Capítulo XII.
El enigma de Túbal
"Túbal", "Jaban", "Tharsis" o "Elisa" son algunos de los nombres con los que la
tradición conoce al primer poblador de España, siendo el primero de ellos,
conceptuado como nieto de Noé, el que más reiteradamente aparece identificado
con el más remoto origen de los españoles.
Como Noé, Osiris o Saturno, Túbal es una suerte de dios colonizador, cuya
misión había de consistir en atrancar a los pobladores de la Península Ibérica
de la barbarie en la que vivían, introduciendo entre ellos una serie de medidas
civilizadoras que abarcaban desde su adiestramiento en determinadas prácticas
agrícolas, al establecimiento de una serie de normas básicas de convivencia.
"Túbal", por otros nombres "Iúbal" o "Bal", supuesto progenitor de los
españoles, no es sino el propio dios asiático "Bel", personificación del Sol al
igual que su paralelo egipcio Os iris "Foroneo" o "Faraón", primer legislador de
la Humanidad.
Confirmando la identificación que existe entre Túbal y Osiris y desvelándonos
al propio tiempo el origen de aquellas célebres leyes en verso reverenciadas por los tartesios a lo largo de seis
mil años, Rodrigo Méndez Silva, en su "Catálogo Real y Genealógico de España",
nos proporciona el dato precioso de que "Túbal estableció leyes en verso". Pues
bien, aquella remota jurisprudencia, plasmada en doce leyes que, con mayores o
menores vaiiantes habían de ser acatadas por tartesios y egipcios, llegaría a
inspirar más tarde la propia ley romana de las Doce Tablas. Lo veremos en una
obra posterior.
Fray Gregorio de Argáiz localiza en Reinosa la primitiva capital de España,
coincidiendo con el "reinado" de Túbal y de su esposa Sapharad. Otro dato
importante, si tenemos en cuenta que, en cuanto que idealización del Sol, el
matrimonio de Túbal sólo podía haberse materializado con la Luna o con la
Tierra. "Tierra" es, de hecho, uno de los nombres de la esposa del Sol, conocida
con este nombre y con el de "Titea", lo que explica el que a sus diez primeros
hijos se les denominase "Titanes" o "Tirrenos"...
El matrimonio del Sol con la Tierra se había consumado -pensaban nuestros
antepasados-, a raíz de la caída sobre las aguas del mar de los genitales del
"padre de los dioses". De aquella cópula, del contacto del semen con las aguas
del mar, se derivaría el nacimiento de Venus Afrodita.
La Tierra asume, pues, en esta versi6n del mito de la creación, el papel de
madre común de todos los humanos, lo que explica que los primitivos españoles
considerasen a
"Sapharad" como esposa de Túbal, del Sol. Y es que "Sa Pharad" era la Tierra
originaria, el Paraíso, la primera morada y el primer "regazo" de los seres
humanos.
Hauberto Hispalense, por su parte, nos habla de la ciudad de Tubalia que estaba
situada "sobre las fuentes del Ebro" y en la que se suponía enterrada la Sibila
Eritrea, madre de Túbal. Sibila que, por cierto, habría de dar nombre a Sevilla
y al Estrecho de Gibraltar, conocido también antaño con el nombre de "Estrecho
de la Sibila" (4).
No aparece, por parte alguna, el rastro de aquella remota "Tubalia" situada
"sobre las fuentes del Ebro". ¿Se equivocaba Hauberto Hispalense? ¿Acaso
existieron para nuestros antepasados unas fuentes del río Ebro distintas a las
que hoy identificamos y conocemos?
Arduos fueron antaño los malabarismos intelectuales que hubieron de hacer
nuestros más conspicuos cronistas, para justificar y justificarse el porqué de
que un supuesto colonizador que llegaba a la Península Ibérica procedente del
extremo oriental del Mediterráneo, desembarcando por consiguiente en la costa
catalana o levantina, comenzase el poblamiento de España nada menos que en el
"cabo" opuesto del río Ebro, a orillas del Cantábrico.
Nada de particular tiene que el maestro Esquivelle hiciera ver a Esteban de Garibay lo absurdo que resultaba que Túbal no se hubiera afincado en Cataluña,
Aragón o
Navarra, poseyendo esta regiones como poseen, zonas tan fértiles y hermosas como
puedan serlo las tierras de la cabecera del Ebro.
