La realidad
es demasiado compleja y extensa para ser abarcada en su conjunto. Así
que, para funcionar en nuestra vida cotidiana, necesitamos puntos de
referencia simbólicos; funcionan como sencillos mapas y están
construidos con una materia prima especial: los mitos.
En uno de sus inquietantes relatos, Jorge Luis Borges imagina un imperio
donde los cartógrafos han llegado a tal grado de perfección, que el mapa
de una sola provincia ocupa toda una ciudad, y el del imperio, toda una
provincia. Pero, con el tiempo, incluso estos desmesurados planos llegan
a parecerles insuficientes, y deciden construir uno a tamaño natural.
Esta vez sí, el mapa coincide puntualmente con el imperio. Y, en
consecuencia, no sirve para absolutamente nada.
Este apólogo borgiano ilustra de modo muy elocuente el papel que
desempeñan en nuestras vidas el pensamiento simbólico y los mitos, las
más poderosas herramientas aparejadas por el ser humano, a mucha
distancia de la rueda, que no existiría sin ellos, al igual que el
ordenador con el que estoy escribiendo estas palabras. La realidad es,
en sí misma, tan inabarcable, contiene tal densidad de información, que
para movernos en ella necesitamos mapas, maquetas, modelos a escala
reducida. Interpretaciones, en suma. Y los mitos han sido –y siguen
siendo- el vínculo más eficaz para establecer todo tipo de coordenadas
cartográficas, desde la finalidad del universo hasta nuestros propios
destinos individuales.
Hace mucho tiempo que la palabra mito se desentendió de sus
aspectos más negativos, sinónimos de falso, opuestos a lo real.
Pero antes ya había tenido que superar el sentido asignado por las
sociedades primitivas, donde equivalían a la verdad absoluta.
Hoy solemos entender que los mitos primigenios son relatos con su propia
lógica y ámbito, que transcurren en ese Gran Tiempo en el que también se
instalan -pongamos por caso- los cuentos infantiles y su “Érase una
vez…”, o las sagas de "El señor de los anillos" y de "La guerra de
las galaxias" (“Hace mucho tiempo, en una lejana galaxia…”).
Los mitos son la materia prima de la que están amasadas las artes, las
literaturas, las filosofías y las religiones de la humanidad. Es decir,
algunas de sus aspiraciones o convicciones más hondas. Sólo algunos
empeños, como la ciencia occidental, han pretendido constituirse de
forma sistemática al margen del mito, planteando toda una sostenida
alternativa de cuantificaciones y verificaciones empíricas. Con ello, ha
logrado articular una racionalidad diferente, instaurando un pensamiento
individual diferenciado del común, con sus atributos propios, como la
libertad de expresión.
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Los mitos se encuentran circunscritos hoy a las salas de cine, los
parques temáticos o los estadios de fútbol y rock -
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Constantes narrativas
Las sagas cinematográficas repiten esquemas
narrativos similares a los relatos mitológicos, como en el caso de
“Matrix Revolutions” (Andy y Larry Wachowski, 2003). |
La mitología
ha cobrado especial protagonismo en los sistemas totalitarios
Pero, incluso en sociedades tan tecnificadas como las nuestras, las
mitologías desempeñan un papel esencial. Y han llegado a rebrotar con
especial virulencia en sistemas totalitarios como el comunismo o el
nazismo, por muy laicos y racionales que se pretendiesen en otros
órdenes. Basta una somera observación de su retahíla de himnos, emblemas
y liturgias para apreciar ese retorno, desde el “paraíso del
proletariado” de los unos, hasta el uso y abuso por parte de los otros
de sus nebulosas cosmogonías nibelungas, o la recuperación de símbolos
antiguos como la esvástica.
Otro tanto sucede en la moderna sociedad de consumo, que agrupa sus
mitos, ritos y delitos en fechas fuertemente arraigadas en el imaginario
colectivo: la Navidad, la Nochevieja, los ceremoniales iniciáticos de
bodas, bautizos y comuniones… Y, de hecho, nuestro mundo cristiano trata
de compatibilizar, bien que mal, el tiempo histórico con ese otro mítico
y litúrgico. Un tiempo que corre paralelo a lo largo del año mediante el
recordatorio cíclico de su gran modelo ejemplar, la vida de Jesucristo,
desde su nacimiento en la Navidad hasta su muerte en la Semana Santa.
Cuestión bien distinta es que esos intentos de conciliación se salden de
modo habitual con la orgía de consumo del cambio de año o los
embotellamientos en las carreteras.
