TARTESSOS |
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ÚLTIMAS APORTACIONES A LOS ORÍGENES DE LA COLONIZACIÓN FENICIA DE OCCIDENTE
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J.M. Blázquez (Miembro de la Real Academia de la Historia) | ||
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En los últimos años han aparecido varios artículos importantes que estudian el fenómeno de la colonización fenicia en Occidente, que conviene recordar. I. HUELVA Y TARTESSOS El primero se debe a M. Pellicer [1], uno de los mejores especialistas en la actualidad sobre esta materia, titulado Huelva tartéssica y fenicia. Este autor considera que Huelva (Fig. 1) es, con toda probabilidad, el yacimiento arqueológico español más interesante excavado en las últimas décadas, opinión que compartimos. En esta ciudad se han dado muchas y excelentes excavaciones, desde que varios arqueólogos, en 1970, publicáramos un corte estratigráfico del Cabezo de San Pedro [2], en base a las cuales se han lanzado diferentes hipótesis, incluso contradictorias. Es ya vieja la identificación de Huelva con Tartessos, o que aquélla fuera una ciudad tartéssica con presencia de fenicios y de griegos. Un gran acierto de M. Pellicer es fundamentar sus opiniones en los datos ofrecidos por los excavadores. El autor no considera a Huelva un todo único, sino un emplazamiento bipartido, tartéssico y colonial fenicio, sin establecimiento griego en los s. VIII-VII. Generalmente los arqueólogos que han trabajado en Huelva han adoptado las tesis tradicionales tartéssicas sin encajar el yacimiento dentro del contexto y panorámica general de la colonización fenicia de Iberia, sin comparar las múltiples estratigrafías efectuadas, que es lo que hace ahora M. Pellicer y que añade valor a su investigación. Desde la afirmación del afamado hispanista A. Schulten de que Huelva era la TARTESSOS de las fuentes griegas y romanas, basando su opinión en un periplo masaliota del s.VI a.C., esta tesis ha tenido gran aceptación, sin tener en cuenta que entre periplo y la Ora Maritima de Avieno distan 1000 años, y que esta última obra está plagada de interpretaciones. Varios autores hemos defendido que Huelva era Tartessos: J.M. Luzón, J.M. Blázquez, J.P. Garrido, J. Fernández Jurado y otros. J. Alvar, sin embargo, sitúa Tartessos en Cádiz. Opina M. Pellicer, opinión que creemos acertada al día de hoy, que "Tartessos no debió existir como una ciudad opulenta en ese mundo más aldeano que urbano del bronce final, según documenta la deleznable arquitectura de chozas y la primacía urbanística de los abundantes yacimientos excavados". Ya en el Congreso de Jerez de la Frontera (1993), que conmemoró los 25 años del primer congreso sobre Tartessos, defendimos, con gran indignación de los asistentes, que la cultura ibérica es muy pobre comparada con la etrusca coetánea. Basta comparar la joyería tartéssica [3] y la etrusca [4]. A. Blanco, al comparar ya el granulado de las joyas de La Aliseda, hacia el 600, con las piezas etruscas, consideraba a aquéllas chapuzas, por las imperfecciones en las soldaduras de los gránulos, que no eran iguales todos, fallo inconcebible en el mundo etrusco. Además, la joyería tartéssica es muy escasa comparada con la etrusca. Conjuntos de joyas granuladas y repujadas en oro, en número elevado, caracterizadas por su variedad, como las etruscas, han sido halladas en la Tomba Bernardini de Palestrina, del segundo cuarto del s. VII a.C.; en la Tomba Barberini, de la misma localidad y fecha; en la Tomba Regolini Galassi de Cerveteri, datada en torno al 650 a.C.; en Marsiliana de Albergna, del primer cuarto del s.VII a.C.; en la Tomba del Littore de Vetulonia del 630 a.C.; en la Tomba di Gesseri de Volterra, del tercer cuarto del s. VII a.C.; en la Tomba Aureli II de Bolonia, del último cuarto del s.VII a.C.; etc. No existen, salvo en La Aliseda, en el mundo tartéssico, y eso que el sur de la Península Ibérica era abundante en oro y plata, como afirma Estrabón (3.2.8) y Etruria carecía de estos metales. Tampoco ha aparecido hasta ahora en Tartessos ni un solo lebete de oro decorado, con filas de guerreros y serpientes sobre el borde, como el hallado en la Tomba Bernardini de Palestrina; ni las dos páteras de oro decoradas con animales y otras escenas de esta misma tumba; ni el kothyle liso de oro, como el de esta tumba de Palestrina, o el segundo con animales; ni fíbulas de oro, como en la Tomba Regolini Galassi; ni el pectoral de oro de esta misma tumba; ni las copas de oro decoradas con guerreros y otras escenas, de la misma procedencia. Todos estos conjuntos demuestran plenamente la tesis de M. Pellicer, que hacemos nuestra, de que Tartessos, en el Bronce Final, fue un mundo más aldeano que urbano. Tampoco han aparecido en Occidente vasos de bronce con figuras en relieve y con tres pies, como el encontrado en la Tomba Barberini; ni el lebete en bronce rodeado de figuras de esta misma tumba; ni los lebetes con prótomos de leones sobre el borde, uno de ellos con animales alados de la Tomba Regolini Galassi [5]. Tartessos careció de escultura autóctona; en cambio Etruria la tuvo ya en el periodo orientalizante, y muy abundantemente. Basta recordar unas pocas piezas: la cabeza y busto femenino en piedra calcárea de Vetulonia, túmulo de Pietrera, de finales del s. VI a.C., o las dos cabezas masculinas en terracota, varios canopos, de procedencia desconocido uno y de Cetona el segundo, fechados en torno al 575 y a comienzos del s.VI a.C., respectivamente; o el centauro en negro de Vulci, Poggio Maremma, de finales del s. VII o comienzos del siglo siguiente; o la estatuilla de guerrero, en piedra fétida, de Chiusi, del segundo cuarto del s.VI a.C., o la estatua de joven cabalgando un monstruo marino, de Vulci, Poggio Maremma, datado poco después de mediados del s.VI a.C. [6]; etc. Tampoco en Iberia, en el periodo orientalizante o tartéssico, hubo pintura funeraria, o por lo menos no es conocida hasta el momento presente. En Etruria, en el segundo cuarto del s.VI a.C. se pintaron las lastras Boccanera de Cerveteri [7]; en torno al 550-540 a.C., la Tomba dei Tori en Tarquinia [8], y antes la tumba campana de Veyo [9]. Todos estos datos confirman la tesis de M. Pellicer, que seguimos. Tampoco se ha encontrado algún carro con revestimiento de placas de bronce con figuras en relieve, como el de Monteleone de Spoleto, Colle Capistrano, de la mitad del s.VI a.C. [10]; ni los tres grandes trípodes con placas de figuras y calderos con leones y esfinges tumbadas sobre el borde, hallados en San Valentino (Perugia), tumba de Fonte Ramocchia, del tercer cuarto del s.VI a.C. [11]. Desde finales de la Edad del Bronce se representan espejos en las estelas, y en la realidad, en las tumbas de La Aliseda y de Huelva (necrópolis de La Joya) [12], pero no han aparecido en Tartessos espejos figurados con incisión como los de Tarquinia, de finales del s.VI a.C. [13]; ni estelas en piedra de 170 cm de altura, con figuras de guerrero en relieve, como la de Volterra, fechada hacia 550 a.C. A finales del s.VI a.C. [14] los etruscos levantaron en Veyo el templo de Portonaccio [15], con acróteras de Gorgonas y estatuas de Apolo y de Héracles, de Hermes y Minerva, de gran tamaño, con muros de piedra, y los tartéssicos santuarios de Despeñaperros, en cueva, de El Carambolo, que era una choza, y el altar de los sacrificios de Carmona. En Setefilla se han excavado túmulos que nosotros atribuimos a influjo u origen fenicio [16], pero no admiten ni de lejos la comparación con los túmulos de Cerveteri, necrópolis della Banditaccia [17], de finales del s.VI a.C., ni con la Tomba dei Capitelli, de esta misma necrópolis, hacia el 570 a.C. [18], con cámara funeraria decorada con el embrión de una casa romana republicana, con estancia laterales, con un cuerpo principal, y con vano que da paso a tres cámaras con bancos, columnas, capiteles, puertas, y lechos; o de la Tumba de los Escudos y de las Sillas, de la segunda mitad del s.VI a.C. [19], de la misma localidad, ambas excavadas en la roca, que son el interior de auténticas viviendas de la época. Ante todos estos testimonios, la cultura tartéssica desmerece mucho. Ante estas muestras del arte etrusco tiene razón M. Pellicer de calificar de "aldeana" la cultura tartéssica del Bronce Final, que nosotros hacemos extensivo a todo el periodo orientalizante. Para M. Pellicer, "Tartessos respondería más bien a una vasta comarca densamente poblada por unos indígenas tartéssicos del Bronce Final, entre el Bajo Guadalquivir y el Guadalete, con extensiones por el Algarve, con un retropaís definido por una extensa franja piritífera desde Córdoba hasta la Sierra de Monchique en el sur de Portugal, y con los que los colonizadores fenicios contactaron en el sur de Portugal desde mediados del s. VIII y s.VII a.C.". Se ha generalizado la idea de que la colonización fenicia no parece ser posible al área onubense y que Huelva no fue una colonia fenicia, sino un núcleo tartéssico aculturado por los fenicios en virtud del comercio de la plata. Se admite la presencia física de fenicios y de griegos en Huelva. Contra esta tesis M. Pellicer propone otra que juzgamos de gran novedad y totalmente defendible, pues se apoya en un inteligente análisis de los materiales arqueológicos. El catedrático de Arqueología de la Universidad de Sevilla afirma que "si se admite la presencia fenicia en Huelva desde el s. VIII a.C., de unos comerciantes fenicios, es lógico suponer que tendrían allí el emplazamiento de su hábitat y de su factoría metalúrgica, dotada de nuevas técnicas de fusión y copelación del mineral de