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EL REY DEL MUNDO

 

  RENÉ GUENÓN

 

 

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CAPÍTULO IV

 
LAS TRES FUNCIONES SUPREMAS

 

 

Según Saint-Yves, el jefe supremo del Agarttha lleva el título de Brahâtmâ (sería más correcto escribir Brahmâtmâ) «soporte de las almas en el Espíritu de Dios»; sus dos asesores son el Mahâtmâ, «que representa al Alma universal», y el Mahânga «símbolo de toda la organización material del Cosmos»[47]: es la división jerárquica que las doctrinas occidentales representan por el ternario «espíritu, alma, cuerpo», y que se aplica aquí según la analogía constitutiva del Macrocosmo y del Microcosmo. Importa precisar que estos términos, en sánscrito, designan propiamente principios, y que no pueden ser aplicados a seres humanos sino en tanto que éstos representan esos mismos principios, de suerte que, incluso en ese caso, están vinculados esencialmente a funciones, y no a individualidades. Según M. Ossendowski, el Mahâtmâ «conoce los acontecimientos del porvenir», y el Mahânga, «dirige las causas de esos acontecimientos»; en cuanto al Brahmâtmâ, puede «hablar a Dios cara a cara» [48], y es fácil comprender lo que eso quiere decir, si se recuerda que ocupa el punto central donde se establece la comunicación directa del mundo terrestre con los estados superiores y, a través de éstos, con el Principio supremo [49]. Por lo demás, la expresión de «Rey del Mundo», si se quisiera entenderla en un sentido restringido, y únicamente en relación al mundo terrestre, sería muy inadecuada; sería más exacto, bajo algunos aspectos, aplicar al Brahmâtmâ la de «Señor de los tres mundos» [50], ya que, en toda jerarquía verdadera, el que posee el grado superior posee al mismo tiempo y por eso mismo todos los grados subordinados, y estos «tres mundos» (que constituyen el Tribhuvana de la tradición hindú) son, como lo explicaremos un poco más adelante, los dominios que corresponden respectivamente a las tres funciones que enumerábamos hace un momento.

«Cuando sale del templo, dice M. Ossendowski, el Rey del Mundo irradia Luz divina». La Biblia hebraica dice exactamente lo mismo de Moisés cuando descendía del Sinaí [51], y hay que precisar, al respecto de esta aproximación, que la tradición islámica considera a Moisés como habiendo sido el «Polo» (El-Qutb) de su época; ¿no sería por esta razón, por lo demás, por lo que la Kabbala dice que Moisés fue instituido por Metatron mismo? Todavía convendría distinguir aquí entre el centro espiritual principal de nuestro mundo y los centros secundarios que pueden estarle subordinados, y que le representan solo en relación a tradiciones particulares, adaptadas más especialmente a pueblos determinados. Sin extendernos sobre este punto, haremos observar no obstante que la función de «legislador» (en árabe rasûl), que es la de Moisés, supone necesariamente una delegación del poder que designa el nombre de Manu; y, por otra parte, una de las significaciones contenidas en este nombre de Manu indica precisamente la reflexión de la Luz divina.

 

«El Rey del Mundo, dijo un lama a M. Ossendowski, está en relación con los pensamientos de todos aquellos que dirigen el destino de la humanidad… Conoce sus intenciones y sus ideas. Si complacen a Dios, el Rey del Mundo les favorecerá con su ayuda invisible; si desagradan a Dios, el Rey provocará su fracaso. Este poder se ha dado a Agharti por la ciencia misteriosa de Om, palabra por la que comenzamos todas nuestras plegarias». Inmediatamente después viene esta frase, que, para todos aquellos que tienen solo una vaga idea de la significación del monosílabo sagrado Om, debe ser una causa de estupefacción: «Om es el nombre de un antiguo santo, el primero de los Goros (M. Ossendowski escribe goro por guru), que vivió hace trescientos mil años». En efecto, esta frase es absolutamente ininteligible si no se piensa en esto: la época de que se trata, y que, por lo demás, no nos parece indicada más que de una manera muy vaga, es muy anterior a la era del presente Manu; por otra parte, el Adi-Manu o primer Manu de nuestro kalpa (puesto que Vaivaswata es el séptimo) es llamado Swâyambhuva, es decir, salido de Swayambhû, «El que subsiste por sí mismo», o el Logos eterno; ahora bien, el Logos, o aquél que le representa directamente, puede ser designado verdaderamente como el primero de los Gurus o «Maestros espirituales»; y, efectivamente, Om es en realidad un nombre del Logos [52].

