Sumida
en la bruma de la leyenda durante siglos, la cultura tartéssica va
cobrando perfiles cada vez más reales, gracias a las aportaciones que
la arqueología va sacando a la luz.
TARTESSOS
ES UN NOMBRE CARGADO de atractivo, una cultura mitificada en la Antigüedad,
que en los tiempos modernos se mantuvo con la misma aura de leyenda
porque era difícil salir de la bruma con las pocas luces que arrojaban
las ciencias históricas y por una necesidad de fascinación que ha
existido y existe siempre, se reconozca o no, si los vientos de la
cultura, en el caso último, prestigian más la racionalidad o la verdad
que el sueño o la delectación por el mito.
Leyenda
y realidad daban a lo tartéssico una corporeidad doble y contrapuesta,
como la de tantos especimenes de la fauna fabulosa con que los antiguos
poblaron los campos de la Literatura y del Arte. Tartessos era una
quimera, un monstruo híbrido de realidad y fantasía, que, como todos,
se resistía a entrar en el rebaño de las criaturas reales, y no
digamos en el de los animales domésticos, los que conviven sin
violencia, ni mental ni física, con los humanos, que los hacen suyos.
Su
parte más irreal creció con inusitada envergadura cuando los
historiadores quisieron domesticarla, desentrañar sus misterios y, de
leyenda tal vez de sazonadora pero generalmente apacible, se convirtió
en una fiera historiográfica, una bestia a veces enfurecida que enfurecía
también a quienes disputaban sobre el método de hacerla caer en la red
de la Historia.
Filólogos,
paleogeógrafos, historiadores, arqueólogos... acercaban al monstruo
sus armas para frenar los zarpazos de su irrealidad. Todos fueron
mermando la fuerza turbadora de su anatomía mítica, pero fue cobrando
un particular prestigio combativo la conciencia de que la única manera
de batirla definitivamente era robustecer directamente la parte real de
su cuerpo.., y el alimento que lograba ese prodigio era la Arqueología.
Con
ella se podía dar envergadura a su cuerpo histórico y contrarrestar el
desequilibrio anatómico de la fantástica criatura. Con las cautelas de
toda labor de lucha o de doma, la quimera tartésica ha ido creciendo
del lado real con enorme vigor en los últimos decenios, empequeñeciéndose
el peso de su lado mítico, apenas ya un apéndice casi atrofiado de su
robusta anatomía arqueológica e histórica. Perdido el explicable
temor de antaño, se contempla ahora su parte fabulosa con un punto de
nostalgia, de casi melancólica complicidad con su fascinante
irrealidad.
Pero
—¡cuidado!- el cuerpo histórico ha revelado que también contiene un
punto de sorpresa, a veces con respuestas tan inesperadas o tan
inentendibles como las de su cuerpo legendario. Por todo ello, lo
adecuado era poner barrotes forjados también con la Arqueología a una
criatura de la Historia y de la leyenda con la que seguimos conviviendo
con problemas. La tenemos bien a mano, sometida bajo una clara posición
de dominio científico para seguir escrutándola, pero a sabiendas de
que sigue siendo un ser peculiar, que aún no podemos llevar al apacible
redil de las criaturas domesticadas de antiguo.
Y
salgamos ahora del campo de las metáforas para, lacónicamente, hacer
ver al lector que encontrará, en los tres artículos que integran este
dossier, en primer lugar, una aproximación a la época de esplendor y
menos discutida, en la que Tartessos alcanzó, como consecuencia de la
colonización fenicia, la fase más brillante de su desarrollo cultural
e histórico; a continuación, una lectura sintética de las últimas
aportaciones arqueológicas acerca de cómo se formó la cultura tartéssica,
en lo que sigue habiendo aspectos oscuros y discutibles, que podrían
suscitar un diálogo con coincidencias y discrepancias entre los
redactores mismos de estas páginas; en tercer lugar, uno de los múltiples
capítulos que pueden analizarse dentro de esta cultura, el armamento
tartéssico y, por último, una sucinta aproximación a la
trayectoria historiográfica de Tartessos y una bibliografía
comentada.
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