...
y
a su predecesor
y
antiguo profesor Emiliano Aguirre
Aunque hace algunos meses que una investigadora
de vuestro equipo, tras estudiar los dientes de todos los homínidos hallados
hasta el presente y compararlos con el descubierto recientemente en
Atapuerca y al que se atribuye una edad bastante superior al millón
de años, ya se manifestó en términos semejantes, jamás hasta la fecha os
habíais pronunciado de la forma como acabáis de hacerlo, a renglón seguido de la
clausura del Segundo Seminario Internacional de Paleoecología Humana que
se ha celebrado en Burgos en los primeros días del mes de Noviembre.
Podéis imaginar la sorpresa de todos cuando, tras veniros escuchando durante
décadas que todos los descubrimientos realizados en Atapuerca
constituían la prueba definitiva y concluyente de nuestro pretendido origen
africano, "nos desayunamos" con la siguiente noticia difundida por la
Agencia EFE y publicada a partir del sábado 10 de Noviembre 2007 en
numerosos diarios españoles:
El equipo de Atapuerca insiste en que
el origen del hombre no está en África,
sino en Eurasia
Contracorriente
El origen del
género Homo no está en África,
tal y como se ha defendido históricamente y como mantiene parte de la comunidad
científica internacional, sino en Eurasia, desde donde se extendió
a otras partes del planeta.
Esta es la principal conclusión del segundo
Seminario Internacional de Paleoecología Humana celebrado en Burgos, según ha
avanzado José María Bermúdez de Castro, codirector del equipo científico
de Atapuerca, quien ha señalado que se hace necesario impulsar un gran
debate sobre esta cuestión. José María Bermúdez ha precisado que ésta no es una
verdad absoluta, sino una hipótesis científica que se plantea para su debate por
parte de la comunidad internacional y avanzar con ello a un mejor conocimiento
de la evolución humana. Según ha explicado al exponer las conclusiones del
seminario, es «indiscutible» que el origen de los homínidos está en África,
aunque la duda surge en el origen de la especie Homo, a la que pertenecemos
los humanos. En su opinión el denominado "Homo Habilis", con origen
africano, es en realidad un Austrolopitecus Habilis.
Según ha dicho, los yacimientos georgianos de
Damanisi, donde se han encontrado restos fósiles del "Homo Georgicus" con
una antigüedad de 1,8 millones de años, suponen la evidencia de que el
género Homo tiene origen euroasiático, y se extendió a otros territorios del
planeta, entre ellos a África. Asimismo ha recordado que en 2003 el
equipo científico de Atapuerca ya planteó que el Homo Antecessor, que
habitó en la Sierra de Atapuerca hace cerca de un millón de años, tiene un
claro origen euroasiático y no africano, como se pensaba en un principio.
De hecho, según ha anunciado Bermúdez de Castro,
el equipo científico de Atapuerca y el departamento de Arqueología de la
Universidad de Sheffield (Inglaterra) han acordado en este congreso establecer
una colaboración para realizar publicaciones conjuntas en defensa de esta
hipótesis.
Ejemplo para Europa
David Lordkipanidze, director de las
investigaciones en los yacimientos de Damanisi, en Georgia, ha alabado al equipo
científico de Atapuerca y su proyecto, que, dijo, debe servir de ejemplo para el
resto de Europa. Asimismo ha resaltado la capacidad que han tenido de integrar a
los nuevos investigadores con los que ya están consolidados y tienen un
reconocimiento internacional.
Eudald Carbonell, codirector de Atapuerca, se ha
manifestado en estos términos: "Hay que buscar el origen del Homo Sapiens
en otro lugar. La teoría africana no se sostiene". También se ha
referido a la necesidad de «socializar la ciencia» para que todas estas
discusiones, hipótesis y planteamientos científicos sean entendidos y
comunicados a la sociedad, porque si ello no se consigue, se habrá avanzado muy
poco. En este seminario han participado científicos de España, Estados Unidos,
Inglaterra, Georgia y Alemania.
