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SEFARAD O LA MORADA DE LOS HIJOS DE LOS DIOSES

 

RIBERO MENESES    PRINCIPAL

     Jorge Mª Ribero-Meneses


 

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Capítulo VII. Los Fenicios y la escritura Ibérica

 

 

Sobre la escritura y el lenguaje

El pueblo fenicio llegó a configurar uno de los principales imperios marítimos y comerciales de la antigüedad. Su importancia por lo que a nuestras pesquisas se refiere, se cifra en el hecho de que fueran precisamente los fenicios quienes más frecuentaron los puertos de la Península Ibérica, comerciando amplia y presumimos que ventajosamente con los primitivos españoles e "impregnándose" convenientemente de las creencias, costumbres y tradiciones de éstos.

Los fenicios han sido, en este sentido, quienes junto con los griegos, mayor partido han sabido sacar del antiquísimo acervo cultural de la Península Ibérica, habiendo adoptado como propia buena parte de nuestra mitología y habiéndose atribuido, por lo mismo, la autoría de esa modalidad de escritura a la que universalmente se conoce como "alfabeto fenicio" y que no es, en rigor, sino una de las distintas modalidades de escritura que desde tiempos remotísimos han existido entre los diferentes pueblos de Iberia.

Si los antiguos españoles hubiesen tenido la precaución de datar muchas de las inscripciones que hoy se conservan en nuestro país y que vienen atribuyéndose a fenicios, griegos o romanos, las sorpresas que íbamos a llevamos habrían de ser sublimes. Y quien dice las inscripciones, dice las esculturas, los enterramientos y todo tipo de vestigios arqueológicos. Vestigios que en muchísimos casos, resultarían ser mucho más antiguos que la existencia mismade esos pueblos mediterráneos a los que vienen atribuyéndose.

 

Lo que nos recuerda lo sucedido con determinadas tumbas del yacimiento almeriense de Los Millares, tumbas cuya elaborada ejecución había hecho que se diera por sentado que eran obra de egipcios, persas o fenicios, siendo así que un estudio más riguroso de las mismas, acabó por demostrar que las tumbas en cuestión eran muy anteriores a sus supuestos "modelos" del Mediterráneo oriental.


Algo parecido a lo que ha sucedido, por ejemplo, con toda esa arquitectura megalítica que jalona la geografía del mundo antiguo y entre cuyos impresionantes monumentos pétreos, han resultado ser los ibéricos los de mayor ancianidad.

Pero volvamos al tema, sugestivo donde los haya, del origen de la escritura y de la paternidad que a los fenicios se les reconoce sobre la invención de ese alfabeto por el que nos regimos hoy todos los pueblos de Occidente. Curiosa paradoja que la modalidad de escritura utilizada por la viejísima Europa, tenga su raíz en un alfabeto supuestamente ingeniado por un pueblo tan joven como el fenicio..., establecido además en Oriente, en las riberas del Mediterráneo más distantes de Europa y de Occidente.

Se aducirá que los fenicios comerciaron intensamente con los pueblos del Mediterráneo occidental, pero ¿acaso no lo hicieron también los griegos, sin que ello haya determinado el que el alfabeto heleno haya sido adoptado por ninguno de los pueblos de Occidente?

La complejidad y dificultad de datar las obras antiguas, sigue siendo -a pesar de los modernos y cada vez más sofisticados sistemas de datación- el verdadero talón de Aquiles de la arqueología, al tiempo que la causa de que errores descomunales hayan llegado a consagrarse como verdades incuestionables e inamovibles. Sospecho que no ha llegado el momento todavía en que los métodos de datación cronológica utilizados por la arqueología, merezcan la credibilidad que hoy se les concede.

Cuando una persona se ha enfrentado con epigramas como los de la asturiana iglesia románica de San Vicente de Serrapio, en los que los caracteres griegos y fenicios se funden y se confunden en una amalgama sorprendente, reuniendo palabras castellanas, griegas y latinas, resulta difícil no llegar a la conclusión de que todas estas lenguas se han gestado en la propia Península Ibérica, siendo los llamados alfabetos griego y fenicio meras ramificaciones de un tronco común, al que incuestionablemente se muestra más fiel la escritura griega que la "fenicia".

No se precisa de mucha perspicacia para deducir que la "b" fenicia se ha derivado de la beta griega. Y lo mismo cabría decir de la letra delta y la "d". O la gamma y la "g". O la zeta y la "z", y así sucesivamente...