Los mitos pueden haberse camuflado en nuestras sociedades modernas, pero
distan de haber sido erradicados. Cuentan con sus propias reservas
salvajes o parques nacionales protegidos, donde campan a sus anchas, en
museos, bibliotecas, salas de cine o de conciertos, estadios de fútbol,
e incluso parques temáticos que los invocan en sus marcas de fábrica.
Entre otras razones, porque la ciencia está lejos de hacerse cargo de
cuestiones tan trascendentes como el Amor, el Bien y el Mal, la
Libertad, la Muerte y muchas otras que comprometen a un ser humano hasta
sus mismos tuétanos. Y sin ellas, difícilmente podríamos establecer
nuestros valores y conducirnos en el día a día. Nuestros héroes y
modelos, admitámoslo, rara vez se basan en instancias racionales, sino
en confusas aspiraciones, cuyas últimas consecuencias ni siquiera los
propios interesados alcanzamos a entender.
Los relatos mitológicos conectan
nuestro intelecto con la cotidianidad
Los mitos nos ayudan en esa tarea. Más aún: al estructurarse en forma de
relatos, constituyen la urdimbre que vertebra nuestras estructuras
mentales, la trama de relaciones que nos permite navegar de un modo
selectivo y ordenado por esa confusión que constituye la realidad en
bruto. Quizá el papel de los auténticos poetas y artistas consista en
descubrir y establecer relaciones inéditas que nos ayuden a concebir el
mundo de un modo más rico y entramado. Mejor cableado y conectado en
red, que diríamos recurriendo al lenguaje informático. O al neuronal,
pues es de nuestro cerebro de donde surgen los mitos, para ayudarlo a
configurarse.
Por eso, los mitos de todas las culturas presentan paralelismos que
están lejos de ser casuales, de igual modo que no son azarosas las
coincidencias entre los modos de tejer de los distintos pueblos, o de
construir y decorar o de labrar la tierra. Así pudieron constatarlo los
especialistas en mitología comparada del siglo XIX, quienes al intentar
descodificar esas constantes terminaran convergiendo con los estudiosos
del folclore que iban estableciendo esos mismos motivos en la literatura
infantil o en las leyendas populares. O los psicoanalistas que, a partir
de Freud, se encontraban idénticos esquemas en los sueños, fantasías y
trastornos de sus pacientes.
Simbología común
La cruz gamada, o esvástica, representa la fortuna para los hindúes,
(relieve de Ubud, Bali). Hitler y los nacional-socialistas la escogieron
para simbolizar su ideología.
Mirada al futuro
Desde sus orígenes como especie, los seres humanos se sirvieron del mito
para prever sus necesidades futuras inmediatas (en la ilustración,
hombres de Neanderthal).
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Los hombres han sido capaces de crear un lenguaje simbólico, basado en
figuras mitológicas, que ha favorecido el proceso de desarrollo de su
mente -
Como consecuencia de estas tesis surgió la propuesta del psicólogo suizo
Carl Gustav Jung, quien sostenía que el inconsciente no sólo se
manifiesta en cada persona, sino también en el ámbito comunal. Y acuñó
el concepto de arquetipo para referirse a esos núcleos dinámicos de la
mente, auténticos cordones umbilicales que conectan al individuo con el
vasto reservorio mitológico de la especie. Lo que se traduce en una
serie de acuñaciones compartidas por los sueños de los individuos y los
mitos de las culturas, hasta configurar nuestro inconsciente colectivo,
ese manantial inagotable del que brotan todas las historias.
El gurú de Hollywood que siembra el éxito basándose en la mitología
comparada
El estadounidense Joseph Campbell partió de Jung para establecer una
serie de constantes narrativas, las mismas que hoy pueden sorprenderse
en las sagas de “Indiana Jones”, “El señor de los anillos”, “ Matrix”,
“Harry Potter” o “La guerra de las galaxias”. Todas ellas mantienen el
esquema del viaje del héroe, un elegido al que se encomienda una misión
que debe cumplir venciendo incontables obstáculos, pero tras la cual
verá reforzada su identidad. Coincidencia nada casual, ya que Campbell
ha sido el gurú de George Lucas y en la actualidad todos los manuales de
guión al estilo de Hollywood recogen sus esquemas. Sin embargo, éstos no
son sino el eslabón final de la mitología comparada emprendida por
estudiosos como James G. Frazer y proseguida por historiadores de las
religiones como Mircea Eliade o antropólogos como Claude Levi-Strauss.