plata, y, en definitiva, que se tratase de unos colonos industriales y mercaderes marítimos". M.Pellicer, estudiando los restos materiales, sitúa una colonia fenicia en la parte baja de la actual Huelva, en las calles Puerto, La Piterilla, Botica, Méndez Núñez, Quintero Báez, La Fuente, Isaac Peral, Palos, Tres de Agosto. Los núcleos indígenas situarían sus hábitats en la parte alta de la ciudad, en los cabezos de San Pedro y de La Esperanza, y seguramente otros. El examen pericial de las estratigrafías (Fig. 2) de Huelva indican una dinámica cultural totalmente diferente entre la parte baja de la ciudad, donde parece asentarse el establecimiento fenicio, basado en la urbanística, en las estructuras y en las técnicas arquitectónicas, en las especies cerámicas, en las técnicas metalúrgicas y en la cronología estratigráfica. Por su parte, los cabezos estarían habitados por poblaciones indígenas del Bronce Final, que en la segunda mitad del s.VIII se orientalizaron. De este hecho deduce M. Pellicer, sin duda acertadamente, que Huelva no es un yacimiento único, sino múltiple, con un asentamiento del Bronce Final, tartéssico precolonial, al menos desde el s.IX a.C. asentado en los cabezos de San Pedro, de La Esperanza, del Cementerio Viejo, del Molino del Viento y quizás de Moncada y del Conquero, con una necrópolis no descubiertas aún, con cabañas de barro (Fig. 3). Este último asentamiento supera las 25 Ha. La colonia, factoría o emporio, fenicia surgió a mediados del s.VIII a.C. en la parte baja análoga, pero con funciones diferentes al de la Torre de Doña Blanca, y al de Sexi, paralelo en simbiosis con el poblado indígena de los cabezos, con el que mantendría una economía colonial. En el s.VII a.C. Huelva sería , en opinión de M.Pellicer, una de las colonias más prósperas de Iberia, con una extensión de unas 10 Ha. y con una población de unos 2000 habitantes, mixta, y en pacífica convivencia. Este autor concede mucha importancia al texto de Estrabón (3.5.5) que afirma que Onoba fue el segundo punto donde arribaban los tirios antes de fundar Gadir en su tercer intento. Pasa M. Pellicer a estudiar los datos arqueológicos. Onoba en los s.VII-VII a.C. tendría una extensión de 10 Ha, extensión sólo superada en este tiempo por Gádir (15 Ha.) y por el complejo de Toscanos / Peñón / Alarcón, con 12 Ha. y por Málaga con una extensión aproximada. A la Torre de Doña Blanca se le asignan 6 Ha.; 2 Ha. al Cerro del Prado, y otras 2 Ha. a Montilla; 5 Ha. a El Cerro del Villar; 2 Ha. al Morro de Mezquitilla; 3 Ha. a Las Chorreras; 6 Ha. a Almuñécar, y 2 Ha. a Adra. Sólo ha sido excavada la necrópolis de La Joya, que pertenece a población tartéssica orientalizada. No se han descubierto las necrópolis fenicias. El muro del cabezo de San Pedro, realizado con técnica fenicia, es prueba de la colaboración entre pobladores fenicios e indígenas a mediados del s.VIII a.C. El fragmento de cerámica ática, perteneciente al geométrico medio II, 800-750 a.C., es el vestigio más antiguo de la presencia fenicia en Huelva, y apareció en la parte baja de la ciudad, en la calle Palos. Las excavaciones de Fernández Jurado en las calles del Puerto (Fig. 4), Méndez Núñez, Botica, etc., prueban, utilizando las palabras de M. Pellicer, "que Huelva es uno de los establecimientos fenicios más primitivos del extremo occidental mediterráneo y atlántico", coetáneo o algo posterior a Gadir, a la Torre de Doña Blanca, a La Montilla, a El Cerro del Villar, a Toscanos, a Morro de Mezquitilla, a Chorreras, a Sexi, a Abdera, o a el de Lixus. Gran acierto del trabajo de M. Pellicer es indicar que la urbanización y arquitectura de los s.VIII-VIII a.C. de Huelva es típicamente fenicia y diferente de aquélla de los Cabezos. La erosión ha hecho gran destrozo. En la necrópolis de La Joya han desaparecido las superestructuras, que seguramente serían tumulares, como lo son las de Santa Marta y del Parque Moret. El tipo de arquitectura del subsuelo de Huelva es fenicio, como lo demuestran las plantas rectangulares de 4,2 m. de lado en el Puerto, los grandes zócalos de piedra, con esquinas perfectamente escuadradas, los muros de adobe o tapial encalado, con divisiones internas, patios, pavimentos de marga apisonada pintados de rojo o de amarillo, lajas de pizarra, de guijarros y de conchas. Los hogares son de placas de arcilla, las techumbres de carpintería, los hornos de planta circular con zócalos de piedra y cúpula de arcilla, con más de un metro de diámetro, para fundir plata, las calles y los espacios son abiertos. Es muy acertada la opinión de M.Pellicer de que no se trata de una expansión urbana por el sureste de la ciudad del núcleo tartéssico de los cabezos del s.VIII a.C. hacia el Odiel, sino, como él mismo dice, "de una nueva ciudad, construida ex novo por colonos fenicios, paralela y gemela a los poblados indígenas emplazados en la altura". Este fenómeno es análogo al detectado en la Torre de Doña Blanca respecto a las poblaciones del Bronce Final de La Dehesa, o, en la ciudad vieja de almuñécar respecto al Castillo. Los poblados altos obedecen a una necesidad de defensa natural. El emplazamiento fenicio se debería a los marinos metalúrgicos y comerciantes que necesitaban un puerto en el estuario, y un hinterland rico en plata. La plata era el mineral más buscado por estos comerciantes. Los indígenas colaborarían con ellos, proporcionándoselo del foco minero de Riotinto y de la sierra del Andévalo, que los mismos indígenas transportarían hasta Huelva. Los beneficiarios serían las élites indígenas que aceptaron el rito de la incineración de los cadáveres. Otra de las novedades y gran aportación del trabajo que comentamos de M. Pellicer es la propuesta de la ubicación de un santuario fenicio consagrado a Melqart, cuya existencia demostrarían las dos estatuillas de bronce fechadas en los s. VII-VII a.C., halladas en la Barra de Huelva, que representan a unos dioses sirio-egipcios, del tipo de los recogidos en Cádiz, en Sancti Petri, donde se sitúa el Heracleion. Pensamos que el Heracleion funcionaría como karum, según la tesis propuesta. Lo mismo sucedería con el santuario de Cástulo, de tipo oriental, igual que los santuarios chipriotas estudiados por V. Karageorghis, que monopolizaban las explotaciones de las minas. La evolución de la cerámica permite seguir el progreso económico y el aumento de la población de Huelva, según la siguiente tabla:
M. Pellicer compara la estadística de Huelva con la fase I/II de Toscanos, fechadas entre los años 750-700 a.C. Se observa una clara discordancia entre ambas. La colonia de Huelva surgió por un pacto con los tartesios allí establecidos, expertos en una técnica alfarera tradicional y funcional. En el primer momento los fenicios no tenían necesidad de recurrir a sus cerámicas fabricadas a torno y a alta temperatura, utilizando indistintamente la indígena (78,7%) y en menor proporción la fenicia importada (21,3%). En esta última predominaban los productos de lujo: jarros, quemaperfumes, ungüentarios, ánforas para transportar aceite, vino, y trigo para intercambio con los indígenas o para su propio consumo. Desde el 700 a.C. la colonia fenicia fabricaba en Huelva casi la mitad de las cerámicas con las técnicas nuevas (40,6%). A mediados del s.VII a.C. la cerámica fenicia (53,45%) superaba ya a la indígena (46,55%). A finales del s.VII a.C. la cerámica fenicia representa el 72,8% y en el tercer cuarto del s.VII acapara el 74,5%. Un 10% de esta cerámica fenicia son ánforas de transporte. En los platos se observa un fenómeno de arcaísmo no documentado en otras colonias fenicias. A partir del 700 a.C. casi no evolucionan los bordes de los platos. Al comienzo de la colonización fenicia en Huelva, se observa, al contrario que en Toscanos, un alto porcentaje de cerámica indígena, debido a la presencia de una densa población tartéssica. En Toscanos, entre los siglos VIII y VII a.C. la cerámica griega es muy escasa, mientras la fenicia representa el 97%, de la que el 70% son ánforas de almacenamiento; el 16% son vasos de barniz rojo; el 8% cerámica pintada geométrica; 6% cerámica gris de Occidente; 2% cerámica griega, kotylai protocorintias; 4% copas de Grecia oriental, ánforas áticas SOS, ánforas samias, etc. En Huelva la cerámica griega es más abundante y variada. Su número aumenta desde finales del s.VIII hasta finales del VI a.C. Conjugando dos cortes, Puerto 6 y 9, y Méndez Núñez 84, la cerámica griega, comparada con la fenicia y con la indígena, arroja los siguientes resultados: 0,85% a finales del s.VII a.C.; 6,63% entre el 600 y 590 a.C.; 13,6% entre 590 y 560 a.C.; y 9,26% entre 560 y 530 a.C. Cree M. Pellicer que este aumento de cerámica griega no es argumento suficiente que demuestre la presencia de una importante población griega en Huelva en el s.VII a.C., sino más bien la intensificación del comercio fenicio con la Grecia del Este, con las colonias jonias suritálicas y sicilianas, y con Massalia, de donde proceden la mayor parte de estos productos. Nosotros creemos que los fenicios pudieron obtener estas cerámicas en el Este más bien que en Sicilia o Massalia, pero tampoco se puede descartar completamente la tesis de M. Pellicer. Esta nueva propuesta de que la cerámica griega de Huelva pudo ser traída por los fenicios tiene un argumento importante a su favor: el hecho de ser poca comparada con la fenicia. El Ps. Scillax afirma que los fenicios llevaban al Occidente la cerámica griega. La presencia de esta cerámica griega obedece a que los destinatarios tartéssicos exigían productos de mayor calidad. De todo lo dicho deduce M. Pellicer que Huelva era "una colonia