La pesquisa siguiente debería llevamos a interrogamos sobre la lengua en la que pueda tener su origen esta curiosa e importantísima palabra ("garabos"), con la que en tiempos remotísimos se conoció a la escritura. ¿Cuál fue esa lengua?


Por sorprendente que pueda parecer, esa lengua es la castellana, la única que a nosotros nos conste en la que se conserva plenamente vigente el término "garabato", referido a un tipo de signos o de escritura más o menos ininteligible. Y es que, para la inmensa mayoría de los mortales y prácticamente hasta ayer mismo, cualquier modalidad posible de escritura no eran sino simples y elementales "garabatos". No en vano, el conocimiento de la escritura quedaba circunscrito a un reducidísimo número de individuos -sacerdotes, por lo común- que ponían sumo cuidado en evitar que la "plebe" pudiera compartir los enigmas del conocimiento que sus predecesores les habían confiado, con la explícita recomendación de que los mantuvieran "fuera del alcance" del rebaño, de la "grey". Una forma como otra cualquiera de mantener a la sociedad en la más supina de las ignorancias, impidiendo así que los individuos ajenos al estamento sacerdotal dieran en pensar libremente, convirtiéndose al hacerlo en una seria amenaza para las ambiciones del clero.

En cuanto a las vocales, son idénticas. De los números hablaremos en una obra posterior.

Ya en 1984, cuando redacto mi primera obra sobre la génesis de la civilización, me pronuncio de forma inequívoca respecto al origen ibérico de la escritura, otorgando el mismo origen al alfabeto y a la lengua griega y poniendo de relieve el hecho de que en el término latino "scribere" aparezca nítido el marchamo que acredita la paternidad de esta crucial invención humana.

El hecho es, sin embargo, que si ibérico es el nombre latino de la escritura, no lo es menos el término con el que la lengua griega designa a este concepto: "grafos". ¿Cuál es la etimología de esta palabra? ¿De dónde se ha derivado "grafos"?

Siempre que dos consonantes aparecen unidas, como sucede en el caso de la palabra "grafos", es porque se ha perdido una vocal intermedia que hacía las funciones de vínculo entre ellas, vocal que, por lo común, no ha sido otra que la primogénita de todas ellas, la "a". Antes de "grafos", pues, existió la palabra "garafos" y, antes que ésta y siendo la "f" una variante moderna de la "p" y de la "b", vamos a desembocar en el término original- "garabos"­ del que se ha derivado esta palabra griega.

Hasta épocas muy próximas a nosotros, ninguna clase sacerdotal se ha mostrado dispuesta a divulgar y popularizar el conocimiento, plenamente consciente de que es precisamente la del conocimiento la más sustantiva de las arterias de que se nutre el poder. El poder digno de tal nombre y no aquel que algunos creen poder sustentar sobre pilares tan endebles y efímeros como el dominio político, militar o económico. Las instituciones civiles miden su existencia por lustros, decenios o, como máximo, por siglos. La historia de las religiones acostumbra a contarse por milenios...

 

Huelga decir que el monopolio del conocimiento, pasa necesariamente por el propio dominio exclusivo de la escritura. No es ninguna casualidad que "escrito" y "secreto" sean en realidad la misma palabra, mudado simplemente el orden de sus dos primeras letras.

Tal vez así se comprenda el peculiar significado del término castellano "garabato". Y es que, a ojos de una sociedad que se reconocía absolutamente incapaz de descifrarla, ¿que fue en definitiva la escritura en su origen, sino meros esbozos lineales o garabatos?

Garabatos que sin duda ejecutaban -grababan-, aquellos "garabantes" o "carabantes" que en calidad de sacerdotes vivían consagrados al culto de la diosa Gala o Gálaba, uno de los más viejos epítetos de la "Madre de los dioses".


La trascendencia de cuanto antecede se comenta por sí sola, ilustrándonos mejor que cualquier otro argumento, respecto a la extraordinaria antigüedad de la lengua castellana. Lengua a la que la colonización sufrida por parte del latín, no ha restado un ápice de su valor y de su indiscutible personalidad, en tanto que forma evolucionada de aquella remotísima lengua hablada por las gentes de los valles altos del río Ebro. Idioma aquel cuyo más fiel reflejo, venturosamente conservado, es el actual "euskera", a la sazón una suerte de forma fosilizada del habla primitiva de las gentes del norte de España.