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Desde el año 1984 en que escribí mis dos
primeros libros (clarividentes pero endebles) sobre estas materias -Iberia,
cuna de la Humanidad y Cantabria, cuna de la Humanidad-, he venido
sosteniendo con firmeza, contundencia y, a menudo, hasta con dureza, que la
hipótesis, convertida en dogma, de nuestro supuesto origen africano,
pasaría a la Historia (cito textualmente) "como el mayor atentado del
que el sentido común haya sido objeto jamás". A falta, pues, en
aquellos ya lejanos años, de fósiles de ningún tipo que refrendaran mis tesis,
el recurso a otras disciplinas arqueológicas tan fundamentales y tan
desdeñadas por vosotros como la Filología, la Toponimia, la
Historiografía antigua, la Mitología y la Arqueología
propiamente dicha (con evidencias paleolíticas tan deslumbrantes como las
que se concentran en el Norte de España y en el Sur de Francia),
ya me condujeron a la certeza de que la Humanidad racional o
sapiens no podía, de ningún modo, ser originaria del continente
africano. Lo que quiere decir que ya desde hace cerca de un cuarto de siglo
choqué frontalmente con la especie, convertida en auténtico dogma de fe desde
Charles Darwin, de nuestra pretendida filiación africana, habiendo
sido objeto por ello, muy especialmente por parte de todos vosotros, de toda
suerte de desdenes, descalificaciones y hasta de auténticas injurias que, al
condenarme al más irredento de los ostracismos, convirtieron mi trabajo de
investigación -y mi propia vida-, desde entonces, en un auténtico calvario.
Cuando yo realicé en 1984 lo que tengo por
auténtico descubrimiento respecto a la filiación basko-kántabra de
la Humanidad racional, faltaban todavía cuatro años para que todo
el planeta, y yo mismo, tuviésemos noticia de la existencia de un yacimiento
paleontológico denominado Atapuerca. Y más o menos una década para
que los primeros estudios a partir del ADN comenzasen a darme
escandalosamente la razón al postular al pueblo basko como (vuelvo a
citar textualmente) "el ancestro común de todos los Europeos al tiempo
que único descendiente directo de los primeros Sapiens conocidos".
Me imagino que recordáis y hasta que conservaréis aquel memorable reportaje
publicado en 1995 por la revista National Geographic en el
que, destacando sobre una fotografía, soberbia, de una fiesta tradicional baska,
podía leerse en inglés (y traduzco): LOS BASKOS: LA PRIMERA FAMILIA DE
EUROPA. Era la primera ocasión en la Historia en la que, a través de
un medio de difusión universal como la mencionada revista, se reconocía
taxativamente la paternidad de los habitantes del Cantábrico central y
oriental sobre todos los Europeos. Del mismo
modo que, en este caso a raíz de los sucesivos hallazgos de fósiles humanos en
vuestra querida Atapuerca, la posible filiación hibérica de
todos los Europeos se convirtió en habitual titular de portada de diarios
y revistas de todo el planeta. Faltaban todavía bastantes años para que los
hallazgos realizados en la antigua Iberia del Cáucaso, la
actual Georgia, o incluso en Catalunya (por parte de mis
antiguos amigos del Institut Crusafont), os empezasen a restar
protagonismo mediático y obligasen a compartir glorias con esos nuevos y
señalados velocistas en esa suerte de desenfrenada carrera
antropológica que se está dirimiendo, por parte de aquellas regiones del
planeta que se proponen como candidatas al privilegio de haber alumbrado
a los primeros seres humanos, ancestros comunes de todos aquellos que hoy
poblamos este planeta.