 

Por otra parte, la palabra Om da inmediatamente la clave de la repartición jerárquica de las funciones entre el Brahmâtmâ y sus dos asesores, tal como ya lo hemos indicado. En efecto, según la tradición hindú, los tres elementos de este monosílabo sagrado simbolizan respectivamente los «tres mundos» a los que hacíamos alusión hace un momento, los tres términos del Tribhuvana: la Tierra (Bhû), la Atmósfera (Bhuvas) y el Cielo (Swar), es decir, en otros términos, el mundo de la manifestación corporal, el mundo de la manifestación sutil o psíquica, y el mundo en modo principial no manifestado[53]. Estos son, yendo de abajo a arriba, los dominios propios del Mahânga, del Mahâtmâ y del Brahmâtmâ, como se puede ver fácilmente remitiéndose a la interpretación de sus títulos que ha sido dada más atrás; y son las relaciones de subordinación que existen entre estos diferentes dominios las que justifican, para el Brahmâtmâ, la denominación de «Señor de los tres mundos» que hemos empleado precedentemente [54]: «Éste es el Señor de todas las cosas, el omnisciente (que ve en modo inmediato todos los efectos en su causa), el ordenador interno (que reside en el centro del mundo y le rige desde dentro, dirigiendo su movimiento sin participar en él), la fuente (de todo poder legítimo), el origen y el fin de todos los seres (de la manifestación cíclica cuya Ley representa)» [55]. Para servirnos también de otro simbolismo, no menos rigurosamente exacto, diremos que el Mahânga representa la base del triángulo iniciático, y el Brahmâtmâ su cima; entre los dos, el Mahâtmâ encarna en cierto modo un principio mediador (la vitalidad cósmica, el Anima Mundi de los hermetistas), cuya actuación se despliega en el «espacio intermediario»; y todo esto es figurado muy claramente por los caracteres correspondientes del alfabeto sagrado que Saint-Yves denomina vattan y M. Ossendowski vatannan, o, lo que equivale a lo mismo, por las formas geométricas (línea recta, espiral y punto) a las cuales se reducen esencialmente los tres mâtrâs o elementos constitutivos del monosílabo Om.

 

Expliquémonos más claramente todavía: al Brahâtmâ pertenece la plenitud de los dos poderes sacerdotal y real, considerados principialmente y en cierto modo en el estado indiferenciado; estos dos poderes se distinguen después para manifestarse, y el Mahâtma representa más especialmente el poder sacerdotal, mientras que el Mahânga representa el poder real. Esta distinción corresponde a la de los Brâhmanes y de los Kshatriyas; pero, por lo demás, al estar «más allá de las castas», el Mahâtmâ y el Mahânga tienen en sí mismos, tanto como el Brahmâtmâ, un carácter a la vez sacerdotal y real. A este propósito, precisaremos también un punto que parece no haber sido explicado nunca de una manera satisfactoria, y que, no obstante, es muy importante: hemos hecho alusión precedentemente a los «Reyes Magos» del Evangelio, como uniendo en ellos los dos poderes; diremos pues ahora que estos personajes misteriosos no representan en realidad nada más que los tres jefes del Agarttha [56]. El Mahânga ofrece a Cristo el oro y le saluda como «Rey»; el Mahâtma le ofrece el incienso y le saluda como «Sacerdote»; y finalmente, el Brahmâtmâ le ofrece la mirra (el bálsamo de incorruptibilidad, imagen del Amritâ) [57] y le saluda como «Profeta» o Maestro espiritual por excelencia. El homenaje rendido así a Cristo naciente, en los tres mundos que son sus dominios respectivos, por los representantes auténticos de la tradición primordial, es al mismo tiempo, obsérvese bien, la prenda de la perfecta ortodoxia del Cristianismo al respecto de ésta.

