TARTESSOS

 
                                                     

LUGAR DE LA TRADICIÓN ATLANTE EN EL MANVANTARA

 

  RENE GUENON

 

 

   

Artículo II,2 de Formes traditionnelles et cycles cosmiques, Gallimard, París 1970

 

 

 

 

Avienus. Osa Mayor, Osa Menor y el Dragón. Grabado s. XV

 

Anteriormente, bajo el título "Atlántida e Hiperbórea", hemos señalado la confusión que se hace demasiado a menudo entre la Tradición primordial, originalmente "polar" en el sentido literal de la palabra, y cuyo punto de partida es el mismo del actual Manvántara, y la tradición derivada y secundaria que fue la atlante, relacionada con un período mucho más limitado. Hemos dicho entonces, y también en otros lugares en distintas oportunidades,1 que esta confusión puede explicarse, en cierta medida, por el hecho de que los centros espirituales subordinados estaban constituidos a imagen del Centro Supremo, y se les habían aplicado las mismas denominaciones. Es así como la Tula atlante, cuyo nombre se ha conservado en América Central, adonde fue llevado por los toltecas, debió de ser la sede de un poder espiritual que era como una emanación del de la Tula hiperbórea; y, como este nombre de Tula designa la Balanza, su doble aplicación está en estrecha relación con la transferencia de esa misma designación desde la constelación polar de la Osa Mayor al signo zodiacal que aún hoy lleva el nombre de Libra. También es con la tradición atlante que hay que relacionar la transferencia del sapta-riksha (la morada simbólica de los siete Rishis) en cierta época desde la misma Osa Mayor a las Pléyades, constelación igualmente formada por siete estrellas, pero de situación zodiacal; lo que no deja ninguna duda al respecto, es que se decía de las Pléyades que eran hijas de Atlas y, como tales, se les llamaba también Atlántides. 

Todo esto está de acuerdo con la situación geográfica de los centros tradicionales, ligada ella misma tanto con las características propias de estos, como con su lugar respectivo en el periodo cíclico, pues todo se vincula aquí mucho más estrechamente de lo que podrían suponer aquéllos que ignoran las leyes de ciertas correspondencias. Hiperbórea corresponde evidentemente al Norte, y la Atlántida al Occidente; y es notable que las mismas designaciones de estas dos regiones, netamente distintas sin embargo, puedan prestarse igualmente a confusión, habiéndoseles aplicado a una y a otra nombres de idéntica raíz. En efecto, se encuentra esta raíz, bajo formas diversas como hiber, iber o eber, y también ereb por transposición de las letras, designando al mismo tiempo la región del invierno, es decir el Norte, la región de la tarde, o del sol poniente, o sea el Occidente, y los pueblos que habitan la una y la otra; este hecho es también, evidentemente, de igual orden que los que acabamos de recordar. 

La posición misma del centro atlante en el eje Oriente-Occidente indica su subordinación con respecto al centro hiperbóreo, situado en el eje polar Norte-Sur. Efectivamente, aunque el conjunto de ambos ejes forme, en el sistema completo de las seis direcciones del espacio, lo que puede llamarse una cruz horizontal, no por eso ha de dejar de considerarse al eje Norte-Sur como relativamente vertical con respecto al eje Oriente-Occidente, según hemos explicado en otro lugar.2 Incluso puede darse al primero de estos dos ejes, de acuerdo con el simbolismo del ciclo anual, el nombre de eje solsticial, y al segundo el de eje equinoccial; y esto permite comprender que el punto de partida que se da al año no sea el mismo en todas las formas tradicionales. El punto de partida que puede llamarse normal, el que está en conformidad directa con la Tradición primordial, es el solsticio de invierno; el hecho de que comience el año en uno de los equinoccios indica la vinculación con una tradición secundaria, como la tradición atlante. 

