TARTESSOS

 
                                                     

CARMONA Y TARTESSOS:

EL BRONCE FINAL Y PRIMER HIERRO.

 

 

 

 

        El nuevo milenio traería una de las etapas más florecientes de la historia de nuestro territorio, marcado por el nacimiento, apogeo y muerte de Tartessos. Tartessos refleja un fenómeno cultural producto del contacto entre dos comunidades étnicas diferentes, de un lado, el mundo indígena y de otro los colonizadores orientales, principalmente fenicios, que llegaron a las costas peninsulares a mediados del siglo VIII a.C. Las relaciones entre ambas comunidades marcarán el desarrollo y destino final del mítico reino de Gerión, Gárgoris, Habis y Argantonio.

        A principios del I milenio se documentan los primeros grupos que conformarían el substrato étnico de Tartessos y que, en poco tiempo, llegan a ocupar todo el occidente de la actual Andalucía. Se fundan nuevos poblados a la vez que se reocupan otros habitados con anterioridad. Estas gentes no parecen emparentarse en ningún aspecto con las poblaciones antes descritas, lo que permite pensar que su presencia se debe a migraciones que se expandieron rápidamente atraídos por los abundantes recursos del bajo Guadalquivir, y también por una mejora en las condiciones climáticas.

        Carmona jugará un papel fundamental en este período debido principalmente a su situación geográfica, que controla las principales rutas del bajo Guadalquivir, por sus características orográficas que la dotan de inexpugnables defensas naturales y por los recursos potenciales que controla, tanto agropecuarios como los generados por el control de esas rutas de comercio. Con estos condicionantes, entre los siglos X y IX se constata ya la ocupación de la meseta de Carmona por estos grupos. Su estrategia de ocupación es básicamente la misma que hemos descrito para las etapas precedentes, es decir, ocupan todo el perímetro del actual casco histórico ocupando las alturas y laderas de las colinas dejando un gran vacío en el centro. El poblado estaría formado por cabañas circulares realizadas con un zócalo de piedras y alzado de adobes y ramajes, junto a otros espacios destinados a la guarda del grano y ganado. Los restos documentados hasta la fecha en las excavaciones son muy escasos dado la fragilidad de las construcciones y, es fundamentalmente a partir de los restos de sus utensilios, principalmente cerámicos, por los que podemos reconstruir la configuración y parte de la vida de estas gentes. De todo ello se puede inferir que sus prácticas económicas se basaban en la explotación agropecuaria.

        Poco o nada sabemos de sus costumbres religiosas o funerarias, ya que no se ha encontrado una sola necrópolis en el bajo Guadalquivir correspondiente a esta época, hecho que desconcierta a los investigadores y que achacan al azar esta laguna en la información. No obstante, y paralelamente a la ausencia de cementerios, se han producido hallazgos de armas y otros objetos metálicos dentro de los ríos, interpretable en algunos casos como los restos de barcos hundidos o de acciones bélicas ocurridas en sus orillas, pero la relativa abundancia de estos hallazgos y el hecho de que éstos se produzcan en las áreas donde no existen cementerios parece abrir la posibilidad de que se trataran de ofrendas funerarias arrojadas a los ríos junto a los cadáveres de los muertos.

        En torno al siglo VIII a.C. se produce un fenómeno que va a transformar intensamente la historia de las comunidades bajoandaluzas. Los fenicios, principalmente tirios, llegan a las costas andaluzas como resultado de una expansión que habían iniciado algunos siglos antes, a lo largo de todo el Mediterráneo, cuya principal finalidad fue la de crear pequeñas colonias que sirvieran para comerciar, buscando principalmente metales y otros productos exóticos que alcanzaran buen precio en origen. Con este fin fundan Cádiz y jalonan toda la costa mediterránea andaluza de colonias establecidas en islas o penínsulas situadas en las desembocaduras de los ríos, que les servirían como vías de comunicación hacia el interior.

        La interpretación histórica tradicional entendía que los fenicios eran simplemente comerciantes instalados en establecimientos costeros que les servían de punto de intercambio con los tartesios, por esta razón localizaron sus colonias en la costa mediterránea andaluza, fuera del territorio tartésico, siendo su colonia más occidental las islas que formaban Cádiz. Sin embargo, estas dos premisas se están desmoronando ante el avance de los conocimientos sobre el mundo fenicio en la Península Ibérica, y así ya sabemos de la existencia de colonias fenicias más allá del Estrecho de Gibraltar llegando hasta la costa atlántica portuguesa. En otro sentido, la evidencia de que la colonización fenicia tuvo como una de sus metas principales la apertura de nuevos mercados y la búsqueda de nuevas fuentes de recursos, no niega la posibilidad de que determinados grupos de orientales aprovechasen el descubrimiento de nuevas tierras para intentar una colonización agrícola, e incluso, que para garantizar un comercio fluido tuvieran que organizar una red de mercado al interior del país lo que implicaría el establecimiento de pequeños enclaves comerciales en los poblados indígenas. Al menos, así parece indicarlo la documentación arqueológica en lugares como la propia Carmona.