 

Naturalmente, M. Ossendowski no podía contemplar consideraciones de este orden; pero si hubiera comprendido algunas cosas más profundamente de lo que las ha comprendido, habría podido observar al menos la rigurosa analogía que existe entre el ternario supremo del Agarttha y el del Lamaísmo tal como lo indica: el Dalaï-Lama, «que realiza la santidad (o la pura espiritualidad) de Buddha», el Tashi-Lama, «que realiza su ciencia» (no «mágica» como el autor parece creerlo, sino más bien «teúrgica»), y el Bogdo-Khan, «que representa su fuerza material y guerrera»; es exactamente la misma repartición según los «tres mundos». Y habría podido incluso hacer esta observación tanto más fácilmente cuanto que él mismo había indicado que «la capital de Agharti recuerda a Lhassa donde el palacio del Dalaï-Lama, el Potala, se encuentra en la cima de una montaña recubierta de templos y de monasterios»; por lo demás, esta manera de expresar las cosas es errónea puesto que invierte las relaciones, ya que, en realidad, es de la imagen de la que se puede decir que recuerda al prototipo, y no lo contrario. Ahora bien, el centro del Lamaísmo no puede ser más que una imagen del verdadero «Centro del Mundo»; pero todos los centros de este género presentan, en cuanto a los lugares donde están establecidos, ciertas particularidades topográficas comunes, ya que estas particularidades, muy lejos de ser indiferentes, tienen un valor simbólico incontestable y, además, deben estar en relación con las leyes según las cuales actúan las «influencias espirituales»; esa es una cuestión que depende propiamente de la ciencia tradicional a la que se puede dar el nombre de «geografía sagrada».

 

Hay todavía otra concordancia no menos destacable: Saint-Yves, al describir los diversos grados o círculos de la jerarquía iniciática, que están en relación con algunos números simbólicos, que se refieren concretamente a las divisiones del tiempo, termina diciendo que «el círculo más elevado y más cercano al centro misterioso se compone de doce miembros, que representan la iniciación suprema y que corresponden, entre otras cosas, a la «zona zodiacal». Ahora bien, esta constitución se encuentra reproducida en lo que se llama el «consejo circular» del Dalaï-Lama, formado de los doce grandes Namshans (o Nomekhans); y se la encuentra también, por lo demás, hasta en algunas tradiciones occidentales, concretamente en las que conciernen a los «Caballeros de la Tabla Redonda». Agregaremos también que los doce miembros del círculo interior del Agarttha, desde el punto de vista del orden cósmico, no representan simplemente a los doce signos del Zodiaco, sino también (y estamos tentados a decir «más bien», aunque las dos interpretaciones no se excluyen) a los doce Adityas, que son otras tantas formas del sol, en relación con esos mismos signos zodiacales[58]: Y naturalmente, lo mismo que Manu Vaivaswata es llamado «hijo del Sol», el «Rey del Mundo» tiene también el Sol entre sus emblemas [59].

 

La primera conclusión que se desprende de todo esto, es que hay verdaderamente lazos bien estrechos entre las descripciones que, en todos los países, se refieren a centros espirituales más o menos ocultos, o al menos difícilmente accesibles. La única explicación plausible que pueda darse de ello, es que, si esas descripciones se refieren a centros diferentes, como así parece en algunos casos, estos centros no son por así decir más que emanaciones de un centro único y supremo, lo mismo que todas las tradiciones particulares no son en suma sino adaptaciones de la gran tradición primordial.

 

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[47] M. Ossendowski escribe Brahytma, Mahytma y Mahynga.

[48] Se ha visto más atrás que Metatron es el «Ángel de la Faz».

[49] Según la tradición extremo oriental, el «Invariable Medio» es el punto donde se manifiesta la «Actividad del Cielo».

[50] A aquellos que se sorprendan de una tal expresión, podríamos preguntarles sin han reflexionado alguna vez en lo qué significa el triregnum, la tiara con tres coronas que es, con las llaves, una de las principales insignias del Papado.

[51] Se dice también que Moisés debió cubrir entonces su rostro con un velo para hablar al pueblo que no podía soportar su resplandor (Exodo, XXIV, 29, 35); en el sentido simbólico, esto indica la necesidad de una adaptación exotérica para la multitud. Recordamos a este propósito la doble significación de la palabra «revelar», que puede querer decir «apartar el velo», pero también «recubrir de un velo»; y es así como la palabra manifiesta y vela a la vez el pensamiento que expresa.

