Capítulo II. SOBRE EL EMPLAZAMIENTO DE LA
ATLÁNTIDA
"Atlántida" y "civilización" son conceptos
virtualmente idénticos. Una larguísima
tradición, que arranca ya desde el trascendental
e inapreciable "Critias" de Platón, tiende a
identificar ambos conceptos, sentando las bases
de una amplísima bibliografía en la que la
presunción de que la Atlántida fuera en realidad
la cuna de la civilización occidental, emerge de
continuo con sorprendente y, por cierto,
clarividente insistencia. Otra cosa es que esa
insistencia se haya visto fecundada por un
mínimo acuerdo o coincidencia en cuanto a la
identificación de la cuna de nuestra especie.
De esta suerte, el enigmático y escurridizo país
de los Atlantes ha viajado, prácticamente sin
tregua a lo largo de los últimos siglos, por
todas aquellas regiones del planeta en las que
la imaginación de los autores respectivos ha
querido situado, siendo identificado casi
siempre con los fondos del Océano Atlántico,
muchas veces con las islas de Tera o de Creta,
otras con las Canarias y las Azores, algunos con
Palestina, Marruecos y la Península Ibérica, no
pocas con los países centro y sudamericanos y
hasta en ocasiones, también, con algunos de los
países escandinavos.
No ha faltado, también, quien apuntase la
posibilidad de que, fuese cual fuese su
emplazamiento, la Atlántida hubiese sido un día
la matriz de todos los pueblos del planeta,
siendo las mitologías de todas las culturas de
la antigüedad, meros trasuntos de la que un día
lejano alumbrase la llamada "civilización
perdida".
Bien. Lo menos que puede decirse es que, sobre
haber errado en cuanto a su localización, las
pesquisas de todos los historiadores e
investigadores que nos han precedido en el
estudio de este tema, han resultado
extraordinariamente certeras, tanto en cuanto a
la concepción de la Atlántida como un verdadero
microcosmos del que más tarde iban a
desprenderse todas y cada una de las familias y
razas humanas, como en la identificación del
pueblo atlante con el pueblo hebreo, el azteca,
el cretense, el guanche o el celta.
Ninguna de estas parcelaciones o fragmentaciones
de la idiosincrasia de los atlantes iba a
revelarse mínimamente atinada y, sin embargo, lo
que no puede negarse es que todas ellas
resultaban parcialmente certeras, desde el
momento en que los atlantes, entre otras muchas
identidades, tuvieron la de palestinos,
egipcios, persas, griegos, asirios, romanos,
galos, celtas, sajones...
En efecto, el de "atlantes" no es sino un
gentilicio más, extraordinariamente ambiguo por
otra parte, que acoge en su significado a todos
los remotos moradores de ese prodigioso y tantas
veces barruntado microcosmos, en el que tuviera
su cuna la especie humana y en el que, a lo
largo de millones de años, fuesen
configurándose, primero la especie humana y, más
tarde, todos los pueblos de la antigüedad. Todo
ello antes de que el "hundimiento" de la
Atlántida, diera con buena parte de sus
moradores en las más contrapuestas y distantes
partes del planeta, desde Méjico a Australia,
desde Islandia a Egipto, desde Siberia a
Irlanda.
Si una mínima parte de los esfuerzos y de los
medios que se han empleado hasta aquí en
rastrear los fondos de casi todos los Océanos,
en busca del mal llamado "continente perdido",
se hubieran encaminado a la realización de una
profusa investigación que, sobre identificar la
etimología del nombre de la Atlántida, hubiese
tratado de identificar el emplazamiento de
poblaciones atlantes tales como Cades, Cerne o
Po, oceanógrafos, submarinistas, arqueólogos y
antropólogos se habrían ahorrado muchísimo
trabajo y hace bastante tiempo que el mundo
conocería, sin posibilidad alguna de equívoco,
el lugar exacto en que nació, creció y murió
aquella legendaria civilización.
No se ha hecho así, sin embargo, y a ello le
debemos en muy buena medida, el enorme
escepticismo con el que hoy es acogida en los
medios intelectuales, cualquier nueva noticia o
aportación sobre la localización de la
Atlántida. Y ello, a partir de la convicción
aristotélica -que para algunos se ha convertido
en dogma- de que el "octavo continente" sólo
existió en la imaginación del gran filósofo
griego al que debemos las principales noticias
respecto a su existencia.