Por otra parte, situándose esta última en una región que corresponde a la tarde en el ciclo diurno, ha de considerársela como perteneciente a una de las últimas divisiones del ciclo de la actual humanidad terrestre, luego como relativamente reciente; y, de hecho, sin intentar dar unas precisiones que serían difícilmente justificables, puede decirse que pertenece con seguridad a la segunda mitad del Manvántara actual.3 Por otra parte, como el otoño en el año corresponde a la tarde en el día, puede verse una alusión directa al mundo atlante en aquello que indica la tradición hebrea (cuyo nombre es además de los que señalan un origen occidental): que el mundo fue creado en el equinoccio de otoño (el primer día del mes de Thishri, según cierta transposición de las letras de la palabra Bereshith); y quizá sea esta también la razón más inmediata (hay otras de orden más profundo) de la enunciación de la "tarde" (ereb) por delante de la "mañana" (boquer) en el relato de los "días" del Génesis.4 Esto podría encontrar una confirmación en el hecho de que el significado literal del nombre de Adán es "rojo", habiendo sido la tradición atlante precisamente la de la raza roja; y también parece que el diluvio bíblico corresponde directamente al cataclismo en el que desapareció la Atlántida, y que, en consecuencia, no debe identificarse con el diluvio de Satyavrata que, según la tradición hindú, salida directamente de la Tradición primordial, precedió inmediatamente el comienzo de nuestro Manvántara.5 Desde luego, este sentido que puede llamarse histórico no excluye de ninguna manera los otros; por otra parte no hay que perder de vista que, según la analogía que existe entre un ciclo principal y los ciclos secundarios en los cuales se subdivide, todas las consideraciones de este orden son siempre susceptibles de aplicaciones a distinto grado; pero lo que queremos decir, es que parece claro que el ciclo atlante se haya tomado como base en la tradición hebrea, ya sea por otra parte que la transmisión se hiciera por intermedio de los egipcios, lo que al menos nada tiene de improbable, o por cualquier otro medio. 

Si hacemos esta última reserva, es porque parece particularmente difícil determinar cómo se hizo la unión de la corriente venida de Occidente, después de la desaparición de la Atlántida, con otra corriente descendida del Norte procedente directamente de la Tradición primordial, unión de la que debía resultar la constitución de las diferentes formas tradicionales propias de la última parte del Manvántara. En todo caso, no se trató ahí de una reabsorción pura y simple, en la Tradición primordial, de lo que había salido de ella en una época anterior; se trató de una especie de fusión entre formas previamente diferenciadas, para dar nacimiento a otras adaptadas a nuevas circunstancias de tiempo y lugar; y el hecho de que las dos corrientes aparezcan así como en cierta manera autónomas puede contribuir también a alimentar la ilusión de una independencia de la tradición atlante. Sin duda, si quisieran investigarse las condiciones en que esta reunión se operó, habría que dar una importancia especial a la Céltida y a la Caldea, cuyos nombres, que son el mismo, designaban en realidad no a un pueblo en particular, sino a una casta sacerdotal; pero ¿quién sabe hoy lo que fueron las tradiciones celta y caldea, así como por otra parte la de los antiguos egipcios? Nunca podría uno ser demasiado prudente cuando se trata de civilizaciones completamente desaparecidas, y desde luego no son las tentativas de reconstitución a las que se entregan los arqueólogos profanos las susceptibles de aclarar la cuestión; pero no es menos cierto que muchos vestigios de un pasado olvidado surgen de la tierra en nuestra época, y esto no puede ser sin una razón. Sin arriesgar la más mínima predicción sobre lo que podrá resultar de estos descubrimientos, cuyo posible alcance son generalmente incapaces de suponer quienes los efectúan, ciertamente hay que ver ahí un "signo de los tiempos": ¿no debe reencontrarse todo al final del Manvántara, para servir de punto de partida en la elaboración del ciclo futuro?

 

 

Traducción: J. M. R.
 

 

 

 

 

 
 
NOTAS
* Publicado originalmente en la revista Voile d'Isis, agosto-septiembre 1931.
1 Ver especialmente El Rey del Mundo.
2 Ver nuestro estudio sobre El Simbolismo de la Cruz.
3 Pensamos que la duración de la civilización atlante debió ser igual a la de un "gran año" entendido en el sentido del semiperíodo de la precesión de los equinoccios; en cuanto al cataclismo que le puso fin, algunos datos concordantes parecen indicar que tuvo lugar siete mil doscientos años antes del año 720 del Kali-Yuga, año este que es el punto de partida de una era conocida, pero cuyo origen y significado ya no parecen conocer aquéllos que aún la emplean actualmente.
4 Entre los árabes, igualmente, la costumbre es contar las horas del día a partir del maghreb, es decir de la puesta del sol.
5 Por el contrario, los diluvios de Deucalión y Ogigia, entre los griegos, parecen referirse a períodos aún más limitados y a cataclismos parciales posteriores al de la Atlántida.