fenicia de singular importancia", lo que parece ser cierto, y que reunía las condiciones óptimas para su asentamiento, como son la desembocadura de un río, el Odiel; el estuario para un puerto; un ecosistema adecuado para alimentarse de los productos del mar; abundantes pastos para el ganado, y un retropaís rico en minas y en mano de obra tartéssica. Huelva, entre los s.VIII-VII a.c. fue, según concluye brillantemente M. Pellicer, "una cabeza de puente para el emporio nuclear gaditano, integrado en la política y economía de Cádiz, fácilmente comunicada por mar con los establecimientos fenicios del Algarve portugués, con las desembocaduras de los ríos Sado, Tajo y Mondego, y con la costa malagueña". La orientación del extremo suroeste peninsular estaría en función de la plata, a la que se añadiría el marfil, los huevos de avestruz y otros productos exóticos de Lixus o Mogador, más el estaño de las Casitérides. Esta tesis la creemos muy aceptable. Huelva mantenía relaciones con el sur de Portugal con los yacimientos orientalizados del s.VI a.C, como Rocha Branca de Silves en el río Odeloucas; de Monte Molião de Lagos, de donde importaría cobre y plata; de Setúbal, y de Alcácer do Sal, en el Sado; de Lisboa, en el estuario del Tajo, hasta Alcãçova de Santarem, llegando hasta el estuario del Mondego fundando la factoría de Santa Olaia en Figueira da Foz con otros yacimientos menores, como Tavarede, Montemor O Velha, Castro de Soure hasta Conimbriga; y de Almaraz, donde se crean factorías ya en el s.VIII a.C. La orientalización de Extremadura y de la Meseta Occidental, que se consideraba ahora resultado del comercio tartéssico desde el suroeste hispano, en opinión de M. Pellicer podía responder a la actividad comercial de las factorías fenicias de la costa portuguesa. Esta última tesis la encontramos discutible, pero hay que contar con ella para posteriores estudios y conocer mejor las factorías fenicias de la faz atlántica, o, pensar, al menos, en la existencia de ambas vías de penetración hacia el interior peninsular. Este trabajo de M. Pellicer es de gran importancia por la cantidad de nuevos puntos de vista e hipótesis que ofrece, por el rigor de su desarrollo, y, sobre todo, por el abanico de perspectivas que abre para el futuro. II. YACIMIENTO FENICIO DE LA FONTETA A. González Prats y otros arqueólogos de Alicante han dado a conocer ahora (1997) un yacimiento fenicio situado en la costa ibera levantina que tiene una excepcional importancia por su cronología (s.VIII a.C.) y por la zona donde se sitúa, que amplía considerablemente el horizonte colonizador fenicio en la Península Ibérica y en el Occidente en general. El yacimiento está situado en las dunas de Guardamar de Segura (Alicante) y recibe el nombre de La Fonteta. Se ha realizado en 1996 una campaña de excavaciones en este asentamiento fenicio, y otra en 1997, publicándose un avance de los resultados en la Revista de Arqueología XVIII de 1997 [20]. En el reciente Seminario Internacional sobre Temas Fenicios, en noviembre 1997, se ha presentado al mundo científico este importante yacimiento fenicio. Los excavadores se había propuesto dos objetivos: descubrir un amplio tramo de muralla (Fig. 5), y delimitar la extensión del yacimiento, que se encuentra cubierto por las dunas, lo que dificultaba enormemente el afloramiento de la ciudad fenicia. En primer lugar se realizó un sondeo que constaba de tres paquetes sedimentarios diferenciados: la fase más reciente es un relleno de estratos depositados en forma de bolsadas, que parece ser un vertedero de detritos domésticos, al no haber huellas de viviendas. La fase siguiente es una vivienda (Fig. 6) con paredes de tapial anaranjado, y con piedras en la base a modo de zócalo. La vivienda tuvo dos momentos. En el más antiguo las estancias eran de mayor tamaño. Después se multiplicaron y redujeron su superficie. Estas habitaciones han proporcionado abundante cerámica. La fase más antigua ha dado poco material cerámico pero se detectan hoyos de postes y restos de tabiques de entramado vegetal que puede corresponder al momento más antiguo, según su excavador, de la gran vivienda de la fase segunda. Este corte ha proporcionado todo tipo de cerámicas fenicias: ánforas de hombro carenado, platos grises, vasos con decoración monocroma y bicroma, cerámicas de engobe y de barniz rojo, lucernas, platos de ala, cuencos carenados, oinochoes de boca de seta, trípodes, numerosos fragmentos de huevos de avestruz pintados en ocre rojo en su interior y algunos con motivos bicromos en la superficie externa. Se recogieron escorias de fundición de bronce en el suelo de la segunda fase. En la primera se hallaron cerámicas procedentes de la Grecia del Este, y en la segunda cerámica protocorintia. La cronología que proponen los excavadores es la siguiente: |
Fase A: 630-590 a.C. Fase B: 720-630 a.C. Fase C: sin elementos de datación. Se han descubierto unos 60 m. de muralla con un bastión, al parecer, de forma cuadrangular. El muro está formado de piedras de mediano tamaño, areniscas, calcarenitas y duna fósil, muy blandas. La anchura del muro varía entre 4 y 5 m. Al muro se adosaban cuerpos centrales verticales a los se pegaban refuerzos en talud, lo que da un espesor en la base de 7 m. Para evitar posiblemente el efecto de los fenómenos sísmicos, se colocaron en determinados puntos tirantes transversales con alzado superior de adobes. En la construcción de la muralla se emplearon también sillares procedentes de construcciones anteriores, y estelas-betilo procedentes de un área religiosa o funeraria. Otro corte ha proporcionado la prueba de la existencia de habitaciones adosadas al foso en talud de la cara interna del lienzo de la muralla. Las dos dependencias tienen muros de 1,50 metros de altura sobre la que se asientan adobes de forma cuadrangular de color gris, de 10 cm. de espesor, cogidos con barro anaranjado. Las dos dependencias estaban cubiertas con adobes cocidos alternando con bolsadas grises en las que abundaban los restos de comidas, básicamente caracoles. También se han descubierto hogares. Son interesantes algunos datos que proporcionan los excavadores sobre la fabricación de adobes. Unos estaban hechos a base de barro y algas, y las pellas de barro tenían cañas troceadas. Esta pellas pertenecían a la techumbre o a un piso superior. Para la vivienda se debió utilizar relleno de escombros. Debajo de esta fase se detecta una más antigua con restos de edificios. Los excavadores han comprobado que el asiento de la línea interna de sillares y su forro ataludado está descolgado con respecto al nivel del suelo de las estancias adosadas, cuyas paredes se apoyan en la muralla. Las viviendas que comienzan a aflorar se encontraban debajo del asiento de la muralla. La muralla, a juzgar por las fechas proporcionadas por la cerámica griega del Este, ofrece una datación de construcción de mediados o tercer cuarto del s.VII a.C., siendo esta fecha relativamente reciente en esta ciudad.Se construyeron con seguridad casas más antiguas fuera ya del recinto amurallado, lo que dificulta los cálculos sobre la extensión. No se puede dudar, en opinión de los arqueólogos, que estamos ante una factoría fenicia en la desembocadura del Segura, con una extensión de unas 8 Ha. Dado que el yacimiento está cubierto por las dunas, La Fonteta es, muy posiblemente, una de las ciudades fenicias mejor conservadas del Mediterráneo. El santuario se encontraría en el Castillo de Guardamar, donde posteriormente se levantó un templo, del que se conocen las ofrendas de pebeteros de Kore-Deméter, o mejor de Astarté o Tanit. El cabezo del Estaño defendería la desembocadura del Segura. La Fonteta era una ciudad comercial, plantada en una rica región agrícola, en la ruta de las islas (Ibiza). Piensa A. González Prats, que la Peña Negra en la vecina Sierra de Crevillente, mantuvo contactos con los fenicios ya desde el s.IX a.C. y el s.VIII a.C. El foco metalúrgico de Peña Negra atrajo a gentes orientales, que trabajaban los minerales de la Sierra de Crevillente, próxima a la desembocadura del Segura. La presencia de fenicios en Peña Negra en el tránsito del s.IX al VII a.C. necesitaría una factoría para la elaboración de cerámicas y de una ciudad que era mercado y punto de confluencia de varias rutas comerciales. El desarrollo e importancia del comercio fue tan grande que ya en el s.VIII a.C. apareció en el sureste del Mediterráneo occidental un sistema monetal de barras planas de metal, cobre, bronce, y plomo, de las que han recogido dos piezas (Fig. 7). En la campaña de 1997 se ha descubierto un conjunto de dependencias destinadas a la metalurgia, de fundición de hierro, y al parecer de plata, en compañía de numerosas vasijas de barniz rojo fechadas en la primera mitad del s.VII. De pronto se amortizó este taller metalúrgico para comenzar la construcción de la muralla, que supera los 5 metros de altura. Con la erección del sistema defensivo se inició la fase reciente de La Fonteta. Destaca aquí el descubrimiento de una vivienda pluricelular de cinco estancias por lo menos, con un alzado de adobes de 1,10 m. sobre un zócalo de igual altura. Se le superpone un basurero, con restos materiales de trabajos metalúrgicos, escorias de cobre, plomo, galena argentífera y litargirio. Se ha descubierto un horno circular con bóveda de adobes. El yacimiento de La Fonteta es de una importancia excepcional. Se trata de una ciudad de los primeros momentos que los fenicios llegaron al Occidente. Dato fundamental y nuevo es que se sitúa en la costa ibérica levantina, pues hasta ahora sólo se conocían factorías fenicias en