A la envidia de Aristóteles respecto a su
maestro, se debe el que muchos intelectuales se
pronuncien vehementemente en contra de la
existencia de la Atlántida, poniendo en tela de
juicio, al manifestarse de esta suerte, la
extraordinaria altura intelectual y humana de la
obra y de la personalidad de Platón.
"El conocimiento de Platón (sobre la
Atlántida), por tratarse de un hombre honorable
y de un espíritu ilustre, pesa más que la
opinión negativa de cien cerebros de mentalidad
media que están más inclinados a pronunciar un
no que un sí, expuestos a eventuales riesgos".
Son palabras de Otto H. Muck en su obra "El
mundo antes del Diluvio -La Atlántida-".
La Atlántida existió, y existió exactamente en
ese punto en el que la mitología griega la sitúa
con pertinaz e inequívoca insistencia, en una
región frontera a Libia, a Asia y al Atica, que
en modo alguno puede guardar relación con el
contexto geográfico en el que estos nombres se
producen hoy en el entorno de las riberas
orientales del Mediterráneo.
Hace ya mucho tiempo que la Historiografía
debería haberse percatado de la evidencia de que
todas las noticias que poseemos respecto a los
míticos orígenes de nuestra especie, se habían
sobre dimensionado al situarlas en un marco
geográfico espurio, totalmente falso, que no
"casaba" en absoluto con las minuciosas
referencias que poseemos con respecto a la
configuración del mundo primigenio. Y así, en el
afán no poco simplista por identificar, a
cualquier precio, los escenarios en que se
desarrollaron los hechos de los que nos da
cumplida cuenta tanto la Biblia como la
mitología de todos los países mediterráneos, se
pasaron por alto, con una pasmosa tolerancia,
"detalles" aparentemente tan insignificantes
como puedan ser, por ejemplo, el hecho de que la
actual Acrópolis de Atenas, no tenga
absolutamente nada en común con la Atenas de la
que nos habla la mitología y los propios
Diálogos de Platón, o el de que la superficie
que la Biblia le atribuye a la Tierra Prometida,
no coincida con la delimitación de la supuesta
"Tierra Prometida" en la actual Palestina, o, en
fin, y para no resultar exhaustivos, el de que
Grecia, África, Asia y Europa se encontrasen
antaño como encerradas en un puño, de tal suerte
que los habitantes de tales regiones, pudieran
desplazarse de un extremo a otro del "mundo
antiguo", con la misma facilidad con que podamos
hacerlo los hombres del siglo XX por el ámbito
del mundo moderno.
Una de dos, o se considera que todas las
noticias que la antigüedad nos ha transmitido
con respecto a su más remoto pasado, eran
producto exclusivo de la fantasía de nuestros
antepasados, o bien, si se otorgaba alguna
credibilidad a todo aquel cúmulo de
informaciones, debería haberse considerado la
posibilidad de que los enclaves en los que éstas
estaban siendo localizadas, no tuvieran nada que
ver con los lugares a los que en verdad hacían
referencia.
Por mucha imaginación y buena voluntad que
queramos derrochar, resulta un tanto difícil
relacionar la idea innata que todos poseemos
respecto a cómo hubo de ser el Paraíso Terrenal,
con la decepcionante realidad de esas tierras
del llamado "Creciente fértil" mesopotámico en
las que el "Jardín del Edén" viene siendo
tradicionalmente localizado.
El mismo conformismo con el que se ha estudiado
y analizado el problema de la localización
oriental del Paraíso bíblico, en un área en la
que no se localizan más allá de dos de los seis
nombres geográficos aportados por el libro
sagrado, es el que ha hecho posible que los
estudiosos de los textos platónicos no se hayan
llevado las manos a la cabeza, al descubrir las
precisas indicaciones que el filósofo aporta en
relación con la descripción orográfica del Atica...
y trasladarlas a la minúscula realidad actual de
la Acrópolis ateniense.
El rigor en la interpretación de las fuentes
antiguas, no suele ser norma excesivamente
respetada por la investigación histórica,
fenómeno que se pone particularmente de
manifiesto en un caso como el de las
indagaciones en torno al paradero real del
"extraviado" país de los atlantes.
De esta suerte, y al igual que viene sucediendo
con la búsqueda del Paraíso Terrenal, en lo
último que se ha pensado a la hora de tratar de
identificar el solar atlante, ha sido en las
tres poblaciones que nos consta existieron en el
mismo y que, por mucho que hubieran podido
desaparecer, difícilmente lo habrían hecho sin
dejar rastro alguno de sus antiguos nombres, en
el ámbito de la región en la que un día
florecieron.
