Fuentes TAMALIAKAS
o TAMÁRIKAS.
El siempre bien informado y digno de crédito Iulius Solino, nos
ha transmitido una referencia preciosa respecto al origen de la
Música:
"El estudio de la música tuvo principio en la isla de CURETIS,
habiendo los Coribantes convertido en canto los tonos que
consideraron del sonido del metal".
Una tradición que parece rigurosa, si pensamos en que la palabra
coro se halla obviamente relacionada con el nombre de aquellas
sacerdotisas, las Coribantes, cuya filiación ibérica es tan
obvia como el hecho de que la toponimia española siga
recordándolas aún en poblaciones como: Carabantes, Carabanzo,
Carabanchel, Carabias, Carabaña, Garabandal, Garabantes (hoy,
Gobantes)... Y debo añadir que el denominador común de todas
estas localidades, algunas de ellas muy conocidas, es el de
poseer importantes manantiales de aguas medicinales. Lo que
parece querer establecer una sólida relación de parentesco entre
el nacimiento del canto y el primer santuario sagrado nacido al
calor de una fuente. De una fuente o... canta, que ha sido una
de sus antiguas denominaciones. Como documenta el nombre de las
cántaras con las que se acudía a las cantas o fuentes en busca
de agua. En busca de esas cantarinas aguas que han sido, sin el
menor género de dudas, las que, por pura y simple emulación
humana, dieron origen a los cantares.
Resulta, pues, enormemente significativo que el nombre de
aquellas doncellas, las Karistias o Koribantes, vaya a coincidir
con la que parece haber sido una denominación convencional de
los antiguos santuarios creados allá donde manaban fuentes a las
que se atribuían propiedades curativas. Lo que está proclamando
a gritos que las tales Koribantes eran aquellas doncellas que
atendían al culto y demás menesteres de los balnearios creados
junto a los manantiales de notable y salutífero caudal. Y esto
es tan indiscutible como el hecho de que Solino denomine CURETIS
a la isla Caristia (morada de los Curetes...) y de que sigamos
refiriéndonos aún a las virtudes CURATIVAS de las aguas de
determinados manantiales...
Cuanto acabo de escribir supone la enésima confirmación de algo
que, a estas alturas de nuestro relato, resulta ya absolutamente
indiscutible: la existencia de TRES FUENTES de aguas medicinales
junto al primer templo de la Humanidad creado en la gruta
Korizia que se abría en la península de Karistia. Y debo
insistir en que eran efectivamente tres esas fuentes, porque
triple fue la versión humana e idealizada de esos tres
manantiales: las Tres Kárites. Léase, las tres primeras
Koribantes.
Las Koribantes eran las doncellas consagradas al culto de la
Diosa Madre, que cantaban y danzaban frenéticamente en el curso
de los rituales orgiásticos a ella dedicados. Todo lo cual debía
acontecer en el entorno de una tumba especialmente notable,
desde el momento en que la voz griega korymbos designa,
precisamente, al borde de una tumba.
Tras la huella de Karazeña
Mis lectores tienen todo el derecho del mundo a preguntarse por
la memoria que del nombre de la gruta Korizia pueda haber
perdurado en torno a la heredad de Campo Jiro. Porque sería
irresponsable (y necio) por mi parte pretender haber descubierto
el emplazamiento del primer templo de la Historia, sin contar
con un dato tan primordial como es el de que haya perdurado en
ese lugar algún tipo de vestigio de su fundamentalísimo nombre.
Todo cuanto en este libro se sostiene, recoge y documenta podría
ponerse en tela de juicio si en torno a Peña Castillo no hubiera
perdurado memoria alguna del nombre de la gruta Karazia >
Koricia. ¡Hasta tal punto es esencial este nombre geográfico!
Topónimo, por cierto, cuya enorme rareza reduce a un número
insignificante los enclaves que pueden postularse como
emplazamientos de aquel primer Santuario de la Historia, clave
como venimos viendo para localizar, a su vez, el lugar en el que
se ubicaba la propia cuna de nuestra especie. No estamos
hablando, pues, de un topónimo común, que se prodigue de forma
más o menos general por la geografía ibérica... o universal.