el mediodía y en la costa atlántica. Una vez que se excave en su totalidad sin duda aportará datos imprescindibles para el conocimiento del mecanismo colonizador de los fenicios; algo de esto ya lo sabemos por la existencia de una doble muralla reforzada con terraplenes y contrafuertes. La presencia de betilos es una gran novedad, así como el uso de barras metálicas, cuya existencia en el periodo orientalizante ya sospechó A. Blanco para el mundo tartéssico, en razón de unas piezas circulares guardadas en la antigua colección Calzadilla de Badajoz. La introducción de un sistema monetal sería una de las aportaciones fenicias más importantes al Occidente, aparte de las muchas ya conocidas [21] que han llegado hasta hoy. En Cástulo apareció junto a la necrópolis del Estacar de Robarinas un campo de betilos circulares, de los que nunca se ha dado noticia. La Fonteta confirma la tesis de Villard expuesta hace muchos años, y aceptada por A. Blanco, por nosotros, por J. Alvar y por M.J. Pena, de que la descripción de la costa levantina en la Ora Maritima de Avieno responde a una fuente fenicia y no griega, del s.VII a.C., anterior a la fundación de Ampurias, a la que no se cita porque no existía. III. AVIENO. LOS FENICIOS Y EL ATLÁNTICO J. Alvar [22] ha estudiado recientemente este problema. El autor se plantea si en la Ora Maritima existe una base documental previa de y de qué antigüedad es. Considera que la composición de la Ora Maritima es una tarea compleja. Acepta que fue compuesta con materiales de diversa procedencia cultural y de distinta cronología, así como con residuos de tradiciones orales. En nuestra opinión, el hecho de que Ampurias no se mencione en este poema se debe a que la fuente usada por el escritor para describir la costa levantina es anterior a la fundación de la colonia griega. Piensa J. Alvar que la información proporcionada por Avieno es anterior al viaje de Himilcón por el Atlántico, que parece corresponderse con el periodo orientalizante. Según el catedrático de la Universidad de Huelva, el análisis interno de la Ora Maritima permite suponer que el navegante que transmitió su experiencia marítima no llegó hasta los confines mencionados en el poema. La información relativa a las tierras más al norte del cabo Arvio fue elaborada con las noticias proporcionadas por los vendedores de los productos. J. Alvar acepta que el rotero es de autoría fenicia en la descripción de la costa mediterránea. Los fenicios junto a los tartesios intervendrían en el comercio atlántico. Hoy está claro que los fenicios frecuentaron la costa atlántica desde el s.VIII a.C. y que a mediados de ese siglo establecieron asentamientos firmes para la provisión de estaño. La región de Silves parece haber sido explorada desde el s.VII a.C. Las ánforas halladas en el yacimiento de Rocha Branca parecen indicar una actividad comercial. En el Bajo Sado la presencia fenicia se documenta arqueológicamente en el yacimiento de Alcácer do Sal, Setúbal y Abul, este último fundación fenicia, y los dos primeros indígenas. Los comerciantes fenicios llegaban más al norte de Abul, como parece desprenderse de la Ora Maritima de Avieno. Los fenicios se establecieron en el estuario del Tajo desde finales del s.VII a.C., dedicados al comercio con los indígenas. Los fenicios intercambiarían vino y aceite por sal y quizá también por oro nativo. El yacimiento más importante de esta zona sería el de la Quinta de Almaraz. Lisboa sería un lugar de intercambio entre fenicios e indígenas, al igual que Alcãçova de Santarem, con materiales de intercambio ya del s.VIII a.C., y Chões de Alpompé, con importaciones desde finales del s.VII a.C. en esta zona no había asentamiento fenicio propio, sino la utilización de un espacio indígena para intercambio de productos. La Bahía de Lisboa estaría descrita en la Ora Maritima 174-182. A esta zona se accedía por una ruta marítima y por otra terrestre. Una sería frecuentada por los indígenas o utilizada en el periodo que la navegación era imposible. Cádiz sería el destino de todos los productos. J.Alvar supone una interacción cultural en la que intervendrían tartesios, cempsios y fenicios, a los que se sumarían, quizás, los griegos. La existencia de un lugar central regulador del comercio se daría en un momento algo más avanzado. J.Alvar tiende a admitir una intensificación de los contactos desde comienzos hasta mediados del s.VII a.C., en un sistema típico de las sociedades precoloniales, con contactos esporádicos, como queda reflejado en la Ora Maritima de Avieno, cuya información tendría una cronología anterior a los establecimientos permanentes, lo que es muy posible, y anterior a la llegada de los griegos a Huelva, llegada que M. Pellicer niega, pero que quizá convendría aceptar, pues se conocen los nombres de algunos griegos que llegaron al Occidente. Colaios de Samos llegó a Tartessos hacia el 625 a.C. Los samios de la nave cuyo patrón era Colaios, aportaron el diezmo de sus ganancias, seis talentos (unos 155,5 kg de plata), obtenidas en Tartessos y mandaron fundir una vasija de bronce del tipo de las cráteras argólidas, con el borde decorado con cabezas de grifo, que consagraron en el Heracleion de Samos, sobre un pedestal compuesto por tres colosos de bronce de siete codos de altura (3,1 m.) hincados de hinojos (Hdt. IV, 152). Heródoto añade que estos samios obtuvieron más ganancias que cualquier otro griego, salvo Sóstrato de Egina, isla que intervino muy activamente en la colonización griega. Plinio (N.H. VII, 197), que fue gobernador de la Provincia Tarraconense en época flavia, recoge la noticia de que Midácrito fue el primer griego que trajo estaño de las Casitérides. Pausanias, en su Descripción de Grecia (VI, 19.2-4), escrita hacia el año 180, dice que en el santuario de Olimpia había una edícula ofrecida por el tirano Mirón de Sición, por tanto hacia el año 600 a.C., con motivo de salir vencedor en una carrera de carros en la XXXIV Olimpiada. Esta edícula la vio Pausanias y duda si estaba fabricada con bronce procedente de Tartessos, como afirmaban los habitantes del santuario de Olimpia. Una inscripción indicaba que el bronce pesaba 500 talentos, es decir 13.000 kilos de plata. Este metal pudo proceder del comercio directo de los griegos con Tartessos, aunque no hay que descartar que los fenicios hubieran actuado de intermediarios. Desde el estuario del Tajo hasta el cabo Arvio la distancia se da en la Ora Maritima en días de navegación. Más arriba no se proponen distancias, ausencia que lleva a J. Alvar a proponer que más allá no navegaban los fenicios, lo cual es muy probable. Sólo lo harían los indígenas, quienes proporcionaban el estaño, y proporcionaban a los fenicios alguna información. Para J. Alvar el cabo Arvio estaría en la desembocadura del río Vouga, o del Mondego o del Duero. La arqueología no confirma la presencia fenicia hasta el Ortegal. Hasta el Mondego se detecta el influjo fenicio, a través del yacimiento de Santa Olaia y de Conimbriga. En este último lugar el material arqueológico fenicio se fecha en el s.VIII a.C., y es producto de intercambio entre indígenas y fenicios. A partir del s.VII a.C. la presencia fenicia parece real, con productos de procedencia muy variada. Santa Olaia sería el término de la ruta, donde los fenicios construyeron un muro en el s.VII a.C. El momento de mayor auge del comercio fenicio se da en el s.VI a.C., con alguna cerámica de lujo. No descarta J. Alvar, por la variedad de productos documentados, que entre los comerciantes y tripulaciones pudo haber gentes de diferentes etnias. No se puede olvidar que los barcos fenicios llevaban materiales de muy distinta procedencia. J. Alvar acepta que algún griego hubiera podido recorrer la costa atlántica y proporcionar los datos de la Ora Maritima. Midácrito llegó hasta las Casitérides y no se sabe cuándo, pero probablemente en el periodo orientalizante. Nosotros nos inclinamos a pensar que las noticias de la costa atlántica son de origen fenicio y no griego, y se fechan en el s.VII a.C., teoría, que conforme al estudio de J. Alvar, consideramos la más probable en una época en que estaban ya consolidados los intercambios con los indígenas y ni se trataba de viajes exploratorios. El establecimiento permanente de agentes comerciales y la frecuentación de las costas sólo necesitaban de información acerca de los puertos. El auge de las exportaciones se sitúa a mediados del s.VI a.C. Piensa J. Alvar que el Mondego no fue el límite de los viajes de los fenicios, pero conviene esperar a nuevos hallazgos. Este autor, en contra de la tesis de M. Pellicer, que nosotros al menos creemos probable, acepta que desde el último tercio del s.VII a.C. los griegos estaban asentados en Huelva, que pudieron recorrer el litoral portugués y que a alguno de ellos se puede deber el conocimiento de la costa atlántica que refleja la Ora Maritima. No cabe duda que el trabajo de J. Alvar significa un gran avance en el conocimiento de las fuentes usadas por Avieno en su descripción del litoral atlántico, y borra muchas interpretaciones difícilmente aceptables al ser contrastadas con los hallazgos arqueológicos recientes. IV. FENICIOS E INDÍGENAS EN EL BAJO GUADALQUIVIR M. Belén y J.L. Escacena [23] han estudiado la interacción cultural fenicio-indígena en el Bajo Guadalquivir. Creemos que es elogiable y muy interesante el punto de partida de estos autores: conocer la situación precolonial en el Bajo Guadalquivir en lo relativo a poblamiento, tecnología, urbanismo, lengua, ritos funerarios, y otros aspectos de la vida social y política. El poblamiento Los yacimientos conocidos