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LA ESPECIE SIMBÓLICA

 

  Agustín Sánchez Vidal

 

 

 

 La realidad es demasiado compleja y extensa para ser abarcada en su conjunto. Así que, para funcionar en nuestra vida cotidiana, necesitamos puntos de referencia simbólicos; funcionan como sencillos mapas y están construidos con una materia prima especial: los mitos.
En uno de sus inquietantes relatos, Jorge Luis Borges imagina un imperio donde los cartógrafos han llegado a tal grado de perfección, que el mapa de una sola provincia ocupa toda una ciudad, y el del imperio, toda una provincia. Pero, con el tiempo, incluso estos desmesurados planos llegan a parecerles insuficientes, y deciden construir uno a tamaño natural. Esta vez sí, el mapa coincide puntualmente con el imperio. Y, en consecuencia, no sirve para absolutamente nada.

Este apólogo borgiano ilustra de modo muy elocuente el papel que desempeñan en nuestras vidas el pensamiento simbólico y los mitos, las más poderosas herramientas aparejadas por el ser humano, a mucha distancia de la rueda, que no existiría sin ellos, al igual que el ordenador con el que estoy escribiendo estas palabras. La realidad es, en sí misma, tan inabarcable, contiene tal densidad de información, que para movernos en ella necesitamos mapas, maquetas, modelos a escala reducida. Interpretaciones, en suma. Y los mitos han sido –y siguen siendo- el vínculo más eficaz para establecer todo tipo de coordenadas cartográficas, desde la finalidad del universo hasta nuestros propios destinos individuales.

Hace mucho tiempo que la palabra mito se desentendió de sus aspectos más negativos, sinónimos de falso, opuestos a lo real. Pero antes ya había tenido que superar el sentido asignado por las sociedades primitivas, donde equivalían a la verdad absoluta. Hoy solemos entender que los mitos primigenios son relatos con su propia lógica y ámbito, que transcurren en ese Gran Tiempo en el que también se instalan -pongamos por caso- los cuentos infantiles y su “Érase una vez…”, o las sagas de "El señor de los anillos" y de "La guerra de las galaxias" (“Hace mucho tiempo, en una lejana galaxia…”).

Los mitos son la materia prima de la que están amasadas las artes, las literaturas, las filosofías y las religiones de la humanidad. Es decir, algunas de sus aspiraciones o convicciones más hondas. Sólo algunos empeños, como la ciencia occidental, han pretendido constituirse de forma sistemática al margen del mito, planteando toda una sostenida alternativa de cuantificaciones y verificaciones empíricas. Con ello, ha logrado articular una racionalidad diferente, instaurando un pensamiento individual diferenciado del común, con sus atributos propios, como la libertad de expresión.

- Los mitos se encuentran circunscritos hoy a las salas de cine, los parques temáticos o los estadios de fútbol y rock -

 

 

 

Constantes narrativas
Las sagas cinematográficas repiten esquemas narrativos similares a los relatos mitológicos, como en el caso de “Matrix Revolutions” (Andy y Larry Wachowski, 2003).



 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La mitología ha cobrado especial protagonismo en los sistemas totalitarios

Pero, incluso en sociedades tan tecnificadas como las nuestras, las mitologías desempeñan un papel esencial. Y han llegado a rebrotar con especial virulencia en sistemas totalitarios como el comunismo o el nazismo, por muy laicos y racionales que se pretendiesen en otros órdenes. Basta una somera observación de su retahíla de himnos, emblemas y liturgias para apreciar ese retorno, desde el “paraíso del proletariado” de los unos, hasta el uso y abuso por parte de los otros de sus nebulosas cosmogonías nibelungas, o la recuperación de símbolos antiguos como la esvástica.

Otro tanto sucede en la moderna sociedad de consumo, que agrupa sus mitos, ritos y delitos en fechas fuertemente arraigadas en el imaginario colectivo: la Navidad, la Nochevieja, los ceremoniales iniciáticos de bodas, bautizos y comuniones… Y, de hecho, nuestro mundo cristiano trata de compatibilizar, bien que mal, el tiempo histórico con ese otro mítico y litúrgico. Un tiempo que corre paralelo a lo largo del año mediante el recordatorio cíclico de su gran modelo ejemplar, la vida de Jesucristo, desde su nacimiento en la Navidad hasta su muerte en la Semana Santa. Cuestión bien distinta es que esos intentos de conciliación se salden de modo habitual con la orgía de consumo del cambio de año o los embotellamientos en las carreteras.

