El cuestionamiento del que vienen siendo objeto los
trascendentales descubrimientos realizados en la antigua ciudad karistia de
Belella (que no el romanizado Veleia), viene a demostrar que nada ha
cambiado en este país desde hace milenios, en relación con la valoración que
entre nosotros se hace de todos aquellos descubrimientos arqueológicos que
por ser trascendentales, se ven sistemáticamente despreciados y ninguneados.
Sí, desdeñados más o menos en la misma medida en que se ven enaltecidos y
pregonados los que se producen más allá de los Pirineos...
Veinte años han
estado repitiendo los directores de las excavaciones de Atapuerca que todos
los descubrimientos cruciales que en ella se han producido probaban nuestra
ascendencia africana, habiéndose tenido que desdecir de todo ello hace
solamente un mes, para pasar a suscribir mi vieja tesis respecto a la
filiación europea de nuestros antepasados los primeros Sapiens,
abrumadoramente probada ya por los estudios de Biología Molecular a partir
del ADN...
La idea (que nos inculcó el Imperio Romano y que ha remachado
durante dos milenios su heredera espiritual la Iglesia Católica), de que
nada digno de mención había sucedido jamás en tierras de la antigua Hiberia,
apta sólo para adoptar y copiar las innovaciones llegadas de fuera e,
incapaz, por mor de su salvajismo e incuria, de crear nada nuevo que pudiera
contribuir al desarrollo y progreso de la Civilización, se encuentra en la
raíz de ese profundo complejo de inferioridad que padecen desde hace siglos
las gentes de todas las regiones de la Península Hibérica y que se halla en
el origen de su atraso secular y del menosprecio en que son tenidas por las
naciones de nuestro entorno euroccidental. El famoso ¡Que inventen ellos!
unamuniano, proferido por todo un catedrático de la Pulchra Salmantina,
resume magistralmente cuanto acabo de decir...
Veamos. Hasta que, primero a
través de Internet y más tarde en varios de mis libros, puse de manifiesto
la inconsistencia de la interpretación dada por sus descubridores a los
hallazgos realizados en Iruña-Belella, advirtiendo de que su famosa estampa
del Calvario (realizada doscientos y pico años después de que se produjese
la supuesta Crucifixión de Jesucristo), venía a confirmar el carácter
netamente fabuloso de todos los hechos narrados en los Evangelios y que
beben en la más rancia Mitología cantábrica..., nadie había manifestado la
más mínima reserva respecto a la autenticidad de lo descubierto en esa
antigua urbe basko-karistia del entorno de la ciudad de Biztoria Gasteliz.
(O Vitoria Gasteiz como hoy se la conoce, corrompiendo y degradando su
verdadero e ilustrísimo nombre: lo de siempre). En suma, que todo era
euforia y entusiasmo respecto a lo hallado en Belella cuando, a tenor de la
miope lectura que se había hecho de todo ello, carecía de trascendencia
alguna y no ponía en tela de juicio ninguna de las verdades establecidas. Y
sin embargo, cuando el binomio tradicional académico-eclesiástico que ha
monopolizado y manipulado la Cultura y el Conocimiento durante siglos, ha
leído en mis libros que el ya famoso Calvario alabés, constituye la prueba
irrefragable del monumental fraude que subyace
tras la interpretación vigente en relación con los orígenes del
Cristianismo, todas las certezas del primer momento se han convertido en
vacilaciones y en dudas y, a pesar de contarse con un repertorio
impresionante de dataciones coincidentes, obtenidas en acreditados
laboratorios extranjeros por encima de toda sospecha, incluso los propios
autores de los hallazgos reniegan hoy de ellos y relativizan su autenticidad
y su importancia con argumentos tan endebles como el de que todo cuando se
ha descubierto en Belella contradice cuanto sabemos o creemos saber sobre
las materias con las que esos hallazgos se relacionan...