durante el s.IX a.C. son Setefilla y Carmona, y posiblemente Montemolín, Alhonoz, y Caura. A partir del s.IX a.C. se debió producir un despegue demográfico sustancial. En los poblados del s.VIII a.C. se documenta ya la influencia oriental, motivo por el cual el crecimiento de la población va ligado al de la colonización fenicia, hipótesis que consideramos muy razonable. Se dio una confluencia de intereses sobre un mismo territorio, de los fenicios y de la población local, que se manifestó en un primer nivel de influjos culturales inter-étnicos. Formación Los autores admiten un hiato entre el Bronce Medio local y el Bronce Final, entre los años 1.100 y 900 a.C. El siglo IX a.C. revela una gran interrelación con el mundo atlántico y con el Mediterráneo, lo que explicaría una mayor densidad de ocupación territorial. Tecnología En la fabricación de cerámica destaca la ausencia del torno y la existencia de hornos poco potentes y técnicamente simples. En la metalurgia, el mundo precolonial tartéssico fue el iniciador en el Bajo Guadalquivir del uso del bronce en aleaciones binarias. No se usaba la copelación antes de la llegada de los fenicios, ni tampoco se explotaba la plata. Urbanismo Se desconoce en la etapa precolonial el tipo de casa. Seguramente las viviendas eran ovales y/o redondas, sin divisiones internas, si es que las cabañas oblongas o circulares del Hierro Antiguo de Montemolín y de Puebla del río son pervivencias de la etapa anterior. Sólo Carmona y Setefilla parece que tuvieron recintos defensivos. Se trata de un torreón circular troncocónico en Carmona, fechado en el s.X a.C., y en Setefilla de un bastión de manpostería adosado a una muralla en talud del Bronce Pleno. Religión Se desconoce la religión indígena precolonial, e igualmente los rituales funerarios. Los fenicios en Occidente El primer problema que plantea la investigación a que nos referimos es la fecha de la llegada de los fenicios a Occidente, cuestión muy vinculada a la fundación de Cádiz, que según los autores lo fue por los tirios a final del s.XII a.C., fecha no confirmada por la arqueología. Toscanos existió desde mediados del s.VIII a.C., según datación de las cerámicas áticas y protocorintias. En el Morro de Mezquitilla y en otros asentamientos coloniales e indígenas, las importaciones de barniz rojo proporcionan una fecha igualmente fiable, del s.VIII a.C. Para esta fecha las alfarerías fenicias coloniales aumentan la producción de platos de barniz rojo propia, con evolución independiente de la oriental. Como muy bien señalan estos dos investigadores, cuando llegan los productos orientales, los fenicios ya llevaban tiempo asentados en el lugar. P. Bikai me indicó en Ammán que en Málaga hay dos cerámicas del s.X a.C., procedentes de Tiro. Los asentamientos fenicios peninsulares sería de fecha posterior al 750 a.C. La dendrocronología establece una fecha entre 894 y 835 a.C. para el Morro de Mezquitilla, y para Toscanos muy a principios del s.VIII a.C. Este reajuste de fechas es muy importante y permitiría una coordinación entre la tradición literaria y la prueba arqueológica. Cádiz se fundaría hacia el 870 a.C. si la guerra de Troya se rebaja a mediados del s.X a.C. en vez del año 1.184 a.C. Tradicionalmente la fundación del Morro de Mezquitilla, Chorreras, y Castillo de Doña Blanca, se fechan en torno al 750 a.C., y Toscanos algo más tarde. Nosotros somos partidarios de una cronología alta para Cádiz. Primeras pruebas del comercio fenicio La más antigua evidencia sería la presencia de cerámicas a torno en el Bajo Guadalquivir, que son: un jarro de boca de seta hallada en El Carambolo Bajo, fechado hacia el 750 a.C. En este poblado abundan las cerámicas de Samaría, o sea, de Tiro; un fragmento de cerámica chipriota y dos cuencos eubeo-cicládicos datados a finales del s.VIII o a comienzos del siguiente. Como muy bien indican M. Belén y J.L. Escacena, las importaciones de cerámicas de El Carambolo señalan la variedad de los productos importados por los fenicios y que las primeras cerámicas a torno no sean propiamente fenicias. Un fragmento a torno, el más antiguo de el Macareno, se ha relacionado, no sin reparos, con cerámica bicroma sirio-palestina, pero podría proceder del ámbito griego. En todo caso se fecharía en la segunda mitad del s.VIII a.C. El cuadro cronológico que proponen estos autores es el siguiente:
Los productos de intercambio serían el vino y el aceite. Poco a poco aumentó en los yacimientos la cerámica a torno, y en el interior creció el uso del torno. En el s.VII a.C. llegaron los productos orientales: los dos vasos de Coria del Río. Uno se fecha en el s.VII a.C., con paralelos en Tharros y Cartago. Vinieron con los fenicios las primeras casas de planta rectangular en Alhonoz, El Carambolo Bajo, Cerro Macareno y Setefilla. Estas casas tienen ya cimientos de piedra, paredes de adobe o tapial enlucidas con lechadas arcillosas, pavimentos de tierra batida, y a veces bancos adosados a las paredes. En Montemolín se ha excavado un complejo arquitectónico de tipo oriental datado a finales del s.VIII o comienzos del siguiente. En Carmona y en el Cerro de la Cabeza se siguieron técnicas de construcción parecidas en el s.VII a.C., que son similares a las del poblado de doña Blanca. Transformaciones económicas Abundó el ganado bovino a juzgar por las referencias literarias y los restos óseos de El Carambolo, Sevilla y Setefilla, que fue en aumento y que se ha relacionado con la presencia fenicia. La gallina y el gato se han vinculado con la colonización fenicia. El hierro ya era conocido en la Ría de Huelva. La herrería más antigua es la hallada en el Morro de la Mezquitilla, y poco después se documentan los hornos de fundiciones del Castillar de Librilla (Murcia) de finales del s.VIII a.C. Nosotros somos de la opinión que el hierro (en Sexi), el vino y el aceite, lo introdujeron los fenicios, pero aparece hierro en el Tesoro de Villena, que no acusa influencia fenicia alguna. Los objetos de hierro, al igual que las primeras cerámicas a torno, se datan en el Bajo Guadalquivir en el s.VIII a.C. avanzado. En El Carambolo Bajo se recogen escorias de fundición, pero se desconoce el contexto. En el s.VII a.C., la metalurgia del hierro estaba extendida en la región, pero no generalizada. En Setefilla se han descubierto restos de talleres, y en tumbas de Huelva, Setefilla y Los Alcores, cuchillos de hierro, espadas y una punta de lanza, y en una cabaña de La Puebla del Río un fragmento de broche de cinturón. Carecemos de datos sobre la generalización del torno. A comienzo del s.V a.C. toda la cerámica era fabricada a torno, menos los pucheros del hogar. El proceso de generalización del horno fue más rápido en el valle del Guadalquivir que en el interior. En el s.VII a.C. trabajaban alfareros en Carmona, que serían orientales, según estos autores, lo que creemos muy probable. Transformaciones ideológicas Son muy difíciles de detectar. No sólo se deberían a las colonias del litoral, sino a comerciantes ambulantes, que penetraban en el interior (Berrueco, Sanchoreja, Coca, etc.). Lengua y escritura Algunos filólogos llaman de familia desconocida a la lengua que se hablaba en el sur, que produjo los topónimos Onuba, Maenuba, Corduba, Acinipo, Orippo, Ilipa. Otros creen que es una lengua indoeuropea, que no originó esta toponimia. Algún filólogo no descarta que la llamada escritura tartéssica no se correspondía con el lenguaje hablado indígena. Nosotros encontramos letras tartéssicas en un grafito del Cabezo de San Pedro, fechado en el estrato del 700 a.C. Para nosotros, el alfabeto tartéssico es de origen oriental y tendemos a pensar que la lengua tartéssica sea indoeuropea o con elementos indoeuropeos, como lo indican los topónimos con el sufijo -briga: Mirobriga, Turobriga, Nertobriga [24]. Rituales funerarios Al ignorarse cómo es el ritual funerario de los indígenas en la etapa precolonial, el punto de partida es oscuro. Nosotros hemos creído siempre que el rito de la incineración lo trajeron los fenicios (Sexi), al sur, y que se generalizó entre las poblaciones indígenas, pero tampoco hay que descartar que se diera ya en la etapa precolonial. En un túmulo de Setefilla hay inhumaciones. Los problemas planteados son muchos y están muy bien indicados por M. Belén y J. L. Escacena. Nosotros somos partidarios de una colonización agrícola en el valle del Guadalquivir, que estos autores no descartan, sino que comparten, y que explica fácilmente la existencia del santuario de El Carambolo, con rituales de rotura de cerámicas de buena calidad, igual que en Cástulo [25], en bothroi, o los publicados por Bonsor en la región de Carmona y otros lugares (El Acebuchal, Entremalo, Alcaudete, Vientos y Parias), que siguen un ritual bien documentado en Chipre, como los templos de Kitión, publicados por V. Karageorghis, y a los que nos hemos referido extensamente en otros trabajos en curso de publicación. En el recién publicado santuario de Carmona se ha encontrado una estancia que no se corresponde con un bothros, donde los rotos son rotos intencionadamente contra el suelo, sino de un depósito asociado a alguna ceremonia, como en el templo de Astarté en Kitión [26]; también puede corresponder a un almacén del templo, con todo tipo de cerámica, entre la que sobresalen los pithoi decorados con motivos típicos orientales como son las procesiones de grifos y flores de loto (Fig. 8), y cucharas de marfil [27]. Que se trata de un depósito sacro creo que es lo más probable por la presencia de un canal de agua que también aparece en el santuario de Cástulo (Figs. 9-10). Los autores que han publicado