[52] Este nombre se encuentra también, de una manera bastante sorprendente, en el antiguo simbolismo cristiano, donde, entre los signos que sirvieron para representar a Cristo, se ha encontrado uno que ha sido considerado más tarde como una abreviación de Ave Maria, pero que fue primitivamente un equivalente de aquél que reunía las dos letras extremas del alfabeto griego, alfa y omega, para significar que el Verbo es el principio y el fin de todas las cosas; en realidad, el símbolo en cuestión es incluso más completo, ya que significa el principio, el medio y el fin. Este signo  se descompone en efecto en AVM, es decir, en las tres letras latinas que corresponden exactamente a los tres elementos constitutivos del monosílabo Om (puesto que la vocal o, en sánscrito, está formada por la unión de a y de u). La aproximación de este signo Aum y del swastika, tomados el uno y el otro como símbolos de Cristo nos parece particularmente significativa desde el punto de vista en donde nos colocamos. Por otra parte, todavía es menester precisar que la forma de este mismo signo presenta dos ternarios dispuestos en sentido inverso el uno del otro, lo que es de hecho, a ciertos respectos, un equivalente del «sello de Salomón»: si se considera a éste bajo la forma  donde el trazo medio horizontal precisa la significación general del símbolo al señalar el plano de reflexión o la «superficie de las Aguas», se ve que las dos figuras conllevan el mismo número de líneas y que no difieren en suma más que por la disposición de dos de éstas, que, horizontales en una, devienen verticales en la otra.

[53] Para desarrollos más amplios sobre esta cuestión de la concepción de los «tres mundos» estamos obligados a reenviar a nuestras precedentes obras, El Esoterismo de Dante y El Hombre y su devenir según el Vêdânta. En la primera, hemos insistido, sobre todo, sobre la correspondencia de estos mundos, que son propiamente estados del ser, con los grados de la iniciación. En la segunda, hemos dado concretamente la explicación completa, desde el punto de vista puramente metafísico, del texto de la Mândûkya Upanishad, en el que está expuesto enteramente el simbolismo de que se trata aquí; lo que tenemos en vista al presente es solo una aplicación particular del mismo.

[54] En el orden de los principios universales, la función del Brahmâtmâ se refiere a Ishwara, la del Mahâtmâ a Hiranyagarbha, y la del Mahânga a Virâj; sus atribuciones respectivas podrían deducirse fácilmente de esta correspondencia.

[55] Mândûkya Upanishad, shruti 6.

[56] Saint-Yves dice bien que los tres «Reyes Magos» habían venido del Agarttha, pero sin aportar ninguna precisión a este respeto. — Los nombres que les son atribuidos ordinariamente son sin duda fantasiosos, salvo, no obstante, el de Melki-Or, en hebreo «Rey de la Luz», que es bastante significativo.

[57] El Amritâ de los Hindúes o la Ambrosía de los Griegos (dos palabras etimológicamente idénticas), brebaje o alimento de inmortalidad, era figurado también concretamente por el Soma védico o el Haoma mazdeísta. — Los árboles de resinas incorruptibles desempeñan un papel importante en el simbolismo; en particular, han sido tomados a veces como emblemas de Cristo.

[58] Se dice que los Adityas (salidos de Aditi o lo «Indivisible») fueron primero siete antes de ser doce, y que su jefe era entonces Varuna. Los doce Adityas son: Dhâtri, Mitra, Aryaman, Rudra, Varuna, Sûrya, Bhaga, Vivaswat, Pûshan, Savitri, Twashtri y Vishnu. Son otras tantas manifestaciones de una esencia única e indivisible; y se dice también que estos doce soles aparecerán todos simultáneamente en el fin del ciclo, reentrando entonces en la unidad esencial y primordial de su naturaleza común. — En los Griegos, los doce grandes Dioses del Olimpo están también en correspondencia con los doce signos del Zodiaco.

[59] El símbolo al que hacíamos alusión es exactamente el que la liturgia católica atribuye a Cristo cuando le aplica el título de Sol Justitiae; el Verbo es efectivamente el «Sol espiritual», es decir, el verdadero «Centro del Mundo»; y, además, esta expresión de Sol Justitiae se refiere directamente a los atributos de Melki-Tsedeq. Hay que observar también que el león, animal solar, es, en la antigüedad y en la edad media, un emblema de la justicia al mismo tiempo que del poder; el signo del león (Leo) es, en el Zodiaco, el domicilio propio del Sol. — El Sol de doce rayos puede ser considerado como representando a los doce Adityas; desde otro punto de vista, si el Sol figura a Cristo, los doce rayos son los doce Apóstoles (la palabra apostolos significa «enviado», y los doce rayos son también «enviados» por el Sol). Por lo demás, se puede ver en el número de los doce Apóstoles una marca, entre muchas otras, de la perfecta conformidad del Cristianismo con la tradición primordial.


 

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