La
pretendida objetividad de las ciencias sociales es una frágil
norma conculcada cuando lo exigen los intereses de las clases
dominantes, ya sean económicas, políticas, religiosas o
intelectuales. Tal es el caso de la Historia. Es comprensible que la
Historia se tergiverse: los hechos son mudos, amasijo informe de
datos y sucesos que cada historiador entresaca, ordenándolos y
colocándolos para formar el cuadro que le satisface. El andamio
mental, los anaqueles y nichos donde el historiador coloca los hechos,
son el punto débil de la Historia: para decir qué hechos son los
relevantes y dónde se colocan, hay que mirarlos teniendo una teoría
previa, y ésta no es objetiva y no puede serlo; es una preconcepción, un
punto de partida subjetivo, un partí pris existente en la
mentalidad del historiador y que está allí por motivos de clase, de
educación recibida, o de propensiones temperamentales y personales.
La
teoría previa o visión del mundo con que se abordan «los hechos»
para escribir la Historia es elemento decisivo: los mismos hechos,
tomados desde puntos de vista distintos, se prestan a interpretaciones
dispares. Conviene, por tanto, para comprender la Historia,
cambiar de coordenadas teóricas y mirarla desde el mayor número de
puntos de vista posibles. No son los hechos y las fechas lo que
conviene estudiar, sino los puntos de mira diferentes, las distintas
interpretaciones, las redes mentales distintas con que se pesca en el
océano confuso de los tiempos. Cada red saca los peces que más le
convienen; proponemos aquí uno de los posibles cambios de perspectiva
para repensar esta incomprensible historia que se enseña. Creemos que
un punto de vista nuevo sobre los hechos puede resultar tan estimulante
para el lector, como irritante para los inmovilistas intelectuales y
políticos.
Uno de los aprioris más repetidos es el de dar un sentido progresista a la Historia, marcando con un juicio de valor positivo todos los episodios que favorecen:
1) la unidad nacional y
2) los propósitos de los vencedores.
D. H. Lawrence comenta con sorpresa la predilección de los historiadores por los romanos frente a los etruscos. Lawrence, ante los restos de la cultura etrusca lamenta su destrucción a manos de los romanos; el hecho de que los romanos vencieran no les da más razón, sólo indica que eran más fuertes y menos civilizados que los etruscos.