Cuando fijé mi residencia en Santander, en el año 1995, me quedé
estupefacto cuando escuché o leí por vez primera este nombre:
Cazoña. Porque hasta la persona más lega en Filología intuye la
extraordinaria antigüedad que debe tener este rarísimo nombre,
debiendo ser obvio para quienes somos profesionales de esa
disciplina que, amén de atípico, ese topónimo santanderino tiene
toda la vitola de ser enormemente importante.
Para alguien como quien suscribe que, en 1993, pasó la parte más
cruda del invierno excavando en la cima de la burgalesa Peña
Karazo, el nombre de Kazoña no sólo resultaba familiar sino que
no guardaba secreto alguno: tuve claro desde el primer momento
que este nombre, como la inmensa mayoría de las palabras del
lenguaje, había sufrido un fenómeno de síncopa y que su forma
primitiva había sido Karazoña. Ahí quedó la cosa, hasta que
varios años más tarde supe que a medio camino entre la Bahía de
Santander y el cercano Macizo del Dobra, existe un afamado monte
denominado Karzeña. ¡Nada más y nada menos! He ahí, pues, esa r
crucial que ha perdido el nombre de Kazoña y sin la cual
resultaba poco científico proponer cualquier relación entre él y
la gruta Korizia objeto de mis pesquisas desde hace, como
mínimo, tres lustros.
Cuando se sabe que existe un monte Karzeña en Cantabria, se
despeja en el acto el interrogante que suscita el nombre de uno
de los más ilustres monasterios de Castilla, si no el que más:
San Pedro de Cardeña. Topónimo al que hoy se atribuye una
etimología latina, Karadigna, que no sirve para otra cosa que
para confirmar lo que para cualquier filólogo debe ser obvio: la
pérdida de una vocal en el centro de la palabra. Lo que quiere
decir que tanto Karzeña como su derivado burgalés Kardeña
proceden de Karazeña. Una conclusión que se ve rápidamente
refrendada por el hecho de que existan varias Karazenas en la
toponimia del Norte de España, situadas todas ellas en enclaves
especialmente importantes. Así la Sierra de Karazena que divide
las provincias de Burgos y de Álaba junto el monte Lerón, los
montes Albarenes y el valle de Tobalina... O el río, pueblo y
monte Karazena que divide las provincias de Soria y Guadalajara
y en el que estuvo situada la impresionante ciudad celtibérica
de Thermeda... O los pueblos de Karazena y Karazenilla próximos
a Cuenca y situados en la comarca de Val Paraíso que riega el
río de este nombre...
Todos esos montes y poblaciones deben sus nombres al cántabro
monte Karzeña que, a su vez, es feudatario del primer lugar que
-lo afirmo- ostentó este topónimo capital: el santanderino monte
Karazoña que se extiende a la vera misma de la heredad de Campo
Giro situada a sus pies y a la que en realidad debe su nombre.
Porque como por otra parte ha sido regla general en la
proyección de la Toponimia, todos los nombres con los que eran
conocidos los montes o poblaciones relevantes, acababan viéndose
reproducidos en su derredor.
No me cabía la más leve sombra de duda respecto a que Cazoña
procedía de Karazoña, pero la prueba definitiva y concluyente de
que esto era así no la he conocido hasta que en estos primeros
meses del año 2005 decidí descifrar la verdadera identidad de la
heredad antedicha, amenazada por la hidra inmobiliaria. Y es que
al estudiar la toponimia del entorno de Peña Castillo, he venido
a descubrir que existe una Fuente KORZEÑO que mana, justamente,
en el monte KAZOÑA. Lo que quiere decir que como han sido
siempre las fuentes las que han dado nombre a los montes y nunca
a la inversa, el verdadero nombre de la fuente en cuestión hubo
de ser, necesariamente, KARAZEÑA. Exactamente el mismo topónimo
que encontramos a la orilla del Ebro..., en la comarca de Val
Paraíso o junto a la ciudadela de Thermeda o Tiermes, preñada de
connotaciones termales... ¿Se puede decir más claro, señores?