De todos modos, y si negativo ha sido, en
efecto, el desacierto que ha acompañado a la
labor de persecución del emplazamiento de la
huidiza Atlántida, no ha sido menor el daño
causado por aquellos que se han empeñado en
convencerse y en convencernos de que la de los
atlantes fue una civilización tanto o más
desarrollada que la presente, extinguida como
consecuencia de una catástrofe nuclear de
características similares a la que muchos
vaticinan como fin irremediable del mundo
contemporáneo...
Resulta evidente que el trasiego al que se halla
sometida la fenecida isla Atlántida, tiene
muchísimo que ver con esa querencia por lo
fantástico que es consustancial a nuestra propia
especie y que nos induce casi siempre a conceder
mayor crédito a lo inverosímil que a lo
plausible. ¿No es verdad que resulta mucho más
apasionante pensar en una Atlántida sumergida,
ocultándonos bajo las aguas del Océano todos sus
infinitos misterios y riquezas, que no tener que
rendimos a la evidencia de que la otrora
inundada Atlántida es hoy un macizo montañoso
semejante a tantos otros como jalonan la
geografía de nuestro planeta?
En las representaciones cartográficas de la
Tierra originaria que los miniaturistas
medievales españoles incluyen, como hemos visto,
entre las ilustraciones del libro del
Apocalipsis, el Paraíso Terrenal aparece
invariablemente situado en el nordeste de aquel
mundo, hecho este que habría de determinar el
que, por lo menos hasta el siglo Xv, toda la
cartografía relacionase al Paraíso precisamente
con el norte.
Pero los mapamundis del siglo XV, hacen algo más
que situar el Edén en el norte. Lo reproducen
rodeado de murallas. Exactamente igual que
hiciera Fra Mauro al circundarlo de una muralla
almenada y presumir la existencia de cuatro
puertas en la misma.
Hemos llegado a un punto decisivo en el decurso
de nuestro relato: el de la identificación del
Paraíso Terrenal con un espacio fortificado. O
dicho de forma más simple y escueta, el de la
identificación del Edén con un castillo.
El Paraíso, en cuanto que isla de carácter
montañoso, fue, en rigor, un castillo
inexpugnable. La presunción de que había estado
rodeado de murallas no era, por consiguiente,
gratuita ni carente de un sólido fundamento.
¿Qué mejor manera de expresar el carácter de
aquel lugar que representarlo como una fortaleza
insular?
Partiendo del principio de que los términos
"Paraíso" y "Parnaso" son absolutamente
análogos, no debe considerarse como casualidad,
el hecho de que la voz griega "parnaso" se haya
formado a partir del griego "nasos", isla. Por
otra parte, el carácter insular del mundo
primigenio, inevitablemente superpoblado,
explica la afinidad que existe entre los
términos "nasos" (isla) y "nassos", denso,
apretado. O entre "Paradiso" y el griego "parabisto":
hacinado...
Si reparamos en la simbología que configura los
más antiguos escudos del norte de España,
veremos cómo en ellos se repiten, hasta la
saciedad, los siguientes motivos: una o dos
columnas, un árbol, la flor de lis
-identificada, como el árbol y la columna, con
el mito de la creación y, por fin, un castillo
rodeado de ondas.
Todos estos símbolos, amén de otros en cuyo
enunciado no entramos para no resultar
reiterativos, hacen referencia muy expresa al
mundo primigenio, al "Paraíso Terrenal" del que
se pretendían descendientes quienes los
ostentaban.
Fray Gregorio de Argáiz nos ofrece un testimonio
precioso respecto al significado de ese
"castillo con ondas" que tanto se prodiga en los
escudos cántabros y en los de Castilla la Vieja.
Se refiere Argáiz a la reina Sapharad, madre de
Iber y esposa de Túbal, el supuesto nieto de Noé
del que desde Josefo se ha pretendido hacemos
descender a los españoles y cuya verdadera y
sorprendente identidad iremos conociendo a lo
largo de los sucesivos títulos de esta
colección.
Dice Argáiz en su "Población eclesiástica de
España":
"También he visto monedas con el nombre de
Sepharad en hebreo, y en el reverso un castillo
rodeado de ondas. Descubrióse esta moneda, que
era de cobre, abriendo unos cimientos en el
Monasterio de Santa María de Valvanera, el año
1658. Hallándome presente".
El testimonio de Argáiz, amén de impresionante,
tiene un valor y una importancia que el ilustre
y docto fraile jamás hubiera podido imaginar.