y estudiado este lugar sagrado (fig. 11) creen que corresponde a los edificios de culto de una comunidad fenicia, igual que las construcciones de carácter religiosos de Montemolín, con lo que estamos totalmente de acuerdo. Estos colonos agrícolas fenicios ocupaban el valle del Guadiana, desde Hispalis y Carmona hasta Lora del Río por lo menos [28]. A esta población se deben las cerámicas orientalizantes de este último yacimiento. Recordamos que en el s.IX a.C. la presión asiria en Siria, Fenicia e Israel fue feroz, como lo indican las escenas del Obelisco Negro de Salmanasar III (858-824), donde aparece este rey recibiendo tributos de los pueblos sometidos -es en este excepcional documento donde vemos a Jehu realizando la proskynesis ante el rey-; o bien en las puertas de bronce de Balawat, de tiempos de Salmanasar III (858-824), con la campaña en Fenicia: tributos de Tiro, expedición contra Hazazw, enemigo de esta ciudad, y su muerte; campaña en el norte de Siria; ciudad de Dabigu y empalamiento de los habitantes de Siria; asalto a la ciudad de Hamath; prisioneros, botín de guerra y acopio de rebaños de la bíblica Ashtarot, probablemente; los relieves de Senaquerib (704-681) recibiendo los tributos de Laquish y el asalto de la ciudad [29]. Estas campañas bélicas endémicas explican, a nuestro juicio satisfactoriamente, por expansión natural de los pueblos del Mediterráneo oriental, la colonización del Occidente, y en concreto la del valle del Guadalquivir y también el número relativamente elevado de objetos propios del norte de Siria [30], que han aparecido en Tartessos. La religión Estamos de acuerdo total con los autores en que el santuario de El Carambolo no es indígena, sino de fenicios, como indica el ritual de romper las cerámicas, la imagen y la inscripción. Este santuario no tiene que ver nada con la religión, que desconocemos, del Bronce Final. También nos inclinamos a aceptar que Hispalis es ciudad fenicia en origen, al igual que el almacén de Carmona. Los santuarios La religión que se practicaba en Despeñaperros nada tiene que ver con el tipo de religión del segundo milenio, caracterizada por la presencia de ídolos-placa y cilindros [31]. El tipo de religiosidad de los santuarios de Despeñaperros tuvo que ser necesariamente traída por los fenicios o por los griegos, más bien los primeros. Es exacto, incluso en el tipo de exvotos, al de Etruria y al de la Roma arcaica [32]: depósitos votivos del Lapis Niger en el Foro Romano, 550-500 a.C.; de Brolio en Val di Chiana, 600-480; de Fonte Veneziana (Arezzo), 530-470; de La Falterona, 500-325; de Monte Acuto Ragazza, 480-s.V; de Marzabotto, 480-s.V; de Villa Canarini de Bolonia, 500-400, con las mismas actitudes de los devotos, ausencia de imágenes de dioses, de sacerdotes y de sincretismo. También tiene paralelos en Grecia arcaica: exvotos del templo de la Acrópolis de Atenas, construido por los Pisistrátidas con exvotos de kouroi [33] y de korai [34]. Este tipo de religiosidad pasó a los restantes santuarios ibéricos: Cerro de los Santos, Nuestra Señora de la Luz, El Cigarralejo, y Pinos Puente. Bronces, como las imágenes de Melqart de Huelva o de Cádiz, o el bronce de Medina de las Torres, que representa a Hadad, están en la base figurativa de los exvotos de Despeñaperros. Hasta el momento presente no han aparecido en Occidente templo alguno como los que los fenicios levantaron en Kitión ya en época arcaica. Influjos políticos y sociales M. Belén y J.L. Escacena admiten la teoría generalmente aceptada de que en la etapa precolonial hubo jefaturas locales o comarcales que denotan las estelas de guerreros, pero ponen el acento en que sólo se puede llevar hasta el s.VII a.C. la organización social y política derivada del estudio de tales estelas, lo que es coherente y aceptable. Estos autores encuentran poco claro que en Tartessos llegase a constituirse una monarquía estatal unificada, lo que encontramos probable, pues no lo tuvo ni siquiera Etruria, que estaba gobernada por reyes en la época romana-arcaica. Heródoto (I, 163), sin embargo, presenta a Argantonio como rey de toda Tartessos, y con amplios poderes, y utiliza el término «tiranizó». Es muy interesante, y juzgamos plenamente necesaria, la cuestión que someten a análisis los autores: si las influencias coloniales alcanzaron a matizar la propia estructura social, o si más bien se limitaba a apariencias superficiales. Hasta ahora se ha tendido a aceptar la existencia de príncipes comarcales y locales más que una realeza única bien consolidada. Nosotros creemos, lo cual no descartan M. Belén y J.L. Escacena, que los túmulos son sepultura de gentes procedentes de la colonización agrícola en el Valle del Guadalquivir, por el tipo de objetos depositados (marfiles, etc.), y por el tipo de túmulo, que son, en menor escala, como los de Chipre, estudiados por V. Karageorghis, que remonta los precedentes a Siria y Fenicia. Coincidimos con la idea expuesta por estos autores de que la monarquía de Gerión indica una economía típica de la Edad del Bronce, de pastores de bóvidos, y la de Habis más bien una sociedad urbana de tipo oriental, agrícola y sedentaria, con leyes, y con bueyes para arar, y con diferencias sociales. Diferimos de estos autores en que el carácter tricéfalo de Gerión tenga mucho que ver con la estructura de la sociedad indoeuropea. Se presupone que el mito refleja una situación local de la Edad del Bronce, y que estos personajes son una realidad dual coetánea, como sugieren los autores, que ven en la dinastía de Gerión no sólo la situación socio política del Bronce Final, sino también la del substrato indígena durante gran parte de la Edad del Hierro en la que el rey sería un primus inter pares, al modo de la realeza indoeuropea retratada por Homero, lo que podría ser un argumento más de que Tartessos estuvo habitado por gentes indoeuropeas. Creemos que es un gran acierto de M. Belén y de J.L. Escacena considerar al mito de Habis como la versión mítica de una realidad colonial, en la que se puede rastrear una agricultura colonial en el Valle del Guadalquivir. La promulgación de leyes y la introducción del arado son elementos que apoyan esta hipótesis. En Grecia la introducción de leyes coincidió, en el periodo arcaico, con el estímulo de las codificaciones orientales. La segunda mitad del s.VII y todo el s.VI a.C. es la época de los grandes legisladores: Zaleuco de Locri en la Magna Grecia, Carondas de Catania en Sicilia, Dracón en Atenas, Constitución de Quíos en el 575; leyes de Gortina en Creta, de la primera mitad del s.V a.C. En Etruria el arado está atestiguado en la segunda mitad del s.VIII a.C., al final de la cultura vilanoviana, en el carro votivo de Bisenzio [35]. Probablemente el arado fue introducido en Occidente por los fenicios. Los pueblos semitas lo usaban en época temprana de las colonizaciones fenicias en el Mediterráneo. Basta recordar que en el segundo tercio del s.IX a.C. 1Re XIX. 19 menciona a Eliseo arando con doce yuntas. En Oriente el uso del arado era muy antiguo y documentado en todas las culturas como lo indican varias representaciones conservadas: un modelo en madera procedente de Egipto, fechado entre los años 2350-2000; una figura de arado en una tablilla de arcilla hallada en Uruk IV, que es la representación más antigua del arado, y ya más recientemente un relieve de basalto de tiempos de Asahardón (680-669) [36]. El mito de Gerión lo puso de moda Estesícoro de Himera (640-555) en un poema que se hizo muy popular en Grecia y que fue muy representado en vasos de figuras negras [37]. Sin embargo es posible que estos mitos no reflejen alguna situación de Tartessos al ser "extranjeros". El mito de Gerión primero lo situaron los griegos en Epiro, después en Etruria, donde aparece en vasos etruscos, y Estesícoro lo sitúa en Cádiz, el límite occidental de la tierra conocida por él, desde Himera. El de Habis quizás lo exportaron los fenicios, desde su país, a Occidente, si se acepta la tesis de Tsirkin basada en un relieve de Beirut con una cierva amamantando un bebé. En el arte ibero o turdetano no se representan estos mitos, aunque sí otros. El de Gerión aparece en dos mosaicos romanos de Liria y Cártama. Somos de la opinión de que si existió alguna ciudad-estado en el mediodía peninsular, lo cual ciertamente es más una cuestión propuesta a debate que una afirmación en toda regla, tal ciudad debió ser Gadir, que controlaría las colonias fenicias del sur. Si hemos de apostar por alguna ciudad del interior, como catalizadoras de la actividad económica desplegada por los colonos fenicios en el Valle del Guadalquivir, tales ciudades serían Setefilla y Porcuna, y quizás también Tejada la Vieja. Esta forma política de la ciudad-Estado vendría con las colonizaciones; pero hay que decir que el modelo político tal como se da en Oriente tiene difícil traslación al espacio cultural, social, económico y urbano que se daba en Tartessos, al menos con los conocimientos que al día de hoy tenemos del mismo. Hemos defendido que los carros y los escudos con escotaduras en V son de origen fenicio. Serían unas de las aportaciones que los fenicios hicieron a Occidente en las personas de los jefecillos indígenas, contra la tesis expuesta recientemente por M.C. Fernández Castro [38] y otros [39] que los consideran de procedencia atlántica. Recientemente F. Quesada propone que los carros proceden del Egeo, con preferencia al origen de Siria-Palestina, que es nuestra tesis. Modelos de contrastación En este punto nos inclinamos por la opinión defendida por C. González Wagner y J. Alvar [40], quienes proponen que el contacto de