pronto, en la versión que de las legendarias historias mediterráneas nos llega de manos de los proto-griegos y los griegos arcaicos, el Occidente europeo en su ámbito suroeste —el ámbito luego tartesio, sobre poco más o menos— es donde están los legendarios infiernos y sus infernales gentes. Incluido el infernal dios Hades tan demasiado obscuro, y subterráneo. Con o sin largarnos hilo hacia que las tales obscuridades vengan referidas a subsaharianas gentes de negra la piel, y que tranquilamente asentadas en el suroeste oceánico de la Península Ibérica —lo de Hades resulta demasiado homófono con la Gades que finalmente la ahora andaluza ciudad de Cádiz, y valga la homofonía— y en no se sabe qué remotísimos tiempos. Pongamos que en torno al año 3000 a.C. y puesto queda.

 

Por otra parte, y siguiendo de las tales legendarias historias mediterráneas en versión griega, y que mitologizadas fueron, el Occidente europeo en su suroeste atlántico y sus alrededores, o el mediterráneo-atlántico ámbito del estrecho de Gibraltar y su amplio entorno, es un siniestro lugar de horribles monstruos más o menos infernales. En concreto, la oceánica y famosísima gran hembra Medusa con su cabellera de venenosas serpientes, en vez de una pelambre de largos cabellos. Y de la que, y tras el gran monstruo-caballo Pegaso, se origina una abundante familia de monstruos con el tartesio y gigante-monstruo Gerión y su monstruosa parentela en la que su geriónida hermana-monstruo, la acuática u oceánica gran serpiente Egidna que casada con el no menos monstruo gran Tifón. Y de la que la serie de geriónidas sobrinos- monstruos: el can Kerberos, el can Orto, la gran serpiente Hidra de las cien cabezas, la Esfinge, la Quimera, etcétera. Y valga de paso el que la monstruosa Esfinge —cuerpo de león, cabeza humana, y que no acaba de saberse que de dónde llegó el tal asunto a Egipto— al menos en las legendarias historias es originariamente pues no precisamente egipcia sino que más bien tartesia y geriónida. O bastante euro-occidental e hispana, si dicho de otro modo. O en otras palabras, que al menos en la versión griega de las tales legendarias historias parece como que la tartesiofobia asoma bastante. Ignoro si porque escaldados los arcaicos griegos con el batallador revolcón que el tartesio y gigante rey Gerión le propinó al más o menos muy proto-griego gran guaperas Hércules. Y que de lo tal, luego pues ya vieron monstruos por todas partes en el extremo oeste mediterráneo, en general. Y en las parentelas de los geriónidas, en particular. O al menos que algo muy desagradable les ocurrió en el ámbito del estrecho de Gibraltar a los proto-griegos remotísimos —pongamos que de por allí los expulsaron, y puesto queda— y que pues nunca lo olvidaron.

 

Aquí muy bien pudiera entrar el asunto de que, en el bíblico libro del Génesis —que comienza con el paraíso de Adán y Eva, y la serpiente, y otra vez asunto de serpientes— y en sus genealogías a partir del santo patriarca Noé y su diluvio, y prescindiendo de su primogénito Sem y de su segundón y africanoide Cam, del Jafet o hijo menor le resulta al santo patriarca su nieto Yaván. Que es bíblicamente el padre de la hermosa Tarsis. O sea, los tartesios si traduciendo a prosa llana el metafórico asunto. Pero los tartesios como que bíblicamente originándose en los proto-griegos yavonios a los que los especialistas en rastrear los tales bíblicos y borrosos asuntos identifican como que unos proto-griegos yonios. O sea, los griegos jonios en fase muy temprana, y muchísimo antes de asentarse en la costa ática y fundar la ciudad de Atenas. Con lo cual pues resulta como que bastante normal el que al muy arcaico alfabeto tartesio se lo viniera catalogando de medio-jonio. Así pues, como que resulta una especie de rencor intra-familiar la tartesiofobia que, más o menos antigeriónida, asoma en las tales legendarias historias finalmente mitologizadas. Y en fin, todo esto con o sin tener en cuenta que por las costas de la India y en sus remotos o muy arcaicos tiempos se denominaban los yavana a las gentes de Europa, a las gentes de raza blanca. Pero ignoro si el asunto venía referido a unos yavana de Tarsis. O si a unos yavanas elíseos. De la hermosa Elisa, la bíblica hermana de Tarsis. O que acaso meramente unos ulíseos a la menor oportunidad. Con o sin los viajes oceánicos del legendario Ulises metidos en el asunto.

 

Más adelante en los lejanos tiempos, el asunto de la occidentalofobia asoma también en los dos romano-imperiales escritores que son básicos con respecto a las indígenas gentes pre-romanas de la ibérica península. Me refiero al geógrafo griego Estrabón, que escribe en tiempos del nacimiento de Cristo, y al muy romano gran Plinio, éste en plan de antropólogo e historiador con los muchos libros de su monumental Naturalis Historia, y escribiendo muchos años después del nacimiento de Cristo, hacia el año 70 de la ya Era Cristiana. Y el otro, muy en plan de geógrafo etnohistoriador, y con una también monumental obra en muchos volúmenes, uno de ellos dedicado íntegro a la ibérica península, e incluido capítulos al tema de los tartesios en las ahora tierras andaluzas. Pues bien, y en cuanto a la tal occidentalofobia, lo cierto es que al gran Plinio le resultaba una fantasía mitológica el texto —yo lo tengo en mi biblioteca— del famoso periplo de Annón o periplo navegante en el que sale del ámbito de la hispana Gades —el cogollo del originario territorio tartesio— una descomunal flota de enormes naves-monstruos atiborradas de ibero-peninsular población libio-phoinikia y sureña —que vale tanto como decir que malagueña, que los lybio-phoenikes fueron mayormente gentes de las malagueñas costas— y en plan de colonización hispano-karkedonia de puntos-clave a lo largo de las larguísimas y atlánticas costas africanas. Y en fin, que el demasiado imperial Annón va fundando ciudades costeras en los tales puntos-clave. Me supongo que en plan de puertos de escala y aguada, y con vistas a una institucional ruta de navegación de cabotaje hacia las paradisíacas tierras del Océano Indico. El asunto del tan demasiado imperial Annón se lo ha venido remitiendo a un presunto cartaginés Hanno. Pese a que nada tienen de cartaginés los nombres de las tales portuarias colonias que los tales karkedonios borrosos fundando van. Y así el asunto.