La falsedad de las
pinturas de Altamira Cuando en el siglo XIX se descubrieron los frescos
polícromos de Altamira, era dogma de fe que Dios había creado el mundo hacía
alrededor de 5000 años. Y sin embargo, en aquella prodigiosa bóveda pétrea
aparecían reproducidos unos animales que, como el bisonte, habían
desaparecido de las costas cantábricas en pleno Paleolítico Superior, por lo
menos 6 ó 7.000 años antes. ¿Cómo podía ser que Dios hubiera creado el mundo
y a Adán y Eva hace cinco mil años y que, por lo menos diez mil años antes
ya apareciesen bisontes, pintados por seres humanos, en una gruta de la
atrasada, salvaje e históricamente anodina costa cantábrica? Los clérigos
franceses que por aquellas calendas dominaban y mangoneaban el cotarro
arqueológico no lo dudaron ni un instante y decretaron algo parecido a lo
que hoy empieza a insinuarse respecto a los hallazgos de Belella: que todo
era un fraude y que había sido el propio Marcelino Sanz de Sautuola, su
descubridor, aficionado a la Arqueología y a la Pintura, quien había pintado
aquellos maravillosos bisontes... Como siempre, los pusilánimes científicos
españoles dijeron amén y ahí acabó la historia..., hasta que bastantes años
más tarde los propios Franceses descubrieron pinturas similares y, entonces
sí, no sólo certificaron su autenticidad sino que, ¡cómo no!, hicieron a las
suyas mucho más antiguas que las descubiertas a orillas del Cantábrico... E
incluso tuvieron la desfachatez de bautizar como magdaleniense al período
paleolítico al que pertenecen las pinturas de Altamira, cuando éstas
aventajan amplísimamente, por su categoría artística, a todas las
descubiertas en suelo francés. La destrucción sistemática de la memoria
histórica Las fuentes históricas propiamente hibéricas han sido literalmente
borradas del mapa. Y ello reza tanto para las antiguas como para las
modernas. Porque si las primeras fueron destruidas por Roma, estas últimas
han acabado conociendo la misma suerte, aunque a través de unos
procedimientos más sibilinos: ante la imposibilidad de poder destruir la
memoria, recogida en piezas arqueológicas, en tradiciones populares, en
leyendas y hasta en viejos legajos milagrosamente conservados, se ha apelado
al más eficaz y artero de todos los ardides posibles, tildando de mendaces,
apócrifos y falsos todos aquellos hallazgos o vetustas noticias históricas
que contradicen o ponen en solfa la verdad de la doctrina de la Iglesia. Con
lo que, perdidos o destruidos los viejos textos históricos hibéricos y
descalificados como apócrifos los modernos, se comprende bien el desdén con
el que las Antigüedades hibéricas han venido siendo contempladas desde hace
siglos, no sólo por los extraños sino, lo que es mucho más grave, por los
propios. Una historia de la que el episodio de Belella vuelve a ofrecernos
una nueva y reveladora entrega...
La destrucción del legado literario hibérico no es sino un triste paralelo
de la devastación sufrida por su acervo arqueológico. ¿Qué queda hoy de los
cientos de ciudades y villas anteriores a la dominación romana?
Prácticamente nada. Y eso para que después vengan a decirnos que Roma
enriqueció a Hispania con su cultura... La ciudad de Roma -y en general
muchas urbes de Italia- sigue estando, aún hoy, preñada de espléndidos
vestigios de su pasado. ¿Qué queda de las antiguas metrópolis hispanas,
algunas tan importantes como Roma y, por supuesto, infinitamente más
antiguas? ¡Ni una piedra! Los libros plúmbeos del Sacromonte La exposición
de Las Edades del hombre que hacia el año 1990 se celebrara en la Catedral
de Burgos, incluyó entre los preciosos incunables y rarísimas ediciones que
se mostraron al público, un libro del siglo XVI que se conserva en el
Archivo de la Catedral de Palencia; su autor, Adán Centurión, Marqués de
Estepa. Su título: Traducción de los libros en árabe escritos en láminas de
plomo que con las reliquias de los santos Cecilio, Hiscio y Thessiphon... se
hallaron... cerca de Granada.