Sin embargo, vamos a ignorar, por ahora, lo que
de verdaderamente crucial se esconde tras las
palabras de Argáiz y vamos a quedamos con
aquello que entronca con el hilo de nuestro
argumento, a saber, el hecho de que el nombre
hebreo de España, "Sepharad", cuyo significado
es, como sabemos, El Paraíso, se identificase
con un castillo o fortaleza de carácter insular.
Castillo que, consecuentemente, aparece por
doquier en la heráldica del norte de España,
siendo el precedente -y no el hecho de que los
castillos abunden en Castilla- del castillo que
hoy blasona en el escudo de Castilla... y en el
de España.
Aquel mítico y trascendental castillo, no es
otro que las míticas fortalezas de Troya, Tebas
o Tirinto, construidas por los dioses y tras las
que se oculta el recuerdo del también insular
Paraíso Terrenal o, si se prefiere, de la isla
Atlántida, "fortificada" por Hércules mediante
la erección de sendos macizos montañosos cuya
función no era otra que la de preservarla de las
intempestivas avenidas del Océano. Cuando menos,
tal era el sentir de quienes acuñaron la leyenda
de las dos "columnas" (o "colinas") erigidas por
Hércules ...
La Atlántida fue una isla, como islas fueron, en
su origen, Creta, Troya, Castilla o el Paraíso.
Denominaciones distintas para aludir a un mismo
enclave insular, aquél en el que la Humanidad
tuviera su cuna y en el que se desarrollara esa
larguísima secuencia de la historia de nuestra
especie a la que venimos definiendo con el
nombre de "mundo primigenio". Mundo primigenio
al que habrían de suceder todavía diferentes
"mundos", previos todos ellos a la configuración
del llamado "mundo antiguo", primero de carácter
netamente histórico, formado en torno a las
riberas del Mediterráneo.
Pero volvamos a preguntamos, ¿dónde estuvo
situado el primero de aquellos mundos?, ¿dónde
estuvo emplazado el Paraíso Terrenal o Isla
Atlántida?
La anhelada respuesta a esta pregunta, parece
tener muchísimo que ver, no ya con la Península
Ibérica, sino con cierto macizo montañoso de la
Península Ibérica conocido originariamente con
el nombre de "Sepharad" y cuya denominación se
hizo extensiva, posteriormente, a todo el
conjunto de la Península. De hecho, España no es
una isla... pero se le parece mucho, y por lo
que se refiere al amurallamiento que le
otorgaban sus montañas al Paraíso, ahí está el
dédalo de cordilleras que jalonan toda la
periferia ibérica, configurando un bastión
orográfico que nada tiene que envidiar al que
"protegiera" las privilegiadas tierras de la
isla Atlántica.
Si habrá sido grande la confusión creada en
torno a la identificación de España, en su
conjunto, con aquella comarca española en la que
estuviera emplazada la Atlántida, que uno de los
nombres con los que en el pasado se conoció a
toda nuestra Península, fue precisamente el de
"Isla Atlántida" o "Atlántica"...
Pero "Atlántico" es, como sabemos, una
denominación relativamente moderna de un mar
cuyo nombre originario fue el de Océano, lo que
quiere significar que la mítica isla Atlántida
hubo de llamarse a su vez, necesariamente, Isla
de Océano. Y aquí sí que nos aproximamos
extraordinariamente al definitivo
esclarecimiento de todo este asunto y a la
identificación de la isla en cuestión. Isla que
hubo de estar situada, necesariamente también,
en la Península Ibérica, en razón a haber sido
precisamente Océano, otro de los antiguos
nombres de España.
Antes de seguir adelante, vamos a traer a la
escena de nuestro relato, a un ilustre y lúcido
autor francés de finales del siglo pasado. Me
refiero a Moreau de Jonnés, quien en su obra
"Los tiempos mitológicos" dice cosas como éstas:
"En un notable paraje recogido por Eusebio
("Preparación evangélica ''), Teopompo afirmaba
que los antepasados de los atenienses formaban
parte de una colonia de egipcios, cuando fueron
sorprendidos por un diluvio, del que sólo escapó
un pequeño número".