los colonos agrícolas con los indígenas tuvo mayor efecto cultural que las relaciones comerciales. Nos unimos a las tesis de M. Belén y de J.L. Escacena de que debieron ser frecuentes las poblaciones mixtas, como lo fueron Huelva, Baria, con un cementerio ibero de más de 2.000 tumbas, y Ampurias en la colonización griega (Liv. XXXIV, 9; Str. III, 4.8). Es muy probable que en ciudades importantes indígenas como Cástulo o Tejada la Vieja [41] hubiera barrios fenicios como los hubo, y muy importantes, en Siracusa en época del tirano Dionisio. También hay que conceder importancia, como hace J. Alvar, a mercados ambulantes, que son los que llevarían tan al interior de la Meseta como El Berrueco, los conocidos bronces con la imagen de Astarté, o el broche de cinturón con grifo sobre palmeta de cuerno. Los fenicios y la cultura egipcia Los fenicios fueron los introductores de diferentes objetos de la cultura egipcia en Occidente desde los primeros momentos de la colonización fenicia: vasos de alabastro de Almuñécar; dioses: Isis del jarro de La Aliseda y Bes; urna de Almuñécar; sello de Cádiz y collar del Cortijo de Evora [42], pero estos dioses no tuvieron aceptación entre tartesios e iberos. Etapa precolonial J. Alvar [43] ha insistido últimamente en que antes del asentamiento fenicio en Occidente hubo una etapa precolonial de Tartessos, lo que encontramos muy posible. Quizás un eco de ella sean los tanteos que se hicieron antes de la fundación de Cádiz (Str. III, 5.5). V. MÁLAGA Y LOS FENICIOS En 1997 se ha publicado un libro coordinado por M.E. Aubet [44], que es un estado de la cuestión de los orígenes de la colonización fenicia en la provincia de Málaga, con algunas novedades importantes. Como señala M.E. Aubet, los fenicios no se asentaron en una terra incognita cuando lo hicieron en Málaga. Los hallazgos arqueológicos de Málaga, Granada, Almería y Alicante _Ronda, Acinipo, Almargas, Monachil, Cerro de la Miel, Peñón de la Reina, Genil, Purullena, Peña Negra, etcétera_ indican que tanto Málaga como el sureste estaban implicados en la producción y comercio internacional del Bronce Final, que vinculaba el comercio atlántico de metales con los circuitos mediterráneos de intercambios. Las colonias fenicias se orientaron hacia los puntos estratégicos y hacia las vías de comunicación, del comercio marítimo y terrestre internacional del Bronce Final: Ronda, Acinipo, Almargas, y los poblados de la vega de Granada. En el s.VIII a.C. los fenicios se afincan junto a establecimientos indígenas: Almuñécar, Salobreña y desembocadura del Guadiaro. Señalar este aspecto de los orígenes de la colonización fenicia es de gran novedad. Los enclaves fenicios, como señala acertadamente M.E. Aubet, son auténticas cuñas de penetración hacia los grandes poblados indígenas del interior: Acinipo, Ronda, Castillejo de Teba, Peña de los Enamorados y Aratispi. Este fenómeno prueba la existencia de acuerdos con los jefes indígenas y la penetración del comercio fenicio en las estructuras organizativas de las comunidades indígenas y con grandes repercusiones sociales y económicas al parecer. El Morro de Mezquitilla está situado en la desembocadura del río Algarrobo. En la orilla occidental del río se localizó la necrópolis de Trayamar con sus cámaras funerarias excavadas en la roca, con coexistencia de incineración e inhumación, como en Huelva, dato muy importante, fechadas a mediados del s.VII a.C. Un poco al oriente del Morro de Mezquitilla se encuentra el yacimiento costero de Chorreras, de fecha anterior a Toscanos, habitado desde la segunda mitad del s.VIII a.C. hasta el s.VII a.C. Estaba protegido por un muro. Es interesante señalar la aparición de algunos hornos renovados en parte en varias ocasiones con restos de escorias en las proximidades, fragmentos de tubos de ventilación, y boquillas de toberas que demuestran que se hicieron trabajos de condición, es decir, que se trabajaba en talleres metalúrgicos y alfarerías que producían grandes vasijas en las que quedan restos de material de fundición (escorias de hierro). Schubart cree que se trata de hornos para refundir y elaborar el metal. Estos talleres datan de los primeros momentos del establecimiento, dato muy importante e indicativo del interés de los fenicios por la obtención de metales en los momento iniciales de la colonización, hecho que se da también en otras colonias fenicias. El área de estos talleres se distingue muy poco de la de las casas de la primera época. Los suelos de las casas se renovaron varias veces. Son de barro amarillo y están ligeramente escalonados. Las paredes conservadas alcanzan hasta un metro de altura. Están fabricadas de adobes, con revoque exterior marrón rojizo. El enfoscado es de barro amarillo muy fino, de varias capas de cal finísima y de pintura roja o amarilla-verdosa. Las paredes tenían puertas con altos umbrales con escalones a ambos lados. Las plantas de las habitaciones son rectangulares, con una longitud de 4,20 x 4,80 m. y una anchura de 2,20 a 2,80 m. Se han distinguido hasta el momento presente tres complejos constructivos. El mayor tiene una extensión de 19 m. y 11 m. de ancho, con 16 habitaciones por lo menos. No fue proyectado este edificio de una sola vez. Entre este complejo y un edificio de 3 habitaciones corría una calle. A la primera fase del poblado corresponden varias ollas fabricadas a mano. En la segunda fase de construcción, la orientación difiere de la de la primera. Los muros ahora tienen un zócalo de piedra, introduciendo una fosa de sedimentación. Sobre el zócalo se levantó el tapial. A esta segunda fase pertenecen tres edificios. Las habitaciones presentan diversa distribución y forma. Un edificio está compuesto por una casa de 5,40 x 2,20 m. con varias habitaciones vecinas. El segundo edificio consta de una parte central, y de una habitación de 3,80 x 2,80 m. con galería. Del centro parten otras habitaciones. Frente a estos dos edificios se levantó otro complejo. Entre los dos primeros edificios y el tercero discurre una calle, que alcanzó algo más de 5 m. de anchura. Entre las casas de los dos primeros edificios pasa un callejón de 1,50 m. de ancho. Los estratos más antiguos se fechan en el s.VIII a.C., a las que siguen otros datados en el s.VII a.C. Estos estratos han dado cientos de platos de cerámica roja. Los platos de la primera fase del poblado fenicio se caracteriza por su borde estrecho, después se ensanchan poco a poco. Esos platos son las formas más antiguas halladas en la Península Ibérica, y más antiguos que los platos de Tiro II y III, que se fechan en el último tercio del s.VIII a.C. Los del Morro de Mezquitilla serían un poco anteriores, por lo menos del segundo tercio del s.VIII a.C., lo que, según Schubart, situaría los comienzos de la colonización fenicia alrededor o poco antes de la mitad del s.VIII a.C., fecha que parece hoy totalmente segura. Las ollas fabricadas a mano pertenecen muy probablemente al lote de cerámica prehistórica hallada en los estratos más antiguos de los asentamientos fenicios, y servirían para almacenaje. Pertenecen al grupo de cerámicas fenicias antiguas. Coexistían, pues, la cerámica fabricada a mano con la hecha a torno. Esta excavación es muy importante para el conocimiento del primitivo urbanismo de los orígenes de la colonización fenicia en Occidente y de sus cerámicas. G. Maas-Lindemann se fija, con el fin de estudiar la primera fase de la colonización fenicia en España, en los hallazgos del Morro de Mezquitilla, y concretamente en la cerámica roja de gran calidad y en los fragmentos de Fine Wares, siendo en este punto muy importantes dos tipos de fuentes que aparecen en todas las regiones colonizadas por los fenicios: Tiro, Sarepta, Ras el Bassit, Valle del Orontes, Hazor, Megiddo, Samaría, Chipre, Kition, Salamis, Huelva, etc. Esta cerámica creo que también ha aparecido en el santuario de Cástulo. Se fecha este tipo de fuentes en el s.VIII a.C. G. Maass-Lindemann, apoyada en el estudio de los fragmentos de Fine Ware, confirma la fecha propuesta por Schubart, en torno a mediados o segunda mitad del s.VIII a.C. para la fundación del Morro de Mezquitilla. H.G. Niemeyer estudia en este libro el urbanismo y su función en Toscanos, yacimiento situado en la desembocadura del Río Vélez, al pie del Cerro del Peñón, próximo al Cerro del Alarcón, que servía de fortificación. La cronología discurre desde finales del s.VIII a.C. a los inicios del s.VI a.C. En el Cerro del Peñón se han recogido cerámicas griegas de importación, ánforas áticas y de la isla de Quíos, un alabastrón corintio antiguo, fragmentos de bucchero sottile etrusco, fechados en su mayoría en el s.VII y en parte del s.VI a.C. En cambio en los dos estratos de Toscanos ha aparecido cerámica de los s.VII a.C. Toscanos se debió fundar entre los años 740/730 a.C. A esta etapa primera pertenecen el área del almacén, con una casa que lindaba con una calle al oeste y al norte, y la zona del muro. En el estrato II, aumentó la población del yacimiento. El edificio se empleó ahora con un anejo. Se añadieron tres edificios de varias habitaciones, de las que sólo se conservan los zócalos de los muros, levantados en la mayoría de los casos con adobes. Los edificios no presentan todos la misma orientación, lo que indica la falta de un proyecto urbanístico, aunque sí una parcelación del terreno. La urbanización del primer momento de Toscanos debió ocupar una extensión grande, que amplió rápidamente en una segunda fase. Un gran edificio, bautizado con la letra C, indica una concentración del asentamiento, junto a dos casas, A y H, ampliadas por un lado con anejos. El