 

La lengua vasca, en su forma actual, no es en modo alguno el primer lenguaje hablado por los españoles. Sin embargo, sería absurdo dudar de que es el que más próximo se encuentra de él, habiendo conservado prácticamente intactas algunas de sus raíces fundamentales. Raíces que resulta fácil reconocer y reconstruir mediante el concurso de las lenguas griega y castellana.


Las primeras hablas de los españoles, con las deformaciones y mutilaciones inevitables, quedaron fosilizadas en la lengua hablada por las gentes que vivían en las regiones más septentrionales de la antigua Cantabria, país cuya delimitación geográfica no tenía absolutamente nada que ver con la que hoy se le atribuye. Ello contribuiría, entre otras cosas, a consagrar el equívoco de que la raíz de Cantabria, y por ende de España, se encontraba y se encuentra a orillas del Cantábrico.


Las cosas, sin embargo, están muy lejos de haber sucedido de esta guisa, resultando mucho más cierto que si bien las gentes del norte de Cantabria, en el ámbito de la actual Euskadi, se obstinaron en mantener su lengua incorruptible a despecho de todas las leyes por las que se rige la evolución del lenguaje, sus compatriotas de las tierras del sur y del occidente de Cantabria, posiblemente por haber estado mucho más abiertos al contacto y a la fusión con otros pueblos, fueron modelando una lengua cuya principal obsesión, en contraste con el euskera, parece haber sido la de mantenerse siempre acorde con cada momento histórico, no rechazando, por el hecho de ser extraña, cualquier aportación foránea que pudiera enriquecerla. Muy especialmente en lo que se refiere a su vocabulario.


El mapa lingüístico de la España remota, quedaría definido, así, por una lengua -el euskera- que ha vivido al margen y a espaldas del tiempo, confinada entre las montañas de Euskadi y por una segunda lengua cantábrica, hablada por las gentes que vivían en los valles altos del Ebro, desde su nacimiento en Peña Labra hasta las tierras de los Berones o riojanos.

Pues bien, es a esta segunda lengua a la que cabe considerar como el precedente más directo del actual castellano, así como del griego, del latín y de los restantes idiomas de la Península Ibérica y de su entorno inmediato. Y obvio es decir que, por razones de proximidad geográfica ya pesar de los préstamos e influencias del latín (mucho menores de lo que se piensa), es el castellano la lengua que se ha mantenido más fiel al vocabulario y a la estructura de aquel idioma hablado por los pobladores de las riberas del Ebro, en lo que más tarde habría de ser la cuna misma de Castilla.

En este sentido, como en tantos otros, cabe considerar al río Ebro como el verdadero artífice de la difusión y de la dispersión de las lenguas, lenguas que a través de sus aguas iban a llegar a configurar los diferentes idiomas hablados en el entorno del Mediterráneo.

Si el capricho de la peculiar orografía del norte de España no hubiese encauzado a las aguas del Ebro, contra toda lógica, hacia el Mediterráneo, la historia de la Humanidad habría sido, en sus orígenes, sustancialmente distinta...

A partir de cuanto precede, mal podemos sorprendernos de que sea precisamente un término castellano el que aparece como único precedente de la voz griega con la que se designa a un concepto tan crucial como la escritura. Por lo mismo, tampoco pueden extrañamos las impresionantes afinidades que existen entre el griego y el castellano, así como el supuesto cuño heleno de buena parte de la toponimia de la Península Ibérica.

Y por lo que toca al latín, bien nítido se muestra el origen de una semejanza, que está muy lejos de explicarse, como se ha venido haciendo hasta la fecha, por el hecho de que el castellano, como todas las mal llamadas lenguas "románicas", sea hijo del latín. ¿Cómo justifican, quienes a despecho de toda lógica postulan tan pintoresca tesis, el
hecho de que la lengua hablada por los españoles, antes de producirse la invasión romana, fuera muy semejante al
latín, hasta el extremo de resultar familiar y perfectamente comprensible para las milicias romanas que perpetra­ron la conquista de la Península Ibérica?

El gallego, el catalán, el francés, el castellano..., son lenguas previas a la conquista por Roma de todas estas regiones cruciales del occidente europeo, resultando igualmente claro que era una lengua muy afín al castellano la que hablaban mayoritariamente los españoles antes de la irrupción en nuestro suelo de las huestes de Roma. Y buena ocasión esta para traer a colación aquella frase de Ennio, escrita en sus "Annales" nada menos que dos siglos antes de nuestra era, cuando España estaba muy lejos todavía de ser romana:


"Hispane non Romane memoreris loqui me"

''Acuérdate de que yo hablo Hispano, no Romano"
 


Luego existía una lengua lo suficientemente extendida por la Península Ibérica como para merecer el calificativo de lengua "española", "hispana"...