"Por los anales de Egipto se sabe que esta
comarca no sufrió jamás ninguna catástrofe
semejante. (...) Todo induce a creer que este
cataclismo es el mismo que abismó a la
Atlántida, cuya dramática leyenda. nos ha
narrado Platón. Según este filósofo, los padres
de los atenienses habitaron las islas
Atlántidas, pereciendo gran parte en el
desastre. Los de la Hélade, eran descendientes
de algunas familias que sobrevivieron".
Vamos a quedamos con dos conclusiones, a las que
por otra parte ya habíamos llegado varios años
antes de conocer este texto de Moreau de Jonnés.
Primera conclusión, que la Atlántida, al igual
que Atenas o que la cuna de todos los pueblos de
la antigüedad, estuvo en Egipto. Y segunda
conclusión, que el genuino Egipto no tuvo
absolutamente nada que ver con el Egipto
africano que hoy conocemos.
¿Dónde estuvo situado ese Egipto?
La pregunta se contesta por sí sola cuando
recordamos que España se denominó Océano y
descubrimos que fue precisamente Océano el
primitivo nombre de Egipto. Lo que refrenda y
"remacha" la filiación occidental de este pueblo
cuya cuna se encontraba en Amenti (=occidente) y
cuya divinidad máxima, Amón, recibía el título
de "Señor de Occidente". Nótese, por cierto, que
"Amón" sigue siendo, todavía hoy, un apellido
castellano. Valórese, también, el hecho de que
en el norte de España existan nada menos que
cuatro ríos Nilo: Los Nela y Neila burgaleses,
el Nalón o Nilon asturiano y el Nelos o Nil
cántabro (el Nansa actual).
Si descendemos nuestra mirada hacia las tierras
meridionales de la Península Ibérica, nos
encontramos con una nueva e importante réplica
del Nilo africano ("Neila" para los griegos y "Nil"
para los egipcios): el río Genil andaluz, cuyas
fuentes por tierras de Jauja, vienen a confirmar
cuanto refieren autores antiguos sobre la
primitiva denominación del río Nilo, Jijia o
Gijón.
¿Es ello cierto?
Debe de serIo cuando sabemos que fue Ogigia otro
de los antiguos nombres de Egipto, al tiempo que
el de su primer rey, Ogiges, padre, a su vez, de
los pelasgos, atenienses o griegos.
Hemos venido a desembocar, siguiendo el curso
histórico del nombre del río Nilo, en aquella
isla Ogigia o Calipso a la que nos referíamos en
el capítulo precedente, y a la que
identificábamos con la isla Atlántida y con el
Paraíso. Isla Ogigia a la que también se conoció
con el nombre de Jauja, justificando el que
todavía perviva en España el vivísimo recuerdo
de un mundo remoto y feliz, al que se designa
con el nombre de "país de Jauja". "¡Esto es
Jauja!", seguimos repitiendo coloquialmente los
españoles, atinando plenamente en la ubicación
geográfica de Jauja, del Paraíso, aunque
marrando un tanto en la pretensión de que esta
castigada y vilipendiada tierra nuestra siga
siendo un Paraíso...
Los hebreos -y esto es algo obvio que reconocen
todos los autores-, fueron, en su origen, un
pueblo egipcio. O etíope, lo que, como veremos
en su día, resulta ser exactamente lo mismo. U
no y otro pueblo, hebreos y egipcios ( o
etíopes) eran, por consiguiente, pueblos
occidentales, perfectamente conscientes de su
origen. Los egipcios se sabían emigrados de un
país de Occidente cuyo nombre era Ement o Amenti.
Y los hebreos, a su vez, de "Sepharad", del
Paraíso. De un Paraíso cuyo carácter occidental,
obvio, era recordado por los judíos "esenios".
Fue Benito Arias Montano quien, hace ya varios
siglos, intuyó genialmente que los nombres de
Sepharad y de Hesperia (España) eran afines, y
que ambos tenían su precedente en Hespérida o
Vespérida, términos ambos que no sólo significan
Occidente, sino que dan nombre también a las
mito lógicas Hespérides, denominadas por algunos
autores "ninfas atlántidas".
"Ninfas atlántidas" a las que se otorga como
morada lugares tales como Eritrea, Libia, el
Océano o el "país de los hiperbóreos", nombres
indistintos para designar, en definitiva, al
"Jardín de las Hespérides" de la mitología
griega, al Paraíso de los helenos.
"Sefarad" significa occidente y paraíso al
propio tiempo, lo que explica el que en el
pasado se relacionase al Paraíso con Occidente,
con el Océano y con Céfiro...