 

Y por otra parte, y en paralelo con el tal karkedoniohispano periplo, un no tan famoso y perdido periplo de Ofelas al muy erudito y bibliográfico Estrabón pues le resultaba una fantasía total, y lo ponía poco menos que histérico. En este otro periplo el asunto iba de que en remotos tiempos unos borrosos tyrios habían ido circunnavegando las oceánicas costas africanas tanto atlánticas como océano-índicas, y a lo largo de ellas habían ido fundando estratégicas ciudades portuarias, nada menos que unas trescientas, y desde las ahora atlánticas costas de Marruecos hasta las océano-índicas costas de al sur de Arabia. O sea, otra mucho más descomunal empresa imperial si en comparación con la del karkedonio Annón. Y si es que tanto la una como la otra no son la misma. Que muy bien pudieran ser la misma. Y que tanto lo de Annón como lo de Ofelas fueran nombres o sobrenombres para una misma persona. Y que los en sentido muy general tyrios fueran más específicamente tyrios karkedonios. O sea, unos más o menos tartesios karkedonios si teniendo en cuenta que, en los tales tiempos de hablas fonéticamente muy dialectales, tyrios y turios son lo mismo, y turios y tursios pues igual. Y que las variantes hispano-indígenas del nombre de los tartesios son derivaciones de un más bien tursios. Y así tanto en el caso de los tartesios o atartesiados túrdulos como no menos en el de los turdetanos o tursetanos en tiempos pre-romanos y para todas las ahora tierras de Andalucía. En concreto y con respecto a las guerras entre cartagineses y romanos en la ibérica península, el famoso historiador Tito Livio a los tartesios los llama unas veces turdetanos y otras veces tartesios, según le venga en gana.

 

Esta occidentalofobia, desde una muy profunda y bien arraigada orientalofilia, tradicional ya en los romanos tiempos, recalca el asunto de que del atlántico y europeo Occidente, en general, y del atlántico sur ibero-peninsular en particular —el ámbito de los tartesios hispanos— no había que esperar altísima civilización ninguna, tanto si imperial como si no imperial. Pese a lo cual, y en el caso de Estrabón, éste subraya que las más enormes naves de cargamento —transporte de mercaderías— que arribaban al puerto de Roma —el puerto de Ostia— eran las turdetanas. O sea, las tartesio-hispanas. O en suma, que en lo de construir naves enormes —especie de oceánicos trasatlánticos si dicho en términos actuales, algunos biblistas lo emplean para el bíblico-tartesio asunto de las famosas naves de Tarsis— parece como que los tartesios hispanos tenían una muy consolidada tradición. Y que les venía de muy lejos, que las tales monumentales construcciones navieras no se improvisan. O al menos así el asunto a mi modo de ver. Y valga el que en el muy bibliográfico Estrabón lo de las tales enormes naves no es precisamente dato bibliográfico. Vivía al arrimo del puerto de Ostia, y en el puerto pues seguro que las vio muy de bulto y figura. Y bastantes veces, a lo que parece. Pero en general, en su geografía de la Península Ibérica —o Hispania, en la jerga romana— funciona en base a informaciones tomadas de los libros de previos escritores que, tanto griegos como romanos, viajaron o residieron por tierras ibero-peninsulares. Y resulta muy fundamental con respecto a lo mucho que nos informa de los tardo- tartesios o turdetanos. Y básico el asunto.

 

Por otra parte, no menos básico el asunto de que tienen su fundamento sensato los enjuagues filológicos que, por vía de someras arqueologías lingüísticas, a lo largo de este ensayo van a ir asomando, y tanto si etimológicas como si no etimológicas. O que no tan someras. Y con pie en onomásticas homofonías iniciales, en muchos los casos. Y el tal sensato fundamento pues está en que para los tales remotos o remotísimos tiempos borrosos, y fueren cuales fueren las lenguas onomásticamente implicadas, tanto si enigmáticas como si no enigmáticas, éstas no eran más bien lengua fonéticamente muy fijada sino que un habla fonéticamente muy dialectal. O sea, con variantes fonéticas para una misma palabra. Y caso de la muy fonéticamente dialectal lengua vasca en la que un itsas y un itxas son fonéticamente diversos pero significan lo mismo, el mar. Y acaso es por esto por lo que iniciales alfabetos van de signos meramente para las consonantes y prescinden de las tan variables vocales, O en fin, que la onomástica que de los tales tiempos nos llega es fonéticamente más o menos aproximativa. Y con o sin las reglas de evolución fonético-mecánica con las que lo de iberos, iveros, iperos, iferos, pues todo es lo mismo.