Como cueva que era de la isla Karistia, la gruta Korizia debería
haber prestado su nombre a enclaves peninsulares o insulares que
remedasen la idiosincrasia de Campo Giro. ¿Se entiende ahora el
porqué de los nombres de las islas de Kórzega y Korfú?
Kárzeres (Cáceres), Kórdoba, el Kurdistán, la notabilísima
Kardiff del País de Gales, la catalana y no menos relevante
Kardona..., ¡cuántos lugares eminentes recuerdan a aquel primer
enclave sagrado del planeta! Sin olvidarnos de la otrora
hegemónica Kartago, cuyo nombre helénico fuera nada menos que
Karzedon...
Más allá del hecho de que existe un pueblo denominado Kartago en
Valladolid, ¿quieren saber mis lectores a qué nombre responde el
pueblo burgalés limítrofe con el monasterio de San Pedro de
Kardeña y con los pueblecitos de Kardeña-Jimena y Kardeña-Dijo?:
KARZEDO.
Recordando a los Karistios o Kuretes, todavía se denomina
Koritos a los danzantes burgaleses de la procesión del Corpus
Christi, festividad religiosa que es heredera directa de las
celebraciones que conmemoraban el nacimiento de la vida sobre la
Tierra. Esos Koritos son exactamente los mismos que las Kárites,
vestidos coherentemente de mujer, aun debiendo ser,
preceptivamente, hombres [lám. T].
Hablando del Corpus Christi, será bueno volver a recordar que
Cristo = Kristo procede de Karistia. Como demuestra el nombre de
la Eukaristía.
Sin comentarios.
El primer Templo de la Tierra
Porque todo ha sucedido como acabo de exponer..., porque hemos
logrado identificar el primer Templo de la Humanidad, oculto en
las entrañas de la antigua península Karistia o Karazeña, la
huella que de estos nombres ha quedado en la onomástica más
sagrada de la Historia es abrumadora... e imborrable.
... Por eso los antiguos Persas recordaban con el nombre de
Kareshen al monte en cuya cumbre ardía el fuego sagrado...
... Por eso el remotísimo Santuario de Karasa ostenta este
nombre a orillas de la Bahía de Eskalante, hermana y vecina de
la de Santander...
... Por eso los antiguos Hebreos, rememorando siempre al primer
templo de Garazena, repetían que en lo alto del monte Garizim
existía un altar construido con piedras encaladas que habían
sido labradas sin emplear el hierro. Una forma como otra
cualquiera de decir que era el primer templo del planeta...
... Por eso los propios Hebreos denominaban Kariat Arbá y Kariat
Sefer a la primera ciudad de la Tierra...
... Por eso los Keltíberos burgaleses tuvieron su principal
ciudad sagrada en la peña de Karazo...
... Por eso los Sefardíes de la aragonesa Daroca bautizaron con
el nombre de Karaza al arco que servía de acceso a su judería...
... Por eso los pueblos de la Tartaria asiática, réplica de la
occidental región del Tártaro, denominaron Karakorun y Kareshen
a sus ciudades sagradas...
...Por eso se conoció como Karistias o Kárites a las Tres
Gracias, versión ternaria de la Diosa del Mar cuyo reino se
hallaba en el Extremo de la Tierra, allí donde hasta hace dos
milenios tuvieron su solar los pueblos Karistios y Korizos de
Kantabria...
... Por eso y rememorando el Nacimiento de la Vida en las Tres
Tamáricas o Karistias, se daba el nombre de Caristias al
banquete que celebraban los primeros Romanos al filo del Año
Nuevo del 1º de Marzo y en el que el alimento principal eran los
productos del mar. Por la misma razón por la que hasta hoy mismo
sigue siendo costumbre comer besugo en la comida de Navidad, en
vísperas del moderno Año Nuevo...
... Por eso se denominaban Karisias las fiestas griegas en honor
de las tres Karistias o Kárites...