Las verdaderas novedades han venido de otros campos e investigadores,
como Terrence Deacon, quien en 1997 publicó su libro “La especie
simbólica: la co-evolución del lenguaje y el cerebro”.
Por su carácter simbólico, los mitos han contribuido a fomentar la
comunicación
Deacon
abordó de modo brillante el papel desempeñado por el proceso de
simbolización en el desarrollo del cerebro humano. Nadie ha calibrado de
modo tan certero la importancia de los mitos para que el hombre haya
llegado a ser lo que es: la especie simbólica a la que se alude en el
título. Pues sólo el ser humano ha creado un lenguaje que no guarda
relación de necesidad con lo que significa, gracias a su capacidad de
simbolización, que le permite residir en un mundo virtual, con unas
coordenadas temporales y espaciales propias. Y el material con el que
está edificado ese habitáculo son los mitos. Gracias a ellos, los
humanos hemos construido un nicho comunicativo que ha optimizado los
cerebros, permitiéndonos establecer maquetas, mapas del mundo, sobre los
que se estructura y edifica nuestra mente, vertebrando en forma de
secuencias ordenadas los más complejos conceptos o averiguaciones
realizadas sobre el mundo.
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Imaginario colectivo
La cultura occidental intenta conjugar el tiempo
histórico con el mítico y litúrgico. Así se traduce en celebraciones
comunitarias como la Nochevieja (derecha, en la Puerta del Sol
madrileña) o la Semana Santa (abajo, procesión de la Virgen en Osuna,
Sevilla).
La odisea de Ulises, uno de los mitos
fundacionales de la conciencia europea
Tan importante es ese acuífero de mitos, que sin él se estancaría el
caudal de una sociedad, su capacidad de otear y prever nuevos
horizontes. Eso fue cierto para el hombre de las cavernas y su trazado
de estrategias, adelantándose a sus presas, sus depredadores o un medio
hostil. Pero también -pongamos por caso- para que los españoles
colonizaran América, tan a lomos de sus caballos y de la codicia como de
los mitos de El Dorado, de las Amazonas o de la California de los libros
de caballerías. Y todos los emigrantes que se acogen a la no menos
mítica promesa de una Tierra de Promisión. Los mitos no sólo operan en
sus propios dominios. Son el origen de todo un laborioso ciclo y
proceso.
En cierto modo, el lenguaje común y corriente es una mitología fósil y
abstracta, que un día estuvo viva y resultó tangible. Cuando decimos que
algo nos sirve como hilo de Ariadna o aludimos a un laberinto estamos
invocando un mito en estado semifósil, incorporado en tiempos al
lenguaje para vivificarlo. O, si afirmamos que tal empeño ha sido una
odisea, apelamos a uno de los mitos fundacionales de la conciencia
europea, y aun de la conciencia a secas: el de Ulises. De él proceden
muchas otras expresiones lexicalizadas como “canto de sirenas”, o llamar
“sirenas” a esos incordios acústicos. Con estos procedimientos, los
mitos se han ido acomodando a las nuevas circunstancias. Y no sólo en el
lenguaje.
En realidad, toda la sociedad se asienta sobre un lecho de mitos en
diferentes grados de descomposición y asimilación, del mismo modo que
los árboles de un bosque se nutren del humus de sus hojas y los troncos
de sus predecesores, creciendo sobre ese detritus. Los mitos siguen
apuntalando la poesía, la pintura, la novela, el cine, la música… En
definitiva, los mitos cumplen el papel de siempre: permiten que sigamos
siendo la especie simbólica. La que no se conforma con constatar lo que
hay. Capaz de explorar nuevas perspectivas, consciente de que el hombre
es animal que sobrelleva muy escasa cuota de realidad. Nos permite hacer
planes. De algún modo, nos facilita ser más libres. Un respeto.
La conexión entre individuo y
cultura
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El sabio que conquistó Hollywood
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El psicólogo suizo
Carl Gustav Jung (1875-1961), discípulo de Freud, acuñó el
término “inconsciente colectivo”. Su teoría se fundamenta en la suma
de los arquetipos, que es el material del que está fabricado el
lenguaje simbólico, común a todas las culturas. |
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En “El héroe de las mil caras” (1949), el
académico Joseph Campbell (1904-1987) describía los
rasgos característicos del héroe mitológico. George Lucas basó su
saga “La guerra de las galaxias” en las líneas maestras del libro,
convirtiendo al autor en el nuevo gurú de Hollywood. |
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