Mientras vosotros realizábais constantes
descubrimientos en la Sima de los Huesos y, más tarde, en la que
bautizásteis como la Trinchera del Ferrocarril, acaparando portadas,
agasajos, reconocimientos y distinciones, yo vivía mi particular odisea para
conseguir sobrevivir, haciendo frente a un cúmulo infinito de adversidades y sin
apartarme jamás de mi labor de investigación multidisciplinar, a la que me he
consagrado siempre, con dedicación exclusiva, en cuerpo y alma. En vez de
desalentarme, a la vista de todos los vetos que pesaban (y pesan) sobre mí,
decidí alejarme de todo y de todos y dedicarme a trabajar, desenfrenadamente,
con el fin de dar la mayor solidez posible a mis tesis y de llegar a saber más
que nadie sobre estas materias. Fruto de ese trabajo brutal (que junto con las
penalidades sufridas me ha procurado un largo historial de episodios
cardiovasculares cuya enumeración prefiero ahorraros), la gestación de ese cerca
de un centenar de libros que llevo escritos o medio escritos desde 1984 y
que ha culminado con la publicación, en curso, de mi Primer Diccionario
Histórico-Etimológico-Geográfico-Iconográfico Universal, que cuenta
hasta el momento con 42 títulos, de los que once ya han quedado
soberbiamente editados.
He sido durísimo con alguno de vosotros,
especialmente con Juan Luis Arsuaga, a lo largo de esta última década.
Razones no me han faltado, al hilo de sus constantes y a menudo desafortunados
pronunciamientos científicos. O del contenido de algunos de sus libros.
Sí, vuestro empecinamiento africanista ha alimentado mi ironía y a menudo
mi indignación, convencido por lo demás (mis libros y mis lectores pueden dar fe
de ello) de que más tarde o más temprano acabaríais rindiéndoos a la evidencia
de que la hipótesis de nuestro origen africano alumbrada por Darwin, constituye
un auténtico desatino, al tiempo que un alevoso atentado contra la razón. Flaco
servicio le hizo a la Ciencia este hoy divinizado y sobrevalorado biólogo inglés
cuya teoría sobre la evolución de las especies es casi tan vieja como la
Humanidad. Porque ya desde la más remota Prehistoria -y la Mitología y las
viejas fuentes históricas dan fe de ello-, nuestros antepasados estuvieron
firmemente convencidos de que los seres humanos éramos la consecuencia de una
larguísima evolución, a partir de seres surgidos de las aguas del Occéano...
Aunque no os pronunciáis, de momento, sobre el
punto del continente euroasiático en el que se produjo el alumbramiento de
nuestra especie, me consta que no ya ahora sino desde hace muchos años alienta
en vuestra mente la profunda convicción de que mis tesis son rigurosas y de que,
como vengo sosteniendo desde 1984, la matriz de nuestra especie y del género
Homo se encuentra a orillas del Cantábrico. Por lo
tanto, y aunque todavía tardaréis algunos años en manifestaros en este sentido,
yo parto de la base de que, de facto y en espera de que aparezcan los
fósiles que acaben de decantaros, militamos ya en el mismo bando.
Bienvenidos, pues, a la causa de la rehabilitación del origen europeo,
hibérico, de nuestra especie. Porque (y esto que quede entre nosotros), a
ninguno de vosotros le cabe la más mínima duda de que Georgia no
es la cuna de la Humanidad. Mal que le pese a Damanisi... Como tampoco lo
son las regiones del Oriente Cercano, por mucho que desde hace dos
milenios se nos haya venido machacando con tan aberrante especie. Un siglo y
medio de excavaciones exhaustivas y generalizadas no han aportado
ni una sola prueba de esa supuesta ascendencia que las tres religiones
monoteístas se empeñaron en encolumarnos...
Al poco de producirse los primeros
descubrimientos significativos en Atapuerca en 1988, comí un día
en Madrid con vuestro antiguo profesor y entonces responsable de ese yacimiento,
Emiliano Aguirre. Fue un encuentro cordial y fecundo en el que, aun
deplorando la rotundidad con la que ya entonces me manifestaba en contra de
nuestra supuesta filiación africana, vuestro querido maestro me escuchó
con agrado, llegando a concederme que no le parecía en absoluto descabellada la
posibilidad de que el Homo Sapiens, como yo defendía, hubiera tenido su
cuna en el Norte de España. Incluso me invitó a visitar vuestro
yacimiento, quedando abierta la posibilidad a algún tipo de colaboración, que
sin duda habría resultado fecunda. Pero confieso que el empecinamiento
africanista y el desdén con el que todos vosotros contemplábais mi tesis
europeísta, me disuadieron de aceptar aquella amable invitación,
convencido de que el entendimiento entre nosotros, en esos términos y desde la
posición de superioridad en la que os habíais instalado, iba a resultar
imposible.