        Desde mediados del siglo VIII a.C., al menos, se había desarrollado en el poblado tartésico de Carmona un núcleo de población estable en una zona situada en el extremo norte, el actual barrio de San Blas, de la amplia meseta que da asiento a la actual ciudad. El lugar, de unas 6 Has. de extensión, constituía entonces una fortaleza natural desde la cual se dominaban los caminos que conducían al Guadalquivir y al interior de la región.

        Los primeros indicios de contacto entre los indígenas y fenicios están representados por restos de cerámica fabricada a torno fechada en el siglo VIII a.C. Con posterioridad, y ya en los siglos VII y VI a.C., se evidencian en edificios construidos con técnicas claramente orientales. En el año 1988, en las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en el solar nº 2 de la calle Higueral, se halló un muro de 110 cms de anchura que estaba construido con aparejo mixto de sillares y mampostería. El paño de mampostería estaba formado con piedras de alcor con la cara externa aparecía aplanada y cuyos intersticios aparecían calzados con ripio, y estaba unido a un machón formado por tres hiladas superpuestas de sillares de piedra de alcor, dos colocados a soga y uno a tizón. Este muro, de técnica puramente oriental, se construyó a mitad del siglo VI a.C.

        En 1992 se documentaron durante una intervención de urgencia realizada en la casa del Marqués de Saltillo, un complejo de estructuras pertenecientes a tres edificios superpuestos, fechados entre la segunda mitad del siglo VII y mediados del V a.C. Los tres acusan una fuerte influencia de las técnicas constructivas fenicias. Del más antiguo de ellos sólo se excavó completa una habitación de 4,40 por 1,80 metros, orientada longitudinalmente en sentido Este-Oeste. Tenía paredes de adobes sobre zócalos de piedra, revocadas con una arcilla amarillenta encalada. A la habitación se accedía por un hueco de la esquina sur, mientras que las tres restantes se localizaron sendos huecos excavados. Sobre el suelo de arcilla rojiza aparecieron los restos de tres píthoi, o tinajas, decorados con motivos figurativos animales y vegetales tipicamente orientales.

        El mayor de los tres representa un cortejo de cuatro grifos, seres híbridos con cabeza, cuello y alas de ave, cuerpo de ciervo o bóvido y rabo de toro. Los otros dos presentan motivos de flores y capullos de loto entrelazados. Junto a estos vasos aparecieron además dos copas, un plato y cuatro cucharas de marfil talladas imitando las cuatro patas de un ciervo, cabra o bóvido.

        La estructura del edificio así como la simbología representada en los vasos parece indicar que nos encontramos ante un complejo religioso.

        Los elementos de raigambre fenicia no se limitan a la ciudad. Durante la actividad de la Sociedad Arqueológica fueron excavados gran parte de los túmulos funerarios que rodean la ciudad, así como los del cercano Acebuchal y que culminaron con el descubrimiento de la necrópolis de la Cruz del Negro, que algunos investigadores interpretan como cementerio fenicio, que proporcionaron materiales diversos de raiz oriental entre los que destacan los marfiles.

        Todos estos elementos hacen pensar que la influencia fenicia en Carmona fue más importante de lo que hasta ahora se había admitido. Con la llegada de los fenicios, Carmona sufrió un cambio radical. El poblado de cabañas fue transformándose en un a ciudad a partir del núcleo creado en el barrio de San Blas, probablemente debido a la presencia de un establecimiento comercial fenicio en la zona. Las cabañas circulares se convirtieron en casas de planta rectangular, construidas al modo fenicio, con división interna en habitaciones destinadas a los distintos usos que la nueva sociedad requería. Los edificios se organizaron con un esquema urbanístico planificado, que marcaría el origen urbano de la ciudad. Este núcleo protourbano, se defendió con una muralla en talud realizada de mampostería en seco que defendía el flanco Oeste, el más vulnerable. Este incipiente núcleo fue concentrando y transformando todo el poblado en un proceso que culminaría a mitad del siglo VI, cuando la caída de Tiro desmoronaría la estructura comercial fenicia arrastrando hacia la ruina al mítico Tartessos.