Lengua que, desde luego, no era el euskera, desde el momento en que los autores latinos testimonian el carácter extraño y totalmente incomprensible para ellos, de la lengua hablada por los cántabros, en contraste con el idioma hablado por el resto de los hispanos que, por el contrario, sí les resultaba familiar y hasta parece que perfectamente comprensible.

Pocas cosas existen hacia las que el ser humano manifieste mayor apego que a su propia lengua, pudiendo presumirse que no sea ésta, en modo alguno, una peculiaridad de nuestra época y resultando por tanto harto probable, que esa querencia por el idioma haya acompañado siempre a la especie humana desde que puede conceptuarse como tal. Y es que a la postre, la lengua es -con la salvedad de la vida- la única cosa de la que al hombre no se le puede privar.


¿Cómo justificar, a partir de aquí, esa opinión que el devenir de los siglos ha convertido en dogma y que hace derivar del latín las lenguas de la mayor parte de los países del occidente europeo, un tanto como si Europa hubiera vivido antes de Roma, sumida en la más recalcitrante barbarie e incapaz, por consiguiente, de configurar un conjunto de lenguas que pudieran oponerse al latín y frenar -y hasta malograr- el avance de la lengua del Imperio?

Bien sabido es que la historia la escriben los vencedores, haciéndose particularmente veraz este axioma en el caso de esa supuesta y jamás materializada colonización del occidente europeo por parte del latín. ¿Cómo hubiera podido conseguir un puñado de legiones -integradas fundamentalmente por extranjeros- que en el decurso de tres siglos no quedara ni rastro de las hablas ancestrales de varios países europeos, hablas que sometidas a las evoluciones y mudanzas de rigor, contaban con miles de años de antigüedad?


En qué cabeza humana cabe que las gentes de Andalucía, de Tartessos, renunciasen a una lengua que habían hablado a lo largo de seis mil años, para aceptar sumisamente la que trataban de imponerles las legiones de Roma?

 

El mero planteamiento de semejante hipótesis resulta peregrino, sobre todo si tenemos en cuenta la enorme dificultad que entonces entrañaba, no ya la penetración de una lengua en todos los rincones, por recónditos que fueran, de un país, sino la simple penetración física de los portadores de dicha lengua. Que una cosa es conquistar y colonizar un país apenas habitado, y otra muy distinta acceder a toda esa infinidad de pequeños reductos de población que existían -y siguen existiendo- en la Península Ibérica.
 

¿Acaso iban a ser capaces los romanos de conseguir en tres siglos lo que los godos en un período similar y los árabes en ocho siglos de dominación, fueron absolutamente incapaces de lograr?

Otra cosa es que los romanos, como los germanos o los sarracenos, llegasen a introducir una serie de palabras en las hablas primigenias de iberos o galos. Pero poco más. Las gentes de las viejísimas tierras del occidente de Europa, particularmente en las zonas rurales en donde se concentraba la inmensa mayoría de la población, siguieron hablando tras la llegada de los romanos, exactamente igual a como lo hacían cuando Roma no había emprendido todavía su aventura imperial.

Para comprender cuál ha sido el comportamiento de las lenguas en el pasado, basta con verificar lo que está sucediendo actualmente, en un momento en el que la Humanidad está conociendo y padeciendo la más arrolladora colonización lingüística de su historia. ¿Qué pueblos, qué culturas son las que ceden al avance incontenible de la lengua inglesa, convertida por mor de la hegemonía de los Estados Unidos, en la primera de las lenguas del planeta?

¿Es concebible que al igual que está sucediendo en no pocos países asiáticos y africanos, carentes de un profundo sustrato cultural, las gentes de Italia, de Alemania, de Francia o de España -los pueblos más antiguos del planeta lleguen a abjurar de sus propios idiomas para adoptar el inglés como principal o único cauce de expresión?

Sin duda, muchas palabras inglesas pasarán a engrosar los diccionarios de las lenguas europeas, de la misma manera que el inglés se forjó en el pasado a expensas de éstas, pero de ahí a que las viejas hablas de Europa lleguen a sucumbir ante el asedio de un habla foránea, llámese ésta "inglés", "latín"... o "chino", media un enorme, inabarcable
trecho...

 

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