Hoy la situación ha cambiado radicalmente y, sin
que nadie pueda presentarse ya como superior a nadie, podría haber llegado la
hora de una colaboración entre nosotros que habría de resultar fecunda para la
Ciencia, enriquecedora para todos y, por supuesto, muy positiva para nuestro
país, tan necesitado de concordia, de diálogo constructivo y de actitudes
conciliadoras. Para empezar y si yo estuviera en vuestro lugar, no dejaría de
leer cuatro de los once tomos ya editados de mi Diccionario Histórico.
Éstos son sus títulos: El verdadero origen de los Baskos: la primera
Humanidad, El origen cantábrico del Homo Sapiens, La primera diáspora, basko-kántabra,
de la Humanidad y Tarragona, cuna del Mediterráneo. Sí, os recomiendo
su lectura, en la convicción de que, una vez concluida, ya no podréis volver a
ver las cosas como las habéis visto y valorado hasta ahora. Porque esos libros
os aportarán multitud de datos, de evidencias y de observaciones, concluyentes y
de un valor inapreciable. Con sumo gusto, estaré encantado de remitiros esos
libros, a los cuatro, a la dirección que me indiquéis.
Siendo como fue preceptiva entre las gentes del
Norte de España, hasta hace apenas dos mil años, la muerte en el fuego o
en las aguas del Occéano al que se arrojaban desde algunos
enclaves emblemáticos, podéis imaginar hasta qué punto resultará problemática la
localización de los restos fósiles que lleguen a acreditar la maternidad de la
Región Cantábrica sobre nuestra especie. Consciente de ello desde
hace muchos años, todos mis afanes se han centrado en la identificación de
aquellos lugares que, por haber desempeñado un papel de primera magnitud en los
más remotos orígenes de nuestra especie, existen enormes posibilidades de que
puedan haber conservado, en su subsuelo o entorno inmediato, vestigios
significativos de los hombres y mujeres, muy semejantes a nosotros, que poblaron
las costas cantábricas hace centenares de miles de años. Mujeres y
hombres que hablaban una lengua de la que el Euskera
es descendiente directísima y que poseían ya una cultura muy evolucionada, con
particular querencia por la pesca, por la minería y por las
actividades agropecuarias. Ocioso es decir que habían inventado ya la
escritura y que, aunque muy toscas, pergeñaban también sus primeras
creaciones artísticas, monotemáticamente centradas en la recreación del
órgano genital femenino y de las aves acuáticas a las que tenían como
principales divinidades. Todo esto, insisto, hace centenares de miles de años.
Si llega a producirse esa colaboración entre
nosotros que os propongo y que me dispongo a ofreceros a través de la figura
amiga, moderadora y mediadora de Emiliano Aguirre, hablaremos largo y
tendido sobre cuanto antecede y os descubriré los puntos claves en los que,
tanto vosotros como yo, podemos llegar a hacer realidad nuestro sueño de
descubrir los restos fósiles de los seres humanos, idénticos a nosotros,
que poblaron las costas cantábricas mucho antes, incluso, de que vuestro homo
antecessor pisara Atapuerca o el homo georgicus
merodeara por Damanisi. Ese día habrá quedado descifrado para
siempre el origen de la Humanidad y en vuestra mano está el que seamos o no
nosotros quienes lo protagonicemos. Porque, como no ceso de repetir desde hace
cerca de un cuarto de siglo, la cuna de la Humanidad fue la que fue y no se va a
desplazar de donde se encuentre por mucho que todos los antropólogos del planeta
se obstinen en situarla allá donde mejor conviene a sus preferencias y
postulados. Antaño, en Asia, y hogaño, en África. Bueno, faltaba
Europa... A la tercera, va la vencida. Bienvenidos seais de vuelta a
ella.
Santander,
Noviembre 16, 2007
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