... Por eso se denomina Caridad al refrigerio que algunas
cofradías cantábricas ofrecían y ofrecen a los fieles en la
festividad de su Santo Patrón y que, preceptivamente, se
sustanciaba en la degustación de frutos de la mar; en razón a su
menor coste, las caridades de nuestra época acostumbran a tener
como protagonistas y víctimas a las socorridas sardinas. Y
resulta sencillamente obvio que el origen de estas Caridades
ibéricas es idéntico al de las Caristias y Karisias
grecolatinas...
... Por eso se denominaba karisma a los alimentos sagrados que
Dios ofrecía a los mortales procedentes del mar; y ocioso es
decir que es en este término en el que debe buscarse la
verdadera etimología de la palabra cuaresma... Así como la de
Chrismas...
... Por eso el nombre de la Virgen del Carmen, paralelo
cristiano de la ninfa Carmenta, venerada al igual que ésta como
Diosa o Patrona de los hombres del mar. La Bahía de Santander
celebra por todo lo alto esta festividad, sirviéndose sardinas
fritas a la verdadera multitud que, tras presenciar o participar
en la procesión de rigor, cumple religiosamente con este
viejísimo ritual eukarístico...
... Por eso es karistal un antiguo nombre del mar, epónimo por
razones obvias del caristal o cristal; y de ahí el que sea
kresal una de las voces baskas para designar al agua marina...
... Por eso, si nos sumergimos en los arcanos de la lengua
castellana, nos encontramos con todos estos derivados de la
profundamente marina radical kara-...
cáraba, embarcación del Levante ibérico
carabela, embarcación ligera
caracola, concha marina
carámbano ... de hielo
caramelo, líquido azucarado
caramullo, líquido que rebasa un recipiente
carite, pez sierra
carapacho, caparazón de los crustáceos y tortugas
carel, borde de una nave
carenar, reparar un barco
carestía, escasez de víveres; originariamente referido al agua
carey, tortuga marina
... Por eso fue Karitis, Kariz o Kaliz la primera y genuina
Cádiz, supuesto emplazamiento de la TUMBA DE HÉRKULES que, por
supuestísimo, jamás estuvo en Andalucía. Y Karitis era sinónimo
de Ciudad Santa...
... Por eso, en fin, portaban el karuzeo (que no caduceo)
quienes peregrinaban al final de la Tierra con el fin de
rendirse ante la diosa de la gruta Karazeña o Korizia y ante su
heredero patriarcal Hérkules Korizio o Kurzio. Y en su momento
despejaré el porqué de estos dos últimos nombres...
El laberinto de Karazo
Más de una década hace ya que protagonicé un verdadero duelo con
todos los arqueólogos castellanoleoneses y, muy en particular,
con los burgaleses. El motivo de aquella controversia fue el
anuncio de mi descubrimiento de la ciudad celtibérica de
Kontrebia Leukada, enclavada en la impresionante acrópolis que
se alza a la vera de los pueblos burgaleses de Kontreras y de
Karazo y en el entorno inmediato de Santo Domingo de Silos. Y
todo porque a algunos les sentó extraordinariamente mal que
hubiera descubierto la más importante ciudad de Celtiberia,
aduciendo en mi contra que aquella peña colosal sólo había
acogido un castro celtibérico de tercer orden y, más tarde, un
castillo árabe. Castillo al que -afirmaron- pertenecían los
breves lienzos de muralla que todavía perduran.
Es importante destacar que mis adversarios en esta polémica
(como me ha sucedido siempre) no se atrevieron a defender
públicamente sus opiniones. Y la razón es evidente. Por si
acaso... Por si acaso los hechos probaban que yo tenía razón y
que quien disparataba -y a lo grande- no era yo sino ellos. Como
de hecho así había de suceder, porque la excavación efectuada en
aquella peña confirmó plenamente mi tesis sobre la existencia en
ella de una ciudadela prehistórica de carácter troglodítico. A
pesar de lo cual y en lugar de reconocer su error y propiciar la
prosecución de la excavación iniciada, todo el colectivo de
arqueólogos de la región procuró por todos los medios que fuera
paralizada sine die. Las razones son evidentes: por una parte
porque aquel extraordinario yacimiento podía llegar a acaparar
una parte importante del escaso presupuesto para excavaciones,
haciendo sombra inclusive a la propia Atapuerca; y por otra
porque los resultados de la excavación empezaban ya a echar por
tierra todos los dogmas históricos hoy al uso.