Las armas de Esquivel en su polémica con Garibay, eran la lógica y la razón.
Garibay, por su parte, sólo podía esgrimir un arma: la tradición. Y es que, por
muy disparatado que pareciera, todos nuestros más antiguos cronistas se
mostraban unánimes a la hora de identificar a las fuentes del río Ebro como el
primer lugar poblado de la Península Ibérica:
"¡Oh montaña Cantabriana,
academia de guerreros,
origen de caballeros
de do toda España mana¡"
exclamaría don Diego de Carbajal, señor de Jódar, fiel a esa arraigadísima
tradición que localizaba en determinada montaña llamada "Cantabria" o "Cantabriana"
el solar originario de Túbal, primer poblador de España. Se señala, inclusive,
los productos vegetales merced a los cuales aseguraba su sustento: frutos,
raíces, zarzamoras, uvas, nabos, setas, coincidiendo con todos los testimonios
que otorgan un estricto carácter vegetariano a los primeros pobladores de
nuestro planeta, atribuyéndose a ello su longevidad. Garibay, hace de ello
varios siglos, se expresaba ya en estos términos:
"...el vicioso siglo nuestro, lleno de diversidad de viandas, para abreviar la
vida de los hombres".
La localización "sobre el Ebro" de la primera población de España, avalada por
la tradición y por un cúmulo de evidencias de toda índole entre las que cabría
destacar las de carácter arqueológico, lingüístico (la lengua vasca) y
toponímico, pone verdaderamente difíciles las cosas a quienes contradicen el
carácter autóctono de los primeros pobladores de la Península Ibérica. ¿Quién
sería tan osado como para pretender que nuestros antepasados, en el supuesto de
que hubieran arribado a España a través del Mediterráneo o de los Pirineos,
hubieran sido tan insensatos como para recorrer buena parte de su geografía,
desechando regiones feracísimas, no dejando rastro humano alguno en ellas y
optando a la postre por unas montañas inhóspitas, perdidas en un extremo de la
Península?
La hipótesis resulta sencillamente aberrante. Tan aberrante como sería suponer
que los primeros pobladores de España habían desembarcado en Cantabria
procedentes de las gélidas y despobladas tierras del norte de Europa...
Otro tanto cabría decir de la tesis darwinista, inclinada a buscar las raíces de
nuestra especie en el continente africano y forzada, por consiguiente, a
"imaginar" una jamás efectuada emigración de gentes de dicho continente en
dirección a Europa y a través, como hubiera sido inevitable, del ayer istmo y
hoy estrecho de Gibraltar. A saber cómo
se justificaría, si las cosas hubieran sucedido de esta guisa, el hecho de que
estas supuestas hordas africanas hubieran atravesado la Península Ibérica como
sobre "ascuas, para ir a establecerse justamente en el extremo opuesto a la
región -Andalucía- que primero habrían encontrado a su paso.
Descartadas todas estas hipótesis como impresentables y huérfanas de toda
virtualidad, no nos quedaría sino concluir que, salvo una no menos improbable
llegada de nuestros primeros antepasados a través del espacio, la única
explicación cabal que podemos otorgar a la presencia en las montañas "de la
cabecera del Ebro", de los primeros pobladores de España, es la de que,
efectivamente, y tal y como la tradición asevera, el Paraíso Terrenal -"Se Pharad" tuvo su
asiento en la Península Ibérica, habiéndose configurado la
especie humana sobre nuestro suelo.
No se alejaba mucho de la verdad Moisés Barcepha cuando escribía:
"Otros juzgan (...) que fuera de la última carta del Océano -occidental- se
conserva aquella tierra en que estuvo plantado el Paraíso. Por cuyo sentir
pretenden llevarle muchos a nuestras Indias Occidentales".
Tal era el criterio de Cristóbal Colón, quien fuertemente influido por estas
tradiciones y por los textos platónicos, estaba firmemente convencido de que
avanzando a través del Océano Atlántico, llegaría a toparse inevitablemente con el Paraíso
Terrenal y con la perdida Atlántida. Como judeoespañol que era, Colón conocía
perfectamente los centenares de textos medievales españoles en los que se
conservaban este tipo de noticias, transmitidas con particular predilección por
nuestros judíos. Noticias rigurosamente ciertas, referidas, eso sí, al mundo
primigenio y que al sobredimensionarse y proyectarse al mundo del siglo XV,
resultaban sencillamente disparatadas. En este sentido, el descubrimiento de
América por Colón fue el producto de un inconmensurable error de interpretación.