Los mitos pueden haberse camuflado en nuestras sociedades modernas, pero distan de haber sido erradicados. Cuentan con sus propias reservas salvajes o parques nacionales protegidos, donde campan a sus anchas, en museos, bibliotecas, salas de cine o de conciertos, estadios de fútbol, e incluso parques temáticos que los invocan en sus marcas de fábrica. Entre otras razones, porque la ciencia está lejos de hacerse cargo de cuestiones tan trascendentes como el Amor, el Bien y el Mal, la Libertad, la Muerte y muchas otras que comprometen a un ser humano hasta sus mismos tuétanos. Y sin ellas, difícilmente podríamos establecer nuestros valores y conducirnos en el día a día. Nuestros héroes y modelos, admitámoslo, rara vez se basan en instancias racionales, sino en confusas aspiraciones, cuyas últimas consecuencias ni siquiera los propios interesados alcanzamos a entender.

Los relatos mitológicos conectan nuestro intelecto con la cotidianidad

Los mitos nos ayudan en esa tarea. Más aún: al estructurarse en forma de relatos, constituyen la urdimbre que vertebra nuestras estructuras mentales, la trama de relaciones que nos permite navegar de un modo selectivo y ordenado por esa confusión que constituye la realidad en bruto. Quizá el papel de los auténticos poetas y artistas consista en descubrir y establecer relaciones inéditas que nos ayuden a concebir el mundo de un modo más rico y entramado. Mejor cableado y conectado en red, que diríamos recurriendo al lenguaje informático. O al neuronal, pues es de nuestro cerebro de donde surgen los mitos, para ayudarlo a configurarse.

Por eso, los mitos de todas las culturas presentan paralelismos que están lejos de ser casuales, de igual modo que no son azarosas las coincidencias entre los modos de tejer de los distintos pueblos, o de construir y decorar o de labrar la tierra. Así pudieron constatarlo los especialistas en mitología comparada del siglo XIX, quienes al intentar descodificar esas constantes terminaran convergiendo con los estudiosos del folclore que iban estableciendo esos mismos motivos en la literatura infantil o en las leyendas populares. O los psicoanalistas que, a partir de Freud, se encontraban idénticos esquemas en los sueños, fantasías y trastornos de sus pacientes.

 

 

Simbología común
La cruz gamada, o esvástica, representa la fortuna para los hindúes, (relieve de Ubud, Bali). Hitler y los nacional-socialistas la escogieron para simbolizar su ideología.

 


Mirada al futuro
Desde sus orígenes como especie, los seres humanos se sirvieron del mito para prever sus necesidades futuras inmediatas (en la ilustración, hombres de Neanderthal).

 

 

- Los hombres han sido capaces de crear un lenguaje simbólico, basado en figuras mitológicas, que ha favorecido el proceso de desarrollo de su mente -

Como consecuencia de estas tesis surgió la propuesta del psicólogo suizo Carl Gustav Jung, quien sostenía que el inconsciente no sólo se manifiesta en cada persona, sino también en el ámbito comunal. Y acuñó el concepto de arquetipo para referirse a esos núcleos dinámicos de la mente, auténticos cordones umbilicales que conectan al individuo con el vasto reservorio mitológico de la especie. Lo que se traduce en una serie de acuñaciones compartidas por los sueños de los individuos y los mitos de las culturas, hasta configurar nuestro inconsciente colectivo, ese manantial inagotable del que brotan todas las historias.

El gurú de Hollywood que siembra el éxito basándose en la mitología comparada


El estadounidense Joseph Campbell partió de Jung para establecer una serie de constantes narrativas, las mismas que hoy pueden sorprenderse en las sagas de “Indiana Jones”, “El señor de los anillos”, “ Matrix”, “Harry Potter” o “La guerra de las galaxias”. Todas ellas mantienen el esquema del viaje del héroe, un elegido al que se encomienda una misión que debe cumplir venciendo incontables obstáculos, pero tras la cual verá reforzada su identidad. Coincidencia nada casual, ya que Campbell ha sido el gurú de George Lucas y en la actualidad todos los manuales de guión al estilo de Hollywood recogen sus esquemas. Sin embargo, éstos no son sino el eslabón final de la mitología comparada emprendida por estudiosos como James G. Frazer y proseguida por historiadores de las religiones como Mircea Eliade o antropólogos como Claude Levi-Strauss. Las verdaderas novedades han venido de otros campos e investigadores, como Terrence Deacon, quien en 1997 publicó su libro “La especie simbólica: la co-evolución del lenguaje y el cerebro”.