edificio C debió servir de almacén por comparación con uno de Motya. En la construcción de este almacén, arquitectónicamente se observa un cambio en la utilización de esta zona del asentamiento. La presencia del almacén es muy significativa respecto al carácter de los establecimientos fenicios en los primeros momentos. Todos estos datos son importantes para seguir la evolución urbana de un poblado fenicio en los primeros siglos de colonización en los que no debían diferenciarse unos de otros. Tres casas coetáneas o construidas poco después son de categoría inferior. Quizás éstas sean viviendas para el personal de servicio del almacén, que se fecha en torno al 700 a.C. Toscanos creció bastante rápidamente en las dos primeras generaciones. Se extendió fuera del núcleo fundacional, a principio de la segunda mitad del s.VII a.C. y se reorganiza alrededor del año 600 a.C. El núcleo primitivo cambió dos veces bastante radicalmente. Toscanos tuvo una unidad topográfica y administrativa. Las defensas la forman un foso de sección triangular, que presupone existencia de murallas, y el torreón del Alarcón. La población en el s.VII a.C. oscilaría entre 1.000 y 1.500 habitantes. En lo relativo a la división del trabajo, se han detectado instalaciones metalúrgicas en la ladera oriental del Cerro del Peñón, con personal especializado y considerable en número. También funcionó un taller para la fabricación de púrpura. En cuanto al alimento de carne, predominó la vaca, seguida de los ovicápridos, y con escasa importancia de la caza y el cerdo. Se consumió mucho pescado, lo que indica la presencia de ganaderos y pescadores, lo que denota una dieta alimenticia totalmente opuesta a la de los yacimientos indígenas. Todo ello presupone una diferenciación social y administrativa central. H.G. Niemeyer se inclina a creer que hubo una clase noble de gobernantes en número pequeño. Nada se puede decir acerca de la existencia o no de una vida urbana en Toscanos. No se ha podido probar que Toscanos tuviera una chora, lo que sería una prueba de que estos establecimientos fenicios no eran ciudades-estados, que siempre presuponían el control de un territorio, y otros cambios fundamentales en lo religioso y en lo administrativo. No creemos, como hemos indicado ya, que esta situación se diera en los poblados indígenas, ni en las factorías fenicias de la costa, que dependían de Cádiz, al igual que los establecimientos de la colonización agrícola establecida en el Valle del Guadalquivir. La ciudad de Tartessos, cualquiera que sea, sí debió ser un estado-ciudad, con monarquía y un control territorial directo, si hacemos caso la noticia transmitida por Heródoto. Faltan datos sobre una aculturación fenicia intensa. Las relaciones comerciales se extienden más allá de la región montañosa de la costa. Según este investigador alemán queda en suspenso la respuesta a la pregunta si Toscanos fue o no el centro político y económico del entorno. M.E. Aubet ha estudiado el Cerro del Villar, en la desembocadura del río Guadalhorce, como lugar de mercado que ocupó desde finales del s.VIII a.C. la superficie de toda la isla, unas 10 Ha., lo que convierte al Cerro del Villar en una de las factorías fenicias más grandes de Occidente. Los fenicios la habitaron desde finales del s.VIII hasta principios del s.VI a.C. Mantuvo continuas relaciones de intercambio con las poblaciones del interior. Esta factoría se especializó gradualmente en la producción local de ánforas y de grandes vasos para transporte, lo que presupone un comercio intenso. Rodearon la factoría fenicia numerosos hornos, que funcionaron durante los siglos VIII y VII a.C. Se levantó un gran edificio central con un gran horno de alfarero rodeado de patios abiertos con restos de estructura de combustión y de hornos, así como con un gran número de escorias vitrificadas, de hornos y vasijas a medio cocer. Se caracterizó el Cerro del Villar por el aprovechamiento de los recursos pesqueros, agrícolas y ganaderos, atendidos por mano de obra indígena seguramente, y la explotación forestal necesaria para construir naves y para la combustión de los hornos. Los análisis de las semillas prueban el cultivo de la vid, del olivo, del trigo y de la cebada. El bosque retrocedió a la llegada de los fenicios. Las mercancías que llegaban, como ánforas y otros productos, procedían de Atenas, de Corinto, de Cartago y de Cerveteri; y otra serie de productos llegaban desde el interior del país, como el vino, el aceite y las uvas. La excavación y análisis del Cerro del Villar, efectuadas por M.E. Aubet, arrojan luz sobre el problema últimamente tan discutido de si los establecimientos fenicios costeros eran puertos de comercio, factorías, colonias comerciales o emporios. M.E. Aubet excavó varias viviendas, fechadas en el s.VII a.C. Son de planta rectangular, algunas con seis o más habitaciones dispuestas en torno a un patio central abierto. En estos edificios había zonas de almacenaje, de preparación de tinte, de cocina, de un posible lugar de culto doméstico, de reparación, y de conservación o reparación de utensilios de pesca, de ánforas, huevos de avestruz, de lucernas, etc. Algunas viviendas son de lujo, alternando los muros de piedra y de adobe, generalmente enlucidos por el interior, con embarcadero propio al que se accedía mediante una escalera de piedra. Las calles y los espacios abiertos delimitaban las casas con orientación norte-sur, que indican una planificación urbanística. Una vivienda de comienzos del s.VII a.C., de grandes dimensiones y con muros exteriores, zócalos de piedra y paredes de adobe, limita con dos calles. Una de ellas tiene más de 5 m. de anchura. Debió ser uno de los ejes viarios más importantes de la colonia. Por ella transitaba el ganado. El suelo es de tierra apisonada. La calle tiene pequeños tabiques, que delimitaban pequeños espacios cuadrangulares relacionados con un gran edificio. Se trata de un soporte de paredes o de pilares de adobe de una estructura porticada con cubierta plana, formada por vigas o por un entramado de madera y barro. En estos espacios han aparecido ánforas, lo que indica la existencia de tabernas para la venta de mercancías, que contenían, como se desprende de los análisis efectuados, trigo, cebada, uva, almendras y pescado. Esta calle, como sugiere M.E. Aubet, es una auténtica calle comercial, porticada, con pequeñas dependencias o tiendas. La existencia de una calle porticada no había sido documentada arqueológicamente en Occidente hasta este momento. La autora cree, en nuestra opinión acertadamente, que la colonia fenicia del Cerro del Villar es un importante lugar de mercado, tal como debieron ser las demás factorías fenicias de la costa. En esta interpretación coincidimos plenamente con las tesis de M.E. Aubet. Tanto en las obras de Homero como en el Antiguo Testamento los fenicios son fundamentalmente mercaderes. Gran acierto de esta investigadora es recordar el texto de Nehemías XIII, 15-16, de la segunda mitad del s.IV a.C., que describe a los campesinos yendo a Jerusalem a vender sus productos, vino, uvas, higos, y toda suerte de carga. Los habitantes de Tiro llevaban pescado y gran variedad de mercancías que vendían en Jerusalem. Lo mismo sucedería en las factorías fenicias de Occidente. Las excavaciones del Cerro del Villar arrojan mucha luz sobre el urbanismo y el funcionamiento de una colonia fenicia en la costa. C. Efren, J. Suárez, H. Mayorca y A. Rambla han excavado y estudiado un poblado indígena del s.VIII a.C. situado en la Bahía de Málaga, con varios silos y una cabaña, con cerámicas elaboradas a torno propias de los asentamientos fenicios de la Andalucía Oriental: ánforas, lucernas, platos de engobe rojo de borde estrecho, pithoi pintados de rojo y decorados con bandas negras, ampollas, cuencos grises, cuencos carenados, decorados con engobe rojo, y cazuelas que aparecen en el s.VIII a.C. en Chorreras, Toscanos y Morro de Mezquitilla. Las cerámicas a mano son bruñidas: cuencos y cazuelas, vasos de almacenaje o de cocina, soportes, ollas de paredes entrantes, ollas de paredes rectas y orzas, similares a los materiales del Valle del Guadalquivir y de la cuenca del Campanillas. Otra cerámica no presenta tratamiento. Varias cerámicas son propias de la periferia tartéssica, como Huelva, y los yacimientos del valle del Guadalquivir: Carmona, Colina de los Quemados, Alhonoz y Montemolín. En la alimentación predominan los moluscos, los ovicápridos, los suidos, y los bóvidos. En el área del hábitat hay restos de actividades metalúrgicas, como lo demuestra un crisol y una tobera encontrados. Esta excavación es importante para conocer mejor los poblamientos indígenas del Bronce Final, s.VIII a.C., en contacto con las factorías fenicias próximas, y para entender las relaciones entre fenicios e indígenas, que se basan en cerámicas a torno, pero en número ínfimo, lo que lleva a los autores a concluir que no afectaron a las bases organizativas de la comunidad. La presencia de esta población indígena en el litoral va asociada a la presencia colonial, dato de gran interés para el mejor conocimiento de las relaciones sociales entre ambos grupos humanos en el s.VIII a.C. A partir del 700 a.C. se observan importantes reestructuraciones en el ámbito fenicio e indígena con el surgimiento de una organización territorial indígena distinta derivada del impacto colonial fenicio. Como demuestran los trabajos que hemos comentado aquí, cada vez se van perfilando mejor, en los detalles y en el conjunto del fenómeno, los orígenes de la colonización fenicia de Occidente.
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