Buscando el Paraíso de las Indias Occidentales, Colón se topó con un continente
desconocido que, ciertamente, no era el Paraíso Terrenal... pero se le parecía
mucho.
Giacomo Filippo de Bergamo en su "Suplementum Cronicorum" o "Suma de todas las
Crónicas del mundo" hace balance de los siete Paraísos Terrestres aspirantes a
erigirse en matriz y cuna de la Humanidad, mencionando uno de ellos en
Occidente, "hacia Céfiro" y otro, cuya situación no precisa y del que dice:
"Hállase aún en el Occidente otro Paraíso Terrestre de placeres y de delicias".
Mucho más concreto y clarividente había de mostrarse un eminente teólogo de
principios del siglo XVII. Nos habla de él Gaspar Ibáñez de Segovia, marqués de Mondéjar, en su "Cádiz Phenicia", réplica tardía y endeble al "Aparato a la
Monarquía antigua" de José Pellicer:
"Uno de los más célebres Várones de este siglo, se mueve a defender estuvo en
España el Paraíso".
"Esta opinión, aunque tan extraña y contraria al sentir de antiguos y modernos,
tiene por defensor a Fray
Juan Caramuel, obispo de Vegeben, que la expresa con tal seguridad, como se
contiene en la cláusula siguiente suya: ''Me consta que el primer hombre fue
criado en España y que en ella fue el Paraíso Terrenal".
Las palabras del Maestro Juan de Caramuel y Lobkowitz en su "Declaración mística
de las armas de España", publicada en Bruselas el año 1636, no son exactamente
las que refiere Ibáñez de Segovia, lo que nos obliga a pensar que, o bien este
autor "exageró la nota" como hace al refutar a Pellicer, o bien la Inquisición,
sorprendida ante las palabras de Caramuel, le aconsejó "suavizarlas" en alguna
medida.
Caramuel dice textualmente lo siguiente:
''Llámase Castilla en hebreo Adamuz. Era Metrópolis la que conserva hoy el
nombre y está junto a Córdoba (...) En esta provincia es muy probable que
formó Dios al primer hombre; en ella consistió lo más ilustre de todo el
Paraíso. De ella salen aquellos cuatro ríos que pintó Moisés y explican con
curiosidad muchos autores. Pruébolo muy despacio en otra parte".
Por desgracia, las "pruebas" de Caramuel no han llegado hasta nosotros. Su
libro consagrado al Paraíso, que tanta luz podría haber arrojado respecto a su
identificación con la Península Ibérica, o bien se ha perdido, o bien se ha
hurtado a las pesquisas de Ibáñez de Segovia... y del autor de estas páginas.
Resulta extraordinariamente significativo que fuera "Adamuz", un derivado obvio
de "Adán", el nombre hebreo de Castilla, sobremanera si consideramos que la cuna
de Castilla coincide precisamente con las comarcas de la cabecera del Ebro.
Llamar "Adamuz" a Castilla equivalía a declarar que en ella había tenido Adán su
cuna, pretensión esta que aparece confirmada -el dato es impresionante- por el
hecho de que "adamaz" signifique Tierra primitiva.
Dígalo, si no, la toponimia del "Rincón de Ademuz", a la vera de los "Montes
Universales", uno de los topónimas más prodigiosos y menos estudiados del
planeta, en los que nos encontramos con lugares sorprendentes tales como "Val de
Meca", "Griegos", río "Ebtón", río "Guada Laviar" ("Lebiá" = Paraíso) o los
pueblos de "Paraíso Alto" y "Paraíso Bajo".
Fray Juan de Pineda, en su "Historia Universal del Mundo", publicada en
Barcelona en 1606, dice respecto al Paraíso:
"Eugubino sostiene que el sitio del Paraíso fuera pequeño. Otros añadieron que
los hombres estuvieron en el Paraíso hasta el Diluvio".