El sentido común, por una parte, el conocimiento de la
naturaleza de nuestras viejas acrópolis, por otra y, en fin, el
testimonio del Diccionario de Madoz sobre la existencia de una
sinagoga en la cumbre de Karazo, me llevaron a defender la
presencia en esta peña de un importantísimo templo solar que, al
igual que la Catedral de Burgos, debió poseer en su portada una
espléndida estrella de David. Lo que justificaría que fuera
confundido con una sinagoga. De hecho, conozco algunas monedas
celtibéricas descubiertas en torno a aquel monte y en las que
aparece reproducida la mencionada estrella de Sefarad o de
David. Pero en el colectivo arqueológico, integrado hoy por
personas que poseen un ínfimo nivel cultural, todo esto sonaba a
música celestial. Lo que yo postulaba como muro del templo,
dijeron, era un resto del castillo árabe.
Poco tiempo después, el abad de Silos -en una confidencia hecha
al novelista y periodista Tomás Val de la que ha debido
arrepentirse un millón de veces- reconoció que existía un libro
en su monasterio en el que se documentaba la existencia de un
templo consagrado al Sol en la cumbre de Karazo. Templo al que,
como yo venía sosteniendo, recuerda aún la Ermita de la Virgen
del Sol que se alza en la ladera misma de aquella montaña. Pero
las cosas no pararon aquí. Más o menos por entonces tuve
conocimiento de la existencia de una bellísima cabeza de bronce,
de obvia factura celtibérica, que representa a una mujer y que
fue descubierta, justamente, entre las ruinas de lo que yo decía
ser una basílica y, mis detractores, un castillo árabe. Esa
verdadera joya se conserva en el museo del monasterio de Silos,
presentada como matrona romana para no tener que reconocer que
se trata de una divinidad pagana de los antiguos Españoles.
¡Cuánto engaño! Se la denomina matrona romana cuando hace ya
bastantes décadas que el entonces abad de Silos, Fray Ildefonso
Guepin, compañero del Padre Fita, dejó escritas estas palabras:
Olvidábaseme decir que en el tesoro de nuestro Monasterio queda
una cabeza de bronce que llaman el ídolo de Carazo. La tradición
dice que fue objeto de culto en el susodicho pueblo o en el
cerro que le domina, hasta el tiempo de Santo Domingo de Silos
que destruyó esos restos de idolatría y aprovechó la cabeza para
adorno de la corona que rodeaba la reserva de la Sagrada
Eucaristía.
Fray Ildefonso Guepin dice que se aprovechó la cabeza. No es
cierto. Lo que se aprovecharon fueron las piedras preciosas que
esa imagen de la Diosa llevaba engarzadas y de las que, huelga
decirlo, nunca más se ha sabido.
La tesis del castillo árabe, a partir de todo cuanto antecede,
resulta sencillamente hilarante. Máxime cuando se reconoce que
la imagen de la Diosa Karazo seguía siendo venerada en época de
Domingo de Silos, santo que supuestamente había asestado el
golpe de gracia a esa idolatría. Lo que también es falso.
Ricardo Santamaría, emérito burgalés que talla y labra la madera
y la piedra con auténtico primor y que es natural precisamente
del pueblo de Kontreras en donde reside, me facilitó tiempo
después un precioso documento del año 1604 en el que se dictan
penas severísimas contra aquellas mujeres que incurran en el
delito de acudir a su ceremonia nupcial tocadas con el mismo
bellísimo peinado que luce la Diosa Karazo en la escultura a la
que vengo haciendo referencia [fig. 44]. Lo que prueba que el
culto a la misma seguía vigente en esa fecha, a despecho de la
Inquisición y de todas las amenazas blandidas contra las
personas sospechosas de idolatría o de hechicería:
Otrosí por cuanto en la villa de Barbadillo del Mercado
(contigua a Contreras) muchas mujeres usan tocados con unas
puntas adelante, a imagen de un ídolo que antiguamente se dice
que estaba en las Torres de Carazo y así se tiene por tradición.