Por su carácter simbólico, los mitos han contribuido a fomentar la comunicación

 

Deacon abordó de modo brillante el papel desempeñado por el proceso de simbolización en el desarrollo del cerebro humano. Nadie ha calibrado de modo tan certero la importancia de los mitos para que el hombre haya llegado a ser lo que es: la especie simbólica a la que se alude en el título. Pues sólo el ser humano ha creado un lenguaje que no guarda relación de necesidad con lo que significa, gracias a su capacidad de simbolización, que le permite residir en un mundo virtual, con unas coordenadas temporales y espaciales propias. Y el material con el que está edificado ese habitáculo son los mitos. Gracias a ellos, los humanos hemos construido un nicho comunicativo que ha optimizado los cerebros, permitiéndonos establecer maquetas, mapas del mundo, sobre los que se estructura y edifica nuestra mente, vertebrando en forma de secuencias ordenadas los más complejos conceptos o averiguaciones realizadas sobre el mundo.

 


Imaginario colectivo
La cultura occidental intenta conjugar el tiempo histórico con el mítico y litúrgico. Así se traduce en celebraciones comunitarias como la Nochevieja (derecha, en la Puerta del Sol madrileña) o la Semana Santa (abajo, procesión de la Virgen en Osuna, Sevilla).

 

 

La odisea de Ulises, uno de los mitos fundacionales de la conciencia europea

Tan importante es ese acuífero de mitos, que sin él se estancaría el caudal de una sociedad, su capacidad de otear y prever nuevos horizontes. Eso fue cierto para el hombre de las cavernas y su trazado de estrategias, adelantándose a sus presas, sus depredadores o un medio hostil. Pero también -pongamos por caso- para que los españoles colonizaran América, tan a lomos de sus caballos y de la codicia como de los mitos de El Dorado, de las Amazonas o de la California de los libros de caballerías. Y todos los emigrantes que se acogen a la no menos mítica promesa de una Tierra de Promisión. Los mitos no sólo operan en sus propios dominios. Son el origen de todo un laborioso ciclo y proceso.

En cierto modo, el lenguaje común y corriente es una mitología fósil y abstracta, que un día estuvo viva y resultó tangible. Cuando decimos que algo nos sirve como hilo de Ariadna o aludimos a un laberinto estamos invocando un mito en estado semifósil, incorporado en tiempos al lenguaje para vivificarlo. O, si afirmamos que tal empeño ha sido una odisea, apelamos a uno de los mitos fundacionales de la conciencia europea, y aun de la conciencia a secas: el de Ulises. De él proceden muchas otras expresiones lexicalizadas como “canto de sirenas”, o llamar “sirenas” a esos incordios acústicos. Con estos procedimientos, los mitos se han ido acomodando a las nuevas circunstancias. Y no sólo en el lenguaje.

En realidad, toda la sociedad se asienta sobre un lecho de mitos en diferentes grados de descomposición y asimilación, del mismo modo que los árboles de un bosque se nutren del humus de sus hojas y los troncos de sus predecesores, creciendo sobre ese detritus. Los mitos siguen apuntalando la poesía, la pintura, la novela, el cine, la música… En definitiva, los mitos cumplen el papel de siempre: permiten que sigamos siendo la especie simbólica. La que no se conforma con constatar lo que hay. Capaz de explorar nuevas perspectivas, consciente de que el hombre es animal que sobrelleva muy escasa cuota de realidad. Nos permite hacer planes. De algún modo, nos facilita ser más libres. Un respeto.

 

La conexión entre individuo y cultura
El sabio que conquistó Hollywood

El psicólogo suizo Carl Gustav Jung (1875-1961), discípulo de Freud, acuñó el término “inconsciente colectivo”. Su teoría se fundamenta en la suma de los arquetipos, que es el material del que está fabricado el lenguaje simbólico, común a todas las culturas.

En “El héroe de las mil caras” (1949), el académico Joseph Campbell (1904-1987) describía los rasgos característicos del héroe mitológico. George Lucas basó su saga “La guerra de las galaxias” en las líneas maestras del libro, convirtiendo al autor en el nuevo gurú de Hollywood.