Nuevos testimonios, pues, verdaderamente trascendentales, que vienen a abundar
en esa idea que venimos reiterando desde el principio de estas páginas, en
relación con la identificación del Paraíso con el mundo primigenio... y con la
Atlántida. Nombres distintos para hacer referencia a un mismo lugar, aquella
montaña de la que dice Fray Thoma Malvenda en su "De Paradiso voluptatis" (Roma,
1605):
"Paradiso, in altissimo loco sito".
Partiendo del remoto carácter marino de nuestro planeta y de la relativa
"modernidad" de la corteza terrestre, el sentido común indica que el Paraíso, la
cuna de nuestra especie, hubo de ser inevitablemente una montaña... circundada
por el mar. De ahí que se representase a "Sepharad" como un castillo rodeado
por el mar. Y en cuanto a que Sepharad fuera una montaña, Giacomo F. de Bergamo,
en su obra anteriormente citada, se refiere al "Monte Sephar, morada de los
nietos de Heber".
Otro testimonio inapreciable, que confirma en esta ocasión la identidad de
"Sepharad" con alguna montaña importante situada en torno al río Ebro. Montaña
en la que estuviera enterrada la madre de Túbal...
La importancia del nombre de Túbal es infinita, en razón a que las diferentes
etimologías que la antigüedad otorgaba al nombre de nuestro supuesto primer
poblador, eran nada menos que las siguientes:
1) "nido del mundo"
2) "universo"
3) "todas las cosas"
Ocasión inmejorable ésta para recordar a Fray Juan de la Puente en su
"Conveniencia de las dos Monarquías":
"Pania -antiguo nombre de España- significa en griego lo mismo que ''omnia''
en latín: todas las cosas. Ser esta opinión de los Antiquísimos Gentiles, consta
de Eusebio, de su ''Preparación Evangélica".
A partir de los tres significados antedichos -"nido del mundo", "universo" y
"todas las cosas" -, puede que ahora estemos en condiciones de comprender la
enorme importancia que reviste el hecho de que se considere a Túbal
cuyo reino estaba, recuérdese, en los valles ahos del Ebro como el primer
poblador de España. Como importante es el que a Túbal se le denominara
indistintamente "Iubal" o "Iobel", origen del nombre de los "Montes Iubaldas"
que desde la Sierra de la Demanda se extendían, paralelos al Ebro, hasta la
Sierra de Peña Labra en la que éste tiene su nacimiento.
Al decir de Marco Catón, los primeros hombres "vivieron en la Scitia Saga y de
estos, multiplicados por generación, se pobló el mundo".
"Escitia" fue una de las denominaciones del norte de España, lo que justifica la
antigua presencia en Asturias de un promontorio llamado precisamente "Escítico"
(5). En cuanto a "Saga", el parentesco de este nombre con el del extenso macizo
de Saja que se desprende de Peña Labra, resulta bastante claro. Por el propio Fray Juan de Pineda sabemos que "tras el sacrificio de Noé, la tierra de
Armenia pasó a llamarse Saga". "Saja" y "Sagra" son dos de las sierras que nacen
en Peña Labra, siendo precisamente "Armenao" el nombre de la comarca que a guisa
de cordón umbilical une Peña Labra con Peña Sagra.
Que Noé "plantase su viña en una montaña de Armenia llamada Lubano", tal y como
asegura Pineda, resulta un tremendo contrasentido si relacionamos esta
afirmación con la Armenia asiática, situada a enorme distancia del Líbano. No
se produce semejante distorsión si, por el contrario, pensamos en ese Valle de Libanw o Liébana en el que se encuentra la mencionada comarca de Armenao...
La clarividencia que le atribuimos a Ignatius Donnelly al haber sido el primero
en intuir que el mito de la Atlántida no era otra cosa que el recuerdo del
mundo primigenio, tendríamos que cuestionarla seriamente en el supuesto de que
el escritor americano hubiera leído a los autores
antiguos y conociese, por consiguiente, noticias como éstas a las que hace
referencia Gaspar Ibáñez de Segovia en su "Cádiz Fenicia":
"A decir de Calcidio, en el relato del Timeo de Platón se contenía la
narración de las cosas sucedidas antes y la relación de la Historia antigua".