Recurro al libro editado con motivo de la
exposición, para exponer las peculiares circunstancias que determinaron la
redacción de esta rara obra: En 1595 tuvo lugar en Granada, aguas arriba del Darro, el descubrimiento de unas planchas de plomo en las que se anunciaba
que en aquel lugar estaban sepultadas las reliquias de los varones
apostólicos Cecilio, Hiscio y Thessiphon, discípulos de Santiago
martirizados en tiempos de Nerón. Una excavación más sistemática del lugar
sacó a la luz un verdadero libro escrito en láminas de plomo con el relato
de la predicación de Santiago y sus discípulos, coloquios del apóstol con la
Virgen María, etc., en los que se propugnaba un sincretismo de Cristianismo
e Islam. El descubrimiento conmocionó a toda España y en Granada originó una
corriente de fervor popular hacia las reliquias recién halladas. El Obispo
don Pedro Vaca de Castro se declaró decidido partidario de la autenticidad
del hallazgo, mientras que muchos eruditos y teólogos contemporáneos lo
consideraron fraudulento, burda falsificación de un conocedor de la lengua
árabe. En 1682 Inocencio XI acabó con la polémica, declarando que los libros
plúmbeos granadinos eran producto de la ficción humana y estaban destinados
a la ruina del Cristianismo. Por si fuera poco y, como ha sucedido en otras
ocasiones, algunos de los escritos hallados en Granada estaban redactados en
latín, en tanto que otros lo estaban en castellano. Podemos imaginar el
horror con que la jerarquía eclesiástica supo de esos textos escritos en
castellano hace dos mil años, cuando la doctrina oficial de la Iglesia,
prohijada por el mundo académico, es la de que la lengua castellana, al
igual que todas las romances, se formó hace mil años por corrupción de la
latina... Si la Iglesia anatematizó como fraudulentos los libros plúmbeos
fue para evitar tener que hacer frente a determinadas informaciones
contenidas en ellos que ponían en entredicho toda la doctrina oficial sobre
los orígenes del Cristianismo. Algo parecido a lo que acontece hoy con los
hallazgos de Belella y a lo que sucedió ha poco con los polémicos
Manuscritos de Kumrán o del Mar Muerto. Porque de algunos de los textos
recogidos en éstos se desprende nítida la evidencia de que el culto a la
figura de Cristo existía entre los Judíos Esenios muchos años antes de que
naciese Jesús. Y si destaco la fratría de esos Esenios es porque fueron
éstos, entre todos los Judíos, los que más clara conciencia conservaron de
su filiación hibérica, sosteniendo que el Paraíso Terrenal había estado
situado en algún
punto del litoral septentrional de la Península Hibérica. De aquella a la
que ellos llamaban Sepharad, por corrupción de Hespérida... El carácter
enormemente comprometedor que para las religiones judía y cristiana tienen
los escritos de Kumrán, justifica todo el cúmulo de episodios rocambolescos
que se han venido produciendo desde su ya lejano descubrimiento, explicando
al propio tiempo el porqué de que lo más granado de los tales
manuscritos..., permanezca inédito desde que fueran descubiertos en 1947...
Nada menos que más de medio siglo de maniobras dilatorias y de la más
vergonzante labor de ocultamiento. Que nadie dude de que si los manuscritos
de Kumrán hubieran sido descubiertos en cualquier país de su órbita, el
Vaticano no habría tardado ni un instante en descalificarlos como apócrifos
y falsos, destruyéndolos sin contemplaciones si hubiera estado en su mano...
Más o menos lo mismo que ha sucedido siempre que en España se ha producido
algún hallazgo arqueológico significativo y comprometedor: la jerarquía
española se ha apresurado a enviarlo al Vaticano..., en donde se ha perdido
toda pista de él... De hecho, a la Santa Sede le faltó el tiempo para enviar
una embajada a Vitoria Gasteiz cuando se produjeron los hallazgos de Belella,
habiéndose insinuado por parte de algunos la conveniencia de que las piezas
más significativas y en particular el Calvario, fuesen depositados en ese
detestable Museo Vaticano al que han ido a parar muchos de los mayores
tesoros arqueológicos descubiertos en Europa en el decurso de los dos
últimos milenios, privando a los países en los que fueron descubiertos -y a
la propia Ciencia- de la propiedad y el dominio y control sobre ellos...
¡Qué vergüenza! Sí, ¡qué vergüenza! que nos mostremos tan incapaces de
valorar lo que somos, como para desacreditar todo aquello que se descubre
entre nosotros o sobre nosotros, siempre predispuestos a enaltecer todo lo
extraño, lo de fuera, con el mismo entusiasmo y la misma pobreza de espíritu
con que arremetemos contra lo propio, desacreditándolo y envileciéndolo...
Y, por cierto, que nadie se aferre para desacreditar su autenticidad al
hecho de que en el rótulo del Calvario de Belella se lea RIP en vez del más
común INRI, porque la lectura que hoy se hace de ambas inscripciones, en
tanto que siglas latinas, es demencial y aberrante. En uno y otro caso se
trata de sendos epítetos cantábricos, levemente retocados, del propio
Cristo... Ha sido tradición inmemorial la de acompañar las representaciones
de los Dioses de rótulos o inscripciones en las que se reproducía alguno o
algunos de sus nombres. Como informaciones aclaratorias, preciosas,
destinadas a la posteridad...