"Céfiro", como los "Sefirots" hebreos (los diez
nombres del Eterno), no es sino una variante de
"Zefara" o "Zefarad". De ahí que el Céfiro sea
un viento suave y agradable que sopla desde
occidente. Un occidente -"Sefarad" o "Céfiro" -
que dio nombre a los míticos Céfiros, unos
moradores de las aguas del Océano que honraron a
Afrodita durante la permanencia de ésta en las
aguas del Océano y que, a la postre, la
condujeron hasta las orillas de la isla Cizera.
Lo curioso del caso es que Cicera es un pueblo
delicioso de esa sierra de Peña Sagra que tan
firme candidata resulta entre los distintos
macizos montañosos españoles, susceptibles de
haber tenido el privilegio de albergar a los
primeros seres humanos y al Paraíso creado por
éstos.
Parece obvio que es a Safarad, a la mítica isla
Cizera, a la que los Céfiros condujeron a la
supuesta antepasada de todos los humanos. A
nuestra pretendida madre común, Afrodita "Vespérida",
"Hespérida" o "Sephérida".
¿Qué tuvo que ver Hesperia (España) con la isla
Atlántida? Mucho a juzgar por las palabras
siguientes de Máximo de Tiro:
"El monte Atlas estaba situado en Hesperia,
vasta tierra rodeada por el mar, cuyos
habitantes profesan culto a Atlas. Es una
montaña altísima y horadada".
¿Qué otro pueblo sino el ibérico podía rendir
culto a Atlas, cuando es precisamente Atlante
una de las principales divinidades o "monarcas"
de la España mítica?
Ténganse presentes todas las menciones a la gran
altitud del Paraíso, a las que hacíamos
referencia en "La España olvidada", y no se
pierda de vista, igualmente, que el hecho de que
se localice el monte Atlas -el genuino y
originario monte "Atlas" - en Hesperia, equivale
a reconocer formalmente que la isla Atlántida
estuvo situada en la Península Ibérica, en
Hesperia o Sepharad, desde el momento en que
ambos nombres no son sino registros distintos,
etapas distintas en la evolución de un mismo
nombre geográfico.
Si a todo ello se suma el hecho de que "Paraíso"
y "Sepharad" o "Sepharadis" sean nombres
análogos, la conclusión inevitable a la que
vamos a desembocar, es la de que, efectivamente,
Hesperia, Sefarad, el Paraíso y la isla
Atlantida son exactamente el mismo enclave
geográfico, identificado con un espacio insular
sobre el que se erguía una elevadísima montaña.
Montaña que, además -y el testimonio es
realmente impresionante- estaba horadada...
Pero las cosas no concluyen aquí.
Decíamos hace un instante que Océano hubo de
ser, necesariamente, el primer nombre de la isla
Atlántida, por ser precisamente "Océano" el
nombre genuino del mar Atlántico. Nuestra
deducción no era infundada, y buena prueba de
ello, el testimonio de Diodoro Sículo cuando
afirma que Urano, primer rey de los atlantes,
fue enterrado en la isla Océana. Lo que viene a
confirmar que Egipto (= "Océano"), España (=
"Océano") y la Atlántida (="Océano"), fueron en
su origen el mismo enclave geográfico.
¿Y aquella isla Calipso u Ogigia cuya
destrucción diera nombre al Apocalipsis?
Por testimonio igualmente de Diodoro sabemos que
el "cordón umbilical" de Zeus cayó en un lugar
llamado Omfalos. Léase "ombligo", una de las más
elocuentes denominaciones de la primera morada
de los humanos. De ahílos míticos Jardines del
"Mes Omfale". O lo que es lo mismo, los
Jardines del Edén o del Paraíso.
Pero es el caso que Hornero documenta ser "Omfalos"
uno de los nombres de la isla Ogigia, donde
reside Calipso, hijo de Atlas o Atlante.
Todo lo cual viene a traducirse en que siendo "Ogigia"
uno de los primeros nombres de Egipto, Calipso,
la Atlántida, Egipto y el mundo primigenio u
Omfalos, no son sino términos distintos para
designar a un mismo lugar.
¿Cabe mayor evidencia respecto a la identidad de
origen de todos los seres humanos?
Hemos omitido un pequeño detalle. Fueron las
ninfas Hespérides las que criaron a Zeus en la
isla Ogigia... o Hesperia.
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