E insiste Ibáñez de Segovia:
''En la historia de la Atlántida está expresada la del
primer mundo hasta el Diluvio, en sentir de algunos. La historia de la Atlántida
es la historia de los primeros patriarcas que precedieron al Diluvio, a cuya
universal inundación pretenden aludiese Platón cuando asegura pereció anegada su
dilatadísima Isla, entendiendo con ese nombre de Atlántida el orbe todo, que
quedó sumergido. Sentir que siguen: Agustino Stheuco, Henrique Salmut, Gerardo
Juan Vósio, Juan de Laet, Marcilio Fiscino y Juan Serrano. También podría
coincidir este sentir con el de Eupolemo, que refiere Eusebio Cesariense,
copiado de Alexandro Comelio Polistor, el cual asegura enseñó Abraham a los
Egipcios que había sido Enoch el que primero enseñó la Astrología (...) y que
era Atlante el mismo que Enoch".
En seguida vamos a comentar esta información trascendental de Eupolemo, que
viene a confirmarnos que Atlante, Enoch y el astrólogo Set -hijo predilecto de
Adán y
patriarca de los setitas que morara en la cumbre del Paraíso "O Acrópolis
consagrado al estudio de la Astrología-, son en realidad la misma persona.
Antes, sin embargo, vamos a conocer el parecer de Juan Serrano en relación con
el "Timeo" de Platón:
''Esta parte es la más principal del proemio, en que trata de la Historia del
mundo primitivo, que precedió al Diluvio, y se acerca más a su origen y
creación. Con que no parece se pueda dudar, pertenecen al tiempo que decimos los
sucesos de la Atlántida".
Siendo Atlante, Enoch y Set el mismo personaje, se confirma algo tan obvio como
es el que la historia de atlantes, hebreos, setitas o atenienses y españoles,
es, en sus orígenes, la misma historia. Vayamos por partes.
Atlante fue el patriarca de los atlantes. Enoch, por su parte, es uno de los
patriarcas, principalísimos, de los hebreos. En cuanto a Set fue patriarca de
los atenienses y de ahí el que la región del Atica se denominase igualmente
Setina...
Pero es el caso que a este mismo Set, hijo preferentísimo de Adán, se le
conoció con el nombre de "Vatica", lo que resulta absolutamente lógico cuando
sabemos que es precisamente de "Bática" de donde se ha derivado el nombre del "Ática".
"Bática" y posteriormente "Atica" fue una de las denominaciones del mundo
primigenio, del Paraíso Terrenal,
lo que justifica el nombre de "Bética" con el que se designase a la Península
Ibérica en su conjunto, y posteriormente a Andalucía. Nombre que trasladado a la
geografía italiana, tomaría la forma de "Nueva Bática"... o Váticano. De ahí
que a Roma se la conceptúe como la "ciudad eterna"... y es que el vasco "betika"
significa precisamente eterno, en una clara alusión a la genuina Bática: el
mundo originario".
Tal vez convenga recordar aquí que "Ática" fue una montaña del norte de España,
de la que tenemos referencia por testimonios romanos.
Ese infrecuente prefijo "At-" denuncia la identidad de origen del Atica, de
Atenas y de la Atlántida... así como del mítico monte Ate en el que estuviera
emplazada Troya. De ahí el que, aunque refuerce nuestra opinión, no podamos
sorprendemos del hecho de que Enoch y Atlante sean la misma persona, lo que
-como veíamos- equivale a proclamar la identidad, no sólo de atlantes, hebreos,
atenienses y españoles, sino también de los egipcios. Y es que el hebreo Enoch
no es otro que Inaco "Sol", padre del supuesto primer ser humano: Foroneo,
primer rey de los griegos... y de los egipcios que en memoria suya denominaron
"Faraones" a sus reyes.
"Casó Osiris con Isis (a quien otros llamanlo), hija de Inaco, primer rey de
los Griegos que reinó en Acaya antes de Cam, y por eso los Argivos se suelen
llamar Inaquides".
Son palabras de Juan de Caramuel que se complementan con las de Malvenda cuando
nos habla de que Anak fue el verdadero nombre de Enoch o Enac, fundador de la
primera ciudad creada por el hombre en Arba o Hebrón.