Para remedio de un yerro y abuso tan grande, mando que todas las
mujeres que de aquí adelante se casaren en la dicha villa, no
lleven ni expongan semejantes tocados. Y si los llevaren mando a
los curas que no las desposen ni velen; y si después de velados
se los pusieren, que los curas y demás clérigos y beneficiados
no las admitan en la Iglesia y las eviten de las oras y oficios
divinos hasta que cumpla con lo que se les manda. Y así lo hagan
y cumplan las dichas mujeres, curas y clérigos de la dicha
villa, so pena de excomunión mayor y de ciento diez (?) ducados
para gastos de la guerra que el Rey hace contra los infieles.
Así, con procedimientos semejantes, nos hemos quedado sin
Historia. Así, a fuerza de matar y de reprimir tanto a las
personas como las tradiciones, hemos perdido la memoria hasta el
extremo de llegar a olvidarnos de quiénes somos realmente. Lo
que explica que unos señores arqueólogos pretendieran lapidarme
por haber rescatado del olvido uno de los más antiguos e
importantes templos de Europa, edificado a imagen y semejanza
del primer Templo de la Historia y que (y aquí viene lo
importante), conoció una primera versión troglodítica, similar
sin duda a la de la gruta Korizia, que tengo la absoluta certeza
permanece olvidada en algún punto recóndito de las entrañas de
la peña Karazo.
El caso es que amén de como Peña Karazo o Contreras, la
acrópolis burgalesa donde existiera un Templo consagrado a la
Diosa Solar es conocida también como Alto de Mirandilla,
calcando un antiguo nombre de Peña Castillo al que recuerda
también el santanderino Alto de Miranda. Y es que el majestuoso
peñón de Kontrebia = Karazo = Mirandilla, rodeado antaño por las
aguas de sendos lagos, tuvo un carácter peninsular idéntico al
de la peña santanderina a la que tuvo como modelo y similar, a
su vez, a la Península de la Magdalena.
Las coincidencias son, como vemos, aplastantes y absolutas. E
insisto en que estoy aduciendo este ejemplo por lo significativo
que resulta, al ser la antigua Karazo, sin discusión posible, la
más colosal de todas las antiguas ciudades celtibéricas y,
posiblemente también, de las ibéricas. Pero sigamos, porque lo
verdaderamente importante viene a continuación.
Como decía, sobre la cumbre de Karazo = Mirandilla existió un
antiguo y, según todos los indicios, extraordinario Templo del
que sólo perviven un lienzo de un muro de casi tres metros de
espesor y la broncínea cabeza de una diosa celtibérica que sólo
puede ser la que subyace tras todos estos topónimos que vengo
desgranando, epítetos a la sazón de la Diosa del Mar. Ese remoto
templo que, como he dicho, está documentado, es hoy historia
porque los vecinos de Contreras se cansaron de subir los 400
metros que separan su pueblo de la cota de 1400 ms. en que se
hallaba aquel reverenciado templo, erigiendo a una altitud
sensiblemente inferior una réplica suya, harto más humilde. Y
aquí viene el estrambote de todo este ramillete de colosales
coincidencias, porque la advocación de ese templo que heredó el
culto del que existiera en la urbe celtibérica, es nada más y
nada menos que... LA MAGDALENA.
¿Para qué hablar ya, tras cuanto antecede, de que otra de las
denominaciones de la península de La Magdalena santanderina fue
San Sebastián de Jano, siendo ésta la razón de que la primera
advocación del monasterio de Santo Domingo de Silos fuera
precisamente la de San Sebastián de Silos?
Repiten aún las gentes de Silos que el Alto de Mirandilla (como
ellos lo conocen) está totalmente hueco por dentro. Una
conclusión en la que yo desemboqué, también, a través del
estudio, habiéndola podido refrendar, más tarde,
arqueológicamente. ¿Saben mis lectores cuál es el nombre del
primer LABERINTO excavado y sacralizado por el ser humano? Pues,
precisamente, un calco de Miranda y Mirandilla: Marinda o
Merinda.
Extráiganse de todo cuanto antecede las conclusiones que hacen
al caso, tanto respecto a la evidencia incontestable de la
existencia de un templo rupestre en el subsuelo de Peña Castillo
y de Campo Jiro, como respecto al crédito que debe merecer quien
esto postula.
Las entrañas del Tártaro
Llegados a este punto, no tiene ningún sentido que siga hablando
en primera persona y aportando las conclusiones a las que me han
conducido mis propios estudios, cuando nos cabe el privilegio de
que hayan llegado hasta nosotros documentos históricos tan
impresionantes como éste que reproduzco a continuación y en el
que el filósofo griego Aristokles, conocido comúnmente como
Platón, nos ha legado una descripción minuciosa de la gruta del
Tártaro que protagoniza nuestro relato y que tengo la certeza
absoluta de que se esconde en las entrañas de la Quinta de Campo
Giro. He aquí lo que podemos leer en el Faidon:
Tal es en su conjunto la naturaleza de esta Tierra y de los
objetos que en ella se hallan. En lo que atañe a sus regiones
interiores, encerradas hállanse éstas en concavidades dispuestas
circularmente. Todas estas regiones comunican entre ellas por
muchos sitios gracias a perforaciones subterráneas, estrechas en
ocasiones, otras veces anchas. Y mediante conductos a través de
los cuales una gran cantidad de agua pasa de unos a otros cual
entre grandes estanques. Hay también ríos subterráneos enormes y
que fluyen constantemente arrastrando aguas frías o calientes.
Otras veces fuego, el cual forma grandes cursos.
Entre las simas de la Tierra hay una, sobre todo, enorme. Enorme
precisamente porque la atraviesa de parte a parte. Es de la que
habla Homeros cuando dice: Muy lejos, en el abismo más profundo
que hay bajo la Tierra. Este lugar es el que Homeros y otros
muchos poetas han llamado Tártaros. Pues bien, en este abismo se
vierten todos los ríos y de él salen de nuevo...
Ese laberinto, tan reiterativamente recordado por la
historiografía antigua, es el que sostengo se esconde en las
entrañas de la Quinta de Campo Jiro y de su vecina Peña
Castillo. El tiempo dirá si estoy o no en lo cierto y si lo que
allí se esconde se asemeja, en mayor o menor medida, al dibujo
en planta de aquel laberinto que he recreado contando con la
preciosa colaboración de Mª Dolores R. Gómez y que acompaña a
estas líneas [fig. 45].
Las minas de Cazoña
Cuando ya estaba concluido este libro y avanzado su proceso de
impresión, mi paso por la empresa de fotomecánica para
reproducir el nutrido cuerpo gráfico que lo configura, lo
enriquece y en gran medida lo sustenta, me había de llevar a
conocer a un Santanderino originario de Palencia cuyo nombre ni
siquiera me consta. (Ahora sé que se llama Isidro Amo Castaño).
En cualquier caso y esto es lo principal: un gran profesional y
una buena persona. Pues bien, al decirme cuando ya nos estábamos
despidiendo que vivía en Cazoña y que durante su infancia había
residido en Cajo, me faltó el tiempo para preguntarle si
recordaba algún nombruco raro de esa zona o algún dato que
tuviera interés. ¡Y vaya si recordaba! Porque al mostrarle la
añeja página periodística que acompaña a estas líneas [fig. 46],
empezó a hablarme entusiasmado de las minas que hasta su
infancia permanecían abiertas en el subsuelo de Cazoña, llegando
hasta el propio Cajo y que incluían varios pozos enormes, uno de
las cuales, de no menos de cinco metros de diámetro y de enorme
profundidad, estaba situado en lo que hoy es el patio del
colegio de Santa María Micaela, trasladado a la sazón de un
punto cercano de la ciudad. Parece ser que ese pozo estaba
perfectamente labrado y a juzgar por sus dimensiones, por el
lugar en el que se abría y por sus características, no me cabe
la menor duda de su enorme antigüedad, así como de su más que
probable conexión con el propio laberinto que se esconde bajo La
Remonta y que está situado a tiro de piedra del punto al que me
vengo refiriendo.