El nombre de Anak, fundido a otro de los epítetos del Sol -Curete-, produciría
el término anacoreta, referido a aquellos setitas o celtas que vivían en la
cumbre del Paraíso y que resultan ser los mismos que los Curetes o Cretenses,
que los Coribantes o Frigios y que los Garamantes o Libios. Por no citar a los Corizos o Asturianos, Ceretes o Catalanes, Caristios o Váscos, Carietas o
Castellanos, Curetes o Andaluces...
La referencia a España de todas estas noticias resulta obvia, si pensamos en
que el nombre más antiguo de la Península Ibérica que se conoce, derivado
manifiesto de Anak, es precisamente Anakuki. Precisamente porque la muerte
de Anak o Inaco "Sol" por su hijo y sucesor Hércules léase la leyenda de la
castración del Sol por Atenea "Luna" -, iba a producirse sobre el territorio de
la Península Ibérica. ¿En qué punto en concreto?
Martín Fernández de Enciso en su "Suma de Geografía" que viera la luz en
Zaragoza el año 1518, asegura que "Hércules fundó Mérida en el lugar en el que
combatió y decapitó al gigante Gedeón". Está claro que Gedeón no es otro que
Gerión, monarca español tras el que se esconde otro de los epítetos del Sol: "Iberión",
"Ierión" o "Gerión", conocido por los griegos como Hiperión.
El tirano Gerión, destronado y muerto por Hércules, no es otro que el propio
Osiris "Sol", brutalmente descuartizado por Tifón. Consecuentemente se
considera a Gerión como uno de los primeros monarcas de España (epónimo de
Gerona y de Fuen Girona o Fuengirola) y, recordando el remoto carácter
trinitaria del astro rey, se le representa como un gigante de cuerpo triple. De
aquí, precisamente, nacerá el equívoco de los tres Geriones o Lominios, los
supuestos hijos y sucesores de Gerión que teóricamente le sucedieron en el
trono de España.
El hecho de que se relacione a Mérida con el lugar en el que se produjo la
muerte de Gerión, resulta lógico si pensamos en que "Mélida" fue el primitivo
nombre de esta ciudad española, referido a las gotas de sangre vertidas por el
Sol tras ser mutilado por Hércules, gotas de las que habían de nacer las "Melíades"
o "ninfas de los fresnos", identificadas a la sazón como los primeros seres
vivos, hijas por consiguiente del Sol.
Llegados a este punto, nos faltaría solamente por añadir que "Túbal" no es otro
que los propios Anak, Gerión, Iberión, Inaco, Atlante, Enoch o Bel, nombres
indistintos del Sol (6).
Cuando se pretende que la Atlántida fue la cuna de todos los dioses de la
antigüedad, se está señalando sin saberIo a la propia Península Ibérica.
Dígalo, si no, el testimonio de Estrabón, citado en esta ocasión por el Padre
Francisco Sota:
''Estrabón deja dicho que España fue el Paraíso de los Dioses, según la Teología
Gentílica y los Poetas griegos".
Como español, podía haber desmesura en las palabras de Sota. No así en las del
griego Estrabón.
E insiste Sota, apoyándose siempre en el testimonio de los autores grecolatinos:
"No necesita de comprobación que España es el fin de la Tierra y que los Campos
Elíseos fueron en ella".
Confundiendo a Afrodita "Isa" o "Elisa" con un hombre, dice Juan Goropio Becano
que "Elisa, hijo de Jaban, fue el primer poblador y Príncipe de España, habiendo
dado nombre a los Campos Elíseos españoles".
¿No resulta por demás evidente que "Campos Elíseos" y "Paraíso" son dos nombres
distintos para aludir a un mismo concepto?
Dice San Gregorio Nacianceno:
''En el Campo Elysio de Homero está trasladado el Paraíso que pinta Moisén".
y Christiano Bechmano rubrica:
''El Elysio de los Gentiles no fue otra cosa que el Paraíso, aunque expresado
debajo de alguna sombra o niebla ".
Ergo si los Campos Elíseos estaban en España, el Paraíso Terrenal, como
intuyera Caramuel, ¿no había de estarlo también?
Qui vult verum temprere, falsum venerari-Nimis est odibilis celo, terri, mari.
(Alabanza del Instituto de Caridad de Roncesvalles, S. XII o XIII)
"Quien la verdad entierra y el error venera, al cielo, la tierra y el mar
vulnera".
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