Mi interlocutor se había pasado la infancia jugando por esos
andurriales, en torno a la parece que soberbia heredad de la
Clínica del Doctor Morales, que constituye el germen del Parque
del mismo nombre, limítrofe con el predio de Campo Giro cuya
conversión en Parque postulo. Y a mi pregunta sobre lo que fue
de aquel impresionante pozo y de todos los demás, así como de la
red de galerías subterráneas que se abrían en el subsuelo, su
respuesta fue sencilla y categórica: lo colmataron y enterraron
todo.
Permítaseme el exabrupto: ¡cafres! Esos auténticos animales que
cegaron esos pozos y toda esa impresionante red de galerías que
aparece esbozada en la página del diario Alerta anexa, se
llevaron por delante una parte -¡quiera Dios que no la mejor!-
del mundo subterráneo que hiciera universalmente célebre a la
gruta Korizia y que, en todo caso, FORMABA PARTE DE LAS MINAS
MÁS ANTIGUAS DEL MUNDO, ABIERTAS EN EL SUBSUELO DEL ENTORNO DE
LA HEREDAD DE CAMPO JIRO.
¿Quiere alguien una definición del concepto de salvajismo?
¿Quiere alguien conocer una manifestación de necedad
químicamente pura? Pues aquí la tiene. Para edificar un colegio
y varios bloques de viviendas, se llevaron por delante uno de
los más inapreciables tesoros del más remoto pasado de la
Humanidad, relacionado con ese mundo subterráneo que tan
imborrable memoria dejara en la más vieja historiografía y que
nos habla de los Hesperios = Atlantes = Etíopes = Titanes =
Kálibes = Kabiros o Myrmidones que, inveterados buscadores de
minerales y de metales preciosos, consumían la mayor parte de su
existencia bajo tierra, en las galerías que ellos mismos
horadaban y de las que, en las épocas estivales, sólo salían
cuando llegaba la noche.
Y a todo esto, los eruditos locales, tan panchos, viviendo a
cuerpo de rey y medrando como auténticos paniaguados al arrimo
del poder, sin que se les diera una higa que cuatro familias
santanderinas se hayan llevado por delante LA ACRÓPOLIS MÁS
ANTIGUA DE LA TIERRA o que cuatro munícipes trogloditas
permitieran que se destruyera LA RED DE MINAS MÁS ANTIGUA DE LA
HISTORIA.
Confieso que se me llevan los demonios, confieso que si en mi
mano estuviera, erigiría un monumento en el centro de Santander
para que nadie olvidara jamás los nombres de toda esa cuadrilla
de cafres que, en el decurso de las últimas décadas, han
consumado ése y otros atentados similares, causantes de la
degradación de la Bahía más antigua y más bella del mundo y de
la destrucción de algunos de los hitos fundamentales de la
Historia de la Humanidad. Y todo ello por pura y simple
ignorancia. Ignorancia que en esos munícipes provincianos cabe
disculpar, pero que resulta imperdonable en el el caso de esa
camarilla de vividores que, al calor de su título de
historiadores, han vivido formidablemente toda su vida, sin
haberle aportado nada realmente útil a la sociedad. Porque son
ellos los principales responsables de cuanto denuncio en las
páginas de este libro, así como de la destrucción implacable y
despiadada de la que la ciudad de Santander ha venido y viene
siendo víctima a lo largo del último medio siglo. Y todo para
que un puñado de señores se enriqueciera especulando con el
suelo de la que ha resultado ser la población más antigua de la
Humanidad.
En fin, lo dejo aquí porque la urgencia de la publicación de
estas páginas, de las que depende que las excavadoras no se
lleven por delante, también, el Templo más antiguo de la
Humanidad, me impone la brevedad. Sólo añadiré que, en el último
momento, el profesional de la fotomecánica que me ha aportado
los datos a los que acabo de referirme, me dijo que él había
nacido en el barrio santanderino de AMALIACH del que, lo
confieso, no había oído hablar jamás. Bien, pues añádanle
ustedes a ese nombre la Z- o T- que ha perdido (como todos los
derivados de la radical ama-) y tendrán ustedes la forma
primitiva del nombre de las...